Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

sábado, 8 de julio de 2017

LA PRECARIZACIÓN HABITACIONAL Y SUS DEPREDADORES



En tanto que el cambio político alcanza proporciones mitológicas, haciéndose incomprensible a quien no comparte los supuestos místicos de quienes apelan a él, un conjunto de cambios se instalan en la realidad vivida de distintos sectores sociales perdedores en la gran reestructuración neoliberal. Entre ellos, los más visibilizados se refieren a las condiciones de trabajo, que precarizan y empobrecen principalmente a  los jóvenes. Pero, junto a ellos, emerge otro territorio que sigue la lógica implacable de los propietarios de suelo. La dureza de los contratos a los inquilinos alcanza cotas nunca vistas hasta ahora. Así se configura una doble condición de vulnerabilidad. La precariedad se complementa con el desarraigo habitacional. 

La crisis irreversible del viejo sistema productivo, que conlleva la disolución de sus regulaciones, genera una conmoción social de gran envergadura. La consecuencia principal de la desaparición de las viejas actividades y la aparición de las que las reemplazan. El resultado es la explosión de la movilidad. Millones de personas transitan en busca de ocupaciones laborales, acreditaciones educativas y actividades vitales que se inscriben en el concepto más polivalente de la época presente: el turismo. Así se conforma una nueva sociedad dual. En esta, los asentados territorialmente, que detentan la propiedad de los suelos, venden a los transeúntes sus utilidades. El alquiler se conforma como un vector fundamental en la nueva economía que produce la suma de los éxodos.

De estos procesos resulta una nueva condición de la figura del inquilino. Este, de modo similar al trabajo, en el que rota por sucesivos destinos, siempre provisionales, se reconstituye como sujeto de sucesivas localizaciones. Así se configura una precariedad habitacional, que afecta a los viajantes por el mercado de trabajo en busca de oportunidades, a los sujetos acumuladores de credenciales educativas y a los buscadores de experiencias vitales. La precariedad habitacional reconfigura el mercado del suelo revalorizando los alquileres. Esta es la verdadera inversión realizada por los ahorradores de los años felices de crecimiento económico. Son los propietarios de viviendas, devenidos en inversores de alta rentabilidad garantizada. 

El poder creciente de este sector de inversores ha determinado su influencia decisiva en una legislación que brinde sus intereses. La ley de Arrendamientos Urbanos significa una apoteosis que refuerza su posición frente a los móviles. Este sí que es un cambio solvente y perceptible. Su principal dimensión radica en que no es objeto de deliberación, adquiriendo así el estatuto de incuestionable, siendo ubicado más allá de las contingencias políticas. De esta legislación resulta una relación arrendador-arrendatario, en el que la asimetría es máxima. Las nuevas sociedades globales propician la emergencia del suelo como factor productivo, que favorece a los propietarios, que son los beneficiarios principales de lo que se denomina como “recuperación económica”, “salida de la crisis” y otras formulaciones semánticas que apuntan a una expansión de la actividad económica.

De este proceso emergente resulta el contraste entre la opulencia creciente de los arrendadores y las miserias de la condición de inquilino. En los años felices que trabajé para un sector tan solvente como el sanitario, en los viajes siempre suscitó mi atención las grandes estaciones o aeropuertos. En estos se establece una relación especial entre los negocios de restauración arraigados allí y los clientes en movilidad. La relación calidad/precio alcanzaba en ocasiones el rango del abuso. Estos son negocios en los que el cliente no volverá mañana. Así se configura una relación perversa, en la que los viajeros llevan todas las perder. Tras la experiencia negativa del consumo, la víctima desaparece del escenario físico en el que se produce la relación.

En octubre de 2013 escribí un post en este blog, “La almadraba de los inquilinos enGranada”, en el que ponía de manifiesto la analogía entre la pesca de la almadraba -consistente en poner un dispositivo de redes en un espacio, en espera de capturar a los ejemplares de atunes que acuden allí- y las estrategias inmobiliarias para capturar estudiantes-inquilinos en la ciudad. Para estos transeúntes alquilar es un acto determinado por una temporalidad breve, lo que rebaja sus exigencias y los predispone a aceptar condiciones pésimas del servicio que contratan.

La consecuencia de estos cambios es la transformación de la condición de inquilino. Este se encuentra en una situación incontrolable, en la que la subida de precios, el descenso de la calidad de las viviendas-producto, así como el endurecimiento de los contratos forma parte de una situación a la que solo puede aceptar mediante la adaptación. En una situación así se multiplican los abusos por parte de los arrendadores-inversores. Así se genera una nueva forma de vulnerabilidad. La consecuencia más importante es la minimización del producto. La gran mayoría de los móviles terminan renunciando a alquilar un piso, aceptando el nuevo estatuto del inquilino en movimiento, que se define por el piadoso término de “piso compartido”. La única alternativa es alquilar entre varios, de modo que el espacio vital se reduce al dormitorio. Las demás estancias son comunes a los provisionales transeúntes presentes en la casa. Por el contrario, el precio  total se incrementa por la suma de las aportaciones de los compradores de dormitorios.

De este modo se reeditan las viejas pensiones, generalizadas en los tiempos anteriores al capitalismo del bienestar. Los prodigios semánticos del presente lo reconvierten simbólicamente en lo que se designa como “piso compartido”. Pero esta realidad encierra una gama de situaciones que no pueden ocultar que lo que se compra es un dormitorio, a lo que se añade un servicio que, en las viejas situaciones que ahora se reeditan, es el “derecho a cocina” y el cuarto de baño común. En los dormitorios de las nuevas pensiones se alcanza la condición de la autonomía individual, que se realiza mediante la conexión a varias redes de comunicación presentes en varias pantallas individuales. La hiperconexión tiene lugar en una verdadera cabina, que conforma el espacio vital del sujeto conectado en tránsito permanente por las rutas del espacio público.

Esta transformación solo puede ser interpretada como una regresión. En tanto que en los distintos escenarios del sistema político o mediático han terminado por reconocer e incorporar a sus agendas los problemas derivados de las hipotecas, las nuevas realidades derivadas de la dualización arrendadores- arrendatarios quedan en el exterior de la conciencia colectiva. Así adquieren la condición de la invisibilidad política y mediática. Pero lo paradójico es que estos cambios afectan a cuantiosos contingentes de personas. El endurecimiento de la vida diaria en el curso de la gran transformación neoliberal es patente para aquellos desplazados por el mercado de trabajo y sus requerimientos curriculares. 

Tras las distintas interpretaciones acerca de la mitológica salida de la crisis y las metáforas de los caminos y senderos, subyace escondida esta cuestión crucial de la precarización habitacional de los penalizados por la precarización laboral. La fragilidad de los compradores de habitaciones con derecho a cocina y baño se hace patente. Estos constituyen una población acobardada, que experimenta en su cotidianeidad su inferioridad en las relaciones con los propietarios y los agentes inmobiliarios que realizan prácticas que se asemejan a la caza en sus formas más reprobables. 

Así se configura una debilidad política estructural en el campo de la izquierda política. Esta situación disminuye el potencial de réplica frente al avance de la reestructuración neoliberal. Por eso no comprendo bien de qué se ríen los distintos portavoces de la misma, así como las puestas en escena celebrativas y la apoteosis mística del cambio y la mayoría social. Estoy buscando un piso para alquilar y me encuentro horrorizado por las situaciones que estoy viviendo. Se trata de una regresión inquietante con respecto a cualquier pasado. El caso de Ibiza, en el que los trabajadores asalariados no pueden acceder a una vivienda, es un síntoma premonitorio. La regresión laboral abre paso a la residencial.

La reconversión del alquiler constituye uno de los factores esenciales del crecimiento español, que se funda justamente en lo contrario del cambio del sistema productivo. La baja productividad es la compañera inseparable de los bajos salarios, los alquileres caros. La población móvil y rotante constituye el soporte de este extraño sistema.



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