viernes, 25 de agosto de 2023

EL BESO DE RUBIALES Y LA DEMOCRACIA ESTRUENDOSA

 



El beso forzado por Rubiales a Jenni Hermoso frente a las cámaras y una numerosa audiencia se ha convertido en un acontecimiento mediático total. Se reiteran las imágenes, se instala en todos los programas, se produce una secuencia de condenas movilizando a todos los actores -principales y secundarios- del mundo de las pantallas. El resultado es la creación de un estado de opinión que aviva las emociones para la censura a Rubiales, un malote que alcanza la condición de VIP de la perversidad. Se prodigan las condenas morales, cuyos portavoces muestran la convergencia en la condena, que trasciende las convencionales distinciones entre la derecha y la izquierda. Pero esta efervescencia comunicativa no implica la proliferación de análisis e interpretaciones diversas, sino, por el contrario, la conformación de una unidad monolítica en la condena. En una situación como esta, cualquier pronunciamiento tiene que cumplir con el requisito de la severidad del tono. Debe ser formulada con un mensaje inequívoco, reforzado por gestos a la altura de la gravedad de la sentencia. Estos días ha sido inevitable rememorar a Durkheim y sus afirmaciones acerca de los rigores de la conciencia colectiva.

El beso del presidente de la Federación Española de Fútbol tiene una significación inequívoca. Se trata de un acto de dominio de un superior sobre una subalterna, en este caso, además, de un hombre sobre una mujer. Pero, ese beso, que se ha constituido en símbolo de una violencia socialmente percibida, forma parte de una secuencia de actos que Rubiales puso en práctica, tanto en la final, como en la posterior celebración. El rico y variado repertorio incluye su comportamiento en el palco, en el que llegó a marcar el paquete, hasta todos sus encuentros cuerpo a cuerpo con las futbolistas. Las liturgias que puso en práctica denotan su voluntad de mostrar que él mismo es el patrón de la fiesta. El derroche de saludos, rituales y sobreactuaciones remiten a la constatación de que protagoniza ese evento, en tanto que padrino del colectivo futbolístico campeón.

El aspecto más singular de esta celebración es que, al desatar la euforia, lo privado, es decir modos y usos en las relaciones imperantes en ese colectivo futbolístico en su intimidad, se intensifican y se hacen públicos, suscitando la reprobación de muchas de las gentes exteriores al mismo. Lo privado se hace público, generando un terremoto de desaprobación. En ese espacio privado, Rubiales, conformado como un verdadero cacique/patrón, se toma la licencia de imponer sus distancias personales con cada futbolista. Estas no tienen otra opción que aguantar a tan ilustre invasor, en tanto que, si replican en las relaciones cara a cara de cada una, pueden ser severamente sancionadas por tan afectuoso patrón. Una imagen antológica, que ha pasado desapercibida, es la de Rubi cargando a Athenea del Castillo, en tanto que esta permanece inmóvil, con los brazos muertos expresando la no colaboración. Cabe suponer que en la larga convivencia del torneo se ha acumulado rabia e impotencia por parte de las futbolistas, en tanto que receptoras de efusivos encuentros corporales con el ínclito Rubiales.

Una vez que lo privado se hace público en la celebración del título, cuando se multiplican las críticas externas, se produce una inequívoca revancha, que simboliza Jenni resistiendo las embestidas del patrón y sus cómplices, para hacer una declaración de connivencia. Con posterioridad, ya en España y liberada de la concentración, esta solicita públicamente la sanción a tan cercano padrino. En el acto con el Presidente del Gobierno, se puede observar la distancia del grupo de futbolistas con sus patrones, incluido el ínclito entrenador, como materialización del resarcimiento por los múltiples encuentros corporales no deseados, sucedidos en la larga concentración. Las palabras de Rubiales son elocuentes. Dice que “desde afuera se ha podido entender de forma distinta lo que desde adentro consideramos normal”. Se refiere a su espacio institucional privado, en el que ejerce de buen patrón y en el que ellas son sus niñas.

Este episodio, tras su apariencia trivial, tiene connotaciones de alta complejidad. El problema más importante del feminismo, es que la resistencia al cambio se oculta y se genera una situación de falso consenso. La resistencia subterránea, determina que esta comparezca en términos de sucesos inesperados. Recuerdo el del Colegio Mayor de Madrid Elías Ahuja. Así se conforma una extensa y sólida área oculta resistente a los feminismos. Esta forma de resistencia al cambio ha reforzado la idea del enemigo oculto, que ha propiciado una oficialización/estatalización desbocada del movimiento, que se ha cerrado con una apoteosis del castigo a los demonios sobrevivientes en el subsuelo. Así se conforma un extrañ vínculo con la desratización. Los machistas se ocultan bajo el suelo y es menester controlarlos continuamente mediante la administración de venenos. La preponderancia de las soluciones basadas en el derecho penal, representan un excedente punitivo insólito para un movimiento social que pretende cambiar la vida.

En el caso que nos ocupa, parece paradójico la oleada de furor que ha despertado un beso, en contraste con la indiferencia que provoca la conformación de la Federación Española de Fútbol como un proverbial mayorazgo feudal o un cártel moderno. Recuerdo los días de la Transición Política, en los que se afirmaba que, tras la constitución del parlamento, había que llevar a la democracia a todos los ámbitos. Tantos años después se constata el vigor antidemocrático de las instancias intermedias. Durante varios atormentados años fui claustral en la Universidad de Granada. Mi compañera tuvo que soportar en nuestra intimidad mis ataques de perplejidad. Lo que veía a diario era tan inverosímil que tenía efectos sobre mi estabilidad.

El mundo del fútbol es un cáncer letal desde el punto de vista de la democracia. La Federación, los clubs, las parroquias, las audiencias, la prensa deportiva, todo eso es el gigantesco huevo de la serpiente que incuba un autoritarismo basado en la estimulación de las emociones. En ese inmenso mundo, el feminismo es totalmente extraño. Pero lo peor es que los próceres futbolísticos adoptan los preceptos del feminismo, entendidos como pensamiento oficial, sin problema alguno. En la lapidación mediática de Rubiales, han participado estrellas mediáticas que hacen fe del feminismo. No puedo dejar de evocar aquí a personajes tan ricos como Pedrerol, Roncero o Juanma Rodríguez, estos días incorporados a la caza y captura del malote del día. Uno de ellos, Manolo Lama, ha afirmado que “las que rechazan el beso de Rubi a Jenni es porque nadie las ha besado”.

La sociedad española carece de cualquier sistema de pesos y medidas. Alentada por la prensa deportiva y sustentada en las organizaciones intermedias, antidemocráticas y en las que prospera el caciquismo, vive entre una sucesión de estados de efervescencia mediática inducida, manipulada por los poderosos clanes mediáticos. En ese contexto, la dimisión de Rubiales no puede ser considerada como una señal de fuerza de la democracia o el feminismo, sino como el último episodio de lo que he llamado “desratización”. Es decir, que nuevos Rubis se están reemplazando a tan afamado malote.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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