Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

lunes, 18 de marzo de 2024

LA ESCALADA DE LA VIDEOPOLÍTICA EN ESPAÑA

 

El homo sapiens está en proceso de ser desplazado por el homo videns, un animal fabricado por la televisión cuya mente ya no es conformada por conceptos, por elaboraciones mentales, sino por imágenes

Giovanni Sartori

 

Contemplo asombrado el veloz proceso de degeneración derivado de la videopolítica. Esta ha mutado hacia una segunda fase, en la que los gabinetes de comunicación de los contendientes, ponen en circulación numerosos videos dirigidos a públicos amigos, en los que se denigra al adversario. Estos han proliferado extraordinariamente, representando un vector de comunicaciones que se complementan con las emitidas por las televisiones. Al tiempo, los tertulianos más avezados y leales a sus patrones políticos y mediáticos promueven videos en TikTok o Instagram para captar nuevos receptores, ensayando audaces formas de persuasión basadas, más que en sus argumentos, en la explotación de repertorios audaces de comunicación no verbal.

La videopolítica alcanza así un nuevo estadio, en el que el parlamento mismo adquiere la naturaleza de un teatro, en la que los contendientes ensayan formas agresivas de comunicación que son filmadas escrupulosamente por los operadores televisivos, para ser difundidas por todas las redes sociales, alimentando fragmentos de distintas clases (videos, memes, zascas, composiciones visuales y otras). Estos fragmentos audiovisuales tienden a desplazar a los proverbiales discursos escritos, ocupando un espacio dominante en el sistema comunicativo total. La última generación de políticos incorporados a las direcciones partidarias ha sido forjada en la batalla de los videos.

En el estadio en que se encuentra el sistema político inaugurado en 1978, la descomposición de sus instituciones, así como el deterioro de las reglas de juego se hace manifiesta. Al tiempo, los partidos van compareciendo como icebergs mediante distintos escándalos de corrupción, que muestran impúdicamente la facilidad con la que se desenvuelven los protagonistas de estos, los clanes políticos-empresariales que proyectan y ejecutan sus negocios con el consentimiento tácito de sus formaciones políticas. Lo nuevo estriba en que las direcciones de los partidos, así como sus medios de comunicación de referencia, presentan profusamente los casos de los rivales, al tiempo que resisten silenciosamente las alusiones a los suyos.

El parlamento y las instituciones representativas se cartelizan, adoptando las formas de las contiendas entre los cárteles de las economías ilegales. La última sesión del parlamento nos obsequió de primeros planos de altas autoridades amenazándose mediante gestos profusos, dotando a las imágenes de una fuerza equivalente a las mejores series policiales. A modo de crónica, es imposible no destacar a las nuevas estrellas de este género: María Jesús Montero, Oscar Puente, Patxi López y otros políticos progresistas, que se homologan con los proverbiales insultadores del pepé. Recuerdo la llegada de Zapatero al gobierno y las sesiones parlamentarias fatales en las que la derecha recurría a la bronca y los insultos. Los antológicos Rafael Hernando, Javier León de la Riva (el alcalde de Valladolid de los morritos de Leire Pajín) y otros artistas de violencias verbales y escénicas.

El paso de los años ha desarrollado en el nuevo pesoe unas capacidades para la bronca equivalentes a los de la derecha. De este modo, las sesiones del Congreso derivan en un espectáculo morboso de competición regida por las acreditadas competencias de insultar, abroncar, satirizar e injuriar a los contrarios. Estas competencias han crecido vertiginosamente en los partidos, que más bien devienen en clanes, en tanto que protegen las operaciones ilegítimas ejecutadas por sus operadores con el mercado y que salen a la luz. La videopolítica ya ha cancelado los análisis políticos para ser sustituidos por fragmentos audiovisuales. En la última sesión del congreso, me impresionó de sobremanera el gesto de Sánchez y Montero, rehuyendo el saludo a Díaz, marcándola así al estilo del padrino, lo que tuvo un impacto notable en el rostro de esta. Ni el mismísimo Coppola hubiera puesto en escena una situación así.

Entretanto, la ministra Margarita Robles, en un fragmento audiovisual sacado de una entrevista, alcanza un rango de memorable pues, así como quien no quiere la cosa, advierte de una guerra necesaria e inminente, nada menos que con Rusia. En un texto se podría argumentar en favor de esa posición, pero en la entrevista realiza una simplificación salvaje: Dice que, al igual que Putin ha invadido Ucrania, va a atacar a otros países europeos, por lo cual debemos prepararnos para la guerra. Esta ministra está chapada a la antigua y carece de competencias teatrales que la sitúen en el centro del volcán comunicativo videopolítico. De ahí resulta que su proposición pase inadvertida. Al no ubicarse en el cuadrilátero para competir a golpes con sus rivales frente a los públicos participantes, elude cualquier control. Tras esta incidencia se esconde una realidad inquietante: la derecha, representada en Aznar situó a España junto a las potencias promotoras de la guerra de Irak. Pues bien, veinte años después, la izquierda, representada en Sánchez, auxiliado por Yolanda Díaz, nos sitúa en la primera línea del frente en la guerra contra el renovado imperio del mal, que siempre se ubica al este.

Una decisión del rango de una guerra, ni es deliberada en el parlamento, ni en las universidades, ni en la inteligencia y la cultura, ni en ningún lugar. La descomposición de la sociedad española alcanza un nivel inédito. Este distanciamiento ascético de las actuaciones del poder político se relaciona, no me cabe la menor duda, con la preponderancia del sistema mediático, que ha debilitado el tejido social y ha reconvertido el tejido político-social en audiencias perplejas, que aceptan sin rechistar cualquier decisión, una buena parte de ellas, en contra de sus propios intereses. En ese ecosistema pervertido de comunicación, cualquier tema puede suscitar un interés provisional si adquiere el formato del guiñol político, caracterizado por una batalla en la que las personas adquieren la forma de muñecos vivientes. Me asombra que, en las próximas elecciones norteamericanas se confronten dos vetustos gerontes que adquieren la forma de estereotipos vivientes.

Confieso mi perplejidad ante el silencio del feminismo, convertido de facto en un sindicato para la defensa de los intereses de las mujeres, pero huérfano de cualquier proyecto de sociedad. Ni una sola voz ha suscitado públicamente el cuestionamiento a la actuación de las mujeres soldado y pilotos israelíes que coprotagonizan las carnicerías humanas en Gaza. Tampoco comprendo porqué se desentienden de la amenaza de una guerra, a la que nos arrastra la OTAN y nos recuerda Margarita Robles. La sociedad española se ha vaciado inquietantemente para transformarse en grupos de interés en el interior del estado.

Desde esta perspectiva se puede comprender la metamorfosis de los partidos convertidos en auténticas bandas que defienden sus intereses materiales especificados en negocios prósperos. El resultado de esta metamorfosis partidaria es la proliferación de violencias sórdidas instaladas en los representantes políticos, que imprimen a los debates parlamentarios y mediáticos una impronta defensiva de trinchera. Me disgusta contemplar cómo los partidos/banda se aglomeran sin grietas ni excepciones para defender a Ábalos o Ayuso. No existe una gama de matices ni posicionamientos, todos compactados frente al enemigo en defensa de su mercado oculto, que es factible en tanto conserven sus posiciones en los distintos gobiernos.

Pero lo más pernicioso es que esta comunicación político-mediática se encuentra orientada inequívocamente a la construcción de un público movilizado y estimulado por el imperativo del enemigo construido. Laborar para construir adictos a ese juego letal del cuadrilátero, esa es la cuestión. Así, en sesiones del congreso han desaparecido discursos propositivos fundados en el análisis riguroso. Los dirigentes ya no discuten de problemas específicos, sino que bombardean a los contrincantes mediante la activación de la hemeroteca. La dinámica de las sesiones remite a reforzar los públicos fieles mediante la advertencia del peligro que porta el rival que puede ocupar las posiciones del gobierno.

Me preocupa la impronta corrosiva e infantiloide de la mayoría de intervenciones de los líderes. En ese medio solo prosperan los gritadores y zascadores. Me impresionan los más jóvenes que se incorporan como relevo. Las estrellas ascendentes son gentes dotadas para esta confrontación de escalada de violencias verbales. Ayuso muestra su destreza en este arte y ya ha formado una escuela. Su sucesora, dotada de aptitudes para la confrontación, armada con un repertorio de frases cortas hirientes y condenas contundentes y rápidas, Noelia Núñez, ya hace sus primeras armas en el Congreso, acreditando su prometedor futuro en esta charca. El contrapunto es María Jesús Montero, que muestra su pericia como habitante del ring hablando de modo semejante a una ametralladora. Pronuncia frases en un tono que las asemeja a las ráfagas. Ahora ha ampliado su repertorio no verbal cerrando un catálogo temible para sus enemigos.

Muchas veces trato de imaginar cómo percibirían Peces-Barba y otros líderes semejantes de los orígenes estas confrontaciones en las que imperan modelos de comportamiento estrictamente gansteriles. En mi entorno cotidiano he podido comprobar lo pernicioso de esta importación de formas de seguir la política determinadas por la infantilización y la futbolización.

 

 

 

 

 

 

viernes, 15 de marzo de 2024

UN VIAJE SUBTERRÁNEO A LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSE

 

Jamás deberíamos hablar de nuestra memoria, porque si algo tiene es que no es nuestra; trabaja por su cuenta, nos ayuda engañándonos o quizá nos engaña para ayudarnos.

Julio Cortázar

Siguiendo la recomendación de Cortázar no escribo este texto como ejercicio de mi memoria. Lo que relato aquí es una excursión a la Universidad Complutense en una mañana primaveral del 2024, para acompañar a los contingentes de alumnos que van a las clases utilizando el Metro. Este fue uno de los escenarios en los que se desenvolvió una parte de mi juventud. Aún a pesar de que la comparación siempre termina por interferirse, este es un texto que se ciñe a la realidad vivida a día de hoy. Cada momento de esta incursión me ha producido distintas fascinaciones y perplejidades, que han contribuido, simultáneamente, a movilizar y reducir mi nostalgia.

Empecé este viaje a las diez de la mañana sumergiéndome en el Metro, en la estación de Sáinz de Baranda, en la línea 6 en dirección a Moncloa. El Metro es un espacio sumergido por el que transitan distintas multitudes según los horarios. Hasta las nueve de la mañana comparecen los inscritos en eso que se denomina como mercado de trabajo, prestos a realizar su jornada. Los acompañan las legiones de gentes que se desempeñan en el trabajo desregulado, muchos de ellos extranjeros. Pero, el Metro es un dispositivo en el que entran y salen distintos contingentes humanos unificados por sus horarios.

Después de las diez disminuye la afluencia y cambia el público. En este tramo horario se desplazan principalmente estudiantes; gentes ocupadas en los cuidados mercantilizados; múltiples personas ubicadas en chapuzas y labores ocasionales; laboradores de currículums que recorren el espacio urbano para ofrecerse como candidatos, o gentes que visitan familiares mayores realizando trabajos informales. Estas multitudes habitan en los confines del mercado de trabajo y no son reconocidas por el sistema, el estado, y, en particular, la izquierda, que vive en la nostalgia del fordismo, la vieja fábrica y los conglomerados de trabajadores estables. En estos públicos viajeros, la soberana precariedad, el hecho más determinante de este tiempo, unifica esa nutrida red de categorías específicas de ocupaciones secundarias.

El Metro es la institución de la movilidad que recibe partículas humanas que se conglomeran durante el viaje para diseminarse en las sucesivas estaciones, según el principio de la disgregación de los itinerarios individuales. En la era vigente del capitalismo neoliberal, el diagrama institucional del Metro deviene como modelo para todas las instituciones, incluida la Universidad misma. El principio de individuación que rige entre los viajeros ocasionales se instaura para la gestión de la población de compradores de créditos. Estos acuden a las actividades presenciales según el principio de cada uno según su menú, de modo que se integran en distintos grupos de docencia correspondientes a distintas asignaturas.

Cada cual construye así su horario, que es radicalmente personal, implicando su entrada en distintas clases o seminarios, de los que resulta una trayectoria personal dentro de la institución. El estudiante actual es un nómada que fluye en la red de actividades académicas establecidas, asemejándose a los viajeros subterráneos. Los grupos correspondientes a las clases devienen así en una versión de un vagón del metro, conformando grupos que desde la sociología se han definido como de “cola de autobús”. Contigüidad física con ausencia de relación personal, y, sobre todo, una relación personal provisional, en la que, en cada estación se recompone de nuevo el grupo de viajeros con los que han entrado y los que han salido.

El Metro y la Universidad representan modelos sociales e institucionales que presentan coherencias con la institución central de la precariedad, al producir sujetos individuales dotados de objetivos diferenciados, de modo que no pueden ser aglomerados en nada estable. Lo más relevante radica en los efectos sobre la subjetividad, que es modelada mediante lazos débiles y provisionales, y nunca asentada en un espacio. El sujeto precario es una entidad autónoma que fluye en un diagrama social, al igual que el sujeto de las instituciones de la movilidad, bien el automóvil -cada cual encerrado en su cabina- o el metro. Desde algunas sociologías críticas se explica este proceso de individuación como capitalismo postfordista. El primer conglomerado estable que se disuelve es la vieja fábrica fordista.

Una vez que accedí al vagón me encontré con un espacio en el que rige el principio de individuación más radical, en tanto que los viajeros se ignoran mutuamente al estar concentrados en las pantallas de sus sagrados smartphones. Siempre que vivo esta situación no puedo evitar un elogio a la capacidad de concentración de tan laboriosos hiperconectados. No se ve ni una distracción. Se puede identificar una disciplina encomiable. Recuerdo que en alguna ocasión fui a mi facultad de Granada a las aulas que abrían por las noches en tiempo de exámenes. Cada estudiante se asentaba en una mesa. Una vez resuelta su ubicación, la gente salía a aprovisionarse de viandas y bebidas, además de cultivar los encuentros con otros esforzados preparadores de exámenes. Una vez vueltos a su lugar comparecía su sistema relacional que demandaba atención en el móvil. El resultado era que una persona que había estado cuatro horas allí, había estudiado solo dos. De ahí mi elogio a los viajeros subterráneos que aprovechan todo su tiempo de viaje en los deberes digitales.

En la tercera estación, en ese sistema congelado del vagón, aparece un músico que instala su altavoz y nos obsequia con una canción, solicitando al final una ayuda. Después, apareció un hombre de unos sesenta años pidiendo una ayuda, dada su situación desesperada. Al llegar a la estación de Cuatro Caminos otro hombre, extraordinariamente flaco y desaliñado, pidió para desayunar. En los tres casos, nadie prestó atención alguna, practicando el arte de no mirar. En cualquier caso, en un sistema social como un vagón parece imposible practicar la mendicidad. Cada cual está pensando en la estación de destino, y, además, entre los cuerpos presentes parece imposible cualquier conexión. Pero el sistema social dualizado produce unas grandes reservas humanas en situación de miseria extrema, de modo que se hace presente en todos los espacios que carezcan de barreras de entrada.

Al llegar a la estación de Ciudad Universitaria abandoné el vagón y me integré en la multitud andante de camino a las facultades. Me encanta vivir este sistema de individuación tan radical. La gente sale de sus vagones y se aglomera en la dirección de las escaleras mecánicas de la salida. Allí se integra en otra forma social dotada de una geometría peculiar: la fila o la cola. Esta adopta la forma de cada cual antes del siguiente y después del anterior. En la salida de nuevo se dispersan en distintas direcciones, aunque todas unificadas por el destino final común: desembocar en un aula en la que son aglomerados en filas y columnas. En la dirección de mi vieja facultad, pude meditar acerca de la perfección del sistema de poder. Un sujeto gobernable y gobernado, móvil, que transita entre distintos contenedores espaciales y se encuentra conectado a un sistema hipermóvil de contenidos: mensajes, videos y fragmentos audiovisuales.

Esta excursión vivida concluyó con el retorno de una vieja idea personal que incubé en los años del 15 M y siguientes, en la que tuvieron lugar muchos textos, interacciones, movilizaciones y estados de efervescencia política, hasta que el sistema recuperó su viejo equilibrio reabsorbiendo los contenidos críticos, mediatizándolos en las televisiones como simulacro, y haciendo ministros, consejeros, concejales o asesores a una parte de los contestatarios. Se trata de utilizar la fila de modo inverso a su significación. La fila es un medio de organizar un conjunto de personas de modo que se dificulte su interacción, lo cual favorece a quien las gestiona. Por eso es universal en medios educativos, militares, industriales y otros.

Esta idea se basa en constituir filas que adopten las formas de los ciempiés, fluyendo por las aceras en múltiples trayectorias visibilizando una disidencia. Estas no requieren convocatoria, ni dimensión, ni se encuentran fuera de la legalidad. Desde siempre he imaginado la potencialidad de esta forma de acción y he imaginado una ciudad en la que aparecen distintas culebras en diversos espacios. Pero, a día de hoy, me parece imposible renovar los repertorios de acción de unos movimientos sociales subordinados a las televisiones o los partidos políticos. Las élites partidarias viven un momento de declive cognoscitivo manifiesto y la mayoría de los sujetos políticos se encuentran determinados por la supervivencia.

Esta fue una mañana vivida entre una nube de conectados que se encontraban desconectados entre sí, así como estudiantes prestos a vivir su mañana en las formaciones sociales del vagón de metro, las filas y las aulas. El estado de las zonas ajardinadas de la Complutense, contiguas al Parque del Oeste, se mostraban desoladas, desiertas. Estaban esperando revivir las noches del largo finde, recibiendo a los fugados de los tránsitos entre los vagones, las filas y las aulas que conforman lo que se entiende como botellón. Este adopta una configuración espacial de grupos compactos de sujetos huidos de sus severos contenedores sociales. En este conglomerado humano tienen lugar, también, múltiples trayectorias individuales.

 

 

 

 

martes, 12 de marzo de 2024

LA OMS, LAS PANDEMIAS Y LA ÚLTIMA VERSIÓN DEL TEMOR DE DIOS

 

El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la disciplina.

Proverbios 1:7

No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al Señor y huye del mal. Esto infundirá salud a tu cuerpo y fortalecerá tu ser

 Proverbios 3: 7-8

Pero para ustedes que temen mi nombre, se levantará el sol de justicia trayendo en sus rayos salud. Y ustedes saldrán saltando como becerros recién alimentados

Malaquías 4:2

El temor de Dios es un elemento central y estructurante de las religiones monoteístas. Durante muchos siglos ha tenido un efecto homogeneizador sobre distintas personas y poblaciones. El desarrollo de la Modernidad ha rebajado sustantivamente esta presión formidable para tan atribulados fieles, suavizando gradualmente la coerción. Pero permanece inalterable el precepto que otorga sentido a estas prácticas religiosas: se trata de obtener una aceptación e interiorización total y absoluta, renunciando a la deliberación interior. El sujeto practicante debe asumir su infinitud frente a la deidad, de modo que se entregue integralmente a esta adoptando una sumisión completa. Así se construye una obediencia ciega que implica un abandono en las manos de la legión de clérigos que hablan en nombre de la divinidad.

En el curso de la Modernidad este modelo ha cedido a formas coercitivas más blandas. Pero, al mismo tiempo, ha transferido este modelo de capitulación personal frente a un ser superior a distintas formaciones y constelaciones organizativas que han remodelado ese arquetipo individual de persona sometida a una autoridad que encarna una finalidad superior.  La renuncia a la iniciativa propia; la propensión a la aceptación sin dudas ni preguntas; el blindaje frente a otros portadores de otras verdades; la obediencia sin contrapartidas, son los elementos de ese arquetipo individual autosometido a una autoridad superior, que comenzó en las rigoristas iglesias medievales y, en el presente, adopta distintas formas que llegan hasta la apoteosis de ser “seguidor” en las redes sociales. No hay experiencia más sórdida que encontrarse cara a cara con un seguidor o fan del Real Madrid, Ayuso, Rosalía, Jordi Évole  y tantas otras divinidades menores.

En las vigentes sociedades postdisciplinarias, que son principalmente postmediáticas, proliferan deidades menores que transitan en ciclos temporales suscitando pasiones entre sus seguidores. Los medios, y la televisión en particular, son los espacios en donde se procede a la construcción de idolatrías. En estos días se puede identificar una colosal actividad de santificación de Mbappé. Pero este sistema heredero de las viejas religiones opera mediante la reafirmación de los nuevos brujos/santos, que son los expertos. Estos constituyen la forma contemporánea más generalizada de sancionar ídolos mediante la denegación de la autonomía y especificidad de las personas, al convertirlas en seguidores de los expertos, que comparecen monopolizando la voz y apelando a nuestra fe en sus peroratas modeladas por los lenguajes científicos, presentados como el sumun del esoterismo.

La pandemia de la Covid 19 ha inaugurado una nueva época, en la que la amplia troupe de virólogos, epidemiólogos, urgenciólogos, salubristas y otras especies sanitarias, se acercaron al rango obtenido por los vetustos representantes de Dios en la Tierra. Esta clase de expertos en la semidiosa salud, operaron mediante los viejos códigos religiosos. Así, el principio de la sabiduría era obedecer y no preguntar. Es decir, creer. El fundamento de esa fe en la nueva autoridad superior fue la amenaza frente al pérfido virus. La salvación radica en creer y obedecer. De ese modo esta troupe profesional emitió disposiciones incuestionables que los convirtió en expertos en la vida e ingenieros de la intimidación. Las imágenes de sus prédicas custodiados por los mandos policiales fueron antológicas.

Para cerrar el análisis del dominio de esa casta sacerdotal sobre la población en el nombre de que la sabiduría estriba en someterse alegremente al saber superior de los providenciales salvadores, los fieles contagiables se congregaban en los balcones para practicar sus oraciones y sus plegarias. Desde esta perspectiva, un elemento cultural esencial de este sistema neoreligioso, es el de construir a sus propios impíos, herejes y paganos, que son designados con el prodigioso tópico de “negacionistas”. Estos son aquellos que no aceptan las sagradas palabras de los expertos, que se supone que detentan el rango de Sagradas Escrituras, de modo que no es pertinente que sean deliberadas y discutidas por tan minúsculos discordantes. Se supone que estos han perdido su noción de seres mortales, olvidando su miserable envergadura frente a los nuevos gigantes de la Ciencia, el Estado, la Industria o la Medicina.

Para cerrar esta reflexión, es pertinente asociar el viejo concepto de “pueblo de Dios” con el nuevo concepto de “pueblo vacunado”. En la gigantesca operación de la vacunación, un hito en la industria farmacéutica, se concertaron varias formas de coacción frente a los pretenciosos contestatarios. El estado estableció el pasaporte Covid, en tanto que los medios pusieron en escena múltiples formas de desacreditación de los negacionistas malignos. Por último, en la asistencia sanitaria se hizo imposible, expresar dudas siquiera, con respecto a las vacunas. Todos los artificios conceptuales, resultantes de una larga era de secularización de la medicina -autonomía del paciente, consentimiento informado y otros- quedaron hechos añicos. La restricción de acceso brutal y las condiciones de hospitalización significaron un retroceso extraordinario. Recuerdo las colas al sol frente a los centros de salud y otros episodios emblemáticos de la gran regresión sanitaria.

En esta nueva sociedad en la que reina una nueva divinidad experta, que pretende convertirnos en autómatas de la aceptación incondicional, brilla especialmente la OMS. Para esta la pandemia fue “una oportunidad”, dicho en el lenguaje de la empresa postfordista. Esta significó un salto para ubicarse en el privilegiado campo de los decisores y operadores políticos, es decir, por encima de los estados nacionales. Ahora llegan noticias del novísimo Tratado de Pandemias, en el que se sanciona su autoridad jerárquica sobre los estados, ejerciendo el control sobre las poblaciones en nombre de la salud. Desde esta perspectiva, la pandemia fue la primera de la serie de pandemias que anuncian un perfeccionamiento en el arte de confinar poblaciones y domesticar drásticamente a las personas, consideradas como moléculas integrantes de los conglomerados humanos vacunables, es decir, como componentes de un sistema gobernado por el principio supremo de bioseguridad.

Llama la atención el silencio y la complicidad de tan benévola organización con respecto a la facticidad de una guerra global. Pero, cualquier análisis sociológico riguroso pone de manifiesto que, con las pandemias, el complejo médico-industrial adquiere la condición de líder en la gobernanza mundial, reduciendo la diferencia con el complejo militar-industrial. Lo paradójico radica en su supuesta incompatibilidad, en tanto que este último puede reducir contundentemente los contingentes de la población vacunable. Lo más perverso de este tiempo es la desviación de finalidades y la opacidad de los verdaderos fines. De esta forma, la OMS incrementa su condición de macroorganización cargada de misterios y secretos, que, al igual que las viejas iglesias devienen ininteligibles. Así que es menester restaurar el principio de que la sabiduría estriba en creer y aceptar. "no seas sabio en tu opinión". Tienes que ser recatado (sensato).