Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 28 de septiembre de 2023

LA AYUSIZACIÓN

 

La sesión de investidura de Núñez Feijoo hace visible la naturaleza del juego que tiene lugar en las degradadas instituciones políticas, así como en el ecosistema mediático que las acompaña. La línea seguida por la derecha cuando se encuentra en la oposición, que se caracteriza por su esencialismo, ferocidad y personalización del enemigo en el gobierno, se ha transferido a sus contendientes. Así, el PSOE, puso en escena la última versión del “dales caña, Alfonso”.  La intervención de Oscar Puente estuvo a la altura de las mejores traducciones de esta forma de hacer oposición de la derecha, que consiste en ajustarse a los escenarios, actores y énfasis de los guiñoles.

Isabel Díaz Ayuso representa la forma más evolucionada y eficaz de hacer gobierno/oposición en este género de política televisada. Tiene el honor de practicar la política en el modo de cuadrilátero, que he desarrollado en varias ocasiones en este blog. Se trata, ante todo, de estimular a su público, que no demanda discursos espesos argumentados, sino gestos de contienda y la determinación de constituirse en vencedora sobre la ruina de sus oponentes. Ayuso elude, en todas las ocasiones, el control parlamentario ejercido por la oposición, mediante el arte de no descender a lo específico de las decisiones de gobierno. Así, si alguien le pregunta o le recrimina acerca de ratios de servicios públicos u otras cuestiones de gestión, le responde volcánicamente aludiendo a alguna cuestión esencialista acerca de su ideología, en buena parte de las ocasiones a hechos e interpretaciones sucedidas en otro escenario histórico.

La aturdida oposición madrileña, bien la izquierda woke en versión local -producto de varias metamorfosis tras las que terminan por renunciar a los nombres de sus viejas ideologías, siendo reemplazadas por términos que aluden a los mágicos guarismos aritméticos de Más o Sumar- bien los fragmentos activos del PSOE sobrevivientes a varios diluvios políticos, no se encuentra preparada para resolver esta confrontación de emociones de los públicos degradados. Este estilo de Ayuso, de soslayar su gestión aludiendo a lo histórico-ideológico para desplazarse a la demonización y descalificación total de la oposición, es practicado en la referencia de una de sus propuestas simbólicas favoritas: el proverbial arte de torear.

El éxito radical de Ayuso, que desde 2019 ocupa el gobierno madrileño ampliando sus apoyos, imprime una naturaleza deportiva/futbolística a la contienda política, y obtiene la sanción positiva de las televisiones, que movilizan sus audiencias con los zascas, las afirmaciones propias de campos de batalla, las puestas en escena que estimulan la percepción de las instituciones como frentes militares. El resultado es una convergencia de las audiencias televisivas y las nubes de mosquitos que habitan en las redes sociales. Ciertamente, su éxito remite a su innegable capacidad de transformismo, en la que hace desaparecer su gestión.

Parece inevitable que este éxito se facture y se deslocalice al sistema político estatal. Así se puede explicar que, en la sesión de investidura de Feijóo, comparezca, por primera vez, un antiayuso, o más bien, una clonación de esta adoptada por sus rivales políticos. Este es el papel representado por Oscar Puente, convertido en un virtuoso habitante de ring concentrado, más en dañar al enemigo para regocijo del público que como portavoz de un discurso dotado de espesor institucional. Se consuma el salto a un nuevo estadio de la videopolítica, que se puede resumir en los discursos dotados de énfasis no verbales, junto a su finalidad de erosionar al oponente mediante la ironía, la burla y la priorización de la crítica a sus maniobras, en tanto que los discursos se difuminan inquietantemente.

Es menester recurrir a los orígenes de estas formas de debate. No cabe la menor duda de que este se referencia en los modelos de la expansiva telerrealidad. Los formatos de este género privilegian estallidos conflictuales y el control de las emociones de los protagonistas, que tienen que acreditar en cada situación su competencia de afrontar situaciones difíciles, en las que tienen que poner en juego sus habilidades. El éxito de este género ha determinado su exportación a otros campos, llegando hasta la política. En este sentido, se hace pertinente el vínculo entre Ayuso y Belén Esteban, María Patiño o Lydia Lozano.

El acontecimiento más irracional de la política en curso es el llamado debate electoral. En el mismo concurren varios candidatos y las cuestiones programáticas a se diseminan en varios temas y múltiples cuestiones. Los participantes son requeridos a contestar en un minuto a cuestiones complejas y sustantivas, que son reemplazadas a un ritmo acelerado que sanciona el bloqueo del espectador. En esa extraña torre de Babel triunfa el que demuestra la capacidad de encajar, aprovechar sus oportunidades o decir enfáticamente algunas proposiciones. En ese medio turbulento, fatal para la inteligencia de los atribulados receptores, el arte de dañar a los contendientes adquiere una importancia primordial. La caricatura y el meme adquieren todo su esplendor.

Los antecedentes de la guiñolización de la (video)política radican en la transformación en un espectáculo de rivalidad personal de las sesiones de control al gobierno, en las que los medios casan a parejas rivales capaces de suministrar un espectáculo de aversión personal, que se sobrepone sobre los contenidos. Las estrategias seguidas por los recién casados se concentran en ridiculizar al adversario mediante la administración de la parodia de sus posiciones. En particular, el Presidente Sánchez y el ínclito Feijóo, han conformado una pareja de hecho que ha mostrado sus desavenencias conyugales en las tardes del senado en la pasada primavera.

Un acontecimiento ha puesto de manifiesto la extrema banalización del sistema de la (video)política imperante. La historia es así. Douglas Rushkoff, un original y lúcido ensayista norteamericano, ha publicado su último libro, que ha sido traducido al castellano con el título “La supervivencia de los más ricos”, editado por Capitán Swing. El diario El País, el 20 de septiembre, publica una reseñafirmada por Manuel Pascual, en la que resume una entrevista al autor. Pues bien, Yolanda Díaz comparece días después ante las televisiones, aludiendo a esta reseña, aunque sin citarla. En la misma, hace un resumen en el estilo imperante en la videopolítica, que remite a los discursos del insigne Cantinflas. Termina diciendo atropelladamente que los ricos están prestos a escapar en cohetes del devastado planeta tierra. Su intervención tiene una forma y un contenido lamentable, que expresa el nivel existente en una gran parte de las élites parlamentarias españolas.

Esta intervención es desmenuzada en memes, titulares, fragmentos audiovisuales y otras formas por sus rivales, generando una guasa monumental en las redes, y alimentando los discursos parlamentarios del mismo Feijóo. Lo más lamentable del asunto, es que se trata de un libro estimulante, cuya idea principal es que los magnates tecnológicos controlan el mundo evadiendo el control de los estados, generando una capacidad de destrucción que incrementa varios peligros combinados. Pero lo peor radica en que sus ideologías digitales, que convierten la vida real en información, les hace evadirse de la misma realidad que ellos contribuyen a generar. Este círculo se cierra mediante la afirmación de Rushkoff de que ellos mismos son inequívocamente pesimistas respecto al futuro, lo que les diferencia de otras élites de distintos pasados. De ahí su proyecto de evadirse en caso de catástrofe.  Así, un libro espeso y una reseña estimulante ha sido neutralizada por el bloqueo de la inteligencia característico del sistema político español, agotado y reconvertido al género de la comedia.

Bienvenidos a la era de la ayusización, en la que podremos disfrutar de varias pantallas con los clones de Ayuso correspondientes. El torrente de titulares y fragmentos que nos aguarda es prometedor. Me pregunto acerca de lo que hubieran sentido Gregorio Peces Barba, Enrique Tierno Galván, Miguel Herrero de Miñón u otras gentes de la primera fase del postfranquismo. La última sesión de investidura estuvo regida por la burla a lo otra parte porque no liga, o la mofa a la contraria de que liga con cualquiera. En fin, un triunfo incontestable de lo que representa Ayuso. La mismísima comprensión lectora en peligro.

viernes, 22 de septiembre de 2023

NOVATADAS: MICROSOCIEDADES SUMERGIDAS Y CONTRAMODERNIDADES

 

En las últimas décadas se incrementan múltiples sucesos que contradicen los discursos oficiales, nutridos por las venerables ciencias del comportamiento, sociales y el pensamiento ortodoxo. De esa expansión de los eventos inexplicables nace el pánico moral. Los temores colectivos se acrecientan, en tanto una parte de la vida social se hace ininteligible desde los paradigmas dominantes. Así, la expansión del consumo de drogas y de la subsociedad que lo sustenta; la apoteosis festiva que apunta al viejo concepto de anomia; las violencias múltiples que comparecen en espacios institucionales; las violencias de género; el mobing escolar y tantos otros acontecimientos que no encajan en los moldes de las definiciones institucionales.

En varias ocasiones y en distintos tiempos colaboré con actividades del Plan Nacional sobre Drogas. En estas tuve la oportunidad de vivir en la inmediatez el desencuentro monumental entre las autoridades que promovían la quimérica intervención y las legiones crecientes de consumidores. Pude constatar la espiral fatal que se asienta en ese campo, consistente en que la expansión del aparato de intervención se correlaciona con el incremento de los consumidores. El abismo existente entre los conceptos y valoraciones oficiales y las percepciones y prácticas de los usuarios, alcanza proporciones astronómicas. Algo parecido ocurre con el sistema sanitario y los misteriosos estilos de vida que propugnan frente a las prácticas vitales de grandes contingentes de enfermos. La erosión del concepto de eficacia se hace patente.

Esta espiral fatal de agigantamiento de los dispositivos de intervención versus cronificación e intensificación del problema se transfiere a todos los campos. En los últimos años comparece la violencia de género, que según fortifica su aparato institucional, persisten o se incrementan los feminicidios, así como los que terminan en el saturado sistema penal. Estas violencias adquieren la forma de un iceberg, que amplifica continuamente su base. En la pandemia de la Covid, las distintas tribus médicas, jurídicas, educativas y su estela de profesiones asociadas, llegaron al cénit de su inoperancia y el esperpento de su ilusión de control, instaurando prescripciones precisas para ser aplicadas imperativamente en contextos cotidianos. El Premio Gordo, como es preceptivo, fue la Navidad, en la cual dictaron normas acerca del número de comensales en las cenas familiares y otros dislates en la pretensión de controlar los espacios privados.

La gran crisis del Sistema que anuncia la incapacidad manifiesta de afrontar con realismo los problemas sociales derivados de la expansión del capitalismo desorganizado, remite a la crisis, tanto del pensamiento como de los saberes dominantes, incapaces de comprender los problemas, así como los entornos en los que se incuban. Esta gran crisis del conocimiento tiene como origen principal el control estricto de los clanes, poderes e instituciones sistémicas del conocimiento, cuyas cosmovisiones se convierten en una suerte de reedición del viejo funcionalismo sociológico en versiones de los años cincuenta. Así, se entiende la sociedad como un sumatorio de espacios regulados por las instituciones y organizaciones formales, negando de facto aquellos microcontextos sociales en los que tiene lugar la cotidianeidad, en particular los arrabales de las organizaciones.

El resultado de este etnocentrismo institucional integral, es que se niega una parte esencial de la realidad, aquella en la que viven y se relacionan las personas. Desde estas coordenadas se pueden comprender los patéticos discursos y prácticas de los dispositivos institucionales de intervención que he apuntado anteriormente, así como su inevitable y progresivo cierre sobre sí mismos. En muchas ocasiones he podido discutir en mi facultad de Sociología de Granada, el sesgo astronómico de las autoridades y profesores, que entendían la facultad y su realidad como la suma de las clases, las tutorías, los actos oficiales, los exámenes y el entramado de órganos de gobierno y participación. Junto a esas actividades y espacios controlados y programados, se evidenciaba un sistema vivo y móvil de relaciones y prácticas sociales en los pasillos, en los tiempos entre clase y clase, en la cafetería, en los alrededores del edificio y en otros espacios minúsculos liberados por los alumnos, tales como las mesas ubicadas en los pasillos dotadas con enchufes para los portátiles, que concentraban pequeños grupos vivos liberados de control institucional a plazo inmediato.

De esta disociación, se deniega la realidad integral del sistema social, formado por dos subsociedades que coexisten en la inmediatez física pero que son independientes: la oficial, dotada de la insigne función de ejecutar un programa institucional, y la no reconocida, aquella que es extremadamente vital en tanto que carece de finalidad y rescata el valor de lo cotidiano de cada uno de sus integrantes. En los últimos años en los que ejercí como profesor, se intensificaron los controles formales sobre los alumnos, de modo que la sociedad de los pasillos funcionaba como reparación y apoyo de tan hiperinspeccionados sujetos. Por esta razón, desde siempre he valorado las aportaciones del grupo de teóricos instalados en lo que se denomina como “Sociología de la vida cotidiana”. En particular, mi devoción a Michael de Certeau y sus conceptualizaciones sobre los sujetos sin discurso, pero con capacidad de generar tácticas y prácticas, que pueblan los contextos cotidianos y erosionan a las autoridades establecidas. Los sujetos en inferioridad institucional,  eran reconstituidos como seres vivos que influyen en las relaciones institucionales y nombrados como hacedores de prácticas.

También Alain Minc, que en su libro “La Nueva Edad Media” define como Sociedad Gris a las distintas subsociedades que no se encuentran reguladas por el Derecho imperante en el sistema. Estas, en el tiempo en curso de la gran desregulación del capitalismo, se amplían considerablemente, penetrando en distintos espacios del sistema para reforzar las corrupciones. No puedo dejar de citar a otro autor a la contra muy influyente en mí, Marc Hatzfeld, que en uno de sus libros “La Cultura de los Suburbios. Una energía positiva”, deconstruye la visión dominante de la marginalidad imperante en el conglomerado policial-judicial, para introducir una visión diferente de las gentes que habitan los microsistemas sociales de los suburbios.

Un problema social, ya veterano con muchos trienios, es el de las novatadas de los Colegios Mayores. Este acontecimiento ilustra el argumento que he seguido hasta aquí.  Estas son rituales de iniciación que muestran una crueldad y violencia desmedida, ejercida por grupos de veteranos que acreditan así su poder de dominar a los recién llegados. Cuando algunas víctimas relatan los padecimientos que han tenido que pasar, nos podemos interrogar acerca del poder efectivo de coacción que detentan, y que, por cierto, supera al de cualquier profesor o autoridad académica, en tanto que su capacidad de castigo se encuentra limitada. Las crueldades ejercidas, la sumisión de las víctimas y el silenciamiento compartido frente al sistema ciego, apuntan a la consistencia de una microsociedad sin finalidades explícitas en las que las relaciones se dirimen por la fuerza. Este microsistema social exhibe una capacidad de presión tan formidable que nadie lo denuncia y detenta la competencia de imponer el silencio a sus víctimas y protegerse de las miradas externas, incluso las de las autoridades punitivas.

Recuerdo los años en los que los estudiantes de Medicina de Granada se concentraban en la plaza de Derecho para exhibir ante los consternados transeúntes, toda una serie de sofisticadas violencias sobre los novatos, que eran humillados y obligados a cooperar pasivamente en la ceremonia de su propia degradación personal. La fortaleza de ese colectivo era tan colosal que podía imponer efectivamente la Ley del Silencio. En esas prácticas, en las que se podía reconocer un sadismo manifiesto, se manifestaba nítidamente el poder de los fuertes frente a la sumisión de los débiles. Esta es la Ley que impera en colegios, centros educativos, barrios, centros de ocio y otros espacios privados o semipúblicos en los que se hace presente esta vigorosa contramodernidad. El poder de los fuertes se sobrepone al de los mismos agentes institucionales, que aceptan controlar la situación en los ámbitos institucionales -las clases- para ser permisivos en los pasillos y el patio, que cobija un sistema social fundado en la fuerza de distintas clases de grupos, tales como las pandillas.

La apoteosis de sumisión a los fuertes crueles, en este caso los veteranos, se encuentra motivada por una fuerza enorme no reconocida: la del microsistema social que se hace presente en la vida cotidiana, dictaminando a quién se acosa y quién se libra de este suplicio. Aún a pesar de que los discursos que avalan esta forma de acoso no se encuentran formulados explícitamente, se acosa a los débiles, a aquellos que tienen defectos físicos, un carácter débil o lazos sociales endebles. Se puede hablar de una inversión de los valores de la modernidad que enuncian pomposamente en las festividades institucionales los próceres de las instituciones.

Al igual que en el caso de los discursos no formulados, los acosadores se apoyan en una organización informal muy poderosa: actúan en grupo, que adquiere distintas formas de pandillas o bandas, que se imponen a los temerosos compañeros, intimidados ante la factibilidad de convertirse en una víctima. El sistema y las instituciones demuestran su incapacidad de respuesta a este fenómeno, en tanto que no reconocen a las formas sociales informales que proliferan en los espacios cotidianos no formalizados. Pero tras cada novatada se encuentra uno o varios grupos que la deciden, planifican, ejecutan y supervisan. En estas configuraciones sociales predominan liderazgos muy marcados.

Las feroces novatadas, al igual que otras formas de acoso como el mobing escolar, laboral o las violencias de género, tienen lugar en microsistemas de relaciones sociales, adquiriendo el rasgo que Gunter Anders denominó como las cegueras de los actores sociales en los conflictos de la era del poder nuclear, y que no son bien percibidas por efecto de lo que él conceptualiza como oscurecimiento. Este se referencia en los procesos sociales mediante los cuales determinados acontecimientos se diseminan dificultando su ubicación en un esquema general. Los dos agentes esenciales del oscurecimiento son las instituciones de los Medios y la Academia.

Las cegueras enunciadas por Anders son cuatro, y se cumplen estrictamente en las violencias ubicadas en estos microsistemas sociales. A saber:

-         El dominador o agresor no reconoce como tal al agredido o dominado.

-         El dominador o agresor no se reconoce a sí mismo como tal,

-         El acosado no reconoce al acosador como tal

-         El acosado no se reconoce a sí mismo como tal.

Estas cuatro formas de conflicto proliferan en los espacios sociales no regulados por las instituciones, generando distintas formas y grados de dolor en sus víctimas. No pocos de los malestares del presente remiten a la existencia y vitalidad de estos microsistemas sociales perversos, que generan violencias, acosos y formas letales de dominación que constriñen la vida cotidiana de los damnificados. En los últimos meses me encuentro afectado por un conflicto de ruido en mi vecindad, en el que los agresores, una verdadera banda, no se reconocen como agresores ni nos otorgan la condición de afectados. Nos han deshumanizado, al estilo de los cárteles contemporáneos. Y el sistema carece de la capacidad de resolver este conflicto por ignorancia, saturación y aturdimiento. Muchos episodios contemporáneos se resuelven por la correlación de fuerzas entre las partes. Los misterios del espacio privado y semipúblico en la era de las contramodernidades.

 

domingo, 17 de septiembre de 2023

LA EXPULSIÓN DE NICOLÁS REDONDO

 

La expulsión fulminante de Nicolás Redondo del PSOE puede correr el riesgo de ser interpretada desde una perspectiva del pasado, como un conflicto partidario en el molde de la vieja socialdemocracia histórica. Pero, por el contrario, se trata de un evento que denota la nueva naturaleza de la política y de las democracias del presente. Los partidos, y el PSOE en particular, han sido drásticamente reformulados para adaptarse a las reglas imperantes en el nuevo juego político, que se encuentra dominado por el nuevo sujeto histórico, la espectral opinión pública, especificada en la audiencia, que comparece convertida en censo electoral la gran noche de los comicios.

La actividad partidaria se concentra en la competición por encontrar una posición dominante en el seno de tan etéreo y espasmódico conglomerado. Con este fin, la dirección de los partidos se cierra sobre sí misma; contrata el conocimiento experto necesario para llevar a buen fin sus objetivos; constituye un núcleo ejecutivo capaz de responder en los vertiginosos tiempos de la videopolítica impuesta por las televisiones; reduce imperativamente los controles partidarios, y procede a una homogeneización estricta. Esta forma de hacer política determina el desplazamiento de la vieja organización partidaria, convocada para todo tipo de campañas como la masa crítica para acompañar a los proverbiales líderes.

Esta mutación de la política y de la democracia, tiene como consecuencia la aceleración de los tiempos y el declive de los discursos, y, en particular, de los documentos. En esta contienda, los textos sintéticos como titulares o comentarios ligeros, junto a memes y otros fragmentos audiovisuales, se conforma la referencia fundamental de la videopolítica: la hemeroteca. Esta es un almacén de fragmentos a disposición de los expertos en comunicación de los nuevos partidos, que seleccionan un conjunto de trozos del pasado, para ser cocinados en la siguiente ocasión en favor de cualquier argumento requerido por la actualidad.

En este contexto cabe interpretar la deflagración política de Redondo. En los últimos años, este se aleja de las posiciones de la dirección partidaria, para ejercer una presencia significativa en la puesta en escena de su rival partidario. Por consiguiente, Redondo no representa una tendencia en un tejido organizativo convertido en un magma sin vida, sino una bomba al servicio de los adversarios, que moviliza en los platós en las ocasiones requeridas. No se trata, entonces, de una disidencia partidaria convencional e interna, sino de una concesión de su capital mediático a la derecha. Así se ha resuelto a la velocidad característica de la videopolítica. Sin trámites y procedimientos ejecutados por órganos especializados del partido, sin garantía alguna, al estilo de la institución hegemónica de la época, sintetizada en la frase “Coge tus cosas y vete”.

En un medio de esta naturaleza, se ha ejecutado la sentencia con una precisión y temporalidad coherente con la naturaleza del medio. En una contienda frente a las cámaras que la muestran a una masa de espectadores veleidosa, en un juego practicado en una aceleración temporal prodigiosa donde se suceden las jugadas, es imposible mantener los viejos derechos de los partidos a la discrepancia. La videopolítica es una versión compulsiva de una guerra de movimientos, en la que es crucial ocultar a los confundidos espectadores-votantes algunas cuestiones fundamentales. La lógica de estas batallas es la de la identificación del público con el líder, y cualquier diferencia erosiona la misma y se convierte en un arma al servicio de los rivales.

Como el sujeto verdadero de la videopolítica es la opinión pública, y esta no habla, es menester estimularla mediante los sondeos, que representan el verdadero fundamento de los posicionamientos de los contendientes. Estos despliegan un menú de preguntas acerca de las cuestiones enunciadas por los líderes partidarios y sus legiones mediáticas tertulianas y expertas. Los sondeos son determinantes para la adopción de decisiones. Así se conforma la espiral de la actualidad, que se alimenta de los sondeos, que hacen inviable cualquier programa partidario pesado. Los héroes de la videopolítica son ligeros, liberados de hipotecas programáticas y prestos a hacer lo que sea menester para enlazar con los supuestos deseos de las mayorías estadísticas resultantes de los sondeos.

Dice Alain Minc refiriéndose a las democracias demoscópicas “Testigos de cargo son los propios hombres políticos, que pierden toda capacidad de enjuiciamiento y limitan sus reflexiones a imaginar con anticipación lo que los sondeos esperan de ellos. Testigos de cargo son todos los que gravitan alrededor de la política y se convierten, a veces para defender sus habichuelas, en portavoces del estado de ánimo colectivo, confundiéndolo con un puñado de cifras”. El aspecto más problemático de la política basada en sondeos radica en que los menús de preguntas se corresponden a las significaciones prevalentes en el núcleo cerrado de los políticos, expertos y periodistas que habitan ese proceloso mundo.

Me identifico con las posiciones de Baudrillard acerca de la opinión pública, y, en coherencia, entiendo que, en ese medio habitado por espectros estadísticos y flujos comunicativos exteriores, parece imposible la materialización del vetusto concepto de representación, que es el origen de las democracias. Por poner un ejemplo, vivo en mi entorno la desafección de no pocas personas de izquierdas, confundidas por los posicionamientos del conglomerado Sumar acerca de la guerra y el armamentismo, aunque comprendo la naturaleza demoscópica de sus elusiones.

Por estas razones, me parece impertinente juzgar la expulsión de Redondo desde la perspectiva del derecho al disentimiento de los viejos partidos y democracias. Estamos en la era de las democracias de opinión pública, que son, por cierto, poco democráticas o nada democráticas. Cuando veo las imágenes del Comité Federal del PSOE aplaudiendo unánimemente a su líder, tengo cierta nostalgia por los viejos congresos partidarios, en los que, si bien todo estaba previamente cocinado, se podían identificar algunas personas diferentes, así como fragmentos de diversidad que era menester ser cocinados con prudencia y sabiduría. En el tiempo de la videopolítica, todo es liso y se encuentra en formatos de escaparate, para captar la atención y promover la identificación del público.

Es el tiempo de los cultivadores de las emociones que habitan en las televisiones. También de las puestas en escena. Estos son los ingredientes imprescindibles para conquistar una mayoría en el magma de la opinión pública, y para renovarla con posterioridad, en un espacio carente de un suelo sólido. Por eso la levedad de los contendientes. Todos los dotados de cierto peso son eliminados, siendo reemplazados por un arquetipo personal caracterizado por tener un coeficiente mediático sustantivo (comunicación no verbal, porte, saber encajar los golpes y otros). Soy una persona de izquierdas y me da vergüenza escuchar a Yolanda Díaz, una lideresa desprovista de cualquier discurso, lo que compensa con el cultivo de su capital mediático personal y su capacidad prodigiosa de metamorfosis programática y transustanciación de sus posiciones políticas.

Redondo ha sido fulminado, al igual que lo fue Irene Montero y tantos líderes que han viajado por ese espacio cerrado y comprimido de la política en las democracias de opinión pública. Sin tribunales, en la intimidad partidaria, en los noticiarios y tertulias de las televisiones sin derecho a réplica. Su pecado radica en incompatibilidad con el juego.