Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

sábado, 8 de octubre de 2016

DON MIGUEL, FERNANDO Y LAS CASTAS PERPETUAS


                                  MEMORIAS DE LA EXTRAVAGANCIA



Al final de 1983 fui contratado por el INSALUD en Santander, formando parte de  un equipo de técnicos que reforzaba a la dirección provincial en la implementación de la reforma sanitaria. Nuestra llegada a la dirección provincial suscitó la incomprensión y animadversión de los funcionarios. Un año después de la victoria del pesoe en las elecciones de 1982, todos esperaban el advenimiento del cambio prometido, que, dada su ambigüedad, era susceptible de múltiples lecturas, despertando esperanzas y temores por igual. En este tiempo tuve que esforzarme con varios funcionarios en clarificar que sociólogo y socialista eran cosas distintas.

El director provincial era Fernando Lamata. Era un psiquiatra muy joven, todavía no había cumplido los treinta años, y había concluido sus estudios recientemente y se encontraba en el paro cuando fue nombrado. Era un hombre inteligente, muy voluntarioso, y detentaba varias virtudes poco frecuentes en las gentes que arribaban a la administración en esa época. Tenía muy arraigada la idea del cambio en la administración y trabajaba muy intensamente en esta dirección. Recuerdo que se llevaba las tablas de las encuestas el fin de semana para presentarse el lunes cargado de preguntas. Trabajaba sin descanso y ejercía de director con todas las consecuencias. Recuerdo que tenía una relación personal con casi todos los funcionarios, con los que despachaba individualmente para conversar sobre  su trabajo. Así representaba una forma de dirección inédita e insólita. Con anterioridad, un director provincial era una persona lejana a los funcionarios, distante, encerrada en su despacho, y que se ocupaba de mantener en orden las cosas rutinarias, mantener una buena relación con las élites médicas y de obedecer a las directrices de eso que se llamaba “Madrid”, y que ahora en cada autonomía tiene el nombre de su capital.

Los prejuicios, los estereotipos y las ideas preconcebidas hacia él, que circulaban entre los funcionarios, los administradores, los médicos y las enfermeras que desempeñaban funciones de administración sanitaria, se fueron disolviendo ante su estilo dialogante, presencia activa en todas las áreas y competencia directiva. Así consiguió invertir la situación y lograr un respeto incuestionable en la gran mayoría de funcionarios. Este se acompañaba de la permanencia de los resquemores que configuraban un estado permanente de sospecha, que se activaba cuando las actuaciones del gobierno eran percibidas como amenazadoras para los intereses que se cobijaban en la administración.

Desde mi larga experiencia de relación con directores de todas las clases imaginables, Fernando Lamata era un director excepcional por su capacidad, voluntad y cercanía a sus dirigidos. En esta época representaba una ruptura de gran envergadura. Pocos años después marchó a Madrid y desarrolló una carrera ascendente. Desempeñó distintos cargos de relevancia y llegó a ser consejero de salud de Castilla la Mancha. Siempre conservó su vínculo con el conocimiento, siendo profesor en la Escuela Nacional de Sanidad y participando en varios libros. Así se convirtió en uno de los escasos directivos del área de salud del pesoe que mantuvo una posición reflexiva acerca de la complejidad de la atención sanitaria. También en eso fue una excepción, en tanto que la mayoría de sus compañeros notables del partido se orientaron a convertirse en empresarios de la multiplicación de los recursos terapéuticos, de los edificios que los albergan, de los suelos que los soportan y de la relación  privilegiada con las industrias que los alimentan.

El inspector médico de la Delegación Provincial era Don Miguel. Este era un médico de porte aristocrático, dotado de una cabeza considerable, con la frente despejada y los cabellos peinados hacia atrás. Tenía un gran parecido físico con Bárcenas, ilustrando acerca de la importancia de los genes entendidos como un factor biológico que se sobrepone al cambio social. Recuerdo su imagen distinguida, en la que debajo de la bata, se mostraba una camisa y corbata impecables, acompañadas por un pantalón minuciosame planchado, que ponían de manifiesto que el gusto estético es un patrimonio hereditario. En Santander no pueden pasar inadvertidos sus zapatos, siempre brillantes y de las máximas calidades. Don Miguel sabía combinar todas estas piezas admirablemente, siendo organizadas en torno a las corbatas, en un conjunto de colores perfectamente sincronizado.

Pero Don Miguel se encontraba en un estado profesional de ruina manifiesta. Era de esas personas que tras sus estudios de medicina había sido “colocado” en la burocracia médica, en un puesto seguro, conseguido mediante la movilización de su capital social familiar. Tras unos años de presencia en la inspección, conocedor de los reglamentos y de las rutinas, no había vuelto a estudiar nada ni reciclarse. Esta situación siempre conduce al estancamiento, que es la antesala de la inevitable degradación. Este es el estado en que se encontraba, en tal grado, que todos los funcionarios y muchos de los atribulados pacientes podían percibir inequívocamente.

Don Miguel era de esos funcionarios de abolengo que manifestaban su alto estatus mediante su incorporación tardía al trabajo. En tanto que los funcionarios de niveles intermedios y bajos se incorporaban a las ocho, los detentadores de estatus altos comienzan a llegar a partir de las diez. Pero tras enfrentarse a las tareas mecanizadas y a los papeles del día, hacía una pausa y bajaba a desayunar. Después recibía a los afligidos pacientes que exponían sus problemas burocráticos. Pues bien, el problema radicaba en la compleja relación de Don Miguel con el alcohol. Cuando se incorporaba tras el desayuno, su estado era patético. Los comentarios indignados de muchos pacientes y de los funcionarios eran de alto voltaje. Los chismes y las chanzas  son la forma de resarcirse en cualquier organización jerarquizada. Las leyendas que acumulaba nuestro héroe eran inusitadas.

Recuerdo los gritos que acompañaban a los conflictos que se producían en la inspección médica, el enfado monumental de muchos pacientes que hacían gestiones en otras unidades tras pasar por él y los comentarios de los funcionarios. Pero él no se sentía afectado y denotaba un distanciamiento aristocrático de los demás. Su forma de estar allí era pétrea. Recuerdo que en una ocasión tuve que recurrir a él para solicitar una información. En ese momento estaba haciendo una encuesta con un equipo de encuestadoras que eran auxiliares de enfermería. Me hizo un comentario digno de encontrarse  ubicado en el antiguo régimen que antecedió a la revolución francesa de 1789. Entendía mi situación como la de un propietario de un conjunto de cuerpos inserto en la imaginaria trata de encuestadoras.

El inspector detentaba un grado cero de carisma entre los funcionarios y los profesionales. Nadie esperaba nada de él y todos confiaban en la buena voluntad de los pacientes para no generar conflictos abiertos. Pero él ahí estaba, detentando el estatuto de intocable. Para el grupo de técnicos contratados entre los que me encontraba, solicitados para contribuir a remover obstáculos derivados de situaciones similares a las de Don Miguel, este caso era percibido como una paradoja. Nadie objetaba nada abiertamente contra él. Era entendido como parte de una realidad inmutable e inaccesible. Este caso, junto con otros, suscitó mis primeras dudas acerca de la reforma sanitaria implementada por unos grupos carentes de poder efectivo.

Pero el factor más relevante radica en los lenguajes cotidianos de los seres hablantes que habitamos esas organizaciones. Porque las palabras nunca son inocentes. Así, todos llamábamos Fernando a Lamata y Don Miguel al inspector. El acuerdo en la valoración profesional sobre ambos era total. Todos considerábamos a Lamata un director muy cualificado y excepcional, y al extraño inspector como un incompetente total, que se aprovechaba de la situación de impunidad. Sin embargo, uno era designado con el don y el otro era rebajado a la categoría de un compañero. Este hecho ilustra acerca de un contrato semántico que determina el acuerdo en torno a unas significaciones arraigadas en las organizaciones  que no siempre son visibles.

Este caso remite inequívocamente al concepto de casta. El dominio de distintas castas es un factor que evidencia los límites de los cambios políticos y sociales. Porque mi experiencia en los treinta años siguientes es la de la permanencia de las castas tradicionales y el advenimiento de nuevas castas progresistas. No pocos de los arribados a la ola del cambio terminaron por constituirse en nuevas castas. Muchos de los acontecimientos del presente pueden ser interpretados como efectos de la confrontación de las castas

Las castas se constituyen sobre unas estructuras mentales que les confieren un soporte imprescindible. El caso de Don Miguel no es excepcional. Ilustra acerca del predominio de la combinación entre el dinero y el gusto para designar posiciones sociales que tan bien definió Pierre Bourdieu en el concepto de “distinción”. Las valoraciones compartidas que las constituyen, otorgan un papel relevante a la educación entendida como la capacidad de vestirse y calzarse de modo sofisticado, así como un saber estar que guarda estrictamente las distancias con los subordinados. Así se configura un señor. Esta figura concede una importancia definitiva al dinero, pero sobrepone a la profesión la capacidad de gestionar el patrimonio. Esto se evidencia en el caso que nos ocupa.

Así, Fernando, una persona de reconocido prestigio profesional no es un señor completo. Me encontré con él años después en Granada y seguía vistiendo igual. Muchas de las personas de origen humilde que han desarrollado carreras profesionales exitosas adoptan el uniforme de las castas tradicionales. Así exponen sus marcas de clase, porque no hay nada peor que una corbata cutre, una camisa inadecuada o unos zapatos inapropiados. Con el uniforme de las castas se degradan estéticamente, mostrando su naturaleza de señores incompletos. He podido presenciar múltiples casos en los que el vestuario era un factor de discriminación.

En 1988 el que salió del INSALUD fui yo y Don Miguel se quedó para mostrar la perpetuidad de las castas en España. Por todos los sitios que he transitado se me han hecho visibles las distintas castas. En mis tránsitos por los hospitales y los centros de salud observo las ropas y los calzados que se encuentran bajo las batas blancas. Así he elaborado una hipótesis acerca de la relación entre la precarización de los mir y sus atuendos y calzados. Esta es una señal inequívoca de la inexorable estratificación de la profesión médica. La complejidad estriba en que se han complejizado los mercados del vestido y calzado de los jóvenes. Ahora los mir pertenecientes a una casta familiar calzan zapatillas informales cuyos precios son astronómicos. Estoy concluyendo un ensayo sobre calzado, posición y carrera profesional. Porque existen nuevas versiones de don migueles y fernandos, que ahora se producen mediante nuevas formas.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Mediante qué nuevas formas se producen hoy esos Dones?

Gracias, ana

Unknown dijo...

Hasta hace unos años los de alta cuna desarrollaban la estrategia de ocupar las posiciones altas de la administración y sus cuerpos de élite. En el presente se abre un nuevo yacimiento como es el derivado de los mercados que están naciendo de la privatización de la sanidad, la educación y los servicios sociales. Los señores se desplazan a las áreas donde puedan controlarlos. Esto los hace más dinámicos y audaces en los negocios. También se hacen presentes en la trama de agencias que se organiza en torno a la evaluación. Estas desempeñan un papel primordial en el nuevo orden neoliberal. Los señores se abren paso en ellas. El nuevo Don es un ser más dinámico pues se mueve en una situación incierta que exige de su anticipación.Estas dos componen la versión dura.
Al tiempo está surgiendo lo que Manolo Delgado en su último libro denomina "el ciudadanismo", que moviliza a muchos sectores universitarios, periodísticos y de la cultura. Aquí se encuentra el núcleo de una nueva generación de señores.
Saludos