Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 17 de diciembre de 2020

EL HOSPITAL DE VALDEBEBAS Y LA DECLINACIÓN DE LA MEDICINA EN EL CAPITALISMO DE FICCIÓN

 

El tiempo presente es extremadamente rico en paradojas. La institución de la Medicina se encuentra involucrada en varias de ellas. La reciente inauguración del hospital de Valdebebas hace patentes varios contrasentidos altamente elocuentes. Se trata de un acontecimiento que remite a significaciones que se encuentran más allá de la asistencia sanitaria. Esta, tras su etapa gloriosa en la que constituyó un pilar de los flamantes estados de bienestar del capitalismo fordista, en la esplendorosa época de los treinta gloriosos, ha sido intervenida por un mercado desbocado que la reformula según un proyecto de bienestar definido por el exceso para las clases pudientes y el déficit para las clases herederas de la clase trabajadora industrial.

Así, el progreso de los métodos de diagnóstico y de sus capacidades terapéuticas se ve lastrado por su conversión en un próspero mercado cuyo techo parece no tener fin, pero que es inaccesible para no pocos segmentos sociales. En esta situación emerge la pandemia de la Covid 19, que refuerza la dependencia de la asistencia sanitaria de las instituciones de la época. Así, las atribuladas instituciones políticas y los medios de comunicación, reconvierten drásticamente la respuesta estrictamente sanitaria, para inscribirla en órdenes de significación ajenos a los sentidos mismos de la respuesta. La politización y mediatización extrema remite a la subordinación de las profesiones sanitarias a las fuerzas sistémicas imperantes.

La extremada mediatización de este acontecimiento moviliza a múltiples expertos, ubicados en la red de organizaciones burocráticas académicas y de investigación, que comparecen en las pantallas encantados con su nuevo papel de portavoces de la mitologizada señora ciencia. Pero, en general, sus intervenciones son reformuladas mediante su adscripción a un orden de significación que sirve como munición a la contienda política. La dignidad menguante de esta alegre troupe de expertos, se manifiesta en su aceptación y silencio frente a la opacidad de las decisiones de las autoridades, que omiten las identidades de los supuestos científicos que los asesoran. La verdad es que la Covid ha intensificado una suerte de outsourcing  salubrista, en el que cada cual busca ideas en el almacén de las soluciones.

La troupe mediática de expertos, monopoliza la voz de las instituciones de la asistencia, en detrimento de los profesionales que ejercen en relación a los pacientes, que son rigurosamente silenciados. He leído un lúcido texto de un médico de atención primaria tan acreditado como Luis Palomo en el fértil blog “Salud,Dinero y Atención Primaria”, de Juan Simó. En el mismo afirma algo incontrovertible: que los expertos que pueblan las pantallas carecen de experiencia directa adquirida en el campo. Dice que estos “No atienden ni entienden”.  Este consistente argumento remite a una perversión asociada a los medios audiovisuales, que se ausentan del terreno específico en el que se producen los hechos para configurar un espectáculo que termina por emanciparse de las realidades críticas de la pandemia.

Esta suplantación de los actores, expropia a médicos, enfermeras y pacientes de su protagonismo en la pandemia. Esta es una de las razones por las que, desee el primer día, he focalizado las críticas a los epidemiólogos y salubristas ubicados en las organizaciones situadas en la atmósfera sanitaria, que es un espacio gaseoso donde todo termina mezclándose, siendo absorbido por el poder. La aceptación de facto de los profesionales de la atención, de esta relegación radical del relato de la pandemia, constituye un indicador de declive profesional. La mayoría guarda silencio sepulcral, pero cuando se expresa lo hace en nombre de sus intereses pisoteados por la troupe político/mediática/experta. Pero no existe disputa por el relato de la pandemia. Las significaciones son elaboradas en el exterior del sistema asistencial.

El resultado es que carecemos de información sobre el devenir de los infectados, de los que, en los códigos del aparato político-epidemiológico-mediático, son denominados como gentes que han salvado sus vidas. Por eso parece pertinente preguntarse: ¿después de los cuidados intensivos, qué? ¿cómo son las vidas de los salvados o sobrevivientes? ¿cuál es la atención sanitaria que reciben?. Al igual que en la atención sanitaria definida por el exceso, la información de la pandemia, que desborda por saturación la capacidad de cualquier receptor, tiene efectos letales. La perfección mediática en el arte de mostrar ocultando, sepulta al receptor y contribuye a su confusión, de modo que solo queda la alternativa de creen a los expertos atmosféricos-epidemiológicos, convertidos en verdaderos brujos.

UN HOSPITAL ENTRE LA MÍSTICA MÉDICA Y LAS GRANJAS DE ÚLTIMA GENERACIÓN

Decía que el nuevo hospital remite a un orden de significación exterior a la asistencia sanitaria. Este se ha levantado contradiciendo la opinión de la gran mayoría de especialistas en sistemas sanitarios, que no lo consideraban imprescindible, además de debilitar a los hospitales de la red asistencial ordinaria. El acto de inauguración representa una apoteosis de las significaciones extrasanitarias. Los discursos de las autoridades son clarificadores. Estos remiten al objeto mágico de la España modernizada: el edificio. El orgullo de ser realizado en pocos meses; el encontrarse inserto en un espacio junto a otros edificios como el aeropuerto. Su estatuto simbólico es ser nada menos que una infraestructura. La Ciudad de Las Artes y las Ciencias de Valencia es el símbolo de la época. Palacio de la ciencia sin científicos. En este caso, se trata de un hospital con vocación de monumental, pero dotado con un equipo humano de ocasión.  La España postfranquista, principalmente, pero no solo, del pepé.

Pero, además, la ausencia de controversia sobre sus usos es sustituida por su traducción al imaginario del orden político-mediático. Es un edificio, en palabras de la ínclita presidenta Ayuso, que suscita la envidia de la oposición. Ciertamente, se trata de un edificio susceptible de convertirse en un plató que sirva imágenes para cautivar a un público ajeno a las significaciones estrictamente sanitarias. Así, deviene en un edificio prodigioso, capaz de emanciparse de su función, en tanto que, como sugiere la presidenta, es susceptible de ser multiusos. Así, contribuye a reforzar a la institución de la época vigente del capitalismo de ficción: La Expo. Esta es un escaparate mediático en el que se realiza un espectáculo audiovisual concertado con las visitas, que reavivan la institución de la cola. La Expo es un museo propio de esta era, y el hospital de valdebebas es como un museo de cera de la asistencia sanitaria.

El vídeo de la inauguración representa un monumento semiológico inconmensurable. Lo recomiendo vivamente, sobre todo la primera hora, en el que es escenificada una vieja institución reavivada por la videopolítica: la Comitiva. Viendo este documento visual, lamenté la ausencia de Berlanga, que hubiera descifrado las interioridades de la comitiva. La presidenta en el centro; el director dando explicaciones; el séquito muy eficaz en su función de conformar un fondo a las imágenes. El realizador mostrando lo grande: las salas, los pasillos, las oficinas, los recibidores. La apoteosis de las imágenes de las máquinas de las camas de cuidados intensivos. Las preguntas inoportunas de ilustres acompañantes acerca de quirófanos. La presencia inigualable del alcalde, manteniendo el segundo plano y mostrando sus sentimientos de asombro frente a tan monumental infraestructura.

Todos los elementos de la institución de la Comitiva alcanzan su esplendor: El séquito de los asesores y los responsables de la imagen; la centralidad de la presidenta y su relación con la corte ambulante que la rodeaba; la perfecta escolta de los admirados cargos y la escenificación de la comparsa. La recreación perfecta del protocolo. Solo faltaban los médicos. No se pudo ver ni una bata blanca. Este es un elemento esencial que pone de manifiesto el declive de la profesión. En el principio de la pandemia, en IFEMA, Ayuso desfiló ante ellos. Volvió a repetirse en La Puerta del Sol. Las instituciones políticas se sobreponen a las autoridades profesionales.

LA DECADENCIA DEL PACIENTE

Una autoridad médica tan carismática de la institución medicina en su época dorada, William Osler, afirma que “El buen médico trata la enfermedad, el gran médico trata al paciente que tiene la enfermedad”. Parece pertinente recordar esta sentencia en estos días en los que se ha generalizado la expresión “paciente Covid”. Las arquitecturas del novísimo hospital de Valdebebas se asemejan a las granjas. Las grandes salas en las que son almacenados los leves se encuentran separadas de los que son tratados en cuidados intensivos, que en ese misterioso edificio carecen de un entorno clínico. El paciente Covid adquiere así la naturaleza de un cuerpo tratado en un sistema de atención que se asemeja a una industria de manufactura, en la que los pasillos como autopistas para el desplazamiento de los cuerpos desempeñan un papel primordial.  No pude evitar recordar la cadena de montaje y pensar acerca de un inquietante taylorismo asistencial.

La producción mediática de la pandemia, en la que se simultanean discursos electorales con significaciones macrosalubristas, excluyendo a quienes conforman el encuentro en la asistencia, implica una robotización desoladora de los pacientes, cuyas historias y contextos vitales son ignorados, siendo reconvertidos a estadísticas, índices, numeradores y otros guarismos por los discursos de los expertos de la atmósfera sanitaria. La deshumanización de los pacientes es patente y seguro que influye en los malos resultados de las olas sucesivas.

Pero el aspecto más inquietante radica en el declive profesional derivado del relato Covid, que convierte a los profesionales en administradores de providenciales vacunas, con la salvedad de los salvadores de vidas, los intensivistas, de cuyo desenlace no se sabe nada. La Covid ha automatizado la asistencia y el orden médico, reduciendo manifiestamente las funciones profesionales. Me encorajina contemplar los silencios profesionales y la declinación de las profesiones frente a las instituciones políticas, económicas y mediáticas, así como sus asesores sanitario-siderales. Incluso algunos de los que hacen patentes sus quejas, lo hacen en unos términos de subalternidad suprema.

La voz de Luis Palomo y otros profesionales remite a la imperiosa necesidad de reclamar algo tan importante como el conocimiento situado, al que no puede acceder la corte de expertos mediáticos vivientes en la estratosfera sanitaria. En ese lugar,  la distorsión de la realidad es inevitable, facilitando la conversión de las complejas realidades asistenciales en ficciones propias de esta época de capitalismo mediático de ficción. El dulce relato del milagro vacunal no puede desplazar a la emergencia de lo que me gusta denominar como la deuda patológica, que es el acumulado de problemas no tratados que va a comparecer inevitablemente en las consultas y las urgencias.

 

 

 

 

 

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