miércoles, 12 de julio de 2023

EL ESPECTRO DEL POLÍGRAFO

 




Los fanatismos que más debemos temer son aquellos que pueden confundirse con la tolerancia

Fernando Arrabal

En este video antológico, Jesús Quintero se acredita como un periodista especial en una época final, que concluye con su propia desaparición.  En esos años, todavía se podía identificar en los medios a una clase de comunicadores dotados de independencia de criterio, así como poseedores de un bagaje cultural potente. Pero el advenimiento de la sociedad postmediática, con su multiplicación de emisores y fragmentación de las audiencias, significa un proceso de homogeneización radical de las empresas multimedia dominantes, en las que los periodistas se transforman en empleados disciplinados de las líneas editoriales de las mismas. Las excepciones se reducen considerablemente en este nuevo mundo automatizado de los medios.

El resultado de este proceso es la conformación de un ecosistema comunicativo estrictamente estructurado y segmentado, tanto los públicos como los comunicadores. Desde mi sofá-refugio me asombra reiteradamente la pavorosa uniformidad de los periodistas de La Sexta. Recuerdo las discusiones que se propiciaron en los años setenta cuando salió el Libro de Estilo del País. Algunos trataban de resistir la estandarización, al estilo de Jesús Quintero y otros independientes de esa época fenecida. Ahora cada empresa formatea a sus empleados con sus reglas.

En este contexto es preciso comprender el “debate” que tuvo lugar ayer entre Sánchez y Feijoo, que visualizó nítidamente el papel infausto de los “moderadores”, Vicente Vallés y Ana Pastor, que acreditaron su subordinación integral a los grupos mediáticos a los que pertenecen. En la sociedad postmediática, los actores políticos contendientes, son las propias empresas. Sánchez se encuentra amparado por Prisa, La Sexta y otros complejos empresariales de la comunicación, y Feijoo se sustenta en una docena de medios que convergen sus líneas editoriales en su favor. El viejo papel de periodista, queda disuelto irremediablemente. Las intervenciones de ambos conductores manifestaron brutalmente sus posicionamientos como distinguidos miembros de las “cuadrillas” de ambos políticos. Como es bien sabido, estas cuadrillas están compuestas  por subalternos.

Pero, cualquier análisis sobre el programa de ayer, tiene que remitirse al ecosistema comunicativo en el que tuvo lugar. Desde los años noventa, en el que un programa emitido por la tv de Valencia, “Tómbola”, sienta las bases de un nuevo modelo de prensa rosa, que se extiende como una mancha de aceite a todas las televisiones, terminando por cristalizar en un formato que se instala en todas las programaciones, incluyendo al género político. Este género televisivo, basado en la confrontación y la escalada emocional, crea sus propios maestros. Imposible seguir sin rememorar a Belén Esteban, Jorge Javier Vázquez, Mila Ximenez, Mariñas, María Patiño y tantos otros.

El método de estos programas termina por arraigarse en todos los campos televisivos. Desde hace varios años, he aventurado la hipótesis de que, ante una escalada de la izquierda, a sus líderes les opondrán gentes como Lidia Lozano, Roncero y semejantes. Este espectáculo requiere la virtud, no tanto de enunciar, desarrollar o argumentar, sino, por el contrario, se trata de encajar golpes dialécticos de los contrincantes, de manejar emociones, de sobreponerse a situaciones negativas, de tener la capacidad de autocontrol, de remontar situaciones adversas, de detentar la capacidad de atacar al interlocutor en sus puntos débiles, de ser persistente, de controlar la comunicación no verbal, y, principalmente, de saber fingir. La comunicación verbal en un escenario así se disgrega en frases-zasca que estimulen a las audiencias contra el enemigo-rival.

Este género televisivo ha producido múltiples situaciones morbosas que han estimulado a las audiencias. El vaso de agua arrojado por Pocholo Martínez Bordiú, los escándalos protagonizados por Karmele Marchante y Mariñas, las pequeñas crueldades ejercidas a la vista del público sobre personas más débiles. La mentira es la competencia esencial de estos héroes, así que el polígrafo es el artefacto favorito de estas contiendas. Un público extremadamente numeroso permanece atento a los avatares de estos héroes de quita y pon de la programación.

El éxito incuestionable del Régimen del 78 en su ciclo de crisis entre 2008 y 2014, consistió en mediatizar el acontecer político, deslocalizándolo de la calle y otros espacios públicos, generando un género televisivo en el que distintos tertulianos, expertos y periodistas estrictamente subordinados a las empresas emisoras, dirimen sobre los asuntos públicos y se constituyen como un simulacro de la rendición de cuentas. En ese proceloso mundo de las pantallas han crecido distintos periodistas y maquinarias de relatos políticos. La relevancia de Ferreras/Pastor y otros próceres en este universo es contundente. Han creado un universo de significaciones compartidas mediante la que sus feligreses interpretan los acontecimientos. Así, imponen sus significaciones y sentidos, de forma que producen espectadores que se posicionan en favor de los distintos protagonistas del simulacro.

La élite de Podemos, con Pablo Iglesias, Tania Sánchez y otros atormentados agentes de cambio, fueron absorbidos por las maquinarias mediáticas, para después ser abandonados a su suerte, siendo denigrados en los mismos platós en los que se arraigaron durante el tiempo prodigioso de la consumación de su mediatización completa. Una peculiar forma del clásico de “seducida y abandonada”. Recuerdo los devaneos de Iglesias, Monedero y otros en el programa de Ana Rosa, que ha terminado, finalmente, siendo su verduga.

El llamado debate de ayer, constituye un verdadero monumento iconográfico de la época. Sánchez exhibiendo sus destrezas de vendedor a domicilio, acreditando su conversión en un personaje de la prensa rosa y de vencedor sobre el ínclito Pablo Motos. Feijóo mostrando sus capacidades como padrino de padrinos, que ha cultivado en sus largos años gallegos. Su prodigiosa competencia de ser completamente opaco y burlar el simulacro. Una conversación llena de improperios, afirmaciones vacuas, ataques, defensas y simulaciones, todas ellas regidas por el imaginario del polígrafo, que representa la esencia de ese espectáculo.

Mientras tanto, los mercaderes audiovisuales capitalizaban admirablemente los negocios derivados de las amplias audiencias congregadas en torno a este combate del siglo. Lo peor radica en la presencia de los politólogos de guardia que pretenden asignar un sentido a las palabras de los luchadores. Este se referencia en los programas y su factibilidad, en los argumentos y las cifras que los avalan, y en la ilusión de que existe una comunidad de receptores que reclama racionalidad y coherencia. Pero esto es imposible en un contexto así, y, precisamente, el simulacro político tiene como finalidad crear una comunidad ficticia, en la que los voyeurs son requeridos a identificarse con los expertos y tertulianos, además de los políticos convertidos en muñecos de guiñol, hablando por la boca de los operadores mediáticos. En este medio, el espectador es transformado en un voyeur regido por sus impulsos y bajas pasiones.

Ese simulacro político se encuentra regido por las reglas de la institución central del tiempo presente, que es el mercado. Así, lo decisivo es determinar quién es el ganador y quién es el vencido. Al modo de los grandes mercados de pronósticos y apuestas -otra institución central- tras “el combate”, los operadores mediáticos generan un coro de voces estridentes para determinar los vencedores, al tiempo que las empresas demoscópicas crecen en sus carteras de servicios. La gente común, los espectadores, son reducidos a la condición de votantes de las preguntas y respuestas que cocina la nueva nobleza mediática y demoscópica. La forma máxima de participación es votar a una respuesta prefabricada por tan distinguidos expertos.

En estas condiciones, la degradación del sistema es inevitable, teniendo lugar en un tiempo acelerado. El sistema ha sido corroído desde dentro por los operadores mediáticos, y el ejercicio de la ciudadanía es imposible en ese contexto. La conversación pública está sobredeterminada por los dispositivos partidarios y comunicacionales. Cualquier conversación externa a ese mundo, parece imposible. Por eso confieso abiertamente que no tengo interés alguno en ser parte de esa audiencia, y deliberar acerca de las medias verdades y la proliferación de ficciones y mentiras que conforman esos discursos y esos personajes. Pero confieso que, si se instaura el polígrafo, y además manejado por la inefable Conchita, me uniré a la morbosa audiencia.

En conclusión: las lúcidas palabras de Quintero que presagian tan bien el tiempo presente. Sí, se trata de la creación de un gran público minimizado por la estandarización cultural derivada del mismo medio. Como afirma un autor tan acreditado como Sartori “El homo sapiens está en proceso de ser desplazado por el homo videns, un animal fabricado por la televisión cuya mente ya no es conformada por conceptos, por elaboraciones mentales, sino por imágenes.” Y aún más, este mismo autor proporciona la clave para comprender el cara a cara, cuando afirma que “Es necesario tener en cuenta que las elecciones también pueden matar una democracia”. Sí, eso es. Este es un juego manifiestamente incompatible con la idea de democracia.  La política televisada representa una factoría de nuevos fanatismos dotados de máscaras de tolerancia, tal y como afirma Fernando Arrabal.

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