miércoles, 31 de octubre de 2018

EL EXTRAVÍO DE LA INFORMACIÓN SANITARIA




 
La información sobre la atención a la salud producida por los medios de comunicación se encuentra en un estado de extravío crónico y acumulativo. La lógica del espectáculo en la que se fundamenta favorece la centralidad de la presentación de casos en los que la terapéutica realiza prodigios mediante la utilización de la tecnología. El envés de estas comunicaciones triunfales radica en la ausencia de tratamiento de los problemas de salud de la población y de las alternativas consideradas como más eficaces y viables. La conjunción de los intereses de las televisiones, cuya centralidad en los ecosistemas informativos es manifiesta, y de las especialidades médicas que pueden presentar algunas de sus actuaciones en formato de espectáculo visual, tiene como resultado un descentramiento de gran envergadura, tanto del estado de la salud como de las actuaciones del sistema sanitario.

Cuando comencé a colaborar en este misterioso sector en 1983, los trasplantes de corazón habían  situado a la cirugía cardiovascular en el olimpo de las especialidades médicas. Este estrellato se acompañaba de un optimismo que alcanzaba las proporciones de delirio. Los pacientes trasplantados eran presentados como héroes cuasi-inmortales en un universo comunicativo que anunciaba implícitamente el inminente final de los efectos letales de las enfermedades cardiovasculares. Pero, en realidad,  estos pacientes agraciados representaban la gloria de los cirujanos, que eran exhibidos por los medios como portadores de competencias milagrosas y emblemas de un progreso sin limitaciones.

El éxito de los trasplantes de corazón anunciaba la era de los trasplantes, generando un imaginario colectivo en el que la generalización de estos resolvería los efectos letales de las enfermedades graves. El cuerpo parecía ser un conjunto de órganos susceptibles de ser reemplazados, tal y como ocurre con los automóviles y otras máquinas. Entre todas las ensoñaciones mediatizadas de esta época recuerdo la afirmación de un prestigioso cirujano  de que era posible seguir fumando, en tanto que la implantación de un nuevo pulmón constituiría una garantía para el aparato respiratorio del fumador. Así, este órgano adquiriría una condición de objeto similar a un embrague, que tiene que ser repuesto cada cierto tiempo. El prodigio de los trasplantes terminaría con las restricciones en los estilos de vida no saludables.

En este tiempo tuve el privilegio de acceder a distintos profesionales críticos con este enfoque, así como a diversos autores que se mantenían inmunes a los delirios tecnológicos derivados de estos avances, manteniendo la reflexividad necesaria para definir con rigor el cuadro general de la situación de salud. En tanto que los trasplantes eran interpretados en términos mitológicos, aparecía el sida; las enfermedades cardiovasculares alcanzaban un nivel calificado como epidemia; se multiplicaban los enfermos crónicos; los accidentes se estabilizaban al alza; se ampliaban las distintas dolencias incrementándose la población atendida, y la reestructuración neoliberal incipiente mostraba sus efectos negativos sobre las condiciones de vida de amplias capas de la población. La salud mental decreciente era el indicador más elocuente de la convergencia de malestares.

No parece pertinente discutir los beneficios de los trasplantes desde la perspectiva de los intereses de los pacientes beneficiarios de los mismos. Pero sí se puede afirmar que estos son inviables como alternativa en un contexto en el que se incrementa el número de aspirantes; que la proporción de los recursos que consumen es desproporcionada desde la perspectiva global de los problemas de salud y sus necesidades de atención. Parece obvio resaltar que desde el prisma de la salud general, estos desempeñan un papel subordinado a otras prioridades en la atención a la salud, en tanto que se pueden constatar sus límites. 

Pero el aspecto más importante radica en el sustrato antropológico en que se sustentan. El cuerpo es entendido como el contexto de un conjunto de órganos y subsistemas que se entienden como piezas susceptibles de reposición. Durante muchos años, en las clases que he impartido a profesionales de la salud, he parodiado este supuesto implícito en la asistencia. Describía satíricamente un escenario en el que la piel era sustituida por un material compósito de última generación que permitía abrirlo y cerrarlo con sencillez, permitiendo así limpiar y reparar los distintos órganos-pieza, sujetos por una rosca que garantizaba el principio de “abre fácil”. Así, después de una noche de alcohol y nicotina sería factible abrir y reponer las distintas piezas afectadas. En el caso de los varones sería posible consultar acerca de los tamaños del pene según la preferencia de la compañera. El factor más importante de estas ensoñaciónes radica en la existencia de un almacén reponedor de los distintos órganos.

No. La trivialidad de este concepto de cuerpo y salud, que remite a la utopía del final de la enfermedad representa una trivialidad monumental propia de la época. Por el contrario, se evidencia y refuerza la idea de que la enfermedad tiene una naturaleza histórica, de modo que evoluciona según los contextos sociales en los que se produce. Pero lo más preocupante es que el fundamento de estas ensoñaciones remite a causas más inquietantes. Se trata de que las poderosas industrias maximizadas por las transformaciones tecnológicas terminan por producir no solo sus productos y servicios, sino las significaciones imaginarias asociadas a los mismos. Su preponderancia sobre la vieja institución de la medicina es absoluta. Solo quedan algunos núcleos de resistencia frente al huracán hiperoptimistas de los reponedores de órganos.

Esta transformación que privilegia la trivialización de las enfermedades frente a los pronósticos desmesurados del papel de las tecnologías remite a una cuestión social global que es fundamental comprender. El desarrollo integral y equilibrado de una sociedad requiere la conjunción de tres factores esenciales: Tecnología, cohesión social y proyecto. En ausencia de alguno de los estos los resultados son manifiestamente negativos. El problema de la revolución científico-tecnológica en curso es que tiene lugar en un escenario en el que la cohesión social es decreciente y el proyecto es incuestionablemente deficitario. Las declaraciones de las autoridades en todos los niveles son elocuentes. El monopolio de las referencias al crecimiento, entendido en términos de la producción de cosas que se puedan comprar adquiriendo un valor económico, desvela el vacío de este proyecto unidimensional. 

La consecuencia fatal de la ausencia de proyecto es la subordinación de las diferentes esferas sociales a los intereses de las grandes corporaciones y sus parejas, los grupos mediáticos globales. Esas imponen sus definiciones en todos los ámbitos, contribuyendo a un cambio letal que se expresa en un extrañamiento generalizado y creciente. El proyecto global transfiere sus cegueras a todos los ámbitos. En el sistema sanitario se evidencia la colonización del sistema global. De esta situación resulta lo que un analista tan agudo como El Roto, denomina en una viñeta “Sentido Sin Sentido”. 

El descentramiento de la asistencia sanitaria se refuerza por la acción de los grupos mediáticos que desde sus coordenadas seleccionan los acontecimientos-símbolo. Ayer fue presentado en un tono de euforia la reconstrucción del rostro y la mano de un ciudadano keniano, seleccionado por la Cruz Roja para ser operado en el hospital de Manises. La retórica triunfal se hace patente glorificando los avances de la cirujía reconstructiva de traumatismos y el reimplante de las amputaciones traumáticas. La operación se produce por concertación entre la Cruz Roja, el hospital y la fundación Cavadas, que lleva el apellido del ilustre cirujano, como es común en este tiempo de emergencia del nuevo estado de postbienestar.

Me pregunto si esta tecnología puede generalizarse para aportar soluciones a la gran cantidad de personas afectadas por problemas análogos. Pero lo peor radica en que este hecho tiene lugar en un contexto de restricciones generalizadas, en las que el acceso a una consulta de un especialista se demora hasta un tiempo que en muchos casos cuestiona la eficacia de su intervención. Por no apuntar a la gran recesión de una atención primaria descapitalizada y relegada, en tanto que sus logros presentan dificultades para ser traducidos al espectáculo mediático.

Pero en este caso, el descentramiento y el extravío alcanzan proporciones macroscópicas, en tanto que la persona beneficiaria de la intervención es africana. El estado de salud de las poblaciones africanas se encuentra en una situación en la que lo catastrófico se cronifica. África representa en el presente el colapso del proyecto que rige las sociedades europeas. La situación presente pone en primer plano la dimensión planetaria de los problemas y las soluciones. Es inviable mantener aislada a una población con buen nivel de salud sin blindarse frente a las poblaciones periféricas con mortalidades infantiles desbocadas y esperanzas de vida en mínimos.

La debilidad del proyecto que rige la Europa actual comienza a emitir sus facturas en términos de posicionamientos perversos y acontecimientos políticos críticos. Siempre ha sido un dilema determinar si las autoridades carentes de proyectos sólidos eran tontos o más bien malos. En este caso, con el Mediterráneo convertido en un cementerio de ahogados, la convergencia entre ambas condiciones se hace patente. ¡qué horror¡ Así es como el progreso tecnológico termina por contribuir a un desvarío inimaginable. La información sanitaria se constituye en su emblema. Lo dicho, si la tecnología no se acompaña de un proyecto sólido y de una cohesión social, el infortunio se encuentra garantizado.






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