Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

miércoles, 6 de octubre de 2021

LA UNlVERSIDAD: EL REVERSO DIURNO DEL CONTINENTE FESTIVO

 

Divertirse sería algo muy aburrido si todo el año fuera de fiesta

 William Shakespeare

 

El final imaginario de la pandemia estimula la irrupción en la superficie de las fuerzas de la vida, que se han mantenido sumergidas durante el largo tiempo de restricciones. Las cámaras de la tele se encuentran en estado de perplejidad ante la multiplicación de actos sociales en el espacio público cuando la noche se cierne sobre las calles. Todos los fines de semana capturan imágenes festivas en las concentraciones de jóvenes. Estas son calificadas con la etiqueta del botellón. Las voces autorizadas del dispositivo de poder epidemiológico claman cordura ante lo que perciben como un exceso de irresponsabilidad y proponen una racionalización de la diversión, trazando límites normativos. Este acontecimiento denota una gran crisis de inteligibilidad del sistema, incapacitado para comprender estos episodios colectivos. En este texto voy a descifrar aquello que el ojo de tan industrioso y racionalizado sistema no ve.

En las noches de los fines de semana, que comienzan en la del jueves, tiene lugar una inusitada explosión festiva. Una de sus manifestaciones consiste en tomar las calles para asentarse colectivamente en ellas. En esta práctica social se deambula, se habla, se ríe, se baila, se bebe, se consumen distintas drogas y se practican las artes de estar juntos. Estas prácticas han sido denominadas como “el botellón”. En mi opinión, se trata de un fenómeno social que significa un excedente con respecto a la capacidad que tiene el sistema de percibirlo e interpretarlo. De este modo, el botellón desborda el sistema de modo patente, delatando su escasa capacidad cognitiva y mostrando su patetismo intelectual. Este acontecimiento social, nacido en el final de los años ochenta, no ha dejado de crecer, reafirmarse y reconfigurarse, en tanto que los esquemas de interpretación del mismo, aparecen congelados y petrificados.

El botellón representa el iceberg de un sistema festivo mucho más amplio y diverso. Es la parte visible y accesible a las miradas de los atónitos y confundidos ciudadanos-televidentes. Pero el sistema de prácticas festivas es mucho más amplio. En él se incluyen las fiestas que tienen lugar en espacios privados, en distintos recintos lúdicos de ocio y en domicilios. Este sistema festivo múltiple se basa en la trashumancia nocturna. Para un sujeto festivo, la noche siempre es un itinerario que tiene varias fases y localizaciones. El botellón es solo uno de ellos. Antes tiene lugar un preludio que puede descomponerse en varias actividades y localizaciones. Después tiene una salida múltiple, que termina en distintos lugares.

La potencia de este sistema festivo es portentosa. No ha dejado de crecer desde los dulces ochenta y convoca principalmente a millones de jóvenes. Desde las coordenadas del abrumado sistema se sobreentiende como ocio y diversión. En los primeros años se programaron actividades lúdicas dirigidas por animadores profesionales, cuya intención era controlar y domesticar esta irrupción. Viví en primera persona esta patética experiencia. Pero el botellón, más bien el sistema festivo, se muestra incontrolable y se encuentra dotado de una robustez que lo hace ingobernable. De ahí que los piadosos soldados del ocio controlado hayan renunciado, y, al definirlo como irreductible, le atribuyen la naturaleza de un problema de orden público. Las policías toman el protagonismo nocturno y pastorean a las concentraciones, que se dispersan y recomponen incesantemente. La multiplicación prodigiosa de horas extra de las fuerzas de seguridad no parece tener eficacia alguna.

Y es que el botellón es un fenómeno social. Se trata de un sistema de relaciones y de prácticas sin finalidades explícitas. Ahí radica su vigor y su autonomía. Con un conglomerado social de esta naturaleza es imposible dialogar o negociar. Por eso parece imposible someterlo. Este magma social carece de discursos estructurados, lo que le hace muy poderoso, en tanto que su vitalidad se hace simultánea con la imposibilidad de generar interlocutores. Se trata de un fluido agregado de públicos, grupos y personas fluctuantes. Sin interlocución posible,  solo queda descargar sobre sus espacios la fuerza de las policías y las condenas de las televisiones, así como los discursos misericordiosos de los profesionales sanitarios y los servicios sociales. Pero en este alud de críticas resalta una ausencia clamorosa: los docentes. Esta es una pista esencial para descifrar su significado.

Porque el fenómeno botellón/magma festivo se corresponde con el incremento de población estudiantil, así como con la prolongación de la escolarización, que, como apunta lúcidamente Enrique Gil Calvo, carece de un final definido. La expansión de este sistema de relaciones y prácticas cada vez tiene una relación más explícita con los tiempos de la escolarización. Este año descubrimos en Mallorca la generalización de los viajes de escolares tras el tiempo de abstinencia social por exámenes. Los tiempos intersticiales sobre los huecos del calendario académico generan una efervescencia nocturna extraordinaria. Así, se acredita la relación recóndita entre los ardores festivos noctámbulos y la tediosa vida académica.

Las grandes reconfiguraciones sociales sin finalidades explícitas y regidas por la sensibilidad muestran su solidez y su expansión sin techo. Los mundos del fútbol y de la música son elocuentes, en tanto que generadores de una energía desmedida. Pero estos sistemas sin finalidades sí se corresponden con condiciones estructurales determinadas. En el caso de la multiplicación del magma festivo, este se concuerda con la extensión sine die del tiempo de escolarización. Un sujeto escolarizado es internado en la institución pre-escolar con tres o cuatro años y se encuentra sumido en distintos sistemas de prácticas, becas, máster, doctorado u otras formas de escolarización llegando a los treinta años. Un elemento central de estas instituciones radica en la rigurosa limitación de la responsabilidad. Un estudiante es un sujeto estrictamente conducido, que tiene que cumplir normas y estándares sin margen individual de desviación.

Desde esta perspectiva se hacen inteligibles los ardores festivos nocturnos. La noche y el finde son los tiempos de reverso nocturno de la interminable escolarización. Si los concentrados en las aulas se rebelaran en sus contenedores serían vencidos y sometidos. Así se conforma la inteligencia subyacente a la gran fuga. Se trata de apoderarse de otro espacio y tiempo en donde resarcirse mediante prácticas asimétricas a las actividades racionalizadas imperantes en el mundo prosaico de las aulas eternas. El magma festivo es una respuesta a ese sinsentido de prolongación de la escolarización y dilatación del acceso al mercado del trabajo. Si es inevitable esperar tantos años y años, es mejor hacerlo mediante la concentración social de los cuerpos de los candidatos a la integración congelada en el mercado de trabajo.

Esta explicación hace inteligibles las prácticas de los fugados de ese hermético sistema. La masificación, la construcción de un nosotros difuso, el cemento de las emociones compartidas, la negación implícita de lo normativo, el cultivo de la burla y el humor corrosivo, la reversión de la clasificación por el mérito, la expresión…Así se configuran los bárbaros nocturnos que practican las asimetrías con las normas de gusto prevalentes en las instituciones de la sociedad que los enjaula. Beber en recipientes de plástico o sobre las botellas, generar residuos sólidos en una cantidad equivalente a las actividades superfluas a las que son obligados a realizar en las horas de aula y de luz. El envés nocturno de la excelencia prolifera en la noche. El exceso de kétchup, de mostaza, de comidas industriales con sabores fuertes. El mal gusto se impone en todas las fugas, al igual que los turistas.

La prodigiosa expansión de la fiesta resulta del rompecabezas del mercado de trabajo, que se ha comprimido por efecto de la mutación tecnológica, liberándose de una parte sustancial de la población activa. La única solución que se ha encontrado es la de hacer esperar a los candidatos, así como adelantar la salida de aquellos en la que sea posible. Esta dilatación de la adolescencia dispara varios procesos encadenados fatales. El principal es la ampliación de la educación, que se descompone en múltiples etapas, imponiéndose el término de itinerario, que denota la naturaleza de un viaje sin un final unívoco en la gran mayoría de los casos. La extensión temporal de la formación determina una reestructuración de los contenidos, que incrementa el papel de los pedagogos, que se apoderan de este campo gradualmente.

Esta operación de reestructuración implica varias perversiones institucionales recombinadas. La principal radica en que se confiere prioridad a la clasificación de los sujetos viajeros candidatos a una salida del laberinto de titulaciones. Así, la sagrada institución de la evaluación se instala en la cotidianeidad del aula mediante la realización de múltiples pruebas insípidas e insustanciales, cuya finalidad es obligar a los internos a pujar por un puesto en la cola que se instituye. Se trata de clasificarlos continuamente. La contrapartida del predominio del sentido de asignar un lugar en un orden es la degradación de la formación en términos estrictos. El profesor deviene en un burócrata repartidor eterno de puntos. Los contenidos se rebajan escandalosamente y se instaura la lógica de la clasificación, que es un simulacro de la competencia.

Este terrible juego va vaciando de sentido a la institución y genera rituales de adaptación que mutilan inexorablemente a los viajeros. El deterioro es monumental. Los jugadores se ven impelidos a competir mediante la exposición de sus méritos. Cada uno es convertido en un solitario que tiene que lidiar con una individuación severa que se manifiesta en su currículum, carta de méritos. Los viajeros solitarios pronto aprenden la importancia de los decimales como factor decisivo en el orden de la gran cola de espera. Así, se tienen que esforzar para conseguir buenos resultados en actividades vaciadas, sin exigencia alguna. La relación entre los resultados y la formación es inexistente. De ahí resulta un desfondamiento fatal resultante de hacer muchas cosas sin sentido alguno, que no se acumulan en su haber.

La universidad deviene en una instancia de disciplinamiento efectivo de los profesores y estudiantes. Todos son reconvertidos a la moneda común del crédito intercambiable. Un universitario deviene en un comprador de créditos y un maximizador de resultados. Es un gran solitario desplazándose por un espacio en el que se ha reconfigurado lo social. También un gran pragmático que aprende rápidamente a hacer lo que se le pide. Tiene que fabricar sus números en competencia con los otros, aprendiendo a relegar su propia formación. En este orden institucional es movilizado permanentemente, al tiempo que vaciado de contenidos. Este modo de individuación tan severa, rigorista y absurda, propicia la fuga y la búsqueda de un lugar en donde se recomponga un nosotros sin resultados y sin competencia. Este es el fundamento del magma festivo. La fiesta es un grito común de los que esperan sin horizonte de salida.

Desde estas coordenadas se hace inteligible lo que es la universidad a día de hoy. Es un mecanismo intensivo de producción de méritos con la finalidad de clasificar a sus participantes. Esta involución hacia su interior explica los porqués de sus descompromisos y sus silencios. Es un espacio en el que se ha consumado total e integralmente la reforma neoliberal. Un poder prodigioso instalado en las agencias de evaluación, programa y cuadricula todos los espacios en los que se desenvuelven los hacedores de méritos que la habitan. Algunos amigos, profesores universitarios, confiesan que carecen de cualquier tiempo disponible, dada la presión creciente derivada de su cartera de méritos. En este medio es coherente la degradación cognitiva, intelectual y moral.

De ahí resultan los malestares no racionalizados que propician las fugas. De ahí que no sea una exageración afirmar que la institución es el reverso diurno del magma festivo. No, el botellón no es un fenómeno extraño, sino arraigado en un suelo que se puede definir por estas condiciones de deterioro. Cuando veo a los locutores de la tele hacer juicios sobre los botellones, sobrecargados por una trivialidad inmensa, me acuerdo de mis últimos años en las aulas, en las que los compradores de créditos tenían que exponer más de un trabajo en el mismo día en distintas asignaturas. La banalidad es el resultado de este activismo desbocado al que conduce la clasificación y reclasificación sin fin de la cola. La gran mayoría de los escolarizados ha aprendido a responder en términos de renuncia a la formación privilegiando las artes de hacer muchas cosas para obtener resultados competitivos.

Las palabras de Shakespeare parecen pertinentes, pero lo que ocurre al anochecer en estas hiperavanzadas sociedades se ubica mucho más allá de la diversión. Se trata de vivir un momento en el que es posible desasirse de un modo de individuación tan opresivo y necio. Porque lo que se enseña verdaderamente en la Universidad de los créditos es a sobrevivir a una inédita dictadura, la de las agencias anónimas, que exhiben impúdicamente  su capacidad para cancelar la formación a favor de la clasificación de los sujetos.

 

 

 

 

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