Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

miércoles, 28 de junio de 2023

DE LA POLÍTICA ALFABÉTICA A LA POLÍTICA POSTALFABÉTICA

 

Tras los avatares de la campaña electoral en curso, con su carnaval de imágenes diario y los decires de la nueva clase tertuliana, se esconde un acontecimiento que marca una época. Se trata del declinar irreversible y definitivo de una élite fundamentada en el fosilizado imperio ilustrado de la letra escrita, y su reemplazo por una nueva élite que funda su liderazgo en el manejo de competencias comunicativas y artes escénicas menores. Los vetustos líderes dotados de cierto espesor discursivo son relevados por gentes dotadas de ciertas competencias teatrales.

La banalidad de los discursos se acompaña de una apoteosis de la explotación de los cuerpos y los rostros de una nueva generación de políticos plagiadores de los periodistas que reinan en el mundo de las audiencias. El caso de la señora Guardiola, del PP de Extremadura, alcanza el éxtasis. Modifica su discurso, que está tomado de fragmentos de tertulias, según las circunstancias, carente de cualquier pudor, pero, ciertamente, explota admirablemente su cuerpo, su rostro y sus tonos de voz, que son válidos para defender elocuentemente, en el sentido audiovisual, cualquier posicionamiento.

El presidente Sánchez constituye otro ejemplo de locuacidad audiovisual en sus tormentosos encuentros en las instituciones parlamentarias. El débil armazón argumentativo de sus intervenciones se contrapone con la profusión del espesor comunicativo de su puesta en escena, de modo que la comunicación no verbal formidable tiende a sustituir a la famélica comunicación verbal. Así, este prohombre ha terminado prodigándose en duelos audiovisuales con sus adversarios, que no son los ínclitos líderes de la oposición, sino los conductores de programas avalados por amplias audiencias. El de anoche con Pablo Motos, tras sus encuentros con sus esbirros de la Ser o La Sexta, fue antológico. Un combate en el que las dos partes desarrollaban estrategias de sorpresa, con la intención de asestar un golpe simbólico al oponente, para que este lo acusase en sus subsistemas comunicativos corporales. A  eso le llaman ahora “colocar los mensajes”.

En un sistema político en el que la condición de cualquier liderazgo es ejercer como un conductor de la televisión, el caso del señor Feijoo es antológico. Este, es un sumatorio de todas las sobriedades imaginables. A las discursivas programáticas se añaden las comunicativas. Esta austeridad contrasta con el apoyo formidable que obtiene del sistema mediático. Su presencia en los programas televisivos ilustra verdaderos episodios de la última versión del vasallaje. Sus gabinetes de comunicación le advierten de que su punto fuerte no es tanto decir, sino, por el contrario, callar y esperar el desgaste de sus adversarios, basado en sus propios errores. Recuerdo a la élite de los Aznar, Trillo, Rato, Cascos, Gallardón y otros en los años noventa. Esta era superlativamente discursiva, prodigándose en una oposición dura y argumentada, sustentada en largas intervenciones parlamentarias.

Ahora el sistema se ha modificado sustantivamente. Este es el reino de la televisión en el que los videos y fragmentos audiovisuales sustituyen integralmente a los textos y discursos. El caso de Yolanda Díaz es paradigmático. Se ha creado una imagen de marca política sin proponer nada nuevo. Su discurso está compuesto por pedazos de cachos, pedazos, trozos de discursos desechados y acumulados en el desván de la izquierda. Se trata de presentar un conjunto de medidas inconexas que tengan un impacto sensorial entre los saturados electores. El caso de Vox es semejante. Este se nutre en sus visitas a los viejos desvanes del franquismo y los de las extremas derechas de Europa.

Pero no solo los líderes partidarios se someten a los imperativos de la condición de feudatarios mediáticos, sino que, este letal proceso se extiende a todos los sectores instalados en los aparatos culturales. El espectáculo del dominio aceptado por las gentes vinculadas a la producción de pensamiento, literatura o arte, en sus presencias televisivas es asombroso. Estos se encuentran completamente domesticados, de modo que son anulados en favor de los conductores televisivos mediante encuentros en los que se someten a los guiones y pautas de tan notorios señores de la televisión.

Así, en el inicio de la democracia, la clase pensante estaba constituida por gentes como Cela, Umbral, Saramago; Arrabal, Alfonso Sastre, Sánchez Ferlosio, los Goytisolo, García Calvo y otros destacados componentes de los mundos del pensamiento y la cultura. Cuarenta años después, El espacio público es un sumatorio de audiencias de Ana Rosa Quintana, Susana Griso, Carlos Herrera, Alsina, Angels Barceló, Aymar Bretos, El Gran Wyoming, y varias decenas de comunicadores. Este reemplazo de la élite influyente explica muchos de los procesos en curso, entre otros, el ascenso de varios microfascismos recombinados y el deterioro de las instituciones, de la que es campeona un año tras otro, la Universidad.

Recuerdo a mis profesores al final de los sesenta en la Complutense: Javier Muguerza, al que teníamos un respeto casi religioso; José Luis Sampedro; Paulino Garagorri; Luis Angel Rojo, Carlos Moya y tantos otros. Todos ellos pertenecían a una élite intelectual y profesional en tanto que la acumulación de conocimiento, lentamente labrada era inocultable. A pesar de su alta posición, asumían en su integridad la condición de profesores y se desempeñaban en las clases como cualquier otro profesor. La masificación de la universidad en los ochenta desplazó a toda la generación de maestros, configurando un extraño supermercado académico regido por la ley de quien puede evadirse de la docencia, lo hace.

Por eso me ha encantado recuperar en Youtube un vídeo célebre de un encuentro en la tele, entre Mercedes Milá y Paco Umbral, en el que este expresa su protesta, tras ser invitado a presentar su último libro, a un programa en el que es sometido a las reglas de la presentadora. La lectura de este desde la perspectiva de hoy, es abrumadoramente crítica con Umbral, al que se percibe como la persona que encarna el principio aristocrático cultural. Mi lectura es inversa. Lo entiendo como una protesta contra el dominio de los comunicadores que relega al autor y su obra en favor de una conversación dispersa y ultradirigida por la directora del programa. En particular, cuando posterga al mismo autor para dar la palabra a un miembro del público y Umbral dice la gran verdad: que este no había leído el libro.

Este es un documento audiovisual antológico que muestra la resistencia de esta vieja élite cultural a ser relegada por los animadores televisivos.  Cuando se reafirma en que él mismo ha escrito el libro y sostiene una columna diaria de opinión está desvelando la gran verdad. Recuerdo que, al final de los años setenta, asistí en Santander a un acto de Agustín García Calvo. Este desplegó su sabiduría en la intervención. El impacto que tuvo en algunos de los asistentes fue enorme. Yo lo sigo releyendo hoy, tantos años después. Este defendió con su reserva argumental, la validez de la vida ordinaria frente a la intervención del Estado y el Mercado.

Tras el acto, se suscitó una conversación sobre las cuestiones que había planteado entre los amigos que habíamos asistido. Recuerdo que en esta cháchara planteé la cuestión esencial. La pregunta pertinente para Agustín, sería que dijera cuántas horas trabaja, así como su sostenibilidad. Es decir, que se presume que llevaba varias décadas de trabajo intelectual constante y sostenido, lo que le proporcionaba esa perspectiva que fascinaba a sus audiencias. Lo mismo me ha ocurrido con mi amigo Juan Gérvas, el médico. En una conversación con algún estudiante de medicina en Granada lo suscité. La pregunta que nadie se atreve a hacer sería esta: Cuántas horas trabajas diariamente y durante cuánto tiempo para tener esta perspectiva. Se puede acompañar con otras del tipo de ¿tú comes todos los días tres veces y pausadamente?

La vieja élite en trance de extinción se basa, no sólo en su inteligencia y capacidades, sino, primordialmente, en su trabajo continuado. Así que en sus presentaciones en actos públicos este es un factor difícil de ocultar. La nueva élite de presentadores tampoco puede ocultar que sus esquemas representan una delgada capa de barniz sujeta a las contingencias climáticas, corriendo peligro de demolición. Su potencia radica en el dominio de la comunicación persuasiva pura y dura, que ilustra la célebre frase de “vale igual para un roto que para un descosido”.

Este proceso de relevo de élites tiene consecuencias macroscópicas para toda la vida cultural y social. El aristocratismo de la vieja élite suscitó críticas que amparaban una revancha de los públicos receptores. Todo ha terminado en la nueva dictadura de los presentadores. Un colectivo dotado de la virtud de seducir, fascinar, entretener, divertir y excitar a las audiencias. Su relevancia y centralidad en la vida de las sociedades mediáticas implica un factor de ineludible decadencia.

Este es el fantástico vídeo en el que Umbral percibe los peligros del nuevo medio.

 

 


 



lunes, 26 de junio de 2023

CIORAN Y EL FANATISMO POLÍTICO

 

Contemplo alucinado el devenir de la campaña electoral, en la que se multiplican los hechizos y las ensoñaciones, puestas en escena ante un público entregado a los oradores, que comulga con los discursos de la milagrería política. Así, el “Vamos a Ganar”, así como aclamar como presidente al candidato de turno, significa, en muchas ocasiones, multiplicar por tres, cuatro o cinco los resultados obtenidos en las recientes elecciones de mayo. Enfrentados a una grada vociferante e incondicional, cada uno pone en marcha su fantasía prodigiosa para prometer medidas portentosas en un presente plagado de miserias y límites. No quiero poner ejemplos concretos aquí, pero la campaña electoral es cada vez más un acto de hechicería que expulsa lo empírico de los discursos, auditorios y platós.

Lo más fascinante de esta feria de las ensoñaciones radica en los públicos aplaudidores y aclamadores. Estos son inasequibles al desánimo y terminan por sustituir al conjunto del electorado, que se muestra distante con este espectáculo, y solo participa en él en tanto que representa un sufragio que dictamina a unos vencedores y unos vencidos, que se confrontan según los métodos hegemónicos de la telerrealidad, es decir, como un juego de egos. En este ambiente, es ineludible repensar el problema de la incondicionalidad, llevada al extremo del fanatismo. De ella resulta la paradoja del distanciamiento de grandes sectores sociales de la política, que se simultanea con la fanatización de los menguantes públicos que pueblan los actos partidarios y componen los fondos de las fotos.

Sin embargo, y pese a las evidencias, los operadores de la videopolítica imperante, funcionan mediante modelos de mercado que priorizan la captura de un público caracterizado por su fidelidad a la marca. Este, es el principio que constituye el proceso de fanatización. Los medios operan en esta dirección y han suplantado a antigua la intelligentsia, que ahora aspira a expandirse en los rincones del sistema mediático con su nueva máscara de expertos. De esta manera se disuelven los contrapuntos. Los tertulianos y columnistas digitales se adscriben a un partido en liza, para transformarse en una parte de él.

Me hace pensar la decadencia de la vieja izquierda. Un personaje como Yolanda Díaz mantiene unos discursos de un nivel argumentativo desolador. Se presenta en actos partidarios en los que están presentes varios cientos de pobladores en distritos de varios cientos de miles de votantes, y en los que sus resultados, en la serie de votaciones anteriores, nunca ha superado el 10%. Al afirmar que “vamos a ganar”, acompañado de viejas liturgias de exaltación colectiva compartidos por los cofrades presentes, supone que la magia va a multiplicar por cuatro los resultados anteriores. Lo peor no es que los emocionados súbditos participen en ese sortilegio político, sino que todos se arrogan la representación del barrio o distrito, en un acto de trasmutación de la realidad que ya quisieran para sí algunas de las viejas religiones históricas.

Pero el aspecto más negativo radica en que el discurso de la lideresa hurta cualquier reflexión sobre la cruda realidad, así como escamotea la afloración del proyecto real, que queda sumergido. Cuando dice “Vamos a Ganar” se está refiriendo a la posibilidad de una cosecha de votos que contribuya a una mayoría de la suma de las izquierdas con los nacionalistas. Ese es el verdadero significado de ganar. De ese modo se hurta a la gente la posibilidad de pensar acerca de cuál es el camino para fraguar un proyecto que obtenga unos apoyos mayoritarios, que es la garantía de implementar transformaciones sociales efectivas. La razón política queda zambullida bajo una efervescencia de emociones inducidas por métodos comerciales.

El fanatismo se hace presente esplendorosamente en la campaña. Este queda relativamente maquillado por las tertulias y otras actividades mediáticas que ocultan el verdadero rostro del mismo. En las redes comparece más explícitamente. Pero esta versión del fanatismo es la mínima, resultante de un proceso de sucesivas readaptaciones. Conceptualizar el fanatismo en su versión máxima, descubriendo sus códigos, implica reinsertarla en varios contextos históricos, a efectos de comprender las sucesivas formas que va adoptando.

Soy visitante asiduo de un excelente blog que selecciona textos de distintos autores, de una calidad insuperable. Este es Bloghemia. Uno de los últimos, remite al fanatismo y está escrito por Cioran. Este es un autor que siempre me ha estimulado, y recomiendo su relectura desde el contexto histórico vigente, en el que la conexión con su inteligencia es sorprendente. En este escrito, Cioran enuncia lo que se puede considerar como la versión máxima del fanatismo, que describe sus códigos genéticos y desvela sus aspectos ocultos. Es un texto reconfortante, en tanto que su lectura se realice acompañada por un distanciamiento del escenario videopolítico de estos compulsivos días. Reproduzco algunos párrafos del mismo, recomendando su lectura en https://www.bloghemia.com/2023/06/que-es-el-fanatismo-por-emil-cioran.html


¿QUÉ ES EL FANATISMO?

Artículo del filósofo de origen rumano Emil Cioran, publicado originalmente en el libro "Précis de décomposition" .

 

En sí misma, toda idea es neutra o debería serlo, pero el hombre la anima, proyecta en ella sus llamas y sus demencias; impura, transformada en creencia, se inserta en el tiempo, adopta figura de suceso: el paso de la lógica a la epilepsia se ha consumado…

Así nacen las ideologías, las doctrinas y las farsas sangrientas. Idólatras por instinto, convertimos en incondicionados los objetos de nuestros sueños y de nuestros intereses. […] Incluso cuando se aleja de la religión, el hombre permanece sujeto a ella; agotándose en forjar simulacros de dioses, los adopta después febrilmente: su necesidad de ficción, de mitología, triunfa sobre la evidencia y el ridículo. Su capacidad de adorar es responsable de todos sus crímenes: el que ama indebidamente a un dios obliga a los otros a amarlo, en espera de exterminarlos si rehúsan. No hay intolerancia, intransigencia ideológica o proselitismo que no revelen el fondo bestial del entusiasmo. Que pierda el hombre su facultad de indiferencia: se convierte en asesino virtual; que transforme su idea en dios: las consecuencias son incalculables. No se mata más que en nombre de un dios o de sus sucedáneos: los excesos suscitados por la diosa Razón, por la idea de nación, de clase o de raza son parientes de los de la Inquisición o la Reforma.  […] Los verdaderos criminales son los que establecen una ortodoxia sobre el plano religioso o político, los que distinguen entre el fiel y el cismático. 

En cuanto eleve la voz, sea en nombre del cielo, de la ciudad o de otros pretextos, alejaos de él: sátiro de vuestra soledad, no os perdona el vivir más acá de sus verdades y sus arrebatos; quiere haceros compartir su histeria, su bien, imponérosla y desfiguraros. Un ser poseído por una creencia y que no buscase comunicársela a otros es un fenómeno extraño a la tierra, donde la obsesión de la salvación vuelve la vida irrespirable. Mirad en torno a vosotros: Por todas partes larvas que predican; cada institución traduce una misión; los ayuntamientos tienen su absoluto como los templos; la administración, con sus reglamentos: metafísica para uso de monos… Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables; las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. El ansia de llegar a ser fuente de sucesos actúa sobre cada uno como un desorden mental o una maldición elegida. La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente…

 En un espíritu ardiente encontramos la bestia de presa disfrazada; no podríamos defendernos demasiado de las garras de un profeta… En cuanto eleve la voz, sea en nombre del cielo, de la ciudad o de otros pretextos, alejaos de él: sátiro de vuestra soledad, no os perdona el vivir más acá de sus verdades y sus arrebatos; quiere haceros compartir su histeria, su bien, imponérosla y desfiguraros. Un ser poseído por una creencia y que no buscase comunicársela a otros es un fenómeno extraño a la tierra, donde la obsesión de la salvación vuelve la vida irrespirable. Mirad en torno a vosotros: Por todas partes larvas que predican; cada institución traduce una misión; los ayuntamientos tienen su absoluto como los templos; la administración, con sus reglamentos: metafísica para uso de monos… Todos se esfuerzan por remediar la vida de todos: aspiran a ello hasta los mendigos, incluso los incurables; las aceras del mundo y los hospitales rebosan de reformadores. El ansia de llegar a ser fuente de sucesos actúa sobre cada uno como un desorden mental o una maldición elegida. La sociedad es un infierno de salvadores. Lo que buscaba Diógenes con su linterna era un indiferente…

Me basta escuchar a alguien hablar sinceramente de ideal, de porvenir, de filosofía, escucharle decir «nosotros» con una inflexión de seguridad, invocar a los «otros» y sentirse su intérprete, para que le considere mi enemigo. Veo en él un tirano fallido, casi un verdugo, tan odioso como los tiranos y los verdugos de gran clase. Es que toda fe ejerce una forma de terror, tanto más temible cuanto que los «puros» son sus agentes. Se sospecha de los ladinos, de los bribones, de los tramposos; sin embargo, no sabríamos imputarles ninguna de las grandes convulsiones de la historia; no creyendo en nada, no hurgan vuestros corazones, ni vuestros pensamientos más íntimos; os abandonan a vuestra molicie, a vuestra desesperación o a vuestra inutilidad; la humanidad les debe los pocos momentos de prosperidad que ha conocido; son ellos los que salvan a los pueblos que los fanáticos torturan y los «idealistas» arruinan. Sin doctrinas, no tienen más que caprichos e intereses, vicios acomodaticios, mil veces más soportables que el despotismo de los principios; porque todos los males de la vida vienen de una «concepción de la vida». Un hombre político cumplido debería profundizar en los sofistas antiguos y tomar lecciones de canto; y de corrupción… 


El fanático es incorruptible: si mata por una idea, puede igualmente hacerse matar por ella; en los dos casos, tirano o mártir, es un monstruo. No hay seres más peligrosos que los que han sufrido por una creencia: los grandes perseguidores se reclutan entre los mártires a los que no se ha cortado la cabeza. Lejos de disminuir el apetito de poder, el sufrimiento lo exaspera; por eso el espíritu se siente más a gusto en la sociedad de un fanfarrón que en la de un mártir; y nada le repugna tanto como ese espectáculo donde se muere por una idea… Harto de lo sublime y de carnicerías, sueña con un aburrimiento provinciano a escala universal, con una Historia cuyo estancamiento sería tal que la duda se dibujaría como un acontecimiento y la esperanza como una calamidad.

[…] mil veces más soportables que el despotismo de los principios; porque todos los males de la vida vienen de una «concepción de la vida». Un hombre político cumplido debería profundizar en los sofistas antiguos y tomar lecciones de canto; y de corrupción… 



 

Ha sido inevitable recordar, en mi lectura personal de este texto, a los sátiros farma-epidemiólogos que intentaron salvarnos de las garras de la Covid, así como de nuestra propia imprudencia inexperta.

sábado, 24 de junio de 2023

EL SHOCK DEL PRESENTE

 

El presente es un inmenso espacio en el que se extravían la mayor parte de las personas. La velocidad de la era digital y el dominio de los medios audiovisuales contribuyen a generar una inmensa confusión y opacidad. En ese oscuro medio comparecen los expertos-guía y toda suerte de comunicadores excelentes en el arte de conducir a los cegados por la recomposición continua de la actualidad. La complejidad del presente en relación a los modos predominantes de conocer, tiene como consecuencia la multiplicación de las personas que se encuentran completamente perdidas, utilizando esquemas referenciales radicalmente obsoletos. De ahí nace el gran negocio de gurús, aventureros, hiperexpertos, charlatanes y pretendientes a la guía de los contingentes de extraviados.

Algo semejante al rescate de los múltiples cegados y deslumbrados es la política a día de hoy. Me impresiona muchísimo contemplar a personas profesionales cercanas a mí en algunas etapas biográficas asumiendo los esquemas referenciales del mercado político audiovisual. En estas condiciones, es inevitable que preguntas sencillas, como por ejemplo, porqué las célebres mayorías sociales que han recibido del gobierno progresista sustanciosas subidas de salario mínimo y otras del imaginario escudo social, se distancien manifiestamente de este. ¿qué está ocurriendo? Cualquier explicación remite a la densidad del presente que desborda los raquíticos esquemas cognitivos de los actores políticos.

Douglas Rushkoff es un autor al que sigo, por su originalidad y talento, desde mis tiempos de profesor de sociología. Uno de sus libros de esa época, Coerción, ha sido una de las lecturas de los alumnos en la atribulada clase de Cambio Social.  Uno de sus últimos libros, Present shock. Nueva York: Penguin Group. 2013, aborda precisamente lo que denomina como “El shock del presente.  Las conceptualizaciones de Rushkoff permiten comprender las limitaciones del pensamiento de los desnortados actores del presente y su conciencia débil, los medios de comunicación productores de la actualidad. Por eso publico una reseña de Jennifer Delgado Suárez en  https://rinconpsicologia.com/shock-del-presente-rushkoff/

Me parece importante subrayar algunos elementos analíticos fundamentales: Es, sobre todo, un estado mental, que nos aleja del pasado y del futuro. Así se hace inteligible la dependencia de los nuevos brujos demoscópicos que nos liberan de la oscuridad e incertidumbre. El colapso narrativo y la expansión de la simplicidad, constituyen los ingredientes principales del shock del presente, tan fértil para comprender el presente mismo. En este contexto, no es de extrañar que s viejas tendencias hayan sido canceladas en favor de los análisis que en este blog he denominado como “traficantes de decimales”. Sólo se considera válida la última medición en espera de la siguiente. Así, es inteligible la Expansión de la milagrería. Todos los políticos esperan la inversión prodigiosa de sus resultados en un golpe de suerte.

Este es el texto de la reseña

 

Shock del presente: Vivir en un mundo sin historia ni futuro

 

¿Tienes la sensación de que el tiempo no te alcanza? ¿Te sientes como un apagafuegos que debe hacer frente continuamente a imprevistos y supuestas urgencias? ¿No eres capaz de vislumbrar tu futuro? ¿Piensas que casi todo está inventado y que queda muy poco por hacer? ¿Crees que ningún tiempo futuro podrá superar el presente y que hemos llegado al tope de nuestras capacidades?

Si es así, es probable que sufras un fenómeno tan común como desconocido: “shock del presente”. Debido a la relación completamente nueva que hemos desarrollado con el tiempo – a nivel social y personal – estamos viviendo en un ahora que se nos escapa cada vez más rápido mientras perdemos la conexión con el futuro y el pasado.

 

¿Qué es el shock del presente?

 

El shock del presente es una idea desarrollada por Douglas Rushkoff, profesor de la Universidad de Nueva York. Lo describe como un estado mental potencialmente oneroso e incluso paralizante en el que nos quedamos atrapados en el presente, perdiendo muchos de los puntos de conexión con el futuro y el pasado.

El shock del presente, sin embargo, no nos conduce a un estado zen, sino que nos sumerge en una especie de caos mental. “Nos hace existir en un presente distraído en el que las fuerzas en la periferia son magnificadas […] Nuestra habilidad para realizar un plan y seguirlo es interrumpida por un gran número de impactos externos. En vez de encontrar un camino Se trata, pues, de un presentismo sin ningún punto de referencia más allá de un “aquí y ahora” fragmentado, vertiginoso y caótico. En práctica, nos vemos obligados a vivir en el presente para responder como mejor podamos a las demandas continuas del medio, de manera que no tenemos tiempo ni recursos cognitivos para proyectarnos al futuro o volver al pasado. Es como si el presente nos absorbiera en una especie de agujero negro en el que pasado y futuro desaparecen. Así perdemos de vista el panorama temporal que debe fungir como conector de nuestra autobiografía, pasando a vivir en “un mundo sin historia ni futuro”, como lo calificó Rushkoff.

 

¿Cómo se ha originado ese “shock del presente”?

 

No podemos estar ni siquiera una hora sin revisar el correo electrónico o la mensajería instantánea, nos preocupamos por la noche si alguien no nos ha contestado un mensaje y desarrollamos el “síndrome de vibración fantasma” que nos hace revisar el móvil, aunque no haya sonado. Mientras estamos fuera de casa, nos preguntamos qué está pasando en nuestras redes sociales y queremos estar pendientes de las actualizaciones de nuestros amigos y conocidos. Sentimos una necesidad imperiosa de comentar o compartir una noticia o de ver la última foto que ha publicado el famoso de turno.

estable aquí y ahora, acabamos reaccionando de manera improvisada a todos los asaltos que se presentan a lo largo del día”, apuntó Rushkoff.

 

En el mundo digital cometemos el error de pensar que podemos aplicar a nuestras vidas el mismo tiempo en el que se mueven las máquinas. Nuestro universo digital siempre está encendido, pero nosotros no. Los tuits siempre se están publicando en Twitter, pero aspirar a leerlos todos es una locura. Las interrupciones agotan nuestras habilidades cognitivas. Crean la sensación de que necesitamos estar al día para no perder el contacto con el presente. Es un objetivo falaz”, apuntó Rushkoff.

Sin embargo, el shock del presente no depende únicamente de la tecnología – aunque esta haya contribuido – sino que es más bien un estado que se ha instaurado a nivel social y que ha terminado por calar en muchos de nosotros. Es una manera de lidiar con la realidad asumiendo un enfoque tan presentista que termina siendo miope.

Nuestra sociedad se ha reorientado al presente. Todo se muestra en vivo, en tiempo real, y está siempre conectado. No se trata simplemente de un aceleramiento de las cosas, por más que nuestro estilo de vida y tecnologías hayan acelerado al ritmo al cual intentamos hacer las cosas. Es más bien una disminución de todo lo que no está ocurriendo ahora – y la embestida furiosa de todo lo que supuestamente está ocurriendo”, explicó Rushkoff.

 

Las consecuencias psicológicas del shock del presente

 

Rushkoff hace referencia a las diferentes maneras en que se manifiesta el shock del presente en nuestras vidas. Una vez que se instaura, este fenómeno no solo cambia nuestros hábitos y comportamientos, sino que también altera peligrosamente la dinámica de nuestro pensamiento.

  • Colapso narrativo

Se trata del triunfo de la inmediatez sobre la precisión, un fenómeno que se aprecia perfectamente en las secciones de noticias de los medios de comunicación, pero que también se ha extendido a diferentes niveles y nos conduce a cometer numerosos errores e imprecisiones en nuestro día a día. Es el triunfo de la aproximación sobre la exactitud.

De hecho, ese colapso narrativo es el golpe de gracia para los discursos inteligentes y complejos ya que no somos capaces de seguir su lógica o simplemente no tenemos tiempo suficiente para reflexionar sobre ello. En su lugar, priorizamos las soluciones simplistas, lo cual conduce a una pérdida brutal de la riqueza y complejidad que matizan todos los fenómenos a los que nos exponemos.

  • Digifrenia

La tecnología que nos permite estar en diferentes lugares al mismo tiempo y que nos ayuda a asumir distintas identidades ha impulsado la digifrenia, que consiste en un estado mental confuso causado por tener demasiadas identidades ejecutándose en paralelo.

Esas identidades a menudo están desconectadas entre sí, por lo que realizamos un enorme esfuerzo cotidiano para quitarnos una piel y entrar en otra. Ese cambio continuo de identidad nos somete a un gran estrés con consecuencias poco saludables.

  • Fractalnoia

Se trata de la tendencia a buscar un sentido en un presente congelado, sin tener en cuenta las secuencias lógicas de causa y efecto. Este fenómeno se debe en gran parte a la gran cantidad de información a la que nos exponemos y a la necesidad de responder de manera instantánea, de forma que no tenemos tiempo para rastrear la trama en el tiempo ni elaborar una respuesta reflexionada que se proyecte al futuro.

Sin embargo, cuando no existe un tiempo lineal, cuando perdemos la conexión con el pasado y el futuro, nos resulta imposible dar sentido a lo que nos está ocurriendo, de manera que las causas y efectos colapsan. Así nos quedamos en un mundo caótico, en el que no nos queda más remedio que responder a ciegas.

  • Apocalypto

Dado que la sociedad ha perdido la fe en su capacidad para resolver las crisis y problemas mundiales puesto que es incapaz de encontrar pies o cabeza a la situación que vivimos, nuestro deseo de salir de ese laberinto presentista nos hace fantasear con finales apocalípticos. De esta manera, a muchas personas les resulta más fácil imaginarse un apocalipsis de proporciones épicas que lo que haremos el mes o el año próximos.

El shock del presente, por tanto, desata un pensamiento profundamente catastrofista que nos envuelve en el pesimismo y nos lleva a imaginar las peores tragedias a la vuelta de la esquina. Inmersos en un estado  de indefensión aprendida, sin comprender cómo hemos llegado a este punto y sin saber cómo salir asertivamente, no nos queda más que fantasear con finales alarmistas.

De esta manera, terminamos siendo personas que reaccionan ante lo que ocurre, sin reflexionar demasiado sobre sus causas porque no queremos mirar al pasado, y sin detenernos a pensar en las consecuencias de nuestros actos, porque no tenemos tiempo para proyectarnos al futuro.

Debido al shock del presente, cada reacción se convierte en un agujero negro de posibilidades y consecuencias no deseadas. Así terminamos siendo piezas sugestionables y manipulables que se mueven según cómo soplen los vientos del presentismo, olvidando que debemos ser los capitanes de nuestra vida, que debemos ser el viento y no la bandera.

 

 

 

 

 

miércoles, 21 de junio de 2023

ESTADOS MÓRBIDOS: INTRODUCCIÓN

La lectura del libro de Estados Mórbidos ha abierto varias cuestiones que no se encontraban bien resueltas. Esta es una lectura que ha contribuido a una reflexión personal notable, en la que me he replanteado algunas cosas y he problematizado otras, renovando mi interés por el campo de la salud. Esta es la razón por la que presento varios párrafos de la introducción, que pueden contribuir para algunos lectores a conocer la propuesta de la autora.

 

DRESDA E, MÉNDEZ DE LA BRENA

ESTADOS MÓRBIDOS

INTRODUCCIÓN

ESTADO DE MAL-ESTAR

 

Cien años de soledad ayuda a ejemplificar el ciclo del problema que anima a la coreografía del capitalismo neoliberal actual: aquel que rebosa nuestro ensamblaje al mercado y su productividad; ese que articula el agotamiento, la fatiga, el cansancio de los cuerpos a partir de estructuras de hiperactividad y de rendimiento; ese que autonomiza nuestros deseos de mejoría para adecuarlos al mundo del mercado a través de una pedagogía de la felicidad y pensamiento positivo que nos ayuda a olvidar nuestro desgaste. Sin embargo, no todos los cuerpos se adecuan a los modos de vida que el mercado ofrece. Ahí empieza el problema, ahí comienza el malestar. Las dolencias inventadas por la superstición de los indígenas (García Márquez 2007,20) […] ahora son estados de malestar colectivizados relacionados con las vulnerabilidades y con las fragilidades de algunos cuerpos que no se adecuan exactamente a los requerimientos del capitalismo neoliberal. El malestar contemporáneo es todo lo que el sistema capitalista incluye y, el síntoma, todo aquel cuerpo que no puede olvidar que el desgaste de la vida es requerimiento de productividad, de la eficacia y de la temporalidad.  Esto es el Macondo moderno, un estado de mal-estar, de enfermedad y agotamiento.

Este malestar, este estar-mal que agobia cotidianamente, es parte del ensamblaje de síntomas sociales que sumados entre sí enuncian una grave enfermedad. Síntomas de dolores cotidianos fermentados en la plaga inducida del olvido que aparecen como enfermedades o padecimientos registrados en el cuerpo (López Petit 2014). Enfermedades que constituyen una crítica al Estado de bien-estar que, en su primera formulación keynesiana resaltaba lo mejor de una sociedad en busca de generar las mejores condiciones económicas y humanas y que, ahora, encausa sus proyectos políticos-económicos en la trituración de nuestras vidas y a la extracción de nuestra fuerza vital para orientarlas a la infinita productividad.

Estamos viendo en las sociedades capitalistas contemporáneas o, en palabras de Mark Fisher (2016), en un realismo capitalista tecnológicamente desarrollado, la emergencia de un conjunto de síntomas cuya característica transversal es que no se corresponden con ninguna causa orgánica clara, según los parámetros biomédicos hegemónicos. Enfermedades como la fibromialgia, la Encefalomielitis Miálgica/síndrome de fatiga crónica y/o sensibilidades químicas múltiples son síntomas de mal-estares (en plural porque no hay un solo tipo de mal-estar en el capitalismo) imbricados profundamente con el sistema capitalista neoliberal y que son factores propiciatorios y perpetuadores de enfermedades que nos dejan ver el semblante menos benefactor del Estado. El Estado es, ahora, parte importante en la coproducción de estas enfermedades que recién nombraba, que no son nuevas ni tampoco emergentes, sino recordatorios somáticos de la sintomatología social propia de nuestros tiempos que se presenta en este libro como Estados Mórbidos.

Estados Mórbidos sostiene la hipótesis de que para comprender el incremento de las enfermedades contemporáneas englobadas en nombre de Síndrome de Sensibilización Central (SSC) es necesario leer los síntomas corporales desde la perspectiva crítica de las sociedades globalizadas y neoliberales actuales y sus estructuras de poder que se materializan en el cuerpo a través de la enfermedad. Requiere, por tanto, abordar estas sintomatologías en discusiones más amplias que analicen los mecanismos de desgaste corporal como facilitadores de la enfermedad […] Significa colocar estas enfermedades como parte de los procesos de muerte social (Puar 2009, 2017; Shildrick 2015) que obligan a las personas a permanecer en estados situados entre la vida y la muerte; en estados de morbilidad.

¿Por qué es importante este análisis? Porque el neoliberalismo lee estos síntomas en su beneficio mientras nos ciega con la plaga del olvido.  Y, en esa lectura, estos síntomas parecieran ser una expresión del triunfo de las lógicas capitalistas sobre nuestra vulnerabilidad y fragilidad. […] El capitalismo nos hace olvidar nuestra vulnerabilidad y fragilidad reemplazándola por el hechizo de una realidad imaginaria….. (que nos resulta….. menos práctica pero más reconfortante (García Márquez 2007, 22), porque nos identifica con una oportunidad, con una promesa de que nuestro esfuerzo nos dará los recursos necesarios para seguir adelante (Berlant 2011; Puar, 2009; Shildrick 2015). En otras palabras, se nos promete que los beneficios de la gestión empresarial propia, es decir, el éxito de ser emprendedores de nuestra propia debilidad, nos permitirá incursionar al mercado y su palpitante economía. Nuestro agotamiento, cansancio y enfermedad al servicio del capital.

Este libro ofrece un análisis de un sentido más profundo del agotamiento, la fatiga y el dolor cronificado como parte del ensamblaje asociado a una serie de estructuras político-económicas que hacen del cuerpo una composición vulnerable y sujeta a la expresión de enfermedades y padecimientos. En este sentido, el concepto de “Estados Mórbidos” pone en el centro del análisis una crítica a una serie de arquitecturas perversas que materializan su poder sobre el cuerpo a partir de la creación de condiciones que propician y perpetúan la enfermedad. En este encuadre, Estados Mórbidos es una herramienta conceptual que permite una crítica en una doble dimensión. Por un lado, estados mórbidos (minúscula) incorpora regímenes afectivos contemporáneos de auto-precarización y auto-responsabilización que definen la enfermedad como estado de responsabilidad individual y de autogestión de nuestra debilidad. Por otro lado, Estados Mórbidos (mayúscula) refiere la macro-administración y necro-aprovechamiento de la morbilidad que operan a través de estructuras de poder que denomino como morbopolíticas y que posibilitan y perpetúan la expresión de la enfermedad. Este doble juego en el concepto de Estados Mórbidos revela como en las incisiones, cruces y conexiones de estos elementos se configura/manufactura la enfermedad.

En este ensamblaje (para subrayar una direccionalidad no lineal de causa-efecto) lo relevante es explorar, por un lado, los marcos morbopolíticos de producción de la enfermedad y, por el otro, analizar cómo esos marcos morbopolíticos se materializan y se incorporan en el cuerpo.

[…..]Según lo expesto, mi acercamiento al estudio de la fibromialgia no es solo como experiencia biológica, sino como parte de una estructura compleja de poderes que se entraman con diferentes técnicas disciplinarias, entre ellas el género. La organización machista de la vida social genera morbilidades diferenciadas según sexo y género y, que afectan, sobre todo, a los grupos más vulnerables que confluyen e interactúan en diferentes ejes de poder y desigualdad (Llombart 2017, 71).

¿Y si el dolor corporal y el diagnóstico de fibromialgia, por sus características específicas, pudieran ser parte de una gramática de malestar inextricablemente ligada a la violencia de las prácticas capitalistas neoliberales, sus estructuras de poder y de género dentro del marco que he denominado Estados Mórbidos?

La fibromialgia se manifiesta como un dolor crónico difuso sin causa orgánica clara […] no existe una prueba diagnóstica concluyente. El diagnóstico de la fibromialgia es el nombre de una condición que, por falta de evidencia es considerada como parte de las nuevas enfermedades que se constituyen como la ciencia-ficción de la medicina (Rendueles en Moreno 2011, 82) Dado que las enfermedades asociadas a la tríada dolor, cansancio y estrés, como la fibromialgia, son las más cuestionadas por los profesionales de la salud al considerarlas como quejas de mujeres (Valverde 2010) lo más probable es que las mujeres que las padecen sean diagnosticadas con depresión, frustración vital o hasta histeria (Ramos García 2012) y por ello reciban tratamientos específicos con ansiolíticos, antidepresivos y derivados de opioides.

En el encuadre de la propuesta del concepto de Estados Mórbidos se pone de manifiesto la perversidad de las estructuras morbopolíticas de dirigir sus esfuerzos al desgaste de los cuerpos de las mujeres a partir de técnicas disciplinarias relacionadas con las tareas de cuidados, la violencia en sus relaciones personales y familiares, las estructuras económicas que se manifiestan en la base de la doble o triple jornada, de forma mantenida, son constantes en la vida de las mujeres. Estados Mórbidos analiza las complejidades de las relaciones sociales desiguales y los contextos de vulnerabilidad de género imbricados profundamente con el sistema capitalista neoliberal que, en sus cruces y conexiones con los cuerpos, posibilitan y facilitan la expresión de enfermedades como la fibromialgia.

 

 

 


lunes, 19 de junio de 2023

ESTADOS MÓRBIDOS

 



He leído un libro superlativo que ha conmovido mi esquema referencial. Soy un sociólogo que ha ejercido muchos años en el campo de la asistencia sanitaria, en donde los saberes que determinan las cogniciones se referencian en la biomedicina. El saber biomédico se encuentra determinado por una tensión: la presencia inevitable del paciente. En las últimas décadas se han producido nuevas versiones del mismo, algunas más blandas. Estas definen a estos como seres biopsicosociales, tratando de trascender a la centralidad absolutista de lo biológico. Sin embargo, lo social se construye de un modo exterior a las realidades sociales vividas, como un producto congelado, rígido e inmutable, de modo que no tiene consecuencia alguna en la asistencia. En mis largos años de ejercicio profesional, he tratado de descongelar el mitológico lo social. Este libro constituye una gran aportación en la definición de esta enigmática esfera de lo social, contribuyendo a descongelar esta cuestión

La autora del libro, Dresda E. Méndez de la Brena, es una feminista mexicana que ha transitado por el campo académico en México y España, compartiendo militancias con actividades académicas insertas en el ilustre feminismo académico.  A pesar de su erudición y conocimiento de varios marcos teóricos, el texto no puede esconder su relación con contextos específicos en los que habitan personas, mujeres en su gran mayoría, que le proporcionan una perspectiva más cercana al movimiento social vivo que a la quietud de la Academia. La potencialidad de este libro radica en que ofrece una conceptualización completamente diferente a cualquier versión de la biomedicina. Como paciente que ha tenido que forjar su autonomía y poner condiciones a la intervención médica sobre mi cuerpo, he establecido una fecunda conexión con el texto y el sistema conceptual que la autora ha sintetizado y reinventado.

En realidad, el paciente es una categoría muda en las sociedades del crecimiento y medicalizadas. Su voz es reemplazada por la de los profesionales de la asistencia que los interpretan desde las coordenadas de sus esquemas referenciales. El resultado es la materialización de un saber acerca de las tipologías de los usos en las consultas, en tanto que las vidas de estos permanecen en estado de no alfabetización, siendo tratada de una forma groseramente estandarizada y trivial. La ausencia de una socialización autónoma convierte a los pacientes en una masa viscosa predispuesta a ser manejada por los expertos profesionales. Esta situación perpetua genera una tensión en el interior mismo del sistema sanitario, que se hace patente y vivida, aunque no es racionalizada y formulada discursivamente, de modo que el mismo sistema promueve iniciativas y simulacros para generar una voz de los pacientes ausentes. La célebre humanización es la más persistente, al tiempo que inocua.

El libro de Estados Mórbidos representa una voz que define y categoriza situaciones y experiencias de pacientes, en términos completamente ajenos a las categorías prevalentes en el complejo institucional médico, psicológico y sociológico. En este sentido, se trata de un texto vivo, en el que es imposible ocultar, tanto la formación, como la inteligencia y sensibilidad de la autora, que apela a una pluralidad de saberes para constituir su mirada. El punto fuerte de su análisis, radica en que restituye a las personas su condición de integralmente sociales, en el sentido de que viven en mundos determinados por las instituciones dominantes en el presente. Cada persona se encuentra “ensamblada” a la trama institucional. La consecuencia de esta articulación persona-entramado institucional, es la naturaleza colectiva o social de los malestares que terminan en las orillas del océano de los diagnósticos médicos.

Uno de los lastres del social congelado imperante en el saber y las prácticas médicas es que su formulación es tan genérica, que termina por constituir una tautología, insufrible para el paciente. El profesional entiende el entorno de este como un conjunto estable, ordenado y generalizado para todos. Lo familiar y convivencial; el estudio y el trabajo; el ocio y la vida cotidiana. Todo ello es definido de modo aproblemático e inmutable, de modo que se abre una enorme brecha entre el discurso profesional y la realidad vivida por variadas clases de pacientes. Todo cristaliza en una homogeneización ficcional en torno a los diagnósticos y las variables de situación de las historias clínicas, que termina por erosionar la especificidad de muchas categorías de pacientes, que son así denegados al no considerar los contextos en los que viven, y reintegrados ficcionalmente en el imperio de “lo normal”.

En Estados Mórbidos, la autora define con precisión el enigmático “lo social”. Se trata del capitalismo neoliberal vigente, con su constelación de instituciones. El atributo más importante de este conglomerado institucional es el imperativo sagrado de la productividad. Las instituciones de este sistema requieren a las personas altos niveles de actividad, no sólo en la esfera de la formación y el trabajo, sino también en todas las demás de la vida privada, dominadas por lo que Baudrillard denominó como “consumatividad”. De ahí resulta una presión de gran volumen que es ejercida por todas las instituciones y de modo permanente sobre las personas. Esta presión incide decisivamente sobre las vidas. El efecto de esa presión sostenida es que muchas categorías de personas no pueden mantener las respuestas requeridas, de modo que terminan quedando rezagadas.

De este modo, las personas desplazadas por la competición van acumulándose en destinos sociales de segundo orden, tal y como ilustró Robert Castel. Los contingentes de rezagados se acumulan, en tanto que no pocos de los activos en la competición pagan un alto precio por mantenerse en ella. Méndez de la Brena desvela los malestares resultantes del desacople de las personas con las instituciones en el orden neoliberal. Estos terminan expandiéndose y asentándose sobre los cuerpos, constituyendo constelaciones de síntomas y de relaciones con diversos diagnósticos. Estos son interpretados desde las instituciones biomédicas como problemas de salud mental, proponiendo la expansión del aparato institucional que la gobierna, convocando al cuantioso ejército de reserva psicológico y psiquiátrico.

La sociedad neoliberal avanzada se encuentra desbocada, produciendo demandas somáticas y temporalidades imposibles de gestionar para una gran mayoría. Las versiones de esta sociedad que se refieren a la sociedad del rendimiento, de la autoexplotación y la precarización, ilustran una nueva situación en la que los mismos dispositivos del estado y del mercado representan la producción de la enfermedad. La autora los denomina como “marcos morbopolíticos de producción de la enfermedad”. Al tiempo, estas instituciones instauran unos regímenes afectivos y subjetivos que tienen como consecuencia la autoprecarización y la autorresponsabilización con respecto a los padecimientos derivados por esa presión formidable ejercida por las instituciones. El resultado es que las personas más frágiles se encuentran ante la inevitable gestión de su propia debilidad.

 El resultado de estos procesos ejercidos por las instituciones, configuran a estas como estructuras morbopolíticas, que propician y perpetúan la enfermedad, que adquiere la forma de un conjunto de malestares, , dolores y dolencias que la autora define como “desgaste de la vida”. De esta forma, el críptico “lo social” enunciado desde algunas versiones de la biomedicina, adquiere una centralidad inquietante. Es el sistema mismo, sus requerimientos para las productividades, eficiencia y temporalidades imposibles, quien establece un conjunto de mandatos sobre los cuerpos, cuya naturaleza es mórbida. La autora propone la subversión de esos mandatos mediante la insubordinación de los cuerpos desgastados y enfermos, que terminan arribando a las playas sanitarias en donde sólo se habla el idioma de los diagnósticos validados. Es el último extrañamiento que afecta a los contingentes de cuerpos castigados.

El  libro, como afirma Sayak Valencia en su prólogo, responde a la pregunta de “¿cómo sobrevivir al mundo neoliberal cuando tenemos un cuerpo herido, enfermo, culturalmente construido/destruido desde las estructuras estatales en convergencia con el capitalismo neoliberal? Desde su perspectiva se pueden identificar múltiples categorías de lo que denomina como “desgaste corporal”. Es estimulante desplazarse por sus páginas por la radical originalidad de la autora. También constatar la potencialidad de las estructuras morbopolíticas, tan sólidamente asentadas en las instituciones y las vidas, y que permanecen liberadas de responsabilidad alguna, siendo aludidas como fenómenos naturales.

El libro supone una reactualización de la sociedad enferma conceptualizada por Ivan Illich, resultante de la expansión misma de la Medicina. En el presente son las instituciones neoliberales quienes generan una sociedad enferma más amplia y sofisticada. La premonición de Illich acerca de la emergencia de “un nuevo tipo de sufrimiento: la supervivencia anestesiada, impotente y solitaria en un mundo convertido en sala de hospital” se ha ampliado y reestructurado. Ahora los rezagados son sancionados desde cánones capacitistas, para ser expulsados del primer mundo productivo, convertidos en viajeros forzosos por unos mundos en los que, si la dolencia no se corresponde con un diagnóstico, son descartados y etiquetados como hiperfrecuentadores.

En los próximos días subiré aquí algunos párrafos de este lúcido e imprescindible texto.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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viernes, 16 de junio de 2023

IRENE MONTERO Y LOS CAZADORES DE CABEZAS (POLÍTICAS)

 

Una vez hubo un matemático que dijo que el álgebra era una ciencia para la gente perezosa, puesto que uno no conoce el valor de X, pero opera con él como si lo conociese. En nuestro caso, X representa a las masas anónimas, al pueblo. La política es el arte de hacer operaciones con esta X sin preocuparse por conocer su naturaleza real, mientras que hacer historia consiste en dar a X el valor exacto que debe tener en la ecuación.

 Arthur Koestler,  El cero y el infinito

El descalabro de Irene Montero constituye un acontecimiento cuya significación va mucho más allá de su persona. Estamos asistiendo a una verdadera caza de brujas sin parangón en el los largos años del postfranquismo. Con independencia de mi valoración sobre el papel que ha desempeñado, que es extremadamente crítico, asisto perplejo a su cruenta venganza. La forma en que esta es ejecutada, es la propia de las grandes mafias, que señalan a la víctima, después la apartan y la conducen a un espacio invisible para los demás, y allí la ejecutan y la hacen desaparecer. La brutalidad con que la nueva izquierda está ajusticiando a Montero, alcanza la condición de terrorífica, y se puede definir, en rigor, como una desaparición.

Hasta hace dos semanas, Irene detentaba la condición de ministra de igualdad, defendiendo persistentemente su Ley del “Sí es Sí” contra sus reformas, concitando el apoyo público de su partido, así como del exótico conglomerado parlamentario y gubernamental, encabezado ahora por su Verduga Yolanda Díaz. Ni una sola voz  ha surgido de este entramado político. Sin embargo, cuando se hacen públicas las listas de Sumar, ella se encuentra eliminada, y, ante las preguntas de algunos miembros de Podemos, las portavoces de esta extraña coalición se niegan siquiera a responder o aludir a las razones de su cese y de la respuesta a la pregunta de quién, dónde, cómo y porqué se ha decidido excluirla.

En el conglomerado Sumar no existe un comité ejecutivo u otro órgano público que tome decisiones y se responsabilice de ellas. De este modo, cuando algún reportero pregunta, se contesta reproduciendo la forma ensayada en la vieja III Internacional cuando desaparecían disidentes en los años treinta y cuarenta. No hay respuesta, eso es un secreto. Las lideresas más emblemáticas de esta enigmática decisión, Yolanda Díaz o Mónica García, responden afirmando que este tema no tiene interés.  Por esta razón, considero que estamos asistiendo a una desaparición. Montero ha sido juzgada y condenada por un clan político que actúa amparado en el secreto y la complicidad de sus extensiones mediáticas.

Es inevitable recordar el origen de los clanes presentes en Podemos y sus propuestas y actuaciones en esos compulsivos y esperanzadores años. Sus programas significaban una enmienda a la totalidad de las deterioradas instituciones del régimen del 78, así como a sus eternos moradores, la clase política inserta en una trama de relaciones con distintos poderes económicos e institucionales. Esta era “la casta”. Los nuevos reformadores invocaban las elecciones primarias, la circulación de los cargos representativos, la reforma de la ley electoral, la transparencia en la toma de decisiones, así como otras reformas radicales.

Tras tres años de crecimiento, este conglomerado de clanes consiguió tenazmente la reducción de sus apoyos electorales de modo significativo. Pero su menguada representación constituyó una pieza imprescindible para obtener una mayoría en torno al PSOE. Así, llegaron al gobierno. Su nueva posición gubernamental generó un conjunto de delirios articulados en torno a una idea perversa: la evasión de la realidad, en el sentido de que su acción se ve constreñida por su exiguo peso electoral. No obstante, como cambiar las realidades parece una tarea, en esas condiciones, imposible, se centraron en la producción creativa de una comunicación fantasiosa que encubriera las realidades.

Pero durante estos prodigiosos (semiológicamente) años, tiene lugar un proceso de fragmentación inaudita del conglomerado inicial. Tras su comienzo aparentemente exitoso se producen luchas intestinas de una ferocidad inimaginable para quienes no han participado nunca en sectas políticas. Recuerdo en esos primeros años en Granada, algunas conversaciones con personas que tenían responsabilidad en Podemos, que narraban cosas terribles del aparato, entonces controlado por Errejón y capitaneado por Sergio Pascual. Así se produjo lo inevitable: la ruptura en distintos grupúsculos unificados por su cainismo y canibalismo.

 Se puede establecer una analogía con los distintos cazadores de cabezas que han circulado en distintos tiempos y las luchas intestinas de la izquierda postcomunista. Cortar la cabeza al enemigo vencido significaba matar a su alma. Esto es exactamente lo que el clan vencedor, el del cazador mayor más acreditado, Pablo Iglesias, realizó con un éxito estremecedor. Primero los errejonistas, después los anticapitalistas, y con ellos múltiples grupos instalados en las comunidades autónomas. En ese tiempo de guerra civil, Irene Montero se acreditó como una letal cazadora de cabezas, especializada en matar a las almas de sus antiguos compañeros.  Pero, a diferencia de las grandes cacerías ejecutadas por la III Internacional en los años treinta y cuarenta, los vencidos y desaparecidos están vivos, teniendo la oportunidad de reaparecer en el escenario,

El proyecto de Yolanda Díaz se sustenta en recomponer dieciséis pedazos de esta tragedia bajo su férrea dirección personal, eliminando a los antiguos vencedores, recolectores de cabezas de sus víctimas. El resultado de esta mutación del equilibrio interno de este conglomerado político, siempre movilizado para la eliminación de sus enemigos internos, es la imprescindible desaparición de Irene, que representa, junto con Iglesias, el carisma originario de este convulso movimiento nacido en 2014. El carisma de Yolanda no es equivalente al de Iglesias. Este nace de las encuestas y de sus generosos padrinos políticos y sus extensiones mediáticas. Este se fusiona con la fuerza de los contingentes sobrevivientes a las desoladoras guerras internas y que aspiran a desempeñar cargos. Eso genera ilusión y esperanza fundada en un elemento de las encuestas: la valoración que atribuyen a la lideresa. Cuando esta se repite, todos los culos disponibles sueñan con aposentarse en algún cómodo sillón.

La endeblez de este proyecto, y las limitaciones del carisma de su promotora, imprimen a la lucha interna una ferocidad inusitada. Es imprescindible castigar a los rivales desplazados para advertir a los cabezas de los dieciséis partidos acerca del funcionamiento de este tinglado electoral. Así se explica la sórdida eliminación de Montero, que representa una buena parte del capital simbólico de Unidas Podemos en estos años de quimeras políticas y fantasías programáticas. Si alguien puede explicar el efecto electoral de lo que denominan pomposamente como “escudo social”, incapaz de detener el ascenso de las derechas, se lo agradecería.

Desde las coordenadas de este análisis se hace inteligible la crueldad de Díaz y sus eventuales acompañantes con el símbolo principal de la izquierda en el gobierno más progresista de la historia. Ni unas palabras de agradecimiento, ni un gesto amistoso, ni un recuerdo amable. Esta ha sido despedida al estilo de la institución-precariedad reinante en la sociedad neoliberal avanzada del presente. Al igual que Trotski, Zinoviev, Kamenev, Bujarin y otros dirigentes de la revolución rusa, ha sido sacada de las fotos. Las imágenes de los abrazos y besos prolíficos ante las cámaras, con los cadáveres de los vencidos ocultos detrás, pasan a mejor vida. Irene Montero es ahora denegada mediante el silenciamiento, alegando que no es objeto de interés para tan sofisticada opinión pública. Ha suspendido en las encuestas y, por consiguiente, su mismo nombre es impronunciable y ha sido ejecutada por aquella que tiene una valoración mejor.

La ideología de los Recursos Humanos, basada en la competencia sin trabas, ha alcanzado a la extraña coalición Sumar, en la que su mismo nombre es una paradoja. El asesinato político de Montero tiene un efecto disciplinante para los pomposos partidos de la coalición Sumar. Casi nadie conoce los nombres de sus dirigentes, de modo que no serán valorados en la tómbola de las encuestas. Cuando alguno destaque en este índice, se constituirá como cazador de cabezas para matar el alma de Díaz.

Los procesos de eliminación y desapariciones tienen lugar en un cuarto oscuro, inaccesible para las cámaras. En este ámbito ha sido ejecutada la exministra de Igualdad.  Un crítico, pero respetuoso recuerdo a Irene Montero. Ahora asistiremos al insigne espectáculo de la remodelación de la X de Koestler que abre este texto. Todavía no puedo vislumbrarlo, pero Yolanda nos da una pista esencial con respecto al proyecto. Dice algo referido a la relación de la gente con las personas. Muy ilustrativo.

 

 

martes, 13 de junio de 2023

LA MAGIA POLÍTICA

 

Las recientes elecciones municipales y autonómicas han reiterado y amplificado un fenómeno inquietante, la conversión de la política convencional, entendida como una actividad presidida por la racionalidad de medios-fines, en un campo en el que crecen los discursos y las prácticas referenciadas estrictamente en la magia, en los que se disipa la racionalidad. Así se homologan con los modelos imperantes en el mercado, en el que los productos y servicios se presentan envueltos en un halo mágico, y la producción deviene en comunicación persuasiva. Del mismo modo, la comunicación de los partidos, y principalmente los actos partidarios, prescinden de la razón para facturar un conjunto de sortilegios y encantamientos basados en discursos y procedimientos que se referencian en lo sobrenatural y estrategias comunicativas dirigidas a estimular las emociones y seducir a los destinatarios convertidos en feligreses.

La reconversión de la política a la sociedad del espectáculo en la fase de la digitalización, tiene como consecuencia una inquietante regresión de lo discursivo, en favor de las puestas en escena que configuran un show en el que los públicos congregados en los actos partidarios adquieren una dimensión tétrica. Los mítines y presentaciones se conforman como espacios cerrados al exterior en donde se ensayan sortilegios, encantamientos, bendiciones y maldiciones por parte de los congregados. Es imposible estar presente en los mismos sin interiorizar los preceptos partidarios forjados en la adhesión, la incondicionalidad y liberados del penoso deber del raciocinio.

Recuerdo las primeras campañas de los años setenta. Algunos líderes actuaban como verdaderos videntes, generando sermones virtuosos,  dirigidos a la estimulación de la fe de las audiencias. Muchos de ellos actuaban poéticamente, recurriendo a metáforas vistosas y recursos orales basados en la sorpresa de los receptores. Pero, junto a estos, comparecían algunos líderes argumentativos, que exponían discursos referenciados en el análisis de las situaciones, la definición de escenarios de futuro y la ponderación de las estrategias. El ejemplo del entonces exitoso PSOE era paradigmático, en el que sus líderes se repartían los papeles. Las racionalizadas intervenciones de González se contraponían con las de Guerra, que estimulaba la infantilización de sus receptores deseosos de un castigo simbólico a los enemigos, solicitando la aflicción imaginaria mediante la repetición del “Dales caña Alfonso”.

Con el paso de los años han decrecido los argumentativos y se han expandido los antaño poéticos, ahora convertidos en insultadores, y también los augures, conformando una verdadera regresión político-electoral, que termina en un déficit general de inteligencia. Las sesiones de las instituciones y los programas de “debate” en las televisiones, presentan un panorama desolador. Y no digamos nada del furioso intercambio de mensajes, vídeos, memes y tuits. Lo más sustantivo de este espectáculo radica en la centralidad de los gabinetes de comunicación de los partidos que imponen sus argumentarios a los contendientes, de modo que todos son condenados a la insigne función de repetir. El espacio público se envenena y los públicos disminuyen al tiempo que se fanatizan.

Un ejemplo de la toxicidad de la comunicación es la campaña con el lema de “que te vote Chapote”. Esta ha sido asumida por determinados públicos, que la reproducen incesantemente convirtiéndola en un insulto etiquetado que agota la voz de sus repetidores, colmando su propuesta. Esta termina en una etiqueta que se petrifica impidiendo incluso el desarrollo de la mismísima enunciación. El resultado es una comunicación que adopta la forma hegemónica de las pedradas. El juego radica en tirarse piedras los unos a los otros. La saturación de los públicos no involucrados con los fornidos y avezados contendientes, entregados al intercambio de pedradas, es inevitable.

Los “debates” entre líderes en las instituciones filmados por las cámaras y repetidos hasta la saciedad en el entramado de canales que conforman televisiones y redes, representan una desviación intolerable de su propia función. Los encuentros en el Senado entre Sánchez y Feijóo son insufribles, en tanto que ambos lo internalizan como un verdadero juego de guiñoles, en el que exhiben el personaje por encima de los argumentos. Lo peor radica en preguntarse qué concepto tienen de los espectadores. Y sí, actúan como si los mismos fueran la extensión de los menguados asistentes a los actos partidarios, caracterizados por su entrega total. La sobreactuación es la norma de estas comunicaciones. Todas las discusiones públicas adquieren el carácter de duelo. Así se conforman múltiples parejas que requiere el espectáculo de la confrontación. La de Ayuso y Mónica García alcanza el éxtasis catárquico para las menguantes parroquias de ambas.

La consecuencia de este dislate es que los actos partidarios alcanzan el punto máximo de cierre al exterior. Crean un mundo en el que la homogeneidad alcanza cotas cosmológicas. Todos listos para aclamar y aplaudir. La homologación con la hinchada partidaria es inevitable. Los rituales de saludos, de usos de los espacios, de gestualidades y de frases hechas son encomiables. Las liturgias de los líderes y del propio público; la coordinación perfecta al estilo de los públicos en los platós bajo la batuta del realizador; las conjuras al enemigo y a las amenazas subterráneas, un acto partidario se asemeja a un ritual de una secta homogénea. Cualquier persona ajena que estuviera presente sentiría intensamente el espesor de la frontera que separa el mundo y el acto.

El 9 de septiembre de 2013 publiqué en este blog mi primera entrada sobre los partidos políticos. Su título fue “Los espíritus de la sede”. Esta se remitía al espacio íntimo de un partido político que era la sede, en donde tenían lugar intercambios comunicativos que conducen al monolitismo y el cierre al exterior, potenciando los procesos de producir significaciones compartidas. Afirmaba que “Se trata de la sede, ese espacio que se transforma en la cadena de frío de la reflexión, donde se incuba un nosotros que conduce a comportamientos que no pueden ser definidos de otro modo que de fanatismo. En las sedes tienen lugar las relaciones cara a cara que conforman el cierre partidario al exterior, el debilitamiento de cualquier canal de comunicación con el entorno, la defensa de lo común compartido, resultante de la puja por la apropiación de espacios en las instituciones de gobierno”.  La sede se ha debilitado por la progresiva digitalización, siendo reemplazada por las redes sociales.

En esta última campaña se ha exacerbado la magia y la hechicería. Los mítines devienen en actos en el que los magos pronuncian sermones que pretenden producir efectos sobre la realidad mediante procedimientos sobrenaturales semejantes a los conjuros. Así, los líderes que concitan un  apoyo no mayor de un 10% son presentados como futuros alcaldes o presidentes. El lema de los partidos minoritarios es el “salimos a ganar”. Estas afirmaciones inscritas en la mística o la brujería son celebradas allí por los receptores con vítores, lágrimas, emociones intensas y liturgias de adhesión. Estas comunicaciones mágicas que trascienden lo empírico son asumidas incluso por contingentes profesionales con fomación científica. El problema principal estriba en que quien se traga festivamente discursos delirantes carece de competencia para evaluar los resultados, en tanto que la realidad termina llegando inexorablemente.

En los actos partidarios tiene lugar una mágica transfiguración de la conciencia y de la realidad. La comunión entre los magos y los públicos enfervorizados es inquietante. Por eso se puede afirmar que las comunicaciones de la campaña y, en particular, los actos partidarios, representan una involución que representa un momento de escisión del mundo real. Sobre esta ficción se constituyen las instituciones políticas resultantes de esas confrontaciones imaginarias que son sintetizadas en las sesiones de control de los miércoles, que restituyen los imaginarios de las campañas y los duelos en formato de los cuadriláteros de lucha libre.

El proceso de hechizamiento de los públicos partidarios inicia una espiral fatal. Termina por extenderse a todos los órganos del partido y a sus extensiones mediáticas. La reunión de Sánchez con el conjunto de diputados y senadores del partido fue antológica como acto de brujería, consiguiendo anular cualquier reflexión sobre la derrota electoral. También la izquierda más allá de este. Vivo en un medio en el que la inmensa mayoría acepta los falsos preceptos de los brujos con naturalidad, esperando, al igual que en el fútbol, un gol providencial que cambie el signo del partido. La crisis de racionalidad alcanza niveles estratosféricos, que han superado a los imperantes en el franquismo de mi infancia y adolescencia, en los que frente a graves problemas estructurales se evocaba la llegada de la primavera, así como otras metáforas triunfales.

Me pregunto si volveré a ver una nueva promoción de políticos argumentativos, que trasciendan el espectáculo bochornoso que tiene lugar en el presente.

 

 

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domingo, 11 de junio de 2023

RAFA COFIÑO Y LA METÁFORA DE SUPERMÁN

 

La metáfora de Superman fue enunciada en los años cincuenta por algunos sociólogos norteamericanos, críticos con el comienzo de la nueva sociedad del desarrollo y crecimiento, y que Polanyi, desde otras referencias, la denominó como “La gran Transformación”. Esta avanzada sociedad se sintetiza en una narrativa que resalta los atributos del héroe mitológico, obligado a partir hacia otros mundos en los que puede exhibir sus superpoderes. Su única vulnerabilidad se encuentra, precisamente, en su origen, lo cual imposibilita el retorno a su punto de partida, Kripton, lugar en el que queda neutralizado. La metáfora de Superman se encarna en los guiones de las sociedades del crecimiento, en las que cada cual es requerido para realizar una carrera ascendente, en la que el punto de partida es una plataforma para emprender el viaje,  en el que está descartado el regreso.

Conocí a Rafa Cofiño hace muchos años en una de las ediciones de los SIAP en Madrid. Con posterioridad he coincidido con él en actividades de la PACAP en Mallorca, Vitoria y Granada. Su inteligencia, formación y originalidad me llevó a simpatizar con él. Viajé varias veces a Asturias invitado por distintas personas para participar en varias actividades, aunque nunca pude encontrarme con él allí. En esos años he seguido su blog “Salud Comunitaria” y he intercambiado mensajes con él. También me hizo una entrevista para su blog en la que mostró su competencia como entrevistador en la busca de vínculos entre lo profesional y lo biográfico vivido. En estos encuentros se fraguó una amistad en la que se consolidó mi reconocimiento hacia él como profesional y persona.

Desde mi jubilación no he tenido ninguna relación con él, pero he seguido de lejos su actividad. Cuando llegó su majestad la Covid, él era Director General de Salud Pública de Asturias. Entonces estuvimos en posiciones encontradas dado mi posicionamiento crítico. Como conocedor de la Psicología Social entiendo que la posición que ocupa un sujeto influye determinantemente en sus posicionamientos y sus ideas. Un día leí un tuit suyo que rompía con su línea reflexiva proverbial. Este, que iba dirigido a la población asturiana, los animaba a no salir de sus casas -eran los días previos al confinamiento- con el propósito de batir el récord del mundo en disciplina pandémica. Esa apelación a la infantilización me sorprendió y pensé “este no es mi Rafa, que me lo han cambiado”.

Un tiempo después me enteré de que había cesado como Director de Salud Pública Regional y había retornado a su puesto de técnico de Salud Pública. Imaginé sus dificultades profesionales y políticas en un entorno como Asturias, en donde sobreviven múltiples clanes políticos de izquierdas, inevitablemente confrontados entre sí, y en la que el Presidente del Principado, Adrián Barbón, tiene el aspecto de gobernar la comunidad como una granja propia, aplicando sin piedad la fuerza de la mayoría. Sin una información completa pensé que le habrían bloqueado unos proyectos y resignificado otros, como es común en todas los tiempos en España, y también en el vigente Régimen del 78.

Esta mañana he leído en un diario digital que ha sido designado como número uno de la lista al congreso por Sumar. Inmediatamente se ha activado en mí el recuerdo de la metáfora de Superman. Mi interpretación se encuentra determinada por mis vivencias. Esta es una historia que he vivido muchas veces y que trasciende las trayectorias de sus ilustres protagonistas. En mi Departamento de Sociología de la Universidad de Granada, el entonces director, Julio Iglesias de Ussell, fue nombrado Secretario de Estado de Universidades por el gobierno de Aznar. Cuando tras varios años de ejercicio concluyó su mandato, vivió muy mal su regreso a su facultad (Kripton). Algo semejante ocurrió en la EASP, en la que mi entonces amigo y compañero de despacho, José Martínez Olmos fue nombrado secretario de Estado de Sanidad. Después ocupó distintos cargos y tuvo dificultades para rehacerse como un kriptonita común en la escuela.

Estos viajes desde lo profesional a lo político muestran a las claras una cuestión inquietante: el menosprecio del ejercicio profesional como médico, docente, investigador u otros semejantes. Una verdadera carrera exitosa exige abandonar ese pantano para instalarse en lo que se denomina gestión, y, más allá, en la política misma. Se ha instaurado una narrativa acerca de la carrera profesional en la que el éxito se escribe en otro lenguaje que el de la profesión de partida. Triunfar significa partir del sector profesional para elevarse sobre él. Este es un problema tan importante que constituye un síntoma del inmovilismo español, en tanto que remite a una valoración negativa del trabajo profesional, que contrasta con la sobrevaloración del desempeño en cargos de gestión, dirección o políticos.

Este es un síntoma de un sistema esclerotizado, como el de la universidad española y las organizaciones sanitarias. Admiro a investigadores como el sociólogo Charles Perrow, que permaneció toda su vida en la universidad de Yale, muriendo con una agenda abierta de temas a investigar. También a la antropóloga argentina Rosana Guber, anclada en el IDES en Buenos Aires volcada a su propio seminario de Antropología. Por el contrario, en España se considera el trabajo profesional como un período relativamente corto, que conduce al tránsito hacia el mundo de la política. Permanecer en un lugar se interpreta como un síntoma de estancamiento. Por poner ejemplos de carreras sólidas en instituciones localizadas, los casos de Laporte o Erviti, grandes profesionales de onda larga arraigados en el campo de la Farmacología.

La metáfora de Superman, tan común en España, denota inequívocamente el deterioro de las organizaciones profesionales, lo que constituye un problema monumental, así como una selección perversa de los cargos políticos y de gestión. Esta narrativa supone que el trabajo profesional es monótono y no ofrece posibilidades de desarrollo, así como que el trabajo de gestión o político es óptimo. Ambos supuestos son desmentidos repetidamente por la realidad y constituyen un obstáculo para el buen desarrollo de las organizaciones, la administración y el sector público. Así se constituye un sistema de significación perverso, que inviste como grande a la actividad política o directiva y como pequeño a lo profesional. Los efectos de esta inversión son letales.

Un ejemplo de trabajo arraigado y localizado es la madrileña parroquia de Entrevías, San Carlos Borromeo. El equipo  de curas radicado allí se define significativamente de este modo:  En San Carlos Borromeo cada vez somos más las personas que entramos y nos quedamos. Pero no nos quedamos para crecer, fortificarnos y regodearnos de lo bien que se está “aquí”. Huimos de esa concepción muy habitual en grupos y colectivos […]. Después de muchos años de andadura juntos hemos ido descubriendo lo que uno de nosotros escribió hace tres años: los que hemos salido de la Parroquia de Entrevías, hemos iniciado nuestro deambular por el desconocido mundo de lo marginal, o desde ahí, desde ese mundo, hemos recabado en la Parroquia, esta ha sido para nosotros una Meca, un punto de encuentro, de referencia, donde hemos ido compartiendo y aprendiendo de los que ahí estaban, de las madres, de los curas, de los chavales, de las familias, de los amigos cercanos y lejanos, de todos los que por su puerta entraban, en definitiva de los que conformaban”. En síntesis, que las tareas “ordinarias” terminan adquiriendo la condición de extraordinario. Lo mismo para un médico localizado, un profesor arraigado o un investigador de larga trayectoria o cualquier profesional participante en un proyecto de cooperación internacional.

Una de las proverbiales maldiciones españolas radica en la gran extensión y variedad de las tierras altas de la política y la gestión, en las que múltiples organizaciones acogen en sus direcciones al gran excedente de desertores profesionales. Así cristaliza una situación en la que existe un contraste escandaloso entre la proliferación de direcciones, asesorías, gabinetes y órganos fantasmáticos, y la miseria de los espacios profesionales considerados como plataformas para la partida de los viajes ascendentes. Cuando alguno emprende el éxodo hacia las tierras altas, los que se quedan son invadidos por un sentimiento de frustración. 

Recuerdo las primeras promociones de la entonces flamante especialidad de Medicina de Familia. La casi totalidad de sus cuantiosos contingentes lograron liberarse de su presencia en los centros de salud, instalándose en una tupida red de destinos unificados por la palabra dirección. Es la generación de los directores, que anuncia la decadencia incremental de esta red asistencial. Este es un síntoma fatal de la degradación profesional, común en la España del régimen del 78 a las organizaciones que articulan el debilitado estado del bienestar. Las excepciones de profesionales arraigados, al estilo de Juan Simó, que desarrollan una actividad formidable y sostenida desde un centro de salud, sin expectativas de viajes hacia el cielo.

Le deseo suerte a Rafa en su nuevo destino, aunque pienso que ningún proyecto político o directivo es viable si no se encuentra enraizado en un medio profesional sólido, al estilo de la parroquia de San Carlos Borromeo. Sobre el vacío que genera el declive del sistema sanitario público es imposible otra cosa que fantasear. En ese arte la nueva izquierda adquiere el grado de la excelencia. Si me preguntan qué cosa es la más importante de los años del gobierno más progresista de la historia aludiría, precisamente, al hecho de decidir acerca de medidas que presentan dificultades de aplicación por la endeblez de la administración pública. En esta se encuentran aquellos que no han conseguido emprender un viaje a las fértiles tierras altas.

No tengo dudas acerca de valorar esta situación como la más perversa de la historia. Buen viaje Supermán.