jueves, 27 de julio de 2023

ELECCIONES: LA FIESTA DE LA INSIGNIFICANCIA

 

No tenemos una decisión libre, sino una elección de ofertas que proporciona el sistema.

Byung-Chul Han

La Realidad no es todo lo que hay“  

Agustín García Calvo

Las elecciones del pasado domingo nos llevan a un escenario en el que la irrealidad se expande sin freno, contradiciendo los discursos de los actores. La campaña ha significado una verdadera regresión política, en la que los mensajes apuntaban a la espectral ETA, al maléfico Sánchez, a la sospecha de relación con el narco de Feijóo, a los espectros del fascismo o del comunismo revividos ahora en los imaginarios partidarios. Todo ello representa una catástrofe para los supuestos programas de los partidos, desplazados a un segundo lugar. Las industrias culturales ya habían anticipado los guiones en la serie de Star Wars, un espacio donde se encuentran los buenos y los malos para dirimir entre el bien y el mal. El nivel alcanzado de infantilización de los espectadores, llega a cotas inusitadas. Me he sentido agredido por los departamentos de comunicación política de los partidos por mensajes tan manipulados y regresivos.

Así, dichas elecciones se pueden interpretar amparándose en el excelente libro de Kundera “La fiesta de la insignificancia”. La síntesis del mismo se condensa en esta idea: ”Proyectar una luz sobre los problemas más serios y a la vez no pronunciar una sola frase seria, estar fascinado por la realidad del mundo contemporáneo y a la vez evitar todo realismo, así es La fiesta de la insignificancia”. Los resultados instauran una extraña prórroga, fatal en un sistema agotado, en el que los contendientes han rivalizado en mostrar su desvarío en una campaña electoral fatídica, en la que las propuestas programáticas se han evadido para ceder la centralidad de la deliberación a la descalificación integral de los líderes contendientes. Sánchez construido como un monstruo maligno y Feijóo como la extensión maléfica del espectro del narcogallego. Al tiempo, la derecha resucita los rituales de la noche de los muertos, desenterrando a los asesinados por la ETA en la pretensión de asestar un golpe definitivo a sus adversarios convertidos en zombies.

De este modo, el agotado sistema político español recupera a Kundera y materializa su aspiración de que “me gustaría escribir una novela en la que no hubiera una palabra seria”. La campaña, sobre todo, ha hecho puesto de manifiesto el concepto de levedad, es decir, la utilización de la misma para abordar cuestiones de gran calado. La trivialidad de los encuentros entre líderes y su esfuerzo denodado en la demonización de su rival han desembocado en un verdadero grado cero del debate político. En una apoteosis de la propaganda, vehiculizada por videos y otros fragmentos audiovisuales, lo programático ha quedado arrasado por la demagogia.

La ausencia de intervenciones generales; el desmigamiento de las propuestas en medidas espectaculares para segmentos específicos del mercado electoral; la magnitud de las zonas silenciadas por todos, tal y como la guerra de Ucrania; la imposición de los formatos del marketing y la imagen. Por poner un ejemplo, no hay discusión alguna acerca del futuro del sistema sanitario. Este es tratado mediante propuestas programáticas en formato de subasta. Así, la multiplicación de odontólogos, de profesionales de la salud mental, de prestaciones sustanciosas y de la rebaja mágica de los tiempos de espera. Cada uno ofrece su catálogo al modo de la institución de la tómbola.

Esta campaña fatal, ha mostrado el predominio de los expertos del mercado que se sobreponen con sus métodos a los líderes políticos. El resultado es que todo suena a hueco. Al final, la comunidad hablante de los expertos, periodistas, tertulianos y políticos, termina por creerse sus propias invenciones y argucias. El gran público toma una distancia creciente, en tanto que es sondeada diariamente, con la intención de estimular a esta comunidad hablante y autorreferencial. Las encuestas devienen en el centro de la discusión y deliberación, anulando a los programas, e instituyendo un verdadero juego estelar de apuestas mutuas del Estado. La quiniela es el paradigma dominante y los brujos que prometen acertar, entre los que destaca el ínclito Dionisio Michavila,  asquieren un protagonismo estelar.  El resultado es que se ha fraguado un nuevo gatillazo de los sondeos demoscópicos, que constituyen la esencia del sistema político.

Entonces, los pronósticos quinielísticos sustituyen a los programas, al tiempo que los catálogos de ofertas reemplazan a una visión del panorama global. Los informativos fluyen noticias sobre medidas sobre bajadas de impuestos, generación de empleos, ensaladas variadas de cifras, al tiempo que comparecen antiguos asesinos políticos en serie, imágenes de candidatos alternando con narcos, candidatas beatíficas planchando, y otros ricos elementos de las semióticas de la confusión. Al desaparecer cualquier deliberación sobre la situación general y su evolución, el efecto para los espectadores es catastrófico, en tanto que ubicados en la reverencial institución del súper, en el que tienen que elegir entre las distintas ofertas del día.

En este escenario kunderiano, todo suena a espectral y extraño. Pero, un aspecto fundamental remite a la calidad decreciente de los líderes políticos. Tras una primera generación que sale de la misma sociedad, como ocurrió en la Transición, los políticos actuales nacen del mundo autorreferencial de los partidos políticos. Todos ellos detentan la condición de herederos, es decir, que heredan los bienes conseguidos por sus inmediatos ancestros políticos. Ser heredero proporciona una inevitable impronta. Significa ser diferente al arquetipo de un fundador. En este caso, criarse en el interior de las juventudes de los partidos supone la configuración de un prototipo de administrador de bienes heredados. Uno de los factores de decadencia de este régimen es, precisamente, el acceso a las cúpulas de decisión de esta generación de administradores pasivos y aspirantes a maquiavelos de barrio.

La campaña ha puesto de manifiesto las carencias de estos líderes herederos. Sin ánimo de profundizar, parece mentira que un bloque político de intereses fuertes, como es la derecha, seleccione a dos personas como Abascal y Feijóo. Ambos carecen de liderazgo, de energía, de originalidad y de formación. Con todo respeto considero que son una verdadera ruina. Abascal representa el prototipo del rico enchufado, que vive animado por los sucesivos baños de masas de sus mítines. Entre estos se desdibuja, actuando como lo que verdaderamente ha sido, un enchufado colocado en la cima de una organización fantasmática. El caso de Feijóo es paradigmático. Heredero de un sistema de poder fundado en una red de cacicazgos en Galicia, que creó y gobernó el fundador Fraga, lo ha administrado pasivamente, en una situación que no ha necesitado carisma alguno. Cuando ha sido instalado en la cabeza del partido en una situación que tiene que remontar, su actuación ha sido deplorable. En cada actuación muestra impúdicamente su parvedad.

Feijóo ha protagonizado una versión brillante de la proverbial fábula de Esopo, en la que un perro con un trozo de carne en la orilla de un río termina soltándola con la intención de capturar la reflejada en las aguas. Así termina fatalmente perdiendo ambas. Este parco heredero de Fraga ha financiado pronósticos que le han llevado al desastre, al actuar según los datos suministrados por sus empleados demoscópicos. El principio que rige ese espectral mercado es el de la adecuación a la demanda del cliente. De este modo ha conducido a su partido a una derrota sin paliativos. Por encima de interpretaciones de los expertos demoscópicos, lo cierto es que ha heredado los votantes del difunto Ciudadanos. Los nuevos votantes no proceden de sus acciones políticas.

En la izquierda ocurre algo parecido. Sánchez es un heredero incubado en las juventudes y en las instancias en las que se elaboran las líneas maestras de la política económica del partido. Hijo pródigo de Sebastián y otros honorables padrinos se ha encaramado al poder siguiendo la pauta esencial: estar en el sitio preciso y en el momento preciso. Pero, a pesar de ser heredero, Sánchez muestra una iniciativa semejante a la de un fundador, teniendo que afrontar situaciones difíciles. En esta campaña ha terminado por mostrar sus cualidades dialógicas, pero referenciadas en la factoría mediática. Es un tipo capaz de afrontar situaciones adversas, según el modelo proverbial de Mercedes Milá. También cabe reseñar sus capacidades tácticas. Pero carece de cualquier espesor para definir la situación histórica global en la que vive. Es un heredero deuna provincia del imperio.

Yolanda Díaz también es heredera, en este caso representa el proverbial precepto de matar al padre. Designada por Iglesias, aprovechó la debilidad de este para erigirse como administradora de la herencia, para enviarlo a la morgue política, como antes hizo con Beiras y otros compañeros de viaje. El lema de su presentación “Todo empieza hoy” no deja lugar a dudas. Como persona avezada en los aparatos políticos, en donde estuvo toda su vida, tiene un instinto de sobrevivencia extraordinariamente agudizado. Pero administrar una herencia con dieciséis herederos , representa un problema de imposible solución. La gestión de los microconflictos generados por las distribuciones de cargos, puede alcanzar entre estos pequeños actores, niveles de crueldad difíciles de imaginar.

Termino aludiendo a la cuestión principal subyacente en este texto. Se trata de la clarividencia acerca de la situación global, perdón por calificarla como histórica, así como por su evolución. En ausencia de la comprensión de ese campo de fuerzas, es imposible generar ningún proyecto político fundado y serio, y se consuma la condena derivada de la levedad de Kundera. Por eso no entro en detalle acerca de qué tipo de gobierno es factible mediante la ingeniería de los acuerdos. A los ocupados en esta cuestión del nuevo gobierno les despido con el viejo lema del gran periodista norteamericano Edward Murrow de “Buenas noches y buena suerte”, porque sigo con la idea de que estamos asistiendo a la fiesta de la insignificancia.

 

 

 

 

domingo, 23 de julio de 2023

LAS RAZONES QUE AVALAN MI VOTO

 

En las últimas elecciones generales de 2019 ejercí mi derecho de voto. Soy una de esas 24 507 715 personas que lo hicieron en esa ocasión. Por consiguiente, mi voto representó el 0, 00004 del total. Este exiguo valor estadístico me confiere una naturaleza espectral e inhumana. Tan despreciable estimación me transforma en un valor numérico insignificante. En coherencia con esta depreciación, soy silenciado, de modo que los destinatarios de ese voto se emancipan de mí, ignorándome hasta el siguiente escrutinio. No existe ningún canal personalizado en el que pueda tener una conversación con los recolectores de votos, tampoco con sus subalternos. Esta pauperización radical de mi persona me convierte en un dígito, en una entidad nebulosa a las que es preciso capturar como votante, pero denegándome el habla, prescindiendo radicalmente de cualquier conversación.

Durante muchos años he sido profesor de Sociología. Cada vez que tenía lugar una campaña electoral, ponía de manifiesto la inexistencia de cualquier cauce conversacional. Sólo tenía la opción de acudir, junto a otros muchos, a un mitin o reunión semejante, en la que algunos candidatos, cosechadores de votos, hablan ardorosa y triunfalmente, con una audiencia completamente entregada. Desde las elecciones de junio de 1977, viene sucediendo lo mismo: no tengo acceso a una conversación y sólo puedo acudir a aclamar, vitorear u ovacionar a los cabezas de lista, porque los demás miembros de la lista o los senadores solo están presentes en las papeletas.

Estando ya en Madrid voté a Manuela Carmena en las elecciones municipales. Mi decepción fue terrible cuando, al no lograr la alcaldía, abandonó la política diciendo a las claras que ella, o era alcaldesa, o se iba a su casa. De esta forma representaba el valor central de ese mundo pétreo y oscuro de la política en tiempos del mercado infinito, emancipado de las personas portadoras de tan insignificante valor numérico, que es la exaltación del éxito y la victoria. En las siguientes elecciones me encontré con una mesa de campaña del mismo partido con el que se presentó la ínclita Carmena. Abordé a una de las chicas que estaba en la mesa con intención de conversar para comunicarle mi decepción. Entonces confirmé mis experiencias previas. Esta mujer era una pared y solo hablaba de la candidata cabeza de esas elecciones: Mónica García. En ese intercambio verbal experimenté mi finitud como elector desvalorizado.

Los códigos de una campaña consisten en amontonar adeptos aplaudidores que jaleen a los candidatos, o capturar gente nueva que sea moldeable como seguidor integralmente acrítico. Mi experiencia me revalida que la legión de jefes y asesores se encuentra recluida en su cielo, es inaccesible para gentes portadoras de ese raquítico valor estadístico. Pero, sus delegados en la tierra, los militantes, son todavía más cerrados, en tanto que han sido moldeados en la unanimidad y ausencia de conversación. En esta campaña, me encontré con una mesa de Sumar. Cuando una de las personas me abordó, preguntándome por Yolanda Díaz, le contesté pausadamente que no me interesaba esta sigla por mi condición de persona de izquierda. La reacción de ella fue contundente, se alejó dándome la espalda abruptamente. Lo que más me molestó fue que seguro que me etiquetó como uno de los compays de la excelentísima Irene Montero.

Pero este extraño mundo inaccesible, que ha exiliado la conversación, se ha recompuesto tras las cámaras de las televisiones, convirtiendo a las insignificantes legiones de votantes en espectadores. En este mundo mediatizado tiene lugar la caza y captura de las unidades de la audiencia. Para ello se crea una conversación pública, estrictamente dirigida y programada, en la que distintos tertulianos y expertos representan los diferentes posicionamientos establecidos. En distintos formatos se reproduce esta conversación, infinitamente reiterada. La charla política ubicua se dirige a las unidades de mirones, que son denominados como “ciudadanos de a pie”. Estos son requeridos para opinar en distintas ocasiones como fondo de la gran conversación dirigida. Sus intervenciones son calificadas con el término de “habla la calle”.

Esta conversación enlatada y blindada para esa casta mediática se intensifica en la campaña, así como las puestas en escena dirigidas a activar las emociones de los ávidos mirones-oyentes. Esta termina en los debates cara a cara de los candidatos, que son rigurosamente conminados a atenerse a los guiones preparados por los conductores de los programas. En estos encuentros, la comunicación no verbal adquiere una importancia desmesurada, en detrimento de los discursos. Los espectadores sólo adquieren, en esa conversación infinitamente redundante, la condición de hablantes como unidades muestrales. El nivel máximo de participación en la misma es la de ser convertido por arte del azar en una unidad muestral, y poder así responder a las preguntas seleccionadas por los operadores de la gran conversación pública. Así, cada afortunado por el azar, tiene la posibilidad de decir sí, no, mucho, bastante, poco o nada, respondiendo a preguntas cerradas.

Este mundo tan hermético, al que solo se puede mirar, las personas mutiladas estadísticamente somos reducidas al absurdo, siendo minimizadas al estilo de los bonsáis. Periodistas y políticos hablan en nuestro nombre, consumando la paradoja de ser, simultáneamente, silenciados y suplantados por los ilustrísimos de la conversación industrializada. Así, algunos hablan en nuestro nombre y nos invocan para respaldar sus acciones. En ese simulacro de conversación, un mirón es estimulado a identificarse con uno de los hablantes: o Montesinos o Monrosi. Ciertamente, la ausencia radical de conversaciones formatea a una parte muy considerable de los votantes, como gentes incapaces de organizar sus ideas y expresarlas. Múltiples programas, uno de ellos El Intermedio, presentan a muchas gentes cuyas intervenciones aparecen como deplorables, rayando en lo cómico. Este es el resultado del sistema político y mediático como mundo segregado, iniciático y experto.

Mi problema radica en que me encuentro más allá de la conversación pública enlatada por sus privilegiados protagonistas, junto a sus expertos, tertulianos y periodistas de guardia. En cualquier conversación incluiría varios contenidos que se encuentran ausentes en la conversación pública controlada férreamente. Discutiría cuestiones tales como la falsa creencia de que determinadas ayudas reducen las desigualdades, cuando precisamente las perpetúan; o el posicionamiento con respecto a la OTAN y la militarización. También que, tras cinco años de gobierno progresista, las estructuras permanecen intactas o la deriva descentrada del feminismo oficial. Algunas personas nos encontramos en ese más allá, aunque ignoro el valor estadístico de la suma de nuestros respectivos 0, 00004.

Estar ubicado en el más allá comporta una exclusión que se ejecuta brutalmente por parte del dispositivo mediático-gubernamental. La pandemia significó un gran salto en el control social y la descalificación total de quienes nos encontramos en el margen de sus argumentarios. En esta campaña, la rígida disciplina de bloque ha alcanzado proporciones aterradoras. Es altamente significativo que uno de los candidatos, el señor Feijoó, obtiene un pronóstico espléndido avalado por su estrategia de hablar en pequeños sorbos y callar prudentemente. Así se evidencia la parálisis de esa conversación pública construida consensuadamente entre esos actores.

El atasco de la conversación pública abre el camino a un juego letal que los candidatos practican magistralmente. Se trata de la etiquetación, la descalificación personal, la falsificación de la evaluación de los contrarios, las medias mentiras y hasta los insultos. De esa forma, una de las políticas más exitosas de este tiempo, Isabel Díaz Ayuso, se ha aupado al podio de esta competición fundada en reglas que, cuanto menos, son manifiestamente poco democráticas. Las malas artes parlamentarias terminan por bloquear las instituciones mismas. La degradación institucional y mediática ha alcanzado ya un nivel inquietante.

Por estas razones, he tomado la decisión de no apoyar con mi 0, 00004 a ninguno de los contendientes en tan sofisticado escrutinio. Votaré en blanco, tal y como lo hice en las recientes autonómicas y municipales. Ese voto significa una reprobación al juego que practican, que determina la escasa calidad profesional de sus señorías, así como la marginación de la mayoría de personas, que solo pueden participar como vociferantes fanatizados en alguna de las opciones ofrecidas. Aún a pesar de ser denegado como persona, en tanto que portador de tan escaso valor estadístico, me siento orgulloso de ejercer la ciudadanía decidiendo por mí mismo y a la contra, así como estar ubicado en un más allá de la banal conversación pública ejercida por la aristocracia político-mediática. Este sistema es, cuanto menos, manifiestamente poco democrático, o, dicho más claro, nada democrático, o lo contrario de lo democrático.

Alguna vez he aludido a la fantasía de la rebelión de los ceros a la izquierda, de nosotros, de los minimizados, de los carentes de valor para tan extraña aristocracia demoscópica y mediática. Por eso hago público mi posicionamiento, por si alguien quisiera juntar con mi 0,00004 para constituir una disidencia frente a la nueva aristocracia autoritaria, que gobierna con el tan progresado formato del marketing y la gestión de las emociones. Por eso he decidido contradecir a una persona tan venerable, como Madame de Maintenon, esposa de Luis XIV, quien ya en el principio del siglo XVIII, advirtió de esta forma tan nítida a las unidades vivientes de entonces, cuyo valor era todavía menor que el 0,00004 de hoy “Acostumbraos a ser obedientes pues siempre os ha de tocar obedecer”.

Como en este juego se trata de identificarse y entregarse a uno de los contendientes, confieso públicamente que no me identifico con ninguno de ellos. Ni Aroca, ni Inda, ni Ferreras. Ninguno.

 

 

 

sábado, 22 de julio de 2023

UN LÚCIDO TEXTO ABSTENCIONISTA

 

Por fin concluye una campaña que representa la degradación inocultable de todo el sistema político. Las actividades de la misma, regidas por los supuestos y métodos imperantes en el mercado, articulados en torno a la seducción y la persuasión, industrializadas por los últimos expertos que conforman la intelligentsia residual en los partidos: los especialistas en comunicación política y mercadeo electoral. En ese clima depresivo de los falsos debates, de las guerras entre grupos de comunicación contendientes, que van desplazando a los partidos, de las insidias entre candidatos, apenas se pueden consultar textos que defiendan posiciones ubicadas en el más allá de este realismo electoral cutre.

En los últimos días han asomado distintos textos argumentando posicionamientos que trascienden los marcos de referencia de la politología barata que gobierna la campaña presidida por la reedición en la sociedad tecnológica avanzada de las viejas virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad. Algunos, como el caso de Juan Gérvas, exponen sus razones en favor del voto nulo. Otros, como el texto que presento de Ediciones Salmón, razonan en favor de la abstención. Yo mismo publicaré mañana aquí mis razones en favor del voto en blanco.

Me parece muy importante abrir la mente a las razones de todos los posicionamientos, trascendiendo la mentalidad estrecha y supuestamente utilitarista proverbial en muchos votantes incondicionales y drásticamente disciplinados. Conversando con algunos votantes impregnados de utilitarismo acerca de la paradoja de que en estas elecciones la derecha defienda el cambio y la izquierda la continuidad, he recurrido a la sabia afirmación de Taisen Deshineru “La gente sufre a causa de su espíritu lleno de ilusiones. Todo esto no es más que imágenes en un espejo sin existencia real”. Una definición completa de las campañas de la política regida por la televisión: Imágenes en un espejo sin existencia real.

Este es el texto de Ediciones Salmón que podéis encontrar aquí en su versión original.

 

VOTA: NO SEAS NEGACIONISTA

 

El 23 de julio son las elecciones al parlamento español. Frente a la amenaza de un gobierno del PP con el apoyo de la ultraderecha de Vox, la izquierda ha hecho un llamamiento a la responsabilidad para acudir masivamente a las urnas. Y tú, votante con dudas o abstencionista activo, ¿qué harás el domingo? ¿No serás también un negacionista de la democracia?

Desde que Pedro Sánchez decidió adelantar las elecciones generales, en los medios progresistas han sido mucho los artículos de opinión alentando a votar a partidos de izquierda para evitar un gobierno con la ultraderecha. En las últimas semanas hemos visto cómo estos llamamientos se multiplicaban[1], subiendo notablemente el tono y la beligerancia.

Se apela al sentido del deber y de la responsabilidad. Se dice que hay que ir a votar en masa, y a la izquierda, pese a que muchos se vean incapaces de votar con entusiasmo ni ilusión: aunque sea un voto triste, hay que ir a las urnas. Votar es un imperativo, aunque votes con la nariz tapada, aunque votes a lo menos malo. Estamos en una situación de emergencia democrática. No votar no es una opción. No votar sería indecente. No votar sería de locos. No votar es de egoístas. No votar es un privilegio, o el privilegio vivido como rebeldía. No votar es cosa de hombres blancos, cis y heteros. No votar es no tener empatía con migrantes privados del derecho a voto. No votar es no solidarizarse con homosexuales y personas trans. No votar te convierte en colaboracionista del fascismo.

Todas estas son frases extraídas de artículos y comentarios vertidos en internet. El argumentario común cabría sintetizarlo así: 1) El gobierno PSOE-Podemos ha sido decepcionante, ha cometido muchos errores, pero es la opción menos mala; 2) Si no votas a la izquierda, tendremos un gobierno de PP y Vox, llegará el fascismo; 3) De modo que si no votas a la izquierda, serás corresponsable de todas las medidas liberticidas y autoritarias que aprueben Feijóo y Abascal.

Ediciones El Salmón es una editorial que nunca ha escondido su afinidad con las ideas anarquistas. Pero tampoco somos amigos de ninguna ortodoxia. En alguna ocasión hemos hecho pública nuestra postura abstencionista: fue en diciembre de 2015 —los comicios nacionales en que se estrenaba Podemos— y en junio de 2016[2].

Pero no nos creemos en posesión de la verdad absoluta, ni nos sentimos ajenos a una y mil contradicciones e incoherencias. Y, de hecho, hubo elecciones en que algunos de los salmones sí votamos —con la resignación y el asco que dicen sentir quienes ahora nos conminan a votar—, espoleados en buena medida por este mismo miedo a la ultraderecha. Era primavera de 2019, y coincidió con la visita de uno de nuestros autores, un veterano anarquista estadounidense que dijo entender que algunos de nosotros hubiéramos votado: es más, nos explicó que unos años antes él también lo había hecho, haciendo incluso campaña puerta a puerta en su vecindario, pidiendo el voto para el Partido Demócrata en aras de frenar a Trump: es decir, un anarquista haciendo campaña por Hillary Clinton.

Fruto de esas conversaciones y ese encuentro, Juanma Agulles, por aquel entonces editor en El Salmón, publicó en Hincapié un artículo sobre la participación electoral: «El voto del miedo», cuyas agudísimas reflexiones cobran más vigencia si cabe en la actualidad:

Lo peor del voto del miedo no es el miedo —que puede tener sus razones, fundadas o no—, sino el voto mismo. La idea subyacente de que una representación mejor, o menos mala, supondrá algún grado de mejora, o de freno en la degradación, de la situación social contemporánea. […] Las democracias parlamentarias […] se organizaron, precisamente, para eliminar cualquier tipo de democracia directa […]; para dar una pátina de participación igualitaria al proceso de brutal explotación y desposesión que el mundo de la producción y el consumo industrial viene desarrollando desde hace más de dos siglos[3].

Se trata de una tesis ciertamente radical, y sin duda minoritaria. Y, sin embargo, aun en el caso de que se quisiera buscar una «marca electoral» mínimamente afín, con unos planteamientos transformadores, ¿dónde elegir? Es aquí donde entra en juego la baza del «mal menor». Pero, ¿hasta dónde podría llevarnos la lógica de «votar lo menos malo»? Creemos no exagerar si decimos que los resultados de esta política del mal menor han sido desastrosos. No han sido pocas las ocasiones en que se ha invocado este argumento: desde Felipe González a Zapatero, y en este momento el tándem Pedro Sánchez-Yolanda Díaz. El votante «de izquierdas» no puede sino darse de bruces ante unos programas electorales terriblemente edulcorados y moderados[4] (casi se siente nostalgia por los llamamientos de Iglesias en 2014-15 a «tomar el cielo por asalto»), y ante una campaña electoral de una pobreza intelectual pasmosa, caracterizada por lo que Juan Irigoyen ha definido con mucho tino como «videopolítica[5]»; a lo que hay que sumar un personalismo atroz; una estructura de partido oscura y jerárquica que ni siquiera pretende, como en su día sí hizo Podemos, guardar unas apariencias democráticas de horizontalidad; y una nula voluntad de realizar autocrítica por los cuatro años de gobierno de izquierdas.

Desde 2019, el gobierno-más-progresista-de-la-historia ha mostrado una tibieza escandalosa ante cuestiones elementales como el acceso a la vivienda o el aumento del coste de la vida; no ha tenido voluntad alguna de derogar leyes represivas como la Ley Mordaza o de frenar los desahucios, que se siguen contando en miles cada año; sus políticas migratorias no se han distinguido en nada de las desplegadas por gobiernos de derechas; se ha subido a lomos de un belicismo proatlántico tan irracional y peligroso como el imperialismo ruso.

Y es imposible no mencionar en estas líneas la aciaga gestión de la crisis sanitaria desde marzo de 2020. Es cierto que en esto se diferenciaron muy poco de la casi totalidad de gobiernos del mundo, pero cabe señalar que un sector de la izquierda denunció el autoritarismo, delirio e irracionalidad de esas políticas, mientras la mayoría progresista silenciaba, censuraba y acorralaba las críticas: cuestionar los confinamientos, las mascarillas, las vacunas, etc., le convertían a uno automáticamente en conspiracionista, magufo o negacionista.

Esta dimisión de la capacidad crítica conecta poderosamente con todos esos llamamientos a votar a la izquierda: son una muestra de la superioridad moral tan extendida en el ámbito progresista[6]. Resulta cutre y miserable ver el eje sobre el que se ha articulado el chantaje blandido por la izquierda ante quienes han decidido no votar: que donen su voto a residentes no regularizados[7].

Algunas voces que disienten de este catecismo electoral han señalado una omisión de estas proclamas: la enorme brecha entre los partidos de izquierda y las clases más empobrecidas[8]. Y es aquí donde vemos nosotros el quid de la cuestión social. Lo señalaba Alba Rico en uno de los artículos citados: una amiga de izquierdas que dudaba si votar, le explicaba por qué sus vecinos votan a la derecha: «quieren ser ricos y la izquierda les pide sobriedad y solidaridad; quieren divertirse y la izquierda les aburre; llegan cansados del trabajo y la izquierda les regaña, les pide un esfuerzo feminista o ecologista o antropológico».

Pasolini[9] fue de los primeros en advertir (a principios de los 70) esta mutación antropológica, fruto de la cual las clases populares perdían su cultura e identidad propias y abrazaban un horizonte vital estructurado en torno al consumo y la propiedad. Sin embargo, el alcance de esta colonización de los cuerpos y las mentes ha terminado siendo prácticamente total: casi todos nosotros vivimos absorbidos por la vida-mercado.

Lo señalaba hace muy poco Amador Fernández-Savater: «El mercado, en su alianza […] con la tecnología, aparece hoy como la principal fuerza de configuración de experiencia. Nos movemos en Uber, viajamos con Airbnb, ligamos en Tinder, nos proveemos de alimentos en Mercadona, nos informamos gracias a Google, buscamos entretenimiento en Netflix. Y cada uno de nosotros reproduce el mercado simplemente viviendo[10]».

 

Es aquí donde las contradicciones se cierran sobre nosotros como una trampa. En mayor o menor medida, todos somos cómplices y partícipes de este modo de vida, del capitalismo que decimos rechazar y pretendemos combatir. Para nosotros no se trata de establecer una clasificación de pureza y coherencia político-intelectual, sino de evidenciar que, como el resto de ámbitos de nuestra existencia, el voto forma parte de una maquinaria de guerra contra la vida, contra la aspiración a crear una sociedad que aspire a ser libre e igualitaria.

El 23 de julio los salmones nos vamos a abstener. Es la opción que mejor se corresponde con nuestra perspectiva política. Haciendo pública nuestra postura, no buscamos instar a nadie a que deje de votar: que cada cual obre según le dicte su conciencia. Ahora bien, desearíamos que la izquierda deje de mirar por encima del hombro, con desdén y superioridad moral, a quienes deciden, decidimos, no votar. Les pedimos, en definitiva, que dejen de sermonearnos.

La campaña provoto recurre constantemente a la responsabilidad, la solidaridad, la empatía, la decencia. Consideramos esto muy grave, porque el reverso de su mensaje no es otro que el siguiente: quien no vota es irresponsable, insolidario, indecente (amén de colaboracionista, privilegiado, heteroblancocis). De ahí falta poco para dar otro paso: están a un tris de llamarnos negacionistas —de la democracia, de los derechos humanos, o lo que se tercie—, teniendo en cuenta cómo el uso de ese adjetivo se extiende cada vez más como recurso para definir a todo aquel que disienta, parcial o totalmente, de las narrativas predominantes en el campo progresista; cerrando así el círculo en forma de soga dibujado en torno a la herejía y la heterodoxia.

Ediciones El Salmón,
Julio de 2023

[1] Aquí unos ejemplos, pero sin duda habrá muchos más: «¿Por qué no voy a votar?», en Público, y «Votar contra el odio», en El País, ambos de Santiago Alba Rico, Público; «Abstenerse no es una opción, votar en blanco menos», Xabi Lombardero, El Salto; «Carta a un abstencionista», Sara Plaza Casares, El Salto; «A estos los va a votar su madre… y nosotros» y «Todas a votar, y a votar por Sumar (allí donde sea útil)», editoriales de Ctxt; «La rebeldía del privilegio», Teresa Villaverde, Píkara. En Twitter hay menos espacio aún para las medias tintas; un solo ejemplo: «no caben medias tintas ni tibiezas: o estás enfrente del fascismo o eres un colaboracionista», Ana Murillo, librera en MaryRead.

[2] «El criminal es el elector», 6 de diciembre de 2015; «¿Este es vuestro voto?», 25 de junio de 2016. En el primero de los casos, lo hicimos desde un desdén que ahora no repetiríamos, si bien es cierto que pretendía ser un contrapeso al fanatismo que poseía a los militantes y votantes de Podemos; nuestra intención no era otra que señalar que ese partido, sus líderes y su programa se encontraban lejos, extraordinariamente lejos, de los horizontes políticos que nosotros anhelábamos y defendíamos con nuestras publicaciones, algo que quedaba patente en la segunda publicación, donde recogíamos las palabras de un mitin de Iglesias: «Somos el partido de la patria, la ley, el orden y las instituciones».

[3] Reproducimos a continuación la cita in extenso: «Lo peor del voto del miedo no es el miedo —que puede tener sus razones, fundadas o no—, sino el voto mismo. La idea subyacente de que una representación mejor, o menos mala, supondrá algún grado de mejora, o de freno en la degradación, de la situación social contemporánea. La aceptación del argumento implícito que señala que las democracias parlamentarias del capitalismo son democracias incompletas, y que una participación distanciada, táctica, no es más que la utilización de un medio imperfecto para un fin legítimo.

»[…] Las democracias parlamentarias, sustentadas en el sufragio universal y la elección de representantes políticos, se organizaron, precisamente, para eliminar cualquier tipo de democracia directa, no para ir conquistándola «voto a voto»; para dar una pátina de participación igualitaria al proceso de brutal explotación y desposesión que el mundo de la producción y el consumo industrial viene desarrollando desde hace más de dos siglos. […]

»El lema de «no nos representan» olvidaba a menudo señalar que la representación política surgida de la farsa electoral sí representa algo: la aceptación mayoritaria del proceso de explotación y dominación creciente que el mundo industrial necesita para seguir reproduciéndose, y que muy pocos están dispuestos a cuestionar hasta sus últimas consecuencias. En muchos casos, para algunos tan sólo se trataba de encontrar una representación mejor o […] de modificar los métodos de elección de los representantes para que sean más equitativos, sin llegar a plantear que la representación política no es en ningún caso la solución sino parte del problema.

»No se trata, por tanto, de encontrar la marca electoral que mejor represente nuestros intereses en un momento dado —por parciales y tácticos que estos sean—, sino de hacer visible, mediante la práctica social, que la vida es algo más que la lógica del interés, y que quienes digan lo contrario son los enemigos más directos de la libertad, aun cuando hablen en su nombre, y precisamente por ello».

[4] Véase esta crítica somera, desde una perspectiva izquierdista clásica, publicada en el medio Poder Popular: «Las debilidades de la izquierda en tiempos de cólera», Manuel Garí.

[5] Militante y dirigente comunista durante la transición, después profesor universitario de Sociología, ya jubilado. Véanse sus numerosos artículos a este respecto en su estupendo blog «Tránsitos intrusos».

[6] Algo que no ha pasado desapercibido en algunos militantes, como Emmanuel Rodríguez: «Recordaré esta campaña electoral como la que ha conseguido movilizar el aspecto más imbécil de la izquierda. Chantajitos, apelaciones al privilegio del voto, llamadas frente a la apocalipsis y a partir de unos resultados que están cantados de antemano, el lamento… […] Esperan años de terror pero no por la llegada de la derecha sino por el increíble desarme social que nos rodea».

[7] ¿Significa que todos ellos votarían, si pudieran, a Sumar o al PSOE? ¿Ninguno a la derecha o a la extrema derecha? Los migrantes que sí poseen la nacionalidad española, ¿a quién votan? ¿Ninguno de ellos es abstencionista? Ni que decir tiene que este argumento es un mero ardid; si la situación no fuera esta, recurrirían a otra excusa y poner de nuevo en marcha el mecanismo del chantaje.

[8] «Si hay algo roto es la relación orgánica entre los sectores más empobrecidos de la sociedad, el voto y la izquierda: obviar esta realidad y centrar el asunto en el abstencionismo militante no sólo es falsear el problema, es confinar la mirada política al “rollito” activista» (Brais Fernández en su cuenta de Twitter).

[9] «La llegada de la cultura de masas, de los mass media, de la televisión, del nuevo tipo de escuela, del nuevo tipo de información y, sobre todo, de las nuevas infraestructuras, es decir, el consumismo, ha llevado a cabo una aculturación, una centralización que ningún gobierno que se declarara centralista había conseguido jamás. El consumismo, que se declara tolerante, abierto a la posibilidad de una descentralización, es, por el contrario, terriblemente centralista. Ha conseguido perpetrar ese genocidio que el capitalismo perpetró en Francia o en Inglaterra tal vez ya en tiempos de Marx, y del que hablara el propio Marx» (palabras de un coloquio de 1975, días antes de morir asesinado, recogido en nuestra edición Vulgar lengua).

[10] «La zona gris de la democracia: hacia una política de la impureza», Ctxt.

 

miércoles, 19 de julio de 2023

UNA MIRADA SOBRE LAS ELECCIONES DEL 23 DE JULIO. MÁS ALLÁ DE LA POLITOLOGÍA MEDIÁTICA DE TODO A CIEN

 


En política sólo triunfa quien pone la vela donde sopla el aire; jamás quien pretende que sople el aire donde pone La vela

Antonio Machado

 

Las elecciones del próximo domingo confirman las limitaciones de los saberes expertos que formatean los marcos cognitivos de las gentes convertidas en votantes-espectadores, conformados como públicos del ecosistema mediático. En la variopinta troupe hablante que se exhibe frente a las cámaras, prevalecen los politólogos, convertidos en expertos providenciales y magos de los pronósticos. Las encuestas dominan este campo de conocimiento especializado, que ha operado mediante la materialización de dos grandes escisiones: la separación drástica de la llamada Ciencia Política del conjunto de las ciencias sociales, y la segregación del conocimiento sobre el sistema político de su propio devenir sociohistórico global.

El resultado de estas operaciones de hiperespecialización configuran una mirada superficial sobre las realidades, que suscita perplejidades crecientes, en tanto que algunos acontecimientos emergentes no encajan en los sistemas conceptuales de interpretación. El caso de la peripecia de Trump, convertido en presidente de lo que se entiende como “la democracia más asentada del mundo”, evidencia la crisis de los marcos de interpretación. Esta “Ciencia Política”, arrancada de las ciencias sociales y de la historia, muestra impúdicamente sus carencias, derivadas de un empirismo manifiestamente mutilador. Por eso me gusta denominar a los expertos politólogos que pontifican en las televisiones, confiriendo un sentido supuestamente científico a las charlas de los comentaristas, mercenarios al amparo de los sectores en puja, como “politología de todo a cien”.

Esta es la razón por la que escribo este texto con la intención de reintegrar el acontecimiento elecciones del 23 J en una realidad más global que evoluciona, y que Castoriadis define certeramente como social-histórico. Empiezo por afirmar que, en la totalidad del social-histórico en curso, las instituciones políticas representan un papel subalterno con respecto a los poderes que constituyen los motores de los procesos sociales en marcha. La validez de la afirmación de Machado acerca de la centralidad del espacio “donde sopla el aire”, es manifiesta. Y, en este tiempo, es el mercado y sus variadas instituciones quien gobierna y reconfigura lo social. El sistema político es desplazado a un segundo plano, registrando en su espacio los impactos del avance del complejo institucional del mercado: La institución central de la gestión, la de los recursos humanos, las de la comunicación que santifican el marketing y la publicidad, las del complejo que empuja la medicalización y psicologización, así como las que conforman una individuación inédita y una digitalización que hace estallar a lo social, fragmentándolo en mil pedazos.

Desde la perspectiva del conjunto social, las próximas elecciones del domingo significan el retorno de lo que puede denominarse, en rigor, como La Institución, y que tan bien representa el PP. La Institución es un dispositivo heterogéneo y múltiple que enlaza el gobierno del Estado con los intereses fuertes de las clases altas. Esta, como tal dispositivo, ha adoptado múltiples formas históricas en distintos regímenes políticos. Pero la regla principal que define a La Institución, es la relación íntima entre las élites políticas y económicas, constituidas en castas cerradas a nuevos intrusos, así como su ubicación en el gobierno entendido como un recinto cerrado y amurallado, inaccesible para cualquier clase de bárbaros extraños a las élites económicas.

El dominio de La Institución se ve alterado por la irrupción, en el Régimen del 78, de un conjunto de élites que representan una intrusión en la misma, y que alteran la intimidad derivada de la consanguinidad proverbial de ese conjunto institucional, y que están representados en el gobierno del PSOE, que es entendido como una anomalía histórica inevitable. Aún a pesar de que La Institución ha mostrado su capacidad para reconvertir drásticamente a los extraños advenedizos que se hacen presentes el 82, en los períodos en los que retornan las coherencias de casta en el dispositivo de gobierno, la satisfacción actual del retorno de los propietarios a las instituciones del gobierno, es inocultable. Pero, las puertas giratorias establecidas por este dispositivo reintegran a la gran mayoría de los bárbaros pesoístas en las élites económicas, restableciendo las coherencias en ese dispositivo central de conducción.

El envés de La Institución, entendida como la derecha, es el PSOE, partido que absorbe a casi la totalidad de lo que fue la oposición al franquismo, consiguiendo largos periodos de gobierno, apoyado por un dispositivo mediático y experto de apoyo. Pero, al igual que en el caso de La Institución/derecha política, el PSOE se encuentra marcado por su origen y su propia historia, aún a pesar de sus vertiginosos y compulsivos movimientos de adaptación. La impronta de la que le es difícil liberarse de un partido creado en la II Internacional del final del siglo XIX, es su ineludible misión histórica inicial que se puede sintetizar en la etiqueta La Vanguardia. El proyecto socialista implicaba la preponderancia de un Estado-Guía que se sobrepone a los votantes, generando un modelo ineludiblemente dirigista.

La historia del Régimen del 78 es la alternancia entre ambas macroinstituciones, La Institución y La Vanguardia atenuada. Ambas suavizadas por la coexistencia inexorable, lo que ha creado la imago de lo que se denomina como El Centro. Este es el espacio fronterizo en el que convergen ambos complejos institucionales cuando les corresponde el turno de gobierno. Esta cohabitación feliz se derrumba con la crisis económica de 2008, que genera una crisis política que adquiere la forma de crisis de representación. En esos años, distintos intereses sociales correspondientes a varias clases subalternas, constatan su deficiente representación en tan estables instituciones reguladas por la mitología del Centro.

Esta crisis genera un nuevo estado de la sociedad, que implica la proliferación de protestas y movilizaciones, la cristalización de sucesivos estados de expectación, así como la aparición de nuevos actores políticos. Desde el 15 M a la creación de Podemos tienen lugar múltiples iniciativas exteriores al fosilizado sistema del imperio del Centro y La Alternancia. Así se modifica sustantivamente el sistema político y se configura el multipartidismo. En el interior de La Institución (PP), los sectores más radicales se escinden ante la percepción del peligro que implica la llegada de una nueva oleada de intrusos, todavía no domesticados por el sistema político. Así nace Vox, que va a representar un papel fundamental en la reconfiguración de La Institución.

La irrupción de Podemos en 2014 representa un nuevo estado político, en el que una parte de los intereses sociales no bien representados muestra su respaldo a los nuevos inquilinos de este ínclito sistema político. La crisis política de representación fragmentó a la derecha, de modo que, penalizada por la lógica del sistema electoral, tuvo como consecuencia la formación de un gobierno progresista, el gobierno más extraño posible desde la perspectiva de la congruencia del sistema político instaurado en el 78, pero que ha supuesto una continuidad histórica problematizada en la relación entre el gobierno, los grandes intereses y las élites sociales.

Los cinco años del gobierno progresista han tenido como consecuencia un desplazamiento del PSOE  en la dirección inversa al centro. Al mismo tiempo, los nuevos inquilinos de la constelación de Podemos descubren incrementalmente las limitaciones de la acción de gobierno. Estos entran en un proceso en el que son absorbidos por la institución perenne, separándolos de sus bases sociales. La dinámica del gobierno progresista se encuentra determinada por la gestión de la impotencia programática. La inviabilidad de la implementación de su programa total es sustituida por un conjunto de gestos radicales dirigidos a sus supuestas bases sociales, así como un conjunto de medidas de compensación a la imposibilidad de realización de su programa total. De este modo florece un activismo legislativo que produce reformas incompletas que no se pueden materializar en su integridad. El foso entre los sectores no representados y la nueva izquierda en el gobierno tiene una profundidad considerable y no puede ser compensado por los gestos institucionales radicales y la propaganda mediática, arte en el que muestran su competencia los nuevos inquilinos.

Pero la presencia en el gobierno de los extraños ha supuesto la inestabilidad simbólica de lo que ha sido La Institución, amenazada por la preponderancia de fuerzas nacionalistas y de los contingentes de los procedentes de la crisis del 2008-14, estimulado a todos los segmentos de la derecha a una oposición frontal, que ha alcanzado dimensiones descomunales. Todos los reservistas han sido movilizados a una confrontación permanente y creciente en contra de lo que se entiende como okupas de La Institución. La impotencia política de Unidas Podemos ha redundado en la intensificación de las retóricas de la confrontación. Así, ante la imposibilidad de generar reformas de calado en el mercado han proliferado denuncias pomposas contra algunos de los grandes propietarios de bancos, INDITEX o Mercadona, generando una guerra inútil alejada del creciente escepticismo de los no bien representados, a los que a una parte cuantiosa de los mismos, no llegan los efectos de las medias medidas del gobierno.

De este modo se configura el escenario de las elecciones del próximo domingo. La masa de votantes de las derechas estimulada por el retorno a la titularidad de La Institución. Los verbos de echar (a los intrusos) o derogar, expresan prístinamente la naturaleza del proyecto. Junto a los estimulados por el retorno de las coherencias a tan proverbial dispositivo de gobierno, se puede constatar una masa considerable de gentes unificadas por su escepticismo tras la experiencia ambivalente de las medidas y reformas producidas por los extraños desde el interior del recinto de La Institución. La distancia con los mismos es proporcional a la parcialidad de los logros.

El primer plano del rostro hierático de Feijoó en la entrevista con Intxaurrondo, muestra la faz permanente de La Institución, que en su larga vida no se ha encontrado con un periodismo de réplica. Ese rostro inexpresivo y ajeno a la conversación muestra la opacidad proverbial de ese dispositivo en las vísperas de su posible retorno. El domingo se dirime, bien la restauración, bien la inestabilidad asociada a la continuidad del frágil gobierno progresista, debilitado por la debilitación de sus apoyos y por el canibalismo desbocado de sus componentes. En cualquier caso, se conforma una situación de inestabilidad por la dispersión de los contendientes.

Mientras tanto, el espectáculo de la puesta en escena de los actores bajo las reglas imperativas de las instituciones centrales de este tiempo, el marketing y la publicidad, alcanza la categoría de lo insólito. El furor contenido de los propietarios ante los inquilinos en vísperas del final del contrato; los videos portentosos de Yolanda Díaz representando una síntesis entre una azafata convencional y una santa estrictamente canonizada; el rostro de Belarra que acompaña el espectáculo de su propia reiniciación; las  andanzas del Presidente por los platós, convertido en discípulo de la mejor versión de Mercedes Milá; todo es asombroso y trasciende los programas de los contendientes. 

He vivido muchas situaciones patéticas, y todas muy ricas en su realización, pero esta es verdaderamente original, inédita y se instala más allá de cualquier ensoñación. Desde la perspectiva de una persona de mi edad que ha vivido distintos sistemas políticos, la campaña actual representa un retorno a los mundos de las primeras pelis de Almodóvar. El aspecto más grotesco radica en la instalación en las mentes de los atribulados votantes-espectadores de las categorías aportadas por los politólogos de guardia. Conversar, a día de hoy, con un paisano esculpido por estos saberes es una verdadera experiencia.

Al escribir este texto, me he propuesto tomar distancia con el realismo sistémico fundado en el prodigio de racionalizar el vínculo entre tus intereses y las distintas opciones en este compulsivo mercado del simulacro programático. Entretanto sigue el espectáculo, la prosperidad de la industria armamentística se multiplica exponencialmente, gracias a la materialización de las guerras en curso, así como las previsibles en su inmediatez. La opinión pública, hipnotizada por la magia de la campaña de las rivalidades personales y el desenlace de este escrutinio incierto, carece de la capacidad de percibir las consecuencias de la escalada militar. Este hecho representa una enajenación colectiva coherente con el ecosistema de comunicación que protagoniza el devenir social y el juego que se dirime el próximo domingo.

Sin ánimo de anticipar nada, ya tengo escrito el esquema de la entrada tras el resultado del 23. Se trata de una reflexión acerca de la persistencia fatal de ideas o representaciones equivocadas que inducen a decisiones que producen resultados perniciosos. Esta prevalencia de acciones contrarias a los resultados que se pretenden obtener, es el rasgo más importante de las estrategias de la izquierda. Las estrategias fatales, el título de uno de los inteligentes libros de Baudrillard.

 

 

domingo, 16 de julio de 2023

UNA INTERPRETACIÓN SOCIOLÓGICA DE LA MENTIRA POLÍTICA

 

En estos días de campaña electoral la mentira ha adquirido una centralidad absoluta en los juegos dialécticos entre los actores. Todos atribuyen a sus rivales la culpabilidad de la mentira. Pero esta no es una propiedad de los actores, sino que, por el contrario, se encuentra enraizada en el sistema mismo, como una parte inseparable de la competición, en cuyo núcleo duro se encuentra la persuasión. Así, los asesores y expertos que influyen en el mercado político, inspiran la mentira y producen esta de forma creativa e industrializada.

Las variadas y sutiles formas de mentir, se encuentran asociadas a un factor estructural de descomunal relevancia. Este se funda en que los estados nacionales, en este tiempo, se encuentran severamente constreñidos e intervenidos por los mercados y los poderes globales. Así se genera una corrección de los proyectos políticos de origen que proponen los actores, al tiempo que, como estos reajustes no se pueden explicar abiertamente a las bases sociales, toda la comunicación política se encuentra afectada. Lo sumergido y lo oculto alcanza una proporción desmesurada en la totalidad de la comunicación política. Este es el suelo sobre el que florece y generaliza la mentira, que adopta múltiples formas en una proliferación fecunda, al tiempo que deviene en imperativa.

La preponderancia de los mercados y los poderes globales se funda en un conjunto de instituciones que dominan la economía, las empresas, la educación, los sistemas sanitarios y sociales, así como el mismo estado. La institución central de la gestión impone la regla de que la victoria es obligatoria, de modo que, para obtenerla, no se debe reparar en los medios, de modo que queda abierto un campo de acción en el que la ética queda completamente neutralizada. Los candidatos al gobierno de tan hipermoderno estado sustentado en el mercado político, se penalizan mutuamente arrojando sobre el rival el peor epíteto posible: perdedor.

La superficialidad y dependencia de los analistas de la videopolítica construye la cuestión de la mentira en términos tan manipulados, que soslayan su naturaleza estructural y la dotan de una simplicidad que tiene como consecuencia su propia banalización. Por esta razón, reproduzco aquí un texto elocuente y dotado de espesor conceptual, de un filósofo heterodoxo y original, como es Cioran. En este, remite la cuestión de la mentira al origen de las ideas de los actores, y explica cómo estas representan un obstáculo a su realización, de modo que inevitablemente terminan desembarazándose de la pesada carga de las mismas.

El texto de Cioran muestra su inteligencia y perspicacia. Este no tiene como destinatarios a los próceres políticos, sino que se refiere a la mentira biográfica en general, mostrando cómo los actores se liberan de las ideas de origen. De este modo, pone en el centro de la deliberación sobre la mentira la cuestión del cambio. El problema radica en que actores equipados con conjuntos de ideas y representaciones, tienen que adaptarse a un campo exigente, de modo que, para no ser eliminados, tienen que modificar inexorablemente sus ideas iniciales, y, además, deben hacerlo de modo que este cambio quede oculto a sus propias bases sociales.

Estos artistas de la adaptación deben tener la competencia de mantener varias comunicaciones simultáneas y manifiestamente incompatibles. La política intervenida por los mercados tiene esa pesada carga. Engañar a varios interlocutores al mismo tiempo es un requisito para la permanencia en el campo político ocupando posiciones en las tierras altas. Este es, sumariamente,  el proceso: la presencia en el gobierno determina la constatación y verificación de imposibilidad de materialización del proyecto inicial. Después viene la fase de adaptación y corrección del mismo, acompañado por una comunicación de gestos ostentosos a las bases sociales, que encubren los cambios. Este proceso avanza hacia fases más avanzadas en las que la contradicción se agranda y exige a los actores la procacidad en su estado máximo, en tanto que, según se sigue avanzando, ya no hay vuelta atrás. Entonces el proyecto es permanecer en el gobierno.

Los políticos se encuentran involucrados en un cambio secreto y en una adaptación intensa y escindida de su base social. Se convierten, de esta manera, en renegados silenciosos, en gentes cuyas vidas priorizan los ricos aprendizajes de la evasión de sus verdades iniciales. Según avanza el proceso biográfico, se acumula el conocimiento que no se puede mostrar, y que es preciso ser sometido a un estatuto de discreción. Todos los políticos experimentan esta misteriosa mutación, pero Felipe González representa el emblema de la misma. Tras sus años de presidencia del gobierno revela, muchos años después, sucesiva y acumulativamente sus contraverdades, que ha mantenido en la sombra. González va administrando pequeñas dosis de sus sucesivas readaptaciones al mundo dominado por el mercado.

Este es el sagaz texto de Cioran que tanto me ha estimulado

 

NECESIDAD DE LA MENTIRA

E.M. CIORAN

EN “LA TENTACIÓN DE EXISTIR” PAG. 214-15

 

Quien ha vislumbrado, en el comienzo de su carrera, las verdades mortales, llega a no poder vivir con ellas: si les permanece fiel, está perdido. Desaprenderlas, renegar de ellas -única modalidad, para él, de reajustarse a la vida, de abandonar el camino del Saber, de lo Intolerable-. Siguiendo a la mentira, cualquier mentira promotora de actos, la idolatra y espera de ella su salvación. Cualquier obsesión la seduce, con tal de que ahogue en él al demonio de la curiosidad e inmovilice su espíritu. De ese modo, envidia a todos los que, a favor de la plegaria o de cualquier otra manía, han detenido el curso de sus pensamientos, abdicado de las responsabilidades del intelecto, y hallado, en un templo o un asilo de alienados, la dicha de estar acabados. ¡Qué no daría él también por poder exultar a la sombra de un error el abrigo de una estupidez¡. Lo intentará. <<Para esquivar mi naufragio, pagaré el juego, perseveraré en mi cabezonería, por capricho, por insolencia. Respirar es una aberración que me fascina. El aire se escapa de mí, , el suelo tiembla bajo mis pies. He convocado a todas las palabras y les he ordenado organizarse en una oración; y las palabras han seguido inertes y mudas. Es por eso por lo que grito, por lo que no dejaré de gritar: “Cualquier cosa, salvo mis verdades”>>.

Helo aquí disponiéndose a librarse de ellas, a darlas de lado. Y mientras celebra una ceguera deseada durante tan largo tiempo, el malestar le gana, el coraje le abandona: teme la revancha de su saber, el retorno de su clarividencia, la irrupción de sus certezas, por las que había sufrido tanto. Esto basta para que, perdiendo toda seguridad en sí mismo, el camino de su salvación se le aparezca como un nuevo calvario.

 

Concluyo aludiendo a un asunto emblemático, como es el de la conversión de facto de tan portentosos pacifistas en los ochenta, en atlantistas en favor del rearme y la militarización, en las versiones efusivas de la derecha y más discretas en la izquierda. Esta transformación ha tenido lugar en un contexto protegido de las miradas de las bases sociales. La relación “cara a cara” con los poderes fácticos ha modificado sustantivamente a los antaño pacifistas, ahora empapados de realismo de bloque geoestratégico. El aspecto más pernicioso de este cambio, radica en que se oculta a las bases sociales, constituyendo la acción de gobierno como un campo inaccesible para la gran mayoría. La paradoja de este cambio estriba en que, desde siempre, el poder militar se ha ocultado y permanecido en la sombra, propiciando la proliferación del embuste. Ahora, en la sociedad digital que se autodefine pomposamente como transparente, las estrategias militares permanecen más sumergidas que nunca y la propaganda alcanza niveles cosmológicos de eficacia. Confieso que me ha conmovido el anuncio del gobierno de enviar tropas a Eslovaquia y Rumanía, cuestión que ha pasado desapercibida para tan desfondada opinión pública, así como para la izquierda tan felizmente posmoderna.

 

miércoles, 12 de julio de 2023

EL ESPECTRO DEL POLÍGRAFO

 




Los fanatismos que más debemos temer son aquellos que pueden confundirse con la tolerancia

Fernando Arrabal

En este video antológico, Jesús Quintero se acredita como un periodista especial en una época final, que concluye con su propia desaparición.  En esos años, todavía se podía identificar en los medios a una clase de comunicadores dotados de independencia de criterio, así como poseedores de un bagaje cultural potente. Pero el advenimiento de la sociedad postmediática, con su multiplicación de emisores y fragmentación de las audiencias, significa un proceso de homogeneización radical de las empresas multimedia dominantes, en las que los periodistas se transforman en empleados disciplinados de las líneas editoriales de las mismas. Las excepciones se reducen considerablemente en este nuevo mundo automatizado de los medios.

El resultado de este proceso es la conformación de un ecosistema comunicativo estrictamente estructurado y segmentado, tanto los públicos como los comunicadores. Desde mi sofá-refugio me asombra reiteradamente la pavorosa uniformidad de los periodistas de La Sexta. Recuerdo las discusiones que se propiciaron en los años setenta cuando salió el Libro de Estilo del País. Algunos trataban de resistir la estandarización, al estilo de Jesús Quintero y otros independientes de esa época fenecida. Ahora cada empresa formatea a sus empleados con sus reglas.

En este contexto es preciso comprender el “debate” que tuvo lugar ayer entre Sánchez y Feijoo, que visualizó nítidamente el papel infausto de los “moderadores”, Vicente Vallés y Ana Pastor, que acreditaron su subordinación integral a los grupos mediáticos a los que pertenecen. En la sociedad postmediática, los actores políticos contendientes, son las propias empresas. Sánchez se encuentra amparado por Prisa, La Sexta y otros complejos empresariales de la comunicación, y Feijoo se sustenta en una docena de medios que convergen sus líneas editoriales en su favor. El viejo papel de periodista, queda disuelto irremediablemente. Las intervenciones de ambos conductores manifestaron brutalmente sus posicionamientos como distinguidos miembros de las “cuadrillas” de ambos políticos. Como es bien sabido, estas cuadrillas están compuestas  por subalternos.

Pero, cualquier análisis sobre el programa de ayer, tiene que remitirse al ecosistema comunicativo en el que tuvo lugar. Desde los años noventa, en el que un programa emitido por la tv de Valencia, “Tómbola”, sienta las bases de un nuevo modelo de prensa rosa, que se extiende como una mancha de aceite a todas las televisiones, terminando por cristalizar en un formato que se instala en todas las programaciones, incluyendo al género político. Este género televisivo, basado en la confrontación y la escalada emocional, crea sus propios maestros. Imposible seguir sin rememorar a Belén Esteban, Jorge Javier Vázquez, Mila Ximenez, Mariñas, María Patiño y tantos otros.

El método de estos programas termina por arraigarse en todos los campos televisivos. Desde hace varios años, he aventurado la hipótesis de que, ante una escalada de la izquierda, a sus líderes les opondrán gentes como Lidia Lozano, Roncero y semejantes. Este espectáculo requiere la virtud, no tanto de enunciar, desarrollar o argumentar, sino, por el contrario, se trata de encajar golpes dialécticos de los contrincantes, de manejar emociones, de sobreponerse a situaciones negativas, de tener la capacidad de autocontrol, de remontar situaciones adversas, de detentar la capacidad de atacar al interlocutor en sus puntos débiles, de ser persistente, de controlar la comunicación no verbal, y, principalmente, de saber fingir. La comunicación verbal en un escenario así se disgrega en frases-zasca que estimulen a las audiencias contra el enemigo-rival.

Este género televisivo ha producido múltiples situaciones morbosas que han estimulado a las audiencias. El vaso de agua arrojado por Pocholo Martínez Bordiú, los escándalos protagonizados por Karmele Marchante y Mariñas, las pequeñas crueldades ejercidas a la vista del público sobre personas más débiles. La mentira es la competencia esencial de estos héroes, así que el polígrafo es el artefacto favorito de estas contiendas. Un público extremadamente numeroso permanece atento a los avatares de estos héroes de quita y pon de la programación.

El éxito incuestionable del Régimen del 78 en su ciclo de crisis entre 2008 y 2014, consistió en mediatizar el acontecer político, deslocalizándolo de la calle y otros espacios públicos, generando un género televisivo en el que distintos tertulianos, expertos y periodistas estrictamente subordinados a las empresas emisoras, dirimen sobre los asuntos públicos y se constituyen como un simulacro de la rendición de cuentas. En ese proceloso mundo de las pantallas han crecido distintos periodistas y maquinarias de relatos políticos. La relevancia de Ferreras/Pastor y otros próceres en este universo es contundente. Han creado un universo de significaciones compartidas mediante la que sus feligreses interpretan los acontecimientos. Así, imponen sus significaciones y sentidos, de forma que producen espectadores que se posicionan en favor de los distintos protagonistas del simulacro.

La élite de Podemos, con Pablo Iglesias, Tania Sánchez y otros atormentados agentes de cambio, fueron absorbidos por las maquinarias mediáticas, para después ser abandonados a su suerte, siendo denigrados en los mismos platós en los que se arraigaron durante el tiempo prodigioso de la consumación de su mediatización completa. Una peculiar forma del clásico de “seducida y abandonada”. Recuerdo los devaneos de Iglesias, Monedero y otros en el programa de Ana Rosa, que ha terminado, finalmente, siendo su verduga.

El llamado debate de ayer, constituye un verdadero monumento iconográfico de la época. Sánchez exhibiendo sus destrezas de vendedor a domicilio, acreditando su conversión en un personaje de la prensa rosa y de vencedor sobre el ínclito Pablo Motos. Feijóo mostrando sus capacidades como padrino de padrinos, que ha cultivado en sus largos años gallegos. Su prodigiosa competencia de ser completamente opaco y burlar el simulacro. Una conversación llena de improperios, afirmaciones vacuas, ataques, defensas y simulaciones, todas ellas regidas por el imaginario del polígrafo, que representa la esencia de ese espectáculo.

Mientras tanto, los mercaderes audiovisuales capitalizaban admirablemente los negocios derivados de las amplias audiencias congregadas en torno a este combate del siglo. Lo peor radica en la presencia de los politólogos de guardia que pretenden asignar un sentido a las palabras de los luchadores. Este se referencia en los programas y su factibilidad, en los argumentos y las cifras que los avalan, y en la ilusión de que existe una comunidad de receptores que reclama racionalidad y coherencia. Pero esto es imposible en un contexto así, y, precisamente, el simulacro político tiene como finalidad crear una comunidad ficticia, en la que los voyeurs son requeridos a identificarse con los expertos y tertulianos, además de los políticos convertidos en muñecos de guiñol, hablando por la boca de los operadores mediáticos. En este medio, el espectador es transformado en un voyeur regido por sus impulsos y bajas pasiones.

Ese simulacro político se encuentra regido por las reglas de la institución central del tiempo presente, que es el mercado. Así, lo decisivo es determinar quién es el ganador y quién es el vencido. Al modo de los grandes mercados de pronósticos y apuestas -otra institución central- tras “el combate”, los operadores mediáticos generan un coro de voces estridentes para determinar los vencedores, al tiempo que las empresas demoscópicas crecen en sus carteras de servicios. La gente común, los espectadores, son reducidos a la condición de votantes de las preguntas y respuestas que cocina la nueva nobleza mediática y demoscópica. La forma máxima de participación es votar a una respuesta prefabricada por tan distinguidos expertos.

En estas condiciones, la degradación del sistema es inevitable, teniendo lugar en un tiempo acelerado. El sistema ha sido corroído desde dentro por los operadores mediáticos, y el ejercicio de la ciudadanía es imposible en ese contexto. La conversación pública está sobredeterminada por los dispositivos partidarios y comunicacionales. Cualquier conversación externa a ese mundo, parece imposible. Por eso confieso abiertamente que no tengo interés alguno en ser parte de esa audiencia, y deliberar acerca de las medias verdades y la proliferación de ficciones y mentiras que conforman esos discursos y esos personajes. Pero confieso que, si se instaura el polígrafo, y además manejado por la inefable Conchita, me uniré a la morbosa audiencia.

En conclusión: las lúcidas palabras de Quintero que presagian tan bien el tiempo presente. Sí, se trata de la creación de un gran público minimizado por la estandarización cultural derivada del mismo medio. Como afirma un autor tan acreditado como Sartori “El homo sapiens está en proceso de ser desplazado por el homo videns, un animal fabricado por la televisión cuya mente ya no es conformada por conceptos, por elaboraciones mentales, sino por imágenes.” Y aún más, este mismo autor proporciona la clave para comprender el cara a cara, cuando afirma que “Es necesario tener en cuenta que las elecciones también pueden matar una democracia”. Sí, eso es. Este es un juego manifiestamente incompatible con la idea de democracia.  La política televisada representa una factoría de nuevos fanatismos dotados de máscaras de tolerancia, tal y como afirma Fernando Arrabal.

sábado, 8 de julio de 2023

EL ACIAGO FINAL DE LA MASCARILLA

 

Soldados, no os rindáis a estos hombres que en realidad os menosprecian, os esclavizan, reglamentan vuestras vidas, os barren el cerebro, os engordan y os tratan como ganado y como carne de cañón, por un mundo nuevo, digno y noble, que garantice a la juventud un futuro y la vejez, seguridad

Charles Chaplin. El barbero judío

Llevamos cadenas, aunque nadie las vea, y somos esclavos, aunque los hombres nos llamen libres

  Oscar Wilde

He celebrado gozosamente la supresión final de la mascarilla, que ha tenido un largo y aciago final por etapas. Recuerdo su expiración en el transporte público, en el que cada día se incrementaban los indóciles que liberaban sus rostros. Ahora, la mascarilla ha caído con su lenta agonía en las farmacias, en las que proliferaban distintas gentes malmandadas que se excusaban tímidamente por no llevarla con la tolerancia de los empleados, atentos a la maximización de las ventas por encima de cualquier otra consideración.

En ambos lugares he contribuido activamente a debilitar la norma mediante una discreta, pero firme omisión. En un autobús en Madrid, fui requerido por el conductor a cubrir mi rostro. Cuando me ubiqué al final del vehículo, mantuve mi rostro liberado de tan insalubre e inmundo trapo. Con el paso de los minutos pude constatar el sentimiento punitivo de los enmascarados que me rodeaban, que estalló cuando al llegar a mi parada de destino, salí del vehículo obsequiado con algunos improperios pronunciados por los múltiples policías de la conducta que propician las normas punitivas y las estrategias del miedo.

La imposición de la mascarilla es una de las medidas más importantes de la desindividuación y despersonalización que practicó el poder global sobre la atribulada población. La suspensión del rostro limita severamente las relaciones personales, introduciendo un principio de sospecha en las interacciones entre las personas. Junto con la distancia personal obligatoria, instituye un orden social que supone un riguroso estado de excepción relacional, que corroe todos los espacios sociales. Al igual que en otros aspectos, el gobierno de la pandemia tiene lugar según un doble registro: Lo estrictamente sanitario y lo político referido a la gubernamentalidad. De su fusión nace la gubernamentalidad epidemiológica que neutraliza los espacios e instituciones sociales ordinarias para reemplazarlas por conglomerados artificiales constituidos con el fin de su vigilancia y gestión, además de reconvertir a las personas en unidades contables y agregables,  susceptibles de ser reintegradas en agregados estadísticos.

La mascarilla ha sido el símbolo de este experimento de gobierno que ha asolado a las poblaciones e instituido nuevas formas de gobierno. La principal consecuencia es la imposición del complejo experto, que se toma la licencia de gobernar la totalidad de la vida cotidiana de la población, primeramente confinada y  encerrada, y, posteriormente, hiperregulada en sus prácticas de vida y movimientos. La autonomía de las personas es denegada y la dependencia de las conminaciones expertas alcanza niveles inquietantes. La refundación de una nueva forma de gobierno autoritaria, comparece con todas las intensidades imaginables.

Desde el principio de la pandemia, me posicioné crítica y activamente ante la peculiar confluencia del modo de gobierno autoritario dotado de un rostro salubrista; el éxtasis mediático y digital; la ascensión de los expertos en seguridad; la nueva hipermedicalización y el estado inerme de la sociedad. Escribí muchas entradas en este blog. En varias de ellas aludo a las mascarillas, pero hay tres entradas específicas referida a ella. Hoy las quiero reivindicar aquí. Las he vuelto a leer y las volvería a escribir así. Recomiendo su relectura en estos días de funeral del sórdido trapo.

La primera es “Microsociología de la mascarilla”, publicada en mayo de 2020. En esta expongo los sentidos de este artilugio de control y sus contextos. El segundo es "La pandemia, la mascarilla y el territorio íntimo de los bolsillos”, en junio de 2021. En esta, tomo como referencia la potestad que se arrogan los poderes en situaciones críticas  de seguridad para vaciar e inspeccionar los bolsillos de los ínclitos súbditos. Esta es una situación de máxima asimetría en la vida social. La última es “Lamascarilla en exteriores como simulacro epidemiológico”, en diciembre de 2021. Se analiza la progresiva retirada de los espacios abiertos para conservar el control de los cerrados.

He visitado tres hospitales con la jubilosa intención de transitar por sus pasillos mostrando mi rostro. La inmensa mayoría de los pacientes continúa haciendo uso de la mascarilla, en una apoteosis securitaria que remite a la eficacia del estado de excepción político-sanitario que tuvo lugar en la pandemia. Así se acredita la lúcida afirmación de Franz Gillparzer “Las cadenas de la esclavitud sólo atan las manos: es la mente la que hace al hombre libre o esclavo”. Las mentes de los atemorizados están regidas ya por automatismos mecanizados coherentes con las conminaciones basadas en el temor. Y, ciertamente, los profesionales del complejo experto que ha gobernado la pandemia, entienden esta medida como provisional, en tanto que su experimentación del gobierno epidemiológico, en el que quedaban suspendidas las instituciones de la sociedad y reducidas a unidades de gestión las personas, expresan añoranza de este experimento salutopolítico, en el que han ejercido su preponderancia sin contrapesos.

En uno de los hospitales que visité ayer, pregunté a una enfermera si podía circular sin mascarilla. Su contestación fue una joya del imaginario salutopunitivo: “Sí, es opcional, pero sea responsable y aténgase a las consecuencias de no ponérsela”. El tono de reproche con el que acompañó esta frase fue antológico. También las escasas intervenciones de los expertos salubristas que proliferaban sus presencias en las pantallas. Todos advierten, en un tono inocultable de recriminación, que muchos de nosotros somos irresponsables y que la exhibición de los rostros solo es un paréntesis que conduce a la siguiente pandemia, en la que volveremos a ser hipergobernados e intervenidos por tan providencial dispositivo de gobierno. En sus declaraciones oficiales, la OMS no puede ocultar su nostalgia pandémica, que le llevó a la centralidad política y social.

Los rostros tapados con los que me he encontrado en estos días en los hospitales, representan el máximo de la socialización disciplinaria, esto es, no es precisa la presencia de sus vigilantes, en tanto que han internalizado integralmente sus conminaciones y normas. Sus mentes registran los impactos del gobierno securitario de choque. Se puede decir que se encuentran marcados de por vida, asumiendo su estatuto de supervivientes por la gracia del complejo experto que les salvó de la muerte. Ellos emiten señales de sumisión para ser reconocidos como gentes de bien, diferenciados de los incrédulos , indisciplinados, veleidosos y aventureros que comparecen en las televisiones como emanación del peor virus posible: el negacionismo, convertido en  la última versión del satanismo. Así representan la pureza de la obediencia y la apoteosis de la fe en los expertos que habitan en las pantallas. De ahí la validez de la afirmación de Chaplin que encabeza este texto. Sí, barren el cerebro de los más indefensos.

 

 

miércoles, 5 de julio de 2023

LAS COMPETENCIAS ESCÉNICAS EN LA UNIVERSIDAD

 

En estos días de exaltación de las televisiones por la campaña electoral se prodigan las intervenciones de presentadores secundarios, que apoyan la intervención del presentador principal del programa. La exposición de este se apoya en otro que comparece frente a una gran pantalla que contiene imágenes, gráficos o textos para ilustrar la intervención principal. La sobredosis de presentadores secundarios remite mi memoria a los últimos años de docencia universitaria, en la que se hacía presente en el aula, lo que los más informados denominan como mutación antropológica, que es imperceptible desde los paradigmas que dominan la vida política.

El aula es un espacio que refleja nítidamente los cambios en curso en la colosal nueva individuación, que resulta de la sintonización de los procesos de producción y consumo. Confieso que tardé en comprender y asumir esas transformaciones, que comparecieron volcánicamente tras la instauración del grado. Con anterioridad, la gran mayoría de los estudiantes no intervenía en las clases, generando una distancia considerable con el profesor, al que se le otorgaba el monopolio del decir. Invariablemente, una minoría exigua de estudiantes intervenía en las clases compitiendo con el docente. Siempre lo hacían los mismos, de modo que cristalizaba en una suerte de oligarquía de la palabra.  Las intervenciones de muchos de esos estudiantes, se encontraban animadas por la pretensión de democratizar el aula modificando el monopolio del profesor, así como modificar la naturaleza de la clase abandonando el estatuto de pasividad.

Tras la implantación de la reforma de Bolonia, muchos de los estudiantes asumieron fervorosamente los principios de la educación por competencias. Se instaló en el aula la fantasmagoría que cristalizaba en la fórmula de aprender a aprender, en una versión manifiestamente cutre. En este blog he contado profusamente las consecuencias perniciosas de este proceso, que transformó las aulas en fábricas de la charla. Esta acepción implica que cualquier tema era susceptible de ser tratado de modo disperso, asistemático y superficial en una clase. La ausencia de cualquier método era notoria y muchas de las intervenciones derivaban a un grado de trivialidad que alcanzaba lo insólito.

Mi definición de las nuevas aulas como fábricas de la charla, se relaciona con el salto prodigioso que tiene lugar en esos años, entre la sociedad mediática, -que privilegia en los medios a grandes conductores de audiencias, presentando coherencias con las aulas dominadas por profesores y el mundo cultural por una aristocracia particular- y la sociedad postmediática, resultante de la explosión de los emisores televisivos y la proliferación de las redes sociales, que configuraban a cada cual como un emisor.

El aula terminó registrando este terremoto, de modo que el binomio compuesto por la mayoría muda y la oligarquía de la participación, mutó en una mayoría de estudiantes que mostraba su voluntad inequívoca de tomar la palabra. Pero los sentidos que regían esta reconversión se habían modificado. El móvil de los nuevos parlantes no era, como en el caso de la antigua sinarquía hablante, el corregir el discurso del profesor o reducir su preponderancia absoluta, sino, por el contrario, manifestaba explícitamente la voluntad de expresarse y mostrarse a los demás. Recuerdo mil episodios que avalan esta afirmación.  El efecto de la convergencia en el aula de un conjunto de egos hablantes era la aparición de una competencia entre los mismos no siempre comprendida por el profesor. Pero la gran metamorfosis consistía en que había variado la demanda de los estudiantes, entonces ya convertidos en compradores de créditos, cuyas aspiraciones de recibir una buena clase se habían transformado en participar en una tertulia animada.

El rol de profesor se había modificado, siendo destituidos como una aristocracia que gobernaba su feudo asentada sobre el atril, e investidos como animadores de grupos de estudiantes labradores de su curriculum individual. La nueva institución referencial era la tertulia televisiva y el mágico espacio del plató. En varias crisis tuve que intervenir enérgicamente y pronunciar en términos solemnes que “esto no es un plató”. El problema de fondo radicaba en la conjunción explosiva de dos factores incompatibles: la asunción de los métodos activos, que son inexorablemente dialógicos, y el tamaño de los grupos, formados siempre por más de cuarenta personas y que llegaban a exceder los sesenta, lo que hacía imposible practicar con rigor cualquier método grupal.

En esas condiciones el grupo total era inmanejable, de modo que estimuló la invención de la presentación de trabajos. Cada comprador de créditos era investido como ponente por un día. La gente acogió favorablemente esta fórmula, pues tenía la ventaja de que podían experimentarse al modo de los presentadores televisivos y, además, les liberaba de la presencia obligatoria cuando exponían otros egos rivales, aliviando su carga horaria. La segunda parte del cuatrimestre consistía en una serie de exposiciones individuales, que, además, representaban la materialización de la fantasía de que, de ese modo, hacían prácticas, o incluso investigación.

Así fue como viví esta experiencia. Con las credenciales del imaginario del plató, se generaron tensiones con no pocos estudiantes. Mi posición en las exposiciones era activa, siguiendo el caducado modelo académico. Así hacía preguntas, formulaba críticas o valoraciones de los trabajos. Estas eran recibidas como una intromisión autoritaria en tan prodigiosa fecha en la que a cada uno le era otorgado el papel de ponente-presentador. Si mis intervenciones eran mal recibidas, no podéis imaginar las reacciones cuando solicitaba las de otros estudiantes, considerados como rivales, en la imposible pretensión de que fraguara algo parecido a un grupo. Cada cual se sentía ofendido por la intervención externa, y era vivido de modo semejante a una celebración.

Algunas gentes se presentaban con su propia clac, que tomaba imágenes de tan fantástico acontecimiento y apoyaba activamente al expositor. Además, los demás asistentes expresaban su amparo y protección al ponente del día, protegiéndolo frente a la intromisión del profe o de cualquier otro que se manifestara como experto. Recuerdo que, ante algún trabajo impresentable, la gente aplaudía, al modo de la institución-plató, a tan insigne expositor. Mi interpretación de esta extraña solidaridad remite a un igualitarismo valedor frente a la multiplicación de evaluaciones que sufren los compradores de créditos. Estos conservan los exámenes, inmunes a cualquier cambio, a los que se suman múltiples pruebas de todas las clases imaginables. Esta explosión de microevaluaciones reforzaba la cohesión grupal frente a las intromisiones externas de las distintas clases de productores de decimales, entre las que se encuentran los profesores.

Lo más paradójico resulta del descenso en la calidad de las pruebas escritas y de las intervenciones orales, comparadas con las de la vieja oligarquía de la participación, contrastaba con las competencias de los novísimos discípulos de la fórmula de aprender a aprender. Estas, en general, eran cada vez más menguantes. Un estudiante, obligado a asistir a las clases, participaba en un rosario de actividades de baja definición, monótonas, y de las que nada cabe esperar, en un simulacro académico sin fin. Pero, este declive académico se compensaba con la expansión de las competencias escénicas materializadas en el día glorioso que sale de su rincón oscuro y se muestra sobre el atril a los demás.

La gente se preparaba cuidando su ropa y disposiciones corporales. He visto gentes que acudían preparadas a su bautizo ponente, vestidas de fiesta, maquilladas e incluso poniendo en escena audaces modelos en relación con la miseria corporal y expresiva de un estudiante convencional confinado en un pupitre en un sistema rigorista organizado en filas y columnas. La exposición permitía una revancha corporal, cultivando el sentido de la escena que ha explotado con la llegada del smartphone. Muchos estudiantes mostraban sus competencias ante las cámaras en un saber en el que nadie les había instruido. Ser grabado, posar, controlar la situación, explotar los puntos fuertes de su cuerpo, diversificar sus gestualidades, mostrarse a los demás. En definitiva, trabajar su imagen y adiestrarse en el arte de constituir una marca personal. Imagino ahora los compradores de créditos avezados en las artes de mostrarse en Instagram, Tik Tok y otras redes.

Lo dicho: la mutación antropológica en curso, cuya intensidad atraviesa los muros de la más vetusta institución social: el aula. Es inevitable apuntar aquí la influencia que han ejercido sobre mí dos de los libros de una autora fundamental: Paula Sibilia. En “La intimidad como espectáculo”, publicado en el Fondo de Cultura Económica, analiza la explosión del ámbito privado y establece una teoría de la exposición pública presidida por el sentido de la escena de tan progresados sujetos contemporáneos. En ¿Redes o paredes? La escuela en tiempos de dispersión publicado en Tinta Fresca, expone los avatares y las crisis de los encierros entre las paredes de las instituciones declinantes.