Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 1 de febrero de 2024

ONCE AÑOS DE TRÁNSITOS INTRUSOS: VICISITUDES DE UN MENA (MAYOR, EXTRAÑO, NO ACOMPAÑADO)

 

El secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad

Gabriel García Márquez. Cien años de soledad

La tragedia de la vejez no es que uno sea viejo, sino que uno es joven.

Oscar Wilde

 

El pasado mes se cumplieron los once años de este blog. El tiempo ejerce su función implacable, de modo que, en mi vida cotidiana, han aparecido las primeras señales de la senectud. En los últimos meses, en dos ocasiones me han cedido el asiento en el metro. En ambos casos, los efectos de estas incidencias han sido borrascosos para mi persona. Soy una víctima del espejo. Como todos los días me detengo frente a él, no detecto los cambios. Así que mi autoimagen es severamente violada por estas colisiones en el espacio público que me conmocionan.

Otra incidencia relevante ha sido experimentar, en los últimos seis meses, abusos por parte de taxistas depredadores que proliferan en el Madrid actual. Soy conocedor de la trama urbana, en tanto que he venido aquí tras mi jubilación precisamente a buscar la ciudad enterrada de mi infancia y adolescencia. En tres ocasiones me ha ocurrido que el conductor ha alterado el itinerario de modo que privilegiaba al taxímetro de forma grosera. He tenido que exigirle que lo parara y regresara al itinerario más corto. En una ocasión me llegó a sacar a la mismísima carretera de La Coruña. Está claro que ha mutado mi imagen, constituyendo un cuerpo valorado como susceptible de ser asaltado por los depredadores en la creencia de que mis defensas están debilitadas.

También he experimentado varias incidencias que no hubieran tenido lugar con cincuenta años. En varias interacciones he percibido una falta de respeto integral, en algunos casos de depredadores progresistas. Estos eventos me perturban, en tanto que constato que vivo con una distancia considerable con la “gran sociedad”, en la que se intensifican las transacciones entre los débiles y los fuertes en todas las esferas. Sí, he ingresado en un tiempo en el que me convierto en una entidad susceptible de ser asaltada por múltiples sujetos que pilotan distintos proyectos de dominación. Y no pocos de ellos, son profesionales.

No cabe duda de que me voy convirtiendo en otra materia humana. Soy un mayor, lo que significa que recibo múltiples presiones imperativas, tanto latentes como manifiestas, para ser alojado en el espacio social asignado para los que salen de la gran sociedad. También un extraño, en tanto que me inscribo en la retaguardia digital. Sigo saliendo al espacio público sin móvil, lo que me otorga la condición de incomprensible para las legiones smartphonizadas. Y no acompañado, lo que suscita en las profesiones de la salud y los servicios sociales un incremento de presiones para ser controlado, inspeccionado y dirigido, de modo que se recorte mi autonomía y crezca mi dependencia, en la perspectiva de la siguiente fase, que es la del encierro final en una institución de custodia de rostro humano, pero que conserva el ADN del asilo. Así se conforma la última versión de un nuevo MENA, que comparte con la originaria de los menores el atributo del encierro y la expulsión de la gran sociedad.

Entonces, mi vida se encuentra polarizada por la tensión existente entre mi cotidianeidad, que se inscribe en el espacio público de la gran sociedad, y las tentativas de absorción para la segregación, pilotadas por los dispositivos profesionales de la salud, que detentan la capacidad de emitir diagnósticos destinados a la extinción de la autonomía de tan numeroso contingente de gentes que han celebrado demasiados cumpleaños.  Ahora, estos dispositivos profesionales inhabilitantes, se encuentran movilizados y llenos de energía por su gran expansión, resultante de la incorporación de la salud mental, definida como un problema solucionable mediante ayuda profesional. Ese dispositivo formidable, se hace presente en mi vida cotidiana, en tanto que detento la condición estigmática de diabético, al que se supone un final de su itinerario definido por la fatalidad.

El sistema sanitario, con el que tengo que lidiar, se encuentra peor que nunca. Las reformas neoliberales estrechan su cerco sobre el mismo, de modo que la supervivencia se instala en el imaginario profesional instituyendo temores colectivos que alimentan una gran regresión. Esta es de tal dimensión, que a aquellos que transitamos en él como pacientes, terminamos por inscribirnos en una espiral del silencio obligado. En ocasiones pienso cuál sería la reacción si comunico mi experiencia en foros profesionales. No me cabe duda de que sería completamente descalificado. En síntesis, suelo designar el presente como la convergencia de varias medicalizaciones y psicologizaciones muy agresivas. Para un MENA diabético como yo, el sistema representa un riesgo de gran envergadura.

En este contexto existencial definido por la amenaza a mi autonomía de los dispositivos sistémicos de la salud y la gestión de las poblaciones prescindibles, cada día representa un episodio de defensa de mi soberanía personal. Esta situación ha acrecentado mi capacidad para disfrutar de las cosas minúsculas de la vida, que ingiero a sorbos en la convicción de que puedan ser los últimos episodios de mi vida autónoma. Vivo disfrutando de pequeños episodios asociados a lo sublime personal, en tanto que la gubernamentalidad epidemiológica forjada en la pandemia, se presenta en todos los altavoces mediáticos en forma de amenazas, prohibiciones, descalificaciones y conminaciones. Así he pasado los episodios de furia de los virus respiratorios de este pinche invierno.

De este modo se va reconfigurando una deserción múltiple de la misma sociedad que me segrega y me prepara para ser encerrado imperativamente en nombre de mi bienestar, que se especifica en la gloriosa contribución personal al incremento de ese constructo estadístico que es la esperanza de vida. Soy un desertor múltiple que miro desde mi posición las palabras de las autoridades, tan ásperas y articuladas en torno a la función de descalificar a los mayores, superfluos para la producción y relegados en los consumos.

La gran batalla diaria para proteger mi autonomía amenaza y paliar los efectos de los proyectos de segregación, se inscribe en un entorno caracterizado por la regresión. Desde esta perspectiva contemplo asombrado la deriva fatal del sistema político, en el que el deterioro más relevante es el de los públicos seguidores. El desplome de la izquierda se hace patente, adquiriendo dimensiones colosales. En mi adolescencia, el proyecto era la realización de una revolución, que se entendía como un proceso purificador y globalizante. Ahora, en tanto que todas las instituciones convergen en la debilitación de los lazos sociales a todos los niveles, reconfigurando lo social bajo el auspicio de una individuación agresiva, los próceres de la izquierda señalan que su objetivo es mejorar la vida de la gente mediante el refuerzo selectivo, que afecta sólo a algunos colectivos sociales, del peculio salarial y de las ayudas estatales. Lo que llaman transformaciones se han divorciado de las estructuras, que son reforzadas por la acción del complejo institucional neoliberal, que se ubica más allá del psicodrama de las instituciones políticas.

El contexto de regresión política, social y cultural generalizadas conforma a la categoría de edad a la que pertenezco como un segmento de mercado. Esto significa la carencia de una voz. Así, los mayores somos privados de decir, siendo sustituidos por la voz procedente, tanto de los gestores de nuestras vidas recortadas, los sanitarios y los psi principalmente, que mediante las encuestas, una forma de relación antagónica con la conversación, inventan nuestras necesidades, de modo que somos convertidos en un colectivo receptor de ayudas monetarias, que sustituyen a la existencia de un contexto cotidiano amable en el que tengamos la posibilidad de interactuar y ser reconocidos en tanto que personas. Ese vaciamiento existencial y privación de voz actúa en favor de la percepción social de sujetos deteriorados, receptores de flujos monetarios y tratados por una Medicina que nos fragmenta según los diagnósticos.

Para compensar esta ausencia de voz he escrito este texto. La intención es mostrar que algunos seguimos estando vivos, incluso, como afirma Wilde, nos sentimos jóvenes por dentro en contra de la evidencia de nuestro proceso cultural, configurando así una suerte de tragedia personal. La verdad es que, si tuviera lugar una revolución en un tiempo tan avanzado del siglo XXI como el vigente, una cuestión central sería la destrucción de las bases de datos y los archivos de historias clínicas. Como pienso que es ilusoria cualquier transformación en esa dirección, termino repitiendo las palabras del Fernando Fernán Gómez viejo que espetaba a su interlocutor “Váyase a la mierda. A la mierda”. Estas palabras sintetizan no pocos de mis días frente a los numerosos gestores de mi segregación, depredadores de mis menguados bienes y otras especies que habitan el mesetario siglo XXI.

 

3 comentarios:

Ixa Garnika Aizkorbe dijo...

Muy interesante articulo.
Como mujer vieja me identifico con tu percepcion q yo defino como infantilizacion social de las personas mayores para beneficio de unas instituciones a las que solo interesamos como objetos de consumo. Has leido el casi de la mujer de 78 años desahuciada de su casa? Cuanta hipocresia de la izda posmo. Seguimos en contacto

Futbolín dijo...

Un abrazo Juan, precisamente Madrid creo que se ha convertido en un lugar mas aconsejable que nada para tomar cañas por lo que me parece, solo un joven aunque sea solo por dentro hubiese tenido la valentia de volver, tiene mucha lucidez lo que describes, jolín con los taxistas¡¡

Anónimo dijo...

Es curioso, Juan, como este espacio tuyo es un remedio para "la soledad" de tantas personas que buscan el amparo de la explicación y de una rebelde humanidad que ha desaparecido de los otros espacios de la cotidianeidad de cada uno.

Un abrazo!