Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 9 de julio de 2013

LA SOBRECARGA

Con este post concluyo la cuestión suscitada de la asistencia oncológica a Carmen. El relativo silencio que ha suscitado, si se compara con los comentarios producidos en torno a las derivas diabéticas, no me ha sorprendido, es justamente lo que esperaba. No es la primera vez que siento el vacío, cuando se habla de alguna realidad que es perceptible, pero que está definida por el no-discurso, lo no dicho, como lo denominan Loureau, Lapassade y otros maestros del análisis institucional. De lo único de lo que presumo personalmente, es de ser denominado como "provocador" por los bienpensantes que pueblan las organizaciones, sintiéndose incómodos cuando alguien alude a lo sumergido, pero visible para todos. Agradezco los comentarios de Elena Aguiló, así como los mensajes personales que me han hecho llegar algunas personas.

Pero el propósito que tenía al escribir sobre la experiencia oncológica era, no tanto denunciar una situación, sino suscitar una reflexión. El caso de Carmen expuesto aquí, no es un caso aislado, sino más bien una experiencia que constituye una señal que descubre una tendencia que se hace presente. Porque en los últimos años, muchos profesionales hospitalarios, comentan en privado la involución de la asistencia por sobrecarga. Las causas de esta involución son diversas, pero dos adquieren centralidad y convergen entre sí. Una de ellas es la cuestión de los recortes acumulativos de recursos, que hacen imposible mantener los estándares convencionales de la asistencia. Junto con estas dificultades comparece en esta situación un extraño, el discurso de la calidad. Esta paradoja hace que me acuerde casi todos los días de Kafka.

Pero, junto a los recursos menguantes y plantillas sometidas a dietas agresivas de adelgazamiento, se conforma la sombra de la gestión. Esta es una institución esencial, característica de la época gerencial, que tiene la misión providencial de maximizar las aportaciones individuales de los profesionales. La gestión es el último eslabón de una cadena de tipos de dirección, que sustentan la utopía de la empresa eficaz y eficiente, elevada a extremos místicos. La gestión es más que una dirección convencional y representa un imaginario que determina un sistema de significación totalizante. Los guiones que propone la gestión son desmesurados. La producción de cada uno debe descomponerse en múltiples dimensiones que componen el producto de cada cual. Ese producto final debe crecer cada ejercicio, en coherencia con el supuesto central que inspira esta utopía. De este modo se constituye una sobrecarga incesante y permanente.

La institución de la gestión, productora de la sobrecarga creciente y de la desagregación del trabajo, transfiere a cada profesional las decisiones para cumplir en todas las dimensiones requeridas. El sagrado precepto de adaptarse en el orden organizativo gerencial, implica que cada uno debe resolver su sobrecarga, para cumplir satisfactoriamente los episodios evaluativos. Esto sólo es posible mediante renuncias en algunas funciones esenciales. Así, cada vez es más frecuente que se resuelvan rápidamente tareas que exigen mayor dedicación. No quiero ser demasiado duro, pero soy testigo directo de cómo un profesional "adaptativo" resuelve problemas en consulta, o en clases y tutorías en la educación.

Reducir la inversión en los actos profesionales básicos, para diversificarla en valores más rentables para los guiones institucionales. Porque la pregunta es ¿cuántos pacientes puedes tratar así, sin crearte problemas, aplicando brutalmente la ecuación coste-beneficio? La propuesta de la institución-gestión es:  Reducir la inversión en la consulta y en las clases y tutorías, para invertir en otras opciones. Así es inteligible ese concepto que tanta crítica suscitaba en mi post anterior, "llevar". Este significa resolver, cerrar cuando aparecen problemas, sumirte en tus certezas, no estancarte, ejecutar.

De nuevo vuelan sobre mí los maestros del análisis institucional. La institución-gestión, representa un proceso de reprofesionalización de los sanitarios y docentes. Se trata de pilotar una vida de sobrecarga permanente, en el que la prioridad es cumplir con los imperativos de la evaluación. Así se producen sujetos autodisciplinados, pragmáticos, oportunistas y  gestores de sus decisiones. La gestión produce una mezcla de pragmatismo, miedo y espirales de silencio vividas colectivamente. Se trata de trabajar como en las compañias privadas. Un profesional resuelve en dos horas todo lo que venga. Sin problematizar ningún caso ni decisión.

Los oncólogos que aparecen en los textos anteriores evidencian esa situación. La sesión clínica dicta el tratamiento clínico y la rotación reduce la consulta con el paciente desmaterializado y abstracto, representado en su historial,  a la comunicación de resultados y las grandes cuestiones. Así no hay interacción, ni posibles emociones, porque una parte esencial de la vivencia del paciente queda inevitablemente fuera. Así todo requiere menos tiempo y se suprime la inversión comunicacional, relacional y emocional. Esto facilita el cumplimiento de los guiones para la evaluación. Así puedo "llevar" cada semana un buen paquete de pacientes que me permiten dedicarme a la investigación, la transferencia, la formación y otras áreas que conforman el desarrollo profesional.

Esta es la gran verdad de la época. Cada profesional se encuentra intimidado por tan formidable institución. Cada uno termina siendo un muñeco movido por los hilos de una utopía demoledora, que genera dramas múltiples, intensos e invisibles, producidos en el exterior de la construcción cognitiva e imaginaria que es la calidad. Esta es una gran tormenta histórica que se abate sobre la sanidad y la educación. Por eso mi pronóstico es que, en los próximos años, van a aparecer tensiones y explotar conflictos en los máster. Estos conforman un territorio volcánico, en tanto que las expectativas de los estudiantes que aterrizan en este espacio, se confrontan con la sobrecarga de los profesores, que hasta ahora se ha resuelto mediante la simulación convertida en un arte. Pero es imposible llevar un máster sin invertir tiempo en la tutorización individual y grupal. Demasiada inversión para el paquete total requerido a un docente.

Entonces, no importa tanto el vacío y el silencio cuando se entra en el territorio de lo no-dicho o las espirales del silencio profesionales, lo que importa verdaderamente es el futuro. Pensar en cualquier historia de mujeres que se producían tan sólo hace cuarenta años. Las construcciones cognitivas sobre las que se asentaban son ruinashoy. Este es el sentido de constituir un discurso sobre lo oculto hoy: el futuro. Es muy importante no tener miedo a la gestión. Porque hoy la mayoría está intimidada por la misma. Hoy pido a los lectores que al menos se reapropien de su espacio privado y sus conversaciones informales. Que conversen con sus próximos sobre los límites de su trabajo, sobre lo que es posible y sobre las consecuencias de resolver en secreto la sobrecarga. No tengais miedo a los gerentes. Cada uno de ellos no es nadie separado de la maquinaria que los mueve. Porque pedir un producto individual imposible de realizar y dejar a cada uno la decisión de rebajar su prestación, es una perversión inconmensurable. Lo dicho y lo no dicho.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

En completo desacuerdo. La sobrecarga asistencial es la excusa. Como la "falta de tiempo"!. En consultas de media hora los oncólogos dedican segundos a la empatía, al aborgaje emocional, la sufrimiento de la paciente a la que se le comunica que tiene cáncer de mama. No hay una ´"ética del basta ya". En fin.
Gracias por todo lo demás, Juan.
Un abrazo
Juan Gérvas

Unknown dijo...

Gracias Juan por tu comentario y por hacerlo mediante el disentimiento que siempre es la mejor forma de invitar a pensar.
Creo que aquí hay dos cosas distintas. Una más específica que es el comportamiento de los oncólogos en las consultas. No tiene justificación, porque es una pauta general para todos.
Pero otra cuestión es la sobrecarga. Esta es el síntoma que evidencia los cambios que se proponen. Se trata de cambiar el viejo sanitario público y generar una sobrecarga es la estrategia principal. Los profesionales son incentivados a hacer otras cosas y reducir la carga de la asistencia en tiempo de dedicación.
Así se les reprofesionaliza, se les conduce a un modelo profesional de "compañía privada".

Tengo dudas de plantear en este comentario esta cuestión porque esto tiene mucha miga. Se trata de la investigación. En el año oncológico nos encontramos con profesionales jóvenes, formados en Canadá y países similares, que actuaban más como investigadores que como médicos. Puedo contar cosas escalofriantes que remiten a la palabra "involución". Gente con un distanciamiento respecto del paciente casi cosmológico, llegando casi al desprecio.
Quiero decir que este es un problema no resuelto. Para aliviar a los médicos introduzco referencias a la universidad, en donde la docencia se encuentra bajo mínimos inimaginables.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

No es por aňadir más fuego al asunto pero enfermos lupus hay esa misma diferencia que plantea Juan. Yo lo he vivido de igual forma que el autor de este Blog en segunda persona, primero con mi madre enferma desde hace más de 20 aňos y después con mi esposa la cual padece también la misma enfermedad. Y en el transcurso de estos aňos ha habido un tránsito espectacular primero en lo farmacológico y después en lo asistencial. De un doctor con una clara orientación hacia el paciente a un medico investigador que aunque bastante cordial en el trato casi parece mas preocupado de los aspectos más clínicos y datos cuantitativos de los enfermos que de sus aspectos más cualitativos y/o subjetivos. Recuerdo las charlas con mi madre en consulta y los papeles e informes de mi mujer.
Creo que en este como en otros asuntos hay diferentes capas dentro de un enfermo y se producen diferentes niveles de malestar además del físico y mental. Además daría para otro debate la preparación y formación de personal sanitario en diferentes zonas. ¿Como es posible que en Granada diagnosticaran a un enfermo de Lupus con unas simples pruebas de análisis de anticuerpos? Y en Valencia 10 aňos después tardaron casi 1 aňo haciendo todo tipo de pruebas hasta el punto de llegar casi a una muerte de mi mujer por unas biopsia de riňon.
Por no hablar de la farmacología aqui recuerdo ir a recoger pastillas de plaquenil que venían visadas de Andorra y en Valencia un tratamiento con ciclosporina la cual tiene unos efectos secundarios muy poco deseables.
En fin podríamos seguir a buen seguro con este debate.Pero lo que si que queda más o menos claro es que desde este asistencialimo sobrecargado echamos en falta otros aspectos más humano.
Joaquin

Unknown dijo...

Gracias Joaquín por tu comentario. Conozco como sociólogo algo de la asistencia a los enfermos de lupus. Me gusta decir que los enfermos somos considerados como portadores de la enfermedad. Por eso me ha encantado lo que dices respecto a las capas. También he sufrido la cuestión de la investigación que he tanteado en mi comentario anterior. En este escalo y pregunto ¿pueden ser los centros de salud y los hospitales públicos puntos de anclaje para distintos proyectos de investigación? Esta discusión es muy sustanciosa. Estando sin médico ni tratamiento en oncología, un psicólogo nos ofreció la colaboración en un proyecto de investigación sobre redes sociales. Soy sociólogo y de Bilbao. Estuve a punto de agredirlo.
¿qué tipo de material es un enfermo de la pública?

Seguimos

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo: la sobrecarga creada por la "gestion", la forma de evaluación, la protocolización lleva a un modelo que exige grandes renuncias: la relación, el vínculo, el relato de las y los pacientes, el significado de la enfermedad en la vida de cada cual...
Por otra parte, el compromiso y del vínculo con los pacientes da sentido a nuestra profesión y es muy gratificante, pero a la vez exige esfuerzo, tiempo,y soporte para los profesionales. En este momento, casi una heroicidad.
Aurora

Unknown dijo...

Gracias Aurora

Si tu profesión tiene que sacrificar el vínculo con los pacientes que, como dices, le da sentido, me pregunto ¿qués es exactamente lo que lo impide? ¿qué es lo que determina que sea casi una heroicidad hacerlo?
¿la evaluación y los protocolos? ¿es la medicina una producción industrial de algo que implica renunciar a una relación con los pacientes?

Me gustaría saber cuál es el producto final.