Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

lunes, 18 de octubre de 2021

APOTEOSIS DEL STREAMING Y ANONADAMIENTO

 

 

Los espectadores de cine son vampiros callados
Jim Morrison

 

La explosión de las plataformas de streaming es un acontecimiento que trasciende el mundo de la comunicación, para ubicarse en un plano general de la vida y la sociedad. Junto a otros grandes cambios, conforma la sociedad postmediática, que significa un salto prodigioso con respecto a la vieja sociedad mediática asentada sobre la televisión generalista. La multiplicación de películas, series, documentales, vídeos y otros géneros, ofrecidos en el tiempo requerido por cada espectador, tiene un impacto trascendental sobre todas las esferas sociales, tal y como ocurrió con la televisión. Cada persona es subyugada por una oferta prodigiosa y múltiple que la solicita en todos los tiempos. La condición de espectador alcanza la plenitud y reconfigura la vida cotidiana.

Esta reconversión de las personas en espectadores compulsivos liberados del penoso deber de compartir la emisión con el público en un tiempo determinado, supone un salto en un modo de individuación que adquiere un perfil inquietante. Cada persona es requerida para que configure su menú audiovisual rigurosamente individualizado, pero sometido a las efusiones renovadas de la audiencia fragmentada. De este modo, las industrias culturales adquieren el estatuto de centro simbólico de la sociedad. Sus narrativas se irradian a todos los ámbitos sociales y se fusionan con todos los discursos existentes. Las plataformas terminan por desplazar a las viejas religiones e ideologías globales, adquiriendo un protagonismo incontestable en la permanente constitución de lo imaginario.

Así se configura la segunda versión histórica del encierro doméstico, que es mucho más intensivo que el que representó la televisión, así como de la masa electrónica que la sustenta. El hogar del tiempo de la netflixicación incluye un conjunto de pantallas que fragmentan drásticamente a los miembros de la familia, encuadrados en distintas programaciones y temporalidades. En mi opinión, este es el elemento más importante de la sociedad postmediática. Cada uno con su menú audiovisual específico, para sancionar la segmentación de la audiencia. La casa deviene en centro de comunicaciones múltiple que minimiza a las funciones convencionales. Las prácticas intensivas del espectador construyen el territorio de las industrias de servicio al domicilio que abastecen de comida y otros productos a los encerrados frente a las pantallas. Los riders ocupan el espacio público abandonado por los confinados. Amazon construye su imperio sobre el gran encierro doméstico mediatizado.

El modo de individuación de la nueva sociedad postmediática se caracteriza por su radicalidad. Un sujeto obligado a acumular méritos en su circulación por las instituciones educativas y el mercado de trabajo, en los que compite incesantemente con los demás. Un sujeto compelido a acumular eventos especificados en imágenes para presentar su vida ante los demás en las redes sociales. Un sujeto comprometido en la constitución de una marca personal aspirante a maximizar sus seguidores y la imprescindible aprobación de estos. Un sujeto consumidor compulsivo de productos audiovisuales diversificados. La vida deviene en un vehemente activismo para promocionar y gestionar el sí mismo.

Esta mutación tiene un impacto estratosférico, que si bien es percibida de modo difuso, no es reconocida en su verdadero alcance. El sujeto de la sociedad postmediática es un activista sin descanso, en tanto que las nuevas obligaciones son permanentes y crecientes. Una de las consecuencias más importantes radica en la conmoción del equilibrio personal, que se torna imposible. Así se configura un malestar cronificado que es la antesala de la debilitación de la persona, obligada perpetuamente a cumplir los deberes sociales imperativos. En este orden social se acrecienta el papel de la psicología, que multiplica su demanda sobre los efectos de esta fractura social. Las personas que viven el esforzado arquetipo personal derivado de las lógicas postmediáticas necesitan de ayuda profesional, que termina inevitablemente en dependencia de los terapeutas.

La configuración del espectador intensivo tiene lugar por la expansión formidable de la comunicación asincrónica. El streaming, junto con email, washapp y otras, permite a cada persona seleccionar sus tiempos y adaptarlos a sus condiciones. El resultado es el de un sujeto cercado por una oferta macroscópica a la que debe responder. Así, una persona media, que dispone solo de 24 horas al día, es impelido a realizar un conjunto de actividades que se inscriben en eso que se denomina como “ocio”.  Estas se pueden descomponer en las siguientes, entre las que cada cual se asigna su menú personal: Visionar la televisión convencional; navegar por internet; cumplir con los deberes derivados de la gestión de su marca personal, seleccionando imágenes y comentarios y respondiendo a las solicitudes de los otros; escuchar la música sagrada; seguir los deportes y el fútbol en particular;  inspeccionar las actividades en las redes sociales de los próximos digitales y las personas de referencia; fluir por el planeta Youtube y transitar por TicToc y equivalentes; ver películas obligatorias; practicar los videojuegos, y visionar las series “de guardia”.

Si asignamos un tiempo a cada una de esas actividades, resulta una verdadera revolución de la cotidianeidad. Estamos hablando de cifras que, en todos los casos, exceden las ocho horas. En el finde se intensifican las comunicaciones y los deberes digitales. Este activismo desbocado del sujeto postmediático, remodela todas las esferas de la sociedad, así como la estructura de la vida. El vaciamiento del espacio público es su primera víctima. Cada persona aprovecha sus tránsitos espaciales para cumplir con sus deberes digitales. En las calles, los transportes y los huecos en el trabajo o estudio, arden las pantallas. Los gestores de las pantallas móviles se desentienden de lo que ocurre alrededor para cumplir con sus obligaciones digitales. Todos los días contemplo la tragedia de los viejos, enfermos, dependientes, niños, perros  y otras categorías, cuyos acompañantes se evaden de ellos sin piedad alguna. Son los degradados de la digitalización.

En este contexto es preciso entender el papel que desempeña el recién llegado a la competición para capturar el tiempo del sujeto postmediático: las plataformas de streaming. Estas se sustentan en una oferta monumental, que ofrece diversos productos audiovisuales entre los que se encuentra la que alcanza el estrellato: las series. Estas consiguen el milagro de instalarse en la conversación cotidiana, lo que genera efervescencias audiovisuales protagonizadas por los públicos mismos. Las series, divididas en capítulos, representan un consumo de tiempo extraordinario. Seguir una serie implica sacar el tiempo imprescindible, que se suma al de las demás obligaciones digitales.  Se ahí resulta un verdadero sujeto gestor del tiempo. Además, la estructura narrativa genera una adicción compulsiva. Es menester seguir adelante hasta el desenlace final.

Las series modifican drásticamente la cotidianeidad. Cada cual captura tiempos intermedios y reajusta sus tareas. Dado que los tiempos asignados a obligaciones con control presencial son ineludibles, el espectador se ve impelido a rastrear tiempos muertos. Todo termina en el redescubrimiento de la nocturnidad. Las primeras horas del sueño son robadas por este prodigioso ladrón instalado en el interior de cada cual. Recuerdo que en los mediados de los noventa, mi clase de primera hora de la mañana, registraba inequívocamente el efecto de los devaneos nocturnos sobre el Mississippi o Marte. Javier Sardá y Pepe Navarro se erigían en desorganizadores de la mañana universitaria. Este fue el principio. Después llegó el torrente audiovisual que culminan las series.  He visto series de más de 100 capítulos, que suponen 130 horas de emisión. El vaciamiento de la educación parece inevitable, dado el efecto de depredador del tiempo, de las programaciones personales y los deberes derivados del estudio.

Las series representan un exceso audiovisual que se instala en las vidas de los esforzados multiespectadores. Pero el efecto más importante es que el individuo sometido a bombardeo audiovisual tiende a disminuir su espesor personal. Se trata de un sujeto entretenido, estimulado, guiado, almacenado en un segmento de audiencia. El exceso de ficción termina por contribuir a un estado de anonadamiento. De ahí resulta un arquetipo personal fofo, conducido por aquellos que estimulan sus emociones. Se hace patente el lúcido concepto aportado por David Riesman de “dirigido desde el exterior”. El hiperespectador del presente es un sujeto que ha debilitado inexorablemente su interior. Siempre que un programa de televisión pone a un reportero en la calle y hace preguntas a la gente comparecen múltiples personas, de las que lo mínimo que se puede decir es que exhiben su confusión. La relación entre esta y las industrias del imaginario es patente.

Desde esta perspectiva parece pertinente discutir la condición de ciudadano. ¿es posible la ciudadanía en este laberinto de micronarrativas e imágenes que se renuevan incesantemente sobre las personas? El filósofo Eduardo Subirats, una de las personas que más estimo y me ha estimulado a pensar, afirma que la televisión destruye la modernidad, en tanto que erosiona ineludiblemente la posibilidad de un sujeto racional. Las mismas campañas electorales muestran impúdicamente el nivel al que se ha llegado. El sujeto estimulado desde el exterior y guiado por los efectos especiales adquiere todo su esplendor.

Acabo de terminar “El juego del calamar”. Me pregunto acerca de los que están creciendo en una sociedad así. Entonces recuerdo las lúcidas palabras de Jim Morrison acerca de los espectadores vampiros.

 

 

 

1 comentario:

MAX MALLOX dijo...

No puede tener usted mas razón, señor Irigoyen. Sólo veo un pequeño problema a su artículo y es que la gran mayoría de los que intercalan compulsivamente contenidos prefabricados en su cotidianeidad no van a darse un descanso para leer su estupenda y bien fundamentada disquisición sociológica. De todas formas es muy grato poder a leer aún a personas que piensan con libertad y con fundamento. Felicidades.