Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

jueves, 4 de junio de 2020

AMADOR FERNÁNDEZ SAVATER: OBEDIENCIA O FIN DEL MUNDO: LA ESTRATEGIA DE LA DISUASIÓN


En distintas ocasiones he aludido en este blog a Amador Fernández Savater. Este es un autor, - no en el sentido académico convencional, sino ubicado en el más allá, en la vida y la sociedad- que mantiene en el tiempo su fertilidad creativa. Algunos de sus textos han ejercido en mí fecundas tormentas en mis esquemas referenciales y mis posicionamientos. Ayer leí un texto suyo “Obediencia o findel mundo: La estrategia de la disuasión”, que ha publicado en El Lobo Suelto. En este aporta una idea clave para comprender la crisis del Covid-19 en su integralidad, esta es la disuasión. El poder resultante del apocalipsis viral, el confinamiento y la suspensión del sistema productivo, presenta rasgos análogos a aquél que se consolidó en la guerra fría, frente a la amenaza de guerra nuclear. La idea que lo estructura es la de disuasión a su contrario, que en este caso es la población misma.

Desde siempre el estado ha amparado al poder militar, que formaba una parte indisoluble del mismo. El desarrollo de la ciencia y la tecnología ha tenido el efecto de incrementar de forma sostenida y acumulativa el poder destructivo de los ejércitos, fundado en la potencialidad devastadora de las sucesivas generaciones de armas. La segunda guerra mundial representó un salto formidable mediante la aparición del poder nuclear. Las bombas de Hirosima y Nagasaki representaron la apoteosis de la destrucción, reconfigurando la guerra como un exterminio generalizado de los contendientes. La confrontación entre los dos bloques nutridos por los dispositivos nucleares, implica la construcción de un nuevo tipo de poder, que se articula en torno al concepto de disuasión. Esta se funda en una amenaza terrible que los contendientes tienen que asumir como posibilidad factible.

De esta situación nace un nuevo poder que se arraiga en una sociedad intimidada por la amenaza. La presencia espectral de un enemigo dotado de un potencial de destrucción tiene consecuencias patentes. En este medio, las industrias de la conciencia, los medios de comunicación, adquieren un papel preponderante. Las dos bombas atómicas no suscitaron ninguna respuesta en el seno de la sociedad norteamericana. La eficacia de estas industrias generadoras de una conciencia difusa y anestesiada, se hicieron patentes. Günther Anders es el filósofo que mejor ha comprendido esta época de destrucción. Sus textos muestran su lucidez, al tiempo que su marginación académica y mediática. He releído en varias ocasiones textos suyos. Siempre han suscitado cuestiones nuevas, como es característico de los textos densos.

El Covid-19 ha irrumpido impetuosamente, haciendo gala de su capacidad destructiva. Así se ha confirmado como una nueva amenaza portadora de riesgos. Su emergencia ha reconfigurado el poder de los estados, que han catalizado varios procesos en curso. Así, se ha rescatado el poder de la disuasión suprema. La amenaza es interpretada en una escala que ampara el confinamiento y la gestión de la población según el modelo de “estado de guerra”. Al igual que en el caso de la guerra fría, las industrias de la conciencia se han movilizado desempeñando un papel esencial en la producción y reproducción ampliada de los temores, que resultan el fundamento para la apoteosis del miedo y las actuaciones desmesuradas de los estados. Esta es una cuestión que no es aludida en el magnífico texto de Amador.

La disuasión se funda en el terror de una catástrofe, concediendo al poder una licencia sin límites para intervenir sobre los atemorizados súbditos. Pero la ecuación sobre la que se funda el poder disuasorio es la de intercambiar la protección por la sumisión. Así se genera el confinamiento total, que supone una coagulación de lo social, tras la cual, la vuelta a “la nueva normalidad”, significa el mantenimiento del anonadamiento colectivo en distintos grados. La población ha experimentado una desapropiación de su propia socialidad. Esta es una experiencia que deja huellas imperecederas. Esta es una operación de uniformización, de reducción de lo social, de anulación de la fuerza creadora de distintos contingentes de la sociedad. La disuasión es una neutralización de la sociedad, que es reconvertida en un sistema receptor, disipando toda su energía. Hablar de democracia en estas condiciones, resulta una paradoja tan suprema como el rango de la amenaza que la justifica.

Amador entiende la respuesta a la pandemia, desde las coordenadas de la disuasión “Podría activarse, a partir de la pandemia del coronavirus, una nueva estrategia de la disuasión? Desde luego no buscaría alcanzar con el virus -y tampoco con la infinidad de peligros que vienen o ya están- ningún equilibrio del terror, sino más bien usar el miedo al apocalipsis como estrategia de disuasión de las propias poblaciones. Pero, ¿disuadir a las poblaciones de qué?”. La nueva forma de disuasión tiene como objetivo a las poblaciones mismas, neutralizando sus iniciativas y debilitando su sistema de relaciones.

La disuasión es una operación que tiene como finalidad crear un nuevo estasdo de lo social “La guerra de disuasión ya no es entre ejércitos, sino entre un orden agujereado y un pueblo por venir capaz de interrogar y atravesar los agujeros. Se trata de reducir la angustia de lo desconocido a terror paralizante, la interdependencia ante el peligro a factor de riesgo, el no saber a impotencia y delegación. Que todo cambie (la “nueva normalidad”) sin que nada cambie realmente. La disuasión, como prolongación de la guerra por otros medios, es una militarización de la sociedad que busca producir un nosotros sin divisiones (“todos a una”), es decir, sin preguntas íntimas y colectivas que puedan ser fuente de una nueva politización. Una población homogénea de víctimas y supervivientes que sólo pide protección.”

El nuevo estado se define en función de la posibilidad de una catástrofe apocalíptica, ofreciendo como alternativa, una catástrofe minimizada. “La sombra del apocalipsis es el escenario ideal para la activación de una nueva estrategia de la disuasión: obediencia o fin del mundo […] Pero el poder disuasivo más bien nos da a elegir entre dos anarquías. Por un lado la anarquía inferior de la improvisación, el estado de excepción variable, la gestión just in time. Y por otro la anarquía superior de la catástrofe final, el colapso definitivo, la aniquilación total. Estado débil, a la defensiva, pero que funciona y gobierna así, presentándose como una “fortaleza asediada”, un frágil equilibrio amenazado por un poder desconocido. El poder disuasivo no postula un orden, sino que gestiona permanentemente el desorden (y no lo oculta)”.

Fernández Savater plantea la cuestión esencial, que radica en la minimización de la recompensa por el sacrificio que concede al poder una preponderancia sin límites a cambio de un bien menguado “Sin horizonte positivo ni propuesta de paraíso, el poder disuasivo sólo nos ofrece una posibilidad de supervivencia. No una vida mejor, sino vivir a secas. Ninguna solución definitiva, sólo la contención del desastre, ganar tiempo. No alcanzar el Bien, sino evitar el Mal. Ningún sueño, sólo impedir la pesadilla. La esperanza queda borrada, lo posible es la catástrofe. Desaparece toda oferta seductora hacia el deseo y sólo queda el miedo. El poder disuasivo no promete nada, sólo exhibe la amenaza”.

El poder estatal basado en la disuasión se fundamenta en la constitución de la sociedad de los sospechosos, trastocando los sistemas de las relaciones sociales. Este es el núcleo del estado de guerra proclamado desde las tribunas mediáticas “Achille Mbembe ha escrito que lo más característico de la pandemia es que “cada cual se ha vuelto un arma”. Todos detentamos en nuestro cuerpo la potencia de matar. El poder soberano de “hacer morir” se democratiza: cada uno somos ahora una pequeña bomba nuclear. La disuasión se vuelve entonces también horizontal […] Sería el lado oscuro de la interdependencia en la que se ha puesto tanto énfasis en los últimos tiempos: como todos podemos darnos la muerte, debemos disuadirnos unos a otros, vigilarnos y controlarnos, en la desconfianza de base, en la delación generalizada, en la interiorización colectiva y militante de las normas impuestas exteriormente […] El nuevo equilibrio del terror nos hace a todos protagonistas y no sólo espectadores. Disuasión distribuida, reticular, descentralizada, autogestionada. Una sociedad de sospechosos, con el Estado en la cabeza de cada cual […]  No sabemos quién está contaminado, podría ser cualquiera. Aunque unos son más sospechosos que otros: los que no pueden quedarse en casa, los que viven dependientes de un vínculo social amplio, los que no tienen los hábitos necesarios de higiene, los pobres, los migrantes, los otros. ¡No tocar, peligro de muerte! Este sería el llamado “elemento moral de la guerra”: la producción de subjetividades activamente obedientes, la educación de la especie por y para la guerra”.

Por último, propone una alternativa que se referencia en la de los enfermos de SIDA en los años ochenta. Librarse del terror mediante la activación de los cuerpos y los sistemas de relaciones. “De la alternativa infernal sólo puede salirse “por el medio”, a través de la apertura de “trayectos de aprendizaje” donde nos hacemos capaces de pensar y sentir de otro modo, de abrir e inventar una posibilidad inédita. Una descripción de la situación que nos requiera, no como víctimas o espectadores paralizados por el terror, sino como sujetos capaces de aprender algo nuevo y actuar. Inventar lo que era inconcebible, maneras de escapar por la tangente de los chantajes que nos convierten en rehenes. Como hicieron en su día, por ejemplo, los enfermos de SIDA atrapados en la alternativa infernal entre un poder médico que los negaba como sujetos y la muerte segura […] El terror penetra en los cuerpos, rompe los vínculos, inhibe las pulsiones colectivas de resistencia, nos disuade físicamente. Desplazar esos límites, librarse de la marca del terror en nuestra carne y nuestro pensamiento, implica en primer lugar un atravesamiento de la angustia, una reactivación del cuerpo singular y colectivo. Hacer de la interdependencia una fuerza, de la incertidumbre una potencia, del agujero un pasaje”.

Después de la primera lectura de este texto, dí un paseo por el parque del Retiro. Junto a algunos rebrotes de la vida, una gran mayoría se mostraba sombría y desconfiada con los demás. El concepto de extraño ha alcanzado un grado superlativo. Los distanciamientos bruscos de muchas gentes, confirmaban que mi cuerpo es una bomba contagiadora. Fue inevitable recordar las retóricas epidemiológicas apocalípticas y su mitología acerca de los nuevos monstruos: los supercontagiadores. Estos pupulan por todos los espacios y pueden comparecer en cualquier parte. Al final, me conformé pensando que, al menos, todavía era posible maldecir la disuasión, porque todavía los nuevos pecados de pensamiento no son percibidos. Solo los de obra, que pueden ser rastreados.

Muchas gracias Amador.








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