miércoles, 9 de agosto de 2023

ESPINOSA DE LOS MONTEROS Y LA CRISIS DE VOX

 

¡En qué sociedad vivimos que hasta los ceros, para ser algo, han de estar a la derecha!

Jaume Perich

La salida de Espinosa de los Monteros de Vox es un indicador de una crisis política de la ultraderecha española. En su etapa de expansión, en los cinco últimos años, Vox se ha configurado como un recipiente sobre el que se han vertido todas las corrientes de la derecha radicalizada.  Pero el aparato del partido se ha mostrado incapaz de gestionar su propia heterogeneidad interna. Así, en el interior de la dirección, han prevalecido un cóctel explosivo de exfalangistas y nostálgicos del fascismo originario, junto a ultracatólicos fundamentalistas que tan elocuentemente representa la organización El Yunque. La salida de Espinosa representa el desplazamiento de los ultraliberales y algunos sectores procedentes del PP, esperanzados en el cumplimiento de la totalidad del programa histórico de este.

La crisis, que sucede inmediatamente al desastre electoral, pone de manifiesto la debilidad del liderazgo de Abascal, una persona que se puede definir como un heredero del imperio institucional del PP de Aznar. Como tal sucesor, sus capacidades no le permiten pilotar una organización en crecimiento. El deterioro interno se hace patente, en tanto que en un contexto de declive se hace visible la verdad de la ley de hierro que se sobrepone a todos los partidos en el régimen del 78, que se puede definir como “la levedad del número 2”. En tan débiles organizaciones, sustentadas en los medios, se maximiza a los líderes del juego restringido a los mismos. En este contexto, la configuración de un número dos, de un sucesor, es percibida como un peligro por parte de los privilegiados jugadores, de modo que terminan por ser eliminados.

Así, tanto el PSOE como el PP, se fundamentan en liderazgos absolutos en los que no cabe un potencial sucesor. La limpieza de Yolanda Díaz en Sumar, y su cruenta eliminación de Irene Montero, remite a un liderazgo absoluto sustentado en un grupo de incondicionales rigurosamente subalternos. Lo mismo ha ocurrido ahora en Vox. Los dos portavoces parlamentarios, manifiestamente más competentes que el parco y gris Abascal, Olona y Espinosa, han terminado por ser desplazados al espacio exterior de la política, en el que no hay cámaras y los ex adquieren una existencia fantasmal. Con el paso de los meses dejan siquiera de ser aludidos en las tertulias. Su viaje termina, en el mejor de los casos, en los programas de humor político, como el caso de Olona, convertida por los cómicos en Macaneitor.

El espacio político que ha ocupado Vox se encuentra determinado por la intersección de dos ejes. El primero radica en el pasado franquista, que se ha acomodado a la Constitución del 78, leyéndola restrictivamente para materializar el eterno retorno al origen del régimen que nunca se extinguió. El segundo se relaciona con la consolidación del capitalismo postfordista, que desregula grandes áreas del trabajo e instituye una precarización desbocada. Estos procesos generan grandes malestares sociales que no tienen portavoces ni generan un conflicto social explícito. Desde esta perspectiva se puede hacer inteligible el ascenso de la extrema derecha en la toda la vieja Europa. En España, esos malestares estructurales carentes de salida y que trascienden los cauces de los nuevos estados emprendedores y securitarios que suceden a los estados del bienestar, se funden con una derecha neofranquista que deviene en uno de los cauces que expresan esos estados del malestar.

En el proceso de avance al capitalismo postfordista y la sociedad neoliberal avanzada, el estado encuentra unos límites estrictos de actuación. Los desasosiegos crecen entre los segmentos sociales periféricos al reducido mercado de trabajo regulado. El resultado es la cristalización de un distanciamiento de la política que adquiere distintas, y muchas veces sutiles formas. En este nuevo contexto histórico, la izquierda convencional se sostiene sobre una narrativa estatal progresista que suena como una quimera a los oídos de grandes contingentes de personas desplazadas a las periferias laborales y territoriales. El desencuentro entre los discursos institucionales y las realidades vividas por los relegados adquiere una dimensión colosal.

De esta forma se fraguan un conjunto de frustraciones y descontentos que no se especifican en demandas específicas. Este es el aspecto nuevo. En el capitalismo fordista y keynesiano los malestares de las clases subalternas cristalizan en demandas explícitas que el sistema político tenía que gestionar. En el presente postfordista no ocurre de este modo. Los malestares se cronifican y adquieren la forma de distanciamiento institucional con la política. De ahí, que el aspecto más insólito radique en que la ultraderecha conecta con ese estado de insatisfacción. Así se forja una de las paradojas más insólitas del presente.

Así, el mundo de los partidos y sus clientelas que conforman la política, marginan a múltiples categorías de la población. En ese contexto se produce la crisis de la izquierda, común a toda Europa, y el ascenso de la nueva ultraderecha que conecta con los descontentos. Este es el motor de la derechización o el advenimiento de nuevas formas de fascismo, que en España van mucho más allá de Vox. Un sistema político reducido a un recinto menguante y unas periferias crecientes y numerosas. Las medidas compensatorias introducidas por el gobierno progresista encuentran grandes dificultades para su aplicación y muchas estructuras sistémicas vinculadas al mercado reducen sus beneficiarios.

Desde esta perspectiva, el problema de la expansión de la ultraderecha no se restringe a Vox. Mi pronóstico con respecto a su inmediato futuro es el de una disminución de su peso institucional, que se hace compatible con una radicalización derechista de amplias clases medias, que encuentran el cauce del PP para hacer valer sus intereses. La crisis de Vox no interfiere en el proceso de radicalización derechista. Escribo este texto desde Madrid, en donde con un Vox minúsculo el PP impulsa un radicalismo programático desmesurado.

En mi opinión, el problema radica en que, desde ese Estado restringido, separado de la gran periferia social resultante de la expansión del mercado y sus instituciones, no se puede replicar eficazmente a la multiplicación de incidencias reaccionarias. Debilitados al máximo los movimientos sociales y el tejido asociativo vinculado a las clases subalternas, la confrontación político-cultural se reduce a las cúpulas de los partidos y sus extensiones tertulianas y expertas. Esa restricción brutal de actores dificulta la respuesta a acontecimientos que expresan una potencial regresión. Además, en la situación histórica en curso, se produce una regresión democrática en las formas de gobierno de modo generalizado. La pandemia mostró brutalmente ese retroceso democrático.

Esta crisis de estatalización y mediatización del acontecer político tiene como consecuencia la progresiva congelación de las cuestiones en disputa con los reaccionarios. Por poner un ejemplo inquietante, el feminismo es desmesuradamente reducido a la violencia de género en su dimensión de asesinatos. Esta simplificación elimina integralmente muchas de las cuestiones feministas que permanecen estancadas o en riesgo de retroceso que ni siquiera son mentadas desde esa burbuja mediática-estatal en la que se delibera entre ilustres progresistas y conservadores. En estas discusiones se remiten al cumplimiento de las leyes y a la penalización de los disconformes. Ningún proceso de cambio puede expandirse con la restricción de actores y la amenaza de ilegalidad a los oponentes. Esta es una tragedia contemporánea.

Entonces, la dimisión de Espinosa se inscribe en un proceso incremental de autodestrucción de Vox, lo que no significa la disminución de la ultraderecha, porque esta encuentra otros cauces y se disemina en este deteriorado sistema político-mediático. Es imposible detener el ascenso de los autoritarismos de derecha en un medio como el de los nuevos estados subordinados al nuevo orden global. Moverse en un escenario así resulta algo más que problemático.

 

 

 

2 comentarios:

  1. Un artículo interesante, sin duda. En el capitalismo postfordista, después de una reconversión industrial brutal llevada a cabo por el PSOE, condición sine qua non para entrar en el Mercado Común, la llamada conciencia de clase -obrera- se ha ido diluyendo, solamente quedan unos sindicatos burocratizados y poco más. Fue sustituida por una entelequia llamada clase media asalariada conformista y muy manipulable que pone la seguridad por encima de cualquier otra consideración y ya sabemos que en cuestión de seguridad, no hay quien le gane a la derecha extrema (PP) o extrema derecha (Vox) Los únicos movimientos sociales tolerados por las élites son aquellos que no cuestionan la esencia del capitalismo, movimientos identitarios....La izquierda sistémica, a lo único que aspira, aparte de defender derechos de determinados colectivos, es intentar corregir los excesos del capitalismo actual por vía institucional, con lo que todos los damnificados no tienen a nadie que les represente, un campo abonado para la extrema derecha que siempre ha sido, se ha visto a lo largo de la historia reciente, el plan B del capitalismo. Una pequeña puntualización respecto del feminismo y es que, salvo honrosas excepciones, nunca se ha implicado en las luchas de las trabajadoras por sus derechos. Quizás se deba a que provienen en su gran mayoría de la pequeña burguesía. Alguna artículista llegó a decir que el feminismo y la liberación de la mujer son dos cosas distintas. Un saludo para el autor del blog.

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  2. Gracias Rafael. Efectivamente se trata de un campo abonado para la prosperidad de la extrema derecha. Me duele contemplar cómo esta se instala en territorios que antaño se llamaron cinturones rojos.
    Saludos cordiales
    Juan

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