Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

miércoles, 15 de mayo de 2013

SARA: UNA HISTORIA HOSPITALARIA


El encuentro con Sara ocurrió en una habitación del hospital Virgen de las Nieves de Granada. Llegamos una noche del tres de enero, hace ya catorce años. Dejábamos atrás la tortura de transitar por los circuitos asistenciales de una eficiente compañia, ADESLAS, que se ofrece a los funcionarios como proveedora de los servicios sanitarios. Era nuestro primer año en la misma, cuando se desencadenó la enfermedad devastadora de Carmen. Durante meses se agravó su situación, en tanto que circulábamos por múltiples especialistas, materializando nuestro sagrado derecho a elegir. Pero  el diagnóstico del mal que le aquejaba, ni llegaba, ni se le esperaba, porque este sistema médico-comercial desintegrado, no está preparado para abordar un caso clínico complejo, que implica concurrencia de médicos y tecnología, siendo así su precio económico alto. Sin embargo, en ausencia de diagnóstico, era tratada con medicamentos variados, liderados por los corticoides. En el mes de agosto, la cartera de servicios de la compañía experimentó una disipación total y mágica. Para prevenirlo, fue tratada con una sobredosis de corticoides, que tuvo consecuencias fatales en su estado de salud. Tras varios meses interminables, logramos llegar a enero, fecha en que se podía cambiar al sistema público. El mismo dia del cambio fue ingresada.

En la habitación del hospital nos encontramos con Sara. Era una chica joven, de unos veinte años. Tenía síndrome de Down y, además,  una enfermedad del mismo rango que la de Carmen. Se encontraba en muy mal estado físico, después de una tarde de vómitos y dolores en Urgencias, pero se sentía optimista y esperanzada, pues sabía que iba a ser tratada por médicos profesionales, en un dispositivo organizativo integrado que dispone de la tecnología necesaria. Sara nos recibió con cordialidad y timidez. Pero la primera impresión, que después se confirmó, es que nos encontrábamos ante un ser humano formidable, que estaba apoyada por una familia sólida. Así se inició una relación fantástica entre estas dos grandes mujeres enfermas, Sara y Carmen.

Los hospitales son organizaciones complejas. En su espacio se producen sistemas de relaciones sociales diferenciados y que, no siempre, son complementarios. El sistema de atención médica, reformulado en los últimos tiempos por las instituciones centrales, la gestión y la tecnocracia, que imprimen un carácter técnico a la asistencia médica, que se entiende desde las coordenadas de la producción industrial. Este se hace manifiesto en las visitas de los médicos, las pruebas y los tratamientos, ejecutados en las habitaciones por las enfermeras. Otras instituciones centrales de la época, el marketing y la publicidad, se hacen presentes mediante la producción de una extraña "sonrisa institucional", que en un mundo tan especial es paradójica. Todavía se pueden encontrar médicos y enfermeras que tienen comportamientos profesionales convencionales, fundados en sentidos distintos de los de los del sistema de consumo imperante que los han absorbido. Pero, junto a los sistemas profesionales, se configura un sistema social de apoyo a los enfermos y de ayuda mutua entre los familiares, que carece de equivalencias en la sociedad actual. Sólo en las plazas del 15 M he visto actos de cooperación y ayuda mutua comparables a los que se producen entre los moradores de esta población , que constituye  el poblado de los enfermos hospìtalizados.

Carmen ingresaba por primera vez en este hospital, pero hasta su muerte  fue internada en muchos episodios consecutivos. En todas las ocasiones, las familias de los otros enfermos que compartían la habitación, nos han ayudado, percibiendo nuestra escasa "densidad familiar". He llegado a tener problemas de conciencia, porque siempre las mujeres que cuidaban a los otros enfermos se hacían cargo del cuidado de Carmen y me otorgaban un estatuto privilegiado. En no pocas ocasiones me llevaban comida que rechazaba con un sentimiento de verguenza. La solidaridad del clan familiar frente a la enfermedad se extendía a los compañeros del infortunado viaje. La familia de Sara fue la primera en la carrera cíclica de Carmen como paciente.

La conexión entre ambas fue mágica. Las dos, tan necesitadas de afecto en su situación, intercambiaron sentimientos y emociones intensas. Sara se volcó con Carmen, con un afecto tan transparente, sincero, torrencial e ingenuo, que parecía que nos encontrábamos ante una ficción. Tenía una capacidad increible de expresar un catálogo variado de sentimientos. No albergaba ni un ápice de un sentimiento negativo en su interior. Su vida se había desarrollado superprotegida por su familia. Tenía varios hermanos y todos se relevaban en su cuidado. En todos los casos se podía advertir un afecto contenido y sobrio ante los ojos extraños de los otros enfermos, pero muy auténtico. Consumían sus turnos con paciencia, ejecutando las pequeñas acciones de ayuda con un sello especial. Jamás vimos un comentario o gesto de queja ante la merma en las obligaciones de su vida exterior. Pero nos obsequiaban todos los dias con múltiples detalles maravillosos con su hermana.


Desde el primer momento se hicieron cargo de Carmen. La ayudaban a ir al baño, a su aseo, a cambiarla de posición, a aliviar los dolores en sus piernas, a estar siempre dispuestos y atentos a cualquier contingencia que pudiera surgir. En la habitación se había configurado una relación entrañable entre las dos mujeres, que se hacía extensible a todos los presentes. Un par de dias después llegó otra enferma de características distintas.

Sara y Carmen conversaban y reian. Se contaban sus ficciones, sus males, sus esperanzas y sus sueños. Se aliviaban intercambiando sus penas. Así se construyó una verdadera relación basada en un catálogo de sentimientos que rara vez se manifiestan juntos. Aprovechaban los tiempos en los que podían hablar solas en voz baja. Sara era tan tierna, transparente y bondadosa que hacía reir frecuentemente a Carmen. Sus ojos vivos y tímidos, sus tonos de voz, sus mimos múltiples, su cordialidad y su alegria por saberse querida por todos los pobladores de la habitación. El sistema profesional había quedado relegado por la calidad de las relaciones emocionales de las enfermas y sus acompañantes. En pocos días su relación había adquirido una solidez inimaginable en una sociedad presidida por las instituciones de pesar, medir y comparar todo, para clasificar a las personas en gradientes siempre provisionales, en espera de un nuevo episodio de competición.

Cuando habían pasado cinco o seis días, sucedió un evento fantástico. Sara trabajaba en un centro de empleo para personas con síndrome de Down. Ella era muy guapa y con un encanto especial. Allí había conocido a un chico que la cortejaba. El era bastante más mayor y a la familia no le hacía mucha gracia. El caso es que la llamó a su móvil y le pidió ir a visitarla. Sara le dijo que sí y concertaron una cita. Lo que presenciamos en la habitación fue maravilloso. Sara estaba muy excitada y le preguntaba a Carmen detalles acerca de cómo debía comportarse. Fueron dos dias y noches de mucha ilusión. Carmen me comentó que le despertaba de madrugada para preguntarle cosas respecto a cómo ponerse guapa para recibirle o sobre el posible regalo con el que el pretendiente iba a comparecer. Las pruebas y las visitas médicas fueron desplazadas por este delicioso acontecimiento amoroso.

El dia esperado llegó. Lo mejor fueron las emociones de los preliminares, en los que se imagina el encuentro. En mis primeros amores platónicos infantiles, el contacto visual se producía e intensificaba antes de cualquier contacto auditivo. Spilberg ha moldeado nuestro imaginario con sus "encuentros en la tercera fase". Esta fase era el encuentro cara a cara, cuando el tacto se transformaba en posibilidad y entraba gradualmente en acción. Pero, lo más sugestivo es la actividad imaginaria que se produce. Así fue. El pretendiente compareció en la habitación. Se encontraba abrumado por la presencia de varias personas y se quedó inmóvil a tres pasos de ella, manteniendo una conversación en la que cada frase se separa de la siguiente por una pausa larga. Sara estaba muy contenta con el regalo. No recuerdo lo que era, pero el zagal no estuvo muy atinado. Fueron treinta minutos fantásticos, en los que habia mucha química por encima de las palabras. Carmen hizo muy bien el papel de enlace, estimulando al mozo en los vacios y  ayudándolo en el cambio de temas de conversación. Los timidos besos de saludo y despedida fueron fantásticos, en tanto que evocadores. Quedaron en verse a la salida del hospital. El le anunció que le llamaría al móvil.

Después de la despedida se creó un vacio, tan frecuente en esos amores, en los que las fantasias desbordan la realidad y generan un sentimiento de autoreproche por haberse comportado inadecuadamente, por debajo de lo imaginado. Cuando quedaron solas, de nuevo Carmen le ayudó al retorno. La emoción se concentró en las esperas de cada llamada telefónica del galán. Cada conversación constituyó un acontecimiento para Sara. Esta es una historia llena de sentido, que se produce en un hospital. En la vida de Sara comparecieron juntos la tragedia del enfermedad y la activación de sus sentimientos amorosos.

Sara fue dada de alta dias después. Su cama fue ocupada por otra enferma, con su numerosa familia a su alrededor. Carmen fue diagnosticada a los diecisiete dias de su ingreso. Fue dada de alta para comenzar el duro tratamiento de su enfermedad. Siempre nos acordamos de la dulce, tierna y singular Sara. Cuando lo hacíamos sonreiamos pensando en su ingenuidad, generosidad y grandeza. Siempre reconocimos que la vida nos había regalado la experiencia de conocerla y disfrutarla. Años después nos enteramos de su muerte. Carmen lloró desconsoladamente. Aunque no la volvimos a tratar, el afecto se mantuvo vivo siempre. Esta es una hermosa historia hospitalaria, de una intersección entre personas de la humanidad doliente, en los caminos que conforman sus vidas limitadas por la enfermedad.

Si Carmen estuviese aquí, me diría que fuera claro para decir que las personas enfermas y discapacitadas merecen la atención y los cuidados que necesitan, y que esta es una prioridad incuestionable en una sociedad civilizada. Porque Sara no tenía precio y estaba por encima de cualquier categorización o segmento. Como Carmen y millones de personas de la humanidad sufriente que no pueden ser reducidas a un segmento de ningún mercado.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Preciosa historia...

Silvia dijo...

Qué bonita historia, Juan.

La verdad que existen historias increíbles en las habitaciones de cada hospital. Yo soy demasiado sensible emocionalmente y trato de no acudir a ellos cuando algún familiar o conocido está hospitalizado, porque cada vez que voy, sufro bastante, incluso alguna vez me he echado a llorar (y no sólo por mis familiares, sino por sus compañeros de habitación). No soporto ver el dolor de los demás. Gracias por hacerme recordar con esta historia que no sólo existe la enfermedad y la espera inquietante de los resultados en las habitaciones de los hospitales.

También me ha recordado a una de mis películas favoritas, "Mi vida sin mí", que cuenta la historia de una mujer a la que le diagnostican cáncer y cómo transcurren los últimos días de su vida. Me ha recordado cómo las relaciones se vuelven tan fuertes y mágicas en esos momentos tan duros de la vida, donde la solidaridad y la cooperación se vuelven fundamentales y de manera sincera.


Nada que comentar al respecto de tu reivindicación del final: absolutamente de acuerdo.


Saludos

Mario Pérez dijo...

Conmovedor relato sobre esas cosas que ocurren y pasan desapercibidas salvo para los corazones y las "cajas" de recuerdos de aquellos a quienes les toca vivir situaciones parecidas, donde, como muy bien explicas, la humanidad más natural florece por encima de las barreras socioculturales y los muros institucionales.