Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 3 de diciembre de 2020

RECORDATORIO DE AGUSTÍN GARCÍA CALVO EN TIEMPO DE COVID

 

El pasado fin de semana tuve una experiencia sobrecargada de autenticidad. Mi perra se puso muy malita. Vomitaba todo lo que comía y bebía, tenía una descomposición terrible y hacía contorsiones de la parte inferior de su cuerpo. Cuando pasaron varias horas y la situación empeoraba me fui a Urgencias Veterinarias de un flamante Hospital Veterinario. En la espera en tan científico templo, recordé toda su vida conmigo. Cuando nos encontramos con la veterinaria y le expliqué la situación, recurrió a una radiografía, la cual identificó una gastritis considerable. Le puso un tratamiento de una semana con tres medicamentos, le administró una inyección y me sugirió tratarle una lesión minúscula en un ojo, una limpieza de boca y una analítica para confirmar la relación de la gastritis con los órganos principales, que se inscribía en un chequeo geriátrico, dada su edad.

Durante la espera pude comprobar el grado de medicalización asombrosa que se ha alcanzado. Firma de permisos de hospitalización; informes para compañías de seguros para hacerse cargo de los costes; convalecientes de cirugías diversas; consultas de revisión, y perros y gatos en muy mala situación debido a su avanzada edad y precaria salud. Dos asturianos discutían desolados la estrategia a seguir con su perro ingresado de dieciséis años, al que pretendían alargar su vida pese a su estado fatal. Al tiempo, recordaba el estado de Totas el día anterior en el que correteaba por los prados de la Casa de Campo llena de alegría, y olfateaba la comida que cocinaba para mí, sabedora de que era una beneficiaria segura de algún diezmo y primicia. Su alegría de vivir la cotidianeidad y sus actos gratificantes, contrastaba con la definición veterinaria como portadora de riesgos de enfermedades y propietaria de una enfermedad incurable: la vejez.

Esta experiencia me llevó a una reflexión sobre la vida, la enfermedad y la muerte. También me removió la terrible experiencia hospitalaria que tuve con Carmen, mi querida compañera, cuyos últimos años fueron un rosario de ingresos hospitalarios, que se acompañaban de tratamientos extremadamente agresivos, que socavaron su último tiempo a favor de prolongar su vida en un estado deplorable que limitaba su vida diaria. Aprendí que el tratamiento puede ser indistinta y simultáneamente, un alivio o un castigo sórdido y cruel. No, no quiero que Totas viva entre cables, máquinas, analíticas y el arsenal diagnóstico-terapéutico veterinario. Conocí en Granada, la experiencia de un perro diabético al que suministraban insulina dos veces al día. Murió en unos meses de vida infernal, sufriendo una dieta y tratamiento terrible.

Dos días después he quedado conmocionado por las iconografías de la inauguración del hospital de pandemias de Madrid. Las imágenes de las salas enormes, llenas de camas asistidas por aparatos, tubos, monitores y pantallas, remitían a unos dispositivos industriales semejantes a las granjas, en las que cada interno es clasificado por atributos objetivos y medibles. La apoteosis de las instituciones políticas de la era de la videopolítica, que maximizaban la imagen de las autoridades mediante la gestión semiótica de la enfermedad y el dolor, me generaban un rechazo de dimensiones inmanejables. El tratamiento industrial por macrodispositivos asistenciales  de la enfermedad, converge con la apoteosis de la imagen política, representando nítidamente la deriva fatal de las sociedades del presente, en las que el concepto progreso se disipa alarmantemente.

En una situación así, he tenido que aliviarme recurriendo a la inteligencia alternativa del maestro Agustín García calvo. En este blog ya publiqué un pequeño texto suyo “García Calvo y la salud persecutoria”. Ahora recupero dos textos que son columnas escritas en periódicos de grandes tiradas y que están recopiladas en un libro “mentiras principales”, editado por Lucina. Los textos de periódicos de este autor, son engañosos, en tanto que tienen una apariencia simple, que los asemeja a las apoteósicas verdades gritadas por las distintas clases de raperos. Pero sus contundentes afirmaciones encierran una sabiduría encomiable. Es su forma elegida de ir a la contra de lo que denomina “El Régimen”, que entiende como un dispositivo ubicado en la política y el más allá. Por eso su lectura requiere ser acompañada de una reflexión imprescindible.

 

SANIDAD

Seguro que, si te oyen por ahí despotricar del Régimen, lo primero que te sacarán los fieles de la mayoría será lo de la Sanidad Pública, los avances de la Medicina, la prolongación de la esperanza de vida y demás monsergas que ya sabes. Así que conviene que echemos cuentas, a ver si también eso es mentira, como todas las justificaciones del poder que te meten a diario.

Vamos a ver: cuando proclaman esos adelantos, ¿con qué están comparando?: con una situación en la que no había antibióticos y los niños se morían de cosas que hoy no mueren, que la falta de una Higiene elemental daba cancha hasta a pojos y sabañones, que ir una noche de bureo le costaba a don Tadeo lo que la copla dice, que, al no haberse desarrollado la Profilaxis de casi todo, los tísicos condenados a escupir sus pulmones, o si alguna moría de cáncer, ni se enteraba de qué era lo que la mataba…en fin.

Pues bien: aquí no tenemos a los niños de antaño muertos de garrotillo ni las víctimas de la sífilis o la gota que les acortó la esperanza; y sospechamos de la comparación de los muertos con que el Régimen quiere alegrarles a los vivos la pajarita. Y, si te mandan a comparar con los restos de salvajes que queden por los alrededores (que el Régimen ya les está metiendo a toda prisa la bendición de la Higiene y la Profilaxis), dí que tampoco vas a ir a  preguntarles a ésos lo que opinan de los cambios de máscara de la muerte.

Aquí lo que nos toca es descubrir su cara, sacar a la luz las enfermedades que ese mismo progreso nos ha metido a cambio: no ya el invento del SIDA o las anorexias adolescentes ni la proliferación bajo el nombre del cáncer de terrores insospechados o las misteriosas pestes hospitalarias que suelen en clínicas públicas o privadas, acabar con los aquejados de cualquier mal o exitosamente sajados por la cirugía, sino algo más grande y hondo: la propia enfermedad que trae consigo la Profilaxis, los masivos chequeos  y cuidados administrados de lo Alto, de donde está la Administración de Muerte: la creciente ansiedad y miedo que se apodera de la gente por las enfermedades futuras del repertorio que les anuncian: esa preocupación por la enfermedad futura en su sola enfermedad presente, la que les mata lo que de Vidales quedase.

Pues la enfermedad es la conciencia. Y, como esto había que razonarlo más largo y ya no va a caberme en la columna, lo dejaremos para otro día, si el Señor no tiene a bien cortarnos la esperanza de vida antes.

 

SANIDAD II

Eso de la Enfermedad es conciencia (una vez razoné  de cómo la entrada de información no pedida en el cerebro alto produce en el bajo un desconcierto en la multiplicación de células, o sea: cáncer), lo cual implica que la conciencia es una enfermedad; y, para que sea justamente humana (los animales libres no se sabe que tengan cánceres ni nada), es de entender que esa conciencia es ante todo una previsión, que convierte lo que no ha pasado en un saber de lo que va a pasar.

Y eso, a lo que nos queda de sano (de eso que el alma llama cuerpo), no le hace ninguna gracia: la profilaxis de los futuros que el miedo, religión, cálculo científico, inventan, cada vez más aprisa, lo condena a una ristra de gimnasias, chequeos, regímenes, a usar nombres caídos de lo alto, cafeína, colesterol, como si fueran cosas palpables, a vigilar números del metrónomo de tensión, a saludarnos con “cuídate mucho”…que apenas le dejan a uno tiempo para hablar con unos amigos del automóvil que se ha comprado o se va a comprar. Y si a eso es decente llamarlo vida, ustedes me dirán.

Pero al Señor le gusta así: vean, por ejemplo,  la campaña contra el tabaco: el Estado, paternal, se preocupa por nuestra salvación: nos cuida de los males que nos puedan tocar mañana (para ese truco, los factores innumerables  se reducen a cadena escueta y una causa: “fumar mata”) y, en tanto, el trastorno y latazo ingente que la campaña nos echa, hoy, encima…eso no cuenta.

Tú, por el contrario, honesto lector,  recuerda lo que el corazón te dice por lo bajo: salud es despreocupación, pues el futuro es muerte. Y esa táctica, claro, trae consigo algún riesgo (sin riesgo no se hace más que lo que está hecho), pero, en cambio, la de someterse a la ley de cuidarte de los males del mañana, o de tu ancianidad,  no es que tenga riesgo: es un resultado inmediato y cierto: que te han cambiado la vida, que a lo mejor podía vivirse, por futuro, donde no vive nadie.

 

 

En estos días agobiantes de la Covid, en los que la medicalización ha alcanzado niveles inauditos, parece preciso resaltar la verdad de las afirmaciones de que someterse a la lógica de los males del mañana, renunciando a una vida plena, dentro de las condiciones de cada cual, supone una grave amputación biográfica, porque, como afirma el maestro, en el futuro no vive nadie. Parece inevitable referirse aquí a los confinados en vida en las terribles instituciones de internamiento de ancianos.

 

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