Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

viernes, 30 de abril de 2021

LA REACTUALIZACIÓN DEL FASCISMO Y LA IZQUIERDA DEL MUSEO DE CERA

 

Estaba por cumplir cuarenta y cuatro años, que eran casi la vejez.

Jorge Luis Borges

La situación en Madrid remite a una confrontación entre una derecha que ha reciclado su viejo autoritarismo, reconvirtiéndolo en una versión del proverbial gilismo marbellí, que se recombina con el trumpismo emergente, y una izquierda radicalmente petrificada, que en distintas versiones muestra su inadecuación a las nuevas realidades. El postfranquismo ha ido carcomiendo intelectualmente a la izquierda, que en el cuarenta y tres cumpleaños de la Constitución muestra impúdicamente el vacío de su pensamiento y su desvarío. La izquierda se ha extraviado en el camino entre el pasado y el presente.

La ausencia de pensamiento acerca del acontecer histórico es rellenada por los esquemas y categorías legados por lo que se denomina como “ciencia política”, en su versión empírica en la era del mercado total. Este saber segregado separa los fenómenos políticos de la estructura social, generando un conglomerado de conceptos acerca de comportamientos electorales, formación de gobiernos y programas políticos. Estas conceptualizaciones se fundamentan en el principio axial de que la sociedad es el electorado, solo el censo electoral, un conjunto definido por votantes compradores de productos políticos que deciden sus elecciones mediante su condición de espectadores del acontecer político mediatizado. La comunicación política adquiere todo su esplendor en esta galaxia de imaginerías políticas.

La influencia del mercado total es abrumadora. La izquierda renuncia a la filosofía, la historia o las ciencias sociales en favor de los saberes del mercado. La apoteosis del marketing, la publicidad y la comunicación desplazan a los viejos saberes. Todo cristaliza en la conversión de la política en un mercado electoral, en el que se dirime una puja entre distintos productos. En ausencia de los movimientos sociales, extremadamente débiles y localizados, en esta burbuja todo adquiere la condición de lo líquido. Nada es sólido y todo se encuentra sometido a un movimiento perpetuo que, al igual que los productos, hace imprescindible la renovación permanente para satisfacer  a los ínclitos espectadores, necesitados de una narrativa restaurada con nuevos capítulos que concite su atención a las pantallas.

En este espectro luminoso de la opinión pública, resultante de las comunicaciones perennes mediáticas, y que convierte a cada uno en un espectador comprador (votante), se recicla el veterano fascismo español. Este renueva sus fachadas y sus imágenes. Ahora reclama la libertad, entendida como quimérica desvinculación social. El privativo nacional catolicismo deviene en un exótico liberalismo local. Este es una síntesis de las renacidas ultraderechas europeas, con la restauración del núcleo básico del viejo movimiento nacional, al que cabe añadir la médula del pujante neoliberalismo. El resultado es un conjunto explosivo, que se encarna en Vox, pero que se extiende mucho más allá de sus fronteras.

Uno de los elementos que más favorecen la confusión conceptual se deriva de la politología empírica. Esta constituye con los programas de los partidos un eje imaginario derecha-izquierda, que desempeña un papel fundamental en el conjunto del sistema conceptual. Así se genera un imaginario topográfico, que necesariamente sustenta los dos extremos de la escala. De ahí resultan dos fantasmas que concitan todos los males, las extremas derecha e izquierda, que con su existencia liberan a los ubicados en el centro de la escala de toda sospecha. Así, el retorno de un autoritarismo creciente y el renacimiento de distintos elementos del viejo franquismo son atribuidos en régimen de monopolio a los malvados extremos, que contaminan a aquellos asentados en las topografías imaginarias del centro.

El descarte de la perspectiva histórica hace opacos e incomprensibles los procesos de evolución que han tenido lugar en el postfranquismo. Los saberes de la época son radicalmente ahistóricos, confiriendo a los análisis una trivialidad considerable. La complejidad política y social se disuelve en el contenedor de la hemeroteca, que es un conjunto infinito de datos e imágenes sin elaboración, prestos para servir a cualquier argumento. Pero esta es la única referencia válida en una sociedad postmediática. El pensamiento, las ciencias sociales y la historia son silenciadas por la velocidad de la función que se representa, que encadena temporadas y capítulos sin descanso.

En un entorno de estas características crecen discursos, prácticas políticas, ideologías y partidos que mantienen vínculos con el fascismo convencional. Pero no se trata de la restauración de éste, en tanto que fenómeno histórico singular. Más bien significa la emergencia de un nuevo autoritarismo propiciado por la descomposición de las democracias asociadas al fordismo y al keynesianismo. Sobre este vacío prosperan las iniciativas de distintos actores a favor de un nuevo fascismo compatible con el neoliberalismo. En España supone la definitiva salida a la superficie de los sectores sociales identificados con el franquismo, que han guardado silencio los largos años del régimen del 78. Ahora se destapan y muestran sin pudor sus posicionamientos. Vox es un territorio de acogida de estos contingentes, pero también el partido popular y el ya extinto Ciudadanos. La propuesta de una democracia compatible con el autoritarismo convoca a muy distintas gentes.

Pero la emergencia de las renovadas formas de fascismo adquiere una complejidad considerable, en tanto que el verdadero problema radica en la despolitización de las sociedades del presente, y en particular de las nuevas generaciones. Así, el fascismo comparece como una de las partes constitutivas de la contienda política, que se asienta en la burbuja mediática externa a la vida. En estas condiciones es extremadamente difícil replicarlo y combatirlo. Se trata de un fascismo- ficción, lejano a lo vivido, que se encuentra muy distanciado de la vida común.

El nuevo fascismo se encuentra perfectamente aceptado e integrado en el sistema mediático y las instituciones. En tanto que parece aceptar el texto de la sagrada constitución, es bienvenido al extraño mundo de la política y sus relatos, en los que representa el papel de la extrema derecha, que se especifica en una aportación simbólica que proporciona una riqueza de memes y microhistorias considerable. El territorio sobre el que se expande se encuentra determinado por la endeblez de las instituciones, la debilidad del tejido social y la inanición de los valores comunes. La  vigorosa individuación, que resulta del avance del neoliberalismo, refuerza la descomposición del tejido social.

En este contexto se hace factible la aparición de liderazgos tóxicos, basados en narrativas quiméricas. El discurso de Ayuso remite a la experiencia de Jesús Gil, portador de una retórica basada en la milagrería. Es estremecedor escuchar las simplezas de la señora Ayuso, que obtienen un respaldo muy importante en sectores ciudadanos. Es imposible eludir la ausencia de valores democráticos en el juego electoral. En esta burbuja, la apelación a valores conduce a una irrealidad escalofriante. El medio ha terminado efectivamente por sustituir el mensaje. La señora Ayuso no ha necesitado una campaña de argumentación de sus posiciones. Solo necesita proyectar su imagen y reproducir el modelo televisivo de defender sus pasiones al estilo de la Esteban.

En esta situación la izquierda se encuentra radicalmente desconcertada. Su reconversión a la moneda común de la mediatización se compatibiliza con la proliferación de discursos programáticos que apelan a valores abstractos para grandes contingentes de electores. En este sentido representa un papel que puede explicarse mediante la venerable institución del museo de cera. Sus figuras, sus retóricas y sus programas se encuentran congelados y pasan a formar parte del orden glacial del museo de los no vivientes. Prefiero no desarrollar este argumento unos pocos días antes de la votación. Lo haré con posterioridad. Parece imposible compatibilizar las esencias de la izquierda con los imperativos de la burbuja político-mediática. Esto sí que es un verdadero milagro. Cuarenta y tres años de postfranquismo la han deteriorado gravemente. Se parece demasiado a la señora mayor de Borges del informe de Brodie.

 

 

 

lunes, 26 de abril de 2021

LOS ALTAVOCES: LOS SONIDOS DE LA SOCIEDAD DE CONTROL

 


El silencio es paz. Tranquilidad. El silencio es bajar el volumen de la vida. El silencio es presionar el botón de apagado.-

Khaled Hosseini

Durante toda mi vida me he esforzado por liberar tiempos y espacios en los que pudiera distanciarme de los ruidos desagradables. Siempre he estado muy necesitado de esas pausas. La protección de una audición amable ha sido una de mis prioridades. El oído desempeña un papel de juez de mi vida. Rechaza imperativamente las voces desagradables; las músicas estridentes lejanas a mi estado personal; los tonos agrios y las riñas; las fiestas cuando me encuentro separado por una frontera de las mismas;  los ruidos derivados de los grandes colosos de la época, los automóviles,  las televisiones lejanas y ubicuas, así como las máquinas de las obras que me tienen cercado desde mi infancia.

Por el contrario, siempre he buscado las posiciones en las que pueda disfrutar de la música, la conversación pausada, las risas compartidas, los estados de euforia, la naturaleza y en particular, el mar. En mis devaneos por conseguir lugares silenciosos en los que pueda disfrutar pausas, mi capacidad de cálculo se ha multiplicado para evitar que los no deseados interfieran a los deseados. Las búsquedas en los paseos marítimos, en las zonas de costa, en grandes parques y bosques, me configuran como un cazador de un bien tan valioso e imprescindible como es el silencio o los sonidos sosegados y placenteros. Mis paseos por el Retiro o la Casa de Campo se pueden definir según la dicotomía pájaros/motores. Busco a los primeros tratando de neutralizar los segundos.

El pasado viernes 23 de abril tuve una colisión monumental con la nueva sociedad de control, en su versión de sociedad epidemiológica avanzada y totalizante. Me encontraba a las siete de la tarde en el parque del Retiro de Madrid, en la zona de Las Campanillas. Estaba paseando con mi vieja perra en este lugar relativamente silencioso. Me encanta verla corretear por el césped entre los árboles, y, en estos paseos, mantenemos una intensa comunicación que excluye los sonidos. Nos buscamos cuando nos alejamos y jugamos a nuestra versión del proverbial escondite. El juego tiene lugar sin sonido alguno.

En esta situación de disfrute sensorial en mi paraíso interior un ruido inesperado me sacudió. Se trataba de un sistema de megafonía que han instalado en todo el parque y que permite a los vigilantes del mismo avisar al público sobre los riesgos y las decisiones de las autoridades. El volumen de los altavoces me pareció extremadamente agresivo en ese lugar y momento. Esta violación de mi estado personal de desconexión con el mundo de los ruidos, en el que las máquinas emiten una sinfonía de sonidos concertada, siendo la bocina y el claxon las estrellas de esos conciertos, me suscitó un intenso sentimiento de inquietud y perturbación. La aparente soledad en este paraje, resultaba engañosa, en tanto que el poder se había instalado sobre ella por vía aérea y acústica.

La megafonía es un instrumento esencial para el control de la población. Es una comunicación en la que el emisor deviene incontestable sobre un receptor sin posibilidad de réplica. En la comunicación por altavoces, el sentimiento de insignificancia adquiere una grandiosidad destructiva. Es el momento en el que cada receptor se percibe como un átomo  desprovisto de la potestad de contestar. Es  la apoteosis de la no conversación, una forma de lo social destinada a amasar y compactar a los receptores, persuadidos por su posición cautiva, en tanto que no pueden escapar al sonido avasallador del emisor. El volumen de la voz es muy violento, pero el tono conminativo es todavía más omnipotente. Suena como a metálico, sugiere una advertencia de que es obligatorio obedecer a sus mensajes.

El altavoz es una herramienta de los poderes disciplinarios. Es habitual en las organizaciones totales. En el hospital anuncian los ciclos diarios. El silencio de la noche, con la excepción de conversaciones lejanas y esporádicas, cede al amanecer, que es anunciado por la puesta en marcha de la limpieza, los desayunos, las medicaciones, las revisiones médicas, los traslados a las pruebas y las visitas de los familiares. La tarde también tiene su propio perfil audio, que se desvanece tras la cena. También la cárcel, espacio en el que lo auditivo alcanza una intensidad desmesurada. La celda es un receptor de sonidos. Escribí en 2017 en este blog una entrada que se definía la cárcel como la sinfonía de los cerrojos.

Es imposible separar la comunicación por megafonía del poder, la jerarquía y el control. Goebbels fue el genial inventor de la combinación de los altavoces con las geometrías de las multitudes concentradas en los desfiles y las manifestaciones de masas. Su invento se perfecciona y se reproduce mucho más allá de su final. Me impresiona mucho la puesta en escena de las intervenciones de las autoridades de todo signo, que concitan la presencia de productores de imágenes, sonidos y efectos especiales que se expresan en macropantallas y altavoces que tienen como efecto de que cada espectador se sienta simultáneamente muy pequeño con respecto a los emisores y muy grande por formar parte de la emoción común derivada de la concentración y contigüidad de los cuerpos.

Los que me conozcan como profesor podrán recordar mi aversión total a la megafonía. Para una clase de sociología es una barrera formidable. Lo mismo en los congresos, en los macrocentros comerciales o en el estadio. Los altavoces imprimen un sello a las comunicaciones mediante su insalvable unidireccionalidad. Instituyen una distancia imposible entre las partes y compactan a los destinatarios solicitando su adhesión liberada de su respuesta. Constituyen la apoteosis de lo radicalmente anti democrático. El excedente de la combinación luces y sonido denota un problema crucial en la sociedad de masas. Siempre he admirado el teatro y sus distancias cortas, en el que las voces se producen en la inmediatez del público.

Ahora han llegado hasta el Retiro y han evacuado mi refugio acústico y sensorial. Hice una rápida comprobación para confirmar el alcance del sistema. Mi desolación se incrementó al confirmar que alcanza a todo el territorio del parque, no hay escapatoria ni rincón alguno en el que se pueda eludir. Aún más, hoy mismo he confirmado que se oye perfectamente desde las calles exteriores. En Sainz de Baranda esquina Maíquez, se escuchaba perfectamente. El poder municipal medicalizado se implanta irremediablemente sobre el territorio. Lo peor radica en que al principio se emiten mensajes acerca de los riesgos, pero es inevitable que aparezcan mensajes publicitarios. Me imagino una mañana hermosa y solitaria, con una luz intensa, en la que mi paseo se vea interrumpido por una recomendación de Securitas Direct, La Mutua o emisores semejantes.

La salud se está convirtiendo en una pesadilla y está configurando un poder somatocrático terrible, que se extiende a todo el territorio sin excepción.  La llegada por el aire de sus sonidos me evoca a las siguientes fases. Imagino un dron sobre mí en un plácido paseo que me advierta de que las calorías aportadas por mi desayuno se han desvanecido por los pasos que he dado, y me recuerda que me quedan solo quinientos pasos. Lo que llaman Promoción de la salud está generando una distopía medicalizada turbadora. En tanto que se instalan las megafonías como extensión de la autoridad central, la Rosaleda muestra su primavera peor desde siempre. El poder municipal la ha descuidado, homologándola a los árboles, los jardines y todo lo que forma parte de lo natural. Es un mal presagio para el futuro. Es inevitable levantar el vuelo y buscar un espacio libre de altavoces, en donde poder pulsar provisionalmente el botón de apagado.

 

 

jueves, 22 de abril de 2021

MIGUEL BOSÉ Y EL ETERNO RETORNO DE LA FE Y LA HEREJÍA

 



Fe ciega

Firmado: Ciegos con fe

Escrito en el WC de la facultad de Sociología de la Universidad de Granada

 

El anónimo que escribió en la pared de un WC de la facultad en 1996 este aserto fue capaz de conectar con el espíritu de la época, que registra un avance a una sociedad de control inédita, y que la crisis de la Covid ha acelerado vigorosamente. La nueva sociedad se caracteriza por una preeminencia de la razón experta, que trasciende sus propios espacios para instalarse en toda la vida. La multiplicación de expertos que tutelan todas las áreas de la cotidianeidad implica la desautorización de las personas corrientes, que son tuteladas y controladas por los expertos. En el ámbito público su dominio es abrumador, instalándose en las televisiones detentando un estatuto cuasi divino. En el ámbito privado proliferan mediante distintas figuras, tales como coach, consejeros, mentores, asesores y terapeutas de todas clases. La premonición de Ivan Illich en los años sesenta acerca de la expansión de las profesiones, que interpretaba como inhabilitación de las personas profanas, ha resultado certera.

La entrevista entre Jordi Évole y Miguel Bosé el pasado domingo cabe interpretarla desde esta perspectiva. El artista, que se ha posicionado públicamente de forma diferente con respecto a la interpretación oficial y experta de la Covid, fue presentado en el altar de los sacrificios, para ser sacrificado públicamente por los sacerdotes del poder experto. Primero fue descalificado, sobrerrepresentando su deterioro personal; después fue presentado como una versión de “anormal” sofisticado, y fue formateado como un extravagante friki en estado de delirio. Tras esta presentación fue conminado a renunciar a sus errores, para ser sibilinamente conducido a una confrontación con el científico de guardia que descargue sobre él varias toneladas de retórica científica. El formato de la entrevista era una cacería, cuyo objetivo era situarlo en una conversación en la que se encontrase en inferioridad.

En los días siguientes ha sido lapidado en los medios. La operatoria de este linchamiento mediatizado es bien conocida. Évole tiró la primera piedra. Tras él los conductores de programas de grandes audiencias. Inmediatamente después comparece su cazador, el epidemiólogo convocado para someterlo, Quique Bassat. Sigue César Carballo, el médico dotado de ubicuidad televisiva en la pandemia, que promueve su patologización, en tanto que entiende su posición como efecto del consumo de cocaína. A continuación comienza el tercio de compañeros de rodaje, amigos personales, como la Milá y otros próximos. Todos aumentan la bola de nieve de su descalificación extrema. Alguien ha sugerido ya que sus declaraciones han atentado contra la salud pública, insinuando su criminalización y penalización. En los días siguientes veremos la lluvia de piedras sobre él.  Al tiempo, la conversación es despiezada por las televisiones para producir los videos que contienen sus afirmaciones más polémicas y sus gestos más adecuados para su facturación como encarnación del mal. Estos serán presentados como fragmentos del mal para perpetuar su estigma, y serán almacenados para ser reutilizados en una nueva situación propicia. Es la maldición de la hemeroteca.

Miguel Bosé ha sido convertido en un enemigo oficial, rango que desborda con mucho a la solidez y relevancia de sus posiciones sobre la pandemia y su influencia en la salud pública. Jordi Évole ha sido el ejecutor de su cacería. Periodista de talento ubicado en el movimiento de renovación democrática del post 15M, desde la Sexta se especializó en un género consistente en entrevistar a los malotes de la élite política de la derecha para desvelar lo oculto en sus actuaciones. En esa tarea tuvo momentos brillantes y consiguió un lugar preeminente en el ecosistema mediático por su audiencia. Pero la cadena tuvo que integrarse en el conglomerado empresarial de Atresmedia para sobrevivir y se alineó con el nuevo gobierno, el más progresista de la historia. El medio ha cambiado de posición y Évole tiene que adaptarse a las nuevas finalidades. La sobrevivencia en esta jungla es imperativa. Ahora no es ya el que fue, sino el nuevo Jordi, el cazador de herejes epidemiológicos al servicio de la televisión más útil para la nueva somatocracia.

Este episodio remite a una situación en la que se instituye la prohibición de hablar para todos los que no somos expertos. Debemos escuchar, obedecer y aplaudir si se tercia. Pero está prohibido posicionarse personalmente y comunicarlo en el espacio público. Este es el meollo de la cuestión. Es la primera vez en la que un no experto –impertinente por hablar en el espacio público- es llevado a la televisión para representar la ceremonia de su degradación frente a un experto. Bosé estuvo ágil y no consintió consumar esta maldad. ¿Os imagináis a un creyente católico corriente conducido a una televisión para ser aplastado por un sólido filósofo en una conversación asimétrica? ¿O a un militante de base de cualquier partido de izquierda situado frente a un  potente economista conservador que lo arrolle ante las cámaras? ¿O a un consumidor compulsivo de comida basura situado frente a un gurú de la dietética?

El acontecimiento de la entrevista de Évole constituye un salto inquietante del poder experto. Supone recuperar el viejo concepto de hereje. Recomiendo a los lectores ver la excelente película de Luc Bresson, Juana de Arco. El juicio a que es sometida por la corte religiosa fundamentalista es aterradora. Las imágenes son elocuentes y remiten al presente en curso, en el que se ordena a los profanos callar, en tanto que la conversación solo está permitida a los expertos. Todos los días las televisiones nos lo recuerdan. En este orden epidemiológico, somos requeridos a callar, aceptar, asentir y obedecer. Somos convertidos en espectadores pasivos en esta función en la que la ciencia deviene en religión rigorista y sus castas deciden sobre lo que es posible hacer en la cotidianeidad, y también lo que está prohibido.

Por esta razón el título de este texto. Una vez que somos impelidos a callar y obligados a tener fe en lo que denominan ciencia, que alcanza el estatuto de la divinidad, en tanto que nadie puede dudar, replicar o criticar. La fe ciega es la condición impuesta a los profanos, convertidos en voyeurs del espectáculo de la ciencia en marcha. Así se configura el rasgo esencial de una sociedad totalitaria, que no es otro que la insignificancia de cada uno frente a un poder omnímodo que no admite réplica alguna. Las personas no expertas somos despojadas de cualquier valor y nuestras supuestas percepciones y reflexiones son imperativamente descalificadas. De ahí la analogía con el caso de Juana de Arco en otro tiempo.

En mi adolescencia rompí con la religión por esta misma razón. Las viejas canciones eclesiales me descalificaban absolutamente frente a un Dios todopoderoso. Todavía recuerdo algunas que han quedado grabadas en mi mente. “Perdona a tu pueblo Señor, perdona a tu pueblo, no estés eternamente enojado Señor”. “Indigno soy, confieso avergonzado, de recibir la Santa Comunión”. En todas ellas era definido como un objeto carente de valor alguno. Era aplastado por el poder eclesiástico y mi vida se regía por el Catecismo, un texto que solo podía recitar. No, no acepté esta situación de descalificación radical de mi persona y de apoteosis de mi insignificancia, convertido en una oveja de un rebaño vigorosamente conducido por unos pastores rigoristas y absolutistas. Pero el factor desencadenante de mi rebelión fue el rechazo frontal al pecado de pensamiento. Era requerido a desterrar de mi pensamiento mis sensaciones (estupendas) corporales.

El nuevo poder epidemiológico se muestra arrogante, aplastante y totalizante. Supone una condena sin apelación de nuestras percepciones y reflexiones personales. La fe en la ciencia deviene obligatoria y se impone una descalificación y castigo a los descreídos. Aquí radica un rasgo inequívoco de un totalitarismo médico-epidemiológico. Somos aplastados por este dispositivo experto que revierte la autonomía del paciente y la aceptación de la conciencia individual. Cada persona guía su comportamiento por su propio esquema referencial, que procede de sus experiencias, sus informaciones y sus reflexiones. La educación supone precisamente fortalecer el esquema referencial personal. Pero no se puede imponer a nadie que acepte las verdades oficiales y renuncie a su propia deliberación interna.

El episodio de Miguel Bosé significa la violación de su persona, la penetración abrumadora de la razón oficial sobre su esquema referencial. Desde la diferencia, en tanto que la negación de la pandemia supone una ceguera considerable, comparto con él la convicción del importante papel de la manipulación política-mediática. Entiendo que se defendió adecuadamente cuando fue requerido a comparecer frente a su cazador. Pero hizo una defensa de sus fuentes de información y de su proceso de reflexión previo a su definición. Aun admitiendo que su posición sea errónea o su información incompleta, no se le puede descalificar, castigar ni linchar públicamente de esta manera.

Todo esto es muy peligroso. Me reafirmo en el rechazo de que las personas corrientes sean descalificadas así, así como el proceso  de conversión en herejes epidemiológicos a los disconformes. El peligro de la instauración de la lapidación epidemiológica-mediática se presenta como algo más que latente. Me preocupa mucho la insensibilidad a este linchamiento y ensañamiento. Mucho cuidado.

 

 

 

 

domingo, 18 de abril de 2021

JORDI ÉVOLE, MIGUEL BOSÉ Y LA MANIPULACIÓN MEDIÁTICA

 

Esta noche va a tener lugar un episodio que no puede pasar inadvertido. Jordi Évole, conductor de un programa que concita una importante audiencia, va a entrevistar a Miguel Bosé, un artista de larga trayectoria que representa -entre otras cosas-  los efectos nocivos del éxito en los dioses que habitan  los olimpos audiovisuales. Su estado personal resulta de un largo proceso de deterioro, que sabe representar admirablemente, construyendo el armazón de un personaje complejo y atractivo que solo puede ser presentado desde la dimensión de la imagen.

Pues bien, a esta persona se le concede el privilegio de representar a todos los que replican la construcción conceptual de la pandemia y sus respuestas. En el orden mediático-televisivo, los poderes institucionales y expertos detentan un monopolio de la palabra y la imagen. Las voces discordantes que representan visiones diferentes se encuentran severamente excluidas. En un orden visual tan hermético en una situación de excepción, las voces oficiales constituyen un consorcio que clausura cualquier discurso extraño, que es relegado y silenciado integralmente. Así se genera una situación que solo puede ser entendida desde la perspectiva de una iglesia. Esta genera una verdad oficial que es representada en las comunicaciones y rituales. Esta, no es discutible ni discutida, y quienes la cuestionan son calificados como representantes del mal, siendo arrojados a las tinieblas exteriores.

Todo orden comunicativo eclesiástico rígido genera una variedad de réplicas y disidencias. En este caso, cabe distinguir entre distintas voces discordantes. Todas estas son homologadas mediante la inclusión en la categoría de negacionistas, que se construye discursivamente mediante la contraposición del bien y el mal. Este modo de operar silencia los distintos posicionamientos de los científicos y profesionales discordantes. Cualquier diferencia es ocultada, de modo que la comunicación mediática solo presenta el bloque de la verdad, que habla por una sola voz y es investido con el don de la ciencia, que así se homologa a la religión. Esta se exhibe como una revelación unánime de los escribas infalibles.

Así se construye el estatuto de herejes a los científicos, profesionales y expertos disconformes, que legitima su silenciamiento y exilio en el oscuro mundo del más allá de lo mediático. Pero la operación más importante radica en la homologación de los científicos disidentes con las distintas categorías de negacionistas.  Los principales actores del complejo negacionista son: la derecha política y cultural, cuya frontera con lo que se entiende como “ultra” es difusa. También la proliferación de distintas clases de frikis de la troupe mediática de los famosos, entre los que se encuentran gentes pertenecientes al mundo de las artes, como la persona que nos ocupa en esta ocasión. Otro contingente visible se arraiga entre distos jóvenes socializados en la idea de libertad sin vínculo social estrictamente posmoderno. No se puede olvidar al heterogéneo mundo de inconformistas, extravagantes y marginados de distintas clases.

La disolución de los disidentes científicos y profesionales en el complejo negacionista es una operación que refuerza la cohesión eclesiástica de las autoridades y su complejo epidemiológico experto. Esta dualización entre buenos y malos, entre racionales e irracionales, entre solidarios (obedientes) e insolidarios, excluye cualquier discusión conceptual. Los disidentes científicos son condenados moralmente en nombre de una verdad entendida como un bien indiscutible. Así sus voces son apartadas y relegadas, siendo expulsadas a los márgenes de las revistas científicas y los espacios críticos y reflexivos que se ubican en los rincones de internet, que el consorcio oficial labora para que permanezcan en la penumbra.

En estas coordenadas cabe interpretar la entrevista de Évole a Bosé esta noche. Se trata de una forma creativa de representar el mal mediante la asignación de la representación del negacionismo a Bosé. En una cadena como la Sexta, que mantiene una línea de uniformidad inquietante, que remite a una verdadera iglesia, en la que ninguna voz científica y profesional discordante está presente, el programa de esta noche representa la puesta en escena sofisticada del mal. Mi valoración no puede eludir la palabra “manipulación”. La finalidad es utilizar al pobre Miguel para reforzar el orden de adhesión de los atribulados devotos y creyentes espectadores.

Sin ánimo de dar consejos expertos a nadie, sugiero que haga una entrevista a Juan Gérvas u otro profesional equivalente de la discordancia científica o profesional, asignándole el mismo tiempo de emisión y minimizando las atribuciones del realizador. Lo digo a pesar de que pienso que el formato audiovisual no es el más adecuado para las inteligencias densas. Lo de esta noche es un episodio inquietante de uniformidad absoluta, que remite inevitablemente a palabras tales como autoritarismo audiovisual, manipulación mediática, construcción mediática de la verdad y sus enemigos. En fin, de una dictadura con formato posmediático.

 

jueves, 15 de abril de 2021

MARÍA CALLAS Y LA CAMPAÑA ELECTORAL

 

La intensificación de la campaña electoral comienza a tener efectos nocivos sobre mí. Una oleada inmensa de ruido, zafiedad, mentiras, simulaciones, redundancias, palabras huecas, sonidos programados, imágenes devenidas en ardides, puestas en escena vaciadas y actores que alcanzan lo sublime en el arte de fingir, me rodea por tierra mar y aire. Sus ecos se cuelan por todas las rendijas de mi cotidianeidad. Lo peor radica en que todo tiene un olor y sabor a factoría. Es el tiempo de la industria de la comunicación política y sus brujos. Los cabezas de cartel son manufacturados por el complejo industrial de la imagen.

En las primeras elecciones del postfranquismo, los cabezas de cartel eran verdaderos actores políticos. Ciertamente, ya eran formateados por los asesores de imagen y expertos en campañas. Pero estos detentaban un grado de autonomía con respecto al dispositivo de escenificación. Ahora todo ha cambiado y los aparatos mediáticos se han convertido en los operadores de los contendientes, a los que manejan al modo del guiñol. Los programas son sintetizados en un número reducido de tics, imágenes, eslóganes y argumentarios a los que los candidatos deben ajustarse estrictamente. No hay un espacio personal para nadie en esa función enlatada por la politología de todo a cien.

Ayer vi un programa de televisión en el que tuvo lugar eso que llaman “un debate” entre jóvenes candidatos de partidos contendientes. Fue tan desolador y tan elocuente como indicador del fin de una época, de un tiempo sin devenir en el que el bloqueo alcanza una dimensión inconmensurable. La evidencia terrible de la preponderancia absoluta de los operadores de las máquinas mediáticas sobre los candidatos, reducidos al papel de peleles en una función en la que no tienen otra alternativa que desempeñar el papel asignado por los guionistas, se manifestó de una forma cruel.

Este acontecimiento mediático remite a la cancelación definitiva de un ciclo político prometedor, que se ha disipado en los últimos años definitivamente. La tragedia de algunos de sus protagonistas se hace patente. Presentes en las instituciones legislativas y ejecutivas han tenido que renunciar gradualmente a sus propuestas. Distanciados de sus bases sociales descubren que la única carta en el juego en que se han involucrado es la de manejarse en las televisiones. Y estas les tienen radicalmente cercados. Carentes de apoyos tienen que experimentar la última fase de su derrota: la humillación. Los agentes del consenso les emplazan a que renuncien a sus propias propuestas. He visto varios episodios estremecedores de sumisión de varios líderes de lo que fue la nueva izquierda ante cruentos gurús mediáticos que administran sádicamente su superioridad en ese escenario.

He empezado a escribir sobre el “debate” de ayer, pero voy a tomarme una distancia esperando un par de días. Mientras tanto, me empiezo a pertrechar de textos, sonidos, imágenes y sensaciones agradables para mi espíritu asediado. En esta fuga de la sociedad masa siempre me acompaña María Callas. En 2015 escribí unaentrada sobre ella. Su persona despierta en mí una fascinación y una inquietud indescriptible. Justamente lo asimétrico a los ruidos de la campaña industrial, que me produce un desasosiego al comprobar que esas máquinas también fabrican a sus receptores y destinatarios. Solo desde esa perspectiva es inteligible el ascenso de Trump y otras especies semejantes en versiones locales, regionales y nacionales. De una actividad así no puede resultar nada bueno. El lobo, aquí en Madrid la loba, terminará por comparecer.

 


 

 


No puede faltar Offenbach en mi fuga de hoy



domingo, 11 de abril de 2021

EL CATACLISMO VACUNAL: HASTÍO PANDÉMICO, DESVARÍO POLÍTICO, DELIRIO EPIDEMIOLÓGICO Y TRANSFIGURACIÓN MEDIÁTICA

 

No puedes cruzar el mar simplemente mirando al agua

Rabindranath Tagore

 

La vacunación, proclamada como la solución providencial a la pandemia, está resultando un cataclismo, que supone un salto en la incompetencia acreditada por el complejo de las autoridades,  los expertos epidemiólogos y el aparato/dispositivo mediático.  La calidad y pertinencia de las decisiones no deja de empeorar, pero la comunicación pública con respecto a los efectos de la AstraZéneca ha actuado como catalizador de un proceso fatal, en la que los errores y sus efectos se recombinan entre sí generando una situación inmanejable. Todas las miserias intelectivas de los cargos políticos se amalgaman con la autorreferencialidad radical de los salubristas, que entienden la sociedad como un laboratorio, en el que pueden controlar y manejar los efectos de sus decisiones.

En estos meses se pone de manifiesto la cuestión fundamental, esta es la incapacidad de aprender del conglomerado político-experto. Es sabido que la condición esencial para resolver una situación crítica estriba en la capacidad de aprendizaje de los actores. Aprender es la condición sine qua non, sin la cual cualquier proceso tiende a ser bloqueado. La campaña de vacunación muestra a las claras la ausencia de un plan, además de la capacidad para modificarlo en función de las contingencias que aparezcan. No hay piloto que gobierne la nave de las vacunaciones. La ausencia de una inteligencia rectora se hace patente de modo desmesurado, socavando así las esperanzas de la fatigada población, que ha sido seducida y abandonada por los predicadores mediáticos y los expertos salubristas, que la han adoctrinado generando expectativas gaseosas. Estos muestran inequívocamente su incapacidad de aprender nada, así como la maldición ratificada de los atriles, que es una posición desde la que la visión de las realidades se hace imposible.

La situación legada por la pandemia se desdobla en dos esferas diferenciadas: la sanitaria y la política. El control de la situación amplifica las competencias de los poderes ejecutivos, multiplica sus cuotas de pantalla y genera un mercado formidable de medicamentos y atención médica. Este factor estimula la lucha política sin cuartel en el atomizado sistema de gobiernos centrales, autonómicos y municipales. Las élites partidarias movilizan todos sus recursos para obtener el control de las decisiones, en busca de los supuestos réditos electorales derivados de lo que se entiende como la resolución de la pandemia en términos de una redención vacunal de la población. El campo político deviene en un territorio donde se lucha para el exterminio de los rivales. No ha habido un solo momento de tregua.

Los expertos no se alinean explícitamente, pero son absorbidos por los contendientes, que manipulan sus posicionamientos estrictamente sanitarios. Así, la gran mayoría de los salubristas se ubica en las proximidades de los gobiernos progresistas, que priorizan lo estrictamente pandémico sobre lo económico. Las élites salubristas, convertidas en vedettes en las televisiones, se presentan como autoridad sacerdotal no contaminada por las contiendas políticas, emitiendo sus juicios y dictámenes en nombre de la ciencia, convertida en un conjunto de certezas y verdades inmóviles e incuestionables. Pero sus recomendaciones son corregidas según los equilibrios propios del campo político. Ellos se conforman con su aparente aceptación canónica ajena a la contienda política, que supone el crecimiento de los diezmos y primicias corporativamente compartidas.

De esta situación nace un sistema de significación subrepticio, en el que las decisiones son explicadas en referencia a los expertos y la ciencia, pero que su lógica no se corresponde con la severidad rigorista de las propuestas salubristas. Los operadores políticos muestran su capacidad para construir argumentaciones ad hoc para cualquier decisión, invocando al sínodo epidemiológico, pero modificando sus prescripciones.  Este factor incide sobre la inteligencia pública, que decrece alarmantemente al agotarse en fabricar las fachadas de las decisiones, que son determinadas por los cálculos electorales y la correlación de fuerzas existente en el campo político. Así se puede hacer inteligible la ineficacia resultante, así como la incoherencia entre las distintas decisiones y las modificaciones súbitas de los criterios. Este proceso puede ser denominado como “la construcción sociopolítica de la veleidad”.

La verdad es que somos gobernados por un puñado de politólogos expertos en la comunicación política, convertida en saber providencial para maximizar las cosechas electorales de sus clientes. En este contexto, lo pandémico es subordinado a la contienda electoral, lo que supone inequívocamente una desviación de fines de los gobiernos, que trabajan para su propia reproducción, desplazando a un segundo plano los objetivos del gobierno. Este modo de operar tiene como consecuencia la expansión y asentamiento de una perversión institucional. Las decisiones tienen esa significación, conseguir la modificación de los equilibrios institucionales. En esta situación se agiganta el papel de los gurús politológicos en la sombra.

Una política fundada en una inteligencia tan débil, termina por desfallecer, aún más, a la administración pública, y, por ende, al sistema sanitario. El año de pandemia ha disminuido las menguadas capacidades de las organizaciones estatales, que devienen en víctimas de la política zigzagueante y veleidosa de los gobiernos, así como de la incapacidad escandalosa de los parlamentos, focalizados en las contiendas partidarias  sin límites. Los profesionales y cuadros de las administraciones, son contagiados por esa crisis de la inteligencia e inteligibilidad, convirtiéndose en esperanzados creyentes en la adición de los recursos, que magnifican el verbo reforzar. Todos esperan vanamente la llegada de los refuerzos, en tanto que la crueldad de la contienda política-mediática absorbe todos los focos y las energías de sus señorías múltiples. Las elecciones de Madrid y Cataluña en un contexto así, son acontecimientos manifiestamente catastróficos, en tanto que alimentan los mercados audiovisuales de la comunicación política en detrimento de la anémica administración.

La vacunación se inscribe en este contexto de desvarío institucional. Representa la subalternidad del nuevo estado al servicio del mercado, que en esta ocasión es representada por el inmenso poder económico y simbólico de los mercaderes de fármacos, que representan a la investigación científica en movimiento.  Así se puede comprender la ausencia de un plan adecuado y realista, así como de las capacidades para corregirlo. En el capitalismo del espectáculo todo se sustenta en la manipulación de las emociones de los entretenidos y saturados súbditos. La regresión de los gobiernos, emancipados de sus propias finalidades, que son reemplazadas por las escenificaciones dirigidas al fin de su reproducción, tiene como consecuencia la generalización de la ineficacia.

Así se puede comprender el ritmo lento, el incumplimiento de los plazos por parte de las empresas, la provisionalidad e inestabilidad de los criterios de vacunación, las extravagancias autonómicas; la aparición de los efectos negativos, la información verdaderamente catastrófica, la desorientación de los candidatos a ser vacunados, la expansión de los temores colectivos y el autoritarismo en la gestión del proceso. La vacunación es trasmutada en una operación electoral, en la que cada gobierno trata de transformarla en un argumento que refuerce su propia posición para la siguiente cosecha.

Pero esta operación macroscópica de la vacunación tiene lugar en una situación de hastío pandémico. Los vacunables han sido gobernados como niños durante un largo año; suspendiendo la facultad de autodeterminarse en sus vidas personales; siendo sometidos a restricciones severas en su cotidianeidad, tutelados integralmente por el estado epidemiológico; agotados como espectadores de la pandemia construida mediáticamente como un episodio épico; saturados de comunicación experta incesante; adoctrinados intensivamente por el cuerpo sacerdotal salubrista; inscritos en un orden autoritario representado por la apoteosis policial. En este tiempo, los atribulados súbditos han reaccionado como cabía esperar. De un lado han aprendido a sortear las reglamentaciones restrictivas, y, de otro, se han cultivado en el arte de la fuga. Así, el consentimiento a la política de las autoridades se ha resquebrajado gradualmente.

De ahí resulta una situación que se puede denominar como “polvorín epidemiológico”. Este está constituido de una amalgama de malestares sordos que convergen en un desfondamiento. La erosión de la racionalidad epidemiológica se manifiesta prístinamente en la crisis de confianza derivada de la percepción del riesgo en la vacuna AstraZéneca. Las retóricas salubristas que valoran los resultados en función de la población total, haciendo énfasis en la insignificancia estadística de los sacrificados, han tenido como consecuencia la expansión de los temores. Se hace patente la insensibilidad de los epidemiólogos  a las minorías estadísticas. Así se construye una argumentación torpe y que genera estragos en la credibilidad del pueblo vacunable. Las venerables ciencias de la salud navegan en dirección contraria a las aspiraciones de personalización imperantes en este tiempo en grandes contingentes de la población.

Los medios de comunicación audiovisuales cierran el círculo instituyendo una metamorfosis de la realidad. Esta transmutación significa una inversión de la realidad. Convertidos en sedes del pensamiento oficial y en los ojos y oídos del estado epidemiológico, realizan una labor de vigilancia y señalamiento de los incumplidores. Son el escaparate en el que los expertos exponen sus discursos, que son escenificados y reelaborados por el venerable cuerpo de los realizadores, que lo convierten en el espectáculo de la Covid y la producción de sus miedos. En esta narrativa la vacunación es una operación sublime de salvación colectiva. Así, cualquier matización, puntualización o diferencia implica una severa condena moral. Los héroes expertos son liberados de cualquier evaluación. Por eso los denomino como cuerpo sacerdotal. Estos detentan el estatuto de lo místico que se sobrepone a la razón.

Al tiempo, se constituye un suelo en el que tiene lugar una contienda cruel entre sujetos mortales, los líderes políticos institucionales que se juegan su supervivencia en las siguientes elecciones. Así se fabrica el relato de la puja entre las últimas versiones de Godzilla y Kong, representados en los ínclitos personajes encarnados en Ayuso, Casado, Sánchez, Iglesias y otros héroes de sus nutridas escoltas. Los capítulos se suceden ante la encantada audiencia, en espera del próximo desenlace. Así se evacua de sentido la realidad. Eso es una transmutación del sentido. Nada más perverso y letal para la inteligencia, porque estos contendientes son, sin excepción, depredadores supremos de recursos y de organizaciones públicas. Así contribuyen a la función en la que una gran parte de las medidas de gobierno no puede materializarse por las anémicas administraciones.

Lo dicho, que no se puede cruzar el mar mirando solo al agua. Todos los días espero en twitter la comparecencia de Juan Gérvas y otros héroes sanitarios, que con sus comunicaciones restituyen el sentido en la situación pandémica resultante de la recombinación de la apoteosis de ineficacias, la destrucción gradual de organizaciones públicas, la milagrería epidemiológica experta, los delirios derivados de la contienda electoral y la transfiguración mediática. Estas comunicaciones son una luz en el tenebroso mundo oficial.