Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

domingo, 13 de agosto de 2023

LA METAMORFOSIS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO

 

He leído el ultimo artículo de David Souto acerca del extraño devenir del pensamiento crítico. La serie de textos suyos que aparecen en los últimos meses en Vox Populi, tienen la virtud de romper un esquema de interpretación consensuado en el parco ecosistema mediático patrio. Este remite a la aceptación de que la política se reduce a los hechos que ocurren en el sistema político (partidos, elecciones, gobiernos…). Este reduccionismo instaura un campo de conocimiento cerrado en el que tanto las estructuras sociales como las instituciones globales son ajenas a las significaciones de los acontecimientos ocurridos en el sistema local.

Aún más, se asigna un estatuto de autoridad incuestionable a las instituciones de la gobernanza global, que se presentan como instancias técnicas y despolitizadas. En particular, las instituciones europeas son entendidas como un ente acerca del cual no cabe deliberación alguna. Se reproduce así el estatuto eclesiástico de santidad. Cualquier discusión queda zanjada cuando se alude al límite impuesto por Bruselas. Los parámetros que conforman la competencia de un político sobrevaloran su experiencia en las instancias europeas. La consecuencia de esta cultura política es la consolidación de una suerte de contrademocracia tecnocrática de autonomía reducida.

La Transición española hizo posible el final de las instituciones franquistas y el nacimiento de las novísimas democráticas mediante una ingeniería sofisticada de acuerdos que catapultó el consenso como un valor básico, dotado de un poder operativo para resolver situaciones vinculadas con equilibrios precarios. De esta forma, el consenso quedó petrificado como la norma central que rige el devenir del sistema político democrático, terminando por adquirir una connotación sagrada. Como consecuencia de esta beatificación, el consenso adquiere un papel rector en todas las instituciones, siendo apelado como principio válido para resolver cualquier situación.

Los efectos de la santificación del consenso, asignándole un valor mágico, fueron demoledores en el campo del conocimiento. Todos los actores se esforzaron en elaborar sus posiciones en términos compatibles con un quimérico mínimo común denominador. De este modo, desaparecieron deliberaciones acerca de los distintos posicionamientos; predominaron los efectos de maquillaje de las proposiciones de cada partido; fueron eliminados aquellos que no fueran susceptibles de ser consensuados y se genera un área oculta resultante de la distancia entre lo que se piensa y lo que se dice por parte de los actores. Así se ha instaurado un discurso único del que se han ido eliminando todas las definiciones susceptibles de ser excluidas del sacro consenso. Inevitablemente, los discursos políticos han adquirido la forma de un catálogo de purés y otros alimentos de fácil digestión. Los más perjudicados por esta licuación son las definiciones de las situaciones. De este modo, el sistema político se ha convertido de facto en una nueva iglesia, dominada por un recóndito clero, y donde los feligreses tienen que hacer visible la renovación de su fe.

El ejemplo de la violencia de género es paradigmático. Las numerosas formas de estas violencias son reemplazadas por los asesinatos, que se ubican en la cima del iceberg. Así se instituye un fundamentalismo punitivo que se resuelve en leyes, tribunales, jueces, policías y otros elementos del sistema penal, eliminando las definiciones de situaciones múltiples y diversas que configuran esas violencias. La comunicación pública queda brutalmente mutilada, siendo reducida a una polarización entre los que favorecen y los que castigan los asesinatos. El espesor y la complejidad de los problemas quedan abolidos por esta nueva inquisición penalista. Los episodios de debates públicos entre políticos recuerdan a los de las víctimas del terrorismo. Cada uno es impelido a pronunciar las condenas atendiendo principalmente al tono. Solo un tono convincente libra a cada uno de la sospecha de ser tolerante con el mal.

El artículo de Souto puede ser leído desde esta perspectiva. Este presenta la metamorfosis del pensamiento crítico, formulado en el contexto histórico de la primera parte del siglo XX, que ahora ha devenido en una verdad oficial formulada desde las instancias globales de la gobernanza mundial. El marco de referencia de los artículos de este autor se atiene a las ideas en puja en escenarios globales, en tanto que las formulaciones de la política local se referencian en los acontecimientos que tienen lugar en el campo estrictamente nacional-local.

La tesis principal de este artículo apunta a una inversión del pensamiento crítico, que, en el nuevo contexto histórico, se convierte en una herramienta al servicio del nuevo autoritarismo tecnócrata. La pandemia ilustró elocuentemente la nueva gubernamentalidad emergente, que reconvierte a las élites estatales en gestores de los intereses de las corporaciones globales, socavando las deterioradas democracias debilitadas por su subordinación a los mercados expansivos. Ahora, las autoridades estatales recurren a la divinización del pensamiento crítico, que, paradójicamente, deviene obligatorio y excluyente de los renuentes, que son condenados al ostracismo bajo la etiqueta de negacionistas.

El pensamiento crítico, en la nueva versión en uso, apela, no tanto a pensar los problemas, sino a aceptar resignadamente las orientaciones emanadas de las nuevas autoridades globales. En palabras de Souto, se trata de “interiorizar los pequeños catecismos que ahora serían verdades irrefutables”. Así, el nuevo pensamiento crítico tiene la pretensión de obtener el consentimiento ciudadano, adoptando una forma que obliga a cada uno a mostrar su adhesión, bajo la amenaza de ser etiquetado como irracional. Este nuevo pensamiento crítico, que se jacta de referenciarse en una ciencia entendida como un conjunto de verdades indiscutibles, al estilo de las viejas religiones históricas, adoptando un formato autoritario que termina por descalificar a personas, científicos independientes, e incluso a segmentos de poblaciones. Souto utiliza el significativo concepto de “excomunión ontológica”.

El nuevo pensamiento crítico tiene como consecuencia la conformación de un supremacismo moral, que termina condenando moralmente a quienes no acaten sus supuestos. Las propuestas del nuevo pensamiento crítico devienen en un conjunto de dogmas blandos que se sobreponen a las ideologías convencionales de derecha e izquierda, dando lugar a una convergencia sobre aquello que puede denominarse como mínimo común denominador. No es de extrañar que, desde algunas intervenciones recientes de portavoces de la izquierda, como la ilustre Mónica García, recriminen al PP madrileño encontrarse más lejos de los preceptos enunciados desde el Foro de Davos. Ese espacio de consenso es sorprendentemente sólido, destacando el acuerdo en la militarización, el apoyo activo a Ucrania en la guerra, el seguidismo ciego respecto a la OTAN y la glorificación de las autoridades europeas, cuya jurisprudencia es aceptada de un modo equivalente a las prescripciones emanadas de los viejos concilios de la Iglesia.

El torbellino de rivalidades locales producido en la disputa por el gobierno, encubre un área oculta de gran magnitud de consenso. Esta es invisible mediante el alud de descalificaciones e incidencias que conforman la videopolítica local. La narrativa de la confrontación entre el viejo fascismo y el bloque del progreso, que reflota en las últimas elecciones, y agota los discursos parroquianos locales, es trascendida en los artículos de este autor. De ahí que se pregunte si es, precisamente, el pensamiento crítico, quien ha ganado las últimas elecciones.

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