miércoles, 31 de octubre de 2018

EL EXTRAVÍO DE LA INFORMACIÓN SANITARIA




 
La información sobre la atención a la salud producida por los medios de comunicación se encuentra en un estado de extravío crónico y acumulativo. La lógica del espectáculo en la que se fundamenta favorece la centralidad de la presentación de casos en los que la terapéutica realiza prodigios mediante la utilización de la tecnología. El envés de estas comunicaciones triunfales radica en la ausencia de tratamiento de los problemas de salud de la población y de las alternativas consideradas como más eficaces y viables. La conjunción de los intereses de las televisiones, cuya centralidad en los ecosistemas informativos es manifiesta, y de las especialidades médicas que pueden presentar algunas de sus actuaciones en formato de espectáculo visual, tiene como resultado un descentramiento de gran envergadura, tanto del estado de la salud como de las actuaciones del sistema sanitario.

Cuando comencé a colaborar en este misterioso sector en 1983, los trasplantes de corazón habían  situado a la cirugía cardiovascular en el olimpo de las especialidades médicas. Este estrellato se acompañaba de un optimismo que alcanzaba las proporciones de delirio. Los pacientes trasplantados eran presentados como héroes cuasi-inmortales en un universo comunicativo que anunciaba implícitamente el inminente final de los efectos letales de las enfermedades cardiovasculares. Pero, en realidad,  estos pacientes agraciados representaban la gloria de los cirujanos, que eran exhibidos por los medios como portadores de competencias milagrosas y emblemas de un progreso sin limitaciones.

El éxito de los trasplantes de corazón anunciaba la era de los trasplantes, generando un imaginario colectivo en el que la generalización de estos resolvería los efectos letales de las enfermedades graves. El cuerpo parecía ser un conjunto de órganos susceptibles de ser reemplazados, tal y como ocurre con los automóviles y otras máquinas. Entre todas las ensoñaciones mediatizadas de esta época recuerdo la afirmación de un prestigioso cirujano  de que era posible seguir fumando, en tanto que la implantación de un nuevo pulmón constituiría una garantía para el aparato respiratorio del fumador. Así, este órgano adquiriría una condición de objeto similar a un embrague, que tiene que ser repuesto cada cierto tiempo. El prodigio de los trasplantes terminaría con las restricciones en los estilos de vida no saludables.

En este tiempo tuve el privilegio de acceder a distintos profesionales críticos con este enfoque, así como a diversos autores que se mantenían inmunes a los delirios tecnológicos derivados de estos avances, manteniendo la reflexividad necesaria para definir con rigor el cuadro general de la situación de salud. En tanto que los trasplantes eran interpretados en términos mitológicos, aparecía el sida; las enfermedades cardiovasculares alcanzaban un nivel calificado como epidemia; se multiplicaban los enfermos crónicos; los accidentes se estabilizaban al alza; se ampliaban las distintas dolencias incrementándose la población atendida, y la reestructuración neoliberal incipiente mostraba sus efectos negativos sobre las condiciones de vida de amplias capas de la población. La salud mental decreciente era el indicador más elocuente de la convergencia de malestares.

No parece pertinente discutir los beneficios de los trasplantes desde la perspectiva de los intereses de los pacientes beneficiarios de los mismos. Pero sí se puede afirmar que estos son inviables como alternativa en un contexto en el que se incrementa el número de aspirantes; que la proporción de los recursos que consumen es desproporcionada desde la perspectiva global de los problemas de salud y sus necesidades de atención. Parece obvio resaltar que desde el prisma de la salud general, estos desempeñan un papel subordinado a otras prioridades en la atención a la salud, en tanto que se pueden constatar sus límites. 

Pero el aspecto más importante radica en el sustrato antropológico en que se sustentan. El cuerpo es entendido como el contexto de un conjunto de órganos y subsistemas que se entienden como piezas susceptibles de reposición. Durante muchos años, en las clases que he impartido a profesionales de la salud, he parodiado este supuesto implícito en la asistencia. Describía satíricamente un escenario en el que la piel era sustituida por un material compósito de última generación que permitía abrirlo y cerrarlo con sencillez, permitiendo así limpiar y reparar los distintos órganos-pieza, sujetos por una rosca que garantizaba el principio de “abre fácil”. Así, después de una noche de alcohol y nicotina sería factible abrir y reponer las distintas piezas afectadas. En el caso de los varones sería posible consultar acerca de los tamaños del pene según la preferencia de la compañera. El factor más importante de estas ensoñaciónes radica en la existencia de un almacén reponedor de los distintos órganos.

No. La trivialidad de este concepto de cuerpo y salud, que remite a la utopía del final de la enfermedad representa una trivialidad monumental propia de la época. Por el contrario, se evidencia y refuerza la idea de que la enfermedad tiene una naturaleza histórica, de modo que evoluciona según los contextos sociales en los que se produce. Pero lo más preocupante es que el fundamento de estas ensoñaciones remite a causas más inquietantes. Se trata de que las poderosas industrias maximizadas por las transformaciones tecnológicas terminan por producir no solo sus productos y servicios, sino las significaciones imaginarias asociadas a los mismos. Su preponderancia sobre la vieja institución de la medicina es absoluta. Solo quedan algunos núcleos de resistencia frente al huracán hiperoptimistas de los reponedores de órganos.

Esta transformación que privilegia la trivialización de las enfermedades frente a los pronósticos desmesurados del papel de las tecnologías remite a una cuestión social global que es fundamental comprender. El desarrollo integral y equilibrado de una sociedad requiere la conjunción de tres factores esenciales: Tecnología, cohesión social y proyecto. En ausencia de alguno de los estos los resultados son manifiestamente negativos. El problema de la revolución científico-tecnológica en curso es que tiene lugar en un escenario en el que la cohesión social es decreciente y el proyecto es incuestionablemente deficitario. Las declaraciones de las autoridades en todos los niveles son elocuentes. El monopolio de las referencias al crecimiento, entendido en términos de la producción de cosas que se puedan comprar adquiriendo un valor económico, desvela el vacío de este proyecto unidimensional. 

La consecuencia fatal de la ausencia de proyecto es la subordinación de las diferentes esferas sociales a los intereses de las grandes corporaciones y sus parejas, los grupos mediáticos globales. Esas imponen sus definiciones en todos los ámbitos, contribuyendo a un cambio letal que se expresa en un extrañamiento generalizado y creciente. El proyecto global transfiere sus cegueras a todos los ámbitos. En el sistema sanitario se evidencia la colonización del sistema global. De esta situación resulta lo que un analista tan agudo como El Roto, denomina en una viñeta “Sentido Sin Sentido”. 

El descentramiento de la asistencia sanitaria se refuerza por la acción de los grupos mediáticos que desde sus coordenadas seleccionan los acontecimientos-símbolo. Ayer fue presentado en un tono de euforia la reconstrucción del rostro y la mano de un ciudadano keniano, seleccionado por la Cruz Roja para ser operado en el hospital de Manises. La retórica triunfal se hace patente glorificando los avances de la cirujía reconstructiva de traumatismos y el reimplante de las amputaciones traumáticas. La operación se produce por concertación entre la Cruz Roja, el hospital y la fundación Cavadas, que lleva el apellido del ilustre cirujano, como es común en este tiempo de emergencia del nuevo estado de postbienestar.

Me pregunto si esta tecnología puede generalizarse para aportar soluciones a la gran cantidad de personas afectadas por problemas análogos. Pero lo peor radica en que este hecho tiene lugar en un contexto de restricciones generalizadas, en las que el acceso a una consulta de un especialista se demora hasta un tiempo que en muchos casos cuestiona la eficacia de su intervención. Por no apuntar a la gran recesión de una atención primaria descapitalizada y relegada, en tanto que sus logros presentan dificultades para ser traducidos al espectáculo mediático.

Pero en este caso, el descentramiento y el extravío alcanzan proporciones macroscópicas, en tanto que la persona beneficiaria de la intervención es africana. El estado de salud de las poblaciones africanas se encuentra en una situación en la que lo catastrófico se cronifica. África representa en el presente el colapso del proyecto que rige las sociedades europeas. La situación presente pone en primer plano la dimensión planetaria de los problemas y las soluciones. Es inviable mantener aislada a una población con buen nivel de salud sin blindarse frente a las poblaciones periféricas con mortalidades infantiles desbocadas y esperanzas de vida en mínimos.

La debilidad del proyecto que rige la Europa actual comienza a emitir sus facturas en términos de posicionamientos perversos y acontecimientos políticos críticos. Siempre ha sido un dilema determinar si las autoridades carentes de proyectos sólidos eran tontos o más bien malos. En este caso, con el Mediterráneo convertido en un cementerio de ahogados, la convergencia entre ambas condiciones se hace patente. ¡qué horror¡ Así es como el progreso tecnológico termina por contribuir a un desvarío inimaginable. La información sanitaria se constituye en su emblema. Lo dicho, si la tecnología no se acompaña de un proyecto sólido y de una cohesión social, el infortunio se encuentra garantizado.






sábado, 20 de octubre de 2018

LAS OTRAS MANADAS. UNA EXPEDICIÓN AL INTERIOR DE LAS RESIDENCIAS DE ANCIANOS


Tras los sucesos de Sanfermines, la Manada ha quedado inscrita en el imaginario colectivo como una forma de violencia ejercida por un grupo sobre una persona con escasa capacidad de defenderse. La Manada es una forma de violencia grupal en la que los agresores se ensañan con una víctima poniendo en práctica un repertorio de violencias fundadas en la vivencia de la superioridad, que deviene en un estímulo fundamental. Estas formas de violencia no se ubican tan solo en la violencia de género, sino que se multiplican en distintos escenarios, resultando una diversidad de violencias que afectan a distintos damnificados. Los ancianos internados en residencias, caracterizados por una dependencia y debilidad manifiesta, constituyen una de las poblaciones de riesgo por incapacidad de defenderse frente a las manadas institucionales que habitan entre sus supuestos cuidadores.

Estoy todavía impresionado por el programa de televisión de Alberto Chicote el pasado miércoles en la Sexta. La cámara registra varios episodios en los que la crueldad con los ancianos internados en una residencia se muestra sin máscara alguna. Los distintos actores que conforman el escenario son sorprendidos por la cámara, demorando su reacción y proporcionando así un espectáculo total. El cuadro de esta situación remite al conjunto de la sociedad local en la que tiene lugar, en el que la concertación entre las autoridades, las instituciones de custodia y los distintos actores hacen factible y verosímil esta infamia. El recuerdo de una película clásica viene a mi mente. Se trata de “Arde Mississipi”, en la que un detective llegado de Chicago,  Gene Hackman, se enfrenta a una sociedad local cerrada en el encubrimiento de un crimen racial. El cuadro de la película presenta similitudes con el visionado en el programa.

En esta ocasión, en dos residencias de ancianos ubicadas en dos pueblos de la provincia de Salamanca, Babilafuente y Castellanos de Moriscos, se muestran las deficiencias severas de la dieta de los ancianos internados. Estos son depredados por una empresa que maximiza sus beneficios en detrimento de un servicio esencial, tal y como es la alimentación. La presencia de Chicote, tras el impacto de sorpresa inicial, moviliza a todos los guardianes de los internados, que constituyen una barrera humana de ruido y furia, con la intención de amedrentar al intruso obstruyendo su campo de visión y el acceso a las víctimas.

El documento visual es de una elocuencia inimaginable, que solo puede proporcionar la espontaneidad de la situación. La directora del centro, manifiestamente descualificada, muestra sus atributos prístinamente. Estos radican en su fuerza para intimidar a sus colaboradores y supuestos clientes. Me conmociona presenciar el comportamiento de los trabajadores, en tanto que puedo imaginar sus condiciones laborales ínfimas. Sus conductas de subordinación al macho alfa que decide sobre su continuidad, son patentes. Me puedo figurar el régimen cotidiano de coacción sobre los débiles internos, que seguro que alcanza proporciones de ensañamiento insólito. La actuación del concejal en concertación con la manada es antológica, respaldando el orden instituido de dieta única restringida para todos.

El cuadro se cierra con la evasión de las autoridades municipales y de los servicios sociales autonómicos, que huyen tras la visibilización de este evento, en espera de que el siguiente programa pueda contribuir a la disipación de los sentimientos generados en tan piadosa audiencia. La desaparición de las autoridades confirma su papel en la trama de este acontecimiento. Este se puede sintetizar en la complicidad necesaria e imprescindible. Así, las denuncias son ralentizadas y demoradas, al tiempo que las investigaciones son vaciadas de cualquier contenido. Así se cierra el círculo de la dinámica de esta sociedad local, que se sitúa por debajo de los requisitos básicos de una democracia.

Esta situación ilustra lo que en alguna ocasión he denominado en este blog como “mercados de segundo orden”. En el territorio periférico sobre el que se asienta esta sociedad local, se instituye un mercado gobernado por pequeños depredadores que se alimentan del último eslabón de la cadena productiva: las pensiones de los mayores. Estas constituyen la base del negocio. Su escasa cuantía determina la intensidad de los ejecutores de la rapiña para extraer hasta el último residuo. Así se asemejan a las aves carroñeras que terminan con los despojos que han desechado los predadores de mayor tamaño. En estas condiciones, la eficiencia del negocio es óptima. La restricción de la dieta, que penaliza a todos, pero especialmente a aquellas categorías de personas cuyas necesidades alimenticias requieren una dieta diferenciada, anuncia, por coherencia,  la restricción de personal especializado que converge con otras reducciones de imputs.

Pero lo peor radica en que para conseguir que este orden funcione adecuadamente, es seguro que la coacción sobre los internos tiene que alcanzar altas cotas. Los modos exhibidos por la directora cabeza de la manada, anuncian la dureza de los cara a cara con los atribulados clientes. La disciplina fundada en el temor tiene que alcanzar niveles inquietantes. El sistema de castigos y penalizaciones es, seguramente, una verdadera forma de arte, que se referencia en el rico y variado repertorio que las distintas instituciones de encierro han inventado y ensayado a lo largo de los tiempos. El episodio de la persona que al encontrarse con la cámara dice “estos son unos sinvergüenzas” es antológico. Este se resuelve siendo arrollado y empujado por la manada constituida en una verdadera entidad vociferante. Como he vivido en mi infancia en alguna experiencia semejante, no puedo evitar pensar en los pellizcos, cuya administración alcanzaba la categoría de la excelencia.

La cuestión fundamental radica en que, siendo muy generalizada y administrada en distintas formas y grados la violencia de los fuertes sobre los débiles, la conciencia colectiva minimiza este problema ubicándolo en la categoría de casos aislados. El problema entonces, se localiza en la visión distorsionada de la realidad que impera en tan avanzadas sociedades como las del presente. En particular, las ciencias humanas y sociales desempeñan un papel que contribuye a la desfiguración. En vez de esclarecer los distintos fenómenos y sus relaciones, generan un imaginario uniforme que oculta realidades generalizadas. En la actualidad, estos piadosos saberes son desplazados por los medios de comunicación, que asumen con determinación el papel de dictaminar qué es lo normal y lo anormal. De este modo la confusión alcanza cotas sublimes, en tanto que del subsuelo denegado emergen continuamente acontecimientos que son percibidos como amenazadores.

En mi vida profesional tuvo lugar un terremoto intelectual tras leer el libro de Günter Wallraff “Cabeza de turco”. En este se compone la realidad a partir de la posición de un sujeto marginal que transita por el entramado de los sótanos de las instituciones constituidas, que se entienden mediante las cogniciones del sistema oficial y los medios. Las realidades que comparecen en el libro, que son perfectamente identificables, representan un cuestionamiento integral de las representaciones oficiales. En los años siguientes me tomé una distancia más que prudencial con las técnicas de investigación que descansan sobre verbalizaciones de sujetos interpelados en situaciones de laboratorios artificiales, como son las encuestas, las entrevistas o los grupos de discusión.

Simultáneamente, me convertí en un etnógrafo cotidiano y aproveché todas las oportunidades posibles para observar los comportamientos en los escenarios reales. Pude comprobar que la literatura, el cine o el periodismo de investigación, aportaban más que los crecientes productos procedentes de los laboratorios de la investigación social. En los años ochenta tuve la oportunidad de realizar un estudio para la Administración sobre la situación de dos centros de salud en el comienzo de la reforma sanitaria. Se denominó “Operación Espejo”. Mi presencia cotidiana en los dos equipos me ayudó a comprender la gran distancia entre los discursos y las prácticas. El pensamiento oficial se encuentra distorsionado por los paradigmas dominantes, que son los que componen esquemas de referencia que marginan factores esenciales. El resultado es una mirada mutilada.

En este caso, un grupo de personas débiles e inmóviles, es esquilmado por un grupo que funciona mediante la lógica de imponer sus intereses. Así se forja una violencia institucional incuestionable, de la que una de sus dimensiones es la restricción de la dieta. En el último libro de Wallraff, “Con los perdedores en el mejor de los mundos” se ilustran situaciones a partir de las que se puede cuestionar rigurosamente que Alemania sea una democracia para todos. El subtítulo de este libro que explora realidades por debajo de las instituciones, es certero “Expediciones al interior de Alemania”. Al igual que en sus libros anteriores se disfraza para experimentar en contextos poco accesibles a los piadosos ciudadanos de clase media ubicados en las instituciones centrales.

Durante muchos años he viajado deliberadamente al interior, descendiendo a las situaciones que se producen bajo las superficies institucionales. Mis clases de sociología pretendían ser un viaje guiado por algunas de ellas. Este blog también es deudor de la visión de un intruso que desciende a los sótanos de la sociedad. A día de hoy mi situación de liberado de trabajo asalariado me permite acceder a múltiples situaciones que no cuadran con las falsas definiciones institucionales en todos los ámbitos sectoriales.

Termino interrogándome acerca de los recluidos en estas instituciones. Me parece terrible que un anciano viva la última etapa de su vida en una institución fuera de cualquier control. En estas condiciones la perversión es inevitable. Así que termino canturreando una cancioncilla que cantábamos en las plazas en los tiempos del 15 M “Le dicen democracia y no lo es…”.







domingo, 14 de octubre de 2018

LOS (PACIENTES) PROVEEDORES DE LÍQUIDOS


Soy uno de esos pacientes crónicos que tiene que aportar una cuota de sangre cada varios meses para que los profesionales que tratan mi cuerpo valoren la situación y reajusten el tratamiento. Esta semana he tenido que pasar por la situación de prestar mis brazos a una persona uniformada en color blanco, para que obtuviera la cuota de líquido cuatrimestral requerida para el dictamen del laboratorio. Estos encuentros con las agujas, mantenidos durante tantos años, me permiten revivir una experiencia que reafirma mi visión del sistema sanitario. Esta se puede sintetizar en la persistencia  del eterno retorno de los pacientes, entendidos como cuerpos circulantes investidos por la noble tarea de contribuir a la magnificación de la narrativa triunfal que unge al sistema sanitario.

Soy un contribuyente activo a la investigación, en tanto que he aportado  cantidades ingentes de sangre y orina, sobre la que se construyen gráficos, tablas, comparaciones y ecuaciones, pero soy un sujeto deficitario en las pruebas de imagen. Mi cuerpo no ha sido suficientemente escaneado y fotografiado, y hasta ahora ha dado pocas oportunidades a esas máquinas prodigiosas. Los diabéticos somos más de líquidos que de imágenes, cediendo ese puesto a las tribus de pacientes oncológicos, neumológicos, traumatológicos y otros, que son inspeccionados por estas industriosas máquinas de ver.

En mis sueños comparezco ante un tribunal de acreditación de la salud, que me apercibe severamente por la carestía de mi contribución al crecimiento de la galaxia radiológica. La conminación a ser un buen ciudadano productivo se funda en las palabras solemnes del presidente del tribunal “Ciertamente, usted contribuye al crecimiento mediante una cuota suficiente en su balance de líquidos, tanto en las entradas –insulina principalmente- y salidas –sangre y orina-. Pero la contrapartida es el déficit de pruebas de imagen, lo que le convierten en un ciudadano en riesgo de ser un activo negativo para la industria de la salud”.

En estas ensoñaciones, imagino a una instancia médica que evalúa lo que denominan como “Índice de producción de líquidos e imágenes” IPLI, advirtiéndome que me encuentro descompensado en este crucial indicador. En este nuevo orden, los pacientes somos definidos mediante indicadores que registran nuestras aportaciones a la red de laboratorios y centros de diagnóstico por imágenes. Así se produce la inversión definitiva de la sociedad del crecimiento, dotada de la capacidad de detectar los yacimientos de activos biológicos de los pacientes. Progreso puro y duro, en tanto que se consuma el milagro de que las dolencias se constituyen en un factor de crecimiento. Así, los portadores de afecciones y enfermedades se transforman en productores de activos biológicos y consumidores de pruebas y fármacos múltiples, configurando una nueva forma creativa e inédita de prosumer, que deviene en la jactancia acumulada por innovación, de la que hace ostentación la dirección de tan formidable sistema.

Siempre que acudo al sillón de extracción, reactivo estas figuraciones. En esta ocasión acudí en una situación fronteriza con la hipoglucemia, lo que acrecentaba mi estado de debilidad. Cuando llegó mi turno y llegué al punto de extracción pronuncié el convencional “buenos días”, en un tono cordial. La persona encargada de realizar la extracción era una mujer joven. No contestó a mi saludo y me dijo en un tono seco “siéntese ahí”. La cuestión del saludo tiene una importancia crucial. Cuando este no es correspondido, se anuncia una situación que solo puede ir a peor, en la que tienes que asumir tu inferioridad con respecto a la institución. Así se expresa inequívocamente la  insoportable levedad del paciente en el curso de la interacción que comienza. A partir de la negación del saludo, lo que puede esperarse es un continuo de formas comunicativas unificadas por la negación de tu persona.

En coherencia con el comienzo de esta secuencia, me examinó el brazo derecho. Le advertí en un tono amable que, en general, me lo extraen del brazo izquierdo. No me contestó y pasó a este brazo. Tras varios movimientos con la enorme aguja me pinchó, pero no encontró la vena. Entonces me puso un esparadrapo tapándome la superficie en la que había sondeado a los líquidos. Pasó al brazo derecho, y, tras un par de intentos fallidos, encontró la vena por la que discurre este extraño petróleo rojo de los pacientes. Cuando terminó y me tapó el miniboquete, pronunció la única palabra “Disculpe”. El tono que acompañó a este mensaje, remitía al campo de batalla, y a la artillería en particular. Se puede afirmar que me arrojó esta palabrota. Cuando me levanté y me puse el jersey, ella ya estaba haciendo otra tarea, de espaldas a mí. Me marché sin decirle nada, con una sensación de alivio por haber terminado esta inevitable secuencia sin males mayores.

Durante muchos años he impartido cursos de comunicación, tanto en instituciones sanitarias como en administraciones locales. Tengo una experiencia considerable en este tema. Mi perspectiva sociológica se asentaba sobre el énfasis en los contextos en los que se producía la comunicación. Estos son determinantes en la configuración de las significaciones y las motivaciones, de modo que terminan por sobreponerse a las técnicas. La mayoría de las actividades de formación en comunicación hacen abstracción de los contextos, definiendo a los emisores públicos como portadores de habilidades. Así se importan mecánicamente los repertorios comunicativos procedentes de la empresa. En el sistema sanitario la comunicación casi siempre se encuentra en un estado de excepción, debido a la situación de los pacientes convertidos en receptores de unos mensajes formateados por la cultura profesional prevalente.

Este encuentro activó mi memoria profesional. Entré en el sistema para aportar profesionalmente en la perspectiva de la mejora de las relaciones entre profesionales y pacientes. Estas actividades se cobijaban bajo el paraguas de la humanización. Años después, esta fue desplazada por el advenimiento de la constelación de la calidad. En general, se puede afirmar que el fracaso es manifiesto. La persistencia de comportamientos inadecuados es manifiesto en muchas de las instancias del sistema, a pesar de su tratamiento en la perspectiva de homologar estándares de calidad en términos empresariales.

La gran recesión del sistema sanitario, que se visibiliza en los recortes sucesivos desde hace veinte años, afecta decisivamente a la comunicación. La privatización es una forma de mutilación sofisticada del sistema público. La letal pareja compuesta por la precarización -que instituye la rotación permanente para muchos de los jóvenes profesionales- y la disminución gradual de las prestaciones a los pacientes, genera un contexto sórdido al que todos tienen que adaptarse. Este genera tensiones acumuladas que no siempre son manifiestas. Cualquier factor situacional puede favorecer su comparecencia en la superficie. Esta es una comunicación en un estado de sitio.

Así entiendo el comportamiento de la profesional que me trató desconsideradamente en el sillón de extracción. Con toda certeza se trata de una persona en estado de precariedad laboral, cuya vida profesional transita entre contratos temporales y períodos de desempleo en espera del siguiente contrato basura. Este régimen laboral ha tenido como efecto la disipación de cualquier idea de futuro, convirtiéndola en un ser que trata de sobrevivir aferrándose al presente. En este contexto cotidiano, lidiar con los pacientes es una tarea que excede el paquete básico de sus obligaciones. Tengo varias amigas personales, veteranas en los hospitales públicos, desoladas por el deterioro acumulado por las políticas de restricciones. Sus descripciones, en las que comparan el presente con el pasado próspero, son aterradoras.

Es por esta razón por la que ironizo acerca de mi condición de paciente. En tiempos de regresión de la asistencia sanitaria muchos profesionales se ubican en un territorio mental de guerra de trincheras. Nosotros los pacientes nos encontramos enfrente de aquellos que entienden su trabajo de modo reduccionista. Somos cuerpos inermes sobre los que se actúa. Este es el mínimo en lo que nos convierte la gran recesión sanitaria. Por eso la ironía de definirnos como proveedores de algo valioso que tenga un precio. De lo contrario solo somos entidades que reclaman un servicio que no pagan directamente.

El corporativismo de las profesiones sanitarias es demoledor. Frecuento ambientes progresistas que definen los déficits de la asistencia solo en términos económicos. Supongo que este texto les parecerá extraño. Como profesor he vivido el efecto devastador de la crisis-recesión en la universidad. Esta ha configurado a un sobreviviente duro e implacable que tiene que decidir en solitario qué cosas prioriza y cómo lo hace. Los más débiles –los alumnos- pagan la factura de los recortes. En el territorio de las organizaciones sanitarias pasa igual.

Como el texto es susceptible de distintas lecturas, tengo que advertir que la ironía no sugiere que los proveedores que alimentamos la sala de máquinas tengamos que cobrar por esta aportación. Aunque es seguro que en esta sociedad nos revalorizaría como receptores de la comunicación, en tanto que adquiriríamos la etiqueta de vendedores de residuos corporales reutilizables.



miércoles, 10 de octubre de 2018

EL ARTE DEL SILENCIAMIENTO EN EL AULA


Esta es la intervención de un profesor en el primer día de clase. La finalidad es la regulación de la palabra y la conversación en el aula, con la intención de reforzar el orden académico. Pero, tras el discurso aparentemente democrático, se oculta el verdadero propósito. Este es un textillo de crítica a la nueva sociedad de control, que encuentra en la opinión pública una forma eficaz de minimizar las voces disonantes en el conjunto de la sociedad. Las encuestas son el instrumento esencial, siendo su auténtico designio la imposición de un silenciamiento efectivo. Hacer hablar a todos para acallar a los discordantes. En el ámbito micro del aula se puede visibilizar la naturaleza de este eficaz mecanismo de uniformización y control.

Esta es la intervención del profesor en el primer día de clase

La educación se ha transformado radicalmente. Ahora lo importante es el aprendizaje de los alumnos. Este exige su participación para asegurar un feedback que resulta imprescindible. Las opiniones de los estudiantes es lo realmente importante.
Pero mi experiencia anterior me indica que, si la participación en la clase se deja abierta a la espontaneidad, es inevitable la conformación de una minoría que acapara la palabra e interviene siempre en detrimento de la mayoría que guarda silencio. Así se genera una distorsión, en tanto que las opiniones de los que participan no representan a la mayoría. Mi intención es corregir esta situación mediante la adopción de un método que asegure la igualdad en el uso de la palabra.

Estas son las normas que cumpliremos para alcanzarla máxima eficacia y democracia en el aula:
-         La participación de los estudiantes en los debates es obligatoria.
-         Esta se realizará por escrito, lo que representa un momento de reflexión individual de cada uno, sin influencia de los demás.
-         La frecuencia será semanal.
-         Los contenidos se referirán a preguntas con respuesta cerrada, de modo que podamos comparar y homologar las respuestas, evitando la dispersión.
-         Las preguntas las hago yo.
-         Los resultados se harán públicos y se compararán, conformando un panel de opinión.


Así se evitará que la influencia de aquellos que monopolizan la palabra en un sistema de espontaneidad y cada cual será libre para opinar sin influencias.

­_ Un estudiante: ¿Entonces no se puede intervenir en la clase?
 
No es que no se pueda intervenir. Pero Como va a funcionar un sistema eficaz de feedback, cuyas conclusiones van a estar disponibles para todos, no es necesario recurrir a las preguntas, que dispersan las clases y generan confusión en los que no toman la voz.

_ Estudiante: Pero, en muchos casos, se interviene en la clase para expresar otros enfoques o informaciones, no solo para preguntar.

Esto es precisamente lo que este sistema igualitario y democrático trata de evitar. Porque muchas veces los estudiantes expresan sus propios fantasmas personales y se genera confusión y un clima de cierto desbarajuste. Este método estimula la producción de todo el grupo, sin imposiciones de ninguna minoría.

_ Estudiante: Pero, entonces, la imposición es suya…

No, mi único interés es asegurar el funcionamiento óptimo del grupo y obtener una retroalimentación. Lo que realmente representa este método es el empoderamiento de la totalidad de los estudiantes. Mi trabajo consiste en responder a las demandas de la mayoría y facilitar vuestro empoderamiento como personas con voz.

_ Otro estudiante: No lo veo claro, porque si se suprime la posibilidad de hablar entre nosotros y las preguntas las hace usted…Eso parece casi una dictadura

Por favor… eso es precisamente lo que trato de evitar, se trata de poner orden y asegurar los derechos de los que no hablan. Es patético que utilices la palabra dictadura. Mi generación sí sabe lo que es eso…No tenéis ni idea…Vuestra vida es fácil

_Estudiante: ¿Se puede sugerir otro sistema de participación?

Me preocupa lo conservadores que sois. Vivimos tiempos de innovación y cambio. No tenéis que tenerles miedo. Parecéis abuelos. Es muy importante experimentar y estar abiertos a las cosas nuevas. Lo importante es que todos hablen. Esta es una sociedad en la que votar es lo más importante. Os doy la posibilidad de votar en cada pregunta que os formule.

¿Alguien quiere decir alguna cosa más?

_Otro estudiante: Pero si queremos criticar algo ¿cómo lo podemos hacer?

En las respuestas a las preguntas existen opciones de respuesta que representan la crítica. En esto no hay problema.

¿Algo más?

Pues la próxima semana comenzamos. Es importante recalcar que la participación es obligatoria. El incumplimiento del cuestionario tiene que ser justificado. Este representa un diez por ciento de la nota final.

El aula es una situación social en la que el profesor detenta el monopolio de la palabra. La participación de los estudiantes se restringe a la formulación de preguntas. Cuando quieren intervenir levantan la mano para esperar que el profesor les conceda el turno. Este orden autoritario tiene efectos demoledores en algunos estudiantes, en tanto que mina progresivamente su pretensión de discutir. La comunicación resulta así monocorde y monótona. Cuando algún alumno formula preguntas o ideas incisivas es reconducido al hilo general. Se practican distintas formas de disuasión, algunas manifiestamente sofisticadas.

En los últimos años, el advenimiento de la reforma de Bolonia ha modificado la situación. Ahora se estimula la participación mediante la solicitud de opiniones. El resultado es un proceso de trivialización y dispersión monumental. Sobre el aula se sobrepone la gran creación de la época, que resulta del plató de televisión, donde concurren dos especies singulares: los expertos y los tertulianos. Así en el aula se produce una situación similar, en la que los expertos-profesores se desempeñan con el simulacro de los tertulianos, que son interpelados para que hablen sobre una diversidad de temas sin límite. 

El lema de la universidad postmoderna en ciencias humanas y sociales remite al “Hablad, hablad malditos”. Lo importante es la simulación de la tertulia, en la que el tedio institucional sea aliviado estimulando la expresión. En grupos de muchos estudiantes y en un sistema de fraccionamiento en múltiples asignaturas, sus efectos son letales. El profesor-animador-estimulador convoca a un juego en el que el aprendizaje se encuentra excluido, pero en el que la evaluación depende del comportamiento de cada uno en la clase-tertulia. Así se acredita como un eficaz controlador  y conductor psi.

Esta nueva situación del aula implica un aislamiento infranqueable para los estudiantes que quieran exponer ideas críticas. Sus intervenciones son inscritas en una competencia intermitente de egos que solo pretende clasificarlos en un listado jerarquizado que mañana se renovará de nuevo. En esta nueva sociedad de control se ubica el mecanismo de la transformación del aula en una muestra de una encuesta. Es una de las formas en las que imagino el futuro.

Este silenciamiento en el aula es el prerrequisito para el elegante enmudecimiento –en lo que se refiere a lo político, económico y social- en lo que se llama “producción científica”. Sobre esta base de silenciamientos acumulados se constituye el silencio efectivo de la institución universitaria, encerrada en sí misma en una posición confortable que permite a sus miembros intercambiar con los distintos poderes. Para hacer eficaz este ocultamiento es menester convertir en un arte la neutralización de los críticos desde la misma aula. La encuesta en una de las posibilidades.



viernes, 5 de octubre de 2018

EL DISENTIMIENTO DE LOS ESTUDIANTES SOBERANOS


La condición de estudiante conlleva la integración en un sistema de dependencia institucional tutelada. La universidad, así como todas las instituciones educativas que la anteceden, se funda sobre un régimen de supeditación a los profesores. Esta subordinación se mantiene con distintas formas desde la guardería al doctorado. En el tiempo presente la condición de estudiante se dilata mediante múltiples etapas y prórrogas. El tiempo total de escolarización ocupa una parte creciente de las vidas, incomparablemente mayor que en cualquier tiempo anterior.

Pero la educación del presente no sólo es más dilatada en el tiempo, sino que también se encuentra cada vez más reglamentada por instancias tecnoburocráticas que se sobreponen a las relaciones entre profesores y alumnos en el aula. Así se genera una sensación de tiempo contenido que va erosionando las capacidades de los involucrados. Soportar una larga estancia en este régimen de dependencia en una institución degradada, representa una experiencia encomiable de tolerancia a la adversidad. El malestar estudiantil difuso se desplaza al exterior del aula, en donde las generaciones almacenadas en los contenedores de espera, supuestamente ilustrada, inventan prácticas de vivir en un tiempo alternativo. Así se alivian las tensiones entre los finde sucesivos.

Esta es la razón por la que admiro a los pocos estudiantes que construyen su propia soberanía, reduciendo su dependencia institucional al mínimo posible, de modo que les permite inventar y pilotar su propio proyecto personal. Estos estudiantes tienen que desempeñarse en un medio adverso, en el que tienen que burlar la obediencia mecanizada de la gran mayoría concentrada en los depósitos de estudiantes que se llaman aulas. Durante muchos años he ironizado públicamente acerca de las arquitecturas de las aulas, comparándolas con las bodegas que albergaban a los remeros-esclavos de la película Ben-Hur, o las naves de los prisioneros británicos del Puente sobre el río Kwai.

Me gusta llamar a estos estudiantes, emancipados mentalmente de estas dependencias, como “hacedores de prácticas”. Tienen que aceptar formalmente la subordinación y experimentar el aprendizaje autónomo de microprácticas alternativas,  mediante las que fuerzan los límites de su autosuficiencia, neutralizando los efectos aniquiladores de los sistemas de autoridad académica. En este blog he escrito sobre un estudiante de medicina que asistía a la clase de sociología de la salud, Carlos, completamente autosuficiente y constructor de su propia línea. Un independiente como él sabe constituir un territorio inviolable que no se encuentra sujeto a negociaciones con ningún profesor. Fue una experiencia fantástica para mí. Todavía me conmueve su recuerdo. En los próximos meses voy a escribir sobre algunos estudiantes que me han dejado huella en el solar del aula.

Como frecuento las comunicaciones de los distintos críticos con la institución-medicina y el sistema sanitario inserto en una reforma neoliberal desbocada, he conocido a varios estudiantes que han suscitado mi atención. Sin ánimo de hacer una lista, lo cual provoca inevitablemente susceptibilidades, voy a seleccionar a dos personas específicas: Maribel Valiente y Marc Casañas. En ambos casos, se trata de personas que siendo estudiantes, han logrado liberarse de la condición de subordinado incondicional, desarrollando actividades en las que han acreditado competencias que no han sido sancionadas por las respectivas instituciones académicas que los cobijaban. En ambos casos el final ha sido feliz, en tanto que han concluido sus estudios, aún a pesar de seguir siendo amenazados por instituciones académicas de ciclos superiores, que en estas condiciones me gusta denominar como “penúltimos”, en tanto que el final se hace nebuloso por la perpetuación de las prácticas.

Advierto que no me gusta nada elogiar a los estudiantes libres-soberanos al estilo de lo que impera en mi generación. El imaginario de la misma se conformó en la gran convulsión de los años setenta, que determinó un salto de los entonces jóvenes a distintas instancias de poder en todos los órdenes institucionales. Esta conmoción, que acompañó a un relevo generacional, ha tenido un efecto perverso terrible: este es la permanencia de los entonces jóvenes en posiciones de poder durante un tiempo demasiado prolongado, de modo que han terminado bloqueando a las generaciones siguientes. Una de las tácticas de los longevos ocupantes del poder es sobornar a los que llegan mediante elogios desmesurados. Admiro a algunos estudiantes de sociología en el comienzo de los años noventa, que decían en la clase: “tengo ganas de cagarme en los sesentayochistas”.

El caso de Maribel es paradigmático. La conocí hace tres años, cuando estuvo en Granada estudiando medicina. Se trata de una persona de convicciones firmes, que crea un territorio personal que no somete a deliberación ni intromisión de ningún experto. Puede hacer compatible su apertura a distintos discursos con la conservación su discrecionalidad para seleccionar su opciones y decisiones. Su preocupación por la salud del contingente de personas más vulnerables, como son los internados en las prisiones, denota su proyecto personal, muy distante de las versiones mayoritarias prevalentes en las facultades de medicina, que ocultan la condición económica y social de los pacientes, lo cual representa un factor esencial en su tratamiento. También su distanciamiento con el orden académico pomposo y vacío, así como su pasión por atención primaria.

Su resuelta comparecencia, que comparte con Marc, en un foro como los Seminarios de Innovación en Atención Primaria, significa una capacidad de desreglamentarse subjetivamente que supera los efectos inhibidores de la institución universitaria. Esta se funda sobre la negación de las competencias de los estudiantes para decir y hacer antes de obtener la licencia. Pero, en ambos casos, se presentan como portadores de capacidades que acreditan sus aportaciones. Así se conforman como presente, desautorizando de facto a la institución que pretende limitar su autonomía subordinándola a sus dictámenes. Ambos evidencian un saber estar en una posición activa, muy distante de la de subordinado,  que rompe con los moldes al uso.

Este es el verdadero valor de sus actuaciones. Estas se sobreponen a la licencia formal que les encuadra en la dependencia, que en estos foros implica representar el papel de obedientes y seguidistas, menguando sus iniciativas a favor de los que tienen el estatuto equivalente a los profesores. De este modo construyen un modelo que se ubica más allá del orden académico convencional, que se concita sobre la idea de la espera al título para poder decir y hacer. No conozco personalmente a Marc, pero me impresiona su actividad comunicativa en los SIAP, tanto por la calidad de sus mensajes como por la fuerza vital que pone en escena. Hace un mes advertía de que en la próxima edición en Zaragoza ya no será estudiante. Poco importa esta cuestión si sigue tan vivo como siempre.

Pero sus actividades autónomas no se limitan a su intervención en foros profesionales, como los SIAP u otros, sino que concentran su actividad autónoma en inventar y crear organizaciones propias de su generación. Farmacriticxs es una creación de la época, un acto que representa la voluntad de una parte de las nuevas generaciones de estudiantes de medicina de tomar la palabra y desarrollar actividades que compensen los vacíos del modelo oficial universitario, que los ubica en el papel pasivo de adquisición de conocimientos y aislados de la realidad sanitaria y social. Desde esta perspectiva, Farmacriticxs no es una asociación más, sino que representa el nacimiento de una conciencia crítica de algunos jóvenes profesionales, así como la conversión en actores de algunos de los anteriormente sujetos pasivos y resignados.

Tras la emergencia de Farmacriticxs, que ha cobijado ya a varios contingentes de estudiantes, aparece La Cabecera, así como otros foros, blogs y otros espacios compartidos que impulsan distintas iniciativas fértiles, y que son un patrimonio de las nuevas generaciones. Este es el territorio que alberga un disentimiento inequívoco de una parte de esta generación. Con sus limitaciones, representa un verdadero salto para todo el sistema, en tanto que hace factible pensar que se trata de un embrión que anuncia un futuro diferente. La huelga de los MIR en Granada es la expresión de un malestar generacional que puede canalizarse facilitado por esta red de actores e iniciativas.

Estas nuevas tierras del disentimiento sanitario son la morada de Maribel y Marc. El contexto de las reformas sanitarias neoliberales de última generación, que dualizan severamente la asistencia sanitaria, generan malas condiciones de vida para una parte importante de la población y proletarizan estrictamente a las nuevas promociones de médicos mediante la institucionalización de la precariedad, constituye un desafío monumental para que su discordancia sea fecunda. El escenario en que se mueven requiere la capacidad de movilizar una enorme cantidad de energía, así como de imaginación y creatividad.

Pero el principal ingrediente requerido es la inteligencia y la capacidad de generar conocimiento. Sin esa solidez, cualquier acción termina por desvanecerse. Este es el punto crítico esencial para esta nueva generación. Se trata de crecer en las capacidades de generar recursos cognitivos, este es uno de los ingredientes esenciales de cualquier cambio, en tanto que el poder se asienta principalmente sobre el conocimiento. Por esta razón se explica el entusiasmo que suscitan en algunos veteranos algunos de los textos publicados por No Gracias.

En generaciones anteriores, muchos de los que se han posicionado críticamente, no han mantenido sus posiciones en el curso del tiempo, cediendo ante los efectos negativos derivados de sus ideas o actuaciones. Muchas rectificaciones han sido clamorosas, otras silenciosas, e incluso, elegantes. El aprendizaje de la derrota es una cuestión fundamental. Saber desempeñar adecuadamente el papel de –en palabras de Juan Gérvas- perdedor de largo recorrido. Este es un enigma abierto para el futuro del disentimiento de esta nueva generación.

Para los hoy estudiantes soberanos se presenta un futuro muy exigente. Por esta razón me parece improcedente tratarlos mediante el elogio desmesurado. En cualquier caso, su emergencia es esperanzadora. Pero si no son capaces de aprender sobre su propia experiencia, sus acciones y aportaciones tendrán efectos muy limitados. El futuro no se encuentra escrito. Lo más positivo es que la nueva galaxia Farmacrtiticxs lo ha abierto.