Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

viernes, 7 de enero de 2022

LA APOTEOSIS DEL ANIMISMO MÉDICO-FARMACÉUTICO-VACUNAL Y EL ESPECTRO DEL SEXTO MANDAMIENTO

 

En otros tiempos, las gentes se convertían en sus propias víctimas al atribuir poderes médicos a sus sacerdotes; hoy, se torturan atribuyendo poderes mágicos a sus médicos. Enfrentados con personas dotadas de poderes tan sobrehumanos…los hombres y las mujeres tienden a someterse a ellos, con esa fe ciega cuya inexorable consecuencia es la de convertirse ellos mismos en esclavos y convertir a sus <<protectores>> en tiranos.

En la Edad media, la vida y el lenguaje de las personas estaban impregnadas de la imaginería de Dios y limitados por la ideología cristiana; hoy, están impregnados de la imaginería de la ciencia y limitados por la ideología médica.

Thomas Szasz. La Teología de la Medicina.

 

El 10 de septiembre de 2019 publicaba “El animismo médico-farmacéutico” en el que ponía de manifiesto la naturaleza religiosa de muchas prácticas de los pacientes, que recepcionaban las terapéuticas médicas dotadas de virtudes mágicas, generando comportamientos ritualizados. En este texto resaltaba la convergencia entre el mercado –que sacraliza los productos y los convierte en iconos inmateriales- y el dispositivo médico-farmacéutico, que exalta el poder de sus medicamentos hasta alcanzar el umbral de la irrealidad. Así, los pacientes-consumidores son requeridos a acreditar un nivel de fe que supera todas las dimensiones convencionales religiosas. Creer con convicción y obedecer a la autoridad investida de ciencia son las virtudes requeridas de los beneficiarios de este sistema industrial.

La pandemia ha reforzado esta pauta de comportamiento, en la que los medios representan la punta de lanza de este sistema industrial, que convierte sus productos en obligatorios, liberándolos de cualquier deliberación. En estos años de la Covid se multiplican los testimonios de fe encomiable, y la duda es rigurosamente excluida. Cada cual debe acreditar públicamente su fe incondicional en las castas político-industriales que gestionan las soluciones a la expansión del virus. Al igual que en el caso de las religiones fundadas sobre la dualidad entre el bien y el mal –dios y el diablo- el nuevo estado terapéutico ha generado su enemigo imaginario –el negacionismo- al que se atribuyen características equivalentes a lo satánico. He contemplado escenas insólitas de furor persecutorio contra quienes son considerados como negacionistas. Ahora le toca el turno a Djokovic, sobre el que los grupos mediáticos globales, fusionados con los dispositivos industriales, descargan su furor terapéutico avalando el extremismo de las autoridades australianas, que encabezan los rankings de gobierno somatocrático estricto.

En el tiempo de emergencia de la pandemia el dispositivo del gobierno epidemiológico impuso su arsenal de restricciones. Los encierros, confinamientos selectivos, identificación y actuación sobre territorios peligrosos, limitación de movilidad, imposición de las distancias interpersonales, exigencia inexcusable de la mascarilla y prohibición de prácticas sociales determinadas, fueron los métodos principales movilizados. Estas restricciones fueron impuestas mediante la activación de los medios, que exaltaban en sus pantallas a la autoridad científica, dando lugar a un desfile de expertos rigoristas que expresaban sus conminaciones dirigidas a los atribulados súbditos-pacientes. El objetivo primordial fue la regulación de los comportamientos y la identificación y el castigo a los incumplidores. Esta tarea fue desarrollada por una policía omnipresente que intervenía en todas las áreas de la vida cotidiana.

En esta fase se puso de manifiesto la limitación de la eficacia del miedo propiciado por los expertos, así como sus delirios normativos ajenos a las reglas del comportamiento humano y social. La irrealidad de muchas de sus propuestas convergía con el furor en la fabricación de un enemigo claro y unívoco a quien perseguir. En realidad esta ira salubrista expresaba la inexistencia de alternativas terapéuticas, que necesitaba de un chivo expiatorio sobre el que descargar la frustración de tan arrogante dispositivo tecnológico-industrial. En eso llegan las vacunas, que son acogidas con frenesí desmesurado. Estas constituyen un hito en la historia de la comunicación comercial, en tanto que suscitan las sinergias entre el marketing desbocado y la propaganda llevada a un límite imposible.

El aparato epidemiológico/estatal gira su actividad hacia la santificación de las vacunas como solución dotada de un estatuto sobrenatural. Son los tiempos del axioma del 70%. Las restricciones ceden el paso a una solución menos exigente para los apesadumbrados pacientes. Las distintas olas de la pandemia las rescatan, pero el rigor en su aplicación se restringe debido al resquebrajamiento de su sostén social. Las autoridades gubernamentales renuncian a su propia erosión y se polarizan a la vacunación, entendida como una actividad providencial. Así se genera una espiral de abandono de posiciones rigoristas y se incrementan los públicos incumplidores de las normas restrictivas. Las precauciones decrecen según cada grupo de edad va alcanzando la condición de vacunados, que se sobreentiende como un sacramento protector.

Pero los largos meses de gobierno autoritario orientado a las restricciones sociales y de la vida, apoyado en los medios, los dispositivos expertos y las distintas policías, ha generado sus inevitables moldes de comportamiento y arquetipos personales. En términos de la sociología de Pierre Bourdieu, sus hábitus. Estos terminan por conformar las prácticas sociales y las percepciones compartidas por las poblaciones que viven en condiciones sociales homogéneas. Esta hiperintervención gubernamental tiene como consecuencia la generación de inevitables efectos perversos. La negación del sujeto autónomo reflexivo que regula sus comportamientos en los escenarios cotidianos donde vive, y la exaltación del sujeto obediente, conducido por la comunicación experta, cuyo comportamiento se encuentra regulado por la fe en los expertos de las pantallas y el temor, que cristalizan en un cóctel letal de fe/obediencia, termina por producir en serie sujetos paradójicos resultantes de las grietas crecientes que conlleva la normativización de la vida por el estado epidemiológico.

Estos sujetos terminan por regirse según la pauta de obedecer cuando se encuentran en el espacio del panóptico epidemiológico, es decir, en tanto que son visibles por la autoridad. Entonces hacen del cumplimiento de las normas un ejercicio estricto. Pero, por el contrario, en las situaciones en las que se encuentran en espacios liberados de la mirada del estado epidemiológico, se resarcen desarrollando prácticas que vulneran sus normativizaciones. Estas microdesobediencias no se encuentran acompañadas de discursos críticos. Tan solo pronuncian frases irónicas y de distanciamiento. El humor es la señal inequívoca de todo orden autoritario.

La obediencia y la sumisión generan inevitablemente la infantilización general. Así, es paradójico constatar el gran número de conductores que solos en el vehículo llevan la mascarilla. Pero, es seguro que una parte de los mismos desarrolla prácticas arriesgadas en sus relaciones en los espacios invisibles a los panópticos médicos. En mi casa, varios jóvenes salen de su piso sin mascarilla y bajan en el ascensor con el rostro descubierto. Al salir del portal se ponen la mascarilla. También en las salas de cine en Madrid muchas personas se quitan la mascarilla en la confortable oscuridad de la proyección. Podría describir muchos comportamientos paradójicos de lo que denomino como las “constelaciones de al revés”, compuestas por las legiones de infantilizados que lo hacen todo al revés.

Pero estos cumplen con el requisito impuesto por este orden epidemiológico-industrial, lo importante es obedecer y callar sin rechistar. Así renuncian a sus capacidades de autodeterminarse según los riesgos vividos en primera persona. El autoritarismo reclama el acatamiento sin condiciones de las personas, que son eximidas de pensar acerca de sí mismas y sus circunstancias. Conozco una familia cercana que ha celebrado la nochebuena separadamente pero se han juntado en una gran comida familiar el mismísimo día 1. Hoy se encuentran todos con síntomas. Estas personas están acreditadas en su obediencia inconmensurable a las autoridades civiles, comerciales y eclesiásticas. Se pronuncian a favor del orden, la disciplina y la mano dura, pero su intimidad es liberada de estos imperativos.

Por eso quiero recuperar vivencias propias del mundo que viví en mi adolescencia. En esta tenía lugar una prohibición rigorista del sexo y una negación del placer corporal. Nadie en el espacio público negaba o contradecía los discursos prohibicionistas. Pero, por el contrario, todos, en distintos grados transitábamos en busca del roce, que se desglosaba en mayúsculo y minúsculo. La vida era una sucesión de búsqueda activa de la transgresión, que en ocasiones alcanzaba situaciones miserables por lo escuálidas. La escena del autobús de la película de Fernando Trueba “El año de las luces”, en la que hacinados en un autobús el soldado coloca su pie liberado de la bota entre los muslos de una paisana. El traquetreo del autobús hace el resto. El hambre de piel desmesurada conducía a los pequeños sorbos de placer cuando no era posible otra cosa.

Recuerdo en mi adolescencia una experiencia de miseria sexual. Era un domingo y me dirigía en el tren desde Bilbao con destino a la playa de Ereaga. Iba con mis amigos, todos hacinados en aquellos trenes. El azar hizo que me encontrase pegado a una chica durante todo el viaje. No había otra opción ni alternativa. Así experimenté un extraño roce en el que no podía acariciar ni abrazar. Estaba tan salido que terminé corriéndome casi llegando a Neguri. Llevaba un pantalón de tela de gabardina con lo que la mancha se extendió hasta límites incontrolables. El cachondeo que suscitó fue monumental cuando quedé al descubierto.  Nuestra situación era humillante por el imperativo del sexto mandamiento.

Pero estas desobediencias en las prácticas y la proliferación de los deseos y las narrativas que inundaban nuestras conversaciones íntimas, no significaban réplica alguno al discurso apocalíptico del sexto mandamiento, sus prohibiciones severas y la configuración del mundo de lo impuro. Sencillamente cambiábamos de registro cuando nos encontrábamos en nuestro ámbito interior, dotados de invisibilidad pastoral. Las contradicciones entre los discursos y las prácticas eran asombrosas. Se trataba de construir un espacio oscuro a los demás institucionales en tu vida. Un lugar en el que pudiera desarrollar prácticas de vivir gratificantes y prohibidas. Pero las conversaciones no superaban el estatus de humor corrosivo como única forma de crítica a las conminaciones oficiales, que instituían la negación a gozar.

Al igual el orden epidemiológico vigente. El estallido de Omnicron implica la gran expansión de las microdesobediencias desprovistas de soporte discursivo. Así que las autoridades desplazan la responsabilidad hacia los pecadores epidemiológicos sin discurso pero dotados de capacidad de producir prácticas de incumplimientos en situaciones de invisibilidad por parte del panóptico epidemiológico. La única salida a esta paradoja es proclamar solemnemente la eficacia de las vacunas y preparar la secuencia de las vacunaciones sin fin. También la responsabilización y demonización del fantasma del negacionismo, que se entiende como peligro para la obediencia, más que como riesgo para la salud.

Es inevitable concluir este misterio del sexto mandamiento reproducido y reformulado en el vigente orden pandémico, aludiendo a la multiplicación inusitada de cenas y fiestas de sanitarios, en las que se reproduce fatalmente el doble discurso paradójico al que estoy aludiendo. En estas celebraciones sociales no hay discursos alternativos pero las prácticas remiten a los contingentes de pecadores epidemiológicos encabezados por jóvenes en eterna espera. Y es que se confirma que la carne es débil y la vida es difícil de eliminar. 

 

1 comentario:

Unknown dijo...

Excelente artículo, Juan. Menos mal que quedáis Evaristo (el de la Polla) y tú. Y te pregunto: dónde está esa supuesta intelligentsia???