Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 16 de agosto de 2022

EL NUEVO AUTORITARISMO POSPANDÉMICO Y LAS FANTASÍAS PUNITIVAS

 

En las elecciones el pueblo tiene la ilusión de ejercer el poder, pero no es así, claro, no hay voluntad general, esa es una idea metafísica

Gustavo Bueno

Es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado

Voltaire

 

La pandemia de la Covid ha significado una importante mutación en las formas de gobierno, dando lugar a una nueva gubernamentalidad inédita. Esta puede definirse como la ampliación inusitada de la intervención gubernamental en todos los espacios sociales y de la vida, mediante una hiperreglamentación de las actividades y un sistema de vigilancia magnificado que otorgaba a la policía funciones y prerrogativas extraordinarias. Asimismo, se estableció un sistema de sanciones a los renuentes, que sufren una persecución insólita mediante las denuncias de los medios de  comunicación. En este proceso, el gobierno acrecienta su papel en detrimento de otras instancias institucionales, al tiempo que se minimizan las relaciones con instituciones y organizaciones de la sociedad civil. Todas las comunicaciones son marcadamente unidireccionales y verticales y desaparece de facto la consulta.

El resultado de este modo de gobierno es la conformación de un nuevo autoritarismo ejercido en nombre de la ciencia y la salud total. Sin embargo, la nueva gubernamentalidad de la salud imperativa presenta algunos aspectos que remiten a viejos regímenes teocráticos. Una relectura del libro de Thomas Szasz “La teología de la medicina”, es más que ilustrativo para reconocer los orígenes del imaginario gubernamental ataviado con algunos preceptos epidemiológicos. El aspecto principal que lo ratifica es el de la naturaleza de la etiqueta “negacionista”, que condensa todos los atributos de los viejos herejes, renegados, y otras figuras malditas resultantes de las persecuciones religiosas. El término negacionista implica una condena moral en el máximo grado. Los platós de las televisiones se pueblan de propagandistas dotados de cuerpos posmodernos y oratorias comerciales, que condenan a los supuestos negacionistas en términos equivalentes a las vetustas autoridades religiosas.

La pandemia es un acontecimiento que no ha concluido definitivamente, en el sentido de que sigue ejerciendo como amenaza imaginaria para un futuro inmediato. Pero, es que, además, se configura como modelo de gubernamentalidad para las siguientes situaciones excepcionales. Así, el recién promulgado decreto de ahorro energético representa la continuidad del modelo pandémico, que puede ser calificado como “gobierno basado en la amenaza”. Se promulga una reglamentación con la finalidad de ahorrar energía, y, en vez de intensificar las relaciones y las consultas con la finalidad de convencer, se profieren amenazas de multas y se presenta el argumento supremo de la vigilancia. De nuevo la policía adquiere una dimensión cosmológica, dotada de las capacidades de supervisar todos los días los escaparates y los comercios de todo el territorio, para detectar y sancionar a los malvados negacionistas. La amenaza abierta se configura como el vector principal de la acción de gobierno.

La nueva gubernamentalidad pandémica prospera en entornos muy diferenciados, y con cierta independencia de las adscripciones ideológicas de los gobiernos. Así se ratifica lo que en este blog se denomina como “partido transversal”. Este se sustenta en un conjunto de tecnocracias, profesiones económicas de élite y líderes mediáticos que amparan un programa político referenciado en el conjunto de organizaciones globales que conforman un verdadero gobierno mundial en la sombra. Cualquier gobierno constituido recibe presiones para respaldar el programa común elaborado desde las corporaciones trasnacionales y sus entramados organizativos. Ese programa hoy contiene algunos elementos progresistas, feministas, ecologistas y de derechos humanos, formulados tibiamente y compatibles con otros elementos determinantes de lógicas sociales dualizadoras, tales como la precarización, la individuación radical y la mercantilización completa.

El problema principal derivado de la nueva gubernamentalidad radica en que su modelo referencial es el confinamiento, situación excepcional que genera una economía para las policías que hace posible la vigilancia y control del espacio público. Pero, una vez concluido este, la policía es debordada por la enorme variedad de movimientos y actividades de las personas. Recuerdo que lo más patético de ese tiempo fueron las promulgaciones de confinamientos parciales en las zonas básicas de salud. Al ser artificiales, creadas en un laboratorio epidemiológico, sus fronteras registraban una cantidad inusitada y variada de movimientos que la policía tenía que supervisar. Esta fue desbordada manifiestamente, al igual que en la vigilancia y control de la noche o las playas y espacios públicos. También en el proceloso mundo de la vigilancia, el prodigioso avance de la ciberseguridad genera la ilusión de que es factible el control total de poblaciones en su medio físico.

Así cristalizan las ideologías de la seguridad, elemento central de la nueva gubernamentalidad. Estas devienen en fantasías punitivas. El caso de los pinchazos para la sumisión química ha suscitado discursos securitarios alucinatorios. Así, algunos portavoces policiales afirman que tienen bajo su control el espacio festivo nocturno, mediante efectivos que actúan de paisano. Recuerdo que, hace ya muchos años, murió por sobredosis un joven en una discoteca de Málaga. El furor mediático determinó que la policía registrase a los asistentes a fiestas en discotecas. Recuerdo que en la Industrial Copera de Granada se formaron grandes colas para el acceso. El tiempo mostró que el espacio festivo es múltiple y que su control exigiría unos efectivos policiales imposibles: La eficacia de estas vigilancias es mínima. Es sabido que en las prisiones llegan toda clase drogas y ha sido imposible resolver esta cuestión.

Entonces, el confinamiento, junto con la factibilidad de la vigilancia total en el ciberespacio, han generado unas ensoñaciones punitivas en las autoridades, los medios y las policías. La nueva gubernamentalidad autoritaria y sus estrictas reglamentaciones, generan una demanda policial imposible de satisfacer. La eficacia policial es factible cuando, como en los antiguos países del llamado socialismo real –que por cierto, no tenía nada que ver con la idea del socialismo- es acompañada de un aparato judicial y penitenciario sin fisuras y colosal. El éxito de la Stasi o la Securitate rumana radicó en que en aquellas condiciones era posible la colaboración de millones de delatores. Por esta razón fue inquietante la emergencia de los llamados policías de balcón en el confinamiento.

A pesar de su mermada eficacia represiva, la nueva gubernamentalidad autoritaria, se funda sobre un concepto esencial: se entiende a la población como un constructo estadístico carente de cualquier autonomía. Esta es una masa de gentes que propicia el escondite de los malos, negacionistas de distintas clases. De ahí el furor policial. Es menester encontrarlos y castigarlos. Así se genera una rica y variada taxonomía de gentes que se encuentran ahí, entre la gente, y que es menester identificar, separar y sancionar. Entre el pueblo se encuentran los desobedientes, los insubordinados, los infames, los pérfidos, los indeseables que deben ser aislados de manera efectiva. De ahí la apoteosis policial.

Siento tener que decir esto claramente, pero es preocupante la deriva del feminismo hacia el punitivismo, así como la reciente ley de animales en la que el espíritu de las multas y sanciones comparece como elemento central. Tras ello se esconde la idea de que el problema es castigar a los malos, pasando a un segundo plano, en trance de disipación la aspiración a influir. El viejo y lúcido concepto de hegemonía se desvanece en esta izquierda punitiva. Así comparece la sombra de las viejas “democracias populares”, monolíticas en sus ideas y alumbradas por la idea de que el pueblo es el refugio de los enemigos. Para una persona de mi trayectoria esto representa una conmoción terrible.

El problema del nuevo autoritarismo de la apoteosis policial estriba en que ha seguido la pauta del Plan Nacional de Drogas. Este es un dispositivo que ha creado un imaginario sobre sí mismo y su función que lo aísla radicalmente de la realidad. Se puede constatar una escalada de furor diagnóstico que amplía sin cesar las poblaciones estigmatizadas, al tiempo que en su entorno proliferan los usos de distintas drogas, acompañadas de un conjunto prodigioso de discursos y prácticas que sustentan una idea de la buena vida contraria a la abstinencia total de los fundamentalistas. El PN Drogas constituye el cierre completo a la sociedad, la clausura de todos los canales y todas las comunicaciones. Así termina siendo una venerable secta, alimentada por recursos gubernamentales y respaldada por ideologías salubristas y médicas.

El misterioso mundo de los gobiernos de la postpandemia reproduce algunos elementos de los apuntados por el PN Drogas. Así se explican sus desvaríos inconmensurables y sus hermetismos de democracia popular reciclada. Así labora por poner a la derecha en la Moncloa. Lo que algunos nos preguntamos es hasta dónde llegará esta con un terreno tan pacientemente abonado para el autoritarismo policial. Porque sí se puede afirmar que entre las derechas y las policías existe una sinergia fértil.

 

 

 

 

 

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