Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 29 de junio de 2017

PAU GASOL Y LAS VÍCTIMAS DE LA QUIEBRA DEL BANCO POPULAR



Las estrellas del deporte desempeñan una función fascinante en las sociedades postmediáticas. El caso de los hermanos Gasol es paradigmático. Siempre acuden a sus citas perpetuas con las cámaras cargados de simbología publicitaria. Sus cuerpos comparecen como soporte de las distintas marcas que los contratan. Así se evidencia la comunión entre el deporte de élite, las industrias culturales audiovisuales y las empresas comerciales. La fusión simbólica de estas configura una industriosa santísima trinidad de las identificaciones en masa.

En los últimos años ha proliferado la imagen de Pau Gasol, a tamaño real, en la puerta de las sucursales del Banco Popular, anunciando distintos productos financieros. En distintas ocasiones, cuando he pasado junto a ellas no puedo evitar detenerme frente a su imagen y preguntarme acerca de la naturaleza de las personas que compran esos productos, estimulados por este héroe que acumula simultáneamente éxitos deportivos, contratos publicitarios y centímetros. La gestión de las emociones es un componente esencial del nuevo semiocapitalismo, del que resulta un extraño progreso que hubiera inquietado a los enciclopedistas y profetas de la razón del principio de la modernidad.

La ilusión que vendía la imagen de Gasol en las puertas de las sucursales bancarias ha resultado ser una quimera. Los  beneficiarios de la misma son  los promotores de la falacia publicitaria y las élites directivas del banco. Ellos han cobrado grandes cantidades de dinero por protagonizar el eficaz cebo para la ingente cantidad de incautos atrapados por la emulación inducida sobre la imagen del ganador en mil batallas simbólicas. Con la complicidad “bien pagá” del periodismo audiovisual,  experto en la generación de efervescencias emocionales, la fe inquebrantable de los accionistas e impositores cierra el círculo fatal. Así se construye la indefensión de grandes contingentes de gentes constituidas en públicos-blanco de los negocios sustentados en la suma de sus aportaciones.

Me produce asombro el negocio de las camisetas de los clubs de fútbol. Cada año se modifican  en detalles y tienen tres equipaciones diferentes. De ese modo se renueva anualmente el mercado de las camisetas, que se venden recombinadas con los números y nombres de los jugadores estrella, a un precio cuatro o cinco veces superior al precio de mercado. El público pagano manifiesta un fervor equivalente al de las concentraciones religiosas. Ahora que se han destapado los negocios derivados del viaje del papa a Valencia, reaparece la masa de incondicionales que se presta a financiar las actividades económicas derivadas de su fe.

Estas actividades simbólicas, sobre las que se sustentan los quehaceres de las industrias lucrativas que los acompañan, son posibles en tanto que la racionalidad se encuentre rigurosamente ausente. De este modo, los grupos de interés fuerte gobiernan sin oposición una sociedad descabezada. Lo político está ubicado en el exterior de las efervescencias deportivo-comerciales. Así, una élite de empresarios del imaginario obtiene beneficios cuantiosos de este pueblo constituido en masa de pagadores de pequeñas cantidades, cuya cuantía total representa un volumen de negocio extraordinario.

Desde estas coordenadas se puede comprender la coherencia de los emolumentos de los futbolistas, deportistas y otros héroes que prestan sus cuerpos y sus puestas en escena para esta industria. He utilizado en las clases de sociología, en numerosas ocasiones, la parábola de Paquirrín. El hijo de la Pantoja es un deshecho de virtudes en varias dimensiones. Pero polariza la atención de una gran masa de público atenta a sus presentaciones cargadas de sordidez. Este héroe obtiene un pago de 70.000 euros por un spot en el que no aporta otra cosa que su imagen y algún tic sórdido. Los salarios de los acobardados profesores universitarios se sitúan muy por debajo de los emolumentos de este héroe del imaginario.

Así, las micronarrativas de la vida del grupo que se presenta ante las cámaras para ser mirado, adquieren un esplendor inusitado. Las intensidades emocionales de los seguidores de las fabulaciones y tribulaciones de los héroes cotidianos que pueblan las pantallas son manifiestas. Contrastan con los silencios, los distanciamientos y la ausencia de emoción de las actividades científicas, de la educación o de la política. Los públicos de las mismas se reducen a sus entornos inmediatos, resultando lejanos de las grandes masas mediáticas.

Pero esta relación se multiplica en el caso de las nuevas generaciones. Me resulta fascinante contemplar las concentraciones de niños y jóvenes en las llegadas de los equipos de fútbol a las estaciones, aeropuertos, hoteles y estadios. Las imágenes de pasiones desbordadas y emociones de alto voltaje constituyen un pueblo fanatizado que se encuentra cómodo en el entorno posmoderno. Los grandes problemas políticos, sociales y culturales son radicalmente ajenos a esta esfera tan viva de la vida social.

En estas condiciones me resulta insufrible cuando algunos de estos héroes del imaginario colaboran con causas sociales. Recuerdo que Iker Casillas, uno de los futbolistas mejor pagados, iba unos días a un país africano a protagonizar algún evento amable. No pocos desnortados esperaban resultados en términos de “concienciación”. La verdad es que los problemas de África y del mundo se han cronificado, al igual que las pasiones de las masas alimentadas por el semiocapitalismo, con sus efervescencias derivadas en actividades lucrativas.

En este reino del declive de lo racional y el auge de las emociones fabricadas,  Pau Gasol es uno de los grandes protagonistas. Los accionistas del banco popular, indefensos ante la quiebra resultante de la gestión económica, no exigirán responsabilidades a los protagonistas de su actividad imaginaria. Estos se encuentran por encima del bien y del mal. En el tiempo de la aceleración de la reestructuración neoliberal, en los primeros años del gobierno del pepé, tuvieron lugar grandes concentraciones y manifestaciones de protesta. La gente me miraba sorprendida cuando aludía a Nadal, los Gasol, Iniesta y otros héroes de la galaxia situada más allá de la agencia tributaria. He renovado mis lemas pero ahora ya no hay manifestaciones.

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