Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 27 de agosto de 2020

LA COVID-19, EL VERANO Y EL NAUFRAGIO DEL ESPÍRITU ANACORETA


El verano es un tiempo excepcional que contrasta con las demás épocas. En España, esta es una estación en la que se ralentizan las actividades productivas y de las organizaciones, se suspende el sistema educativo y tiene lugar un nomadismo mucho más acentuado que en otras estaciones. La vida social adquiere un esplendor inusitado, congregándose las redes familiares y amistosas en múltiples actividades sociales y de ocio. Asimismo, tienen lugar numerosos conciertos y actividades artísticas que concitan la presencia de públicos heterogéneos que ponen en escena múltiples versiones de sus pasiones compartidas. Las vacaciones de verano suscitan mitologías de una intensidad inusitada, que son vividas como una apoteosis de lo social-convivencial.

El verano es vivido en una red múltiple de espacios públicos y privados. Las terrazas, los restaurantes, las discotecas, los lugares que promueven actuaciones en directo, los bares de copas, todos ellos concentrados en zonas de ocio que permiten el acceso de las personas a distintos lugares contiguos, fomentando el deambular a pie de los que habitan estos espacios. En los últimos tiempos, distintos contingentes de jóvenes actúan como exploradores del espacio urbano en las noches, reapropiándose de lugares que son consagrados como sede de actividades relacionales, que desde el sistema se denominan como botellones. La vida social en verano adquiere su esplendor, añadiendo las fiestas locales, que convocan multitudes de gentes ansiosas de liberar su sociabilidad, así como las playas y los espacios naturales privilegiados.

Pero el tiempo estival también reactiva los espacios privados, en los que tienen lugar incesantes actividades sociales, tales como visitas, fiestas privadas, comidas, juegos y otras más cotidianas. El chalet, o casa con jardín, es la aspiración más profunda de la sociedad de consumo de masas. En este espacio privado se garantiza la circulación permanente de la familia, los amigos y las relaciones ocasionales. La piscina y la barbacoa devienen en instituciones activadas en el verano. Viviendo en Granada me fascinaba visitar una afamada empresa local que preparaba carnes, pescados y verduras para barbacoas. La densidad de los visitantes y la cuantía de las compras,  era extraordinaria, en la perspectiva de compartir la comida y bebida con los distintos visitantes. La suma de relaciones en estos espacios privados, que desde el sistema se califican como segundas residencias, es astronómica. Existen casas de toda clase de superficies, equipamientos y rentas. Pero estamos hablando de millones de residencias en las que circulan flujos nutridos de visitantes. Estas son en el estío las madrigueras de la vida y la sociabilidad.

El verano es un tiempo excelso, en el que quedan suspendidas muchas actividades de organizaciones, así como el sistema educativo. El alto valor simbólico del estío, es de tal magnitud, que constituye un valor diferenciador en términos de estratificación social. Así, las élites, se otorgan un largo verano, distinguiéndose de los ocupantes de posiciones medias-bajas, que solo disponen de un tiempo limitado de vacaciones. El vigor de la convocatoria del tiempo estival es de tal envergadura, que las élites políticas y sanitarias han acudido a su llamada en tiempo de pandemia, en una situación en la que la activación de la vida social determina la multiplicación de los contagios.

Las imágenes de los próceres recién llegados de las vacaciones, enfrentándose con los efectos de la ampliación de la pandemia y la perspectiva inmediata de reabrir el sistema educativo y productivo, combina lo trágico, lo cómico y lo patético. La mítica guerra contra el virus a la que apelan, es cancelada provisionalmente hasta el otoño, recordando las guerras de África narradas tan líricamente por el inefable Kapuscinski. Los estados mayores políticos, salubristas y mediáticos se ausentan para equipararse a sus obedientes súbditos, en espera de los primeros posados de otoño. Los predicadores audiovisuales que claman frente a las irresponsabilidades en las televisiones, se repliegan a sus espacios privados en períodos temporales superiores a los dos meses, hecho que los distingue como una élite central. Ana Rosa, Griso, Mejide, Joaquín Prat, Ferreras, Pastor, Pepa Bueno, Angels Barceló y otros similares, confirman su preponderancia en la sociedad de la imagen sobre aquellos cuyas vacaciones se agotan en un mes escuálido.

Esta ampliación prodigiosa de la vida social, intensificada por el largo período de aislamiento derivado del confinamiento, no es reconocida por las autoridades estatales y autonómicas, así como por los salubristas y epidemiólogos que los asesoran, y las autoridades policiales y militares que desempeñan un papel crucial con respecto a las estrategias de control de la población. Los epidemiólogos detentan un sesgo cognitivo monumental, en tanto que entienden a la población como conjuntos de unidades estáticas que pueden ser observables, manipulables y controlables en su integridad. Su imago profesional es la de un gran panóptico en el que los internos pueden ser observados continuamente. El confinamiento sanciona este imaginario. La población encerrada en sus casas, de modo que se puede controlar efectivamente la movilidad. El encierro representa el nivel máximo de sincronización con el sacralizado censo.

Las fuerzas militares y de seguridad viven una apoteosis imaginaria en el gran encierro. La culminación de su control radica en supervisar la movilidad de las personas en un espacio público que detentan en régimen de monopolio. El toque de queda es la culminación del control absoluto de la movilidad. En este se instituye una relación inspectora en el que la autoridad policial o militar tiene una preponderancia absoluta sobre el atribulado viandante, que es requerido a dar explicaciones acerca de los motivos de su desplazamiento. En el tiempo de confinamiento pude comprender el papel decisivo de la movilidad, así como las razones que avalan la eficacia de un poder que relega la condición de ciudadano, una de cuyas dimensiones esenciales es el desplazamiento libre.

Tras el confinamiento y sus etapas sucesivas, llega el verano presidido por las normas estrictas que definen la nueva normalidad. El dispositivo médico-epidemiológico promulga unas normas estrictas con respecto a los comportamientos sociales, así como el catálogo de sanciones para los incumplidores/irresponsables. Según van pasando las semanas, las infecciones se disparan en todas las partes, cuestión relacionada con la intensificación de la movilidad y la interacción social. La respuesta institucional es una escalada de restricciones que se ubican en los espacios públicos. Estos son recortados y cerrados progresivamente en la perspectiva de un inevitable toque de queda nocturno.

Pero el aparato epidemiológico-policial carece de control alguno sobre la densa red de espacios privados en los que bullen los intercambios y las actividades sociales, así como de los territorios descubiertos por los exploradores nocturnos expulsados de sus espacios. Este es uno de los factores que explican el rumbo ascendente de la mítica curva de contagios. Y es que una población dotada de movilidad es difícilmente controlable. Una sociedad total no es reducible a los convivientes y los no convivientes, de modo que se puedan aislar efectivamente las relaciones sociales. Al escribir esta entrada tengo la sensación de que algún epidemiólogo pueda  pedir en nombre de la salud la restauración del espíritu del célebre ministro progresista Corcuera, que en una situación así propondría el asalto a las casas, que como es sabido comienza con la patada en la puerta.

En esta situación, el panóptico epidemiológico-mediático promulga unas normas con respecto a las relaciones sociales, que son extraordinariamente estrictas, al tiempo que imposibles de supervisar y controlar. En un reportaje publicado en El País el 20 de julio, elaborado por Ana Alfageme y Elena G. Sevillano, se entrevista a varios expertos para definir las medidas de protección. El texto es aterrador, en tanto que implica una negación absoluta de la vida y de lo social, así como un modelo de nuevo ermitaño difícilmente compatible con la vida diaria, tal y como se ha desarrollado hasta el momento. Los expertos explican con toda naturalidad un catálogo de restricciones que cercenan brutalmente la vida.

En síntesis, proponen que:
-         No se puede viajar con no convivientes.
-         Si se hace un viaje con un no conviviente asegurar que no ha recibido una llamada por ser contacto de un infectado; que no tenga síntomas y que no viva en barrios en los que haya rebrotes.
-         Usar siempre la mascarilla sin excepción.
-         No tener relaciones sexuales con personas ajenas.
-         En caso de relación sexual, con protección respiratoria, sin besos, sin cruzar los rostros, evitando estar frente a frente.
-         En caso de abrazos, que sean rápidos, evitando las caras, con mascarilla, protegiendo boca y nariz y girando lateralmente las cabezas en direcciones opuestas.
-         Evitar estornudar, toser, cantar y hablar alto.
-         En caso de reunión, distancia, no hablar alto ni cantar, evitar hablarse cerca y sentarse por núcleos familiares.
-         En viaje en coche evitar hablar, cantar, poner música y sumirse cada cual en sus propios pensamientos.
-         También restricciones para reuniones en terrazas y evitar fumar.


Este conjunto de prescripciones significan integralmente la disolución del vínculo social. En este desierto social, en el que es desterrado lo afectivo y el tacto –incluso la música, por la perseverancia de los epidemiólogos a la prohibición de cantar- se propone un modelo brutal del sujeto que renuncia integralmente a la vida para preservarse sin infección. No tiene sentido alguno abrazarse girando las cabezas en sentido opuesto, o acudir a una reunión en la que se impongan estas drásticas restricciones. La ausencia total de imaginación médica-epidemiológica se manifiesta en la invención del saludo con los codos, que representa un fatal desprecio a la piel. Las manos son excelsas en tanto que sirven para acariciar. Los codos son intersecciones dominadas por los huesos.  Prefiero practicar como ermitaño integral y rehusar una vida social mutilada tan brutalmente. Las normas son casi imposibles de cumplir en los actos sociales cotidianos sancionados por las euforias expresivas y afectivas. De ahí la expansión de los contagios y la eficacia del confinamiento.

Pero el problema de fondo radica en el concepto de la gente que detentan, tanto los políticos del estado seductor, como los epidemiólogos sacerdotes del censo. En ambos casos, la gran mayoría es entendida como sujetos despreciables, que deben ser conducidos y dirigidos integralmente. Su principal virtud es obedecer y hacer lo que se les dice. Su contribución es el aplauso. De ahí la euforia político-epidemiológica durante el confinamiento. Para ellos la gente no tiene ninguna potencialidad y se define como peligrosa, de ahí el control absoluto y el papel preponderante de la policía, y de los tribunales, en el caso de que hubiera resistencia.

Pero, por el contrario, la gente es portadora de múltiples potencialidades, que pueden comparecer cuando existe una situación que apela a ellas y la hace posible. La cuestión del control de los comportamientos es imposible, en coherencia con los argumentos expuestos hasta aquí, en tanto que es soberana en sus espacios privados. Solo queda la alternativa de recurrir a ella, de llamarla a inventar formas de defensa del virus que puedan preservar zonas de la vida, o, en el caso de no ser posible, que sea ella misma quien asuma las limitaciones. Acabo de subir a twitter un caso de un restaurante valenciano que en el confinamiento repartió comida a personas sin recursos y ha sido multado. Este hecho muestra a las claras la naturaleza autoritaria del estado seductor. No es posible hacer nada que no reporte una imagen del consejero o del experto providencial, que signifique una renta electoral.

El problema de fondo radica en el sistema político vigente. Este se funda en una lógica de lucha permanente por el gobierno, que termina por excluir cualquier colaboración. En esta competición, la gente es reducida a la condición de elemento muestral, espectador y votante. Esta es la tragedia contemporánea por la cual, un acontecimiento como la emergencia del apocalipsis viral, implica una salida en la que la gente es conminada a obedecer bajo una coacción creciente, a adoptar un modelo de ermitaño severo en su vida diaria. Los acontecimientos demuestran de que esto no es posible, dando lugar a una situación catastrófica, determinada por la espiral contagios/confinamiento. En estas condiciones, cualquier medida es universal e imperativa. Esto es lo que pienso en mis largos paseos solitarios con mi perra por lugares donde me encuentro solo y soy obligado a llevar la mascarilla.

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martes, 25 de agosto de 2020

FRANCO BERARDI "BIFO", EL COVID Y LA ÉPOCA



Franco Berardi "Bifo" es uno de los autores más influyentes en mi trayectoria personal. Mi ruptura intelectual con la izquierda estatalista y cutre española, me dejó con importantes preguntas que resolver. Este vacío fue despejado cuando pude leer a los autores postfordistas franceses, a los posoperístas italianos, entre ellos a Bifo, y a Foucault y los anglofoucaultianos, especialmente a Nikolas Rose. El primer libro que leí fue "La fábrica de la infelicidad", que me abrió a perspectivas nuevas, reconfigurando mis esquemas referenciales. Desde entonces soy lector de los libros de Bifo.

Un ejercicio fantástico que pude hacer, es leer simultáneamente "La era de la información" de Manuel Castells, junto a "Imperio", De Hardt y Negri. El contraste de esquemas conceptuales proporciona una perspectiva insólita, que permite comprender muchos de los aspectos de las nuevas sociedades emergentes. Se lo recomendé a varios alumnos. En tres de los casos que pudieron hacer la lectura pausada, la concurrencia de nuestras deudas con los autores fue mayúscula. Así fue posible tomar distancia con la sociología boba que habita en las facultades.

En esta entrevista de Daniela Yaccar, publicada en Página 12, Bifo muestra su mirada fértil con respecto a la sociedad del Covid, más allá de las perspectivas al uso, mutiladas por lo inmediato, tanto en el plano político como en el sanitario, constreñidas por un pragmatismo gris destructivo. Recomiendo encarecidamente su lectura, en la certeza de que puede aportar muchas cosas nuevas a muchas personas perjudicadas por la ausencia de debate intelectual en esta conmoción social.



Franco "Bifo" Berardi: "Asistiremos al colapso final del orden económico global"    
El autor de Lá fábrica de la infelicidad cree que ese final de ciclo "podría abrir la puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el verdadero dominador de la época pandémica". Bifo habla también de vacunas, medio ambiente, virtualidad y vínculos humanos hundidos en una "epidemia de soledad".

 
Bifo Berardi ve como muy probable "un proceso de guerra civil en los Estados Unidos".  
“Estamos en un umbral que puede durar años”, sentencia Franco “Bifo” Berardi, escritor, filósofo y activista italiano, en diálogo con Página/12. En un momento que "no es para conclusiones", analiza el escenario y prevé alternativas. Escribe, en un extenso mail, que “el caos es el dominador de la época”, y que son posibles “un colapso final del orden económico global” y un despliegue de comunidades autónomas con eje en la igualdad. Descree del poder del Estado. El verdadero poder, para él, está en el capitalismo. Recorre varios temas que hacen a este hecho total que es la pandemia. Vacuna, medio ambiente, virtualidad, vínculos humanos hundidos en una "epidemia de soledad".
En cuarentena, aparte de pintar, Bifo ha escrito un texto muy original y literario llamado Crónica de la psicodeflación, que contiene una definición del coronavirus"virus semiótico""fijación psicótica" que  “prolifera en el cuerpo estresado de la humanidad global" y ha bloqueado “el funcionamiento abstracto de la economía”. Está disponible en la web de la editorial Caja Negra, que también publicó los títulos Futurabilidad Fenomenología del fin. Luego, Bifo escribió Más allá del colapso. El escritor nacido en Bolonia en 1949 tiene historia. Ha participado de las revueltas juveniles del '68, fue amigo de Félix Guattari, frecuentó a Foucault. Fundó revistas, creó radios alternativas y señales de TV comunitarias. Algunos de sus libros destacados son La fábrica de la infelicidad, Generación post-alfa, Félix La sublevación. Tinta Limón Ediciones está a punto de lanzar El Umbral. Crónicas y Meditaciones. Actualmente es profesor de Historia Social de los Medios en la Academia de Brera, en Milán.
-Con el coronavirus la filosofía ha quedado en el centro de la escena. ¿Cuál es su misión en esta pandemia?
-Es la misma desde hace miles de años: entender, concebir, disponer el pensamiento colectivo. El filósofo intenta transformar lo que percibimos en la experiencia común en conceptos que permitan iluminar el camino. Es muy simple, pero tal vez el ejercicio se hace problemático. Si lo que entendemos de la realidad implica que no hay salida ética, política ni científica de una situación, si la imaginación filosófica no logra imaginar otra salida que la barbarie, otro horizonte que la extinción, el trabajo se vuelve muy duro. Tenemos que reconocer y contar lo que nos parece inevitable desde el punto de vista del entendimiento, pero al mismo tiempo siempre recordar que tal vez el imprevisto subvierte los planos del inevitable. Esa es la misión de la filosofía: imaginar lo imprevisible, producirlo, provocarlo, organizarlo.
-En Más allá del colapso plantea dos escenarios: “Lo que queda del poder capitalista intentará imponer un sistema de control tecno-totalitario. Pero la alternativa está aquí ahora: una sociedad libre de las compulsiones de acumulación y crecimiento económico”. ¿De qué manera podría construirse una alternativa? 
-Las consecuencias actuales de la pandemia y del lockdown (confinamiento) son muy contradictorias. Hay tendencias divergentes, hasta opuestas, en la esfera económica, la del poder. De un lado asistimos al desmoronamiento de los nudos estructurales de la economía. El colapso de la demanda, del consumo, una deflación de largo plazo que alimenta la crisis de la producción y el desempleo, en una espiral que podemos definir como depresión, pero es algo más que una depresión económica. Es el fin del modelo capitalista, la explosión de muchos conceptos y estructuras que mantienen juntas a las sociedades. Al mismo tiempo asistimos al enorme fortalecimiento del capitalismo de las plataformas y las empresas digitales en su conjunto. La relación entre sistema financiero y desmoronamiento de la economía productiva aparece incomprensible: Wall Street confirma su tendencia positiva, casi triunfal. ¿Se está produciendo una enorme burbuja económica que en el futuro próximo podría explotar? ¿O, al contrario, eso significa que la abstracción financiera se ha hecho totalmente independiente de la realidad de la economía social? Creo que en el próximo año asistiremos al colapso final del orden económico global, que podría abrir la puerta a un infierno político y militar esencialmente caótico. El caos es el verdadero dominador de la época pandémica. Un caos que el capitalismo no puede someter. No hay una alternativa política visible en el futuro próximo. Hay revueltas. Las habrá. Pero no se puede imaginar una estrategia política unificante.

-Ha escrito que la igualdad, “destruida en la imaginación política en los últimos 40 años”, podría ganar protagonismo. ¿No contrasta esta idea con lo que está sucediendo aquí y ahora? El virus profundizó la pobreza, el desempleo, la desigualdad.
-En la situación caótica que se puede desplegar van a proliferar las comunidades autónomas, las experimentaciones igualitarias de supervivencia. Claro que hoy se manifiesta un tentativo de las fuerzas empresariales, mafiosas, neoliberales de apoderarse lo más posible de la riqueza social, los recursos físicos y monetarios. Pero eso no va estabilizar nada. Todas las medidas de estabilización que están intentando las fuerzas políticas de gobierno en Europa como en otros lugares no pueden estabilizar nada en el largo plazo. El crecimiento no volverá mañana ni nunca. La Ecosfera terrestre no lo permitirá; no lo está permitiendo. La demanda no subirá, no solo porque el salario va disminuyendo, sino también porque la crisis producida por el virus no es solo económica. Es esencialmente psíquica, mental: es una crisis de las esperanzas de futuroEn esta situación tenemos que imaginar formas de vida autónoma post-económicas, de auto-producción de lo necesario, de auto-defensa armada contra el poder, de coordinación informática global.
-¿Qué cree que significa esta pandemia para el ordenamiento geopolítico mundial?
-El caos toma el lugar de comando. No existe de manera objetiva. Hay caos cuando los acontecimientos que interesan nuestra existencia son demasiado complejos, rápidos, intensos para una elaboración emocional y consciente. El virus, invisible e ingobernable, ha llevado al caos a un nivel definitivo. No puedo prever los puntos donde el desmoronamiento produzca efectos más notables. Lo que me parece muy probable es un proceso de guerra civil en los Estados Unidos. Según un artículo publicado en el Dallas News hace algunos días no habrá guerra civil, sino una situación caótica de terror permanente. Los ciudadanos americanos siguen comprando armas de fuego, si bien ya hay más de un arma por cada ciudadano, incluidos niños y abuelos. El trumpismo no ha sido una locura provisional. Es la expresión del alma blanca de un país que nació y prosperó gracias al genocidio, la deportación, la esclavitud masiva. Los efectos globales de la desintegración de los Estados Unidos no se pueden prever.
-Una vez que aparezca una vacuna, ¿cree que la humanidad se relajará y el daño ecológico volverá a profundizarse o se podrá repensar la relación con el medio ambiente? ¿Existe el riesgo de una vida en estado pandémico permanente?
-Claro que existe. El Covid ha sido solo uno de los virus que pueden proliferar contagiosamente. No puedo explayarme sobre la posibilidad de una vacuna eficaz porque no soy biólogo, pero no creo que la experiencia del coronavirus termine con la vacuna. La pandemia 2020 sólo ha sido el comienzo de una época de catástrofes globales, a nivel biológico, ambiental y militar. El efecto de la pandemia sobre el medio ambiente es contradictorio también. De un lado ha habido una reducción de los consumos de energía fósil, un bloqueo de la polución industrial y urbana. Del otro, la situación económica obliga a la sociedad a ocuparse de los problemas inmediatos y posponer las soluciones de largo plazo. Y no hay largo plazo a nivel de la crisis ambiental, porque los efectos del calentamiento global ya se despliegan. Pero al mismo tiempo podemos imaginar (y proponer) la creación de redes comunitarias autónomas que no dependan del principio de provecho y acumulación. Comunidades del sobrevivir frugal.
-Maristella Svampa, socióloga argentina, postula que la metáfora del enemigo invisible en el discurso político oculta la dimensión medio ambiental del virus. ¿Coincide?
-Coincido. El Covid-19 es una emergencia particular del colapso ambiental. Las elites políticas no me parecen a la altura del problema, lo que dicen no me parece muy importante. La política en su conjunto es impotente. ¿Qué hacen los políticos “buenos” (como Conte en Italia)? Aplican la disciplina sanitaria obligatoria, se pliegan a la decisión científica, que toma el lugar de la decisión política. ¿Qué hacen los malos (Bolsonaro, Trump….)? Se niegan a la decisión científica y afirman la autonomía de la política. Pero la política se ha vuelto un juego sin razón, sin conocimiento. La potencia del político es la locura, la venganza, la rabia contra la impotencia. Si la política ha sido durante la edad moderna una expresión de la voluntad, ahora está muerta porque la voluntad humana ha perdido su eficacia sobre el proceso real.
-¿Cómo imagina que serán los vínculos después de la pandemia? ¿Cómo son ahora?
-La pandemia marca una ruptura antropológica de una profundidad abismal. Pensemos en el acto más humano de todos: el beso, el acercarse de los labios, el acariciar paulatino y dulce de la lengua al interior de la boca de otro ser humano. Este acto se ha vuelto el más peligroso y anti-social que se pueda imaginar. ¿Qué efecto va a producir esta novedad en el inconsciente colectivo? Una sensibilización fóbica al cuerpo y la piel del otro. Una epidemia de soledad, y por tanto, de depresión. A nivel social el distanciamiento implica el fin de toda solidaridad. A nivel del inconsciente equivale a la bomba atómica. Tenemos que reinventar la afectividad, el deseo, el tocamiento, el sexo, pero… ¿tenemos la fuerza psíquica para hacerlo? No me parece. Pero lo repito con fuerza: estamos en un umbral, no podemos saber cómo saldremos de la oscilación en la que el inconsciente está capturado.
-Agamben ha escrito sobre la limitación de la libertad, “aceptada en nombre de un deseo de seguridad inducido por los mismos gobiernos que ahora intervienen para satisfacerlo”. ¿Qué piensa sobre el control del Estado con la pandemia como trasfondo?
-El Estado se identifica cada vez más con las grandes agencias de control informático, de captura de enormes cantidades de datos. No existe más como entidad política, territorial. Sigue existiendo en la cabeza de los soberanistas de derecha y de izquierda. No existe la política, ha perdido toda su potencia; no existe el Estado como organización de la voluntad colectiva, no existe la democracia. Son todas palabras que han perdido su sentido. El Estado es el conjunto de la disciplina sanitaria obligatoria, de los automatismos tecno-financieros, y de la organización violenta de la represión contra los movimientos del trabajo. El lugar del poder no es el Estado, una realidad moderna que se acabó con el fin de la modernidad. El lugar del poder es el capitalismo en su forma semiótica, psíquica, militar, financiera: las grandes empresas de dominio sobre la mente humana y la actividad social.
-En los países de Latinoamérica, la dicotomía que se plantea en los textos filosóficos europeos (capitalismo-comunismo) no resuena del mismo modo. Aquí pensamos más en términos de un Estado presente. ¿Qué lectura hace de la pandemia respecto de dos escenarios con diferencias estructurales como América latina y Europa?
-En América latina ha habido una fuerza particular, un discurso neo-soberanista de izquierda, lo que podríamos llamar populismo de izquierda, según la versión de Laclau, Jorge Alemán y otros. La experiencia lulista, la kirchnerista, la de Evo en Bolivia y el chavismo son experimentos de soberanía popular, democráticos, con intentos sociales. Han sido valiosos, tal vez más o menos exitosos. Pero al final todos han fracasado, porque la complejidad de la globalización capitalista no deja espacios de maniobra a nivel nacional, provocando la violencia de la reacción. La pandemia es una prueba de la imposibilidad de actuar en la dimensión nacional. Claro que puede haber una gestión racional de la pandemia, como la de Argentina, y una manera irresponsable y genocida como la de Brasil. Pero al final la pandemia está provocando un apocalipsis global que ninguna política racional puede evitar. Marca también el fracaso final de toda hipótesis soberanista, de izquierda y de derecha.
-¿Qué piensa de los movimientos “anticuarentena”? ¿La idea de la libertad ha sido cooptada por la extrema derecha?
-La palabra “libertad” es un malentendido de la filosofía moderna y del pensamiento político. Los que hablan de libertad en la época de los automatismos tecno-financieros no saben de qué están hablando. El enemigo de la libertad no es el tirano político, sino los vínculos matemáticos de las finanzas y los digitales de la conexión obligatoria. Hay una libertad ontológica que significa que Dios decidió de no determinar la dirección de la vida humana, dejando así el libre albedrío a los humanos. Pero la materia de que los organismos son compuestos determina profundamente la posibilidad de actuación del organismo. Y la materia social, la economía, la enfermedad, la proliferación viral son verdaderos matadores de la libertad. La modernidad ha sido capaz de inventar un espacio de libertad verdadero: la potencia de la política moderna (desde Maquiavelo hasta Lenin) ha sido la capacidad de elegir estratégicamente y actuar tácticamente de manera tal de plegar no toda la realidad, pero sí espacios relevantes de la realidad social, técnica, hasta médica. El fin de la modernidad marca también el fin de esta libertad marginal: la creación de automatismos tecno-financieros ha destrozado la potencia política de la voluntad; ha matado la democracia. La palabra libertad hoy significa solo libertad de explotar a los que no pueden defenderse, de hacer esclavos a los otros, de matar a los africanos que quieren sobrevivir migrando en Europa. Libertad hoy es una palabra asesina. Solo igualdad es una palabra que puede restablecer algo de humano entre los humanos.
-“Creo que la pandemia actual marca la salida definitiva de la época moderna de la expansión y el ingreso en la época de la extinción”, escribió. ¿Se ha puesto a imaginar cuánto tiempo nos queda? ¿La extinción es inevitable?
-Antes que nada no soy un adivino. Cuando digo que entramos en la época de la extinción quiero decir que en el horizonte futuro la sola conclusión lineal de las tendencias existentes (sobrepoblación, polución, calentamiento global, reducción del espacio habitable, multiplicación de los gastos militares, proliferación de las guerras, epidemia psicótica) no implica otra perspectiva realista que la extinción de la civilidad humana (que ya se está manifestando) y de la especie humana (que parece cada vez más probable). Pero soy convencido de que el inevitable muchas veces no se realiza porque el imprevisible tiende a prevalecer.
El regreso de la muerte
-Una de las tantas cosas que el virus modifica es cómo se viven la muerte y los duelos. En Más allá del colapso usted se refiere al regreso de la muerte a la escena del discurso filosófico. ¿Cómo puede leerse este cambio?
-La muerte ha sido removida, denegada, borrada en la escena imaginaria de la modernidad. El capitalismo ha sido el intento más exitoso de alcanzar la inmortalidad. La acumulación de capital es inmortal. La vida humana se identifica con su producto abstracto y logra vivir immortalmente en la abstracción. En consecuencia, rechazamos la idea de nuestra mortalidad individual, porque consideramos a la vida como propiedad privada que no se puede acabar. La destrucción sistemática del medio ambiente es la prueba de que no creemos en la mortalidad: no importa si matamos la naturaleza, porque es la sola manera de realizar la acumulación de capital, nuestra eternidad. Pero la pandemia nos obliga a reconocer que la muerte existe, que es el destino de cada ser viviente. La abstracción ha perdido su potencia, el dinero no puede nada frente a la muerte. El problema es que no estamos hablando (sólo) de la individual, estamos hablando de la extinción del género humano como horizonte de nuestra época.
Enfermedad virtual
-“Cuando la pandemia finalmente se disipe (suponiendo que lo haga), es posible que se haya impuesto una nueva identificación psicológica: online equivale a enfermedad”, escribió. ¿Puede explayarse sobre esto, y sobre qué lugar le quedará al cuerpo?
-Se podría verificar algo muy interesante: después de un largo plazo de tiempo en que la relación corpórea ha sido remplazada por la online podría verificarse una identificación psíquica de la dimensión online con la enfermedad, con un período de soledad y miedo. ¿Cómo se resolverá la oscilación? ¿Con una epidemia de autismo suicida o con una explosión de deseo liberatorio? No lo sabemos, pero podemos reflexionar sobre las alternativas que se van designando en el umbral.

viernes, 21 de agosto de 2020

LA ATENCIÓN PRIMARIA, LA SALUD PÚBLICA Y LA TENTACIÓN DE LA TÓMBOLA



El devenir de la pandemia ha generado una esperanza en los mundos profesionales de la atención primaria y la salud pública. Desde sus posiciones se evidencia la necesidad de reforzarse considerablemente en la nueva situación. Las mismas autoridades sanitarias recurren a esta aseveración en sus discursos del día. Pero, pasados ya tres meses de desconfinamiento, no existe ninguna señal que avale esta aserción. Por el contrario, se reafirma la tendencia de apuntalar a los hospitales, así como las transferencias al sector privado, mediante las concertaciones. Así, se produce un fenómeno muy frecuente de este tiempo, como es la popularización de un aserto que carece de verosimilitud, pero que obtiene las adhesiones incrementales de múltiples personas. La generación más preparada de la historia o el mejor sistema sanitario del mundo mundial son ejemplos de estas extrañas concurrencias semánticas.

Así se forja un espejismo que contribuye a la desorientación y a la ininteligibilidad, que es una condición esencial para permanecer en silencio, asumiendo disciplinadamente el papel de víctimas y espectadores en este proceso, que en la referencia de las autoridades significa ganar el tiempo necesario hasta que llegue la riada de las vacunas y se restablezca la antigua situación. El enfoque de los gobiernos se caracteriza por entender la crisis como un paréntesis excepcional, tras el cual todo retornará a la situación anterior. Sigo con interés los tuits de protesta, elegante pero incisiva, de Salvador Casado y otros médicos de Atención Primaria, que alertan sobre una situación insostenible, en tanto que la respuesta es la omisión, al tiempo que este asunto se suscita tangencialmente en las instituciones políticas, en las que se instala en la periferia de las agendas de políticas públicas.

La atención primaria ha sido incrementalmente devaluada en los últimos veinte años. La alegoría inicial, que la presenta como el centro del nuevo sistema sanitario, genera un proceso gradual de desgaste, en el que se va desplazando al sufrido campo de lo imposible, que deviene inevitablemente en lo bloqueado. En los últimos cuatro años este proceso de depreciación se intensifica manifiestamente, avanzando sin oposición alguna. Surgen algunas voces discordantes, pero la aceptación de esta degradación es manifiesta por parte de una mayoría profesional, de la que no pocos efectivos no han conocido su tiempo de esplendor, y se han integrado en condiciones de provisionalidad y precariedad.

Los servicios de salud pública permanecen en estado de fragilidad desde siempre, así como los servicios sociosanitarios, que no han conocido una rehabilitación discursiva en ningún momento. Estos se encuentran en estado de estancamiento permanente, en el que coexisten los menguados recursos con las retóricas parvas, siendo invisibilizados por la sombra alargada de los hospitales y el sistema asistencial, que le confieren el estatuto de dispositivo subalterno. La cuestión de la gestión de las relaciones de los contagiados, indica a las claras que las autoridades no piensan en un escenario que les reporte más funciones. Lo simbólico tiene una importancia esencial, y los dispositivos de salud pública y atención primaria no han estado presentes ni en los discursos de las autoridades, ni en los actos simbólicos, que se han especificado en los desfiles realizados en la Puerta del Sol y el exterior de INAGRA, en donde las jerarquías médicas especializadas han posado junto a las autoridades en posición de formación. Los relegados ni siquiera han concitado una pequeña fracción de los aplausos de los balcones.

Esta contraposición entre las evidencias y los espejismos retóricos puede ser inteligida desde las perspectivas que otorgan algunos enfoques de las ciencias sociales. Así, el proceso de degradación de la atención primaria y marginalidad crónica de la salud pública, no tienen su causalidad en la neglicencia de los dirigentes políticos o las cegueras consustanciales a las políticas sanitarias hospitalocentristas, todas ellas entendidas en relación a España. Por el contrario, estas políticas presentan un conjunto de coherencias con algunos procesos sistémicos esenciales, cuya naturaleza remite a lo global. El sistema sanitario en su conjunto experimenta una mutación en cuanto a sus finalidades y significaciones. En este tiempo se reconvierte para incrementar su contribución al valor del conjunto de la economía.

Las políticas sanitarias que desvalorizan ambos dispositivos tienen una relación robusta con una mutación fundamental que tiene lugar en este tiempo. Me refiero a la reformulación del estado y la transformación del modo de gobierno. Las democracias convencionales son erosionadas por la preponderancia terminante del mercado, que impone su lógica en todas las esferas sociales. En particular, se pueden considerar dos transformaciones que actúan de modo concurrente: la construcción de un dispositivo supraestatal como resultado de la globalización,  y la explosión de un nuevo modo de gobierno basado en la comunicación, la videopolítica. Los efectos de estos cambios recombinados son demoledores, y constituyen el programa invisible que ha reformulado a la atención primaria en los últimos treinta años.

La  construcción de una instancia supraestatal, se deriva de la concurrencia de las corporaciones globales, sectores financieros y grupos de comunicación en un proyecto común, cuya principal vertiente es la conquista de la producción del conocimiento. Este es elaborado en una red de nuevas organizaciones globales compuesta por varios tipos de organizaciones –think tank, fundaciones, agencias especializadas, centros de producción de conocimiento y otras- que construyen un discurso universal acerca de los programas de gobierno, estableciendo límites precisos a la acción de estos. Esta cuestión la traté recientemente en el blog, La atención Primaria yel partido transversal.

Este dispositivo global entiende las políticas sanitarias como una inversión de finalidades, en las que se entiende al sistema sanitario como un mercado que aporta valor a la economía del crecimiento. Este dispositivo industrial relega la finalidad del cuidado de la salud de la población, que pasa a segundo plano. Este es el sentido organizador que subyace en todas las reformas. Esta mutación de las misiones reformula a la Atención Primaria y la Salud Pública, situándolas en una condición relegada en la atención sanitaria. Los anclajes de las industrias biomédicas, son, principalmente, los hospitales y las especialidades, que constituyen el espacio en el que se asienta este dispositivo industrial. En estas condiciones, la salud deviene en un repertorio de productos que tiene un precio, lo que penaliza a las poblaciones con menor capacidad adquisitiva.

Pero, más importante todavía es la segunda mutación, la que se refiere al cambio de la forma de gobierno. En la nueva situación de preponderancia del mercado, estar en el gobierno deviene en una cuestión fundamental, en tanto que sanciona a los partidos como intermediarios con el formidable dispositivo industrial. Esta revalorización del gobierno agudiza la competición entre los partidos, convirtiendo la política en una campaña electoral permanente, carente de pausas. En esta contienda, desempeña un papel fundamental la televisión. Esta es la ventana mágica que permite comunicar con el electorado en la eterna puja por el gobierno. De ahí la emergencia de la comunicación, denominada como “comunicación transformativa”, que desplaza la importancia de los programas políticos.

Esta mutación implica que la finalidad esencial de cualquier partido no es realizar un programa, sino estar en el gobierno evitando la tumba de la oposición. En coherencia con este supuesto, se produce el ascenso de nuevos expertos politólogos especialistas en encuestas, comunicación política y estrategias electorales. Las acciones de los partidos se concentran en esta esfera, descuidando cuestiones esenciales en un tiempo anterior. Esta aceleración derivada de la preponderancia de la comunicación política mantiene la movilización perenne del electorado, transformado en una entidad sondeable y estimulable por los novísimos próceres de la política, que programan y alimentan el espectáculo permanente ante las cámaras. Así, las distintas cuestiones que conforman los programas esperan un acontecimiento que las ubique en los platós y las tertulias, disfrutando de su breve tiempo de gloria, hasta ser sustituidas en esas instancias comunicativas por las siguientes.

Este sistema implica una nueva ley del valor para los distintos problemas. Si el tema tiene significación para la contienda política tiene luz verde, pero no tanto por su impacto sino por la pertinencia de ser convertido en un factor de acoso a los adversarios, así como por su índice de espectacularización. Por el contrario, si carece de valor para esta finalidad pasa al olvido, o a la lista de espera en la probabilidad de que algún acontecimiento lo reavive como arma para la disputa partidaria. Así de configura una lista de problemas que van rotando, según su impacto mediático, en el centro de la actualidad.

Los efectos perversos de este sistema de videopolítica son más que funestos. Todos los servicios de proximidad, que constituyen el fundamento de la acción del viejo estado de bienestar, son penalizados severamente, en tanto que su índice de espectacularización es poco competitivo. Así, importa pasa desapercibido que en una situación como la vigente, cierren centros de salud, disminuyan sus horarios o que se proponga que los dispositivos de seguimiento de los infectados sean realizados por voluntarios. Este circo ha alterado brutalmente la percepción de la gente, e incluso, diría que de los mismos profesionales.

En este contexto aparece una realidad que me gusta denominar como la tómbola. Este es un juego que reparte premios menores sorteados al azar para esperanzados apostantes. En las políticas sanitarias se configura la tentación de la tómbola, esta se puede definir como la esperanza en que aparezca un ministro, secretario de estado u otro prócer, que reparta premios modestos que no modifiquen ni las estructuras ni las dinámicas. En mi opinión esta la posición dominante en las desconcertadas huestes profesionales de la atención primaria y la salud pública. Se trata de esperar una dádiva generosa de alguna autoridad, en tanto que la palabra atención primaria –salud pública ni siquiera eso- suene en los platós disuelto en la exuberancia argumental que caracteriza el próspero mercado de la comunicación de la salud, que ha ascendido a los cielos mediante el miedo.

En estas condiciones no cabe esperar mucho. Pero, incluso cuando un tema ha logrado su ascenso a las pantallas, el Ingreso Mínimo Vital por ejemplo, una vez tratado mediáticamente asignando réditos electorales a sus progenitores, es olvidado, en tanto que su desarrollo queda bloqueado por el déficit de la administración. La videopolítica remite a la ficción en la gran mayoría de los casos. En el IMV, primero es recortado por el partido transversal, generando una versión mínima compatible con los límites establecidos. Después entra en acción la videopolítica, llevándolo a las tertulias y a imágenes que otorguen a los vencedores honores. Y, con posterioridad, es arrojado al basurero de la administración ordinaria, que tramita los expedientes mediante el reparto de ráfagas de letra pequeña entre los solicitantes. Pero, este tema, ya ha caducado mediáticamente, en tanto que sus progenitores necesitan conceder al agitado pueblo mediático otra golosina programática en formato de espectáculo audiovisual. Así, el IMV se inscribe en el paradigma de la tómbola, en tanto que aporta algo a sus beneficiarios, pero no resulve el problema de fondo, constituyéndose en un lastre para la administración en los próximos años.

En un tiempo así solo se puede esperar que se creen condiciones para un cambio que solo puede tener el formato de una gran ruptura, en la que se acumulen los malestares, los discursos, las réplicas, las acciones y las propuestas. Recuerdo los últimos años de la dictadura en la universidad, en los que había brotado una nueva realidad y las autoridades se encontraban acorraladas. Esto es, proliferación de resistencias, porque los premios de la tómbola dejan todo como está. En el caso de la Atención Primaria y la Salud Pública, un estado de ruina.



martes, 18 de agosto de 2020

CAMILA


Camila es una chica latinoamericana, procedente de un país de Centroamérica, que llegó a Madrid hace tres años y medio. Acaba de cumplir veintidós años y carece de permiso de residencia. Se trata de una persona sinpapeles, que vive en el peligroso territorio de Madrid, en el que la ausencia de las instituciones es patente. Solo la policía se puede hacer presente ocasionalmente, en algunas de sus incursiones por esas tierras ignotas. Ella vive en un espacio lleno de peligros, en el que predomina la fuerza en los intercambios sociales. Es un mundo duro, inimaginable para un cándido ciudadano que habite en el territorio tutelado por las instituciones. Su posición es extremadamente débil frente a los distintos depredadores que habitan en este medio.

Camila abandonó su tierra por la dificultad de la vida en ese medio, en el que las instituciones son muy débiles frente a las distintas mafias que gobiernan los mundos en los que el estado y el mercado tienen una presencia menguada, sometiendo a las poblaciones pobres a una situación de terror permanente. Su viaje se encuentra fundado en la percepción subjetiva de encontrar una oportunidad de establecerse en un medio que le reporte más beneficios y seguridad. Su proyecto personal se fundamenta en los relatos de algunos compatriotas que han conseguido establecerse provisionalmente en esta metrópoli, en la que la moneda, el euro, representa un valor de cambio formidable con respecto a la de su país de origen. Se trata de una apuesta, de la creencia de que las penalidades que experimenta concluirán mediante la aparición de una oportunidad final. Su plan se fundamenta en una jugada en la que el azar representa un papel decisivo. Así, tiene que sufrir y esperar pacientemente ese designio del destino.

Cuando llega a Madrid, es recibida en un lugar en el que se encuentran varios compatriotas en una situación difícil, bien desempleados, bien integrados en el mercado de trabajo coaccionado, en el que el trabajo se realiza por peonadas, y la idea de futuro termina en mañana. Sus primeros tránsitos le llevan a realizar trabajos ocasionales por horas en viviendas, en el trabajo doméstico. Realiza jornadas muy largas que son pagadas exiguamente, pero en la imaginaria moneda-oro del euro, lo que le permite forjarse la ilusión fundada en calcular el cambio a su moneda. Los euros representan una fortuna en su tierra. Esta ensoñación le promueve fuerza interior, que le estimula a esperar su oportunidad, en tanto que descubre el mísero valor con respecto a los precios de las cosas que consume.

Tras encadenar distintos episodios de trabajo, separados por períodos de sequía, termina en una casa que la contrata varios meses. Al llegar el verano, la familia se desplaza a un importante pueblo turístico costero de Málaga, en donde se asientan más de dos largos meses. Le proponen que les acompañe como interna durante todo este tiempo. Ella acepta, en la creencia de que esta relación se va a solidificar, aún a pesar de que, en los meses previos, ha sido maltratada perennemente, tanto por la señora, como por el marido y, lo peor, por los niños, que manifiestan abiertamente el desprecio a su persona, mediante sucesivos comportamientos agresivos, que se hacen presentes en la cotidianeidad.

Al llegar a la mitológica costa, descubre su nueva vulnerabilidad. Hasta entonces, la última hora de la tarde era un momento trascendente, en el que escapaba de las regañinas, las imprecaciones, las peticiones abusivas de tareas, las burlas de los niños y el menosprecio permanente. El viaje en el metro hasta su guarida, representaba una liberación, hasta llegar a su camastro en el piso en el que vivía hacinada con otros compatriotas. Allí también se producían relaciones tensas, pero estas eran aliviadas por algunas muestras de afecto entre amigas.

En su nueva situación de interna, descubre su fragilidad. Duerme en el cuartucho de la plancha, es sometida a un ritmo imposible de trabajo, en tanto que todos cambian de ropa varias veces al día, comen copiosamente como resultado del incremento de su actividad física, y reciben amigos o familiares casi a diario. El resultado es que su jornada es inacabable, reforzada por la falta de colaboración de la señora, sumida en su vida de playa, noche social y anfitriona de sus ociosas amistades. También descubre que su día libre es una quimera, en tanto que no se encuentra explicitado en el acuerdo verbal previo. Tiene que reclamarlo frente a la despiadada señora, que entiende la salida como una veleidad caprichosa. En pocos días confirma que es un ente similar a un sufrido electrodoméstico, que rinde cien por cien debido a la demanda de tan extensa familia y sus invitados.

Pero lo peor es ratificar que los tratos cotidianos con la familia excluyen lo personal. Nadie es sensible a su situación personal y las relaciones se tensan hasta el límite, en tanto que ratifica su naturaleza inhumana. Nadie tiene una buena palabra con ella, ni un momento de cordialidad. Su soledad se hace patente súbitamente, reforzada por la imposibilidad de un momento de fuga, como el que tenía cuando era externa en el final de su jornada. Lo peor radica en el comportamiento de los niños con respecto a ella. Sus exigencias, mofas, actos de altanería, peticiones desmesuradas, así como un catálogo de acciones que se inscriben en el sadismo. Sus escasas salidas intensifican su sensación de soledad, en tanto que transita un espacio en el que es una extraña, en tanto que carece de dinero para comprar en un lugar en el que todo se encuentra sujeto a la lógica inmediata del consumo.

Pero lo peor, aquí comparece el desafío de lo inverosímil de esta historia, es que todos los días se cocina una gran cantidad de comida en la casa, pero dada la voracidad de tan activos miembros de la familia, así como sus invitados, la mayoría de los días consumen toda la comida, dejándola a ella sin nada que llevar a la boca. Nada. La señora lleva a cabo una minuciosa vigilancia de los embutidos, el queso, el pan  y otras viandas que pudieran servir de compensación para alimentar a esta extraña máquina humana. Cuando reclama comida, la respuesta es áspera y cruel, remitiéndola a comer galletas María, que es el único alimento accesible para ella. Al concluir el verano, se encontraba harta de las galletas, por las que ha desarrollado una fobia de alta intensidad.

Este verano de trabajo sin fin, soledad inaudita, hambre, marginación y ausencia de cualquier momento de intimidad, concluye, a la vuelta a Madrid, con una conversación tensa con la señora, en una relación cara a cara tan desigual, en la que prescinde de sus servicios y le comunica que ya le pagará el último mes, en tanto que ahora no le es posible hacerlo. Ella no puede recurrir a ninguna instancia, pues se encuentra desprotegida por su condición de sinpapeles. Además, en la jungla del trabajo doméstico el empleador tiene un privilegio irrefutable, como es la posibilidad de emitir un informe escrito favorable, que avale a la empleada en el siguiente episodio de su atormentada carrera laboral. El otoño comienza en una situación de ruina total, por la que tiene que pedir el amparo del grupo doméstico en el que se encuentra.

De nuevo tiene que comenzar un nuevo ciclo de búsqueda, en el que su terrible situación se ve compensada por la llegada de una hermana suya, así como por la consumación de una relación amorosa con un nuevo novio, que reside en su misma vivienda. El amor tiene una importancia central en su proyecto de vida, en el que el amor romántico, el matrimonio y los hijos desempeñan un papel imaginario fundamental. Además, la cuestión amorosa no debe demorarse, al estilo de las mujeres de la metrópoli española, que posponen su relación muchos años debido a las exigencias de la formación eterna y del mercado de trabajo, en un guion biográfico dominado por lo tardío. Pero la mayoría de los amores que tienen lugar en este espacio social en el que las instituciones son extrañas, también muestran la dureza del medio, que termina por asentarse en las relaciones. La recombinación entre el machismo tradicional, muy arraigado en la cultura de los países de origen, y la extremada dureza de las condiciones de vida es explosiva.

Tras unos meses de búsqueda y el desempeño de algún trabajo ocasional, Camila encuentra otra casa como externa, en la que trabaja tres días a la semana en horario de jornada completa. Le pagan seis euros la hora, lo que representa un abuso con respecto a la media de este mercado coaccionado.  Le tratan mal, pero mejor que en su terrible experiencia veraniega. Su vida experimenta una transitoria mejora, pero su relación con el novio es cada vez más decepcionante. Ella dice que es muy machista, que la desprecia y que no la escucha, por lo que no es posible satisfacer su principal necesidad, que es ser comprendida y querida. El choque de su relación con el marido ideal/padre de sus hijos al que aspira, es cada vez más intenso. Así, al comenzar 2020, decide romper, lo que no es fácil, en tanto que habitan en la misma casa y él no acepta la ruptura, ni siquiera se la toma en serio, lo que origina una escalada de tensiones entre ellos, que culmina cuando ella se resiste a follar con él.

Y en estas llega el mes de marzo y el confinamiento. Este quiebra su vida bruscamente. Sus empleadores la despiden contundentemente y se ve abocada a encerrarse en su piso, en el que se concentran ocho personas, la casi totalidad de ellos en situación irregular, que se refuerza en tanto que todos los que trabajan ocasionalmente son despedidos. En la casa viven ocho personas. Un piso así funciona mediante la drástica separación del día y de la noche. En esta se interrumpe toda la actividad para dormir, que en estas condiciones de hacinamiento ocupa todo el espacio. Hay dos dormitorios pequeños en los que duermen dos personas en cada uno; en la sala común duermen otras dos personas, en tanto que otra duerme en un pasillo y el último en la entrada. Aún y así, en los meses de confinamiento reciben alguna persona más.

No sé si se puede imaginar la dureza de este encierro forzoso para Camila. Tiene que convivir con su ya exnovio, en un medio donde se encuentran amontonadas distintas personas, haciendo en el día la convivencia insoportable. La falta de dinero, el tedio de la vida, la contigüidad en la que desaparecen las distancias personales,  las carencias materiales, la proliferación de malos rollos, la sexualidad forzada, el miedo de todos a salir para evitar ser interceptados por la única institución que se hace presente para esta población, que es la policía, y, además, tener que sortear a su ex las veinticuatro horas. Apelo a la imaginación de los lectores para que compongan el cuadro de la situación. Para ella representa un sufrimiento que alcanza casi el experimentado en el verano fatal como interna. No obstante, ahora tiene el afecto de dos amigas de las que convive.

La salida del confinamiento es experimentada como un gran alivio, en tanto que puede deambular por el espacio público, al tiempo que buscar trabajo alimentando la ilusión de que este es tan factible como antes de la emergencia del Covid. Pero ahora, todas las puertas se le cierran, en tanto que su persona, en la que se concitan varios estigmas, adquiere el nuevo perfil de posible asintomática portadora de la infección. Nadie se arriesga a meterla en su casa. Pero esta terrible situación se alivia en tanto que ella no es consciente de la nueva realidad, donde desaparece hasta incluso el azar, que es su última ratio. Algún compañero de piso ha conseguido ayudas en las colas para recibir comida, en tanto el dinero disponible se agota para todos irremisiblemente.

Me ha impresionado mucho la falta de resentimiento de Camila por la situación que ha vivido. No alberga sentimiento alguno de venganza. Tiene sólidamente internalizada su “inferioridad”. En nuestras conversaciones me decía que ella no venía aquí a quitar el trabajo a nadie, sino a realizar un trabajo que nadie quería hacer. Todas sus devastadoras experiencias han sido compensadas por la ilusión en su proyecto, que descansa sobre la posibilidad de la aparición de un marido/padre de sus hijos, así como de un trabajo que le proporcione una situación de mayor seguridad. También la consecución de ese bien añorado que son “los papeles”. Estos tesoros compensan en su imaginario, todas las experiencias terribles por las que ha tenido que pasar. Estas son entendidas como el precio de la materialización de su sueño.

Ella tiene algunas dudas ahora sobre la pertinencia de su viaje, y añora su tierra, a pesar de la pobreza y la violencia de que fue objeto. Recuerda que le asaltaron con un cuchillo en su pueblo, robándole una medalla y un móvil. También le ocurrió en Madrid, una noche al regresar de su trabajo en la salida del metro de Oporto. Además,  los abusos de que ha sido objeto. Para ella, todas las personas que tienen colgado algo entre las piernas son posibles abusadores. Los ha sufrido de niños,  octogenarios y de todas las edades y condiciones; de compatriotas y de habitantes de la metrópolis madrileña; en casa, en el trabajo, en el metro, en la discoteca y en cualquier espacio público. Pero está habituada a convivir con las violencias, que tienen efecto minimizado por la motivación que detenta en resolver la cuestión esencial en su vida-viaje, que es la de su trabajo y matrimonio. Así muestra su pragmatismo integral. 
Muchos de sus avatares negativos son considerados como de orden secundario y no alteran su sueño basado en la imaginación, que es estimulada en relatos audiovisuales seriados y cada vez que tiene entre sus manos cuarenta euros, tras una larga jornada, entregándose al engaño de cambiarlos por la moneda de su país.

Camila es inmensamente ingenua y no puede ocultar su bondad, que domina su persona a día de hoy. Sigue movilizada en espera de la comparecencia de su salvador, lo que la configura como una persona en situación de peligro extremo, que pueda ser reclutada por las distintas mafias que pueblan este espacio social. Ella misma, todavía es indefensa frente a la mafia de contratadores de trabajo doméstico, manteniendo la incauta esperanza de que al fin aparezca una buena persona. No puede recurrir a institución alguna, en tanto que está ubicada en una zona de exclusión. Incluso se encuentra en el margen de los sindicatos, la izquierda o el feminismo, instalados en las zonas de seguridad de la sociedad que reclama la abundancia material. En su horizonte solo puede aparecer una ayuda proporcionada por una persona bondadosa.

Sus necesidades son muy parcas. Se puede imaginar lo que representa la salud en su cuadro personal. Esta solo puede ser pensada como respuesta a un accidente u otro episodio de choque. En su horizonte se encuentran perfectamente jerarquizadas sus necesidades, y las básicas excluyen a las demás. Así se configura como un ser sin necesidades secundarias, que se encuentra orientado a la sobrevivencia y a la consumación de un milagro del azar, que le proporcione un marido ideal o un trabajo decente. Esta ensoñación le proporciona una fuerza interior inconmensurable para remontar adversidades. Una vez ha sido increpada en un parque del sur de Madrid por su naturaleza de extranjera pobre. También en el metro ha vivido alguna situación tensa con nativos.

Hemos tenido tres largas conversaciones. La invité a comer, descubriendo que lo que le gustan son las hamburguesas, las pizzas y similares. Bebe Coca Cola y abusa de las patatas fritas y otros productos similares. Me alarma extraordinariamente su respuesta a la cordialidad. Responde bajando todas sus defensas y mostrándose abiertamente. Carece de doble fondo, que es una propiedad de los humanos que vivimos en el mundo de la abundancia material. Cuando nos despedimos, nos abrazamos y ella me insistió en que la avisara si conocía alguna casa en la que pudiera trabajar. En este momento soltó alguna lágrima. Cuando la perdí de vista lloré mucho. Me hizo sentir un afecto inversamente proporcional al desprecio que siento por muchas personas de las zonas sociales de seguridad. Estas personas van a sufrir mucho en este tiempo de hipercontrol médico y social, en el que van a ser etiquetadas como bombas víricas ambulantes. De ahí su coherencia de eludir pruebas y controles, porque sus necesidades están por encima de las de la salud.