Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

miércoles, 4 de mayo de 2022

GRIPES, TRANCAZOS, MENTIRAS Y CINTAS DE VIDEO

 

 

La atención sanitaria se encuentra tensionada por objetivos que son formulados desde el exterior a su propio campo social. La industria y otros agentes introducen objetivos, formulaciones y problemas que configuran el sistema de atención sobrecargado de efectos perversos. Así se constituyen un conjunto de rutinas que descansan sobre una mirada profesional descentrada. Tras el episodio de la Covid, vuelve uno de los temas recurrentes, como es el de la gripe, que absorbe una parte importante de la energía del sistema de atención en un problema que se encuentra determinado por su bajísima eficacia. El sistema es interferido por los fantasmas que acompañan a estas infecciones, menguando sus capacidades y configurando un excedente que bloquea la asistencia.

La gripe se constituye así en una maldición de esterilidad de la acción profesional, así como un indicador de sus déficits de inteligencia colectiva. El peso muerto de una opinión pública constituida sobre ideas cuyo único fundamento son los intereses empresariales de industrias que expanden sus productos y mercados con un impacto terapéutico extremadamente bajo. Siempre me he interrogado acerca del peso determinante de los hábitos mecanizados fundados en falsas creencias que merman la eficacia. Durante tantos años estuve anclado en la universidad, que opera de modo automatizado muy lejano al aprendizaje efectivo de sus estudiantes, ahora compradores de créditos académicos.

Esta razón me ha llevado a rescatar un viejo artículo de Agustín García Calvo, publicado en el diario La Razón. Este califica el tratamiento de la gripe como la gran vergüenza del siglo en su titular. En el texto se expone una visión profana de lo que denomina como “trancazo”, y que define como una interrupción temporal de la vida, pero no de la misma como rutinas robotizadas en torno al trabajo y el ocio industrializado, sino como una posibilidad de vivir microexperiencias, experimentar acontecimientos, disfrutar de las pequeñas cosas y descubrir realidades mediante la cualidad de pensar y comunicar con otros. A este propósito dice que este episodio podría interferir la posibilidad de un episodio amoroso o un descubrimiento.

Me parece un texto cargado de inteligencia y de sutilezas que desvela los sentidos invertidos de la asistencia sanitaria industrial, conmovida por las sucesivas olas de problemas cuya solución queda en el exterior del mismo. La gripe constituye un indicador elocuente de esa situación perversa que, en el caso de la atención primaria supone, nada menos, que una desviación de las finalidades, soslayando los problemas importantes tratables para concentrar las energías en macrooperaciones cuyo único sentido es reforzar el control social sobre los pacientes y reforzar sus disposiciones litúrgicas hacia la institución. Es decir, intensificar el proceso de medicalización de la vida, así como el debilitamiento de la autonomía de los pacientes, a favor de estimular su dependencia de los profesionales.

El precio de esta gran bola de fuego es interferir la institución misma, debido a los problemas derivados de su misma programación, que convierte a los profesionales de la atención primaria en gestores de datos de lo que se denomina como ILT (Incapacidad Laboral Transitoria). Su función no es, entonces, la de ayudar a las personas y familias a afrontar los trancazos, sino la de registrar, controlar y recetar. Todo bajo la operación central de la  sagrada vacunación, que deviene en el emblema del bloqueo de esta institución.

Los profesionales, como los borregos de Panurgo, operan sin dudas en esta fatal cadena de producción que termina fatalmente bloqueándose a sí misma, disminuyendo su inversión en los problemas importantes. Así, se orientan a consolidar una demanda infinita que en sí misma es paralizante y autodestructiva. También a movilizar su influencia para convertir a los pacientes en hiperfrecuentadores obligados, negando sus capacidades de afrontar los problemas de salud de la naturaleza de un trancazo. Se opera de una forma inversa a los sentidos subyacentes a las reformas de atención primaria formuladas en varias versiones, pero cuyo sistema de sentidos es una moderada desmedicalización, así como el reforzamiento de las capacidades de los pacientes. Al contrario, se trata de tratar, de registrar, de controlar, de obtener la obediencia del asistido, de dominar, de confirmar su incapacitación.

Leyendo el artículo de García Calvo no he podido sustraerme al recuerdo de las gripes de mi infancia, hace ya más de 60 años. El menú era la cama, el arte de sudar, la virtud de aguantar, la ventilación de la habitación, la dieta blanda de los caldos y pescados leves, los cariños de las cuidadoras profanas a los enfermos. El doctor Cárdenas, que era nuestro médico, venía sólo a confirmar la enfermedad, y su última visita para corroborar la gradual incorporación a la vida interrumpida. Así los lectores podrán adivinar mi posicionamiento de preocupación por esta maldición de progreso invertido vigente en el presente; mis lamentaciones ante el descentramiento radical de la atención primaria; así como la confirmación de una demanda disparatada, carente de cualquier fundamento científico, y sostenida sobre las legiones de pacientes nutridos por las conminaciones de la televisión y las advertencias catastrofistas de los profesionales.

 

 

LA GRAN VERGÜENZA DEL SIGLO

AGUSTÍN GARCÍA CALVO

 

Acabo de pasar, como tantos otros, un trancazo, y ni siquiera estoy seguro de darlo por pasado: porque ya saben, los millones de ustedes que lo hayan padecido, cómo es el bicho, que,  con sus inmundos ataques alternativos a nariz, a garganta, a bronquios  u otros recovecos, con sus engañosos respiros, recaídas y vuelta a empezar, sigue su curso, amorfo, mucilento, pero imperturbable, sin conocer una convalecencia como las otras enfermedades ni llegar a un desenlace definitivo.

Bueno, pues ahí tienen: llevamos sometidos a esta peste de la humanidad progresada toda más de 90 años, desde que se estableció, como ya de niños nos contaban,  con la “gripe española” a fines de la Gran Guerra: un consumo ingente de vidas, no ya las de los muertos a reata de alguna complicación, sino la de los supervivientes del trancazo común, capitidisminuídos,  no digo en su rendimiento laboral en fábricas u oficinas, lo cual podía contar como una bendición, pero a la vez en cualquier impulso que a uno pudiera venirle  de amor exuberante o de lúcido descubrimiento de las mentiras;  y eso sin consuelo alguno, con un gasto  milmillonario en potingues para apenas aliviar, con suerte, algunos de los síntomas transitorios, pero sin cura,  y durando lo que el propio trancazo quiera, lo que la sabiduría popular, más certera que la Ciencia, ha aprendido, al cabo de un siglo de sufrimientos, a computar, “28 días, si no lo cuidas, y, si lo cuidas, 27”.

Había yo llegado a confiar en la vacuna, ese buen truco de imitar el mal en pequeño para que no ataque en grande; pero este año hasta la vacuna me ha fallado, y me ha dejado libre para maldecir de la peste y del Dios que nos manda.

Para la Ciencia al servicio del Poder, que les mete cada día maravillas de manipulaciones de órganos y genes,  el trancazo común  sin cura es ya la gran vergüenza;  pero lo que es el INRI es cuando encima le sacan el cuento de la Gripe A, haciéndoles creer que saben de lo que hablan, para distraerles del bochorno del trancazo común sin cura ni consuelo: no se dejen, por favor, y que el ejemplo del trancazo les valga para volverse a descubrir las falsedades del Poder y de su Ciencia.

 

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