Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 30 de diciembre de 2021

NUEVE AÑOS DE TRÁNSITOS INTRUSOS. EN EL INVERNADERO MEDICALIZADO

 

Se cumplen nueve años desde el nacimiento del blog.  Comencé compatibilizando esta escritura con mi oficio de operario en la fábrica de papers y clases, inserto en una sociedad cuyas instituciones se encontraban petrificadas y en la que se podían percibir señales de disconformidad. Pasado este tiempo me encuentro liberado de vínculos con las distintas factorías que constituyen el presente. Pero vivo inmerso en la jungla epidemiológica, resultante de la pandemia y que ha remodelado las instituciones, los arquetipos personales y los modos de vivir. Al contrario que en final del 2012, ahora no hay señales de disentimientos. Todos parecen aceptar positivamente la nueva sociedad de control, en la que convergen sinérgicamente los procesos de medicalización, psicologización y mediatización/digitalización, que conforman un cóctel fatal. Los proyectos en curso tienen finalidades encaminadas a modificar algunos aspectos de esta sociedad.

Es inevitable que vuelva a los autores que protagonizaron la gran negación de los sesenta, que generó procesos de reconstitución y cambio en esas sociedades, y que ha sido absorbida por las maquinarias de la nueva sociedad neoliberal. He leído un libro pleno de lucidez de Ricardo Forster. El título es La sociedad invernadero. El neoliberalismo entre las paradojas de la libertad, la fábrica de subjetividad, el neofascismo y la digitalización del mundo. Está publicado en Akal. La metáfora de la sociedad invernadero, inventada por Dostoievski y reformulada por Sloterdijk, ayuda a comprender una sociedad representada en un invernadero, protegida de las inclemencias que se ubican en su exterior, y que garantizan la buena vida de aquellos que habitan en su interior.  La distinción entre el confortable invernadero y el hostil y cruel exterior, permite comprender el fondo de múltiples procesos sociales en curso.

La comprensión de que los proyectos sociales vivos, así como los guiones de las políticas públicas tienen como finalidad constituir este invernáculo seguro y placentero en el que no caben todos, es una cuestión fundamental, en tanto que sustenta una visión que permite descifrar acontecimientos que en apariencia parecen incomprensibles. Pero, posicionarse en referencia a la metáfora del invernadero conduce inexorablemente a los márgenes. La gran mayoría de las definiciones de los perplejos actores en presencia de sucesos indescifrables desde sus esquemas, aluden a la idea de que el futuro puede ser perfectible desde este presente incomprendido. Así se constituye una secuencia interminable de accidentes que perturban el estado cognitivo y emocional de los que sustentan universos conceptuales basados en la universalidad. La idea del invernadero es justamente lo contrario a la misma. Lo que se dirime en este tiempo es quién se encuentra dentro o en el exterior de este medio climatizado y acomodado.

En el tránsito entre una sociedad que reclama el universalismo y la sociedad invernadero proliferan los acontecimientos insólitos desde la perspectiva universalista, que, al ser incomprendidos desde esquemas racionales, son arrojados al cubo de la basura del conocimiento. De este modo, se intensifica un efecto perverso, tal y como es la revalorización de la fe. La mayoría de proyectos vivos tiende a fundamentarse en el voluntarismo y la fe de los actores participantes. Así, las organizaciones que proclaman los cambios a favor del universalismo se cierran sobre sí mismas en todos los sentidos.

En este presente compulsivo y caótico vivo, pienso y escribo. Me parece coherente recibir la convergencia de rechazos entre aquellos interesados en un invernadero selectivo y los que aspiran a retornar al pasado (relativamente) universal. La etiqueta de pesimismo es inevitable. En el exterior de este sistema cerrado de pensamiento hace mucho frío. Por esta razón entiendo que el valor de las cosas que se puedan decir o hacer a la contra está marcado por el futuro. Cuando escribí una entrada sobre Juan Gérvas, lo califiqué como un precursor de otra medicina que pueda ser instaurada en el futuro. Así, discursos, textos o acciones que en este presente se inscriben en los márgenes, adquieren un valor esencial en un futuro definido por una gran ruptura. De ahí que insista en la metáfora de los enciclopedistas, precursores de las transformaciones que catalizó la Revolución Francesa.

Mientras tanto, he de vivir este tiempo confusional dominado por un proyecto que trata de ocultarse a las miradas inocentes. La crisis del pensamiento y del conocimiento reporta la multiplicación de disparates monumentales que comparecen en los medios de comunicación. En ausencia de una visión general realista, los múltiples especialistas imponen sus visiones parciales, generando una torre de babel que propicia los dislates. En esta pandemia los epidemiólogos y salubristas han tomado el relevo con dignidad. Así se prodigan en proponer cosas que son altamente incompatibles con la vida común y que implican una incomprensión totalizadora del comportamiento humano y de los contextos sociales. Los nuevos expertos hacen cálculos de asistentes a reuniones privadas, a aforos de espacios públicos, a prácticas relacionales, y a distintas cuestiones de la vida, en las que se manifiesta una distorsión de tal magnitud, que cuestiona su propia autoridad.

La última, dado que escribo este texto el día 30 de diciembre, es la que ha protagonizado la Ilustrísima vicealcaldesa de Madrid, Begoña Villacís. Esta ha proclamado que las campanadas de fin de año en Sol se van a celebrar, pero con un aforo reducido a 7000 personas. De este modo se pretende garantizar la distancia personal entre los privilegiados que accedan a este espacio. Pero, aún más. La señora ViIllacís dice que es obligatoria e inexcusable la mascarilla para los asistentes. Cuando es preguntada acerca del momento de las campanadas, que son acompañadas por las uvas, se reafirma afirmando que estas se deben ingerir con la mascarilla puesta. Cada paisano debe adquirir las competencias para introducir las pequeñas frutas bajo la mascarilla para terminar en el orificio de la boca. Además de inviable, esto es lo que vulgarmente se dice como una marranada. Implica el viaje de los doce pequeños frutos por la tela de la mascarilla, acumulando la suciedad inevitable.

La nueva medicalización epidemiológica produce dislates equivalentes a los tiempos en los que las iglesias predicaban y presionaban para practicar una castidad integral. En ambos casos, operadores lejanos a la vida, instalados en los recintos de las sacristías, los laboratorios o las consultas, pontifican sobre prácticas de vida desde unos púlpitos muy lejanos a la misma. Me encantaría saber cómo fundamentan la restricción del aforo en los eventos deportivos al aire libre al 70%. Los expertos salubristas, al igual que los educadores y las múltiples categorías de la explosión de profesiones y especialidades, se encuentran huérfanos de una visión general de la situación presente. En su ausencia cada cual proyecta sus intereses y sus productos a un escenario imaginario. La fantasía reemplaza a los discursos fundamentados.

Hace unos días me impresionó ver en la tele la comparecencia como experto salubrista de mi antiguo compañero y amigo de la EASP Joan Carles March. Intervino en el programa de uno de los  próceres mediáticos que oficia sobre este vacío del conocimiento: Mejide. Este somete a sus invitados a una presión intensa si no cumplen con lo que él entiende que deben decir. Esta puede terminar mal si el invitado no se pliega. Para este fin utiliza la colaboración con dos cómicos. De este modo cambia de registro para el desconcierto del entrevistado. En esta aparición, se manifestó el declive de los expertos salubristas, que hace unos meses eran venerados. Tras defender restricciones determinadas por el espectro de la sexta ola, uno de los cómicos le interrumpió diciéndole “usted iría a un concierto del Consorcio”. Los cómicos detentan una inteligencia sintética manifiesta, que contrasta con las legiones expertas de saberes periclitados. En esta conminación estaba presente una descalificación, en tanto que lo presentaba en el segmento de seguidores del Consorcio, muy distanciados culturalmente de las múltiples olas que les han sucedido.  Lo no dicho que le acompañaba consistía en investirlo como un geronte musical, superado por las músicas y repertorios sociales que les han reemplazado.

La ausencia de una visión general en beneficio de la sopa de interpretaciones parciales de los especialistas, se extiende a todos los ámbitos. En ausencia de discursos dotados de espesor comparecen las trivializaciones especializadas, que confieren a los medios un papel determinante. Así se configura el binomio letal para la inteligencia compuesto por la suma de los expertos y los comunicadores. Así se vacía la comunicación y cada cual es desposeído de juicio, en tanto que no detenta un juicio especializado. Desde siempre, pero en el presente cada vez más, he defendido la importancia de los generalistas en todos los ámbitos. Muchos de los que han sido alumnos míos saben el disgusto que me producía ser presentado como sociólogo de la salud u otros campos, que yo mismo definía como sociología de la nada. Nada puede sustituir a una potente visión general, y en ausencia de esta todo se disipa.

Termino aludiendo a mi condición de paciente. Los profesionales sanitarios con los que me encuentro manifiestan sus debilísimas y extraviadísimas  ideas acerca del comportamiento humano y de los contextos sociales en los que vivimos. Como diabético entiendo que la competencia más importante que tiene que acreditar quien se encuentre conmigo es precisamente esa. Mi experiencia me ha enseñado que debo rechazar a cualquier profesional forjado en la ilusoria fábrica de soluciones estandarizadas a problemas biológicos homologados. Tengo una nostalgia casi infinita de una clínica generalista. Pero los profesionales de atención primaria, salvo escasas excepciones, se muestran como miniendocrinólogos, practicando una clínica especializada clonada de las ilustres especialidades. No he perdido la esperanza de ver una revuelta contra esta clínica absurda y autorreferencial, que perjudica gravemente al paciente.

Espero que el año que comienza, que será el décimo de este blog, pueda erosionar esta extraña y terrible medicalización que se ha solidificado con la Covid. Yo seguiré en la busca del generalismo perdido y añorado. Este es el prerrequisito para el nacimiento de proyectos nuevos que superen el imaginario del universalismo ficcional y erosionen el proyecto del invernadero. Más pensamiento y menos recetas especializadas. Liberar la inteligencia de los corsés especializados. Inventar mecanismos para liberarnos de las legiones de expertos. Distanciarnos efectivamente de las ficciones mediatizadas que acompañan el proyecto del invernadero. Esto es un buen año, el comienzo de algo no esperado ni previsto en la perspectiva de la gran ruptura con lo caduco tóxico incubado en las mismas estructuras y procesos sistémicos.

 

martes, 28 de diciembre de 2021

LA MASCARILLA EN EXTERIORES COMO SIMULACRO EPIDEMIOLÓGICO

 

La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa

Carlos Marx

La medida de retorno de la mascarilla obligatoria en exteriores se hace inteligible desde la perspectiva de la célebre sentencia de Marx. El gobierno epidemiológico resultante de la pandemia emite signos de agotamiento. El primer tiempo de esplendor ya pasó y ahora se evidencia su derrota por parte de las fuerzas de la economía y de la hostelería. La población se encuentra desfondada y crece la oposición en todas las partes. Los expertos investidos en las televisiones adoptan un tono sombrío tras descubrir la fragilidad del apoyo gubernamental. Su sueño de una sociedad rigurosamente terapéutica, polarizada en torno a la salud colectiva y dotada de poderosos medios de control y coerción se desvanece ante la emergencia del mercado, la vida y las constelaciones del capitalismo desorganizado.

La alocución presidencial anunciando la obligatoriedad de la mascarilla representó la escenificación de la farsa. Se trata de una medida carente de sentido sanitario, profundamente devaluada en los enigmáticos medios salubristas, que abandonan el espacio mediático para refugiarse en sus ambientes académico-profesionales. A estas alturas, todo el mundo es conocedor del desgaste político que conllevan las restricciones.  Así, el Supremo/Sánchez transfirió la decisión a los virreyes de las autonomías, salvando su peculio electoral. La puesta en escena fue verdaderamente admirable, en tanto que todos los protagonistas de los primeros meses somatocráticos se han convertido en personajes de guiñol. La ministra Darias es un prodigio de programación comunicativa. Es como una muñeca que solo dice lo estrictamente estipulado y ensayado. Acompaña sus prédicas con una comunicación no verbal estrictamente prefabricada. De este modo adquiere la categoría de personaje de guiñol que se ajusta milimétricamente al guion.

El Supremo/Sánchez ha terminado por convertirse en un muñeco de este compulsivo teatro de títeres que es la política, en el que los responsables de comunicación mueven los hilos de la función. Su tono de voz metálica y la suspensión de su rostro anuncia que lo que va a  decir es rigurosamente veleidoso. Todos saben que su verosimilitud se aproxima al cero. Se trata de una serie de eslóganes vacuos que denotan la ausencia de reflexión y de deliberación entre alternativas. Esta función es denegada, la única discusión pública es la de los directores de comunicación en la sombra que elaboran los argumentarios de los partidos. Este es el confín de la reflexión y la comunicación. El interior está hueco. La relación entre estas instancias de la videopolítica y los denominados expertos es que estos son promocionados como portadores de repertorios de argumentos que son seleccionados por los brujos de la comunicación, que los convierten en argumentarios obligatorios para todos los participantes.

La pandemia ha agotado este modelo de desinteligencia, cuya función principal ha sido seleccionar a aquellos que deben comparecer en el espacio de las cámaras para repetir los argumentarios. Así que Fernando Simón se encuentra en situación de dimitido o desaparecido ante las cámaras. Sigue representando su papel de papa epidemiológico, pero ha aprendido a administrar sus silencios. A estas alturas de la pandemia han proliferado algunos discursos externos a la producción político-industrial de los argumentarios. Estos suscitan preguntas que es difícil eludir. Así, Simón ha aprendido el excelso arte de los nobles, los clérigos ilustres, los generales victoriosos, los próceres de estado, de la industria, las finanzas y la cultura, que se materializa en honorable arte del hermetismo.

El paso del tiempo ha desgastado a todos los actores de esta representación de la Covid. La lógica de los procedimientos que excluyen la pluralidad y la deliberación termina en la imposición de los argumentarios obligatorios. En este escenario se engrandece el papel de los medios, que representan la explotación comunicativa de los mismos. Los próceres mediáticos devienen en personajes incombustibles, en tanto que pueden suceder al reemplazo de los discursos partidarios y expertos. Ellos son los dioses de este orden comunicativo, en tanto que no detentan ninguna responsabilidad, y, por consiguiente, son infalibles. La erupción del volcán En La Palma, visibiliza la circulación eterna de los expertos, que son reemplazados, en tanto que la función siempre continúa. La caducidad de la epidemiología y la salud pública se encuentra confirmada, en tanto que no pueda convertirse en un espectáculo central.

Estas son las razones del declive del circo epidemiológico, que en esta ocasión queda en segundo plano, en tanto que el fantasma de omicron tiene un impacto limitado. Las grandes colas en los centros de salud no sustentan un espectáculo equivalente al de los primeros tiempos, en el que las luces, los colores, las máscaras y disfraces, los cables y las máquinas, los médicos-astronautas y todas las parafernalias polarizadas por las muertes, generaban un grado de pánico perfecto para las cámaras. Los cuadros clínicos breves no dan para más. La atención primaria muestra así su finitud como show sanitario. Su propia declinación y degradación no merece un lugar de honor en los argumentarios de los partidos contendientes. Las alusiones a la necesidad de lo que se denomina como “su refuerzo”, carecen de verosimilitud. Su evocación es falsaria y deviene en un ritual vacío. La atención primaria no merece siquiera, la presencia de la Unidad Militar de Emergencias, con sus misteriosos vehículos portadores de máquinas enigmáticas dotadas de tecnologías de última generación, así como sus elegantes operadores ataviados a la altura de las ficciones tecnológicas futuristas.

Todo el proceso de elaboración de argumentos en el curso de la pandemia ha terminado por constituir la centralidad del lema “salvar vidas”. La emergencia de Omicron lo restituye a una segunda categoría, en tanto que su capacidad menguada de llevar los cuerpos en los que se instala a la UCI y al ataúd es manifiesta. Pero, además, un factor relevante de la victoria de la economía/hostelería sobre la constelación salud determina el riguroso silenciamiento de la identidad de los fallecidos en las sucesivas olas. Estos son meros guarismos que no generan ninguna imagen ni comentario. Su única función es la de ser empaquetados, siendo convertidos en proyectiles de la disputa electoral entre contendientes. Así se fragua el limbo en el que son almacenados los muertos, que no representa obstáculo alguno al despliegue de la las fuerzas de la economía y de la vida.

Sin embargo, la llegada de Omicron ha restituido el vigor de los medios como portavoces de la amenaza y la propuesta de escalada de las medidas. La devaluación relativa del valor sanitario de esta versión del virus contrasta con la intensificación de las llamadas a la disciplina y la recuperación de la centralidad de los próceres mediáticos y sus escoltas expertos.  No es preciso ser un virtuoso del análisis del contenido para constatar que la propuesta mediática pivota en torno a las vacunas. Estas son convertidas en una obligación imperativa y aquellos renuentes son expulsados del estatuto de la ciudadanía. Las vacunas constituyen el espacio del encuentro entre la economía y la salud. Los medios las reconvierten en productos obligatorios. Ahora la salud declina a favor del furor vacunal, que regenera los formatos mediáticos y concita las sinergias entre los comunicadores, los políticos, los expertos de guardia y los ciudadanos-testimonio aterrorizados que claman por el orden vacunal.

Pero, más allá de su función económica, los medios representan la continuidad del proyecto de control asociado a la pandemia. Ellos son los encargados de generar las cohesiones imprescindibles, así como los climas colectivos en contra de los malos, que son comprimidos en el contenedor del negacionismo. He contemplado con horror la persecución de Mediaset, encabezada por Mejide, contra los médicos que no se han vacunado. También la execrable campaña a favor del pasaporte Covid. Los dispositivos de control tienen sus reglas, sus procedimientos y sus lógicas. Una de ellas es la de activar la sumisión para recordar la condición de siervo de cada cual. En palabras de Juan Manuel de Prada “La imposición de la mascarilla en exteriores, bien lo sabemos, es una medida por completo absurda y chusca. Pero sirve para recordaros vuestra condición de bestias sumisas que, a cambio de que santifiquemos sus aberraciones, obedecen los mandatos más caprichosos. ¡Es tan hermoso veros convertidos en tarados tragacionistas que actúan irracionalmente! […]! ¡Es tan enternecedor que abarrotéis bares y restaurantes exhibiendo como botarates esa licencia para contagiar que os hemos hecho creer que es un pasaporte que os ampara! ¡Y es tan delicioso veros pasear como ánimas en pena con el bozal, respirando los efluvios de vuestra saliva rancia y comiéndoos vuestros propios microbios regurgitados!”.

Sí, estamos asistiendo al revival pandémico en el que ya no importa tanto lo sanitario sino el control social y la producción de la sumisión y la homogeneidad. Mientras tanto, el consenso social se resquebraja manifiestamente y comienzan a multiplicarse los posicionamientos no encuadrados. Los primeros guardianes de la ortodoxia de los primeros tiempos empiezan a descubrir el juego de las distancias y los distanciamientos. En los próximos meses es seguro que distintos contingentes de gentes, incluso de profesionales sanitarios, modificarán sus posiciones erosionando el férreo proyecto de control político y social. En esta fase de la farsa es paradójico y cruel el papel que desempeñan los cómicos, artistas y profesionales de las industrias de la cultura. Se constituyen como los últimos defensores a ultranza de las ortodoxias oficiales. A estos les diría que el lema “No a la guerra”, es todavía más válido para esta guerra por la intensificación del control de la población. Muchos son ahora portadores de la obediencia y la servidumbre.

 

 

 

 

 

 

sábado, 25 de diciembre de 2021

BUENAS NAVIDADES

 

La buena vida que merece la pena ser vivida. Los años sesenta fueron los de la ruptura con el puritanismo imperante con anterioridad. Sesenta años después se cierne el peligro sobre la vida y el riesgo de regresión a un  renovado puritanismo funcionalista en su nueva versión epidemiológica. El rechazo del cuerpo y la relegación del placer son las divisas de este retroceso. El peligro de una concepción totalitaria de la salud, mutiladora de la buena vida se hace patente. Estos son tres videos emblemáticos de las rupturas que han tenido lugar en estas décadas tan incomprendidas, así como de algunos de sus protagonistas. El honorable antecesor Muddy Waters; los honorables Rolings Stones en la Habana derribando el último obstáculo a la mutación de los sesenta, y el venerable y excelentísimo Chuck Berry en la recatada universidad de Toronto en 1969 impulsando su reconversión inevitable.

Buenas Navidades








domingo, 19 de diciembre de 2021

LOS DESPLAZADOS: CIERRE SOCIAL Y AYUDAS ECONÓMICAS Y PSICOLÓGICAS

En los últimos tiempos prolifera la invocación a la palabrota de moda en los honorables escenarios profesionales vinculados al estado y a la izquierda: los vulnerables. Todos los discursos apuntan a restaurar el estatuto de ciudadanía de los mismos mediante un sistema de ayudas. La versión amplia española de lo que Pierre Bourdieu conceptualizó como “nobleza de estado” exhibe su adhesión a tan misteriosos súbditos, que son definidos como portadores de variables deficitarias. La izquierda política muestra su piadosa propensión a tomar medidas en su nombre. Pero, en tanto que en tan beneméritos ambientes los vulnerables devienen en las estrellas de los discursos, así como los beneficiarios de distintas medidas legislativas, estos se expanden irremediablemente en la sociedad, encontrando además dificultades crecientes en sus relaciones con los distintos agentes de tan misericorde estado.

Los discursos acerca de la vulnerabilidad de la izquierda política y profesional son manifiestamente ahistóricos. Su marco de referencia remite al sagrado modelo de estado de bienestar, que es recortado sucesiva y acumulativamente en distintas ocasiones por la derecha política. Sin embargo, los recortes de derechos y prestaciones también se producen en los períodos beatíficos de gobiernos de la izquierda. Así, esta se ubica imaginariamente en el espacio de la defensa del estado keynesiano, amenazado por el fantasma de la derecha polarizada a su reconversión fatal. Pero los recortes son solo una parte del proceso de reestructuración global. Van acompañados de un modelo de gestión y organización que destruye las organizaciones burocráticas, que son reconvertidas en maquinarias que destruyen el tejido organizacional y debilitan los vínculos horizontales entre profesionales y empleados. En esta parte de la reconversión existe una aceptación y consenso pétreo.

Si se analiza el movimiento histórico de los últimos cuarenta años, lo que está ocurriendo es un proceso que algunos autores califican como una contrarrevolución neoliberal. La definición más pertinente del proceso histórico global es conceptualizada por Judith Butler como desposesión, o David Harvey como acumulación por desposesión. Este concepto implica una mutación en curso en la que distintas clases sociales de la vieja sociedad industrial son incrementalmente penalizadas por la acción concertada de las corporaciones globales, el complejo de producción del conocimiento y los grupos mediáticos globales. Estos se apoderan de las agendas públicas, imponen sus definiciones y generan subjetividades asociadas a la desposesión. Este formidable conglomerado se sobrepone sobre los estados recortando su margen de acción y encauzando sus políticas de gobierno, haciéndolas compatibles con al mandato del dispositivo corporativo global.

La definición de la izquierda benevolente acerca de la restricción del estado de bienestar genera un marco de referencia muy alejado de las realidades derivadas del avance en todos los frentes del proceso de desposesión. La obsolescencia de las categorías conduce a una situación de shock cognitivo, que tiene como consecuencia la multiplicación de la perplejidad. Así, las respuestas ante los acontecimientos en los que se especifica la desposesión, son inexorablemente débiles. Las resistencias son protagonizadas por las generaciones que conocieron el prometedor comienzo de la democracia. He asistido en Madrid a lo que se puede denominar  como gerontomanifestaciones en defensa del sistema público. Los jóvenes se encuentran ausentes, en tanto sus subjetividades han sido esculpidas por las instituciones de la desposesión.

Entonces, lo que se entiende como vulnerables son los contingentes humanos resultantes del progresivo proceso de desposesión. Son los que pueden ser denominados como post-obreros industriales. Los que esperan el primer empleo; los que rotan por los servicios de baja productividad; los que se ubican el continente múltiple de la precarización, además de los resultantes de la recombinación de varios procesos de marginación. La diferencia esencial de estos con los antiguos trabajadores industriales radica en su dispersión y multiplicidad. Se pueden identificar innumerables combinaciones de circunstancias que generan situaciones singulares. La heterogeneidad es la divisa de los vulnerables. También las subjetividades errantes fundadas en el consumo que se recomponen en los márgenes de su situación estrictamente laboral.  La inexistencia de un locus territorial de los vulnerables los configura como una multitud crecientemente externa al sistema. Pero lo más característico de estas condiciones sociales radica en su inestabilidad. Los vulnerables se encuentran sometidos a un incesante movimiento que los cambia de posiciones temporalmente, desarrollando itinerarios cerrados que conducen al mismo lugar de la salida.

La izquierda y sus distintos agentes se encuentran ubicadas en el pasado. Sus categorías remiten a la estabilidad y la permanencia. Así se construye un proceso de extrañamiento acumulativo con respecto a las poblaciones móviles y múltiples de los vulnerables.  Las trayectorias vitales de estos no caben en las categorizaciones estáticas de los estados bienpensantes que se reivindican imaginariamente como estado del bienestar. Las profesiones y las situaciones convivenciales de tan misteriosos súbditos son manifiestamente cambiantes. Cualquiera puede preguntarse acerca la inestabilidad de la situación de los concursantes del programa más sociológico de la televisión: First Dates. Un año después de la comparecencia es seguro que la gran mayoría ha cambiado tanto su trabajo como su situación convivencial. No pocos de ellos también la localización.

Por esta razón, me gusta denominar a los vulnerables como desplazados o sujetos de rotación obligatoria. En ausencia de una salida estable cada cual debe “buscarse la vida”, que siempre supone moverse y desplazarse. El resultado es que se materializa una gran escisión entre el imago de los profesionales de las organizaciones públicas y la ubicación de la gente, una gran parte de la cual se encuentra siempre en marcha. La distorsión del conocimiento profesional respecto la gente caminante tiende a hacerse monumental. Esta se encuentra en tránsito entre universos cambiantes, fases de su viaje personal y en un estado personal específico que se adapta a la mutación de sus posiciones. El mundo contemporáneo se caracteriza por un movimiento permanente que denota una desorganización social sin precedentes.

Desde siempre, he defendido la posición de que los profesionales de la educación, la salud o los servicios sociales detentan modelos de clase media. Estos son transferidos mecánicamente a gentes que no se encuentran en estas posiciones. Este desencuentro genera múltiples tensiones no siempre visibilizadas. Pero, en los últimos años, esta disonancia se amplía a niveles inconmensurables. Las legiones de transeúntes y sin futuro estable se encuentran armadas con sus smartphones desde los que reproducen su mundo ajeno a las conminaciones profesionales acerca de su comportamiento honorable de clase media. La crisis se amplía año a año y cada vez son más los que se conforman como difícilmente domesticables en la quimera de la clase media ilusoria.

En la última entrada comenté las peripecias de Alex, un personaje de una serie de Netflix que huye de la violencia de género. En el primer capítulo, en una secuencia antológica, narra su primera cita con los servicios sociales. Alex experimenta la situación de que no cabe en las categorizaciones de los venerables servicios, cuyas categorías remiten al escenario de la vieja sociedad industrial, más estable y cuya movilidad es reducida. Ni trabajo estable, ni vivienda estable, ni sistema estable de papá, mamá y pareja. Solo queda la sensación de infinitud frente al categórico monstruo benefactor que requiere tu autodestrucción como persona, al aceptar de que no eres claramente incluible en las categorías universalizantes de sus cuestionarios.

En este momento descubres que tu realidad se encuentra instalada más allá de la algoritmización imperante en el nuevo estado emprendedor. También puedes constatar la abolición de tus propias especificidades. Te puede invadir el sentimiento de que tu realidad es inverosímil, en tanto que no es reductible a los farragosos sistemas de categorías instauradas por las burocracias de la reestructuración neoliberal. Muchas personas en España lo han experimentado con la misteriosa Renta Mínima de Inserción. La dificultad de acceso a la misma produce un shock de anormalidad, conmoviendo la subjetividad del sujeto asistido, que es degradado al ser reconvertido a una homogeneización artificiosa.

Los desplazados, invocados por los profesionales y los contingentes de la izquierda misericordiosa, adquieren un estatuto extraño, en tanto que sus realidades son desconocidas. Así, en tanto que cogestionan con los poderes fácticos globales los procesos de segregación social que resultan de la educación y el mercado de trabajo dual, así como la gestión y los recursos humanos basados en la producción de las diferencias, que penalizan y desplazan al exterior de la zona de confort a tantos vulnerables, implementan una política de ayudas monetarias que se pueden homologar a las inyecciones. Un sujeto expulsado y desplazado de las posiciones aceptables del mercado del trabajo es recompensado mediante recursos económicos, lo que contribuye a estabilizarlo en su posición marginal.

Lo más paradójico del presente radica en que, una vez que se hacen visibles los efectos de la precarización, la competencia educativa desigual y las marginaciones que las acompañan, que se traducen en la ruptura de los equilibrios de salud mental, se pretende implementar la ayuda psicológica para las distintas categorías de la vulnerabilidad. Esta gran reestructuración neoliberal, caracterizada por su invisibilidad, multiplica las cegueras y los dislates, constituyendo un sentido común disparatado. No, lo que necesitan los vulnerables es la reapertura de las vías que conducen hacia arriba, hacia las posiciones estables de la estructura social. Las ayudas económicas y la psicología son medidas que refuerzan su inmovilidad. Seguro que la atención psicológica lo interpela para que acepte su realidad y asuma su condición subalterna permanente y sin esperanza.