Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

viernes, 4 de julio de 2014

LOS ESTUDIANTES Y LA INDEFENSIÓN APRENDIDA

La indefensión aprendida es un estado personal subjetivo que se puede definir como una respuesta ante una situación adversa,  en la que el sujeto se encuentra en una posición de inferioridad, asumiendo que ninguna acción personal puede modificar favorablemente esta situación. El fatalismo es su componente esencial, determinando tanto un comportamiento pasivo como una fuga de esta situación de desventaja, tratando de ignorar la realidad y buscando compensaciones positivas en otras esferas cotidianas. Se trata de evadirse de la realidad amenazante y encontrar un espacio interior donde se puedan tomar distancias. Entonces, esta amenaza  es “expulsada” de la interacción personal y del mundo vivido por el afectado.

La indefensión aprendida se encuentra generalizada en los universitarios y los jóvenes desde los años ochenta. Este es un estado de la subjetividad compartido que ignora los intereses del colectivo en la situación estructural del mercado de trabajo y de las instituciones representativas, convirtiéndolos en un fantasma externo a la su vida social, que sólo comparece en situaciones específicas para ser conjurado y expulsado del mundo de la vida. El pensamiento positivo contribuye a consolidar este estado personal que renuncia a la defensa. Ser positivo, ver los aspectos positivos y pensar en las cosas positivas. Así se configura un aprendizaje colectivo articulado en torno al enunciado central: “Esto es lo que hay”.  Entonces,  como no hay ni puede haber otra cosa,  la cuestión radica en adaptarse, mediante el cumplimiento del segundo mandamiento de la indefensión aprendida: “Hay que buscarse la vida”.

La indefensión aprendida fue formulada por los psicólogos Seligman y Overmaier, pero tengo una manifiesta aversión a las psicologías que construyen sus teorías sobre experimentos de laboratorio. Este concepto lo descubrí en un texto sólido y sugerente de Guillermo Rendueles. Desde entonces me ha ayudado a comprender distintas situaciones muy frecuentes en los contextos sociales en los que habito.

En los años ochenta se publicó el “Informe Petras” sobre la precarización en España. Desde la perspectiva de este estudio se puede establecer un vínculo sólido con la indefensión aprendida. El enigma que se deriva de esta realidad,  es que las primeras generaciones de jóvenes en esos años, cuyas condiciones laborales experimentan un retroceso en comparación con las de sus padres, no defienden sus intereses mediante la aparición de un conflicto político o sindical. Cuando leí el informe por primera vez, me impresionó mucho la afirmación de algunos entrevistados de que ni siquiera comentaban sus condiciones laborales con sus amigos, en tanto que se eludía este tema, pues se sobreentendía en palabras tales como “muy chungo”.

Desde mi oficio de sociólogo, entiendo este comportamiento fatalista como el efecto de unas estructuras económicas, jurídicas y sociales que ubican a algunos sectores sociales en una situación de inferioridad de tal magnitud, que implican una violencia derivada de esta desigualdad. Estas violencias amedrentan a las víctimas que las sufren. Así se conforman las estructuras mentales de la indefensión, que facilitan la huida de los afectados hacia su vida personal común, distanciándose de lo político y lo social.

En mi condición de profesor universitario he sido testigo directo de estas violencias estructurales sobre los intimidados jóvenes que aceptan esta situación y entienden su futuro en términos de un juego de lotería. Me he interrogado muchas veces acerca de este pacto de silencio, de este extraño exilio de los intereses del colectivo generacional. Por eso celebré un acontecimiento colectivo tan importante como el 15 M. En los primeros días muchos de los amedrantados comparecieron en las plazas para protestar contra la gran desregulación laboral y las instituciones políticas que la amparan. Durante dos semanas, el fatalismo y el escepticismo se transformaron en creatividad, iniciativas, acciones, imaginaciones  y pensamientos colectivos que se producían en un ámbito público. Este trasciende el recinto íntimo personal en el que reina el poder simbólico asociado a la indefensión aprendida, que fue expulsado o puesto en cuarentena durante unas semanas.

Después del verano las aguas fueron volviendo a su cauce y cada uno restableció su relación con el poder coercitivo que volvió a habitar las mentes de los no representados en las instituciones e indefensos convictos. No cabe duda de que un acontecimiento como el 15 M deja rastros en la conciencia colectiva, pero la vida individual de cada cual continúa después de ese evento, además en un escenario similar al anterior a la explosión. Tres años después vuelve la indefensión aprendida, esplendorosa, sabedora de su papel imprescindible en las instituciones políticas, laborales y educativas de la sociedad de la desregulación laboral, símbolo de la segunda gran transformación en marcha.

Mis relaciones con algunos estudiantes me permiten visibilizar sus trayectorias académicas y profesionales. Después de la obtención del título, que, hasta este año, ha firmado Juan Carlos de Borbón, se dispersan por los circuitos de las titulaciones del postgrado y el conglomerado institucional de la investigación. El objetivo de cada cual es acumular un capital académico que facilite su “inserción” laboral. Pero tras unos años de estudios, becas y colaboraciones puntuales con proyectos de investigación, un menguado grupo termina accediendo al mercado de trabajo convencional. Esto es,  profesores de distintos niveles o funcionarios públicos de distintas administraciones. Otros terminan en empresas privadas o públicas desempeñando tareas lejanas a la sociología. Pero muchos estudiantes terminan desapareciendo tras años de ensayos en este mundo de los postgrados. No dejan rastro alguno. No pocos terminan en sus pueblos de origen ocupados en tareas laborales no cualificadas.

La generación de estudiantes que vivió el 15 M ha regresado a su realidad. Esta está conformada como una población que habita un territorio de caza en donde muchos aspirantes son utilizados por múltiples feudos académicos, empresas, ongs, instituciones públicas y privadas y proyectos diversos,  como fuerza de trabajo barato  para la producción del conocimiento. Así,  becas, colaboraciones sin contrapartida, sucedáneos de contrato, dudosas prácticas y otras formas de relación escasamente contractuales. El factor que gestionan las instituciones que gobiernan este territorio es una combinación de la esperanza y el miedo de los aspirantes. Las que operan la gran selección son más coercitivas, pero se acompañan también de métodos de seducción de los esforzados candidatos. Ayer mismo, un recién estrenado sociólogo me comentó que una importante organización pública le ofrece  un contrato de investigación en el que le pagan 200 euros. Sí, al mes.

En los últimos tiempos he tenido conversaciones con algunos de mis exalumnos escalofriantes. La reestructuración neoliberal ha triunfado contundentemente, formateando sus estructuras mentales. No sólo renuncian a defenderse mediante la comunicación o problematización de su situación en el ámbito público, sino que su renuncia alcanza su conversación privada misma, cumpliendo con el precepto de no pensar en lo negativo. Personas inteligentes y con un posicionamiento crítico respecto a la sociedad vigente me reprochan implícitamente lo que entienden como  negatividad, y me cuentan con naturalidad cosas tales como que colaboraban en tareas para investigaciones sin contrapartida alguna, renuncian a preguntar sobre las condiciones cuando son requeridos por instituciones investigadoras  y comportamientos similares. He llegado a escuchar que ellos se apañan con quinientos euros al mes. Todo ello en nombre del gran enunciado de “buscarse la vida”.

Creo que comprendo  que la vida sigue irremediablemente en medio de las instituciones y las estructuras. Pero me impresiona mucho la subjetivación disciplinaria que estas operan. Tengo dudas acerca de que se pueda renunciar a la regulación laboral, la seguridad social, la negociación colectiva, los contratos, los derechos adquiridos, los salarios, los horarios o las vacaciones. En las condiciones históricas vigentes es un verdadero suicidio. El cara a cara sin reglas entre empresa y trabajador es una situación de asimetría brutal. No me gustaría estar en una situación así. Pero renunciar a hablarlo con los amigos en la esfera privada me parece insólito y conforma el prólogo de una nueva esclavitud, asociada también en este caso al trabajo cognitivo.

Buscarse la vida no puede ser la aceptación de una situación de inferioridad y una renuncia a cambiar el mundo en que se produce de esta situación. Buscarse la vida no puede ser interiorizar sin problema esta sórdida realidad, para terminar autoculpabilizándose. Por el contrario, buscarse la vida es también compartir una disposición crítica a que las estructuras puedan modificarse. Porque son esas estructuras y entramados de instituciones las que necesitan dosis de inteligencia limitadas, inhabilitando a los excedentes. El problema estriba en los que no os necesitan más que como consumidores. Buscarse la vida es generar un horizonte de espera para los excedentes humanos, porque el futuro no está cerrado ni bloqueado y también depende de nosotros.

Un saludo muy cordial y entrañable para aquellos exalumnos que comienzan ahora a buscarse la vida. Quiero recordar que, como hemos hablado de indefensión aprendida, no sois los animales de laboratorio de los experimentos de Seligman y Overmaier. Sois otra cosa ¿o no? Espero vuestros comentarios.




6 comentarios:

Anónimo dijo...



Totalmente de acuerdo, por cierto cuántos años han pasado desde "Las uvas de la ira" del gran Steinbeck :-(


Un saludo desde la ciudad del BCE
Francfort del Meno
Ayose, otro aventurero

Pedro Valdés dijo...

Buenísimo análisis para un tristísimo asunto. Reconforta y alienta leerte.
Me pregunto se esta indefensión aprendida no opera también en otos colectivos profesionales que sí tienen empleos más justamente remunerados, pero que sufriendo abusos laborales y habiendo sido limitado su horizonte profesional también afirman que ésto es lo que hay. Gracias Juan

Unknown dijo...

Gracias Pedro. En los blogs los lectores van y vienen. Uno de los primeros comentarios fue tuyo. Que después de tanto tiempo comentes me refuerza mucho.
omparto contigo que la indefensión aprendida es el código genético del sistema para todos. La maquinaria política e institucional abre el camino a la misma. La reforma del mercado del trabajo tiene esa función providencial. Crear el orden de lo de "esto es lo que hay".
Saludos cordiales

Anónimo dijo...

Es maravilloso que hagas este análisis, sobre el futuro divergente de los universitarios pendientes de zarpar hacia el mundo laboral y sobre los que ya lo hayan hecho (o intentado).

Pienso que, al estar situados tanto mis compañeros (como yo) que recién o a punto estamos a punto de terminar nuestro adiestramiento hacia la vida laboral mercantilizada -que de partida nos prometían como si de un mercado industrial de trabajadores especializados se tratara ( que para muchos ha supuesto un chiste satírico sin ninguna gracia)-, nos encontramos en mayoría en esa situación de indefensión aprendida, en el mismo seno de las estructuras que emanan de las instituciones educativas pública de un país como es cualquiera de los países Ibéricos (en nuestro caso, España). Incentivado desde los sistemas dominantes que empujan desde el Norte (Bolonia).

Pero, no creo que todos seamos amebas de idéntica morfología cognitiva que de igual forma asimilan las pautas de comportamiento aprehendidas. Como Bourdieu nos enseñara, estamos determinados en ese esquema que describes, por el capital económico, el cultural y por la trayectoria social de nuestras familias; y de esa manera los nodos d poder que conforman nuestras cabecitas van a depender de las características sociales de nuestros orígenes. Claro que, cada vez el poderío económico del dominio neoliberal que ordena nuestras vidas sociales y políticas, coerciona con más violencia al análisis de Pierre, pero se huele que algo queda.

El pensamiento positivo para con nuestras conciencias supone un mecanismo de fuga, un sentimiento que trata de humanizar lo inhumano, porque sino, nada de lo aprendido tiene sentido.
El que triunfa está abogado a la sobrecarga de la responsabilidad de no descarrilar, ahogado en la precariedad y el silencio porque no hay colectivo laboral que ampare su insatisfacción... El que no, esta condenado a la envidia, al fácil (des) calificativo y a la evasión. "Buscarse la vida" es, intentar seguir vivo, y esto se hace tan difícil..
Nada fácil vivir en los tiempos hipermodernos.

Yo, personalmente, pienso que si me quiero dedicar a lo que la facultad de ciencias politicas y sociología de Granada me ha intentado enseñar, es decir, el oficio de sociólogo, me debo de reinventar casi a diario, y pienso que eso no lo enseña ninguna institución educativa del Estado.

Difícil la "inserción laboral", fácil estar en la cuneta.

Gracias Juan por compartir tu visión, un placer leerte.

Fer.

Unknown dijo...

Gracias Fer por tu comentario tan denso. Mi situación es la siguiente: Ante mis ojos se gestionan los destinos de los estudiantes mediante engaños mayúsculos que todos agradecen porque les alivian. Como nadie a mi alrededor dice nada, me refiero principalmente a los profes, me ha tocado el papel de maldito que pone sobre el tapete la realidad. Este sistema funciona sobre el supuesto de que dentro de dos años ya no estareis allí, serán otros los presentes, que hacen posible repetir las mentiras. Como mi posición es estable veo desfilar sucesivos contingentes de engañados, de seducidos y abandonados.
Un matiz respecto a lo que analizas es que incluso los estudiantes que disponen de los tres capitales, se encuentran en una situación problemática, pues antes, movilizaban el capital social familiar para insertarlo en un trabajo que iniciaba una trayectoria. Ahora después de la primera etapa es preciso volver a hacerlo. No puedo dejar de acordarme de la gran cantidad de investigadores y profesores universitarios que han sido laminados de la institución por los recortes. Lo peor es que se les anima a "reinventarse". Esto ya es una maldad por parte del sistema.

Unknown dijo...

Gracias Fer por tu comentario tan denso. Mi situación es la siguiente: Ante mis ojos se gestionan los destinos de los estudiantes mediante engaños mayúsculos que todos agradecen porque les alivian. Como nadie a mi alrededor dice nada, me refiero principalmente a los profes, me ha tocado el papel de maldito que pone sobre el tapete la realidad. Este sistema funciona sobre el supuesto de que dentro de dos años ya no estareis allí, serán otros los presentes, que hacen posible repetir las mentiras. Como mi posición es estable veo desfilar sucesivos contingentes de engañados, de seducidos y abandonados.
Un matiz respecto a lo que analizas es que incluso los estudiantes que disponen de los tres capitales, se encuentran en una situación problemática, pues antes, movilizaban el capital social familiar para insertarlo en un trabajo que iniciaba una trayectoria. Ahora después de la primera etapa es preciso volver a hacerlo. No puedo dejar de acordarme de la gran cantidad de investigadores y profesores universitarios que han sido laminados de la institución por los recortes. Lo peor es que se les anima a "reinventarse". Esto ya es una maldad por parte del sistema.