Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

domingo, 20 de octubre de 2019

SU MAJESTAD EL SOFÁ


Las distintas líneas de cambio que se evidencian en los últimos años, y que configuran el presente, convergen entre sí generando un espacio privilegiado para la vida: el sofá, así como otros catres semejantes. El novísimo sujeto contemporáneo es un compulsivo devorador de ficciones audiovisuales, que le retienen en el sofá un tiempo muy considerable de la cotidianeidad. La expansión de las plataformas digitales es el factor más decisivo de reestructuración de la vida cotidiana, configurando un nuevo arquetipo personal. Esta transformación radical incide en todas las esferas de la sociedad. De este modo, catres y pantallas se apoderan gradualmente de todos los espacios, y del doméstico en particular, configurando al hiperespectador contemporáneo, que sobre y frente a ellas se asienta.

La oferta audiovisual se multiplica, alcanzando un umbral en el que el exceso desborda las capacidades y los tiempos de recepción de los aguerridos espectadores, que tienen la facultad de elegir, seleccionar y administrar su creciente tiempo requerido por la nueva obligación audiovisual. La vida social deviene en un creciente tráfico de imágenes, productos audiovisuales varios, pelis y series, del que se derivan procesos sociales de intercambio, en los que las personas son influenciadas. Estos se caracterizan por una intensidad y una velocidad inéditas. El ecosistema audiovisual se multiplica, agitando los mundos sociales, que producen presiones sobre los nuevos héroes que desde sus sofás deben ejecutar sus decisiones soberanamente, pero condicionados por los persuasores múltiples.

La vida cotidiana se remodela drásticamente, de modo que cada cual tiene que gestionar sus consumos audiovisuales, de modo que acredite ante los demás sus facultades de espectador solvente y cumplidor. El único modo posible de cumplir estas obligaciones sociales, es el de rescatar tiempos procedentes de otras actividades o reconvertir aquellos en los que sea posible simultanear las actividades. Así, el declive de la cocina se hace patente, así como el del paseo, el ocio sin objetivo, la compra ejecutada tras un pausado deambular por las zonas comerciales, la participación en actividades sociales cara a cara, y otras. El sujeto espectador tiene que dedicar sus energías para cumplimentar los deberes derivados del nuevo mandato postmediático.

Así, el encierro doméstico que se consumó con la consolidación de la televisión, experimenta un salto considerable, adquiriendo una naturaleza diferente. Aquella era vista colectivamente, en la familia. Aquél tiempo de una sola pantalla que se ofrece a varias personas, es desbordado por la multiplicación de las pantallas, que terminan por exceder a las personas congregadas bajo los techos del hogar doméstico. La sociedad mediática de una pantalla por hogar, cede el paso a la realidad postmediática en la que el equipamiento familiar incluye distintos dispositivos: televisores, ordenadores de mesa, portátiles, tablets, smartphones, playstation, iPad, iPhone y otros.

La proliferación de empresas que suministran contenidos, al tiempo que dispositivos de recepción, impulsa una individualización extrema, en la que cada cual se recluye en un espacio específico para satisfacer sus obligaciones específicas audiovisuales. El viejo sofá familiar, ubicado en la sala frente a la pantalla única, da lugar a la dispersión de los catres en los que asentar las posaderas para ejercer la sagrada condición de espectador soberano. Así se configura una nueva socialidad, muy diferenciada de la que prevalecía en la sociedad mediática histórica de la televisión.

La multiplicación prodigiosa de las pantallas y los catres, tiene como consecuencia la configuración de un encierro doméstico amable, en el que cada cual ejerce como soberano erguido sobre su culo asentado en el sofá. Cada uno se siente libre para buscar, merodear por la oferta infinita, descubrir, experimentar, visualizar y comentar con las personas conectadas, que en este tiempo postmediático son sus contactos, que comparecen sin descanso en la pantalla del móvil, solicitando atención y respuesta. El ser social hiperconectado del presente, alterna su anclaje en el sofá doméstico, con su movilidad corporal en el exterior del mismo, en el que la pantalla de su móvil le estimula y le reclama compulsivamente.

El sujeto hiperespectador enraizado en su catre doméstico debe ser capaz para seleccionar entre los siguientes contenidos: la televisión generalista, portadora de las efervescencias de la actualidad; las plataformas digitales, con su catarata incesante de pelis y series; el planeta de la música que solicita a cada uno por distintos canales; el deporte ubicuo, en el que el fútbol se constituye en divinidad; los videojuegos prodigiosos que consuman un simulacro del hacer; el planeta youtube, que expande sus contenidos prodigiosamente. El sumatorio de los argumentos presentes en estos artilugios, reconstituye el fondo de la vida social. Cada cual selecciona continuamente, y, mediante su condición social de emisor y receptor de mensajes cortos, intercambia con los demás, construyendo un relato sobre su vida, que tiene que renovar constantemente en tan compulsiva vida social, deviniendo así en un activista y gestor del sí mismo social, que comparece ante el inapelable tribunal de los contactos y seguidores de la videoesfera.

De estas actividades resulta un ser social que compatibiliza su estricta soledad, con los deberes compulsivos derivados de la hiperconexión, de los que debe conseguir y renovar el imperativo social de su propia aprobación. El héroe del sofá es un activista constreñido por los exigentes requerimientos sociales de su mundo virtual. La posibilidad del descanso o de la pausa se encuentra excluida en ese agitado mundo social. El sujeto digitalizado tiene que adecuarse a su medio, que le envía estímulos permanentemente. La oferta de incitaciones no tiene límite, de modo que desborda la capacidad de recepción. La persona hiperestimulada siempre se encuentra corriendo tras sus obligaciones sociales de respuesta e intercambio sin fin.

En este sentido, el nuevo encierro doméstico implica, inevitablemente, la transferencia de tiempos cotidianos hacia el tiempo de recepción audiovisual. Asentado sobre el sofá, cada uno debe minimizar muchas de las actividades de la vida cotidiana. La reducción de tiempo de cocina, de tareas domésticas, de relaciones sin finalidad, de afectos compartidos, de momentos vividos en común, parece ineludible. Me pregunto acerca de cómo folla el hiperespectador. Me asalta la idea de que se recortan los tiempos, de modo que se establecen como intervalos o pausas entre dos capítulos, pelis, partidos, programas de éxito y otros contenidos.

El encierro doméstico contemporáneo genera un nuevo complejo industrial para abastecer a los instalados en el sofá. Amazon lidera la compra on line, reduciendo el tiempo de compra convencional. Las empresas de comida a domicilio abastecen a los disciplinados espectadores, Deliveroo y otros se expanden para alimentar a los batallones anclados sobre los catres atentos a los eventos mediáticos. Tras la expansión de Telepizza, todos han ido sumándose a este próspero sector. Ikea construye un imperio sobre el diseño de los entornos de los sofás. Netflix, Movistar y otros, conforman el suministro de contenidos a los encerrados.. La industria de la alimentación desarrolla una potente oferta de comidas elaboradas o semielaboradas. La construcción se adapta al nuevo hogar sumatorio de espacios autónomos, regidos por el principio de cada cual en su catre, sancionando el declive de los espacios comunes. Las dimensiones de este complejo industrial son estratosféricas, significando una parte sustancial de la nueva economía.

Los ubicados en los sofás tienen que responder, además,  a las conminaciones para cumplir con las exigentes normas corporales. De este modo la actividad física deviene en un ingrediente imprescindible. La programación rigurosa rige también en este espacio cotidiano. Es menester reducir el tiempo intensificando y concentrando la actividad. De ahí la expansión de los gimnasios, en los que los héroes de los sofás queman las calorías y modelan sus cuerpos frente a los espejos, en espera de asemejarse a los héroes que pueblan las ficciones y los espectáculos. Los gimnasios son los únicos espacios en los que los sujetos contemporáneos se desentienden voluntariamente de sus móviles. También la bici, que maximiza el esfuerzo acortando tiempo.

Sobre la preponderancia entre la alternancia entre los tiempos del sofá y las movilidades compulsivas y concentradas, se asienta una sociedad completamente nueva: la sociedad del espectáculo. En esta todo queda subordinado a los relatos audiovisuales que se renuevan en las pantallas, produciendo emociones compartidas que adquieren su minuto de gloria. Así la política o las causas sociales. Estas consisten en explotar su presencia en un momento glorioso en el que comparecen ante los espectadores, para, inmediatamente después, retornar a su estatuto de candidata a una nueva comparecencia.

La sociedad del sofá (espectáculo) implica la consagración de una persona-átomo social, rigurosamente movilizada, dirigida desde el exterior y modelada por su actividad constante. El declive de la lectura, la reflexión, y, por ende, de la educación, se hace patente. El aula deviene en una situación dramática. Recuerdo mis tiempos de profesor, en los que el peor castigo consistía en asignar una clase a las nueve de la mañana. Esa es la hora de la resaca audiovisual de los devoradores de ficciones. La disciplina característica de esta obsoleta forma social es desbordada por el tiempo administrado por el propio sujeto, que consagra la noche como tiempo en el que su consumo audiovisual solo disputa con algo tan desamparado como es el sueño.

Sí, efectivamente esta es una civilización en la que el catre desempeña un papel crecientemente importante. La pregunta más impertinente que se puede formular a cada uno es ¿cuánto tiempo diario total dedicas al visionado audiovisual? Esta es turbadora para la mayoría de las gentes, porque la respuesta es muy fuerte. Que cada cual haga sus cuentas. El aspecto más crítico es que el sofá implica una disposición corporal en la que se sobrepone el flotar. Los sujetos contemporáneos de la sociedad del espectáculo son seres flotantes sobre sus catres. Todo lo que flota termina adquiriendo la carta de naturaleza del náufrago, esto es inevitable. Así se hacen inteligibles muchas cosas que desde otra perspectiva tienen difícil explicación.

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