Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

lunes, 27 de febrero de 2017

ESTA TIERRA ES TU (NUESTRA) TIERRA. EVOCACIÓN DE WOODY GUTHRIE



Los sistemas productivos que sustentan las actividades económicas de las sociedades se transforman periódicamente, dando lugar a grandes crisis que se instalan entre los ciclos caducados  y los emergentes. Los efectos de las mismas sobre los territorios y las poblaciones son demoledores. La inmigración es la única salida factible para grandes contingentes de personas atrapadas en su espacio por la decadencia de las actividades económicas que las han sustentado. El presente ha incrementado los flujos de desplazados en busca de tierras en las que sea posible ser acogidos otorgándoles la calificación de útiles. Las tierras nuevas de promisión convocan a los excedentes de las tierras en recesión mediante una mitología que sustenta el viaje y cohesiona a los viajeros. 

Se pueden establecer analogías históricas entre los procesos de expulsión y los movimientos de las poblaciones  excedentes en las distintas épocas. Esta es la razón por la que es pertinente evocar aquí  a Woody Guthrie. Nacido en Oklahoma en 1912, tuvo que desplazarse a Houston, desde donde emigró a California en los años treinta. Los estados agrícolas del Medio Oeste norteamericano generaron grandes contingentes de desplazados por la obsolescencia de la agricultura tradicional. Así se conformó una diáspora movilizada por el sueño californiano. En 1976 se estrenó la película de Hal Ashby “Esta tierra es mi tierra”, en la que narra la experiencia de Guthrie. La esperanza mítica de los beneficios de la tierra prometida experimenta un choque brutal con la realidad vivida por los arribados a los lindes de las explotaciones agrícolas convocantes.

En síntesis, la película narra la dureza de sus condiciones de vida, en la que la tierra de destino se aprovecha de los recién llegados. Así descubren que ellos mismos son un excedente también allí, en tanto que no todos son necesarios para la producción. Así se establece una selección cruel que determina la rotación de una gran parte de los candidatos. Se trata del enésimo ejército de reserva que se deriva de los ciclos sucesivos de la historia del capitalismo. Como en todos los procesos de éxodo de las tierras propias, una parte considerable de los viajeros forzosos quedan atrapados en una condición de confinamiento inhóspito e inesperado. Son los ocupantes de una tierra de nadie, compartiendo un sueño y una aspiración por la que están dispuestos a acreditar sus sacrificios. El resultado final del viaje  de estas poblaciones es la dispersión, de modo que una parte se autodestruye por medio de distintas formas; otra termina por ocupar destinos de rango muy inferior al imaginado, y, por último, algunos logran su objetivo de asentarse en la tierra prometida en una situación manifiestamente mejor que en la de su origen. Estos son los que han podido superar una escalera de barreras que obstaculizan el acceso al arraigo y la movilidad social.

La película muestra con elocuencia los mundos sociales de los recién llegados y sus confinamientos. En tanto que se encuentran con situaciones de violencias latentes y manifiestas, se mantiene incólume el mito acerca de la nueva tierra que ha animado el viaje. Pero este se va erosionando en el curso del tiempo. Se evidencia que las oportunidades son escasas en proporción a los aspirantes. También que su estatuto es el de una fuerza productiva necesaria para la producción agrícola, denegando de hecho su naturaleza humana, conformando una población exterior a la sociedad local, que es definida como un contingente portador de peligros para los arraigados. Guthrie se sitúa inequívocamente en el lado de los recién llegados, de las personas móviles carentes de tierra. Sus canciones representan un testimonio de su existencia y de su valor humano, más allá de su valor productivo.

En el tiempo presente tiene lugar la gran crisis de las sociedades industriales, que convierte a grandes contingentes de población en excedentes extraños a su propia tierra. En el sistema-mundo se abren múltiples rutas por las que transitan los nuevos condenados a la movilidad imperativa. Estos viajes son animados por renovados sueños e ideologías tecnoglobales. La heterogeneidad de los contingentes de viajeros es manifiesta. Aquellos que huyen del bloqueo de África y los múltiples orientes, fluyen en paralelo con los jóvenes sin presente de Latinoamérica, el sur y el este de Europa. Muchos de ellos son los descartados en la selección para el trabajo cognitivo que sustenta a la producción inmaterial. Una gran masa de becarios, gentes en formación sin fin y otras especies similares, se diseminan por las rutas de la formación globalizada en sus siempre penúltimos tramos.

El nuevo escenario en el que se desarrollan los viajes de los distintos ejércitos de reserva es manifiestamente diferente al de los años treinta del pasado siglo. Pero los imaginarios que convocan al viaje no se han modificado. Ayer me impresionó mucho la imagen de los africanos que habían saltado la valla de Ceuta y celebraban su llegada a España besando el suelo, mostrando su bandera y exhibiendo las heridas producidas por las concertinas de las vallas. El destino de estos viajeros es más que incierto, y en no pocos casos, fatal. También muchos de los viajeros en busca de lo que denominé en este blog como “La fiebredel oro inmaterial”, que acumulan credenciales durante muchos años sin conseguir instalarse en alguna de las estaciones intermedias de paso.

 Pero los imaginarios compartidos de los viajes forzosos siempre se remiten al pasado.  En los sueños compartidos comparece inequívocamente el espectro de la vieja Europa industrial de la postguerra. Esta sustenta su bienestar en una potente industria siempre necesitada de mano de obra, que genera distintas actividades de acompañamiento a la producción industrial. Esta Europa ya no existe. La tercera revolución tecnológica ha generado una nueva empresa en la que su inteligencia se concentra en un espacio geográfico,  pero sus actividades se diseminan por el espacio mundo mediante la deslocalización. La revolución conservadora estimulada por el neoliberalismo disuelve los logros salariales y sociales obtenidos en el fordismo maduro característico de las sociedades industriales.

El paisaje social de los países industriales se modifica sustancialmente. En los últimos años se implementa una guerra sórdida entre las poblaciones perjudicadas por la reconversión de la industria y los recién llegados en busca de un lugar que les permita pensar en un futuro. Este conflicto adquiere unas proporciones de mezquindad inusitadas. Los actores de esta colisión inducida son portadores de discursos que se ocultan deliberadamente. La perversidad se disemina por el tejido social en tanto que los poderosos instrumentalizan la confrontación. El paisaje social registra acontecimientos que expresan violencias insólitas contra los recién llegados, pero que se ocultan  cuando son visibilizados o interpelados para que expongan sus razones.

El área oculta sobre la que se asienta la infamia se expansiona con una velocidad inesperada. Esta multiplicación de lo oculto corroe la democracia. Las victorias de Trump, del Brexit, la expansión de la extrema derecha y otros episodios, registran la dimensión creciente del área oculta sobre la que se constituye esta nueva sublevación de una parte de los vulnerables, víctimas de la desindustrialización y la nueva reindustrialización postfordista,  contra los nuevos pobres móviles  en busca de una oportunidad. En un escenario tan opaco y perverso, constituido sobre la ocultación deliberada de lo que se piensa y se hace, los discursos y las prácticas políticas de la izquierda “ciudadanista”, adquieren un patetismo que alcanza lo extravagante, en tanto que conservan un discurso de progreso que remite al extinto capitalismo de bienestar.

El drama de las migraciones en el presente radica en que los viajeros forzosos llegan a una tierra en la que se encuentra, junto con la sociedad establecida, otra sociedad resultante de la descomposición de la vieja industria. Así se conforma un cóctel de problemas sociales explosivo. La realidad que descubren los recién arribados es que esa tierra es la propiedad de gentes empobrecidas, venidas a menos y con un futuro incierto. Los juegos de identificaciones y rechazos adquieren una perversidad insólita. La manipulación política y mediática encuentra un territorio abonado para estimular conflictos cargados de negatividad. Los procesos de exclusión social y sus víctimas se entremezclan inevitablemente, conformando a los recién llegados como chivos expiatorios de los males que comienzan con la reconversión industrial, el ascenso del neoliberalismo y la transformación del viejo estado del bienestar.

Los desterrados múltiples quedan atrapados en la red de vías que soportan los viajes. La condición de ciudadanía debilitada en su tierra de origen, se disuelve en el viaje. En las estaciones intermedias su estatuto social se encuentra por debajo de la ciudadanía. Los mundos en los que se instalan provisionalmente tienen la condición de sórdidas periferias sociales, en las que se constituyen fronteras implacables. Pero el aspecto diferencial más importante con respecto al pasado es que las ideologías tecnoglobales y sus dispositivos mediáticos los hacen invisibles. No sabemos nada de los sirios e irakíes llegados a Europa hace más de un año, en el que alimentaron un espectáculo audiovisual que se disipó en pocos meses. Por eso parece pertinente rescatar a Guthrie, que hace visibles a los ejércitos de reserva móviles de su época.

Desde hace varios años, aparecen en mi tutoría jóvenes universitarios árabes de distintas especialidades que piden que les dirija un trabajo académico para su doctorado. Insisten en obtener algún papel que respalde el acuerdo. Después desaparecen sin dejar rastro. Indagando al respecto, resulta que esos jóvenes son viajeros que buscan en la universidad algún papel que refuerce su acreditación como residentes. Me impresiona mucho vivir una situación así. En las conversaciones, manifiestan unos conocimientos y educación muy considerable. Es inevitable entonces pensar en aquellos que han pasado por mi clase y ahora se encuentran ejecutando su largo viaje labora afectados por la fiebre del oro inmaterial. Entonces me acuerdo de nuevo de Guthrie y de aquellos que son convertidos en extraños en las tierras por las que transitan.





jueves, 23 de febrero de 2017

LA PRODIGIOSA INVERSIÓN DEL DISEÑO GRÁFICO EN GRANADA



El diseño gráfico es uno de los emblemas del cambio tecnológico en los últimos años. Desde sus múltiples soportes se instala en todos los planos de la vida. Su proliferación puebla toda la iconosfera, que adquiere tal densidad, que la dimensión visual de la vida tiene una preponderancia inapelable en la vida diaria. La multiplicación de las imágenes y las formas visuales reestructura la totalidad del espacio público. Como viejo profesor he sido testigo de su expansión en la educación, en la que la lectura cede ante el empuje impetuoso de las fotografías, los videos y otras formas de efervescencia visual. Todas las profesiones y las actividades reconvierten sus comunicaciones privilegiando el diseño gráfico. Así se responde a las exigencias de la hegemonía de la iconosfera, que sustenta el semiocapitalismo vigente.

Granada es una ciudad misteriosa y paradójica, en la que tienen lugar distintos acontecimientos que no encajan bien con algunos de los procesos sociales a los que se asigna la etiqueta de “modernización”. En este blog se han puesto de manifiesto distintos ejemplos. En esta villa se incuba una contramodernidad que adquiere unas dimensiones insólitas. Lo característico de Granada es que la resistencia a la modernización se asienta sobre varios de los sectores que desempeñan un papel relevante en la economía local. Así se configuran las bases sociales de una extraña economía primitiva, que se sostiene sobre actividades que aquí he denominado como “la almadraba de los inquilinos”, o los distintos negocios fundados en la captura de los turistas y transeúntes atraídos por su patrimonio histórico y cultural.

Hoy voy a aludir a un acontecimiento que puede parecer extraño a los lectores exteriores a esta ciudad-excepción, pero en esta tierra lo inverosímil se encuentra instalado en la vida diaria. Me refiero a lo que se puede denominar como “inversión del diseño gráfico”. Los términos de esta reversión prodigiosa se refieren a que cada vez más menesterosos, pedigüeños callejeros y marginales de distintas clases, que conforman en la ciudad sumergida un verdadero archipiélago múltiple y complejo, utilizan el diseño gráfico para presentar sus carteles y sus comunicaciones, siguiendo los cánones impuestos por la comunicación comercial que fundamenta la nueva iconosfera. Los carteles cuidados también incluyen las nuevas jergas que aportan los lenguajes introducidos por los expertos de turno que habitan en los canales de comunicación de las sociedades postmediáticas. En una buena parte de estos textos aparece el término de “sin recursos” y otras palabrotas que remiten a las hegemonías expertas.

Por el contrario, una buena parte de los negocios asociados a la restauración y el turismo --bares, restaurantes, comercios y otros—exponen sus comunicaciones en carteles escritos a mano, siendo además rotundamente intencionados. La afirmación de que es una buena parte se queda corta. Así, en tanto que, principalmente desde el sector público, se ha procedido a la restauración arquitectónica de la ciudad histórica, implantada sobre una red de aparcamientos subterráneos, los carteles y las estéticas de muchos de los negocios visibilizan lo estéticamente deplorable. Se dice que Granada es una ciudad de contrastes. Uno de ellos es justamente la coexistencia de edificios dotados de un valor visual incuestionable, que son invadidos por los carteles de letras descuidadas de la contramodernidad de la tiza y el rotulador de trazo grueso.

Estoy hablando de los alrededores de Puerta Real, de la plaza de la Mariana, de todo el centro, de Recogidas, del Realejo y de la zona que empieza en Plaza Nueva y sube al Albaicín. No quiero ni aludir a los bares y negocios en torno a Pedro Antonio de Alarcón y el Camino de Ronda, en los que la contramodernidad impera mediante la fealdad de las decoraciones de los locales y los exteriores, así como los uniformes y los carteles. También los olores a fritanga de aceites reciclados en el utensilio que reina en estos locales: la sartén y la freidora. 

Bajo la apariencia de la renovación urbana, comparece desde el subsuelo una de las almas de la ciudad. Este es un prodigio que en mis fantasías atribuyo a los aparcamientos sin fin que han horadado el subsuelo de la ciudad,  liberando los malos espíritus acumulados en las catacumbas, para hacerlos aparecer en la superficie. Así se configura una extraña estética que se asocia a lo cutre reflotado. Lo cutre es uno de los elementos que la modernización de la ciudad no puede ocultar. La contramodernidad es expulsada hacia arriba desde los sótanos desplazados por los aparcamientos. Así lo cutre reaparece en los rincones y las grietas del conjunto visual programado por los industriosos promotores del turismo local.

El descuido radical de la estética en muchos locales no es producto de la casualidad. Por el contrario muestra el espíritu de una buena parte de las empresas. En estas se asienta una buena parte de la contramodernidad granaína. Los públicos consumidores de las mismas están de paso, son gentes vinculadas a la universidad o al turismo. Así los locales renuevan constantemente sus clientes, de modo que los que están sentados ahí no volverán mañana. Las calidades de servicio son pésimas, pero el aspecto más sorprendente radica en la hostilidad manifiesta al cliente, que remite a un pasado en el que el comercio se encontraba relegado. Ciertamente, en los últimos años han proliferado locales fundados en el modelo de calidad del servicio, pero su sostenibilidad es cuestionable, en tanto que universitarios y turistas son estacionales. En el largo y cálido verano los negocios se resienten. Aquellos que tienen públicos locales fieles salen adelante. Los ejemplos de Bodegas Castañeda o la churrería de Biba Rambla son elocuentes. 

En estas coordenadas se puede hacer inteligible la inversión del diseño gráfico y de lo visual. Los distintos procesos asociados al nuevo capitalismo, configuran un conjunto de marginaciones inéditas. Junto a la reedición de las formas convencionales de marginación se producen varias clases de destierros del sistema productivo fundado en el trabajo inmaterial y la carrera profesional. Los contingentes expulsados de esta implacable selección del capital humano se hacen presentes en el espacio. El nomadismo es su forma de resistencia y de vida. Granada es un verdadero cruce de caminos de distintos contingentes errantes que se asientan en sus periferias urbanas para deshacerse y rehacerse.

La comparecencia en el espacio público de estos procesos es inevitable, sustentando una explicación a la inversión del diseño gráfico. En los espacios de la ciudad histórica comparecen, junto con los turistas y los estudiantes de larga duración, los expulsados del proceso de configuración del capital humano. Muchos de ellos son músicos, poetas o artistas dotados de una incompatibilidad rigurosa con el prólogo educativo eterno de la carrera profesional, que implica unas exigencias postdisciplinarias encomiables. Estos sectores exhiben en el espacio público sus estéticas singulares, asociadas a una forma de vivir extraña a la mirada de los integrados.

Por el contrario, muchos de los sectores integrados en la economía del complejo del suelo y el subsuelo, manifiestan sin pudor su espíritu prosaico asociado con la naturaleza de sus actividades económicas. La aparición de la fealdad en el espacio urbano es una manifestación de la estética de sus negocios. En particular, una gran parte de las viviendas de alquiler poseen unos atributos que las asemejan a las películas de terror. Siempre me ha llamado la atención el hecho de que la universidad de Granada abra sus salas de lectura en las noches de los períodos de exámenes. Así se alivian los efectos nocivos del parque de viviendas, en el que la inversión es un término desconocido por las redes ce propietarios.

La inversión del diseño gráfico implica que lo cutre es una propiedad de los sectores vivos de la economía local, en contraste con la creatividad de no pocos de los afectados por distintas marginaciones. La forma de vivir el presente es mucho más creativa en muchos de los expulsados de la economía local. Así, lo cutre se presenta en muchos de los locales de ocio, en los edificios de las urbanizaciones-fuerte que rodean la ciudad, en los centros comerciales, que conectados con los aparcamientos subterráneos conforman el espacio público resultante de esta extraña modernización en la que lo feo rodea y cerca sin piedad a lo bello.

La inversión del diseño gráfico es una pieza de la sociedad local, en la que lo cutre prolifera y se diversifica. Carmen, con su aguda e incisiva inteligencia cántabra, calificaba a muchos escenarios urbanos como “cutre con pretensiones". Me parece una definición acertada. Podría poner muchos ejemplos. Junto a esta variante de lo cutre, se pueden identificar una gama de realidades cutres correspondientes a distintas situaciones. La más atractiva es lo que se podría calificar como lo cutre-auténtico. Me gusta decir lo cutre-cutre. Esta variante es coherente con las condiciones de marginación de sus oficiantes. Estos condensas un conjunto de prácticas y significaciones que asientan sobre los espacios urbanos que habitan. 

El buen cartel de la ciudad para muchos de los que se acercan a ella se funda justamente en la atracción ejercida por lo cutre-auténtico. Las tabernillas marginales y los bares de tapas cutres son lo más grande de Granada, en donde distintos grupos ajenos a la oficialidad escenifican otra forma de vivir. La inversión del diseño gráfico es uno de sus emblemas en un medio urbano en la que los bárbaros dominan la economía local y la vida oficial. La barbarie cambia de bando, en tanto que la vida creativa se refugia en distintos escondites situados sobre la red viaria y sus modernizados aparcamientos. Granada ciudad prodigiosa.

viernes, 17 de febrero de 2017

LA INSULINA Y SUS PARADOJAS

                                                 DERIVAS DIABÉTICAS



Vivo desde hace 19 años en cohabitación con la insulina. Ahora atravieso una crisis con esta extraña pareja que invade inevitablemente mi cotidianeidad. Es evidente que sin ella no hubiera podido vivir. Su funcionalidad para los diabéticos le otorga un prestigio acreditado, siendo considerada como una estrella del reino de los medicamentos. Pero sus contrapartidas y efectos perversos sobre la vida diaria de sus receptores constituyen lo que me gusta denominar como un “espacio mudo”. Este es un espacio vacío, en el que la ausencia de discursos autónomos de los enfermos es reemplazada por los discursos profesionales ajenos a la vida. El paciente comparece como una extensión delegada de los profesionales y los medicamentos. Esta es la razón por la que escribo mis derivas diabéticas.

El envés de la insulina radica en que uniformiza muy agresivamente la existencia, de modo que las excepciones son castigadas inmisericordemente. Si aparece una situación vital nueva, en la que su protagonismo es desplazado a segundo plano, termina pasando una factura desmesurada, recordando que ella es la copropietaria ineludible del cuerpo en el que se inserta. Así se conforma como la excepción a la regla de lo licuado enunciada por Bauman. En este caso, este líquido adquiere una preponderancia insólita deviniendo en una realidad insoportablemente sólida. Además, transforma la piel en un campo experimental para las agujas. Las distintas zonas corporales son castigadas sin piedad todos los días sin excepción, instalándose como un instante desagradable e inevitable en la cotidianeidad. El cuerpo es cartografiado y convertido en el valle de las agujas que le sirven.

La insulina invade  el primer pensamiento del día al despertar. Esta intromisión es una impertinencia que soporto de mala manera. Desde siempre valoro mucho ese primer momento en el que mis sentidos y mi cerebro se ponen en marcha. Es importante estimularlos mediante las imágenes gratificantes de los buenos momentos cotidianos que están esperando su turno en el desarrollo de la jornada. En los últimos años me encuentro al despertar con el cuerpo de mi perra Totas, que, sin excepción, me hace sus carantoñas celebrando el nuevo día, en espera de un detalle de reciprocidad. En ese momento, en el que busco una música que ayude a mi espíritu y mi cuerpo a incorporarse, la insulina hace su primera intrusión, remitiéndome al cálculo acerca del estado de mi glucemia, remitiéndome a las actividades del día, que influyen en el cómputo de la cantidad que me voy a inyectar en el segundo pinchazo, en tanto que el primero es un castigo a uno de los dedos para conocer cómo estoy.

La apelación a la buena vida, referenciada en los sentidos y los estados corporales, mentales y emocionales, es asediada por la racionalización asociada a la administración de este líquido y al repertorio de agujas que lo acompaña. Tras el inicio de la jornada, siempre estará presente en las distintas fases del día, adoptando la forma de un recordatorio o de una amenaza latente. El inapelable aserto que define un buen estado de control a la relación entre la dieta, el ejercicio físico y la cantidad de insulina inyectada, se proyecta a todos los momentos constituyendo un sujeto cuya vida siempre está determinada por  la autoobservación y cálculo. Así se contrapone a las pequeñas maravillas de la vida, que aparecen inesperadamente en cualquier momento, no siempre asociadas al cálculo o programación.

El medicamento líquido inyectable es atravesado por una paradoja, que me gusta denominar como “la paradoja de la insulina”. Esta radica en que, cuando se obtiene un resultado de glucemia recomendado por la autoridad profesional, en torno a 120, el cuerpo comienza a protestar disminuyendo todas las intensidades. Es el estado de bajas energías que limita todas las actividades posibles. Además, estar bajo moviliza la memoria de las hipoglucemias. Esta es la peor experiencia personal de la enfermedad. Entonces, un paciente diabético estabilizado es inevitablemente un ser condicionado. Los estándares profesionales, que remiten a una hemoglobina glicosilada inferior a 7 como paradigma del buen control, estableciendo el umbral del 8 como intolerable, implican una vida que minimiza muchas de las actividades que la hacen gratificante. Esta paradoja está siempre presente en la mente del paciente, en tanto que la vida inevitablemente limitada que recomiendan los profesionales del control, colisiona con cualquier idea de lo que es una vida aceptable. Estar bajo es una situación problemática que establece una frontera inaceptable. Este es el gran secreto de la enfermedad vivida.

La consecuencia es que el estado de alerta por déficit o exceso de este líquido milagroso se hace omnipresente. La vida adquiere una dimensión impertinentemente cronometrada. Con el paso de los años se confirma la importancia de los tiempos entre el pinchazo y la comida. Las insulinas rápidas son mortíferas. Veinte minutos después de su ingestión manifiestan sus efectos devastadores. El desencuentro entre los usos sociales en las tierras de tapas en las que habito, donde se come socialmente con lentitud acompañados de conversación y otros rituales, es patente. Un paciente bien controlado tiene que renunciar a la vida social en los tiempos de acción de las insulinas rápidas, constituyéndose en un ser eventualmente solitario.

La tarde es el momento mejor para la vida de un insulino-dependiente. Es un tiempo largo en el que el estado corporal es más aceptable, debido principalmente a los efectos de la comida. La energía amortiguada de la mañana se torna en un acrecentado vigor que proporciona una buena experiencia percibida. Siempre que he podido imparto las clases en la tarde, que es una transición pausada entre la mañana limitada y la noche liberada de insulina rápida. En este tiempo, la paradoja de la insulina, consistente en la inviabilidad vital del modelo profesional propuesto, se atenúa. Este es el momento para realizar actividades físicas de paseo, gimnasia o bicicleta. También de esperar el tiempo de la noche, en el que la insulina lenta facilita las relaciones sociales y las distintas actividades vitales que proporcionan sentido a la vida.

La programación profesional de la vida diabética es sencillamente imposible para un paciente activo. Las seis comidas son inviables en cualquier secuencia cotidiana. Al principio iba con la media manzana envuelta en papel albal con la esperanza de rescatar un momento de intimidad para consumirla. Recuerdo las sesiones en la EASP, en las que tenía que aprovechar el descanso para devorar la manzana en un escondite. La búsqueda de espacios de invisibilidad es una de las actividades asociales vinculadas a la condición de consumidor de insulina. La búsqueda de escondites es una competencia esencial.

El fin de semana es un tiempo de excepción en el que se modifican los horarios y los ciclos de actividades vitales. En este caso  es necesario acomodarlos a la administración de las insulinas. Es en este tiempo donde se ponen de manifiesto más impertinentemente los límites que imponen el líquido y las agujas. Así se conforma una tiranía escasamente dulce que hace patente las limitaciones. La estabilidad de los horarios es un requisito de la condición de enfermo. La  secuencia de actividades y tiempos del fin de semana se hacen presentes el lunes de modo inexorable.

Pero lo peor de la tiránica insulina es que impone su presencia protagonista en todas las relaciones sociales. Cualquier relación amorosa deviene inevitablemente en un trío, haciendo compatibles las caricias y los besos con los pinchazos, imponiendo una experiencia corporal que se funda en los contrastes. Lo mismo en cualquier grupo amistoso, que se encuentra interpelado para adaptarse a la excepción del “insulota”. Los tiempos precisos, las prohibiciones latentes, las incompatibilidades y otros factores erosionan la espontaneidad, limitan los posibles y reestructuran las actividades comunes para hacer respetar la diferencia.

Todo termina en la noche. En las horas del lecho la extraña dama se hace presente en los sueños. En una situación de prehipoglucemia el inconsciente hace explotar todas las imágenes de los placeres dulces prohibidos. Esta es la señal de que la frontera de la hipoglucemia se ha convertido en realidad. Al despertar las alertas se disparan, pero, de nuevo paradójicamente, contrasta con la debilidad de las fuerzas. La cabeza se encuentra en estado de lentitud exasperante y los brazos no tienen fuerza. La busca de soluciones tiene que ser inmediata, para experimentar la última paradoja: todo termina en una subida que requiere del arte de incrementar la dosis de insulina para volver a la estabilidad. En ocasiones se puede tardar dos o tres días en conseguir doblegar las subidas y bajadas.

La vida cotidiana de un diabético estriba en conseguir maximizar las gratificaciones vitales sin afectar a la estabilidad. Esta cuestión, que parece tan sencilla, es un verdadero desafío que requiere inteligencia, capacidad de aprendizaje y una voluntad acreditada. En este proceso el sujeto diabético tiene que aprender a confiar en sus propias fuerzas, pues es casi imposible obtener ayuda profesional para esta cuestión. El sistema profesional se orienta a controlar la enfermedad, quedando la vida, bien en segundo plano o bien en las áreas secretas que acompañan a las consultas orientadas a la patología y sus estándares. La finalidad del paciente es, por el contrario, conseguir elevar el techo de una buena vida. Ahí estriba la soledad irremediable del paciente diabético.

En estos días atravieso una crisis derivada del mal estado de la enfermedad. El origen de la crisis se remite a la vida, que ha sido desestabilizada por una excepción que la patología no tolera. Ha pasado su factura. Pero el tratamiento de la nueva situación se polariza a una reestructuración de las insulinas. El dispositivo médico-industrial me administra una nueva maravilla, la Tresiba, insulina de nueva generación que viene acompañada de la promesa de la estabilidad eterna. Se supone que mis hipoglucemias remitirán con el nuevo tratamiento insulínico, con relativa independencia de mi vida., que se entiende como un proceso mecanizado de ajuste entre los tres factores influyentes En tanto que la nueva dama que se asienta en mi cuerpo tiene la pretensión de estabilizarme, yo tengo la obsesión de experimentar una vida diaria lo mejor que sea posible. Me pregunto acerca de si un día podré liberarme de las agujas y de esa intrusiva y dominante señora.



jueves, 9 de febrero de 2017

DOUGLAS RUSHKOFF Y LA CARRERA COERCITIVA INVISIBLE



Una de las paradojas más sorprendentes de las sociedades del presente estriba en la reafirmación de la ciudadanía y la democracia, que se constriñe en el ámbito político-estatal, siendo simultánea a  la preponderancia creciente  del mercado, que propicia el desarrollo de un conjunto de dispositivos comerciales y mediáticos que tienen como objetivo conocer completamente a los sujetos compradores con el objetivo de modificar su voluntad. La magnitud de estas estructuras ha ido creciendo acumulativamente, de modo que invade todas las esferas sociales, exportando sus programaciones, tecnologías, saberes y supuestos. Así la política y el estado son penetradas por la expansión de los dispositivos comerciales. En este punto es pertinente preguntarse hasta qué punto interfieren la formación de la voluntad política y erosionan la condición de ciudadano.

En este texto voy a expresar una posición que rompe el consenso vigente, que incluye a la derecha, la izquierda -todas las izquierdas- y, hasta el mismísimo metafísico centro. Me enoja contemplar cualquier acontecimiento mediático, de esos que denominan como “debates”, apelando a la racionalidad de los participantes, y que es interrumpido para dar a los espectadores “consejos comerciales”. La mayor parte de estos son sencillamente mentiras gruesas. El caso paradigmático de los de fármacos o productos como el Danacol alcanzan niveles de embustes superlativos. Pero nadie, nadie, cuestiona estas áreas liberadas del control racionalizado o la controversia. Se trata de un verdadero campo donde reina la excepción. En tanto que políticos, científicos, filósofos u otras especies racionalizadas son escrutados y cuestionados en sus esferas respectivas, la inteligencia racionalizada se detiene en la frontera de la publicidad y los reinos comerciales.

En 2001 fue publicado un libro de Douglas Rushkoff “Coerción. Porqué hacemos caso de lo que nos dicen”, en La Liebre de marzo. En este, problematiza esta cuestión definiendo la acción de los dispositivos comerciales  en términos de coerción. Durante muchos años he recomendado este libro a los alumnos y en varias ocasiones ha suscitado reflexiones y discusiones. Antes de seguir he de advertir a los lectores a propósito del autor, que no es un filósofo crítico, sino un original ensayista y analista del presente, considerado un experto en el cyberpunk. Es profesor en la universidad de Nueva York. Siempre busco en el océano de los textos a personas que tengan perspectivas originales. Con libros de Rushkoff me encontrado gratamente en tres ocasiones distintas.

El hilo conductor del texto remite a la cuestión de la influencia y la persuasión. Los poderes comerciales generan estrategias con el fin de influir en las percepciones y los comportamientos de los consumidores. La consecuencia es que todos somos personas tratadas con técnicas. Insisto en la importancia de formularlo así: tratados con técnicas. De este modo estos dispositivos instituyen formas de comunicación persuasiva que se fundan en la observación y la manipulación de la relación con las personas destinatarias. En los primeros tiempos de estas instituciones, en las primeras versiones del marketing y la publicidad, las personas eran consideradas como el efecto automático de su estrato social. Se suponía que sus comportamientos se derivaban de sus condiciones sociales. Así una persona se entiende como parte de un segmento de demanda o target que determina lo esencial de su comportamiento.

La evolución del mercado ha revisado esta cuestión, considerando la especificidad de cada persona. Así se han instituido versiones del marketing “uno por uno” o publicidades sofisticadas orientadas a públicos específicos. En la comprensión de los comportamientos sociales, las viejas ciencias sociales van siendo desplazadas por el psicoanálisis, las psicologías cognitivas y las neurociencias, que proporcionan el soporte para visualizar a cada comprador, en tanto que destinatario de una operación de persuasión que compatibiliza las estrategias sociales con las individuales. Así se confirma la naturaleza desigual de esta relación. Cada uno es inspeccionado y escrutado por un conjunto de macrodispositivos que pretenden orientar su comportamiento.

El aspecto más relevante que plantea Rushkoff radica en lo que denomina como “carrera coercitiva”. Cuando las estrategias para influir sobre la cognición y la voluntad individual no obtienen resultados, son reemplazadas por otras tecnologías de la relación y la persuasión. Así las corporaciones comerciales avanzan en la reconquista de la usurpación de la voluntad individual, influyendo sobre la vida diaria de un modo mucho mayor que en cualquier época anterior. Soy víctima de la persecución de movistar para que amplíe el contrato. Tengo la convicción de que no se cansan. Siempre reaparece un comercial portador de nuevas propuestas y métodos. Me encuentro agotado de tanta resistencia en intervalos cada vez más cortos. Así, la renovación de los métodos de persuasión es permanente, incrementando los niveles de coerción efectiva que adquieren la naturaleza de acoso personal.

El arsenal de métodos de rastreo, detección, captura, influencia y establecimiento de vínculos, no deja de renovarse y ampliarse. Las tecnologías digitales desempeñan un papel relevante en estos procesos. Todas las semanas recibo conminaciones para descargar actualizaciones de programas que no uso en mi Smartphone. El arte de la resistencia se contrapone a la sofisticación creciente de la persuasión comercial. Cada persona queda convertida en una entidad transparente para los dispositivos de la persuasión, que pueden elaborar un repertorio de actuaciones sobre cada cual.

Pero la cuestión central radica en definir la naturaleza de la relación entre las personas y los dispositivos comerciales. Aquí Rushkoff propone una interpretación inquietante. Los saberes y las tecnologías de la coerción comercial tienen la pretensión de “bloquear el proceso cognitivo individual…tienen la esperanza de desconectarte de ti mismo”. Comparto esta interpretación. Las instituciones del mercado infinito devienen en una fábrica de los consumidores mismos. Esta es la forma más eficaz de asegurar el crecimiento. Se trata de fabricar sujetos débiles, susceptibles de ser manipulados, seducidos y persuadidos mediante el manejo de relaciones dialógicas y de correspondencia. En este contexto cabe entender la desconexión de sí mismo, que me parece un modo brillante de definirlo.

Así, estos dispositivos de coacción subordinan los intereses individuales a los de las empresas productoras. Como dice Rushkoff “Al influir desmedidamente rebajan la capacidad de la gente para hacer juicios razonados…socavan así nuestro poder…existen múltiples procesos cognitivos naturales que pueden ser explotados por quienes conocen su funcionamiento”. La reducción de la capacidad crítica termina por convertir al seducido en un cómplice del dispositivo que lo captura. Rushkoff afirma que “el peor efecto es la dificultad de distinguir al manipulador del manipulado”. De este modo se genera un estado de opacidad y confusión en el que las instituciones del mercado infinito terminan por imponer a cada uno un conjunto de prioridades en sus vidas. La satisfacción, entendida como un factor permanente y creciente, termina por socavar los cimientos de una buena vida, en tanto que introduce una escalada imposible. De ahí resultan los malestares crecientes que expresan inequívocamente que muchos de los sujetos víctimas de la coerción amable no están bien con sí mismos.

La coerción generalizada de los dispositivos comerciales termina por invadir todas las esferas de la vida. En la esfera político-estatal se importan las lógicas y los métodos de los mismos. De este modo, al igual que en el plano comercial la voluntad de cada uno es interferida, el proceso de formación de la voluntad política es intervenido en buena parte. En mi opinión, en estas condiciones hablar de democracia es poco riguroso. Al igual que en el plano del mercado de consumo las personas son ubicadas en relaciones que reducen su capacidad racional, lo mismo ocurre en los procesos políticos y electorales.  Me hace mucha gracia cuando la mismísima Manuela Carmena, persona a la que respeto y estimo mucho, dice que trata de “seducir” a los ciudadanos.

Si esto es así se pueden explicar algunos acontecimientos que parecen extraños desde los paradigmas convencionales de la ciudadanía y la democracia. El triunfo de Trump es una manifestación en el plano político de la conquista de las mentes por estos dispositivos de coerción que disminuyen el poder de las personas frente a las fuerzas que los capturan. Esta relación perversa está ensayada en lo comercial. Así los antiguos cinturones rojos de las ciudades industriales europeas, feudos electorales de la izquierda, ahora devienen en base electoral de la nueva derecha autoritaria. Tras estos acontecimientos se encuentra la coerción convertida en obra de arte. Soy profesor y puedo contemplar los estragos de los dispositivos comerciales sobre las mentes de los jóvenes, muchos de ellos “desconectados de sí mismos” en la lúcida frase de Rushkoff.

¿se puede hablar con rigor hoy de libertad y democracia? Mi respuesta es que el proceso de ocupación de las mentes y el relevo por la gestión de las emociones se encuentra muy avanzado. Se agradece cualquier comentario.