Presentación

PRESENTACIÓN

Tránsitos Intrusos se propone compartir una mirada que tiene la pretensión de traspasar las barreras que las instituciones, las organizaciones, los poderes y las personas constituyen para conservar su estatuto de invisibilidad, así como los sistemas conceptuales convencionales que dificultan la comprensión de la diversidad, l a complejidad y las transformaciones propias de las sociedades actuales.
En un tiempo en el que predomina la desestructuración, en el que coexisten distintos mundos sociales nacientes y declinantes, así como varios procesos de estructuración de distinto signo, este blog se entiende como un ámbito de reflexión sobre las sociedades del presente y su intersección con mi propia vida personal.
Los tránsitos entre las distintas realidades tienen la pretensión de constituir miradas intrusas que permitan el acceso a las dimensiones ocultas e invisibilizadas, para ser expuestas en el nuevo espacio desterritorializado que representa internet, definido como el sexto continente superpuesto a los convencionales.

Juan Irigoyen es hijo de Pedro y María Josefa. Ha sido activista en el movimiento estudiantil y militante político en los años de la transición, sociólogo profesional en los años ochenta y profesor de Sociología en la Universidad de Granada desde 1990.Desde el verano de 2017 se encuentra liberado del trabajo automatizado y evaluado, viviendo la vida pausadamente. Es observador permanente de los efectos del nuevo poder sobre las vidas de las personas. También es evaluador acreditado del poder en sus distintas facetas. Para facilitar estas actividades junta letras en este blog.

martes, 5 de julio de 2016

EL PALACIO DE LOS EXÁMENES



Los exámenes constituyen uno de los misterios prodigiosos de la educación. Desde los años setenta tienen mala prensa y suscitan críticas compartidas por distintos sectores. También desde los supuestos pedagógicos de las sucesivas reformas educativas se anuncia su relegación. Pero la verdad es que no solo sobreviven a la espiral de los cambios, sino que se intensifican en todas las esferas educativas, acreditando su capacidad de perpetuarse y convivir con otras formas de evaluación. Por eso, los exámenes terminan adoptando uno de los rasgos más paradójicos de la época: en tanto que se encuentran devaluados en los discursos de las élites, concitan la adhesión de sus múltiples beneficiarios. Así adquieren el rango misterioso del coche y la televisión.

Las reformas educativas sucesivas, que culminan con las de Bolonia, diseñan un sistema basado en las competencias, que va en detrimento del examen y de la memoria. Su pretensión es sustituirlos por la evaluación permanente basada en pruebas que acrediten las capacidades diversas de los evaluados. Pero la verdad es que siguen ahí, más vivos que nunca, exhibiendo su incompatibilidad con los supuestos pedagógicos de las reformas. Tras una confusa acomodación con otras pruebas, han resultado vencedores, reafirmando su papel y vaciando de contenido a las pruebas competidoras.

Recuerdo los tiempos en los que las clases y actividades académicas comenzaban en octubre y se prolongaban hasta junio con las pausas de navidad y semana santa. El tiempo de exámenes era junio y septiembre. El tiempo de clases era casi de siete meses, alternando con dos de exámenes y tres meses de pausa vacacional. La proporción era favorable a los períodos de producción. La aparición de los exámenes de febrero fue la señal que indica el desencadenamiento de un cambio radical que apunta a la ampliación de los tiempos de exámenes en detrimento de los tiempos de producción, que se reducen considerablemente.

El calendario de mi universidad el curso que concluye, sanciona como tiempo de examen sin actividad académica, tres semanas en enero-febrero: cuatro semanas en junio y tres semanas en septiembre. Son diez semanas a las que hay que añadir casi tres semanas de exámenes de diciembre sin interrumpir la docencia. Pero estos tiempos son estrictamente en los que se celebran pruebas. Las actas y los procesos de corrección implican al menos una semana más en cada caso. Así de facto estamos implicados en exámenes unas quince semanas al año. Los efectos demoledores de este sistema irracional se pueden expresar en múltiples acontecimientos. Por ejemplo, el segundo cuatrimestre empieza en febrero la semana siguiente del fin del período de exámenes. Los estudiantes hiperescrutados realizan una gran fiesta pública ese fin de semana para dispersarse por sus lugares de residencia en estado de recuperación. Así neutralizan la primera semana del cuatrimestre.

Pero en este disparatado sistema el examen perpetuo coexiste con la evaluación permanente. Una reforma siempre implica un proceso de transición en el que coexiste lo nuevo y lo viejo. La reforma de Bolonia se ha hecho letra debido a la conexión entre el complejo de fuerzas reformadoras externas a la universidad y las autoridades universitarias. Pero la propuesta  de la reforma es reinterpretada por los profesores y estudiantes, que guardan un silencio monacal al respecto, pero tienen la capacidad de desviar el orden organizacional. Así se acepta la evaluación continuada, estableciendo un conjunto de pruebas mecanizadas sin ningún valor pedagógico. 

Pero esas pruebas no se acumulan para abolir el examen, sino, por el contrario, se hacen compatible con el mismo, al que se asigna un porcentaje relevante de la nota final. La razón de este dislate, resultante de la congelación de la reforma, estriba en que las pruebas de la evaluación continuada, así como las actividades que la sustentan son triviales y carentes de un valor pedagógico. En este blog las he denominado como “la fábrica de la charla”. En una situación así, las clases y los exámenes representan simbólicamente lo duro del sistema asociado a su identidad. De este modo sobreviven litúrgicamente en un medio insólito, en el que coexiste una movilización permanente en torno a pruebas que no aportan nada, con un estado de distanciamiento fatalista con respecto a las materias y a la formación.

Pero la verdad última de esta extraña forma de funcionar radica en que si la evaluación continua descansa en pruebas fundamentadas, que aporten verdaderamente a la formación, la exigencia de tiempo y esfuerzo, tanto para los docentes como para los alumnos, es un requerimiento imprescindible. Así se produce el acuerdo cultural implícito de vaciar las pruebas de rigor y convertirlas en un simulacro. Esta es la razón por la que se sigue manteniendo el examen y su expansión en el calendario. El tiempo de examen pone fin al tiempo de simulación en el que las clases se reducen, cediendo su lugar a las falsas actividades de la fábrica de la charla. No hay nada más cansino que las actividades sin sentido. Estas pruebas permanentes de falsas prácticas agotan a todos los participantes. El tiempo de exámenes es percibido como final de la simulación y acercamiento al descanso liberador del sinsentido académico de este sistema congelado que no es ni una cosa ni la otra.

El ciclo de vida de la institución se compone de los cuatrimestres, tiempos cortos de actividades ligeras, los exámenes correspondientes y el descanso psicológicamente reparador. Este ciclo se reproduce dos veces al año. De ahí la importancia de la movilidad que rompe con los malestares derivados de esta actividad sin formación, instaurando otros sentidos regeneradores en términos personales. La movilidad es la forma de huir durante algún ciclo temporal de la rueda recurrente de los cuatrimestres. El malestar de los estudiantes y profesores es patente, aunque no se articula en ningún discurso. Los universitarios de esta época son “los héroes del silencio”. En este blog he recurrido varias veces al término “deseducación” de Chomsky.

Pero, dada la importancia que adquiere la movilidad como posibilidad de huida provisional de esta maquinaria, comienza a interferir gravemente el sistema. Me refiero a la incompatibilidad entre los calendarios. Algunos de mis alumnos están inscritos en programas de movilidad en países que comienzan el curso en el final de agosto. Este curso, que yo sepa, tengo casos en Lituania, Perú o Chile. Entonces estos viajeros plantean que si suspenden en la convocatoria de junio, deben ser examinados, dada su ausencia en septiembre, en el mes de julio, porque en agosto la universidad está cerrada por razones de recortes económicos. La lógica del proceso de la institución implica fatalmente ampliar el tiempo de pruebas y exámenes.

De una institución así resulta un arquetipo individual marcado por la vulgaridad, que no ha podido profundizar en nada ni desarrollarse, y cuya competencia esencial es adaptarse a situaciones absurdas. La universidad de la era neoliberal es un desastre creciente que se produce por debajo del cartón piedra de sus fachadas fundadas en la excelencia. En ellas se encuentran bien acomodadas las burocracias académicas, los traficantes de méritos, los mandarines que reinan en los grandes departamentos, las dinastías y los falsificadores de méritos. El mercado compensa a estas categorías. 

Las víctimas de esta regresión son las numerosas categorías de profesores proletarizados y los estudiantes damnificados por esta sin razón. La vieja universidad tenía un rendimiento bajo, pero no causaba daños a las personas que pasaban por ella. Esta sí instituye un principio de destrucción. Un tipo inscrito en primero tiene que realizar en cuatro años centenares de actividades que no le aportan nada, pero que impiden su formación. Sometido al ritmo inexorable de los ciclos y las actividades, termina por ser severamente dañado. Es una víctima de una no experiencia continuada. 

Por eso termino haciendo una propuesta constructiva. Se trata de construir un nuevo centro que se podía denominar como “el palacio de los exámenes”. En él se realizarían actividades de evaluación las 24 horas del día y los 365 días del año. Sus secciones más importantes serían los exámenes, las distintas pruebas de competencia, la compatibilidad entre los programas, homologación de títulos, acreditación y otras. Así se podrían afrontar con éxito las incompatibilidades temporales de los viajeros del espacio-mundo. También sería un gran edificio que suscitaría distintas opciones de localización, contribuyendo a generar dinámicas de suelo después de su ubicación definitiva. Este palacio sería el símbolo de la era de los exámenes perpetuos.

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