Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 20 de octubre de 2020

VOX Y EL ESPECTRO DE LOS COLILLEROS

 


Orwell tenía razón: el verdadero totalitarismo parece exactamente una parodia de sí mismo.

  Robert Anton Wilson

El ascenso de Vox sintetiza dos elementos diferenciados. De un lado, es el resultado de la degradación de las democracias, que resulta de varios factores recombinados, entre los que la consolidación del nuevo capitalismo postfordista resulta primordial. La reindustrialización que comienza en los años ochenta fragmenta decisivamente lo que había sido la clase obrera industrial, así como las instituciones del capitalismo keynesiano. El deterioro de las instituciones y el desgarro del tejido social,  genera un espacio sobre el que se asienta la nueva extrema derecha, que se expande en la gran mayoría de los países europeos.

En España este fenómeno tiene una significación adicional. Esta es la recuperación del pasado. Vox significa la quiebra del frágil compromiso cristalizado en los años de la transición, y el retorno, por parte de algunos sectores de la derecha, a la nostalgia del franquismo. Eso sí, a la versión más posibilista del franquismo en este contexto histórico específico. En los actos partidarios se congrega una multitud que denota la supervivencia de elementos culturales y arquetipos personales dominantes en aquél tiempo. Así, se puede definir a este partido con una versión española del manido lema “otro franquismo es posible ahora”. En los discursos y las prácticas de Vox se muestra inequívocamente el núcleo básico de lo que fue este régimen político que trasciende lo estrictamente estatal.

El franquismo fue un régimen que atravesó distintas situaciones y en el que pueden distinguirse varias etapas diferenciadas. Cabe diferenciar entre dos franquismos que se retroalimentan mutuamente. El primero es la etapa que antecede a la industrialización, que puede considerarse entre el final de la guerra civil y 1959, año en el que convergen el fin definitivo de la autarquía, el acceso de una generación de tecnócratas al poder y el comienzo de una industrialización. En la primera etapa, la situación de las clases trabajadoras y campesinas es catastrófica. La pobreza, las penurias múltiples, el autoritarismo de las instituciones y de las clases poderosas, la inmovilidad social y la ausencia de perspectivas.

En este orden social agobiante el poder se ejerce en nombre de unas abstracciones que compensan la fatal vida material. En nombre de Dios, de la gloriosa España, del Movimiento Nacional providencial, del Caudillo Franco y otros espectros de gloria, se gobierna rígidamente generando una ficción que compensa las carencias de la vida. La austeridad y el autoritarismo se matrimonian para clausurar cualquier veleidad para tan felices súbditos liberados de los males de la masonería, el comunismo y otros fantasmas agitados por los medios del régimen. En este contexto se puede comprender el significado de la frase con la que Luis Buñuel sintetiza este orden político y social “Dios y el país son un equipo inmejorable; rompen todos los récords de opresión y derramamiento de sangre”.

El contexto de este primer franquismo es aterrador. Las clases subalternas viven un verdadero régimen de terror, en tanto que las instituciones lo controlan y gobiernan con mano de hierro ejerciendo la represión sobre cualquier desafección. Pero lo peor resulta de la situación económica. La gran mayoría se encuentra inmovilizada por parte de la pésima situación económica, en la que no hay alternativas de empleo. Este contexto tiene un efecto decisivo sobre el imaginario y las prácticas de ejercicio de poder de las clases medias-altas. Estas gobiernan la cotidianeidad sobre una población en la que las carencias adquieren toda su plenitud. Así, en las empresas, en los servicios, en los espacios domésticos y en todas las esferas de la vida, ejercen implacablemente su autoridad persuadidos de su superioridad sobre una población deprivada integralmente, que no tiene otra alternativa que obedecer, agradecer y renunciar a cualquier proyecto de mejora.

En la población subalterna de la época, proliferan múltiples formas cutres de ganarse la vida, que ilustran las carestías integrales experimentadas por aquellos que son incluidos imaginariamente en el eslogan de que “en España empieza a amanecer”. Una de las que más me ha impresionado, es aquella que se ubicó en numerosos pueblos andaluces, en los que la gran mayoría de la población estaba compuesta por jornaleros, que era una forma fatal de vínculo laboral, en tanto que el poder de los contratadores no tenía contrapeso alguno, obligando a los candidatos a la exteriorización de la más estricta obediencia.

Se trataba de los colilleros. El tabaco representaba una evasión cotidiana en ese contexto de privación, constituyéndose como una gratificación central en la vida cotidiana. La sociedad de consumo a la española se asienta sobre el tránsito de los Celtas cortos al Ducados y el rubio Cherterfield americano. Pues bien, una forma ingeniosa de paliar la miseria era recoger las colillas del suelo y otros ceniceros, recuperar el tabaco sobrante tras retirar el quemado, y agruparlo con otros idénticos para terminar fabricando un cigarrillo que se vendía en la calle. De ahí el nombre de colilleros, los tratantes de colillas o de deshechos de tabaco. Hasta el comienzo de los años sesenta, los colilleros seguían operativos en sus espacios sociales inmovilizados.

La verdad es que me produce una sensación de inquietud contar esto ahora,  porque más de un tecnócrata neoliberal progresista puede calificarlos con alguna palabra altisonante de la nueva jerga, como “Emprendedores de los residuos tabáquicos” u otros similares. Además podría proponerlo como actividad emprendedora transformada en reproche a los privados de trabajo. Los colilleros representan el nivel más bajo de la escala del trabajo degradado de la época. En mi infancia, recuerdo haber contemplado recoger colillas, que se llamaban piltras, de opulentos fumadores que tiraban sus cigarros a la mitad para el regocijo de los fumadores de la escala social inferior. Confieso haber fumado yo mismo alguna que otra.

Los colilleros remiten a un pueblo caracterizado por privaciones de gran envergadura, que es gobernado autoritariamente por unos señores que los desprecian, de modo que su relación se funda en este supuesto. Las clases medias y altas de la época mostraban su desconfianza y desdén hacia ellos, fundados en que su condición social se asentaba en la cuna. El clasismo y el autoritarismo conforman un matrimonio ejemplar en este tiempo. Y este espíritu de menosprecio por los inferiores en la escala social sobrevive a pesar de todas las transformaciones experimentadas hasta el presente. Así se entiende la democracia como una deformación que amenaza el gobierno eficaz de los nuevos colilleros, que son ahora los ubicados en las listas del desempleo, los sometidos a formación permanente, los que se desempeñan en trabajos de la economía informal, doméstica y de los cuidados, así como los empleados en empresas con exiguos salarios.

En el imaginario de Vox se encuentra presente el espectro de los inferiores-nuevos colilleros, pero también otro elemento axial procedente de la segunda etapa del franquismo. Esta se puede explicar mediante un desarrollo económico notable, que instaura tasas considerables de movilidad social y constituye una clase media, así como una clase obrera que mejora sustantivamente sus condiciones de vida y de trabajo. Esta transformación económica y de las condiciones de las clases sociales se acompaña con el salto de la constelación de instituciones asociadas al estado del bienestar.

Para los múltiples sectores sociales que experimentan una mejoría y viajan ascendentemente en el ascensor social, el último franquismo remite al precepto de que es posible la mejora de las condiciones de vida en un régimen político autoritario. En palabras del sociólogo español Luis Enrique Alonso, se modifica la norma de consumo en tanto que se estanca el cambio político. Así, todas las crisis económicas en el postfranquismo reactivan este inconsciente colectivo selectivo, focalizando las críticas en la clase política. Este es uno de los factores más adversos de la izquierda política y de sus pérdidas de clientelas cuando se agudizan las crisis.

La nueva democracia nace de un pacto determinado por la convergencia en evitar la perpetuación del régimen franquista. Es un equilibrio precario que se proyecta en su incapacidad de constituir símbolos colectivos que convoquen a las gentes. El 6 de diciembre es un día anodino, en el que solo la España oficial celebra la Constitución. El fracaso simbólico del régimen del 78 es manifiesto. Este factor propicia una vuelta al pasado de importantes sectores sociales, que reflotan en un contexto de bloqueo económico y político y crispación institucional. Este es el ambiente en el que se desempeña Vox, recogiendo una parte de la derecha nostálgica con el pasado esplendoroso, que se manifiesta en tres elementos: el gobierno sin trabas del entramado de clases colilleras; la añoranza del final económico feliz del franquismo, y la restauración de los viejos símbolos patrios.

Las posiciones de Vox se articulan en torno a estos tres elementos, referenciándose también en las experiencias de la nueva extrema derecha europea y americana. Desde luego, en su núcleo dirigente están sobrerrepresentadas las élites de ambos franquismos. Santiago Abascal, Espinosa de los Monteros, Ortega Smith o Hermann Tetsch conforman un verdadero joyero de la arqueología política. Justo lo contrario de las élites económicas o financieras del capitalismo global. El capitalismo en la versión retro-autárquica se concita en ellos. Me asombra contemplar cómo en sus intervenciones apenas alcanzan a comprender la significación de las estadísticas. Pero sus discursos endebles son suplidos con el excedente simbólico de la restauración del viejo espíritu nacional. En este tiempo, en el que proliferan nuevos colilleros y poblaciones desahuciadas, su propuesta es a la vuelta a la grandeza del discurso que aplasta las condiciones de vida miserables. Precisamente en eso consisten la casi totalidad de las cruzadas.

Lo peor radica en que los sistemas políticos son ecosistemas en los que proliferan las interacciones entre las especies que las habitan. Así, Vox deviene en una nueva especie depredadora que altera todos los equilibrios. En muchas ocasiones es difícil discernir quién es quién. Así se acredita el triunfo de la retórica sobre la inteligencia. Esta es precisamente una de las características del primer franquismo, y también del segundo. El espectro de la grandeur de las clases dirigentes improductivas singulares del franquismo, cabalga de nuevo, en esta ocasión asociada a las últimas actualizaciones de los viejos colilleros. Aunque represente la parodia de sí mismo, representa un riesgo añadido en un cuadro histórico tan enigmático como el del presente.

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buen análisis Juan, me he reido bastante con algunos pasajes, pero creo que Vox, no está en la línea exclusiva de una vuelta al pasado, creo que su campo es mucho más amplio y sofisticado, ya que a diferencia de epocas pasadas los de VOX no son un grupo de fascistas, falangistas y gente de extrema derecha insulsa que viene con el discurso trasnochado, su discurso y forma de hacer y entender la politica va más alla y precisamente lo que no hay que menospreciarla y reducirla (creo yo) a eso.
Si uno por ejemplo coge a Santiago Abascal, sabe que no es precisamente un tonto (aunque nos lo parezca) discipulo aventajado de Gustavo Bueno, del cual bebe, entiende bien, y extrapola la teoría marxista sobretodo en lo referente a la batalla.
Vox a día de hoy no representa solo a las élites pasadas, ni tampoco a las grandes fortunas ni siquiera a los excomulgados del pepé, sino que representa a muchos obreros, a muchos jornaleros, y todas aquellas personas a las que el régimen del 78 ha dejado fuera del sistema, para muestra un botón:52 diputados no son precisamete sólo los votos de las élites.
Uno de los errores clásicos de la izquierda precisamente ha sido éste, si uno le pregunta a una persona de izquierdas sobre pensadores de derechas, sabe poco o casi nada, a diferencia de esta nueva derecha que no sólo lee y bebe de los pensadores de izquierdas, sino que leen y entienden (y no veas como) a pensadores de izquierdas.
En resumidas cuentas... reducir a VOX a grupo de fascistas que se han unido para echar al PSOE y a los Comunistas de Podemos, creo que simplifica mucho la realidad...
Continuamos....