miércoles, 30 de agosto de 2023

LA RECONVERSIÓN Y DIGITALIZACIÓN DE LA MILITANCIA

 

El cara a cara fascinado del funcionario y del periodista […] deja fuera de juego a un antiguo papel principal: el militante. El devoto camarada de base, lector y cuestionador, crédulo y creyente, sin presencia social ni relaciones útiles, con la boca y los bolsillos siempre llenos de libracos, mociones de orden, programas del Partido, extractos de los discursos “de antes” – en síntesis, la personalidad militante clásica- se convirtió en algo negativo. El arte del dirigente: saber utilizarlo antes, saber escapársele después (de cada elección). Desde abajo, la visión está invertida. Los “no presentables” que habían llevado al partido al poder a través de años del puerta a puerta y reuniones […] no dan crédito a sus ojos cuando ven a hábiles y notables, sus vecinos, a quienes nunca habían visto militar en los años sombríos y que no les destinaban entonces a ellos más que pullas, ocupar poco después de la victoria todos los lugares, empleos, tribunas, antesalas y comedores […]

Regis Debray. El Estado Seductor. Las revoluciones mediológicas del poder

 

 

La transformación radical de la política contemporánea, devenida en videopolítica por efecto de la preponderancia absoluta de los medios de comunicación audiovisuales, tiene como consecuencia la transformación de una institución esencial: la militancia. Esta desempeñó un protagonismo incuestionable en el siglo XIX y en la primera mitad del siglo XX. Con posterioridad, es reconvertida drásticamente por la emergente sociedad postmediática, que reconfigura todas las esferas sociales, y la política en particular. La militancia pierde su estatuto de nobleza para terminar siendo una fuerza de choque en las movilizaciones instrumentadas por el poder, o como una fuerza activa productora de mensajes cortos que se moviliza, al modo de los torrentes, cuando es requerida por los contendientes que dirimen la ubicación en la cúpula del estado.

La militancia tuvo su edad de oro con la aparición, como efecto de la revolución industrial, de las grandes ideologías y las utopías socialistas  vinculadas al movimiento obrero. Estas adquieren una significación equivalente a las religiosas, postergando la vida privada a la realización de la gran misión de la revolución. La abnegación, la entrega y el sacrificio personal son sus principales activos. Pero, junto a estos, las militancias suponen un modelo personal sustentado en una fe colosal que moldea un arquetipo personal caracterizado por el inevitable sectarismo y dogmatismo. El militante es consustancial a los sesgos inevitables derivados de la adhesión incondicional a la causa. Así se configura un muro de separación entre la militancia y la gente profana que vive su cotidianeidad.

En los años cincuenta del pasado siglo, el conocimiento del modelo de poder del estalinismo, el declive de los estados burocráticos resultantes de las revoluciones del siglo XX, la mutación del capitalismo a una sociedad de consumo de masas, así como lo que Lipovetsky denomina como la segunda revolución individualista, erosionan la imago de la revolución, debilitando la institución egregia de la militancia. Al tiempo que menguan las militancias obreras convencionales aparecen múltiples activismos en torno a distintas causas sociales parciales y menores.

El terremoto derivado de la sociedad mediática, dominada por la televisión, que se amplía por la explosión de internet, recompone drásticamente la forma de hacer política, que Regis Debray ha denominado como videopolítica. La consecuencia más importante de esta mutación es que las actividades de los partidos se focalizan en las televisiones y las redes, que son los espacios en los que concurren las audiencias, reduciéndose así los actores participantes. Así, la política va abandonando la presencia en los espacios públicos, para afianzase en un nuevo locus: estos son los espacios visibles para los telespectadores y que se pueden definir como espacios susceptibles de ser filmados.

En esta nueva forma de hacer política la militancia representa un lastre para los partidos polarizados por la imagen. En el actual sistema político español, Sumar es el ejemplo más elocuente. Este partido no tiene militantes, ni órganos de dirección, ni ha realizado congreso alguno. Se trata de la red personal de Diaz, que ha movilizado a distintas gentes presentables ante la audiencia por su visibilidad mediática. Así, representa la gran crisis de la democracia, sustituida por una tecnocracia provista de capital mediático y competente ante las cámaras. Cuando Díaz afirma que “en Sumar pensamos que…” cada cual puede imaginar que se trata de algo similar a una empresa, en la que la propiedad y la dirección, liberadas de cualquier control, tienen un papel determinante y sin contrapeso alguno.

Pero la militancia no ha desaparecido completamente. Algunos contingentes minoritarios subsisten penosamente, en tanto que no son necesarios para el trabajo cotidiano, que se realiza por los nobles directivos propietarios y gerentes de los partidos, dotados de un buen estatuto de visibilidad, materializada en los platós y las instituciones, que son penetradas por la red de cámaras, reporteros y comentaristas. Los contingentes de militantes -significativamente denominados como inscritos en Podemos- huérfanos de tarea diaria se reconfiguran como una reserva humana disponible para ser movilizada y filmada según los avatares de la contienda permanente que se dirime en las instituciones convertidas en platós. El estatuto subterráneo de la militancia se rompe cuando un estado de expectación mediático reclama su presencia.

Entonces comparecen en el espacio público en formación, amparando a alguno de los propietarios contendientes, y listos para ser filmados para conformar los fondos de los escenarios. Las campañas electorales representan el momento máximo de su esplendor alimentando los mítines y las reuniones partidarias. La personación de la militancia en las ocasiones en que es convocada tiene lugar expresando sus incondicionalidades y sus imaginarios partidarios. Lo mismo ocurre con su presencia en internet. Esta se produce en oleadas de redundancia frente -dada la pluralidad de las mismas- a los enemigos que se encuentran ahí, detrás de sus ordenadores y sus móviles.

El aspecto principal de las nuevas militancias radica en que, si la revolución, entendida desde la perspectiva de la primera mitad del siglo XX, sustentaba una fe colosal en torno a un gran acontecimiento entendido como inevitable, lo cual otorgaba cierta honorabilidad a los sacrificados y esforzados militantes, los objetivos de los partidos en este trance del siglo XXI representan una miniaturización de las finalidades. A día de hoy las reservas militantes esperan la victoria en unas elecciones y la presencia provisional en el gobierno de sus propietarios en un entorno de inevitable alternancia. Pero, si bien los objetivos están formulados en sublime menor, la fe que los ampara permanece constante. Aún más, la confrontación en las redes con los rivales estimula la agresividad y el rencor.

El dogmatismo y el sectarismo, y sus inevitables sesgos asociados, se ven acrecentados, formando parte de una cruenta batalla virtual interminable. La comunicación en redes se encuentra envenenada por el sentimiento de impotencia para lograr los objetivos perseguidos. Así, el encuentro entre militancias resulta patético, en tanto que, en este territorio virtual, la miseria de los dogmas y los juicios de valor aparece crudamente ante los asombrados ojos de cualquier visitante externo a esos mundos. Del mismo modo, muchas de las actuaciones de los contingentes militantes en el espacio público, manifiesta este excedente de cognitivo de dogmatismo, que muestra inequívocamente su condición marginal. En particular, las prácticas visibles de adhesión a los líderes, resultan insólitas por los sesgos de los participantes, su exceso melodramático y su aldeano sistema de significación.

En esta era de la videopolítica, las reservas militantes sumergidas, eximidas de actividad diaria, convocadas para llenar espacios según las contingencias de la lucha política, cumplen con su función mediante un repertorio de formas de aplaudir, vitorear o denigrar. La sociedad de la televisión y las redes, y, por tanto, de la movilización de las emociones, privilegia el acto de aplaudir. Se trata de la sociedad del fuerte aplauso, en la que prosperan múltiples pícaros competentes en el arte de emocionar. Los militantes detentan una alta posición entre los públicos aplaudidores y detentadores de idolatrías de los actores políticos.

Fui un militante acreditado durante diez años de mi juventud. A día de hoy, siento la fuerza negativa inmensa que los militantes generan en favor de las contiendas mediatizadas. Mantener cierta distancia con los acontecimientos es interpretado como una traición, siendo asignado inmediatamente al enemigo. En este mundo de la política mediática, la redundancia es una obligación imperativa y la autonomía del juicio es considerada un pecado imperdonable. Lo peor radica en que las reservas de frustración, impotencia y rencor se reavivan y se conservan activas hasta el siguiente episodio. Una mala noticia para la inteligencia. Esta es una de las tragedias devenidas por la digitalización.

Las militancias de los partidos, en las que se maximiza la fe y se minimizan las finalidades, terminan trivializando el acontecer político, participando activamente en la reconversión de la realidad en memes, imágenes y titulares. Así se convierten en segmentos activos de las audiencias. Por el contrario, siguen existiendo militantes de causas sociales y movimientos sociales, que marginados por los operadores mediáticos mantienen sus actividades en espacios restringidos. Estos trascienden la  banalización mediatizada de la contienda política. Estas reservas de inteligencia crítica, muy menguadas también, alimentan discursos críticos que, en esta época, se escinden de la acción de la izquierda, tanto de los propietarios enclavados en las instituciones como de las militancias intermitentes destituidas por las magnificentes cámaras de las televisiones.

 

viernes, 25 de agosto de 2023

EL BESO DE RUBIALES Y LA DEMOCRACIA ESTRUENDOSA

 



El beso forzado por Rubiales a Jenni Hermoso frente a las cámaras y una numerosa audiencia se ha convertido en un acontecimiento mediático total. Se reiteran las imágenes, se instala en todos los programas, se produce una secuencia de condenas movilizando a todos los actores -principales y secundarios- del mundo de las pantallas. El resultado es la creación de un estado de opinión que aviva las emociones para la censura a Rubiales, un malote que alcanza la condición de VIP de la perversidad. Se prodigan las condenas morales, cuyos portavoces muestran la convergencia en la condena, que trasciende las convencionales distinciones entre la derecha y la izquierda. Pero esta efervescencia comunicativa no implica la proliferación de análisis e interpretaciones diversas, sino, por el contrario, la conformación de una unidad monolítica en la condena. En una situación como esta, cualquier pronunciamiento tiene que cumplir con el requisito de la severidad del tono. Debe ser formulada con un mensaje inequívoco, reforzado por gestos a la altura de la gravedad de la sentencia. Estos días ha sido inevitable rememorar a Durkheim y sus afirmaciones acerca de los rigores de la conciencia colectiva.

El beso del presidente de la Federación Española de Fútbol tiene una significación inequívoca. Se trata de un acto de dominio de un superior sobre una subalterna, en este caso, además, de un hombre sobre una mujer. Pero, ese beso, que se ha constituido en símbolo de una violencia socialmente percibida, forma parte de una secuencia de actos que Rubiales puso en práctica, tanto en la final, como en la posterior celebración. El rico y variado repertorio incluye su comportamiento en el palco, en el que llegó a marcar el paquete, hasta todos sus encuentros cuerpo a cuerpo con las futbolistas. Las liturgias que puso en práctica denotan su voluntad de mostrar que él mismo es el patrón de la fiesta. El derroche de saludos, rituales y sobreactuaciones remiten a la constatación de que protagoniza ese evento, en tanto que padrino del colectivo futbolístico campeón.

El aspecto más singular de esta celebración es que, al desatar la euforia, lo privado, es decir modos y usos en las relaciones imperantes en ese colectivo futbolístico en su intimidad, se intensifican y se hacen públicos, suscitando la reprobación de muchas de las gentes exteriores al mismo. Lo privado se hace público, generando un terremoto de desaprobación. En ese espacio privado, Rubiales, conformado como un verdadero cacique/patrón, se toma la licencia de imponer sus distancias personales con cada futbolista. Estas no tienen otra opción que aguantar a tan ilustre invasor, en tanto que, si replican en las relaciones cara a cara de cada una, pueden ser severamente sancionadas por tan afectuoso patrón. Una imagen antológica, que ha pasado desapercibida, es la de Rubi cargando a Athenea del Castillo, en tanto que esta permanece inmóvil, con los brazos muertos expresando la no colaboración. Cabe suponer que en la larga convivencia del torneo se ha acumulado rabia e impotencia por parte de las futbolistas, en tanto que receptoras de efusivos encuentros corporales con el ínclito Rubiales.

Una vez que lo privado se hace público en la celebración del título, cuando se multiplican las críticas externas, se produce una inequívoca revancha, que simboliza Jenni resistiendo las embestidas del patrón y sus cómplices, para hacer una declaración de connivencia. Con posterioridad, ya en España y liberada de la concentración, esta solicita públicamente la sanción a tan cercano padrino. En el acto con el Presidente del Gobierno, se puede observar la distancia del grupo de futbolistas con sus patrones, incluido el ínclito entrenador, como materialización del resarcimiento por los múltiples encuentros corporales no deseados, sucedidos en la larga concentración. Las palabras de Rubiales son elocuentes. Dice que “desde afuera se ha podido entender de forma distinta lo que desde adentro consideramos normal”. Se refiere a su espacio institucional privado, en el que ejerce de buen patrón y en el que ellas son sus niñas.

Este episodio, tras su apariencia trivial, tiene connotaciones de alta complejidad. El problema más importante del feminismo, es que la resistencia al cambio se oculta y se genera una situación de falso consenso. La resistencia subterránea, determina que esta comparezca en términos de sucesos inesperados. Recuerdo el del Colegio Mayor de Madrid Elías Ahuja. Así se conforma una extensa y sólida área oculta resistente a los feminismos. Esta forma de resistencia al cambio ha reforzado la idea del enemigo oculto, que ha propiciado una oficialización/estatalización desbocada del movimiento, que se ha cerrado con una apoteosis del castigo a los demonios sobrevivientes en el subsuelo. Así se conforma un extrañ vínculo con la desratización. Los machistas se ocultan bajo el suelo y es menester controlarlos continuamente mediante la administración de venenos. La preponderancia de las soluciones basadas en el derecho penal, representan un excedente punitivo insólito para un movimiento social que pretende cambiar la vida.

En el caso que nos ocupa, parece paradójico la oleada de furor que ha despertado un beso, en contraste con la indiferencia que provoca la conformación de la Federación Española de Fútbol como un proverbial mayorazgo feudal o un cártel moderno. Recuerdo los días de la Transición Política, en los que se afirmaba que, tras la constitución del parlamento, había que llevar a la democracia a todos los ámbitos. Tantos años después se constata el vigor antidemocrático de las instancias intermedias. Durante varios atormentados años fui claustral en la Universidad de Granada. Mi compañera tuvo que soportar en nuestra intimidad mis ataques de perplejidad. Lo que veía a diario era tan inverosímil que tenía efectos sobre mi estabilidad.

El mundo del fútbol es un cáncer letal desde el punto de vista de la democracia. La Federación, los clubs, las parroquias, las audiencias, la prensa deportiva, todo eso es el gigantesco huevo de la serpiente que incuba un autoritarismo basado en la estimulación de las emociones. En ese inmenso mundo, el feminismo es totalmente extraño. Pero lo peor es que los próceres futbolísticos adoptan los preceptos del feminismo, entendidos como pensamiento oficial, sin problema alguno. En la lapidación mediática de Rubiales, han participado estrellas mediáticas que hacen fe del feminismo. No puedo dejar de evocar aquí a personajes tan ricos como Pedrerol, Roncero o Juanma Rodríguez, estos días incorporados a la caza y captura del malote del día. Uno de ellos, Manolo Lama, ha afirmado que “las que rechazan el beso de Rubi a Jenni es porque nadie las ha besado”.

La sociedad española carece de cualquier sistema de pesos y medidas. Alentada por la prensa deportiva y sustentada en las organizaciones intermedias, antidemocráticas y en las que prospera el caciquismo, vive entre una sucesión de estados de efervescencia mediática inducida, manipulada por los poderosos clanes mediáticos. En ese contexto, la dimisión de Rubiales no puede ser considerada como una señal de fuerza de la democracia o el feminismo, sino como el último episodio de lo que he llamado “desratización”. Es decir, que nuevos Rubis se están reemplazando a tan afamado malote.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

martes, 22 de agosto de 2023

EL RIESGO DE QUEDARSE DORMIDO POR DENTRO REVISITADO

 

El 10 de mayo de 2020, a la salida del gran encierro determinado por la respuesta a la pandemia por parte del poder global, revestido por una dosis somatocrática, publiqué aquí este texto reivindicando la vida gozosa frente a la apoteosis profiláctica y la medicalización derivada de este gran experimento de la nueva sociedad de control. Su título era “Del riesgo de quedarse dormido por dentro”. Esta entrada recoge tres textos estimulantes de autoras argentinas que se reivindican frente al enorme aparato propagandístico y punitivo que constriñe sus vidas.

He pensado acerca de los acontecimientos ocurridos en estos días de agosto. El resultado es un texto que titulo “De la fatalidad de haberse quedado dormido”. Este expresa una suerte de arterioesclerosis de la sociedad española, que ha perdido manifiestamente el sentido, así como la capacidad para interpretar, valorar y decir. Avasallada por las televisiones, los dispositivos expertos y las autoridades, siguen alegremente los dictados del espectáculo promovido por los poderes. Así, se vive la situación política como un juego que alguien, certeramente, ha definido como “las pasiones derivadas del azar en las tandas de penaltis futbolísticos”. Se prodigan los memes, las burlas y las parodias en una situación que solo se puede comprender aludiendo al término “bloqueo”, y en la que gobernar parece imposible.

Antes de publicar este texto, he decidido publicar de nuevo esta entrada de 2020. Pienso que los tres textos de las autoras argentinas, condensan la lucidez de reivindicar con pasión la vida, liberada de preceptos moralizantes y de la intervención de las autoridades sustentadas en la nueva gubernamentalidad imperante que tiene la pretensión totalitaria de dirigir estrictamente la vida. Por esta razón, releer estos textos tres años después, remite a la inocultable progresión de la nueva sociedad de control, ahora sustentada en un modelo de control de las vidas que se reclama como progresista. La reapropiación por parte del sistema político de la dirección de las vidas en nombre de la Salud Mental, que se sobreentiende como la multiplicación de los dispositivos profesionales e industriales expertos, sintetiza el enorme riesgo ante el que nos encontramos. Es inevitable revisitar el concepto de Robert Castel de “La sociedad psiquiátrica avanzada”, publicado en los años setenta y que parece haberse materializado. Esta es la entrada de mayo de 2020

 

DEL RIESGO DE QUEDARSE DORMIDO POR DENTRO

 

El confinamiento súbito desde el mes de marzo y la salida a un espacio público vigilado e hiperreglamentado por las autoridades salubristas, no ha suscitado en España réplica alguna, salvo contadas excepciones. La aceptación fatalista de este estado de lo social, que impone las distancias sociales y aísla a las personas, indica prístinamente el estado de la sociedad española, que tolera ser avasallada por cualquier instancia ubicada en la cúpula del estado y de los medios.

En mis años jóvenes, asistí a una rebelión contra el severo orden cotidiano que imponía entonces la iglesia, instalada en la cúspide de la sociedad y el sistema político, que entonces era una teocracia moderada, pero efectiva. Una generación de jóvenes generó discursos, imaginarios y prácticas sociales que desbordaban las estrictas normas de entender la vida. Más allá del concepto de oposición política, comparecieron múltiples sujetos que en todas las partes generaban comportamientos emplazados más allá de las instituciones grises de la época. 

Las gentes de las artes y de la cultura fueron el epicentro de este terremoto crítico que propició el desgaste del complejo institucional que sustentaba el nacional-catolicismo. Esta fue la condición para que tuviera lugar un cambio sustantivo en los años siguientes. La desobediencia activa se multiplicó mediante, textos, imágenes, poemas, canciones, sátiras, escenificaciones, así como otras formas de vivir que desafiaban al poder político-eclesial que restringía la vida.

El Covid 19 ha significado una conmoción sin precedentes. La cúpula del estado y los medios ha sido ocupada y monopolizada por una nueva casta médica que impone sus significaciones, deroga las vidas y disuelve los sistemas de relaciones sociales cotidianas. La nueva razón epidemiológica actúa de modo devastador sobre la vida, principalmente mediante el confinamiento y la abolición de la proximidad. Este acontecimiento, no ha encontrado resistencia alguna y todas las racionalidades presentes se han plegado sin condiciones a este imaginario de la apoteosis del miedo a la salud amenazada. La sociedad española es un solar de resignación y renuncia a la vida inquietante.

 

El resultado es la configuración de un modo de dictadura somatocrática perfecta, en la que la inteligencia y la gente acatan sin reservas las conminaciones del nuevo poder ajeno a la vida. Esta queda extirpada en un solo acto, al modo quirúrgico. Las generaciones jóvenes, en particular, muestran un grado de domesticación inimaginable, conformadas previamente por los dispositivos de la precarización, el credencialismo neoliberal, y la infosfera saturada. También la inteligencia y el mundo de las artes y la cultura, sometidos al imperio supremo de la televisión. La imagen del desierto social deviene inquietante.

Por esta razón rescato tres textos de El Lobo Suelto. Ninguno de ellos tiene la pretensión de discutir las estrategias sanitarias para el control de la pandemia. Se ubican en la vida personal, reclamando esta perspectiva irrenunciable. Los tres son muy ricos y denotan inteligencias poéticas que se inscriben en lo sublime. Me han estimulado mucho en mi vigente vivencia del desierto social y la dictadura somatocrática mediatizada, que me hacen soñar con la fantástica película de Buñuel “simón del desierto”.

Las tres autoras son argentinas. El primero es de Malen Otaño y su título es “No quierodormirme por dentro”. Reclama la vida frente el encierro y la separación física entre las personas. El concepto de secarse por dentro es, en mi opinión, el mal que en estos días prolifera fatalmente. El segundo es de  Lila M. Feldman, “Salud mental hoy es noacostumbrarnos”. Rechaza con una lucidez contundente el mundo de seres petrificados resultantes del nuevo orden medicalizado. El tercero es de Sofía Guggiari, “No quiero vivir una vida profiláptica”. Es todo un manifiesto a favor de la vida ahora mutilada por las autoridades somatocratizadas.

Su lectura ha reparado mi inquietud y me ha remitido a mi vida sensorial clausurada por el encierro y el postconfinamiento entendido como el espacio social detentado por el omnipotente gobierno de lo social desde el imaginario de una casta segregada. Los recomiendo encarecidamente, en la convicción de que a algunas personas les puede aliviar de una forma análoga a mí mismo.

 

No quiero dormirme por dentro // Malen Otaño

Publicada en 3 mayo 2020

Los conté, son cuarenta soles consecutivos que veo apilarse en la ventana. Creo que hubo dos lunas llenas. Ninguna día tengo conocimiento de que día es. Pienso que podríamos inventar un nuevo calendario, pero con días más largos o que no sean días, que sean otra cosa, pero qué? Tiempo mudo, tiempo muerto, tiempo dormido. Las emociones se presentan minuto a minuto. Tienen un movimiento extraño, desconocido, aleatorio.  

Bueno pero tengo ideas, como dicen ahora hay que tener preguntas. No quiero hacerme preguntas. No las tengo. No se me ocurren. No las encuentro. No tengo ganas. No tengo ganas de hacer nada. No tengo ganas de hacer un orgasmo colectivo. No tengo ganas de interpretar “esto” ni como una crisis, ni como una oportunidad, ni como un antes y un después, ni un pasaje, ni un cruce, ni un desafío, ni una mutación, ni un cambio. No tengo ganas de encontrarle la vuelta. Ni el reverso. 

Me he secado. 

Pensar que hace no muchos meses-que parecen años- corría detrás de los fluidos, como un perro que ladra sin parar en la vereda, porque algo lo paraliza pero también le abre el cogote. Ni saliva, ni sudor, ni transpiración, ni mocos, ni cera, ni menstruación, ni sangre, ni flujo, ni semen, ni lágrimas, ni pus, ni vómito, ni gases, ni mierda. Extraño profundamente este intercambio de fluidos entre las personas. 

Extraño el malentendido, la confusión, pisarnos en las conversaciones, los fallidos, las lagunas, las contradicciones, chocarnos en la calle, pegarnos codazos en la cama, escupirnos la cara, languetiarnos, mordernos, el vértigo en la panza, los empujones. Extraño la ansiedad, el nerviosismo, la vergüenza, el mareo, la incomodidad, los dolores, el cansancio. Extraño disimular, temblar, burlarme, pelear, gritar, bostezar, pellizcar. 

Guardo el último beso como un tesoro en el fondo de mi patio. Estoy cansada de verme el cuerpo. Me resisto, me aferro con mis uñitas a la pared de piedra, aguanto la respiración debajo del agua, hago abdominales. Me pellizco antes de dormir. Me acaricio el pelo al despertar. ¿Esto es la vida? ¿Esto es vida? No me quiero acostumbrar tampoco quiero ser imprudente. No quiero perder la sorpresa ni la imaginación. No quiero dormirme por dentro. Afuera no hay nada, o lo que hay es plano y sin forma. El único brillo es el de las pantallas. El mundo se plegó. Somos espectadores expectantes. Lo inminente. Lo inevitable. La amenaza paralizante. 

Me desperté en medio de la noche con mi propia voz. Tuve miedo de escuchar un grito.

 

Salud mental hoy es no acostumbrarnos // Lila M. Feldman

Publicada en 26 abril 2020

Primero entró el agua. No entró de golpe. Y al principio parecía que podíamos prepararnos.

Como en toda inundación, tratamos de poner a salvo lo que podíamos.

Había una cierta altura posible aún donde poner los abrazos. Los encuentros. Los mates impunemente compartidos. La ingenuidad de una mano sobre otra. Tocar el mundo libremente, y ser tocados por él. La desprolijidad y la improvisación. Un beso.

Pero hubo un momento en el que el agua nos tapó y no nos dimos cuenta. La ventana pasó a ser un límite infranqueable. La puerta el umbral que divide lo sucio y peligroso de lo limpio y a salvo. Los miedos ya no eran un problema sino un marcador de riesgo…del otro. La sospecha una herramienta. La denuncia una obligación social o un cuidado. La ilusión un escape para crédulos. El apocalipsis, el derrumbe, el tsunami y el naufragio dejaron de ser figuras de delirios, fantasmas y locuras. El sueño es nuestro último refugio. El futuro un lugar incierto para un tiempo incierto.

Lo peor fue darnos cuenta que el agua podía taparlo todo. Nos acostumbramos a respirar bajo el agua. Seguimos aferrados a costumbres, más habitantes de las casas que nunca. La música y el sueño nos siguen transportando a los que fuimos. A veces nos calman y otras son sal en la herida. En músicas y sueños aún viajamos.

Ya no nos prometemos una fecha en la que el agua se irá, y el mundo ya no volverá a ser lo que era. Será una Pompeya de seres congelados, petrificados y polvorientos? Ya no hacemos planes, la ropa nos hace bromas desde el ropero, es colorida acumulación de inutilidades y absurdos.

La locura tendrá que inventarse otros delirios, lo imposible y las distopías parasitaron nuestra vieja cordura. 

Entonces, mientras el agua sube y con ella aumenta la potencia de lo irrespirable, habrá que inventar alguna “altura” en la que ponernos a salvo.

Adaptarnos bien es perder la cabeza. 

Salud mental hoy es no acostumbrarnos.

 

“NO QUIERO VIVIR UNA VIDA PROFILÁCTICA” // Sofía Guggiari

Publicada en 25 abril 2020

Pienso en la potencia del agua turbia, del polvo, de la suciedad de la calle, del barro, del olor y la espesura de las gotas de sudor, del temblor de un orgasmo en pleno aislamiento, de los cuerpos bailando en un aquelarre feminista, a haciendo pogo en un acto popular. En la potencia de un fallido o de un olvido que hace que el estornudo no llegue a taparse, de ese abrazo público desesperado y prohibido, ese chape callejero mal visto. Todo fragmento de vida al que no le llega el alcohol en gel. Escucho un grito en medio del silencio de cuarentena: ¡No quiero vivir una vida profiláctica!

Me cuesta respirar a veces y no es el Covid-19. Es el afecto que el encierro y el aislamiento están produciendo en mi cuerpo. Estoy empezando a somatizar. Salgo para distraerme, pero ya no sé qué me hace mejor. Es difícil distinguir el adentro y el afuera. Me impacta la imagen de los rostros enbarbijadxs, los cuerpos, sus distancias,  el control masivo y permanente policial. Todxs hablando del horror a un posible contagio, y de las técnicas y tecnologías que se inventan para prevenir.

¿Desde cuándo la palabra contagio se volvió una mala palabra? ¿Porqué el concepto de propagación, ese concepto tan poderoso, causa miedo y no alegría?¿Qué lugar hay en medio de todo esto para el deseo? ¿Cómo sobrevivir en un mundo donde el contacto físico se volvió un accionar peligroso y hasta algo a denunciar?

La idea de que esto es momentáneo calma mi tormenta intempestiva, pero ¿hay manera de salir “ilesxs” o “como si nada hubiera pasado”? Pienso, me late con fuerza el corazón, me asusto, suspiro: las preguntas, sensaciones, tristezas e  incomodidades se me vuelven un mapa o una alerta para atreverme a pensar qué tipo de vida se está configurando.

No me cerró nunca la idea de una guerra. Me gusta más la imagen y la fuerza de una crisis, de un movimiento de tierra, de un rompimiento de estructuras y de sentidos.

Las guerras nos meten en la escena de lo terrorífico, nos quitan autonomía, nos dejan como víctimas o como merxs soldadxs contra un “enemigo invisible” como le dicen, pero a veces el enemigo es muy visible y está conviviendo con vos en tu casa. Y si no preguntémosle cómo se sienten a esas más de 567 mujeres que llaman todos los días para denunciar violencia de género  intrafamiliar, y ni hablar de lxs más de 25 que fueron asesinadxs (entre feminicidios y travesticidios)

Pero pareciera que allá las vidas que se lleva el patriarcado, y acá las vidas que se lleva el Covid-19. Se las lleva porque efectivamente mata  y  por qué a las que no mata las vuelve unas vidas in vivibles. Toda una arquitectura cotidiana -para aquellxs privilegiadxs que podemos llevarla a cabo-  de profilaxis para evitar cualquier tipo de posible territorio propicio para la propagación del virus: desinfectar permanentemente todo lo que esté a nuestro alcance, desinfectarlo bien, que no queden partes que hayan podido estar expuestas, – y de paso aprovechar, que es un buen momento, para  “desinfectarnos del otrx”, escuche decir a una persona en un vivo de instagram.

Hace poco una amiga me dijo, preocupada por la situación, con la pesadumbres de quien extraña, como quien escribe,  ese encuentro del cuerpo a cuerpo diario, ese pegoteo imperfecto, ese piel a piel,  me dijo – ¿y si ahora nos da fiaca vernos, y cuándo nos veamos es solo un ratito porque queremos volver a estar solxs? El acostumbramiento a las vidas aisladas se me vuelve una imagen que me produce pánico y entonces me produce ganas de aislarme y el pánico es la base para el consumo, ya lo había escuchado por ahí.

No puedo pensar mi vida sin el peligro que implica vivirla. O algo así leí en un post qué escribió mi hermano Ramiro, que me hizo producir este texto y producir ciertos pensamientos, porque también las alianzas afectivas en la catástrofe, las redes colectivas de otrxs que importan y te hacen sentir que también importás. Esa fuerza del amor y la desmesura del lazo, del encuentro y del desencuentro, porqué no del odio y la tempestad también. No se puede gozar, desear, hacer política, amar, enojarse, crear, inventar desde la vida higiénica. La vida es la peste, es germen de potencias y potencias que producen gérmenes que hacen florecer las primaveras y contagian las revoluciones, aunque sean esas pequeñas, micro, cotidianas, que hacemos todos los días para tratar de sentir que tenemos una ética y que confiamos en ella para existir. Porque “no queremos ser más esta humanidad” como dice Susy Shock y “porque no queremos volver a la normalidad” como leí en alguna nota en alguna reflexión.

Me gusta pensar que la vida es vida en tanto incertidumbre y acontecimiento, la vida implica la no garantía, lo inesperado nos conmueve y nos transforma. Me gusta pensar que la vida está menos en lo que pensamos y diagramamos con tanta certeza, y más en ese despertar entre húmedo y atemorizante, que es el deseo.

No quiero vivir una vida profiláctica. No quiero ni creo que pueda. Y no es una desobediencia al “quédate en casa”; -aunque las desobediencias son los actos que crean insurgencias políticas y es algo que las feministas sabemos muy bien-, ni mucho menos un arrojo al descuido, ni un llamado a esa mentira de la “libertad individual”. En todo caso es un intento de volver a re conectarme con cierta vitalidad y sensualidad de la existencia. Y como nunca, desde este lugar, desde el confinamiento, de lo que trato es de hacer escritura y cuerpo -aunque son lo mismo-  lo que pienso, lo que siento, compartir un afecto, una pregunta, que se propague, que se contagie como se pueda porque también es la manera que tengo, que tenemos,  de  tenernos los unxs a lxs otrxs.

 

 

domingo, 20 de agosto de 2023

MEDICINA LETAL: EL PRODIGIO DEL OXYCONTIN

 

Medicina fatal es el título de una miniserie de seis capítulos que ha incorporado Netflix. Se trata de la historia del Oxycontin, un opiáceo convertido en un medicamento milagroso para revertir el dolor y el malestar físico. En los años noventa inicia su carrera, siendo promovido por la industria farmacéutica, avalado por la profesión médica y legalizado por las autoridades. Como consecuencia de su expansión y uso generalizado, se generan grandes contingentes de adictos que desarrollan una carrera fatal, que en muchos casos termina en la muerte por sobredosis. Se calcula que el número de muertos en Estados Unidos en dos décadas llega a los quinientos mil.

La serie, aún a pesar de que se basa en los hechos reales, no es un documental, sino un relato del que forman parte algunas víctimas, médicos, visitadores médicos, dirigentes de la industria e investigadores del sistema judicial. El aporte del formato de serie, además de presentar a los personajes, algunos bien logrados, muestra los microcontextos en los que se produce la cadena de su producción y su consumo. El guion se basa en un exitoso libro escrito sobre este asunto por un periodista de The New Yorker, Patrick Radden Keefe.

La trama de la acción transcurre en lo que hace décadas se denominó como Complejo Médico Industrial, un sistema de relaciones entre la industria y sus instituciones y la profesión médica. A pesar de que esta denominación ha desaparecido por la presión ejercida por los múltiples actores de este formidable sistema. He sido interpelado en distintas ocasiones cuando he utilizado esta expresión, de modo que me ha hecho sentir las presiones ejercidas por los integrantes de este entramado. Ahora mismo, escribiendo este texto tras visionar la serie, me he autocensurado interrogándome acerca de los contingentes de lectores que por utilizar esta expresión van a predisponerse contra el mismo. Carecer de nombre es una condición para su perpetuación y renovación hasta el día de hoy. El asunto de los analgésicos es un problema íntimo de los industriales y los médicos, en el que no debemos inmiscuirnos los extraños.

Uno de los aspectos más acertados de la serie, radica en presentar nítidamente a la industria farmacéutica en sus versiones postfordistas del presente. En particular, la gestación de la idea por parte de un empresario que ha asumido que el lucro económico representa el núcleo duro de su misión. A lo largo de los capítulos aparecen los directivos industriales, en sus escenarios naturales de las reuniones y las fiestas; también las instancias que ejecutan el arte de la persuasión sobre los médicos, que estimulan a los consentidores y allanan obstáculos para presionar a los renuentes para modificar sus comportamientos. Las escenas más valiosas son aquellas que muestran la dinamicidad de las relaciones entre los visitadores y los profesionales.

En toda la serie se encuentran muy bien descritos los pacientes y los dramas personales derivados de su consumo. En este campo social de la asistencia sanitaria los pacientes son manipulados mediante la interpretación sesgada de sus malestares y dolores. A estos se promete la felicidad mediante el fármaco milagroso avalado, firmado y sellado, nada menos que por sus médicos y farmacéuticos. Cuando se producen adicciones compulsivas estos son culpabilizados explícitamente por sus sofisticados verdugos. Un punto fuerte de la narración radica en la fuerza de la Razón del éxito y el dinero, al tiempo que se difumina la Razón del paciente. Me ha sido imposible no pensar en la inminente expansión en España de los dispositivos de Salud Mental, acompañados del torrente de fármacos salvadores distribuidos entre los numerosos sujetos tratados.

Pero, el aspecto principal radica en preguntarse cómo es posible que haya ocurrido algo así, en tanto que algunos médicos sí tenían información acerca del Oxycontin desde el principio. La empresa obtiene un éxito contundente sometiendo, uno a uno, a los encargados de recetarlo primero, e incrementar las dosis después. Las preguntas obligadas son ¿no existe ninguna instancia profesional que haya ejercido el control? ¿cómo es posible que una mortalidad tan importante no suscite controversias e investigaciones? ¿Cómo es posible que no se haya problematizado en los numerosos y frecuentes congresos de sociedades médicas? Parece inquietante el poder pastoral de cualquier empresa para modificar sus fines, pervirtiendo su acción y obteniendo  el silencio y la aceptación durante tanto tiempo en el entorno de suaplicación.

La victoria absoluta del empresario del Oxycontin, Richard Sackler en el interior del Complejo Médico Industrial se ve amenazada por las autoridades judiciales. Este es el centro de la trama de la serie. Una ayudante de un fiscal investiga sobre el fármaco y termina obteniendo pruebas procedentes de una visitadora arrepentida. Pero esta intersección entre el Complejo Farmacéutico-Médico y el sistema judicial termina por decantarse en favor de los poderosos. Cuando el fiscal presenta las pruebas a la industria y le comunica la apertura de juicio a la empresa, ésta contrata los mejores abogados, que son precisamente profesionales procedentes de las más altas instancias judiciales, pero ahora convertidos en mercenarios por el efecto de las prodigiosas puertas giratorias.  Todo concluye mediante una argucia judicial derivada de tan experta inteligencia jurídica: el fiscal se ve presionado para aceptar una solución pactada, consistente en la aceptación de responsabilidad por parte de la empresa en una cuestión menor, reconociendo errores en los prospectos del Oxycontin.

Esta historia muestra crudamente la potencialidad de los intereses industriales fuertes en los sistemas políticos que se autodenominan como democracias avanzadas. En estas se prodigan múltiples dispositivos de poder entramados entre sí que se sobreponen sobre los intereses débiles de las gentes, en este caso de los pacientes seducidos por la poderosa publicidad corporativa industrial y profesional. En ese espacio opaco de concurrencia entre dispositivos al servicio de los intereses industriales fuertes se dirimen las cuestiones fundamentales. De este modo, se hace verosímil el riesgo que supone la existencia de una asistencia médica controlada por una industria que conforma un área gris en tan progresadas sociedades.

En este espacio de relaciones entre los agentes industriales y los profesionales, en el que se ejercen presiones amparadas en el arte de la persuasión, se muestra la potencialidad de la institución central del marketing, que en la asistencia sanitaria siempre ha adoptado el formato de marketing de “uno a uno”. Uno de los puntos fuertes de la serie es, precisamente, la presentación del marketing avalando una empresa de conquista de un mercado que termina por perjudicar gravemente a sus consumidores, incluso eliminándolos de los escenarios para ser sustituidos por nuevos contingentes de captados por la ilusión de la eliminación del dolor y el éxtasis del bienestar subjetivo.

Termino interrogándome acerca de una señora extraviada en este laberinto institucional que conforma tan expansivo mercado, la bioética. Desde siempre, y desde el interior de este espacio, siempre me ha parecido extraña la concurrencia de profesionales convocados por las cuestiones éticas. Los niveles de distanciamiento de la realidad en ese ámbito, son manifiestamente cosmológicas. Siempre me ha gustado pasear por Congresos Médicos para observar la proliferación de personas dedicadas a tan prodigiosa tarea de comunicación persuasiva. Conservo algunos recuerdos antológicos de esas instructivas excursiones, en las que terminaba preguntándome acerca de si era yo solo quien tenía los sentidos abiertos, lo que me permitía comprender la verdadera naturaleza de lo que estaba representando en tan científica fiesta.

Recomiendo vivamente ver esta serie, cuyo destino será ser reemplazada por nuevas ficciones para abastecer a tan activos usuarios devoradores de historias.

 

domingo, 13 de agosto de 2023

LA METAMORFOSIS DEL PENSAMIENTO CRÍTICO

 

He leído el ultimo artículo de David Souto acerca del extraño devenir del pensamiento crítico. La serie de textos suyos que aparecen en los últimos meses en Vox Populi, tienen la virtud de romper un esquema de interpretación consensuado en el parco ecosistema mediático patrio. Este remite a la aceptación de que la política se reduce a los hechos que ocurren en el sistema político (partidos, elecciones, gobiernos…). Este reduccionismo instaura un campo de conocimiento cerrado en el que tanto las estructuras sociales como las instituciones globales son ajenas a las significaciones de los acontecimientos ocurridos en el sistema local.

Aún más, se asigna un estatuto de autoridad incuestionable a las instituciones de la gobernanza global, que se presentan como instancias técnicas y despolitizadas. En particular, las instituciones europeas son entendidas como un ente acerca del cual no cabe deliberación alguna. Se reproduce así el estatuto eclesiástico de santidad. Cualquier discusión queda zanjada cuando se alude al límite impuesto por Bruselas. Los parámetros que conforman la competencia de un político sobrevaloran su experiencia en las instancias europeas. La consecuencia de esta cultura política es la consolidación de una suerte de contrademocracia tecnocrática de autonomía reducida.

La Transición española hizo posible el final de las instituciones franquistas y el nacimiento de las novísimas democráticas mediante una ingeniería sofisticada de acuerdos que catapultó el consenso como un valor básico, dotado de un poder operativo para resolver situaciones vinculadas con equilibrios precarios. De esta forma, el consenso quedó petrificado como la norma central que rige el devenir del sistema político democrático, terminando por adquirir una connotación sagrada. Como consecuencia de esta beatificación, el consenso adquiere un papel rector en todas las instituciones, siendo apelado como principio válido para resolver cualquier situación.

Los efectos de la santificación del consenso, asignándole un valor mágico, fueron demoledores en el campo del conocimiento. Todos los actores se esforzaron en elaborar sus posiciones en términos compatibles con un quimérico mínimo común denominador. De este modo, desaparecieron deliberaciones acerca de los distintos posicionamientos; predominaron los efectos de maquillaje de las proposiciones de cada partido; fueron eliminados aquellos que no fueran susceptibles de ser consensuados y se genera un área oculta resultante de la distancia entre lo que se piensa y lo que se dice por parte de los actores. Así se ha instaurado un discurso único del que se han ido eliminando todas las definiciones susceptibles de ser excluidas del sacro consenso. Inevitablemente, los discursos políticos han adquirido la forma de un catálogo de purés y otros alimentos de fácil digestión. Los más perjudicados por esta licuación son las definiciones de las situaciones. De este modo, el sistema político se ha convertido de facto en una nueva iglesia, dominada por un recóndito clero, y donde los feligreses tienen que hacer visible la renovación de su fe.

El ejemplo de la violencia de género es paradigmático. Las numerosas formas de estas violencias son reemplazadas por los asesinatos, que se ubican en la cima del iceberg. Así se instituye un fundamentalismo punitivo que se resuelve en leyes, tribunales, jueces, policías y otros elementos del sistema penal, eliminando las definiciones de situaciones múltiples y diversas que configuran esas violencias. La comunicación pública queda brutalmente mutilada, siendo reducida a una polarización entre los que favorecen y los que castigan los asesinatos. El espesor y la complejidad de los problemas quedan abolidos por esta nueva inquisición penalista. Los episodios de debates públicos entre políticos recuerdan a los de las víctimas del terrorismo. Cada uno es impelido a pronunciar las condenas atendiendo principalmente al tono. Solo un tono convincente libra a cada uno de la sospecha de ser tolerante con el mal.

El artículo de Souto puede ser leído desde esta perspectiva. Este presenta la metamorfosis del pensamiento crítico, formulado en el contexto histórico de la primera parte del siglo XX, que ahora ha devenido en una verdad oficial formulada desde las instancias globales de la gobernanza mundial. El marco de referencia de los artículos de este autor se atiene a las ideas en puja en escenarios globales, en tanto que las formulaciones de la política local se referencian en los acontecimientos que tienen lugar en el campo estrictamente nacional-local.

La tesis principal de este artículo apunta a una inversión del pensamiento crítico, que, en el nuevo contexto histórico, se convierte en una herramienta al servicio del nuevo autoritarismo tecnócrata. La pandemia ilustró elocuentemente la nueva gubernamentalidad emergente, que reconvierte a las élites estatales en gestores de los intereses de las corporaciones globales, socavando las deterioradas democracias debilitadas por su subordinación a los mercados expansivos. Ahora, las autoridades estatales recurren a la divinización del pensamiento crítico, que, paradójicamente, deviene obligatorio y excluyente de los renuentes, que son condenados al ostracismo bajo la etiqueta de negacionistas.

El pensamiento crítico, en la nueva versión en uso, apela, no tanto a pensar los problemas, sino a aceptar resignadamente las orientaciones emanadas de las nuevas autoridades globales. En palabras de Souto, se trata de “interiorizar los pequeños catecismos que ahora serían verdades irrefutables”. Así, el nuevo pensamiento crítico tiene la pretensión de obtener el consentimiento ciudadano, adoptando una forma que obliga a cada uno a mostrar su adhesión, bajo la amenaza de ser etiquetado como irracional. Este nuevo pensamiento crítico, que se jacta de referenciarse en una ciencia entendida como un conjunto de verdades indiscutibles, al estilo de las viejas religiones históricas, adoptando un formato autoritario que termina por descalificar a personas, científicos independientes, e incluso a segmentos de poblaciones. Souto utiliza el significativo concepto de “excomunión ontológica”.

El nuevo pensamiento crítico tiene como consecuencia la conformación de un supremacismo moral, que termina condenando moralmente a quienes no acaten sus supuestos. Las propuestas del nuevo pensamiento crítico devienen en un conjunto de dogmas blandos que se sobreponen a las ideologías convencionales de derecha e izquierda, dando lugar a una convergencia sobre aquello que puede denominarse como mínimo común denominador. No es de extrañar que, desde algunas intervenciones recientes de portavoces de la izquierda, como la ilustre Mónica García, recriminen al PP madrileño encontrarse más lejos de los preceptos enunciados desde el Foro de Davos. Ese espacio de consenso es sorprendentemente sólido, destacando el acuerdo en la militarización, el apoyo activo a Ucrania en la guerra, el seguidismo ciego respecto a la OTAN y la glorificación de las autoridades europeas, cuya jurisprudencia es aceptada de un modo equivalente a las prescripciones emanadas de los viejos concilios de la Iglesia.

El torbellino de rivalidades locales producido en la disputa por el gobierno, encubre un área oculta de gran magnitud de consenso. Esta es invisible mediante el alud de descalificaciones e incidencias que conforman la videopolítica local. La narrativa de la confrontación entre el viejo fascismo y el bloque del progreso, que reflota en las últimas elecciones, y agota los discursos parroquianos locales, es trascendida en los artículos de este autor. De ahí que se pregunte si es, precisamente, el pensamiento crítico, quien ha ganado las últimas elecciones.

miércoles, 9 de agosto de 2023

ESPINOSA DE LOS MONTEROS Y LA CRISIS DE VOX

 

¡En qué sociedad vivimos que hasta los ceros, para ser algo, han de estar a la derecha!

Jaume Perich

La salida de Espinosa de los Monteros de Vox es un indicador de una crisis política de la ultraderecha española. En su etapa de expansión, en los cinco últimos años, Vox se ha configurado como un recipiente sobre el que se han vertido todas las corrientes de la derecha radicalizada.  Pero el aparato del partido se ha mostrado incapaz de gestionar su propia heterogeneidad interna. Así, en el interior de la dirección, han prevalecido un cóctel explosivo de exfalangistas y nostálgicos del fascismo originario, junto a ultracatólicos fundamentalistas que tan elocuentemente representa la organización El Yunque. La salida de Espinosa representa el desplazamiento de los ultraliberales y algunos sectores procedentes del PP, esperanzados en el cumplimiento de la totalidad del programa histórico de este.

La crisis, que sucede inmediatamente al desastre electoral, pone de manifiesto la debilidad del liderazgo de Abascal, una persona que se puede definir como un heredero del imperio institucional del PP de Aznar. Como tal sucesor, sus capacidades no le permiten pilotar una organización en crecimiento. El deterioro interno se hace patente, en tanto que en un contexto de declive se hace visible la verdad de la ley de hierro que se sobrepone a todos los partidos en el régimen del 78, que se puede definir como “la levedad del número 2”. En tan débiles organizaciones, sustentadas en los medios, se maximiza a los líderes del juego restringido a los mismos. En este contexto, la configuración de un número dos, de un sucesor, es percibida como un peligro por parte de los privilegiados jugadores, de modo que terminan por ser eliminados.

Así, tanto el PSOE como el PP, se fundamentan en liderazgos absolutos en los que no cabe un potencial sucesor. La limpieza de Yolanda Díaz en Sumar, y su cruenta eliminación de Irene Montero, remite a un liderazgo absoluto sustentado en un grupo de incondicionales rigurosamente subalternos. Lo mismo ha ocurrido ahora en Vox. Los dos portavoces parlamentarios, manifiestamente más competentes que el parco y gris Abascal, Olona y Espinosa, han terminado por ser desplazados al espacio exterior de la política, en el que no hay cámaras y los ex adquieren una existencia fantasmal. Con el paso de los meses dejan siquiera de ser aludidos en las tertulias. Su viaje termina, en el mejor de los casos, en los programas de humor político, como el caso de Olona, convertida por los cómicos en Macaneitor.

El espacio político que ha ocupado Vox se encuentra determinado por la intersección de dos ejes. El primero radica en el pasado franquista, que se ha acomodado a la Constitución del 78, leyéndola restrictivamente para materializar el eterno retorno al origen del régimen que nunca se extinguió. El segundo se relaciona con la consolidación del capitalismo postfordista, que desregula grandes áreas del trabajo e instituye una precarización desbocada. Estos procesos generan grandes malestares sociales que no tienen portavoces ni generan un conflicto social explícito. Desde esta perspectiva se puede hacer inteligible el ascenso de la extrema derecha en la toda la vieja Europa. En España, esos malestares estructurales carentes de salida y que trascienden los cauces de los nuevos estados emprendedores y securitarios que suceden a los estados del bienestar, se funden con una derecha neofranquista que deviene en uno de los cauces que expresan esos estados del malestar.

En el proceso de avance al capitalismo postfordista y la sociedad neoliberal avanzada, el estado encuentra unos límites estrictos de actuación. Los desasosiegos crecen entre los segmentos sociales periféricos al reducido mercado de trabajo regulado. El resultado es la cristalización de un distanciamiento de la política que adquiere distintas, y muchas veces sutiles formas. En este nuevo contexto histórico, la izquierda convencional se sostiene sobre una narrativa estatal progresista que suena como una quimera a los oídos de grandes contingentes de personas desplazadas a las periferias laborales y territoriales. El desencuentro entre los discursos institucionales y las realidades vividas por los relegados adquiere una dimensión colosal.

De esta forma se fraguan un conjunto de frustraciones y descontentos que no se especifican en demandas específicas. Este es el aspecto nuevo. En el capitalismo fordista y keynesiano los malestares de las clases subalternas cristalizan en demandas explícitas que el sistema político tenía que gestionar. En el presente postfordista no ocurre de este modo. Los malestares se cronifican y adquieren la forma de distanciamiento institucional con la política. De ahí, que el aspecto más insólito radique en que la ultraderecha conecta con ese estado de insatisfacción. Así se forja una de las paradojas más insólitas del presente.

Así, el mundo de los partidos y sus clientelas que conforman la política, marginan a múltiples categorías de la población. En ese contexto se produce la crisis de la izquierda, común a toda Europa, y el ascenso de la nueva ultraderecha que conecta con los descontentos. Este es el motor de la derechización o el advenimiento de nuevas formas de fascismo, que en España van mucho más allá de Vox. Un sistema político reducido a un recinto menguante y unas periferias crecientes y numerosas. Las medidas compensatorias introducidas por el gobierno progresista encuentran grandes dificultades para su aplicación y muchas estructuras sistémicas vinculadas al mercado reducen sus beneficiarios.

Desde esta perspectiva, el problema de la expansión de la ultraderecha no se restringe a Vox. Mi pronóstico con respecto a su inmediato futuro es el de una disminución de su peso institucional, que se hace compatible con una radicalización derechista de amplias clases medias, que encuentran el cauce del PP para hacer valer sus intereses. La crisis de Vox no interfiere en el proceso de radicalización derechista. Escribo este texto desde Madrid, en donde con un Vox minúsculo el PP impulsa un radicalismo programático desmesurado.

En mi opinión, el problema radica en que, desde ese Estado restringido, separado de la gran periferia social resultante de la expansión del mercado y sus instituciones, no se puede replicar eficazmente a la multiplicación de incidencias reaccionarias. Debilitados al máximo los movimientos sociales y el tejido asociativo vinculado a las clases subalternas, la confrontación político-cultural se reduce a las cúpulas de los partidos y sus extensiones tertulianas y expertas. Esa restricción brutal de actores dificulta la respuesta a acontecimientos que expresan una potencial regresión. Además, en la situación histórica en curso, se produce una regresión democrática en las formas de gobierno de modo generalizado. La pandemia mostró brutalmente ese retroceso democrático.

Esta crisis de estatalización y mediatización del acontecer político tiene como consecuencia la progresiva congelación de las cuestiones en disputa con los reaccionarios. Por poner un ejemplo inquietante, el feminismo es desmesuradamente reducido a la violencia de género en su dimensión de asesinatos. Esta simplificación elimina integralmente muchas de las cuestiones feministas que permanecen estancadas o en riesgo de retroceso que ni siquiera son mentadas desde esa burbuja mediática-estatal en la que se delibera entre ilustres progresistas y conservadores. En estas discusiones se remiten al cumplimiento de las leyes y a la penalización de los disconformes. Ningún proceso de cambio puede expandirse con la restricción de actores y la amenaza de ilegalidad a los oponentes. Esta es una tragedia contemporánea.

Entonces, la dimisión de Espinosa se inscribe en un proceso incremental de autodestrucción de Vox, lo que no significa la disminución de la ultraderecha, porque esta encuentra otros cauces y se disemina en este deteriorado sistema político-mediático. Es imposible detener el ascenso de los autoritarismos de derecha en un medio como el de los nuevos estados subordinados al nuevo orden global. Moverse en un escenario así resulta algo más que problemático.

 

 

 

jueves, 3 de agosto de 2023

EL LARGO Y ENIGMÁTICO VERANO

 

 Muchas veces oímos hablar de «desintoxicación» a la gente que está de vacaciones. ¿No sería mejor que empezaran por no intoxicarse?

 Michel Tournier

Cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte.
François de la Rochefoucauld

El ocio representará el problema más acuciante, pues es muy dudoso que el hombre se aguante a sí mismo

Friedrich Dürrenmatt

España es un país incomprensible sin tener en cuenta el verano. Los elogios de muchos de los extranjeros residentes a su calidad de vida se relacionan con la existencia de este tiempo de excepción. El rigor meteorológico del estío genera un acuerdo social para adaptarse a sus circunstancias ambientales. El verano instaura una pausa en todos los ámbitos sociales, disminuyendo las labores asociadas al trabajo y multiplicando las actividades entendidas como ocio. La vida social se reconfigura drásticamente, compareciendo sociabilidades adecuadas al calor imperante y a las noches de alivio térmico.

Recuerdo mis largos veranos ejerciendo como docente, en los que podía constatar la inmensa fuerza del verano, que se materializaba en los malos resultados de la convocatoria de septiembre, que visibilizaban la merma del estudio en el largo período estival. En todas las organizaciones que ejercí como profesional, el verano funcionaba como principio de estratificación, generando una nítida pirámide en la que las posiciones de arriba detentaban mayor desconexión de sus responsabilidades, y las de abajo, menores privilegios. No hay nada tan sustancioso como un verano español para los jefes y directivos. Esta es una pauta que prevalecía en el franquismo, y que no se ha modificado en la democracia, permaneciendo incólume en todas sus etapas hasta el presente.

La relajación de las responsabilidades laborales y la disminución de los ritmos de trabajo, al tiempo que se encuentra aceptado e internalizado, se oculta a las miradas externas. El envés de esta desaceleración productiva radica en que, para algunos sectores laborales de los servicios y el turismo, el verano representa justamente lo contrario, un incremento e intensificación de la actividad. Así se configura el complejo fenómeno del verano, que como tal fenómeno poliédrico presenta una parte oculta. Así, las vacaciones para algunos sectores de las tierras laborales altas se descomponen en varias fases temporales en las que van decreciendo las actividades hasta llegar a lo que se entiende estrictamente como tales, con una desconexión total con la actividad. Los modelos de vacaciones se encuentran muy estratificados, conllevando grandes diferencias y una consolidación de privilegios.

El verano y las vacaciones, al constituir una realidad que conlleva algunas opacidades, tal y como son los privilegios de algunas élites profesionales, se interpretan desde la perspectiva del paradigma que separa drásticamente el trabajo del ocio, atribuyendo al mismo algunas virtudes mágicas. Pero, el paradigma de la denominada sociedad del ocio, es, cuanto menos, confuso, en tanto que, para la mayor parte de sectores laborales, se incrementan el número de horas trabajadas, además de consolidarse una conexión laboral creciente en su llamado tiempo libre, que es invadido por mensajes procedentes de la empresa. El déficit de camareros, agudizado tras la pandemia, es un indicador de los rigores de los horarios y actividad del idealizado verano.

La sublimación del verano, no se corresponde con precisión a las condiciones vividas por grandes contingentes de trabajadores de las industrias del ocio, y tampoco para cuantiosos segmentos de tan importante mercado, que genera muchos viajes, estancias y destinos de una calidad deplorable. Sin embargo, la mistificación de este tiempo, se relaciona con una gran verdad: esta se puede definir como la transformación de la conexión con las actividades sistémicas, que adquiere un perfil débil, que contrasta con la conexión fuerte imperante en los otros ciclos temporales.

Un concepto esencial del tiempo presente, que no se encuentra racionalizado e integrado en el conocimiento es el de la enorme presión que ejerce el sistema neoliberal avanzado sobre las vidas de tan emprendedores y benevolentes súbditos. Estos son minuciosamente observados, chequeados, medidos y vigilados con la finalidad de obtener un perfil de los mismos. Este es un constructo basado en una creciente multiplicidad de datos que sirven para ser comparado con los demás. Desde hace aproximadamente diez años, este perfil, que antes era escolar y profesional, se ha ampliado a la totalidad de la vida.

Así, las personas son requeridas a construir un currículum personal de experiencias, entre las que destacan los amores, las amistades, los viajes y otras experiencias personales. Con este novísimo perfil, los sujetos son emulados para que compitan entre sí, realicen actividades múltiples y muestren sus resultados a los demás. El smartphone y las redes sociales constituyen el soporte de este currículum personal implícito, según el cual todos competimos con todos, constituyendo la historia personal avalada por el álbum de imágenes que la sustenta. Este renovado currículum personal, es la base para ser comparado y clasificado, ofreciendo la posibilidad de renovarlo al alza para mejorar obteniendo mejores posiciones relativas.

El resultado de esta emergencia, además del crecimiento prodigioso de las industrias culturales, es la configuración de la vida como un campo permanente de actividad y competición, cuyos resultados son visibles para los demás. El sujeto deviene en un activista obligatorio y sus decisiones se entienden en una cadena destinada a autoclasificarse permanentemente en la escala de los méritos. La institución central de la evaluación, sólidamente instalada en lo educativo y lo laboral, se extiende a la totalidad de la vida.

Comprender los efectos de estos procesos sociales conduce al concepto de presión. Nunca un sistema había ejercido una presión semejante sobre las personas, ahora hiperestimuladas y elogiadas como emprendedores, seres estrictamente singulares y artistas de la vida. La consecuencia más relevante es la fáctica desaparición del descanso. La vida, y los períodos temporales libres pasan a ser espacios desde donde se ejercen presiones efectivas a cada cual para que construya una vida extraordinaria, se evada de lo común, y muestre sus experiencias a los demás para obtener la aprobación explicitada en mensajes, likes, seguidores y otros indicadores de actividad.

De este modo, el verano cambia de sentido. Ya no es un tiempo de descanso y esparcimiento, sino un exigente campo de actividad, que requiere observar las actividades nuevas de los iguales con objeto de responder y readaptarse. El sujeto veraniego es un protagonista de una carrera que carece de final, debiendo acreditar la renovación en cada verano. Un sistema tan intervencionista y rigorista ejerce presiones de una magnitud que termina por desequilibrar a los sujetos mismos, produciendo malestares derivados de afrontar exigencias tan crecientes y juicios a la vista de todos. La enigmática salud mental se encuentra de fiesta en esta situación. Se multiplican los síndromes, problemas y signos derivados de este totalitarismo festivo del mercado. Tiene que repara sujetos averiados para restituirlos para la competencia por el currículum total.

En este contexto, la relajación, el descanso, la distensión personal o el reposo se encuentran bloqueados. Ciertamente, muchos contingentes de personas, principalmente mayores, viven el verano de forma convencional y repetitiva, desplazándose a los mismos destinos de siempre para realizar las actividades de esparcimiento no sujetas a variación alguna. En estos casos, llama poderosamente la atención su adaptación mística a los problemas derivados de la masificación. Las gentes viven con normalidad, así como con un carácter estoico, condiciones de vida en sus destinos que se sitúan por debajo de las que disfrutan en sus propias casas. En este caso se puede hablar de la quimera del verano y las vacaciones que se sobrepone a las percepciones de los mismos penalizados por el deterioro asociado a la masificación.

Pero, para la mayoría de los viajeros émulos del mito de la vida extraordinaria, la presión para que muestren a los demás estándares tan exigentes, implica que estos pueden ser cumplidos mediante fugas de este entorno de acumulación de méritos. Desde siempre he admirado el botellón, que entiendo como una fuga de un prosaico mundo regido por la competencia y la evaluación, a un espacio-tiempo donde los méritos quedan anulados y todos los fuguistas adquieren la condición de iguales. Así se configura un extraño “comunismo festivo” que destituye el mérito, la trepa y la competencia. Justamente por eso las actividades en el interior del botellón son tan convencionales.

 También me fascinan los tiempos libres instituidos en los viajes programados. Entre la cadena de las rigurosas y obligatorias actividades diarias, se intercalan tiempos no productivos, en los que los sujetos se liberan de los imperativos productivos para su currículum personal, y se expansionan, bromean, ríen y conversan intensamente. Estas son las fugas que permiten recuperarse para la reanudación de la exigente actividad de vivir para conformar una historia personal que cumpla con los parámetros exigidos para una vida extraordinaria.

Sí, el verano disminuye la presión en el espacio del trabajo profesional y la acumulación de méritos escolares, pero la intensifica en el plano personal. El exótico resultado de esta contradicción es la conformación de un malestar perenne asociado a tan problemático progreso. Las citas que incluyo en la cabecera de este texto explican el enigma del verano y las vacaciones. Todos los problemas se relacionan con los desajustes de la vida total. Desde esta perspectiva se puede comprender la proposición de Dürrenmatt de que el ocio constituye un problema, en tanto que parece imposible aguantar a la persona común en el tiempo de la hipercompetencia y la infinitud de la evaluación