Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

domingo, 6 de septiembre de 2020

EL CIRCO EPIDEMIOLÓGICO

 


La irrupción de la Covid ha significado el ascenso a los cielos estatales y mediáticos de la salud, de los médicos y de los epidemiólogos. Sus tradicionales fronteras sectoriales han sido abiertas por el efecto del virus y la pandemia. Así, los epidemiólogos, virólogos, especialistas en emergencias y urgencias, así como otras especies médicas, se hacen ubicuos en las televisiones y en las comparecencias de los próceres estatales, que son escoltados por tan eminentes expertos. La vida, gira ahora en torno a los discursos epidemiológicos, que se ubican en el prime time de la programación, que adquiere una preponderancia especial debido al confinamiento y sus sucesivas metamorfosis, que refuerzan el encierro doméstico en el hogar, que es entendido como la sede de la recepción mediática audiovisual.

El salto prodigioso de la salud, que termina instalándose en el centro de las agendas públicas, suscita un optimismo y una euforia desmesurada entre no pocos sectores de la profesión médica. Las decisiones de gobierno son determinadas por la situación de salud y la vida corriente es limitada desde los supuestos del dispositivo epidemiológico. No es de extrañar que, aprovechando esta circunstancia, las medidas se hayan dirigido también contra los fumadores, que representan un papel esencial como demonio en el imaginario salubrista. Pero, tras este aparente milagro de asignación de experticia, se esconde una realidad más enrevesada, que pone de manifiesto la potencialidad de las fuerzas de gobierno, que se sobreponen sobre esta sobrevenida clase de expertos.

El artificioso éxito de los expertos en salud, encubre una intensificación en el proceso de proletarización de los profesionales y de subordinación del aparato asistencial a la industria, que ahora adquiere el rostro de los test, los tratamientos y las vacunas. Dios y el diablo se unifican en este viaje del sistema sanitario. La potencialidad del dispositivo del gobierno de las sociedades del presente - que no es el gobierno político, sino los dispositivos corporativos, industriales, de comunicación y de producción de saber- es de tal magnitud, que es capaz de absorber, reformular y reconducir cualquier proyecto sectorial. Lo que está ocurriendo es precisamente eso. Estamos asistiendo a la capitalización de los dispositivos de salud por un sólido proyecto de gobierno de lo social. Así, la pandemia y sus respuestas se inscriben en un movimiento de rango mayor, este es el de la construcción de una nueva gubernamentalidad autoritaria y de una sociedad dócil, asustada y dependiente.

La omnipresencia de la imagen de los expertos de la salud, acompañada de sus discursos sanitaristas, es reinterpretada por los operadores mediáticos, mucho más competentes en el arte de la comunicación audiovisual. El resultado de esta subordinación médica es manifiesto. Los resultados de la evolución de la pandemia son pésimos, en tanto que se consolida la obediencia a las autoridades y la renuncia a su control. Se confirma que -como dicen los políticos- el pueblo se está portando admirablemente. Sí, la obediencia voluntaria, la delegación en los expertos, la conformidad con la presencia y actuación policial omnímoda, la intensificación de la autoridad de la televisión y la ausencia de control a las autoridades, ha ganado muchos enteros en estos meses. Mientras tanto, crecen exponencialmente los contagiados, los hospitalizados, los ingresados en la antesala del cielo –las UCI- y los fallecidos aumentan.

El ilustre consejero de Salud de Madrid afirma que la situación está controlada. Y tiene razón, porque no es tanto la situación de salud lo que importa, sino la orgía de control sobre una sociedad manifiestamente sumisa. Otro indicador esencial acerca de la supremacía de la constitución de una nueva forma autoritaria de gobierno sobre el control de la pandemia, es, precisamente, la ausencia de acciones de los gobiernos para reforzar el dispositivo sanitario. Admiro la intuición de Mónica Lalanda, que empieza a atisbar en sus inteligentes dibujos qué es lo que viene tras el ciclo de aplausos. La posibilidad de que la multitud aterrorizada termine por señalar como chivo expiatorio a los médicos, es cada vez más verosímil. El cierre de facto de los centros de salud ha desplazado a una parte de los adictos a la asistencia a las farmacias,  que no pueden eludirlos, pero sí transformar sus demandas en productos tangibles rellenando el vacío de autoridad profesional.

El dispositivo político-mediático transforma las intervenciones de los nuevos expertos según sus propias reglas operativas y de construcción del sentido. Así modifica radicalmente la significación de los discursos epidemiológicos. Estos son subordinados a las lógicas de la competición partidaria permanente y encarnizada, ahora agudizada por la pandemia, que otorga un púlpito mediático desmedido al huésped del gobierno, que tiene la posibilidad de ejercer como caudillo simbólico frente a la amenaza del enemigo escondido. El sistema político español es insostenible, en tanto que suscita irremediablemente una competición total entre los partidos, que excluye cualquier colaboración. Así, los malos resultados son atribuidos a quien se encuentre en uno de los gobiernos del laberinto estatal, autonómico y municipal. En este cuadro, ejercer como presidente implica una cuota mediática especial, la capitalización del poder experto, la dirección de las fuerzas del orden público y la gestión del miedo. Así, formular una objeción en Madrid implica ser expulsado al territorio de la izquierda, al igual que criticar cualquier actuación del gobierno, que comporta la etiqueta de facha.

Pensar de este modo representa una perversidad fatal. La inteligencia es cercada por el torrente de rivalidades, vetos, condenas, identificaciones emocionales y lealtades incondicionales. La infantilización es irremediable, alcanzando una intensidad insólita. En esta apoteosis de lo absurdo reina el principio de totalidad, que se recombina fatalmente con el de adhesión ilimitada. La vida política deviene irrespirable y letal para la inteligencia. Los nuevos expertos son objeto de este juego aciago, siéndoles asignadas etiquetas de bloque que suscitan condenas morales.

El caso de Fernando Simón es paradigmático. Ha sido construido como el maligno por la derecha política, social y mediática. Sobre el mismo se concentran múltiples descalificaciones, que se fundan en el principio de totalidad y avalan una descalificación absoluta. Ser crítico con las actuaciones de Simón, en un grado severo, tal y como es mi posición personal, no es comprendido en este entorno en el que coexisten flujos de veneno letal que se entrecruzan mutuamente, cimentando así la política del bloque sin grietas. En este escenario, el destino de cualquier persona independiente que construya sus propios posicionamientos, es el de ser designado mediante la traición, la quinta columna, u otras retóricas guerreras.

El resultado de este desvarío político y técnico, es que las estrategias enunciadas desde las coordenadas estrictamente sanitaristas, son adulteradas por las lecturas que las reinterpretan desde la perspectiva del sistema político infantilizado. Así terminan inexorablemente en el juego de guiñoles que lo representa. Cada experto sanitario tiende a ser caricaturizado y su aportación desustanciada en el proceso de traducción a la lógica del guiñol. Cuando el experto de turno tiene una visión sanitarista y ajena al meollo de la cuestión, el resultado es patético. Así, los distintos expertos son manipulados siendo utilizados como la munición contra el gobierno de turno, siendo capitalizados para la defensa de una posición en esa tragicomedia.  Los resultados de la pandemia,  en términos de víctimas, importan menos en esta función, en tanto que el Covid comenzó siendo relativamente universal, para transitar hacia su arraigo selectivo en poblaciones más débiles, en tanto que los privilegiados fortifican sus espacios y sus mundos.

Este proceso de transformación de los discursos expertos, se asienta en el territorio en el que tiene lugar la competición política, que son los medios de comunicación. La primera consecuencia es que, al ser absorbidos y reformulados, son inscritos en el soporte en el que se desarrolla tan cruento combate, el circo. Así, el circo epidemiológico se asienta junto a los circos políticos y mediáticos para cumplir su suprema función de animación del público, que termina adoptando el papel de espectador, unidad muestral –que es un ingrediente en la cocina de la opinión pública- y votante. En este circo epidemiológico se representa la caricatura del bien, que es imposible mostrar sin visibilizar su contrapartida: el mal. De ahí la construcción mediática del negacionista, que representa el peligro supremo de multiplicación de la infección.  Sobre los negacionistas se expulsan todos los temores no racionalizados. Así se constituye un enemigo simbólico que desempeña un papel en esta función un papel mucho mayor de lo que representa en la sociedad. Pero el guion exige un malo para reforzar la cohesión, disciplina y obediencia.

El circo epidemiológico presenta sus rigurosas analogías con el circo como institución proverbial. Este es un espectáculo presentado en pistas, que son circulares para favorecer la visualización del público. En él, tienen lugar varias actividades simultáneas, lo que proporciona un dinamismo acentuado a la función. Allí actúan acróbatas, contorsionistas, escapistas, forzudos, hombres bala, magos, malabaristas, mimos, monociclistas, payasos, titiriteros, tragafuegos, tragasables, trapecistas, ventrílocuos y otras especies. Todos están dotados en las competencias escénicas necesarias para magnificar sus actuaciones y estimular a los públicos presentes, cultivando el arte del impacto. La sorpresa es la clave de este show, cuyo objetivo es cautivar a los asistentes.

El circo político se instaura como espectáculo asentado sobre varias pantallas y redes sociales simultáneas. Sus finalidades específicas son las de aumentar la influencia sobre los espectadores, que terminan por votar, reconfigurando el escenario y el guion de la función. Esta modalidad es permanente, entrelazando sus actuaciones en una secuencia temporal indefinida. Sus actores adoptan los roles propios del circo convencional, con el predominio de los acróbatas, los tragadores, los malabaristas, los payasos y los forzudos. La consumación de este circo determina que una competencia esencial de los actores sea el estar bien dotados en las artes circenses. Las retrasmisiones de los grandes acontecimientos se realizan sobre estos códigos, lo cual determina que destaquen aquellos que estén bien dotados para la caricatura.

El circo epidemiológico se integra en este espectáculo. En su corto espacio de vida, ya ha generado sus personajes-oscar, como Fernando Simón, sus frikis malos, como Miguel Bosé, así como distintas especies de médicos que van aprendiendo a desempeñarse en distintos papeles en la función del miedo. Ya se puede identificar a la primera generación de personajes del circo epidemiológico, que todavía se mantienen en su presentación como expertos impersonales, pero que son transformados mediante su reintegración en el espectáculo regentado por la figura insigne del realizador. Sus intervenciones remiten a aspectos sanitaristas, pero la función se sobrepone a esa perspectiva, centrándose, bien en la redistribución del poder político, bien en el refuerzo de una nueva sociedad del control, dotada de potentes mecanismos de coerción, y en la que cada cual no está asentado sobre un suelo estable. Los novísimos actores circenses están encantados por el descubrimiento de tan prodigioso espectáculo. De ahí que los malos resultados de la pandemia pasen inexorablemente a segundo plano.

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Javier Padilla y cpñia. son para fiarse,
aunque es cierto queel marco es de espectáculo, banalidad del mal ycldo decultivo total para un nuevo fascismo

ana