Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

viernes, 9 de febrero de 2024

RECUERDO DE MIS PRIMERAS EXPERIENCIAS MILITANTES

 

Mi primera experiencia militante fue en el año 1964, con motivo de la celebración de una gran campaña propagandística del régimen franquista que se denominó con el pomposo eslogan de “25 AÑOS DE PAZ”. La inteligencia del franquismo había experimentado una mutación modernizadora por la preponderancia de nuevas élites marcadamente tecnocráticas, que se tomaron una distancia prudencial con las del movimiento nacional de los primeros tiempos. Fraga era uno de los nuevos influyentes, pilotando un cambio de fachada que creó las condiciones para intervenir en la transición política de la siguiente década, así como en la conformación de la novísima democracia.

En este año me encontraba recién aterrizado en Madrid, con dificultades de adaptación tras los tiempos felices de Bilbao. La influencia de mi primo Tomás Ellacuría, así como del entorno de activación del nacionalismo vasco y el antifranquismo, habían determinado el comienzo de un proceso de distanciamiento de las creencias e ideologías trasmitidas por mi familia conservadora, incluida la religión. Este proceso fue favorecido por el fuerte impacto económico sobre mi familia por la muerte de mi padre, iniciando un viaje descendente hacia posiciones sociales más bajas, encontrándome en ese camino con grandes contingentes de personas que experimentaban una movilidad social ascendente, integrándose en la incipiente sociedad de consumo.

Ese curso estudiaba el añejo “Preuniversitario” en el Colegio de Nuestra Señora de las Maravillas de Madrid, regentado por la orden de los Hermanos de Lasalle, la misma del Colegio Santiago Apóstol De Bilbao, en el que había cursado el antiguo bachiller. El ambiente en este colegio de la calle Guadalquivir, junto a Joaquín Costa en el distinguido barrio del Viso era marcadamente elitista, siendo congruente con las posiciones sociales de sus distinguidos alumnos. Recuerdo como compañeros de clase a un hijo del general Campano y otro de Blas Piñar. La adhesión al régimen se podía respirar en toda la vida académica cotidiana. En esta comunidad me sentía extraño, incubándose un distanciamiento creciente con la institución.

Mi incipiente desafección se sustentaba en mis primeras lecturas prohibidas en Bilbao. Había leído a Frantz Fanon. Su libro “Los condenados de la tierra” me había conmovido emocional e intelectualmente. También, por recomendación de mi primo Tomás, a Erich From, cuyo libro “El miedo a la libertad” lo he ido comprendiendo en sucesivas metamorfosis personales. Pero, aún a pesar de mi actividad lectora, carecía de un esquema coherente que me permitiese integrar las novedades que aportaban esos libros. El resultado de la convergencia de mis lecturas y el proceso de desclasamiento social fue la cristalización de una disposición crítica con respecto al régimen y el modelo social de aquellos años.

En el colegio coincidí con algún estudiante de Bilbao, unidos por el rechazo a la doxa de ese tiempo. No hablábamos abiertamente de política, pero nuestro disentimiento lo expresábamos en una acción heroica/masoquista como es acudir como claque a los partidos de baloncesto cuando venía el Águilas de Bilbao para ser humillado por el Real Madrid, pero con la adhesión clamorosa del exiguo grupo de estudiantes vascos, que no se amedrantaba ante el abultado y creciente marcador. Bajo la máscara deportiva subyacía una protesta frente al modelo ultracentralizado y feudalizado que todavía impera, aunque más moderado. Pertenecíamos a eso que el inconsciente colectivo del franquismo, y de sus siguientes metamorfosis políticas, denominaban como “las provincias”.

Pero mi iniciación política activa fue el resultado de otra amistad. Recuerdo los nombres, apellidos e imágenes en mi memoria nítidamente, pero no voy a citarlos ahora. Este amigo era un vasco integral, hijo de un ingeniero afincado en Madrid, vinculado al Partido Nacionalista Vasco. Ellos vivían en la calle Hermosilla, y su casa era un santuario nostálgico de la cultura vasca. Nuestra búsqueda de ambientes vascos en Madrid, nos llevó a frecuentar una misa de estudiantes vascos que se celebraba los domingos. Tras la ceremonia, tomábamos unos vinos, que para nosotros eran txikitos. En esas prácticas festivas comparecieron las organizaciones emergentes antifranquistas de la época para practicar el noble arte de la persuasión y la pesca de neófitos.

Recuerdo que, en contraste con la inconsistencia crítica de los asistentes, arribaron dos personas muy inteligentes y formadas, procedentes de lo que entonces fue La VI Asamblea de ETA, y que pronto experimentó varias mutaciones para convertirse en la sigla MC, Movimiento Comunista, que tuvo una vida activa hasta los años ochenta. En ese tiempo, los militantes se encontraban influidos por las revoluciones argelina, cubana y china. Este grupo se orientó a la fórmula del “marxismo-leninismo”, en oposición a la evolución experimentada por el PCE.

En las conversaciones tras las misas, en las que descubrimos que la mayoría de los participantes no éramos creyentes, se fraguó cierta amistad que terminó en una invitación para acudir a un Seminario, que era un ritual iniciático previo a la militancia. Recuerdo que mi primer seminario versó sobre un texto de Mao Tse Tung, “Sobre la contradicción”, en el que se deliberaba acerca de los misterios del materialismo dialéctico y el materialismo histórico. La metodología consistía en la lectura común del texto y el papel preponderante del oficiante del seminario. La dinámica de las sesiones conducía a una adhesión al texto y su autor, que tenía similitudes con las sesiones de estudio del catecismo, vividas en el colegio religioso. El texto se impone sobre los novicios en términos absolutos. Cualquier comentario crítico parecía imposible.

El vínculo con el seminario se contraponía a la dinámica de los conflictos en la universidad, en las que las distintas organizaciones “m-l”, denominadas como prochinos apenas participaban, mostrando impúdicamente, tanto su incapacidad de análisis de situaciones como de acciones y tácticas. El dogmatismo supremo de los textos sagrados amparaba una inmersión de esos grupos, convirtiéndolos en sectas inoperantes que se autoasignaban la función de denunciar las desviaciones con respecto a los sagrados principios. Este fue el motivo de mi ingreso en el PCE en 1968, tras haber participado en el movimiento estudiantil tan vigoroso de esos años. Así pude liberarme de las actividades de catacumba de los orígenes.

Los “m-l”, actuaban como verdaderas sectas, atribuyéndose la función de ser “la vanguardia” del movimiento estudiantil. Su presencia en movilizaciones adquiría un patetismo considerable. Aún a riesgo de que se pueda hacer una lectura simplista voy a contar un ejemplo vivido. En aquel tiempo se intensificaba la guerra de Vietnam. Esta provocaba distintas movilizaciones. En tanto que los activistas del PCE, FLP y del mismo movimiento estudiantilcompartían el sentido de que lo importante era incorporar al mayor número posible de personas a las protestas, los “m-l” aprovechaban su presencia para expresar sus programas máximos, amenazando la heterogeneidad deseable en cualquier protesta.

En una concentración en la facultad de Filosofía, en la que estábamos presentes unos trescientos estudiantes, tras las intervenciones de varios oradores, se gritó con un énfasis encomiable, por iniciativa de los “m-l”, los siguientes pareados:

PIM PAM PUM, QUE VIVA MAO TSE TUNG

PIM PAM PIM, QUE VIVA HO CHI MINH

CUCHILLO, CUCHARA, QUE VIVA EL CHE GUEVARA

CUCHARA, CUCHILLO, LA HOZ Y EL MARTILLO

Estos pareados otorgaban a la concentración un carácter folklórico e iniciático, yendo en detrimento de su extensión. Las acciones “m-l” siempre terminaban cerrando cualquier perspectiva y reduciendo el número de participantes.

Pero volviendo a mi primera experiencia militante, recuerdo la mezcla de emoción y temor cuando pegamos pegatinas contrarias a la solemne campaña de los 25 años de Paz. Salía al caer la tarde de mi casa de Francisco Silvela y bajaba por Conde de Peñalver hasta la esquina con Hermosilla, donde me encontraba con mi amigo. Entonces aprovechábamos todas las oportunidades para pegar pegatinas en lugares visibles en las calles de ese barrio, cuya inquebrantable adhesión al régimen era encomiable, y que ha desempeñado y desempeña un papel acreditado en la lenta reconfiguración de la democracia recortada. Parece tan patético como las acciones “m-l” el sembrar las calles de ese barrio de eslóganes antifranquistas. Así expresábamos nuestra identidad de resistencia, haciéndola compatible con nuestra incompetencia en la selección de poblaciones susceptibles de ser influidas por nuestras posiciones.

Ayer volví a andar el itinerario de mi primera experiencia militante, lo que me suscitó un extraño estado entre la nostalgia y la decepción, en tanto que fue ineludible hacerse la doble pregunta crucial: ¿quién ganó en el final del franquismo?, y, ¿Quién soy yo ahora?

 

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