Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

miércoles, 18 de octubre de 2023

GUERRA, UNIVERSIDAD POSACADÉMICA Y SISTEMA MEDIÁTICO

 

Los acontecimientos acaecidos en Israel y Gaza, que sancionan una guerra de nuevo tipo, en la que los mismos ejércitos tienen una situación de riesgo menor que a la población civil, son interpretados por toda una serie de comentaristas promiscuos, estrellas audiovisuales, expertos de ocasión, cómicos múltiples, frikis mediáticos y una pléyade de gentes que expresan el tránsito histórico del predominio de los antiguos intelectuales, que conformaban la intelligentsia, a la ascensión de las gentes que constituyen lo que se entiende como los famosos, caracterizados, tanto por su sobreexposición mediática como por su frivolidad. La decadencia de la prensa escrita tiene como consecuencia que sea más escuchada una persona como Carmen Lomana que un filósofo como Emilio Lledó. Los efectos demoledores en la opinión pública de esta mutación son manifiestos. Cada evento con impacto genera una tribalización emocional, en la que las partículas de la masa mediática se posicionan férreamente en torno a su bando.

Esta transformación se encuentra determinada por la confluencia de dos instituciones apocalípticas que dominan el presente: la universidad posacadémica y los medios de comunicación audiovisuales. La primera neutraliza eficazmente a las humanidades y las ciencias sociales, quebrando los lazos que estas tenían con la sociedad. Cada disciplina es conformada como área de conocimiento que gestiona una empresa orientada radicalmente a su interior. El silencio de la institución Academia determina que la deliberación pública acerca de los problemas sociales se ejecute desde los medios audiovisuales. Pierre Bourdieu, en su libro sobre la televisión, apunta a que los académicos se orientan a comparecer en la pantalla, al estilo de los expertos, los salubristas o epidemiólogos en la pandemia. La televisión deviene en institución central que administra el conocimiento social, así como el tratamiento de los acontecimientos.

Las significaciones del sórdido conflicto de Oriente Medio, en estas condiciones, son administradas desde las empresas multimedia, en las que anidan los nuevos soberanos de la opinión pública. Asisto fascinado a la centralidad que en esta cuestión adquieren gentes como Ana Rosa Quintana y otras estrellas televisivas, que ostentan una autoridad incuestionable sobre amplios segmentos de la audiencia. El resultado es un desastre de grandes proporciones, inseparable de las destrucciones generadas por la mismísima guerra. El silencio de la intimidad de las áreas de conocimiento de la universidad posacadémica, se contrapone con el ruido ubicuo que se deriva de la ebullición de las pantallas y las redes. De ahí resulta un estado de polarización acompañada por una confusión sorprendente.

En los años noventa tuvo lugar el salto que debilitó la prensa escrita en favor de la constelación de la televisión y el naciente internet. Recuerdo que en mi facultad de Sociología de Granada, el periódico El País comenzó a regalar los ejemplares del día, con la pretensión de capturar lectores. Todas las mañanas desembarcaban dos grandes fardos con los periódicos. La respuesta de los estudiantes fue contundente. Nadie cogía un periódico. Solo los profesores retirábamos discretamente un ejemplar. A última hora, los montones de periódicos testificaban el fracaso mayúsculo de una estrategia comercial imposible. Después llegó El Mundo con el mismo resultado. La grafosfera mostraba inequívocamente su estado decrépito ante la emergencia de la videosfera.

En mis años de estudiante en los años setenta una parte considerable de los estudiantes leíamos afanosamente periódicos. Era normal ver a estos como parte del equipaje de mano de los alumnos. Recuerdo que había periódicos matutinos y vespertinos. Algunos de estos estaban prudentemente orientados a la incipiente democracia y publicaban noticias y artículos que había que leer entre líneas. Algunos esperábamos  a mediodía, hora en que aparecían los diarios Informaciones y Madrid. Veinte años después, cuando llegué como profesor no vi ni un periódico en manos de un estudiante en las aulas y los pasillos. Sin embargo, cuando se instalaba un stand de una empresa que ofrecía buenas condiciones de uso de internet, se generaban colas de estudiantes ansiosos por disfrutar de lo que entendían como un chollazo.

El tránsito a la nueva videosfera tenía otras manifestaciones. Las pantallas proliferaban en las aulas. Las viejas transparencias, que eran resúmenes de textos, pronto dieron lugar al reinado del Power Point, que introducía elementos visuales y las técnicas de composición de textos y multimedia. Este es el emblema de la pantallización y la apoteosis de los audiovisuales. El auge del multimedia llevó los videos a las aulas. En mis últimos años, estos tenían un protagonismo creciente. El bautizo académico de un comprador de créditos de la era de la reforma de Bolonia era su primera presentación pública, en la que exhibía sus competencias audiovisuales, en muchas ocasiones arruinando los contenidos de la presentación. La lectura iba retrocediendo inexorablemente. Cuando un profesor recomendaba bibliografía era requerido para aclarar qué es lo que había que leer, en espera de lo que me gustaba llamar “las primeras rebajas de lecturas”. Las presiones para disminuir el menú de lecturas eran sofisticadas y formidables.

Google terminó reemplazando la vetusta bibliografía y la lectura se minimizó adquiriendo la forma de apuntes, esquemas, resúmenes y otros géneros leves. Cuando ponía un trabajo escrito era requerido para determinar su extensión en páginas. La “extensión mínima” constituía el núcleo de comunicación entre el profesor y el alumno. El viejo imperio de la letra escrita mostraba su obsolescencia en vísperas de su cancelación, para ser adaptado al imperio de lo que Bifo denomina como infoesfera. En ese vibrante y extenso mundo, la lectura y escritura tienen un papel, si no residual, secundario.

Contemplo asombrado la consolidación del Power Point, que adquiere centralidad absoluta en los informativos de las televisiones y en cualquier presentación científica, profesional o social. Se ha multiplicado la extensión de las pantallas, que se sobreponen a las esbeltas figuras de los presentadores televisivos, o los diminutos oradores con audiencias físicas, ubicados debajo de un sistema de pantallas gigantescas y múltiples, lo que convierte sus intervenciones en un espectáculo visual. Este dispositivo multimedia contribuye a que cada oyente, instalado en un sistema de filas y columnas, experimente su propia infinitud, al ser arrojado a un espacio en el que predomina la uniformidad y que se encuentra diseñado a una escala muy inferior al ponente de guardia. Tengo muy claro que esta forma de conformar los auditorios es el preludio de un nuevo totalitarismo, en el que los habitantes de las escalas grandes, sustentados en sus dispositivos audiovisuales macroscópicos, dominan a los almacenados en un espacio masificado y oscuro.

La nueva infoesfera tiene un efecto determinante sobre la recepción de la información. Esta adopta la forma de una secuencia de imágenes que aspiran a capturar la sensibilidad y la promoción de emociones del aturdido espectador mediante su composición y presentación. Durante muchos años practiqué como profesor el Power Point llegué a la conclusión de que las diapositivas terminaban por emanciparse de la totalidad de la intervención, socavando la unidad del tema presentado. Ciertamente, eso es lo que ocurre con los informativos televisivos. Más que clarificar, aturden estimulando emociones primarias. Así se puede explicar el desastre de la dirección férrea de la opinión pública por parte de los poderes establecidos, imbricados con los intereses del complejo militar industrial o con opciones geoestratégicas inamovibles.

En mi última entrada resaltaba la convicción de Anders acerca de que el principal problema de la era atómica radica en la transformación del mismo ser humano. Todas estas tecnologías de la información contribuyen a generar una conciencia difusa. Un indicador inquietante que manifiesta este estado confusional es el momento en el que los reporteros de la calle de los programas se encuentran cara a cara y con las cámaras grabando con alguna partícula de la audiencia cocinada laboriosamente a fuego lento. Esta muestra impúdicamente su distanciamiento de la realidad y su incapacidad de exponer con coherencia su posición. Esto es leído en clave de humos por los conductores del programa.

Este estado de confusión, derivado de la secuencia infinita de diapositivas y la charla múltiple incesante en las pantallas, permite a los actores bélicos ocultar sus movimientos y fabricar coartadas sostenibles. Así, si cualquier guerra es una tragedia, lo es aún mayor un sistema mediático orientado a sostener las carencias cognitivas y personales de grandes contingentes de audiencias. Cada vez que escucho a un periodista advertir acerca de las “imágenes impactantes” que va a presentar, o requiere un titular a cualquier interviniente en esa aristocrática y gris conversación, me echo a temblar. Es inevitable recordar los grandes reportajes, crónicas e informes escritos de la generación de reporteros de la guerra, como Leguineche y otros, que ayudaban a algunos contingentes de lectores, a enriquecerse y posicionarse frente a los eventos. Pero ese tiempo ya pasó. Ahora los informadores-testigos se presentan con casco en un escenario preparado y a la hora requerida de la conexión con el programa, para proporcionar una información en un minuto, y avalada por un testimonio o imagen crítica. Lo dicho, una tragedia informativa.

 

4 comentarios:

A. Jiménez dijo...

He leído hace ya algunos meses un magnífico libro; "Para qué han servido los libros" de un profesor de filología inglesa de la Universidad de Zaragoza, Ignacio Domingo Baguer. que analiza la historia del conocimiento humano, el impacto que en éste tuvo la aparición de la escritura y sus diversos formatos, desde las inscripciones rupestres al papel y en nuestros días los formatos digitales y la decadencia de las bibliotecas a favor de los depósitos universales como Google y de las informaciones que circulan por internet. Coincide contigo en varios de tus hallazgos, quizá el más sorprendente la constatación del porcentaje tan elevado de analfabetos funcionales entre los universitarios, lo frecuente que es encontrarse con estudiantes que no entienden lo que leen, por muchas razones, pero la más importante, porque han dejado de leer libros.

juan irigoyen dijo...

Gracias A. Jiménez. Imagínate a escala de una audiencia de televisión las formas de conocer predominantes tan alejadas de la vieja Galaxia de Gutemberg

Anónimo dijo...

A. Jiménez es tu antiguo camarada de Valdecilla, Santander. Un abrazo

juan irigoyen dijo...

¡Hombre Antonio¡ Activo los recuerdos que nos unen de aquél tiempo del Sanedrín en las elecciones del 15J. También de ese día, que fuimos a San Roque de Riomiera a apoyar a Butrón.
¡Un abrazo¡