Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

domingo, 31 de enero de 2021

EL HOGAR EN LAS TINIEBLAS DE LA SALUD PÚBLICA Y LA INMINENTE MALDICIÓN DE LOS SOFÁS

 


La parda corriente fluía rápidamente desde el corazón de las tinieblas, llevándonos río abajo en dirección al mar, al doble de velocidad que cuando la remontamos; la vida de Kurtz también se escapaba con rapidez, fluía y fluía de su corazón hacia el mar del tiempo inexorable

Joseph Conrad. El corazón de las tinieblas.

La dinámica de la pandemia ha conducido “río abajo, en dirección al mar” a los dispositivos de salud pública, que han terminado por encontrarse bruscamente con un territorio desconocido: el domicilio, o, si se quiere, el hogar. Como en el espléndido libro de Conrad, estos viajan por un territorio tenebroso y desconocido, en el que su inteligibilidad se encuentra mermada, al igual que en el caso del perplejo viajero Charlie Marlow, por la emergencia de sus propias tinieblas interiores. Las primeras medidas con respecto a la regulación de los comportamientos y relaciones en los domicilios muestran inequívocamente al corpus de conocimiento de la salud pública como una apoteosis de lo lóbrego.

El domicilio es un territorio marginal en la asistencia sanitaria, que se ha desarrollado en sus propias instalaciones. El paciente es un invitado pasivo en la asistencia ambulatoria y hospitalaria, al tiempo que el médico y la enfermera son invitados en la casa, en la que el paciente detenta su propia soberanía. Esta relación hiperasimétrica, confiere unas seguridades manifiestas a los profesionales, que imaginan su control completo de la conducta del asistido, tal y como ocurre en el breve tiempo de la consulta. Esta relación vivida cristaliza en un conocimiento que conlleva un alto grado de etnocentrismo, que configura una distorsión de la realidad de gran calado.

El viaje iniciado por el sistema sanitario tras la emergencia de la Covid es elocuente, en tanto que evidencia este sesgo cultural médico, situándolo en el centro del huracán vírico. En el curso de este, los infectados más graves son trasladados a los hospitales, en tanto que aquellos con síntomas manejables son conminados a encerrarse en el domicilio. La población es confinada en distintos grados que oscilan entre el completo de la primavera pasada y el toque de queda actual, combinado con restricción del espacio público y la movilidad. El discurso salubrista petulante se instituye en términos inequívocos: ellos toman las medidas, la gente debe obedecerlas y la policía debe sancionar a los díscolos e incumplidores.

Desde entonces, los malos resultados se han presentado de modo cíclico. Algunos intervalos con escasa incidencia acumulada se alternan con ciclos explosivos en los que esta se dispara. La coherencia del discurso sanitario en lo referente a atribución de causalidad es integral: si los resultados son deficientes se deben, en todos los casos, a los incumplimientos de las gentes. Está excluida la posibilidad de error suyo, dada la  deificación de la supuesta ciencia que respalda sus decisiones. Esta extraña ciencia es completamente ajena a la vida y desconoce a las personas, a sus contextos, a sus prácticas y a sus modos de significar. Así deviene en una inquietante teología científica, custodiada por un cuerpo hermético de guardianes que promulgan normas sobre la vida diaria. La comparación con las teocracias parece inevitable.

En el postconfinamiento se restauran las actividades laborales y educativas, que nutren los sistemas de transporte público. La ciencia epidemiológica los exime de ser fuente de infección, adquiriendo un estatuto de inocencia. Por el contrario, el estado epidemiológico descarga sus potencialidades de control sobre el espacio de lo que se denomina “ocio”. Las playas, los bares, las discotecas, los paseos, los restaurantes, los cines, los teatros…todos ellos albergan actividades visibles en las que las autoridades pueden normativizar sus usos y las fuerzas de seguridad hacerlas cumplir. En los ciclos de malos resultados, estos han sido cerrados o sometidos a condiciones imposibles para su continuidad.

Sin embargo, la clausura casi absoluta de los espacios públicos no produce buenos resultados. Por el contrario, estos se sobreponen a las regulaciones rigoristas de usos, horarios y cierres. Los incumplidores devienen en chivos expiatorios del mal, siendo señalados y perseguidos con saña por las televisiones. En el curso de esta etapa del viaje Covid, se evidencia la importancia de un espacio que escapa al formidable panóptico sanitario, político y mediático: este es el espacio privado, los hogares. Estos representan las tinieblas análogas a las narradas por Conrad.

En esto llegan las navidades. El dispositivo epidemiológico-mediático-policial extiende sus regulaciones a este espacio enorme, que resulta del sumatorio de todos los espacios domésticos. En todos los movimientos de las autoridades y los medios se manifiesta una ausencia de realismo, en tanto que no tienen la capacidad de controlar las relaciones y las actividades que suceden en estos lugares. Es completamente imposible. Se evidencia que el sistema se ha desconectado de la realidad y actúa a ciegas. De un lado, su modo de operar es regular, controlar y castigar. Esto es relativamente posible en la playa, la terraza o el restaurante, restaurando el viejo juego del escondite, de modo que las gentes buscan nuevos lugares donde encontrarse y desarrollar prácticas de vida. Pero en las casas, el ojo del poder epidemiológico queda neutralizado. Solo en el caso de fiestas ruidosas, algún vecino denuncia la situación y propicia la presencia policial.

Las tinieblas se instalan en las decisiones, presididas por un furor punitivo creciente que adquiere la forma de espiral. El pueblo domiciliado, constituido como una masa infantilizada sometida al control y castigo de la autoridad, es plenamente consciente de su autonomía tras las paredes de sus casas.  Así, una mayoría ha celebrado las navidades con encuentros múltiples que transgreden las normas promulgadas acerca del número de comensales y la naturaleza de sus vínculos parentales. Las comidas y cenas familiares han sido deslocalizadas en el espacio y el tiempo, siguiendo el modelo de la época de la deslocalización de las empresas.

El advenimiento de la tercera ola tiene como consecuencia la radicalización en el recorte del espacio público, principalmente mediante el estricto toque de queda. Pero comparece una novedad. El dispositivo salubrista pone su atención en el espacio privado. Las disposiciones acerca del número de comensales y de las relaciones parentales entre los mismos, con la invención de la figura del allegado, se completa ahora con las excepciones a la prohibición de reuniones domésticas, que no pueden suceder con miembros de más de un grupo de convivientes. Ahora se incluye a las personas que viven solas, a las que se concede la posibilidad de visitar y ser visitados por otra persona sola.

Estas normas resultan patéticas y solo es posible tratarlas desde la perspectiva del humor. Porque todas las figuras estrictamente externas a las relaciones de consanguinidad, son formalizadas de un modo equivalente al parentesco convencional. De ahí se deduce que cada cual puede tener un allegado o relación similar, a la que se le atribuye un rango de continuidad, estabilidad y monopolio amistoso. Los hogares unifamiliares en España, según el censo, suponen uno de cuatro, que albergan a varios millones de personas. Si cada cual puede seleccionar a otra single, de modo estable y formal, conforma una relación equivalente a lo que antes se entendía como lo prematrimonial. Se recupera así una versión de la antigua relación de noviazgo. De esta excepción resulta un tráfico interdomiciliario imposible de controlar por los guardianes del orden. Porque ¿quién certifica que es el single que va en busca de su homólogo? Sería necesaria la mismísima presencia del inefable ministro del interior Corcuera para interceptar eficazmente a los falsos allegados.

Esta normativización se corresponde con un concepto de familia y de sociedad similar a la del célebre catecismo del padre Ripalda, o las conceptualizaciones de la familia nuclear de los sociólogos funcionalistas norteamericanos de los años cincuenta.  En estas representaciones, la familia es un conjunto estático y dominado por un orden normativo. Las imaginerías piadosas acerca de las relaciones de parentesco, están desmesuradamente presentes en las conceptualizaciones del sistema sanitario. En los largos años que he estado presente en el mismo, he tenido la posibilidad de certificarlo y de observar de cerca los desvaríos.

La familia que llamaban postnuclear hace treinta años, ha experimentado una mutación colosal, dando lugar a múltiples formas de relaciones convivenciales en las que lo consanguíneo pierde su centralidad absoluta. Pero lo más novedoso de las relaciones convivenciales radica en que son extremadamente diversas y  móviles. De modo que se puede considerar el concepto de carrera amorosa para una gran parte de los menores de cincuenta años, cuyas biografías se desglosan en varias parejas y tránsitos convivenciales. Además, la lógica del sistema económico determina la multiplicación de la movilidad asociada a la precariedad, que tiene como consecuencia la explosión de pisos compartidos por personas sin relación de parentesco. Los sucesivos confinamientos han producido migraciones temporales de grandes contingentes de estas personas, principalmente estudiantes, doctorandos, becarios y otras formas de proletariado cognitivo.

Así tiene lugar la conformación de un nuevo precariado residencial, de un nomadismo entre pisos compartidos y que ocasionalmente recalan en el domicilio familiar, que es donde están censados. Vivo en una casa en la que existe una variada comunidad de jóvenes en esta situación y he sido testigo de sus idas y venidas en estos meses teocrático-epidemiológicos. Desde el punto de vista de los contagios este es un factor esencial. Sin embargo esta realidad, asociada a la misma naturaleza de las actividades económicas, es ignorada por los fundamentalistas que hablan en nombre de la ciencia. Esta es una movilidad adicional que termina arribando en los hogares de origen.

Mi interpretación de lo que se denomina tercera ola en Europa, se encuentra determinada, en una gran parte, por estas movilidades invisibles interdomiciliarias, que se multiplican como consecuencia de las pausas productivas y escolares. Estos tránsitos son el efecto del funcionamiento del sistema productivo. El desaparecido Andrés Montes, diría jocosamente al respecto “Es el sistema Salinas”. Así, la minimización del espacio público ejercido por las autoridades, con su guerra a la hostelería, ignora los flujos interdomiciliarios, fruto de sus mismas decisiones. De este modo se configura un monumental efecto no deseado, favorecido por las mismas decisiones de gobierno. No se entiende que las relaciones que tienen lugar en la hostelería e industria del ocio solo representan una parte de las relaciones sociales totales.

Además, los convivientes en una forma familiar convencional han relativizado los sistemas de autoridad internos y han experimentado un crecimiento de su autonomía inusitado. Precisamente, uno de los rasgos más importantes de la época es la nueva individuación, en la cual cada uno es esculpido por distintos dispositivos que lo configuran como un sujeto autónomo de sus ancestros. Cada cual vive su vida, representada en el haz de relaciones y mundos sociales contenidos en las pantallas de sus dispositivos móviles, rigurosamente individualizados. Las familias consanguíneas que permanecen agrupadas en un mismo espacio doméstico, son, de facto, una confederación de miembros dotados de una autonomía creciente, que recalan en un mismo espacio doméstico para vivir juntos unos momentos compartidos, interrumpidos incesantemente por el paquete relacional de cada uno, que lo reclama mediante las llamadas y los mensajes incesantes.

Los domicilios adquieren en el presente una diversidad asombrosa en cuanto a las relaciones entre sus miembros. El tráfico de parientes, amigos, compañeros, transeúntes y otras figuras, adquiere una intensidad inusitada. El sínodo epidemiológico los ha unificado en la figura del allegado, mostrando a las claras su extravío en estos territorios domésticos. Esta densidad habitacional implica un tráfico cotidiano interdomiciliario de gran envergadura, que en los fines de semana adquiere un esplendor difícil de imaginar por los teólogos de la salud. La pretensión de regular desde el exterior y la autoridad estos movimientos y flujos de relaciones es un dislate. Solo queda abierto el camino de maximizar la influencia para que las personas fuera de control panóptico tomen voluntariamente precauciones.

Imagino la escalada del furor epidemiológico reorientada al espacio doméstico. Por esta razón, puedo presumir que la siguiente normativización afectará al sofá, sobre el que recaerá una condena moral, que anticipa su prohibición. El sofá es el espacio de concurrencia de los cuerpos frente a las pantallas en los largos tiempos de las series. La proximidad entre los cuerpos de los residentes provisionales, procedentes de los mundos del más allá del parentesco,  es un mal presagio. Estos van a hablar alto, expresar sus emociones deportivas, reír y otras actividades tóxicas para los aerosoles comunes. Se masca la obligatoriedad de los sillones y su separación correspondiente.

La afirmación de Gregorio Morán de que “No es que la pandemia esté cambiando el mundo que conocimos: es que no conocíamos el fondo del mundo en el que vivíamos, y ahora se nos aparece en su faz más hirsuta”, es manifiestamente pertinente y muestra el desvarío de una ciencia que se inscribe en la fórmula de “ciencia total, menos ciencia social, menos pensamiento, menos artes”. Este es el resultado que estamos viviendo, esta es la gran verdad de la época. De ahí la pertinencia de la metáfora de Conrad. Los que están extraviados son los dispositivos de gobierno, así se explica la dinámica pandémica fatal, ahora en la estación del caos vacunal.

Un querido amigo del campo de las ciencias sociales, me dice que en el conjunto de mis textos de este blog acerca de la pandemia, se encuentran unificado por una figura imaginaria: el idiota epidemiológico. Le he contestado que nunca he utilizado esa expresión, solo he afirmado que las miradas salubristas están gravemente mutiladas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3 comentarios:

Juan M. Luque dijo...

Ya lo creo. Me temo que pueda tratarse de leucotomías prefrontales (en otros tiempos celebradas con el mismísimo Nobel). Buen día amigo Juan.

Pau Agulló dijo...

Felicidades por ofrecernos esta visión tan lúcida de una realidad que no nos acaban de dejar ver.

Estoy en el lado de los sanitarios, trabajo ahí, ya lo sabes. Pero no comparto esa dicotomía entre 'nosotros y el resto' que se maneja desde este mundo sanitario. Tienes toda la razón cuando afirmas que trabajamos como sacerdotes, interpretando la verdad, y demonizando las acciones de las personas. Demonizando la vida real. Quizá por eso estamos donde estamos.

Mucho mas miedo me has dado cuando hablas de prohibir el sofá. Cielos, estoy recordando la escena de Fahrenheit 451 cuando la policía entra a requisar los libros. Pero esta vez serán los sofás. Libros, en la mayoría de las casas, encontrarían pocos. Eso sí, pantallas, cada vez mas grandes, y muchas más que personas en una casa. ¿ Es el signo de los tiempos ?

Salud, Juan. Sigue pensando, y regálanos generosamente tus textos. Es un placer leerte.

juan irigoyen dijo...

Gracias Pau. Es un acontecimiento que aparezcas por aquí, porque, si no recuerdo mal, no nos vemos desde el final de los ochenta. Lo de la prohibición del sofá es una ironía, con la que trato de parodiar al poder pastoral epidemiológico, que avanza medicalizando todos los espacios y tiempos de la vida.
Un abrazo