Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 28 de diciembre de 2021

LA MASCARILLA EN EXTERIORES COMO SIMULACRO EPIDEMIOLÓGICO

 

La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa

Carlos Marx

La medida de retorno de la mascarilla obligatoria en exteriores se hace inteligible desde la perspectiva de la célebre sentencia de Marx. El gobierno epidemiológico resultante de la pandemia emite signos de agotamiento. El primer tiempo de esplendor ya pasó y ahora se evidencia su derrota por parte de las fuerzas de la economía y de la hostelería. La población se encuentra desfondada y crece la oposición en todas las partes. Los expertos investidos en las televisiones adoptan un tono sombrío tras descubrir la fragilidad del apoyo gubernamental. Su sueño de una sociedad rigurosamente terapéutica, polarizada en torno a la salud colectiva y dotada de poderosos medios de control y coerción se desvanece ante la emergencia del mercado, la vida y las constelaciones del capitalismo desorganizado.

La alocución presidencial anunciando la obligatoriedad de la mascarilla representó la escenificación de la farsa. Se trata de una medida carente de sentido sanitario, profundamente devaluada en los enigmáticos medios salubristas, que abandonan el espacio mediático para refugiarse en sus ambientes académico-profesionales. A estas alturas, todo el mundo es conocedor del desgaste político que conllevan las restricciones.  Así, el Supremo/Sánchez transfirió la decisión a los virreyes de las autonomías, salvando su peculio electoral. La puesta en escena fue verdaderamente admirable, en tanto que todos los protagonistas de los primeros meses somatocráticos se han convertido en personajes de guiñol. La ministra Darias es un prodigio de programación comunicativa. Es como una muñeca que solo dice lo estrictamente estipulado y ensayado. Acompaña sus prédicas con una comunicación no verbal estrictamente prefabricada. De este modo adquiere la categoría de personaje de guiñol que se ajusta milimétricamente al guion.

El Supremo/Sánchez ha terminado por convertirse en un muñeco de este compulsivo teatro de títeres que es la política, en el que los responsables de comunicación mueven los hilos de la función. Su tono de voz metálica y la suspensión de su rostro anuncia que lo que va a  decir es rigurosamente veleidoso. Todos saben que su verosimilitud se aproxima al cero. Se trata de una serie de eslóganes vacuos que denotan la ausencia de reflexión y de deliberación entre alternativas. Esta función es denegada, la única discusión pública es la de los directores de comunicación en la sombra que elaboran los argumentarios de los partidos. Este es el confín de la reflexión y la comunicación. El interior está hueco. La relación entre estas instancias de la videopolítica y los denominados expertos es que estos son promocionados como portadores de repertorios de argumentos que son seleccionados por los brujos de la comunicación, que los convierten en argumentarios obligatorios para todos los participantes.

La pandemia ha agotado este modelo de desinteligencia, cuya función principal ha sido seleccionar a aquellos que deben comparecer en el espacio de las cámaras para repetir los argumentarios. Así que Fernando Simón se encuentra en situación de dimitido o desaparecido ante las cámaras. Sigue representando su papel de papa epidemiológico, pero ha aprendido a administrar sus silencios. A estas alturas de la pandemia han proliferado algunos discursos externos a la producción político-industrial de los argumentarios. Estos suscitan preguntas que es difícil eludir. Así, Simón ha aprendido el excelso arte de los nobles, los clérigos ilustres, los generales victoriosos, los próceres de estado, de la industria, las finanzas y la cultura, que se materializa en honorable arte del hermetismo.

El paso del tiempo ha desgastado a todos los actores de esta representación de la Covid. La lógica de los procedimientos que excluyen la pluralidad y la deliberación termina en la imposición de los argumentarios obligatorios. En este escenario se engrandece el papel de los medios, que representan la explotación comunicativa de los mismos. Los próceres mediáticos devienen en personajes incombustibles, en tanto que pueden suceder al reemplazo de los discursos partidarios y expertos. Ellos son los dioses de este orden comunicativo, en tanto que no detentan ninguna responsabilidad, y, por consiguiente, son infalibles. La erupción del volcán En La Palma, visibiliza la circulación eterna de los expertos, que son reemplazados, en tanto que la función siempre continúa. La caducidad de la epidemiología y la salud pública se encuentra confirmada, en tanto que no pueda convertirse en un espectáculo central.

Estas son las razones del declive del circo epidemiológico, que en esta ocasión queda en segundo plano, en tanto que el fantasma de omicron tiene un impacto limitado. Las grandes colas en los centros de salud no sustentan un espectáculo equivalente al de los primeros tiempos, en el que las luces, los colores, las máscaras y disfraces, los cables y las máquinas, los médicos-astronautas y todas las parafernalias polarizadas por las muertes, generaban un grado de pánico perfecto para las cámaras. Los cuadros clínicos breves no dan para más. La atención primaria muestra así su finitud como show sanitario. Su propia declinación y degradación no merece un lugar de honor en los argumentarios de los partidos contendientes. Las alusiones a la necesidad de lo que se denomina como “su refuerzo”, carecen de verosimilitud. Su evocación es falsaria y deviene en un ritual vacío. La atención primaria no merece siquiera, la presencia de la Unidad Militar de Emergencias, con sus misteriosos vehículos portadores de máquinas enigmáticas dotadas de tecnologías de última generación, así como sus elegantes operadores ataviados a la altura de las ficciones tecnológicas futuristas.

Todo el proceso de elaboración de argumentos en el curso de la pandemia ha terminado por constituir la centralidad del lema “salvar vidas”. La emergencia de Omicron lo restituye a una segunda categoría, en tanto que su capacidad menguada de llevar los cuerpos en los que se instala a la UCI y al ataúd es manifiesta. Pero, además, un factor relevante de la victoria de la economía/hostelería sobre la constelación salud determina el riguroso silenciamiento de la identidad de los fallecidos en las sucesivas olas. Estos son meros guarismos que no generan ninguna imagen ni comentario. Su única función es la de ser empaquetados, siendo convertidos en proyectiles de la disputa electoral entre contendientes. Así se fragua el limbo en el que son almacenados los muertos, que no representa obstáculo alguno al despliegue de la las fuerzas de la economía y de la vida.

Sin embargo, la llegada de Omicron ha restituido el vigor de los medios como portavoces de la amenaza y la propuesta de escalada de las medidas. La devaluación relativa del valor sanitario de esta versión del virus contrasta con la intensificación de las llamadas a la disciplina y la recuperación de la centralidad de los próceres mediáticos y sus escoltas expertos.  No es preciso ser un virtuoso del análisis del contenido para constatar que la propuesta mediática pivota en torno a las vacunas. Estas son convertidas en una obligación imperativa y aquellos renuentes son expulsados del estatuto de la ciudadanía. Las vacunas constituyen el espacio del encuentro entre la economía y la salud. Los medios las reconvierten en productos obligatorios. Ahora la salud declina a favor del furor vacunal, que regenera los formatos mediáticos y concita las sinergias entre los comunicadores, los políticos, los expertos de guardia y los ciudadanos-testimonio aterrorizados que claman por el orden vacunal.

Pero, más allá de su función económica, los medios representan la continuidad del proyecto de control asociado a la pandemia. Ellos son los encargados de generar las cohesiones imprescindibles, así como los climas colectivos en contra de los malos, que son comprimidos en el contenedor del negacionismo. He contemplado con horror la persecución de Mediaset, encabezada por Mejide, contra los médicos que no se han vacunado. También la execrable campaña a favor del pasaporte Covid. Los dispositivos de control tienen sus reglas, sus procedimientos y sus lógicas. Una de ellas es la de activar la sumisión para recordar la condición de siervo de cada cual. En palabras de Juan Manuel de Prada “La imposición de la mascarilla en exteriores, bien lo sabemos, es una medida por completo absurda y chusca. Pero sirve para recordaros vuestra condición de bestias sumisas que, a cambio de que santifiquemos sus aberraciones, obedecen los mandatos más caprichosos. ¡Es tan hermoso veros convertidos en tarados tragacionistas que actúan irracionalmente! […]! ¡Es tan enternecedor que abarrotéis bares y restaurantes exhibiendo como botarates esa licencia para contagiar que os hemos hecho creer que es un pasaporte que os ampara! ¡Y es tan delicioso veros pasear como ánimas en pena con el bozal, respirando los efluvios de vuestra saliva rancia y comiéndoos vuestros propios microbios regurgitados!”.

Sí, estamos asistiendo al revival pandémico en el que ya no importa tanto lo sanitario sino el control social y la producción de la sumisión y la homogeneidad. Mientras tanto, el consenso social se resquebraja manifiestamente y comienzan a multiplicarse los posicionamientos no encuadrados. Los primeros guardianes de la ortodoxia de los primeros tiempos empiezan a descubrir el juego de las distancias y los distanciamientos. En los próximos meses es seguro que distintos contingentes de gentes, incluso de profesionales sanitarios, modificarán sus posiciones erosionando el férreo proyecto de control político y social. En esta fase de la farsa es paradójico y cruel el papel que desempeñan los cómicos, artistas y profesionales de las industrias de la cultura. Se constituyen como los últimos defensores a ultranza de las ortodoxias oficiales. A estos les diría que el lema “No a la guerra”, es todavía más válido para esta guerra por la intensificación del control de la población. Muchos son ahora portadores de la obediencia y la servidumbre.

 

 

 

 

 

 

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