Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 28 de mayo de 2024

OCHOCIENTOS: EN EL INVIERNO BIOGRÁFICO

 

La vejez no es una enfermedad: es fortaleza y supervivencia, triunfo sobre todo tipo de vicisitudes y desilusiones, pruebas y enfermedades

Soy una anciana. Tengo el pelo gris, muchas arrugas y la artritis en ambas manos. Y celebro mi libertad de restricciones burocráticas que una vez me retuvieron

Maggie Kuhn

Cada hombre debe entender que todo puede esfumarse muy deprisa: el gato, la mujer, el trabajo, la rueda delantera, la cama, las paredes, la habitación; todas nuestras necesidades, incluyendo el amor, descansan sobre fundamentos de arena

Charles Bukowski

 

Se cumplen las ochocientas entradas de este blog, y, para seguir con la tradición de reconocer al magno sistema métrico decimal, hago una reflexión especial, que suele estar relacionada con mi devenir biográfico. La verdad es que esta es ya la ochocientos cinco, pero no me importa. Así burlo la virtud obligatoria de este tiempo que exalta la exactitud, convertida en un imperativo de la cuantofrenia reinante, devenida en la conducción algorítmica desmesurada que impera sobre la totalidad de las vidas de los flamantes ciudadanos de tan avanzado siglo XXI. El riesgo de la conversión en máquinas de rendimiento se ha maximizado, alcanzando una dimensión colosal que reduce la vida a varios paquetes de indicadores.

Voy a cumplir setenta y seis años. La pandemia de la Covid, entendida como un acontecimiento total que catalizó todos los procesos en curso, ha tenido como consecuencia en mi propia biografía la generación de una conciencia de ser viejo. Soy uno de los que, en esa franja de edad fatal, que el biopoder denomina como población de riesgo, he sobrevivido a la pandemia y a las mórbidas medidas de respuesta por parte del reseteado sistema. Desde entonces, en mi cotidianeidad, ha comparecido el fantasma de la vejez a través de los comportamientos de los otros hacia mi persona. Hoy contaré algo de esta nueva situación, pero es altamente significativo que haya elegido para encabezar este texto las sabias, lúcidas y combativas palabras de Maggie Kuhn, la fundadora de las Panteras Grises en Estados Unidos de los años setenta.

En este tiempo de postpandemia soy definido por las autoridades, las instituciones y las gentes comunes mediatizadas, como un viejo. Esto significa, en la era actual del imperio biopolítico global, ser considerado como una entidad rescatada y salvada, y que, en consecuencia, debo estar agradecido a tan generoso poder. Ahora se trata de vigilarme y controlarme para preservar el funcionamiento de mi cuerpo, alargándolo el mayor tiempo posible, siendo encerrado y custodiado para ello en una institución total en caso de que sea dictaminado por un cuerpo profesional de expertos al servicio de la gloria de la esperanza de vida.

Como paciente diabético de larga trayectoria, me he podido cerciorar de que la medicina de este tiempo actúa sobre mi persona como un centinela que chequea mi cuerpo en espera de la solución final. Este es el sentido de mis revisiones. En ellas los centinelas escrutan los resultados de mis pruebas advirtiéndome la inevitabilidad y cercanía de un final fatal. Solo es preciso esperar a que esta llegue, culminando las series de cifras que construyan un argumento sólido para ser apartado definitivamente. Este proceso puede ser denominado como cronicidad extenuada. Se encuentra explícitamente presente en todas las consultas. Lo peor radica en que llevo ya veintiséis años esperándolo, años en los que la vida me ha otorgado muchas y variadas gratificaciones que no se encuentran presentes en las historias clínicas, determinadas por la idea del  inevitable epílogo de la solución final.

Entonces, mi nueva identidad radica en ser considerado viejo por los que me rodean. Pero ese atributo se recombina con otros, tales como enfermo crónico; también carente de unidad convivencial, es decir, solo, single habitante de un hogar unipersonal; y, por último, inquilino de largo recorrido. El resultado de la interacción entre estos ingredientes es explosivo. Su suma configura un residuo humano condenado a ser objeto de varias marginaciones simultáneas que operan concertadamente. Eso es lo que soy ahora, un ser humano devaluado simultáneamente en varios sistemas de significación que amparan sistemas de relaciones y de prácticas sociales. Una situación que yo mismo, que siempre he sido pesimista, no podía llegar a imaginar tan solo hace dos o tres años. La pandemia ha sido como una salida para la aceleración de varios procesos sociales fatales. Entre ellos me encuentro atrapado.

Mi proyecto personal en estos años de jubilado en Madrid estaba inspirado en lo que David Le Breton llama como “desaparecer de sí”, es decir, cancelar la identidad del profesor Irigoyen distanciándose de los mundos profesionales que forjaron esa identidad para recuperar el discreto esplendor de la cotidianeidad y la magnificencia de los escenarios que habitan los héroes de Michel de Certeau. Todo ha ido razonablemente bien hasta que han comparecido dos fenómenos interrelacionados. Uno es la explosión del mercado del suelo, con el vertiginoso aumento de los precios del alquiler, lo que me ha gentrificado súbitamente. El otro es la transformación producida por ese mercado, que ha tenido como consecuencia la mutación de mis propios vecinos. En el edificio en que vivo, propiedad de una empresa, todos los vecinos son inquilinos. Pues bien, las viejas familias y mayores solos van evacuando cediendo el paso a grupos de jóvenes e inmigrantes que comparten los pisos. Este cambio tiene una dimensión antropológica manifiesta, en tanto que altera radicalmente los modos de habitar y de convivir. Así, súbitamente, me he empobrecido y he envejecido, resultando un ser social sobre el que se abaten todas las crueldades resultantes de la individuación radical, la precarización y el desarraigo residencial.

Hace ya más de un año aterrizaron abajo un grupo de jóvenes latinos portadores de un modelo de barbarie convivencial y terrorismo acústico. Tras interpelar a la propiedad y las instituciones municipales comprendí que dependía de mis propias fuerzas. He desarrollado un largo y cruento conflicto con ellos, replicando su ruido con el mío. En este proceso he comprendido, en los cara a cara que he tenido con ellos, que me perciben como un viejo solitario que es cosa distinta a una persona. Lo peor es que, mi castigo acústico ha tenido buenos resultados y ellos han ido cediendo, pero ha aparecido un efecto no deseado temible. En el piso de arriba vive una pareja joven con dos niños, y estos han rechazado mi comportamiento ruidoso, desarrollando sobre mí una tormenta acústica formidable.

Una pareja joven con niños, que tienen un nivel de clase social muy superior a la media de la vecindad, ha terminado por desautorizar mi réplica, desarrollando un ruido formidable que entraña el concepto que tienen de mí. Un viejo Robinson, y encima inquilino. Eso es percibido como un sumatorio de fracasos. Y sobre los fracasados es legítimo desarrollar violencias que, en ocasiones, alcanzan el nivel del sadismo, en coherencia con el modo de individuación imperante. Un edificio de estas características es un laboratorio socioantropológico, en el que se hacen visibles los nuevos problemas convivenciales derivados de la coexistencia espacial de una pluralidad de yoes separados de la vieja sociedad. Los nuevos seres sociales resultantes de los procesos de precarización, psicologización y digitalización, son altamente desarraigados, móviles y detentadores de vínculos sociales débiles.

Desde esta perspectiva, tengo muy claro que el error fundamental que he cometido en mi vida es mantenerme como inquilino de largo recorrido. En los años noventa pude comprar, muy barato entonces, pero decidí seguir en alquiler al estilo de los alemanes y otros países europeos. En los últimos años se han intensificado las subidas desmedidas, en el tiempo del gobierno progresista que muestra su descentramiento e impotencia frente a los problemas importantes. Ahora soy un privilegiado pues pago 1170 euros por un piso con tres dormitorios. Los contiguos se están alquilando a 1700 euros ahora. El futuro seguro es la expulsión o la jibarización que implica un piso compartido.

Supongo que es difícil de metabolizar mi situación para muchas de las personas con las que he compartido tiempos en mi vida anterior. Contemplo asombrado los discursos y modos de estar celebrativos de las gentes de la casta de izquierdas asentada en el gobierno y el estado. El aspecto más pernicioso es vivir en un conglomerado humano que me desprecia y margina, al tiempo que no percibe su propia destitución como personas que puedan pilotar sus vidas a medio y largo plazo. La desproblematización y despolitización son abrumadoras. Mientras tanto, apuro los sorbos de vida que se hacen factibles cada día y disfruto plenamente. El destino me ha emplazado en la tarea de Burlar los estigmas y las violencias que los nuevos infrainquilinos desarrollan con mi persona. Me tengo que reafirmar cada día. Por eso creo entender bien a Maggie Kuhn cuando celebra su liberación de restricciones burocráticas, aunque he de sortear las restricciones convivenciales hacia mi persona de los nuevos bárbaros contiguos que comparecen en mi vida. Sí, de la pandemia íbamos a salir mejores, solían decir los epidemiólogos directores de la vida.

 

 

 

martes, 21 de mayo de 2024

EL DISTANCIAMIENTO DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DEL GENOCIDIO DE GAZA

El colonialismo visible te mutila sin disimulo: te prohíbe decir, te prohíbe hacer, te prohíbe ser. El colonialismo invisible, en cambio, te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser

Eduardo Galeano

 

La indiferencia de la sociedad española respecto a la matanza de Gaza no es producto de la casualidad. Por el contrario,  remite a factores mucho más profundos y estables. El distanciamiento de la realidad prevalente en los españoles es la consecuencia de una combinación entre dos factores fatales: la persistencia de la incombustible mayoría facturada en el modo de gobierno del viejo autoritarismo franquista y el efecto de la mutación antropológica de gran envergadura que se deriva de las transformaciones operadas en el sistema, con el advenimiento del capitalismo de consumo, que es portador de un sistema de relaciones sociales coherente con un modelo de yo inédito y que detenta un poder de destrucción y corrosión de la vieja sociedad equivalente a una bomba atómica.

La interacción entre ambos factores tiene consecuencias explosivas. Una de ellas es la consolidación del derecho a la desconexión de lo social. Recuerdo algunas experiencias kafkianas en las que he participado en la universidad. Una de ellas fue antológica. Recuerdo que, en una coyuntura de tensión por reivindicaciones estudiantiles, y ante la escasa concurrencia de estudiantes en las asambleas convocadas, unos activistas me pidieron utilizar mi clase para hacer una asamblea allí. Empezaron informando de la situación y después aludieron a la importancia de decidir colectivamente. Entonces hicieron tres propuestas para ser votadas. Las fueron leyendo y solicitando una votación a mano alzada. La gran mayoría de los asistentes no votó ninguna de las tres y se mantuvo ajena sin expresar nada, manifestando su distancia mediante los brazos caídos.

Me impresionó la fuerza colosal de esa mayoría silenciosa que ejerció su derecho a la desvinculación del colectivo con una determinación encomiable. El desconcierto de los activistas fue mayúsculo, experimentando un método democrático que fue rechazado por la mayoría. Era la manifestación de la nueva era que Sadin etiqueta como la del “individuo tirano”, dotado de la competencia de vaciar las instituciones de la vieja sociedad. Tantos años después, cada individuo reafirma su capacidad soberana de desentenderse de cualquier compromiso colectivo. Se posiciona frente al acontecimiento en tanto que espectador, haciendo gala de su indiferencia y distanciamiento. La mediatización disuelve la vieja socialidad y genera un sujeto dotado de una mirada fría y de un conjunto de emociones de quita y pon que guían su comportamiento y percepción.

Se puede comprender esta frialdad de la mayoría silenciosa desde la perspectiva de Baudrillard. Esta entidad se configura como una no sociedad que se pronuncia cuando es solicitada desde los media mediante test, encuestas u otras formas de estimulación. Este autor resalta que la mayoría silenciosa atraviesa por varios estados de excitación catódica y depresión, manifestando el poder de lo neutro, su capacidad incuestionable de abatir cualquier proyecto, como el caso que he contado de la asamblea universitaria. En el caso de Gaza contrasta el dramatismo de los hechos, que llegan en forma de imágenes y testimonios, con la indolencia de los receptores. El ecosistema mediático procede a resignificar el acontecimiento mediante su adscripción a los distintos contendientes que pujan por el gobierno. Así, los progresistas piden el fin del genocidio y los conservadores subrayan la responsabilidad de Hamas como desencadenante del conflicto.

La vieja sociedad española, configurada en el largo desfile de autoritarismos que desembocó en el franquismo, subyace inmutable tras más de cuarenta años de la novísima democracia. De modo intermitente se hace presente en distintas efervescencias colectivas suscitadas por cuestiones políticas, que terminan por disiparse para volver a la normalidad cronificada definida por la desafección con respecto a la política imperante. Esta sociedad muestra impúdicamente su distanciamiento con respecto a la precarización y otros problemas sociales del presente. Mantiene incólume su depreciación de lo colectivo y su aceptación de la realidad como inevitable, de modo que solo queda adaptarse.

Fue una inteligencia tan perspicaz como la de Adorno la que se percató de que las industrias culturales emergentes formaban parte de un proyecto global que remite a transformaciones antropológicas muy importantes. Estas afectan al sistema de tal forma que ya no era pertinente entender al capitalismo como un sistema económico o un modo de producción. Por el contrario, esta mutación se relaciona con un sistema de nuevas relaciones sociales, que inciden manifiestamente en la subjetividad de los individuos. El devenir de estas industrias de la conciencia y de las sociedades en las que se inscriben ha sancionado la propuesta de Adorno. Este dispositivo industrial ha adquirido una importancia primordial en la forma de las plataformas de streaming.

La conceptualización de este autor acerca del arquetipo humano que resulta de esta transformación es más que pertinente. Dice que “la industria cultural es la integración intencionada de sus consumidores desde arriba”. De este modo interpreta el nacimiento de la sociedad del ocio como “tiempo libre subsumido en los imperativos sociales que lo convierten en una prolongación de la no libertad en la esfera laboral”. El desarrollo de industrias culturales produce una concentración de poder formidable en el nuevo capitalismo, que tiene como consecuencia principal “la supremacía sin precedentes del aparato social sobre unos individuos cada vez más atomizados e impotentes”.

En este contexto surge un nuevo tipo humano que Adorno define como “Su rasgo fundamental sería que no es capaz de tener experiencias propias, sino que las recibe del aparato social, y que por tanto ya no consigue constituirse en un yo como persona.”. Entonces, si la propia industria cultural se convierte en el “a priori” de la experiencia, el aparato cultural determina a los sujetos, haciéndolos dependientes de un poder social concentrado. “Esta desproporción entre poder social e impotencia individual sofoca de antemano cualquier conflicto y los sujetos solo pueden adaptarse a la realidad social dada”. Adorno afirma que “esta adaptación convive con una psique atravesada por el miedo y la ansiedad”. Desde esta perspectiva se puede comprender al sujeto contemporáneo como material tratado por la psicología.

La conceptualización de Adorno facilita la comprensión de una sociedad en la que las maquinarias mediáticas han alcanzado un tamaño macroscópico frente a una masa atomizada de individuos frágiles. Los antecedentes de la sociedad española  ayudan a comprender la población  como un contenedor de masa mediatizada. Así que salvo las minorías ruidosas que se muestran en las manifestaciones, todo transcurre como si no sucediese nada. El genocidio es tratado insertándolo en una serie de sucesos y acontecimientos que son cocinados por las televisiones como la actualidad. Una vez que las primeras imágenes terribles de niños muertos u hospitales asaltados se han reiterado, van perdiendo su valor como golosina para la audiencia y son gradualmente desplazadas por otras.

La mutación antropológica colosal operada muestra sus efectos sobre las instituciones, los grupos sociales y las personas. En este contexto todo lo que sea identificado como político se caracteriza por la baja definición. Incluso un genocidio televisado en directo. Así se hace inteligible la indiferencia y la evasión de lo social, al estilo de los estudiantes de la asamblea que he contado. Ha triunfado el colonialismo invisible en la definición de Galeano que abre esta entrada.

 

 

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sábado, 18 de mayo de 2024

EL SACRIFICIO DE LOS ANCIANOS EN JAPÓN

 





El veterano y acreditado programa de la televisión pública española “En Portada” ha emitido un reportaje con el título de “Japón: No es país para viejos”. En este se muestra la situación de grandes contingentes de personas mayores afectadas por un sistema escuálido de pensiones. El resultado es que muchos no tienen otra alternativa que prolongar su vida laboral hasta casi los ochenta años, en tanto que muchos otros entran en la espiral de la pobreza y marginación social. Esta situación determina que tengan que delinquir para poder sobrevivir -robos de comida y medicamentos- por lo que la población anciana ingresada en las cárceles ya alcanza un 30% del total de población recluida. Recomiendo vivamente visionar este reportaje, en el que muestra crudamente que ingresar en prisión representa ventajas para los afectados, tales como comer o tener asistencia médica.

El problema de fondo que suscita esta situación es la necesidad de las sociedades neoliberales avanzadas -Japón es un paradigma de las mismas- de sacrificar una parte de la población para garantizar el bienestar de otra. El sacrificio es la cuestión clave del neoliberalismo. Extender la competencia a toda la vida para diferenciar a las poblaciones y determinar a las descartables. Milei en Argentina está ejecutando un programa cruel que envía a distintas poblaciones a la pobreza severa. El ojo cíclope de las instituciones de la evaluación y la gestión construye un campo social en el que los descartados se acumulan tras una frontera invisible que separa a aquellas poblaciones que siguen compitiendo de aquellas que han sido eliminadas ya de dicha competencia.  En el caso de Japón son los mayores los descartados cuando resultan inservibles para la producción. El estado7mercado disuelve el compromiso con ellos, siendo expulsados a las tinieblas exteriores.

De este modo, este país se configura como una sociedad neoliberal completa, en tanto que, reduciendo drásticamente las pensiones y transformando el sistema de asistencia sanitaria en un mercado eficiente, en tanto que construye barreras de acceso inexpugnable para grandes sectores sociales mediante el precio inaccesible de muchas de sus prestaciones, reduce el gasto público severamente, liberando a la economía productiva de cargas asistenciales. La edad es un criterio muy pertinente para discriminar a grandes cantidades de personas afectadas por el envejecimiento.

En lo que se refiere a España, este modelo “japonés” es el sueño inconfesable de los ministros de economía de tan moderno régimen: Boyer, Solchaga, Solbes, Rato, Montoro, Salgado, de Guindos, Escolano, Montero, Calviño y el actual Cuerpo. El avance hacia una sociedad neoliberal completa exige reducir el gasto público reconfigurando el sistema nacional de salud y recortando drásticamente las pensiones. Pero cualquier partido que intente una solución quirúrgica sería penalizado por los colectivos afectados. Esta imposibilidad de una solución final contundente genera un doble lenguaje entre los tecnócratas que filtran a los medios en determinadas ocasiones para rectificar después, además de la implementación de una ingeniería de los recortes graduales, en espera de una situación de crisis en la que fuera factible reducir imperativamente. Es el sueño griego de la tecnocracia neoliberal.

En estas condiciones, las poblaciones discriminadas son las que carecen de derechos con anterioridad, y, además, se encuentran lejanas al sistema político. Los sacrificados son los contingentes jóvenes precarizados brutalmente, al tiempo que convertidos severamente en infrainquilinos en un mercado de la vivienda desbocado. No obstante, esta discriminación no genera un montante monetario equivalente al de la jibarización del sistema público de asistencia sanitaria combinado con la disminución de las pensiones. Esta imposibilidad de avance hacia una sociedad neoliberal completa, genera juegos de espejos, multiplicación de comunicaciones sutiles, incremento de un área oculta a los espectadores, además de tensiones políticas subyacentes.

Porque la defensa del sistema público de salud y las pensiones, descansa sobre el PSOE, partido comunicado con el mercado por unas puertas giratorias supremas. Hoy en Madrid, la exministra socialista Trinidad Jiménez, convertida hoy en próspera directiva de conglomerados empresariales, presenta nada menos que al bueno de Milei. Casi toda la élite partidaria de los últimos veinte años se encuentra ubicada en las direcciones de empresas u organismos globales que impulsan el proyecto de reconversión de la sociedad neoliberal incompleta española en curso. Así, nos encontramos asentados sobre un terreno blando en el que son factibles cambios al estilo del protagonizado por el último Zapatero, convertido súbitamente en apóstol de la austeridad.

En las manifestaciones de pensionistas se pueden percibir los temores colectivos a la solución griega. Muchos participantes expresan sin ambigüedad su falta de confianza y miedos de ser convertidos en las víctimas sacrificadas en el altar del mercado perfecto. La tecnocracia que empuja hacia el avance del neoliberalismo, aliada con los expertos de las instituciones globales, erosiona el imaginario colectivo y espera pacientemente su oportunidad para asestar el golpe definitivo al desgastado y debilitado sistema sanitario, así como al opulento de las pensiones.

Por estas razones, el reportaje de En Portada tiene un valor premonitorio y anuncia el futuro de muchos pensionistas en el caso de que se produjera esta modernización fatal. El reemplazo de las poblaciones sacrificadas tendría como consecuencia un shock social a los mayores. Con estos ya se ensayan formas de reducción de sus costes, tales como el deterioro de la asistencia sanitaria, de los servicios sociales y las residencias. Los guettos residenciales se expanden paralelamente a la separación de sus herederos.

 

miércoles, 15 de mayo de 2024

LA MIRADA RECUPERADA SOBRE EUROPA DE FRANTZ FANON

 

Frantz Fanon es un autor muy influyente en el tiempo de la descolonización. El primer libro crítico que leí a mediados de los años sesenta fue, precisamente, “Los condenados de la tierra”, una suerte de manifiesto de reafirmación de los pueblos colonizados frente a las potencias colonialistas, entonces principalmente europeas. Tras varias décadas de quietud, resurge la conciencia que apunta a la persistencia de la colonización como postcolonialidad. El genocidio de Gaza reaviva la perspectiva decolonial, imprescindible para comprender el fondo del conflicto.

En uno de los blogs de El Salto “Pensar Jondo”, Javier García Fernández rescata varios textos de Fanon. En abril de 2020 presenta una selección de fragmentos de texto correspondientes al último capítulo de “Los condenados de la tierra”. Estos fueron publicados el 5 de abril de ese año en El Salto. La mirada sobre Europa de Fanon representa una perspicacia y precisión admirable a día de hoy. Desde esta perspectiva se hacen inteligibles las supuestas o aparentes ambigüedades de la misma con respecto a la masacre palestina, en tanto que muestra el núcleo invariable de su naturaleza, así como el hilo que la vincula a su pasado colonialista. La emergencia de la extrema derecha en la mayoría de los países europeos apunta a la persistencia del imaginario colonial.  Por esta razón he decidido subir el texto aquí, en la convicción de que puede aportar un valor informativo en contraposición con la imago de Europa que muestran los medios y la Academia.

Una síntesis brillante de lo que fue la descolonización, y ahora el presente poscolonial, la formula Eduardo Galeano en esta brillante sentencia Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: "Cierren los ojos y recen". Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”. Los mismísimos palestinos pueden acreditar su letal veracidad. Este texto tiene un valor inestimable en el presente, por esto merece ser reactualizado. Su título es "Reflexiones sobre Europa"

 

Compañeros: hay que decidir dese ahora un cambio de ruta. La gran noche en la que estuvimos sumergidos, hay que sacudirla y salir de ella. El nuevo día que ya se apunta debe encontrar firmes, alertas y resueltos. 

Debemos olvidar los sueños, abandonar nuestras viejas creencias y nuestras amistades de antes. No perdamos el tiempo en estériles letanías o mimetismos nauseabundos. Dejemos a esa Europa que no deja de hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina dondequiera que lo encuentra, en todas las esquinas de sus propias calles, en todos los rincones del mundo.

Hace siglos que Europa ha detenido el progreso de los demás hombres y los ha sometido a sus designios y a su gloria; hace siglos que, en nombre de una pretendida “aventura espiritual” ahoga a casi toda la humanidad. Véanla ahora oscilar entre la desintegración atómica y la desintegración espiritual.

Y sin embargo, en su interior, en el plano de las realizaciones puede decirse que ha triunfado en todo.

Europa ha asumido la dirección del mundo con ardor, con cinismo y con violencia. Y vean cómo se extiende y se multiplica la sombra de sus monumentos Cada movimiento de Europa ha hecho estallar los límites del espacio y los del pensamiento. Europa ha rechazado toda humildad, toda modestia, pero también toda ternura.

No se ha mostrado parsimoniosa con el hombre, sino mezquina, carnicera, homicida sino con el hombre.

Entonces, hermanos ¿cómo no comprender que tenemos algo mejor que hacer que seguir a esa Europa?

Esa Europa que nunca ha dejado de hablar del hombre, que nunca ha dejado de proclamar que sólo le preocupaba el hombre, ahora sabemos con qué sufrimientos ha pagado la humanidad cada una de esas victorias de su espíritu.

Compañeros, el juego europeo ha terminado definitivamente, hay que encontrar otra cosa. Podemos hacer cualquier cosa. Podemos hacemos cualquier cosa ahora a condición de no imitar a Europa, a condición de no dejarnos obsesionar por el deseo de alcanzar a Europa.

Europa ha adquirido tal velocidad, loca y desordenada, que escapa ahora a todo conductor, a toda razón y va con un vértigo terrible hacia un abismo del que vale más alejarse o más pronto posible.

Es verdad, sin embargo, que necesitamos un modelo, esquemas, ejemplos. Para muchos de nosotros, el modelo europeo es el más exaltante. Pero en las páginas anteriores hemos visto que los chascos a que nos conducía esta imitación. Las realizaciones, europeas, la técnica europea, el estilo europeo, deben dejar de tentarnos y de desequilibrarnos.

Cuando busco al hombre en la técnica y al estilo europeo, veo una sucesión de negaciones del hombre, una avalancha de asesinatos.

La condición humana, los proyectos del hombre, la colaboración entre hombres en tareas que acrecientan la totalidad del hombre son problemas nuevos que exigen verdaderos inventos.

Decidamos no imitar a Europa y orientarnos nuestros músculos y nuestros cerebros a una dirección nueva. Tratemos de inventar al hombre total que Europa ha sido incapaz de hacer triunfar.

Hace dos siglos, una antigua colonia europea decidió imitar a Europa. Lo logró hasta el punto que los Estados Unidos de América se han convertido en un monstruo donde las tareas, las enfermedades y la inhumanidad de Europa han alcanzado terribles dimensiones.

Compañeros: ¿No tenemos otra cosa que hacer sino crear una tercera Europa? Occidente ha querido ser una aventura del Espíritu. Y en nombre del Espíritu, del espíritu europeo por supuesto, Europa a justificado sus crímenes y ha legitimado la esclavitud en la que mantiene a las cuatro quintas parte de la humanidad.

Un diálogo permanente consigo mismo, un narcisismo cada vez más obsceno, no han dejado de preparar el terreno a un cuasidelirio, donde el trabajo cerebral se convierte en un sufrimiento, donde las realidades no son ya las del hombre vivo, que trabaja y se fabrica a sí mismo, sino palabras, diversos conjuntos de palabras, las tensiones surgidas de los significados contenidos en las palabras. Ha habido europeos, sin embargo, que han invitado a los trabajadores europeos a romper su narcisismo y a romper con ese irrealismo.

En general, los trabajadores europeos no han respondido a esas llamadas. Por lo que los trabajadores también se han creído partícipes en la aventura prodigiosa del Espíritu europeo.

Todos los elementos de una solución de los grandes problemas de la humanidad han existido, en los distintos momentos, en el pensamiento de Europa. Pero los actos de los hombres europeos no han respondido a la misión que les correspondía y que consistía en pesar violentamente sobre estos elementos, en modificar su aspecto, su ser, en cambiarlos, en llevar, finalmente, el problema del hombre a un nivel incomparablemente superior.

Ahora asistimos a un estancamiento de Europa. Huyamos, compañeros, de ese movimiento inmóvil en que la dialéctica se ha transformado poco a poco en la lógica del equilibrio. Hay que formular el problema del hombre. Hay que reformular el problema de la realidad cerebral, de la masa cerebral de toda la humanidad cuyas conexiones hay que multiplicar, cuyas redes hay que diversificar y cuyos homenajes hay que deshumanizar.

Hermanos, tenemos demasiado trabajo para divertirnos con los juegos de retaguardia. Europa ha dicho lo que tenía que hacer y, en suma, lo ha hecho bien; dejemos de acusarla, pero digámosle firmemente que no debe seguir haciendo tanto ruido. Ya no tenemos que temerla, dejemos pues, de envidiarla.

El Tercer Mundo está ahora frente a Europa como una masa colosal, cuyo proyecto debe ser tratar de resolver los problemas a los cuales Europa no ha sabido aportar soluciones.

Pero entonces no hay que hablar de rendimientos de intensificaciones de ritmo. No, no se trata de volver a la Naturaleza. Se trata concretamente de no llevar a los hombres por direcciones que los mutilen, de no imponer al cerebro ritmos que rápidamente lo menoscaban y lo perturban. Con el pretexto de alcanzar a Europa no hay que forzar al hombre que arrancarlo de sí mismo, de su intimidad, no hay que quebrarlo, no hay que matarlo.

No, no queremos alcanzar a nadie. Pero queremos marchar constantemente, de noche y de día, en compañía del hombre, de todos los hombres Se trata de no alargar la caravana porque entonces cada fila apenas percibe a la que la precede y los hombres que no se reconocen ya, se encuentran cada vez menos, se hablan cada vez menos.

Se trata, para el tercer mundo, de reiniciar una historia del hombre que tome en cuenta al mismo tiempo las tesis, algunas veces prodigiosas, sostenidas por Europa, pero también los crímenes de Europa, el más odioso de los cuales habrá sido, en el seno del hombre, el descuartizamiento patológico de sus funciones y la desintegración de su unidad; dentro del marco de una colectividad la ruptura, la estratificación, las tensiones sangrientas alimentadas por las clases; en la inmensa escala de la humanidad, por último, los odios raciales, la esclavitud, la explotación y, sobre todo, el genocidio no sangriento que representa la exclusión de mil quinientos millones de hombres.

No rindamos, pues compañeros, un tributo a Europa creando Estados, instituciones y sociedades inspirados en ella.

La humanidad espera algo más de nosotros que esa imitación caricaturesca y en general obscena.

Si queremos transformar a África en una nueva Europa, a América en una nueva Europa, confiemos entonces a los europeos los destinos de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los mejor dotados de nosotros.

Pero si queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel distinto de nuestros países. Sabrán hacerlo mejor que los mejor dotados de nosotros.

Pero si queremos que la humanidad avance con audacia, si queremos elevarla a un nivel distinto del que le ha impuesto Europa, entonces hay que inventar, hay que descubrir.

Si queremos responder a la esperanza de nuestros pueblos, no hay que fijarse sólo en Europa.

Además, si queremos responder a la esperanza en los europeos, hay que reflejar una imagen, aún ideal, de su sociedad, y de su pensamiento, por lo que sienten de cuando, en cuando una inmensa nausea.

Por Europa, por nosotros mismos y por la humanidad, compañeros, hay que cambiar de piel desarrollar un pensamiento nuevo, tratar de crear un hombre nuevo.

 

lunes, 13 de mayo de 2024

EL ESPEJISMO DE LAS ACAMPADAS

 

Desde el mes de noviembre se está produciendo en Gaza un genocidio sobre el que se tienen múltiples testimonios e imágenes que se renuevan diariamente, extendiéndose por los distintos canales de comunicación de las vigentes sociedades postmediáticas. Este acontecimiento pone de manifiesto la impunidad del estado de Israel, que continúa ejecutando implacablemente su plan de exterminio, ajeno a las voces de moderada protesta de la sociedad internacional. Las organizaciones globales como la ONU muestran impúdicamente su impotencia para detener las matanzas. En ese juego de actores subyacen distintos posicionamientos sumergidos, que públicamente apelan a un alto el fuego, en tanto que resaltan como última ratio el derecho a defenderse no sujeto a límites por parte del estado agresor. La doblez y el cinismo imperan en este muro de las lamentaciones de la sociedad internacional.  

La sociedad española ha dado una respuesta muy modesta. En tanto que se han producido varias manifestaciones de protesta, con una asistencia comedida, algunas personas han desarrollado iniciativas de protesta en actividades sociales con impacto mediático. Se puede afirmar que, en relación con la escala hiperdestructiva con que se ejecuta esta matanza, las réplicas se han situado muy por debajo del rango que implica una agresión masiva a una población desarmada con la presencia de las cámaras. En mi opinión, se constata cierta indiferencia social, acentuada por los prejuicios existentes con respecto a una población musulmana. La conciencia colectiva española, se encuentra afectada por los rescoldos de su pasado colonialista, que se manifiesta en el entusiástico apoyo popular a las unidades de la legión en sus desfiles y ceremonias públicas.

La debilidad de las iniciativas sociales y el tratamiento ambivalente de los medios, contrastan con los posicionamientos de los partidos políticos españoles. Estos se han pronunciado en coherencia con sus tradiciones y posicionamientos. Pero, la persistencia del genocidio, que se cronifica y adquiere el perfil de incremental, ha determinado su resignificación narrativa al servicio de los relatos que los partidos ponen en escena. Así, el tema palestino, en las últimas semanas, ha sido “adoptado” por la izquierda como tema que alivia la presión que experimenta como consecuencia de sus pactos con los nacionalistas catalanes. Palestina se ha convertido en un argumento para desmonopolizar la cuestión catalana.  De esta forma ha adquirido un protagonismo catalizado mediáticamente por las primeras acampadas en las universidades.

El resultado es la instalación en la actualidad de una pantalla nueva en la que la cuestión de Gaza adquiere centralidad como elemento de puja entre la derecha y la izquierda del Régimen. Esta confrontación no quiere decir que se renuncie a las contradicciones, en tanto que España es un acreditado comprador y vendedor de armas a los israelíes - antes, durante y después de la presencia de Podemos en el gobierno-. Es paradójico contemplar cómo un gobierno como el de España, tan obediente a los dictados de Europa, se esfuerza en prepararnos activamente para una guerra contra el demonio ruso, requiriendo nuestra complicidad en cuanto al incremento del presupuesto militar. Aún más, si un acontecimiento muestra la predisposición militarista del gobierno progresista, así como la extenuación de la opinión pública española, es la decisión de instalar una nueva base militar norteamericana en Menorca. Esto ya no se decide en el parlamento, al igual que el tráfico de las armas.  Por el contrario, se decide en la zona de sombra adjunta al consejo de ministros y de ministras. Sin deliberación alguna se comunica a las tertulias televisivas en la convicción de que los ilustres conversadores mantendrán su sensatez, y que las audiencias aceptarán sin rechistar esta narrativa.

En este contexto comparecen las acampadas en universidades españolas. Es conveniente interrogarse acerca de su significación. La hipótesis de que nos encontramos con un movimiento incipiente de desobediencia es desmentida en los primeros días. Al contrario que en las universidades norteamericanas, en las que el movimiento es muy amplio, interfiere la vida académica y suscita enfrentamientos con las autoridades y la policía, las acampadas españolas muestran su calma y ausencia de tensión. Todas ellas tienen lugar en espacios protegidos por las universidades mismas, siendo externas a la vida académica, que continúa su ejecución en la serie de clases, prácticas, simulaciones y exámenes.

Las acampadas universitarias españoles, que se producen en una situación muy avanzada del exterminio, forman parte de los mimetismos que resultan del sistema mediático audiovisual global. Un acontecimiento -como las primeras acampadas norteamericanas - es facturado en imágenes que se reiteran y multiplican produciendo una ola de mimetismo. Las imágenes de desmantelamiento de campamentos en Estados Unidos, con detenciones, tensiones, reapariciones de activistas, declaraciones de persistencia en la voluntad de perpetuar la protesta, son muy diferentes de las de los oasis universitarios españoles, cuyas imágenes remiten, no a los convocantes, sino a diferentes personalidades de la cultura que irrumpen en las concentraciones monopolizando la voz de los acampados, que conforman el fondo en el que se producen las declaraciones. Los inevitables Miguel Ríos, Carne Cruda y otras empresas culturales que protagonizan el evento. Me impresionó visionar la conexión del programa de La Base, en la que Iglesias y los habitantes del plató tenían una energía muy superior a las de los estudiantes que comparecían, que trasmitían una calma ajena a lo que es un acto de desobediencia.

El gobierno, las instituciones, los partidos políticos y los medios han devorado este movimiento de protesta anticipándose a su propia evolución y poniéndolo al servicio del relato de la izquierda oficial, muy necesitada de argumentos que nutran sus puestas en escena. Así, se configuran unas acampadas de baja intensidad, que no generan iniciativas ni tienen voluntad de expandirse al exterior. La vida en ellas transcurre sin tensiones en espera de la visita de las cámaras y de los ilustres políticos, mediáticos y culturales. El aspecto más relevante que denota su carácter institucional radica en que los rectores mismos se pronuncian en favor de sus objetivos, constituyéndolos en un apéndice estético. El deteriorado y vetusto entramado institucional se apodera de los contenidos de la acampada y expropia a los participantes del sentido de su acción.

Las acampadas se producen en los mismos espacios de las universidades bajo su protección institucional. De ahí la ausencia de cualquier tensión o épica movilizadora. Así se conforman como un simulacro del 15M o un revival de la célebre frase de Marx de “primero como tragedia y después como farsa”. La Corte del régimen del 78 se sobrepone a la movilización y se anticipa a su curso, cerrando así el final. No es de extrañar que todo concluya con un acto en el que comparezcan los grandes directivos de La Sexta, o que aparezca Jordi Évole entrevistando a acampados, o el mismísimo Roberto Brasero anunciando borrascas y recomendando reforzar la protección de las tiendas.

Una acampada es un acto de protesta y su valor radica en la decisión y acción de un grupo que se autoorganiza y se reconstituye mediante la práctica de la decisión en sus propias asambleas. La autonomía de los poderes instituidos es una cuestión esencial, porque lo que aporta un movimiento social es la invención de nuevas aspiraciones y sentidos de la acción. Un movimiento dependiente de los rectores no puede aportar nada, es una mera caja de resonancia. Así se hacen inteligibles las acampadas de la calma, sin oposición, sin riesgo, bajo la protección académica, política y mediática. Estas instituciones se encuentran en un estado en el que no pueden trasvasar una energía de la que carecen.

La preeminencia de las instituciones impone que los objetivos sean diplomáticos, que en la España del presente significan grandes ambivalencias. El genocidio es reducido, atribuyendo su responsabilidad a Netanyahu, que es seleccionado como chivo expiatorio que libera de responsabilidad a las instituciones israelíes. El sentido que tiene una acampada es constituir una acción que presione a los diplomáticos. Si los acampados se identifican con estos desde el principio, la acampada reduce su valor a un testimonio de imágenes de apoyo. Estas ambigüedades siguen el camino de otras “solidaridades” mediatizadas y fracasadas. Porque, ¿qué es de los afganos que colaboraron con el ejército español? ¿cómo ha concluido el éxodo de sirios huyendo de la guerra hacia Europa?  ¿y los miles de africanos que mueren en el Mediterráneo, y ahora en el Atlántico también, sin reconocimiento de las instituciones? Me temo que el pronóstico sobre el futuro de los palestinos es semejante.

Estoy dolorosamente harto de espejismos mediáticos y simulacros de solidaridad en la decadente sociedad española. Los estudiantes representan la carne de cañón movilizable para simular la indiferencia de la población, que en muchos casos no es tal, sino apoyo a los israelíes como blancos, héroes de las sociedades de consumo, que se definen como democracias (como la nuestra) para encubrir un supremacismo cultural compartido, que se manifiesta de múltiples maneras. ¿alguien se acuerda ya de los numerosos médicos y enfermeras asesinados en los hospitales mismos en las últimas semanas?

Solo falta que los rectores de las hiperdeterioradas universidades españolas asignen dos créditos a los acampados que acrediten su presencia en las mismas.

 

lunes, 6 de mayo de 2024

ACTAS DE LA SENECTUD. DECLIVE EN LA JUNGLA DE LOS HABITACIONÍCOLAS

 

En esta entrada comienzo a contar algunos episodios de mi vida en la edad de la senectud. En esta cuestión también tengo que ir a la contra. Los discursos acerca de las personas que envejecen son manifiestamente mistificados y engañosos. La verdad es que los mayores son apartados minuciosamente, primero marginados incrementalmente de la vida para concluir con su encierro. Las constelaciones del estado y del mercado convergen en esta segregación de las generaciones de mayores. Ciertamente, existen algunos contrapuntos a esta gran reclusión. Algunos contingentes son concentrados en actividades de ocio y turismo para maximizar los hoteles e industria turística en temporada baja. Pero la gran mayoría es severamente expulsada de todas las esferas públicas, así como de sus mismas familias. Este proceso de marginalización se efectúa sobre las pruebas acumuladas en el historial médico. La obsesión por la salud perfecta imperante en este tiempo penaliza a los mayores, que son dictaminados negativamente como portadores de diagnósticos y síndromes diversos. Así se constituye una sentencia que sanciona su  incapacidad yconcluye con su encierro definitivo.

La vida cotidiana de los mayores se encuentra sumida en la oscuridad. Mi pretensión es contribuir a clarificar algunas situaciones vividas para contrarrestar la voz del dispositivo asistencial y profesional que avala el declive y el encierro, sustituyendo la voz de los marginalizados por sus amables versiones y ficciones. La vida de los viejos es mistificada, tanto por la constelación del estado, que fabrica una versión ficticia cien por cien, al estilo que practica con la totalidad de las clases subalternas, como por la de los distintos dispositivos del mercado, que condenan la vida de los mayores en tanto que colectivo de bajo consumo. Solo aparecen personas mayores en los anuncios de la industria farmacéutica y del bienestar, y pocos. Al igual que en las plantillas de la televisión, este es el primer ámbito de la expulsión, que se extiende como una mancha de aceite por el entramado social.

La primera entrada se refiere a una experiencia personal que tuve anoche en el edificio en el que vivo, que ha experimentado una transformación milagrosa en los últimos años, siendo reemplazadas las familias por una nueva especie emergente: los habitacionícolas, jóvenes precarizados en lo laboral y en lo residencial que son ubicados por el floreciente mercado del suelo en habitaciones compartidas, consumando la (pen)última regresión habitacional y social del capitalismo.

Anoche tuve una experiencia personal extremadamente dura. Vivo en Madrid, junto al parque del Retiro en una zona preferente para los turistas, y en donde las viejas familias son desplazadas por una multitud de personas jóvenes que protagonizan la nueva gentrificación. Esta nueva clase, forjada por la convergencia de gentes convertidas en recursos humanos que rotan por el mercado de trabajo discontinuamente en una movilidad horizontal sin fin, con su radical individualidad residencial, escindidos de sus antiguas familias, son alojadas en habitaciones en pisos compartidos. Así se constituye una nueva subjetividad y sociabilidad, para la gloria de los industriosos gestores de lo que se denomina pomposamente como soluciones residenciales.

La severa individualización resultante de esa entidad social hiperlíquida que es el piso compartido genera un sistema social semejante a una jungla. Los escasos mayores que permanecemos en ella somos amenazados por los depredadores habitacionícolas, que no han experimentado el vivir en alguna forma de comunidad. Habitar un piso con extraños genera una tensión por los servicios compartidos, el baño y la cocina, así como, en la mayoría de los casos, por la resolución de los conflictos latentes por relaciones de fuerza. Además, ese mundo tiene una impronta dura, en tanto que los propietarios defienden sus intereses de forma contundente, habilitando como habitacionales todos los huecos del piso y estableciendo unos patrones de calidad/precio completamente desmesurados.

En esos espacios, las relaciones adquieren una naturaleza dura y flotan en el ambiente varias violencias implícitas. Cada habitante de esa jungla no es un inquilino, sino una especie de infrainquilino reemplazable en el flujo de personas que buscan un hueco en el que dormir. Así, esos subinquilinos son transformados en recursos residenciales móviles, asignables a lo que se puede denominar como espacio/cama. La cama es la unidad esencial, ocupando la mayor parte del espacio. La miniaturización industrial ha creado el smartphone como ingrediente imprescindible para los habitacionícolas. Una cama, un móvil, un armario y poco más para almacenar sus cosas. La vida social en los pisos compartidos se compartimenta por el principio de la libertad, que en este caso se manifiesta en la elección de serie de las empresas de streaming. El wifi compartido compone lo común entre las personas concentradas en el piso compartido.

La nueva individuación es contundente. El inteligente libro de Eric Sadin, uno de los autores más lúcidos, cuyo título es “La era del individuo tirano”, en el que narra el proceso de disipación de lo que ha sido común en las épocas anteriores, certifica la situación imperante en la nueva especie urbana de los habitacionícolas. Los rasgos característicos de las vecindades tradicionales, tales como los rituales de saludo, la comunicación y ayuda mutua han desaparecido completamente. Cada uno es autosuficiente en su habitación y con su smartphone. La sociabilidad en el edificio es manifiestamente congelada. La gran mayoría de los jóvenes ni siquiera responde al convencional “buenos días”, concentrados en su pequeña pantalla.

Pues bien, ahora cuento la experiencia de anoche. Vivo en un sexto piso y me cuesta trabajo subir las escaleras. Mi vieja perra, se encuentra ahora aún peor que yo. Una de las batallas cotidianas estriba en que no pocos habitacionícolas suben concentrados en el móvil y no cierran bien la puerta del ascensor. Así, este se encuentra siempre en litigio. Durante el día suben y bajan más personas y reenvían el ascensor, pero por la noche, si queda abierto en pisos altos, no tiene solución. Es justamente lo que ocurrió. A las once y media de la noche el ascensor quedó abierto y tuvimos que subir, en el caso de mi perra más penosamente todavía que en el mío. Me invadió un sentimiento de humillación y rabia, en tanto que a los mayores residentes que quedamos atrapados en ese edificio, en el que habitan ya inmigrantes y jóvenes españoles habitacionícolas, y turistas de fin de semana, no solo no somos reconocidos, sino que existe una agresividad manifiesta contra nosotros, siendo percibidos como extraños residuos vivientes.

En esta comunidad habitacional en la que los que comparten un mismo piso suelen ser extraños mutuamente, ser mayor representa una amenaza en tanto que nuestra identidad se encuentra deteriorada. Así, lo de anoche es solo un prólogo de lo que nos espera. Ningún gesto de amabilidad ni reconocimiento. Los espacios comunes convertidos en desiertos relacionales. El mundo congelado del mercado. La lógica de un poder que se esmera en convertir poblaciones en colectivos débiles. Los precarizados, los hipotecados, los endeudados. Ahora los habitacionícolas. En cualquier caso, vivir situaciones así me proporciona una perspectiva realista con respecto a los malestares.

Por eso alucino cuando contemplo las intervenciones públicas de los ministros del gobierno progresista, completamente sumidos en las ficciones derivadas de conjuntos de cifras. En el mejor de los casos, no tienen ni la más remota idea de lo que está ocurriendo y de sus consecuencias. Se está configurando una sociedad en la que viven multitudes estructuralmente debilitadas. El sujeto confinado en una habitación compartida apunta a una mutación antropológica de gran calado, radicalmente asimétrica con respecto a lo que hemos entendido como progreso. Sí, esto es lo que hay. Vivo mi declive personal en la jungla de los habitacionícolas, y esto es duro de llevar.