jueves, 3 de agosto de 2023

EL LARGO Y ENIGMÁTICO VERANO

 

 Muchas veces oímos hablar de «desintoxicación» a la gente que está de vacaciones. ¿No sería mejor que empezaran por no intoxicarse?

 Michel Tournier

Cuando no se encuentra descanso en uno mismo, es inútil buscarlo en otra parte.
François de la Rochefoucauld

El ocio representará el problema más acuciante, pues es muy dudoso que el hombre se aguante a sí mismo

Friedrich Dürrenmatt

España es un país incomprensible sin tener en cuenta el verano. Los elogios de muchos de los extranjeros residentes a su calidad de vida se relacionan con la existencia de este tiempo de excepción. El rigor meteorológico del estío genera un acuerdo social para adaptarse a sus circunstancias ambientales. El verano instaura una pausa en todos los ámbitos sociales, disminuyendo las labores asociadas al trabajo y multiplicando las actividades entendidas como ocio. La vida social se reconfigura drásticamente, compareciendo sociabilidades adecuadas al calor imperante y a las noches de alivio térmico.

Recuerdo mis largos veranos ejerciendo como docente, en los que podía constatar la inmensa fuerza del verano, que se materializaba en los malos resultados de la convocatoria de septiembre, que visibilizaban la merma del estudio en el largo período estival. En todas las organizaciones que ejercí como profesional, el verano funcionaba como principio de estratificación, generando una nítida pirámide en la que las posiciones de arriba detentaban mayor desconexión de sus responsabilidades, y las de abajo, menores privilegios. No hay nada tan sustancioso como un verano español para los jefes y directivos. Esta es una pauta que prevalecía en el franquismo, y que no se ha modificado en la democracia, permaneciendo incólume en todas sus etapas hasta el presente.

La relajación de las responsabilidades laborales y la disminución de los ritmos de trabajo, al tiempo que se encuentra aceptado e internalizado, se oculta a las miradas externas. El envés de esta desaceleración productiva radica en que, para algunos sectores laborales de los servicios y el turismo, el verano representa justamente lo contrario, un incremento e intensificación de la actividad. Así se configura el complejo fenómeno del verano, que como tal fenómeno poliédrico presenta una parte oculta. Así, las vacaciones para algunos sectores de las tierras laborales altas se descomponen en varias fases temporales en las que van decreciendo las actividades hasta llegar a lo que se entiende estrictamente como tales, con una desconexión total con la actividad. Los modelos de vacaciones se encuentran muy estratificados, conllevando grandes diferencias y una consolidación de privilegios.

El verano y las vacaciones, al constituir una realidad que conlleva algunas opacidades, tal y como son los privilegios de algunas élites profesionales, se interpretan desde la perspectiva del paradigma que separa drásticamente el trabajo del ocio, atribuyendo al mismo algunas virtudes mágicas. Pero, el paradigma de la denominada sociedad del ocio, es, cuanto menos, confuso, en tanto que, para la mayor parte de sectores laborales, se incrementan el número de horas trabajadas, además de consolidarse una conexión laboral creciente en su llamado tiempo libre, que es invadido por mensajes procedentes de la empresa. El déficit de camareros, agudizado tras la pandemia, es un indicador de los rigores de los horarios y actividad del idealizado verano.

La sublimación del verano, no se corresponde con precisión a las condiciones vividas por grandes contingentes de trabajadores de las industrias del ocio, y tampoco para cuantiosos segmentos de tan importante mercado, que genera muchos viajes, estancias y destinos de una calidad deplorable. Sin embargo, la mistificación de este tiempo, se relaciona con una gran verdad: esta se puede definir como la transformación de la conexión con las actividades sistémicas, que adquiere un perfil débil, que contrasta con la conexión fuerte imperante en los otros ciclos temporales.

Un concepto esencial del tiempo presente, que no se encuentra racionalizado e integrado en el conocimiento es el de la enorme presión que ejerce el sistema neoliberal avanzado sobre las vidas de tan emprendedores y benevolentes súbditos. Estos son minuciosamente observados, chequeados, medidos y vigilados con la finalidad de obtener un perfil de los mismos. Este es un constructo basado en una creciente multiplicidad de datos que sirven para ser comparado con los demás. Desde hace aproximadamente diez años, este perfil, que antes era escolar y profesional, se ha ampliado a la totalidad de la vida.

Así, las personas son requeridas a construir un currículum personal de experiencias, entre las que destacan los amores, las amistades, los viajes y otras experiencias personales. Con este novísimo perfil, los sujetos son emulados para que compitan entre sí, realicen actividades múltiples y muestren sus resultados a los demás. El smartphone y las redes sociales constituyen el soporte de este currículum personal implícito, según el cual todos competimos con todos, constituyendo la historia personal avalada por el álbum de imágenes que la sustenta. Este renovado currículum personal, es la base para ser comparado y clasificado, ofreciendo la posibilidad de renovarlo al alza para mejorar obteniendo mejores posiciones relativas.

El resultado de esta emergencia, además del crecimiento prodigioso de las industrias culturales, es la configuración de la vida como un campo permanente de actividad y competición, cuyos resultados son visibles para los demás. El sujeto deviene en un activista obligatorio y sus decisiones se entienden en una cadena destinada a autoclasificarse permanentemente en la escala de los méritos. La institución central de la evaluación, sólidamente instalada en lo educativo y lo laboral, se extiende a la totalidad de la vida.

Comprender los efectos de estos procesos sociales conduce al concepto de presión. Nunca un sistema había ejercido una presión semejante sobre las personas, ahora hiperestimuladas y elogiadas como emprendedores, seres estrictamente singulares y artistas de la vida. La consecuencia más relevante es la fáctica desaparición del descanso. La vida, y los períodos temporales libres pasan a ser espacios desde donde se ejercen presiones efectivas a cada cual para que construya una vida extraordinaria, se evada de lo común, y muestre sus experiencias a los demás para obtener la aprobación explicitada en mensajes, likes, seguidores y otros indicadores de actividad.

De este modo, el verano cambia de sentido. Ya no es un tiempo de descanso y esparcimiento, sino un exigente campo de actividad, que requiere observar las actividades nuevas de los iguales con objeto de responder y readaptarse. El sujeto veraniego es un protagonista de una carrera que carece de final, debiendo acreditar la renovación en cada verano. Un sistema tan intervencionista y rigorista ejerce presiones de una magnitud que termina por desequilibrar a los sujetos mismos, produciendo malestares derivados de afrontar exigencias tan crecientes y juicios a la vista de todos. La enigmática salud mental se encuentra de fiesta en esta situación. Se multiplican los síndromes, problemas y signos derivados de este totalitarismo festivo del mercado. Tiene que repara sujetos averiados para restituirlos para la competencia por el currículum total.

En este contexto, la relajación, el descanso, la distensión personal o el reposo se encuentran bloqueados. Ciertamente, muchos contingentes de personas, principalmente mayores, viven el verano de forma convencional y repetitiva, desplazándose a los mismos destinos de siempre para realizar las actividades de esparcimiento no sujetas a variación alguna. En estos casos, llama poderosamente la atención su adaptación mística a los problemas derivados de la masificación. Las gentes viven con normalidad, así como con un carácter estoico, condiciones de vida en sus destinos que se sitúan por debajo de las que disfrutan en sus propias casas. En este caso se puede hablar de la quimera del verano y las vacaciones que se sobrepone a las percepciones de los mismos penalizados por el deterioro asociado a la masificación.

Pero, para la mayoría de los viajeros émulos del mito de la vida extraordinaria, la presión para que muestren a los demás estándares tan exigentes, implica que estos pueden ser cumplidos mediante fugas de este entorno de acumulación de méritos. Desde siempre he admirado el botellón, que entiendo como una fuga de un prosaico mundo regido por la competencia y la evaluación, a un espacio-tiempo donde los méritos quedan anulados y todos los fuguistas adquieren la condición de iguales. Así se configura un extraño “comunismo festivo” que destituye el mérito, la trepa y la competencia. Justamente por eso las actividades en el interior del botellón son tan convencionales.

 También me fascinan los tiempos libres instituidos en los viajes programados. Entre la cadena de las rigurosas y obligatorias actividades diarias, se intercalan tiempos no productivos, en los que los sujetos se liberan de los imperativos productivos para su currículum personal, y se expansionan, bromean, ríen y conversan intensamente. Estas son las fugas que permiten recuperarse para la reanudación de la exigente actividad de vivir para conformar una historia personal que cumpla con los parámetros exigidos para una vida extraordinaria.

Sí, el verano disminuye la presión en el espacio del trabajo profesional y la acumulación de méritos escolares, pero la intensifica en el plano personal. El exótico resultado de esta contradicción es la conformación de un malestar perenne asociado a tan problemático progreso. Las citas que incluyo en la cabecera de este texto explican el enigma del verano y las vacaciones. Todos los problemas se relacionan con los desajustes de la vida total. Desde esta perspectiva se puede comprender la proposición de Dürrenmatt de que el ocio constituye un problema, en tanto que parece imposible aguantar a la persona común en el tiempo de la hipercompetencia y la infinitud de la evaluación

 

 

 

 

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