Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 10 de septiembre de 2019

EL ANIMISMO MÉDICO-FARMACÉUTICO


En otros tiempos, las gentes se convertían en sus propias víctimas al atribuir poderes médicos a sus sacerdotes; hoy, se torturan atribuyendo poderes mágicos a sus médicos. Enfrentados con personas dotadas de poderes tan sobrehumanos…los hombres y las mujeres tienden a someterse a ellos, con esa fe ciega cuya inexorable consecuencia es la de convertirse ellos mismos en esclavos y convertir a sus <<protectores>> en tiranos.
En la Edad media, la vida y el lenguaje de las personas estaban impregnadas de la imaginería de Dios y limitados por la ideología cristiana; hoy, están impregnados de la imaginería de la ciencia y limitados por la ideología médica.

Thomas Szasz. La Teología de la Medicina.

Este libro de Szasz fue publicado en 1977. En este tiempo, la institución medicina se constituye mediante una sólida alianza con el Estado. De esta resulta el Estado Terapéutico, que representa un poder instituido que sobrepone a las personas, que reemplaza a la religión. La asistencia médica, en los años de expansión de su arsenal diagnóstico-terapéutico, se instala en el imaginario colectivo de las sociedades industriales maduras. Las ideologías médicas alcanzan su cénit en este tiempo, convirtiendo sus prescripciones en una obligación social. Estos credos médico-estatales, presentan analogías con las viejas religiones y con las prácticas religiosas propias de las sociedades anteriores.

Desde los años ochenta, convergen dos grandes mutaciones sociales que remodelan la asistencia médica. Por un lado, las sucesivas rupturas tecnológicas que representan un salto en el potencial diagnóstico-terapéutico del complejo médico-industrial. Por otro, se quiebra la relación entre el estado y el mercado prevaleciente en las sociedades industriales. El equilibrio se rompe a favor del mercado, que experimenta una expansión formidable. Así, la asistencia médica es drásticamente reestructurada y remodelada. La industria biomédica multiplica sus capacidades y toma decididamente  el relevo en la dirección del complejo médico-industrial.

La salud se convierte así en un vector económico de una importancia creciente para un nuevo sistema industrial que se sustenta en el principio de un crecimiento permanente, que termina siendo manifiestamente compulsivo y desbocado. La asistencia médica se adapta a esta situación mediante la asunción tácita del valor económico que representa en el conjunto de un sistema económico integrado. Tanto los profesionales como los pacientes son estimulados por las nuevas instituciones que se instalan en su medio, principalmente la institución-gestión, que representa el enlace entre el sector de la salud y el conjunto del sistema productivo.

Así, la asistencia médica es remodelada por las nuevas instituciones, que importan nuevos saberes, métodos, culturas, sentidos y prácticas, que tienen su origen en otros sectores industriales. Escoltando a la gestión, comparecen con un vigor inusitado el marketing, la publicidad, las instituciones de la psicologización, los métodos de lo que se denomina como recursos humanos, así como otros saberes y métodos mercadológicos. Todo el nuevo repertorio se instala en nombre del imperio de la novedad, que rige en todo el sistema de producción y consumo de las nuevas sociedades postindustriales, postfordistas y postmodernas.

El advenimiento fulgurante de lo mercadológico, no modifica sustancialmente el sustrato ideológico de las religiones civiles preponderantes en el antiguo Estado Terapéutico enunciado por Szasz. Por el contrario, revitaliza los supuestos, los sentidos y las prácticas subyacentes en la asistencia médica. El progreso en el tratamiento de algunas enfermedades y dolencias, junto a la prodigiosa expansión de la comunicación, que en el nuevo sistema se fusiona con la producción, determina la generación de un áurea asociada a la intervención médica, que termina configurando una renovada y vigorosa teología de la medicina.

El resultado de esta emergencia, es que, tanto los medicamentos como las cirugías y otros tratamientos médicos, adquieren la condición totémica. Los pacientes, reconvertidos en feligreses sustentados en una fe encomiable, generan unas expectativas con respecto a los productos del complejo médico-industrial, que desembocan en la constitución de un imaginario que asigna un valor a la asistencia médica que se inscribe en lo sobrenatural. Así se constituye una asistencia que se acompaña de un halo mágico. En este sentido, se puede hablar en rigor, tal y como indica el título de este texto, de un verdadero animismo médico-farmacéutico, imperante en tan avanzadas sociedades.

Los tratamientos, las grageas y otros productos, son simbolizados en términos equivalentes a la magia. En las representaciones de los profesionales, pero, principalmente de los pacientes, adquieren una condición equivalente a las marcas, en tanto que se encuentran dotadas de un valor simbólico que desborda al valor pragmático derivado de su propio uso. El paracetamol o el ibuprofeno, entre otros, adquieren la condición de verdaderos amuletos, reliquias o iconos. En los discursos cotidianos se les atribuye un valor mágico que emana de su interior. De este modo se constituyen en símbolos de la cultura canonizada. En coherencia con esta divinización, se instalan en la vida cotidiana. Recientemente, se está expandiendo la costumbre de regalar a los invitados de las bodas, un pack de productos farmacéuticos para facilitar la recuperación de la resaca y favorecer la atormentada digestión.

Los medios de comunicación construyen narrativas acerca de la milagrería terapéutica. El código de estos discursos remite inequívocamente a lo mágico. Los médicos son investidos de un áurea sobrenatural que sobrevalora sus verdaderas capacidades. No es de extrañar que se multipliquen las agresiones cuando no se resuelven los problemas que se suscitan en la asistencia. Se atribuye un valor mítico a todo lo nuevo. Así se constituye un horizonte de espera para que comparezcan las soluciones mágicas encarnadas en nuevos productos y tratamientos. El tiempo que rige en este sistema religioso de significación es inmediato. Los milagros tienen que producirse continuamente para realimentar las expectativas de los feligreses.

Las altas expectativas de progreso incesante e inmediato, termina por generar un clima de ilusión que deviene en tensiones y malestares, que son inevitables en esta situación en la que predomina lo sacro. El efecto más pernicioso de esta religiosidad médico-mercadológica, radica en la creación de un nuevo arquetipo de enfermo, el paciente-luchador. En una situación en la que se espera el advenimiento inminente de soluciones a las enfermedades, se transfiere al paciente la responsabilidad de facto. Se solicita su activación mística para compensar los efectos de su enfermedad, asignándole un papel determinante en su curación. El mercado del cáncer ilustra los efectos devastadores del paradigma del enfermo luchador. Se supone que aquellos que sobreviven se encuentran dotados de una fe primorosa.

Tal y como sucede en las viejas religiones, el devoto tiene que acreditar una fuerza interna para salvarse. La responsabilidad de su recuperación es intransferible. Así, aquellos que sobreviven durante un tiempo a las enfermedades fatales, son considerados como héroes provisionales. Se hace patente el precepto de que “la fe mueve montañas”. Los profesionales adquieren de esta forma el papel de verdaderos hechiceros, que estimulan a los pacientes a cultivar su fuerza interna fundada en la esperanza. Las enfermedades constituyen pequeñas comunidades de pacientes, que se asemejan a las comunidades religiosas protestantes, que se estimulan mediante músicas, discursos, así como otros medios que generan situaciones de éxtasis. Me impresiona mucho la exportación de estos métodos a la mismísima salud comunitaria. He podido observar los métodos imperantes en grupos congregados para distintas actividades destinadas al incremento de la salud, basados en la animación eufórica.

Este misticismo religioso presenta coherencias con las nuevas corrientes prevalecientes en el management y otras disciplinas mercadológicas, así como en el dispositivo psi. Se trata de estimular la euforia, el éxtasis, las emociones colectivas, las ensoñaciones y la exaltación de los sentidos. Las últimas versiones de estos saberes-métodos mercadológicos, remiten a lo místico, y, en algún caso, a lo esotérico mismo. En este sentido, se puede afirmar que en el tiempo nuevo no declina lo sagrado, sino que, por el contrario, renueva sus formas. La nueva religión médico-mercadológica es más activa que la que prevalecía en la sociedad industrial que Szasz analizó. Se puede formular la analogía entre aquella que representaba al catolicismo, más pasivo y dirigido por la cúpula episcopal y sacerdotal. Ahora, se configura un modelo protestante de activismo descentralizado y protagonismo de los pacientes-luchadores congregados en grupos y pequeñas comunidades activas. En este nuevo modelo, la excitación mística y la activación de la fe, adquieren un protagonismo incuestionable.

En este mundo de ensoñaciones terapéuticas, se incuba una tensión singular que afecta a algunos de los profesionales de la atención primaria. Su posición de encuentro continuado con los pacientes les hace vivir las limitaciones de la nueva milagrería médico-farmacológica. Así se constituye un escepticismo fundamentado en su mismo ejercicio profesional, así como un gradiente de agnosticismos. En mis años de profe en el campo de la salud, recuerdo que, en el final de los cursos, tras varias semanas de reclusión académica involucrada con la emergencia mercadológica y sus misterios, decían que “ahora regreso a mi centro para encontrarme con la realidad”. Querían decir que su realidad no era la constituida en torno a las fantasías de la asistencia médica en la sociedad del crecimiento. Después de unas semanas en contacto con las revelaciones médicas, retornaban a una tierra en la que escasean los héroes.

Por eso, al escribir este texto, no sé la razón por la que me he acordado de Javier Segura, un ateo de acreditado largo recorrido, sostenido y sostenible,  del sistema sanitario fundado en milagrerías y santerías terapéuticas.  La privatización acumulativa experimentada en el presente, se funda en la fe encomiable y sostenible de los pacientes- feligreses de esta extraña iglesia resultante de la fusión entre la medicina y el mercado infinito.

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