Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 21 de mayo de 2024

EL DISTANCIAMIENTO DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA DEL GENOCIDIO DE GAZA

El colonialismo visible te mutila sin disimulo: te prohíbe decir, te prohíbe hacer, te prohíbe ser. El colonialismo invisible, en cambio, te convence de que la servidumbre es tu destino y la impotencia tu naturaleza: te convence de que no se puede decir, no se puede hacer, no se puede ser

Eduardo Galeano

 

La indiferencia de la sociedad española respecto a la matanza de Gaza no es producto de la casualidad. Por el contrario,  remite a factores mucho más profundos y estables. El distanciamiento de la realidad prevalente en los españoles es la consecuencia de una combinación entre dos factores fatales: la persistencia de la incombustible mayoría facturada en el modo de gobierno del viejo autoritarismo franquista y el efecto de la mutación antropológica de gran envergadura que se deriva de las transformaciones operadas en el sistema, con el advenimiento del capitalismo de consumo, que es portador de un sistema de relaciones sociales coherente con un modelo de yo inédito y que detenta un poder de destrucción y corrosión de la vieja sociedad equivalente a una bomba atómica.

La interacción entre ambos factores tiene consecuencias explosivas. Una de ellas es la consolidación del derecho a la desconexión de lo social. Recuerdo algunas experiencias kafkianas en las que he participado en la universidad. Una de ellas fue antológica. Recuerdo que, en una coyuntura de tensión por reivindicaciones estudiantiles, y ante la escasa concurrencia de estudiantes en las asambleas convocadas, unos activistas me pidieron utilizar mi clase para hacer una asamblea allí. Empezaron informando de la situación y después aludieron a la importancia de decidir colectivamente. Entonces hicieron tres propuestas para ser votadas. Las fueron leyendo y solicitando una votación a mano alzada. La gran mayoría de los asistentes no votó ninguna de las tres y se mantuvo ajena sin expresar nada, manifestando su distancia mediante los brazos caídos.

Me impresionó la fuerza colosal de esa mayoría silenciosa que ejerció su derecho a la desvinculación del colectivo con una determinación encomiable. El desconcierto de los activistas fue mayúsculo, experimentando un método democrático que fue rechazado por la mayoría. Era la manifestación de la nueva era que Sadin etiqueta como la del “individuo tirano”, dotado de la competencia de vaciar las instituciones de la vieja sociedad. Tantos años después, cada individuo reafirma su capacidad soberana de desentenderse de cualquier compromiso colectivo. Se posiciona frente al acontecimiento en tanto que espectador, haciendo gala de su indiferencia y distanciamiento. La mediatización disuelve la vieja socialidad y genera un sujeto dotado de una mirada fría y de un conjunto de emociones de quita y pon que guían su comportamiento y percepción.

Se puede comprender esta frialdad de la mayoría silenciosa desde la perspectiva de Baudrillard. Esta entidad se configura como una no sociedad que se pronuncia cuando es solicitada desde los media mediante test, encuestas u otras formas de estimulación. Este autor resalta que la mayoría silenciosa atraviesa por varios estados de excitación catódica y depresión, manifestando el poder de lo neutro, su capacidad incuestionable de abatir cualquier proyecto, como el caso que he contado de la asamblea universitaria. En el caso de Gaza contrasta el dramatismo de los hechos, que llegan en forma de imágenes y testimonios, con la indolencia de los receptores. El ecosistema mediático procede a resignificar el acontecimiento mediante su adscripción a los distintos contendientes que pujan por el gobierno. Así, los progresistas piden el fin del genocidio y los conservadores subrayan la responsabilidad de Hamas como desencadenante del conflicto.

La vieja sociedad española, configurada en el largo desfile de autoritarismos que desembocó en el franquismo, subyace inmutable tras más de cuarenta años de la novísima democracia. De modo intermitente se hace presente en distintas efervescencias colectivas suscitadas por cuestiones políticas, que terminan por disiparse para volver a la normalidad cronificada definida por la desafección con respecto a la política imperante. Esta sociedad muestra impúdicamente su distanciamiento con respecto a la precarización y otros problemas sociales del presente. Mantiene incólume su depreciación de lo colectivo y su aceptación de la realidad como inevitable, de modo que solo queda adaptarse.

Fue una inteligencia tan perspicaz como la de Adorno la que se percató de que las industrias culturales emergentes formaban parte de un proyecto global que remite a transformaciones antropológicas muy importantes. Estas afectan al sistema de tal forma que ya no era pertinente entender al capitalismo como un sistema económico o un modo de producción. Por el contrario, esta mutación se relaciona con un sistema de nuevas relaciones sociales, que inciden manifiestamente en la subjetividad de los individuos. El devenir de estas industrias de la conciencia y de las sociedades en las que se inscriben ha sancionado la propuesta de Adorno. Este dispositivo industrial ha adquirido una importancia primordial en la forma de las plataformas de streaming.

La conceptualización de este autor acerca del arquetipo humano que resulta de esta transformación es más que pertinente. Dice que “la industria cultural es la integración intencionada de sus consumidores desde arriba”. De este modo interpreta el nacimiento de la sociedad del ocio como “tiempo libre subsumido en los imperativos sociales que lo convierten en una prolongación de la no libertad en la esfera laboral”. El desarrollo de industrias culturales produce una concentración de poder formidable en el nuevo capitalismo, que tiene como consecuencia principal “la supremacía sin precedentes del aparato social sobre unos individuos cada vez más atomizados e impotentes”.

En este contexto surge un nuevo tipo humano que Adorno define como “Su rasgo fundamental sería que no es capaz de tener experiencias propias, sino que las recibe del aparato social, y que por tanto ya no consigue constituirse en un yo como persona.”. Entonces, si la propia industria cultural se convierte en el “a priori” de la experiencia, el aparato cultural determina a los sujetos, haciéndolos dependientes de un poder social concentrado. “Esta desproporción entre poder social e impotencia individual sofoca de antemano cualquier conflicto y los sujetos solo pueden adaptarse a la realidad social dada”. Adorno afirma que “esta adaptación convive con una psique atravesada por el miedo y la ansiedad”. Desde esta perspectiva se puede comprender al sujeto contemporáneo como material tratado por la psicología.

La conceptualización de Adorno facilita la comprensión de una sociedad en la que las maquinarias mediáticas han alcanzado un tamaño macroscópico frente a una masa atomizada de individuos frágiles. Los antecedentes de la sociedad española  ayudan a comprender la población  como un contenedor de masa mediatizada. Así que salvo las minorías ruidosas que se muestran en las manifestaciones, todo transcurre como si no sucediese nada. El genocidio es tratado insertándolo en una serie de sucesos y acontecimientos que son cocinados por las televisiones como la actualidad. Una vez que las primeras imágenes terribles de niños muertos u hospitales asaltados se han reiterado, van perdiendo su valor como golosina para la audiencia y son gradualmente desplazadas por otras.

La mutación antropológica colosal operada muestra sus efectos sobre las instituciones, los grupos sociales y las personas. En este contexto todo lo que sea identificado como político se caracteriza por la baja definición. Incluso un genocidio televisado en directo. Así se hace inteligible la indiferencia y la evasión de lo social, al estilo de los estudiantes de la asamblea que he contado. Ha triunfado el colonialismo invisible en la definición de Galeano que abre esta entrada.

 

 

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