martes, 30 de julio de 2019

PABLO IGLESIAS Y EL ESPECTRO DE JUAN POSADAS


En los años setenta, conocí en la cárcel de Carabanchel, a un dirigente trotskista de la cuarta internacional posadista. Conversamos en distintas ocasiones, en las que me explicó su proyecto, dado mi interés por conocer los misterios de la cuarta internacional.  Recuerdo que me dejó un libro con tres textos  de ponencias de su congreso mundial,  en los que se argumentaban sus posiciones. El primero se titulaba así: “La marcha hacia la revolución mundial”. Ponente: Camarada J. Posadas. El segundo: “El papel que desempeña América Latina en el proceso de la revolución mundial”. Ponente: Camarada J. Posadas. El tercera y último  tenía este título: “Acerca de la gigantesca aportación del pensamiento del camarada J. Posadas a la revolución mundial”. Ponente: Camarada J. Posadas.

El camarada J. Posadas, trotskista argentino y dirigente de esta organización, reproducía la caricatura de un modelo de liderazgo apoteósico, que, paradójicamente, había encarnado en un estado su compañero y verdugo Stalin. En cualquier caso, todos los liderazgos nacidos de las revoluciones inspiradas por la tercera internacional, sin excepción alguna, han devenido en fenómenos que lindan con lo patológico. En este caso, representa un modelo que ilustra el poder absoluto de la figura del secretario general. Ciertamente, este tipo de liderazgo tóxico paraliza a las organizaciones en las que se arraiga, imponiendo un clima cerrado y disciplinario que impide la iniciativa y dificulta la facultad de conocer y aprender a las personas insertas en este orden. La obediencia deviene en el comportamiento obligatorio sin ambigüedad alguna, mutilando las capacidades intelectivas de los militantes.

Esta clase de liderazgo es coherente con el contexto del final del siglo XIX y de la mayor parte del siglo XX, en los que domina el capitalismo taylorista y la empresa jerárquica. El socialismo real reconstruye una estructura que presenta semejanzas con las mismas. Pero, desde los años sesenta del pasado siglo, se generan unas condiciones que limitan severamente esta clase de organización y liderazgo. En los contextos en que esta se impone, el aislamiento termina por ser inevitable, acompañado por la secuela de fenómenos mórbidos de distintas clases.

En el caso de Podemos, en el curso de sus primeros años de vida, el hiperliderazgo de Pablo Iglesias se consolida simultáneamente al debilitamiento de su difusa organización. En tanto que su figura monopoliza el discurso y la acción de Podemos, decrece considerablemente la vida de los círculos y sus miembros conforman una masa de votantes lista para avalar las decisiones del gran conductor. Al tiempo, los posibles rivales de Iglesias son arrojados al exterior, produciéndose un fenómeno de uniformización radical, que presenta analogías con el modelo de los viejos partidos marxistas-leninistas. La actividad de la organización la desempeñan en régimen de monopolio un grupo de dirigentes fieles. Expresar cualquier diferencia, implica una intensa y supersónica degradación de quien la protagonice, concluyendo con su salida.

En este orden hermético, constituido en torno al líder providencial, solo cuentan aquellos que puedan optar a ser candidatos para cargos públicos en las distintas instituciones representativas. Los demás, los inscritos y las inscritas,  son conformados como una base de votantes virtuales, que tienen la certeza de poder hacerlo, superando así la condición probabilística de unidad muestral, que es la forma de participación establecida en el nuevo capitalismo autoritario y mediatizado del presente. Así se reafirma el modelo de militancia difusa en la videopolítica. El rol ejercido, consiste en aclamar y aplaudir a los líderes en los actos públicos, formando un conglomerado humano como fondo del tránsito del líder ante las cámaras. Lo importante en este papel son las extremidades: Aplaudir con las manos, menear las cabezas al ritmo de las explosiones de apoyo, así como otras expresiones corporales que acompañen a la exaltación del líder. El inscrito también cumple con su obligación de producir y difundir mensajes en las redes sociales.

Me asombra la austeridad verbal y discursiva con la que se prodigan los dirigentes de Podemos hacia sus bases. El áspero término de “inscritos”, habla por sí mismo. En tanto que otras organizaciones hacen gala de discursos compensatorios respecto a sus militantes, que comparten una situación de marginación semejante, en este caso, son extraordinariamente enigmáticos. Sin embargo, la coherencia de esta posición estriba en que la acción política descansa fundamentalmente en los medios y las televisiones. En este contexto, los militantes son prescindibles en buena parte de sus funciones. Compiten con otros aclamadores e incondicionales en sus puestas en escena ante las cámaras.

En los meses de permisos parentales de Pablo e Irene, me ha escandalizado la actividad de baja intensidad del núcleo dirigente. En unos meses cruciales, necesitados de posicionamientos, estrategias y comunicación pública, el silencio y la parálisis de Podemos era insólito. Se asemeja a lo que las antiguas novias de los tiempos del nacional-catolicismo practicaban cuando sus parejas se ausentaban. Aquello se denominaba como “guardar la ausencia”. Nadie ocupaba el nicho vacío de los dirigentes. El retorno de los mismos a la actividad pública se realizó mediante actos públicos en los que los incondicionales fueron colmados por los largos discursos de los felizmente retornados. La presentación del acto de Pablo, fue verdaderamente antológica, en tanto que expresaba sin tapujos el inconsciente organizacional.

La confluencia del papel que la videopolítica confiere a los líderes, que acumulan capital mediático en detrimento de los dirigentes intermedios, confirmando el monopolio de la voz partidaria, con la vieja tradición de los partidos de la tercera internacional, que se fundan sobre una jerarquía inapelable, conforma una extraña realidad en Podemos. La aceptación de los discursos del nuevo anticapitalismo, que apelan a la iniciativa, a la horizontalidad, a la amistad, a las formas relacionales asociadas a los cuidados, así como a la influencia del feminismo, contrasta con la existencia de una jerarquía intensa, que implica formas de obediencia activa muy intensas.

Los discursos de los afectos y los abrazos, se producen en un medio en el que las luchas por las posiciones de la cúpula, adquieren una forma dramática, en la que los perdedores son literalmente linchados mediante ceremonias de degradación que remiten a formas eclesiásticas. El discrepante, es señalado mediáticamente por el extraño demiurgo Monedero, ubicado en el exterior de la organización, en el espacio de máxima visibilidad mediáticamente. Una vez etiquetado, es sometido a un ritual de descalificación, aislamiento y suspensión, que remite al modelo de una secta. La dureza gestual de los líderes supremos y sus colaboradores, es manifiesto. Podemos ha perfeccionado el arte de la degradación mediática.

Es asombroso la cantidad de víctimas que este aparato postmediático nucleado en torno a Pablo Iglesias e Irene Montero ha producido en los últimos años. La mayor parte del núcleo de fundadores se encuentra fuera. Me impresiona particularmente el caso de Carolina Bescansa, literalmente apartada y degradada con una violencia simbólica inusitada. La dureza gestual de los líderes-conductores es impresionante. Asimismo, numerosos líderes territoriales y equipos completos, han sido devastados por  el aparato liderado por Echenique. En todas las autonomías se acumulan las víctimas de conflictos que se resuelven como duelos al sol. También los líderes de confluencias, los valencianos, los gallegos y otros.

Pero el caso de Madrid, y de Carmena en particular, ilustra la dureza de este exótico aparato, que practica la política de la tierra quemada, y que no vacila ni siquiera ante las consecuencias de sus devastaciones humanas. Cuando el líder local no se somete integralmente, es decapitado simbólicamente. Los hechos hablan por sí solos. Han preferido asolar Madrid, por imponer a uno de los suyos, el capitán-general, en la lista del ayuntamiento. Así instauran un proceso que presenta rasgos autodestructivos. Nadie puede incorporarse a una organización así, al tiempo que los que permanecen adquieren la condición de incondicionales, atributo que solo puede cumplirse en un medio radicalmente cerrado al exterior.

Los candidatos a puestos de representación política, que constituyen la élite de los inscritos, así como estos mismos, son conscientes del requisito de la obediencia debida. Ellos son la fuerza humana de apoyo a la cúpula de la organización, en la que Pablo e Irene luchan por conseguir el gobierno. En este ámbito se encuentran con otros gladiadores de la uniformidad interna, Pedro, Albert o Pablo. Todos juntos brindan un espectáculo morboso en la competición electoral, en el que se escenifican sus egos infinitos. Los medios de comunicación son la morada de estos dioses de quita y pon. La narración de sus maniobras suscita pasiones mediatizadas y efervescencias intermitentes.

Así es como Pablo se encuentra en el camino de emular, en otro contexto, al bueno de J. Posadas. Recuerdo las autodefiniciones de otro maestro del hiperliderazgo y la jerarquía total, como era el presidente Mao. “El presidente Mao es el gran timonel de la revolución mundial. Él es el faro luz y guía que ilumina nuestros…”. Tengo algunos amigos ilustres “inscritos” en Podemos. También algunas personas que han sido referencia para mí en los últimos años. Solo citaré a uno: Marcelo Expósito. Me pregunto cómo es posible que vivan en la conformidad esta apoteosis neoposadista de Pablo/Irene, con las consiguientes depuraciones. Me hacen volver al controvertido y misterioso posicionamiento favorable a la Unión Soviética de relevantes  intelectuales europeos en el siglo XX. Misterios de la condición humana.

Las fotos son elocuentes acerca de la presión terrible ejercida sobre aquellos que se distancian de la ortodoxia. No necesitan de más comentarios.









sábado, 27 de julio de 2019

LA INVESTIDURA Y SUS PÚBLICOS ADEPTOS


En estos calurosos días de julio me persiguen los sonidos de la investidura que se filtran en mi cotidianeidad. Las radios y las televisiones emiten sus vicisitudes mediante tañidos que atraviesan las paredes de los habitáculos en los que me protejo. Pero, lo peor, es que el público que fabrican también se hace visible ante mí. La investidura es un acontecimiento mediático total, que moviliza a varios millones de personas, que constituyen un segmento de la audiencia total. Pero es imposible escapar del ruido que producen, de sus voces y de sus estados de excitación derivados de ese juego compulsivo.

La política ha estado presente durante toda mi vida. En distintas situaciones he deplorado la despolitización imperante entre gran parte de las gentes que conformaban mi entorno. Siempre he considerado que el distanciamiento de la política era una forma de suicidio colectivo para quienes ocupan posiciones subalternas. Pero todo se ha modificado con la expansión de la videopolítica. Ahora acceden a este género audiovisual varios millones de personas, que se involucran como espectadores de los avatares ocasionados por la incesante teatralización de la redistribución del poder político. Estos, estimulados por el espectáculo mediatizado, se diseminan por lo social asumiendo el papel de locutores amateurs. De esta actividad del segmento audiovisual de los sujetos politizados, resulta una efervescencia de las conversaciones cotidianas. Esta charla se entremezcla con la indiferencia cosmológica de los demás segmentos de las audiencias, focalizados en otras ficciones cotidianas.

El estado de politización de grandes contingentes de súbditos adulados, se encuentra determinado por la programación eficaz de las televisiones y las radios. Estos agentes emiten incesantemente un flujo de informaciones, datos, comentarios, análisis de expertos e imágenes. El atributo fundamental de esta masa de información radica en su desestructuración. Este flujo de comunicaciones carece de un centro organizador. De este modo, termina por aplastar al receptor, que se encuentra desamparado frente a la catarata comunicativa. De este modo, la mediatización del acontecer político configura a un sujeto-espectador disperso, cuyo vínculo con el espectáculo es la identificación con alguno de los contendientes.

He vivido muchos años, como profesor de sociología, los efectos letales sobre los estudiantes de la multiplicación de fragmentos de lecturas de distintos autores. Si el receptor carece de una organización cognitiva propia, que se referencie en un núcleo duro que pueda facilitar la metabolización de las lecturas, su estado de dispersión se acentúa. El resultado es que la gran mayoría se encuentra radicalmente extraviada en el océano de lecturas fragmentarias. Esta disgregación mental genera una animadversión a las lecturas mismas, en tanto que, en ausencia de un centro organizado, se produce una confusión que favorece una percepción de reiteración acumulada, así como un estado de saturación insoportable.

El sujeto resultante de esta secuencia interminable del acontecer mediático-político, se caracteriza por su adhesión incondicional a alguno de los actores políticos. Así se configura un público que se involucra emocionalmente en la cadena de eventos, declaraciones y jugadas. Cada espectador se fusiona con los suyos en sucesivos estados anímicos derivados de la interpretación de los resultados de las jugadas de los actores políticos presentes en el escenario-cuadrilátero. Así, se suceden estados de euforia colectiva que se intercalan con estados de depresión, que dependen de las oscilaciones del juego.

El modelo de espectáculo audiovisual de la política es el fútbol. Este es el juego dominante en el conjunto social, el campo en el que los medios audiovisuales ensayan sus producciones, de modo que sus reglas terminan por ser transferidas a los otros juegos. El código esencial del fútbol es la identificación emocional con el equipo y la reducción de la racionalización en la emisión de juicios acerca de los avatares del juego. Asimismo, el azar desempeña un papel determinante en las sucesivas jugadas. El gol es la combinación entre el arte y el azar. Así, cada hincha espera que suceda algo fantástico, con independencia del desempeño de su equipo en el partido: el gol, siempre acompañado de una catarsis colectiva.

La videopolítica sigue las pautas impuestas por el fútbol. Retransmite los acontecimientos como si fueran eventos independientes, como los partidos. De este modo, las audiencias-hinchadas asisten al desenlace del evento inmediato, para reponerse mediante la esperanza de que se repita o modifique en el siguiente episodio. La información política adopta el formato de “minuto-resultado”, acaparando las ilusiones colectivas de los incondicionales. De esta actividad resulta un tipo de racionalidad que minimiza la reflexión y exalta el azar, atribuyendo a los actores una narrativa que deviene en leyenda. De este modo se excluye radicalmente la racionalización y la crítica. Los héroes de estos mundos sociales son personas a las que se les supone atributos míticos. Recuerdo la reciente hecatombe electoral de Podemos en Andalucía, que no suscitó ni una sola reflexión. Teresa Rodríguez apeló al valor supremo intangible del proyecto, “animando” a los desesperanzados incondicionales en espera de la siguiente jugada.

Uno de los efectos de la televisión es la producción en la mayoría de los receptores de un estado mental que se asemeja a la anestesia, que se compatibiliza con un estado de efervescencia emocional. Me impresiona mucho la visión de reporteros que preguntan a la gente en la calle acerca de cuestiones políticas. La ignorancia y el desinterés  de los entrevistados es apoteósica. Algunos expertos en comunicación de masas afirman que, en los estudios empíricos, la mayor parte de la gente no recuerda los contenidos de los informativos que vio el día anterior. Siempre me acuerdo de Octavio Paz, que afirmaba que “la televisión es un encuentro con la nada”.

Uno de los atributos más paradójicos del fútbol televisado es la contraposición entre la adhesión de grandes masas de aficionados que lo viven intensamente y la falta de criterio futbolístico de una gran parte de ellos. La multitud vociferante del fútbol, diseminada por todos los rincones del espacio público, por los bares, los domicilios, los centros de trabajo y los centros educativos, entiende poco de este. Su actividad se concentra en un proceso de interpretación selectiva de los avatares del juego, una celebración exaltada de los éxitos, un estado de funeral colectivo en las derrotas, así como su participación en un proceso de beatificación y santificación de los héroes de cada equipo. Esta actividad constituye un tráfico de santos que conforman la memoria de cada equipo. Pero el aspecto esencial del hincha futbolístico radica en su fe encomiable en que, mañana, en el partido siguiente, todo se volverá a regenerar mediante una nueva victoria.

El molde del fútbol se aplica al nuevo mercado audiovisual de la política. Sus audiencias se hacen presentes en algunos lugares de la cotidianeidad. En estos comparecen los incondicionales, que capturan fragmentos de las emisiones incesantes, para transformarlos en dogmas de fe. Estos jalean a los líderes propios y descalifican integralmente a los de los equipos rivales. Cada uno se toma la licencia de juzgar, opinar, pronunciarse acerca de los eventos y reafirmar sus verdades. El grado de manipulación mediática es escalofriante. Cada hincha es recargado por fragmentos televisivos firmados por presentadores, expertos, políticos de todas las clases, frikis intelectuales y la humanidad de “famosos” que puebla los programas. En estas condiciones, los discursos verbales que exhiben los incondicionales, son verdaderamente pavorosos, en tanto que, al modo del fútbol, asumen leyendas basadas en el arte de fantasear.

Por ilustrarlo con un ejemplo, la jugada de Pablo Iglesias de renunciar a la condición de superministro, es exaltada por muchos de los activos espectadores, que lo interpretan como un golpe maestro al adversario Sánchez. En este caso aparece nítidamente la naturaleza del juego audiovisual que conforma la videopolítica. Es percibida como un evento aislado, al modo de un partido de fútbol. Se trata de un verdadero “gol” por la escuadra. Pero, esta identificación con la leyenda de Pablo, excluye el análisis del proceso de Podemos. Desde su emergencia inicial ha terminado con la mayoría de sus dirigentes; ha instaurado un régimen de hiperliderazgo que alcanza cotas inusitadas; ha disuelto el plualismo interno; ha perdido una parte cuantiosa de apoyos electorales; ha simplificado su discurso y estrategia, y ha desvanecido el áurea fundacional. Pero estas cuestiones escapan de la percepción de los fervorosos seguidores, concentrados en la historia interminable del “partido a partido”.

Mi cotidianeidad es invadida por esta clase de personas moldeadas por la videopolítica, cuyos posicionamientos son alarmantemente dependientes de las escenificaciones de las teles. Este es uno de los hechos más paradójicos de mi propia vida, porque siempre entendí la democracia como el ascenso de los ilustrados, de los bien dotados de conocimientos y capacidades para conocer. La irrupción de los fanáticos de las audiencias políticas, me produce un estado de inquietud profunda. En estos días he tenido que renunciar a hablar en varias ocasiones, dado el cariz de la conversación con mis interlocutores “politizados” por la tele.

Me gusta decir que se trata de una “chiringuitación” de la política. El Chiringuito de Jugones es el programa matriz y Pedrerol es el maestro oficiante. En este se reúne a hinchas rivales para que diriman sus diferencias mediante distintas clases de sonidos y gestos que apelan a la identidad partidaria de cada cual. No hay conversación, no hay diálogo alguno. El arte está en ser firme en sus convicciones, parodiar al rival y no ceder nunca. Esto es muy peligroso, en tanto que funciona como una factoría de fans o hooligans  de distintas clases. Estos comportamientos se exportan a la política.







domingo, 21 de julio de 2019

EL MODELO DE ATENCIÓN A LOS DIABÉTICOS: ENTRE EL ANIMAL DE LABORATORIO Y EL IDIOTA CULTURAL


                               DERIVAS DIABÉTICAS
 

El laboratorio representa un papel muy importante en el imaginario de la medicina-institución. El principal atributo de este radica en la creación de una vida artificial. Los animales que habitan en este mundo prestan sus cuerpos para la toma de medidas de los investigadores. Cuando los resultados no se ajustan a los estándares considerados,  se realizan acciones externas para normalizar la situación. La vida de los investigados se reduce a su función como objeto útil al experimento. Todo es artificial y los sujetos no tienen una vida autónoma ni hablan. Su interlocución se agota en las cifras que definen los resultados.

El laboratorio ejerce una fascinación incuestionable en la asistencia médica. Junto a la cirugía, representa un tipo ideal de intervención profesional liberada de lo que se considera como sesgos subjetivos y de las complejidades de las situaciones de la vida. De este modo, su nomenclatura se transfiere a las formas de asistencia en la que no es posible reproducir este modelo, en tanto que los asistidos viven en contextos específicos y poseen la facultad de sentir, inteligir y hablar. En estas formas de asistencia, el laboratorio imaginario se hace presente mediante la centralidad de las mediciones de variables biológicas, que desplazan al exterior de la relación asistencial las cuestiones referidas a las prácticas de vida y a la singularidad del paciente como un ser inexorablemente único.

Las consultas se articulan como una relación en la que las pruebas de imagen y laboratorio se imponen contundentemente como la sustancia científica que la define. Así, un médico es esencialmente un lector de pruebas que busca diagnósticos positivos, a los que aplica terapéuticas supuestamente validadas. En estas relaciones, la vida es reducida a algunos esquemas simples, así como a un conjunto de prescripciones estandarizadas que cada paciente tiene que aceptar. La cuestión esencial, acerca de cómo cada uno “mete en su vida” las prescripciones, más allá de las grageas, se encuentra radicalmente ausente en tan científica relación.

El resultado de esta situación es el predominio de aquellas especialidades médicas en las que el laboratorio y la cirugía desempeñan un papel esencial. Estas exportan sus representaciones a aquellas que operan en condiciones muy alejadas del laboratorio. Así se consuma una colonización que tiene efectos perniciosos sobre las formas de ejercicio profesional que tratan con los seres vivientes sobre los que no es factible establecer un control de veinticuatro horas. Estos pacientes en libertad provisional, no pueden ser reducidos a un conjunto de medidas y variables derivadas de pruebas positivas. Los internistas y los generalistas principalmente, tratan a sujetos cuyos problemas no pueden ser sintetizados en etiquetas diagnósticas, y tampoco sus identidades pueden resultar de un conjunto de variables susceptibles de medición.

Soy un diabético convicto y confeso. Llevo veintiún años frecuentando consultas de endocrinos y médicos generales. Mi experiencia me ha enseñado que, en estos años, todo tiende a ir a peor. Al principio mi vida podía ser objeto de alusión, generándose cierta tensión cuando rechazaba los esquemas reduccionistas hasta lo imposible que conforman el estilo de vida sano. Pero, en los últimos años, la vida desaparece radicalmente en la consulta. Llega el momento de la verdad en el que solo se leen mis resultados. Las acciones terapéuticas se reducen a mejorar estos. Asimismo, voy adquiriendo el papel de candidato a lo que se denomina como “complicaciones. De este modo me siento, cada vez con más intensidad, un verdadero animal de laboratorio.

La consulta es una instancia en la que se examinan mis cifras y soy escrutado como sospechoso de encontrarme en el campo de los múltiples efectos de la deficiente circulación periférica. Cada vez me hacen más pruebas en busca de indicios de complicaciones. Siento que mi cuerpo es acechado por los abundantes depredadores que conforman la cadena terapéutica, en la perspectiva de añadir etiquetas por las que obtengan la licencia de tratarme. Mi cuerpo es una entidad escrutada para la ratificación de la diabetes como matriz de un ser pluripatológico. Así puedo llegar a adquirir la condición que me homologa a la aristocracia patológica, que concentra y simultanea  varias morbilidades en el cuerpo.

Pero lo peor de la apoteosis del laboratorio, es que la misma definición del estado metabólico, que resulta de la interacción de la insulina, la dieta y el ejercicio, es desplazada por el monopolio creciente de la única variable que puede ser reducida a cifras y manipulada por los terapeutas: las dosis de insulina. De este modo, en una relación asistencial, el paciente es reducido a la condición de animal experimental de laboratorio. Puede hablar, pero su conversación no es correspondida.  Así, la dieta y el ejercicio se desvanecen gradualmente, en tanto que no son realidades abarcables por el profesional. Lo único cierto es la cantidad de líquido inyectable.

Además, el éxtasis de la nomenclatura del laboratorio se manifiesta principalmente en los criterios mediante los que se establecen los estándares. Mi situación en el último año es, en mi señor, el HbA1c, es de 7.2. Desde la perspectiva de mi vida es muy buen resultado, en tanto que me exige mucha disciplina, renuncias importantes y restricciones en mi propia vida social. Estar por debajo del 7.5,  representa para mí un equilibrio aceptable entre mi vida, a la que puedo liberar ocasionalmente de las constricciones del tratamiento, y mi estado de salud. El precio de esta situación es que no consigo erradicar las hipoglucemias, que me acechan incesantemente.

Pues bien, el médico me dice que 7.2 es muy alto, y que debo bajarlo hasta el 6.2. Argumenta que “sus pacientes” lo consiguen. Cuando trasciendo en la consulta la condición de portador de papeles con cifras y adquiero la condición de hablante, extraña a ese mundo cultural, planteo mi temor por las hipoglucemias. En el conato de conversación que se suscita, ratifico que el profesional se desentiende de facto de mis condiciones. Desde hace años, ni siquiera consideran un factor de la importancia de que vivo solo. La cifra estándar de 6.2 se impone sobre cualquier realidad. Es un criterio abstracto elaborado por una extraña comunidad profesional, el imperio endocrino, ajena a cualquier consideración respecto a las vidas de sus súbditos patológicos.

La ausencia de conversación con los cuerpos portadores de variables, no es la cuestión principal. Lo peor radica en los momentos que puede producirse una simulación de la misma. Mi larga experiencia es desoladora. Cuando existe un intercambio de palabras, los médicos muestran inequívocamente, lo que me gusta denominar como un estilo “parroquial”. La parroquia es otra institución axial. El párroco se erige sobre sus fieles en la convicción de que puede contribuir a su salvación. Algo similar experimento en las conversaciones con los médicos. Esta se funda sobre la reducción de mi condición a un ser inferior que necesita ser conducido y salvado. Es insoportable tener que consumar relaciones “cara a cara” con interlocutores que me desprecian abiertamente.

La conversación médico-paciente se encuentra limitada e intervenida por el espíritu del laboratorio. En ocasiones se puede producir una puja, en tanto que el paciente introduzca preguntas o afirmaciones que requieren información sobre las condiciones de su vida. El profesional termina por sobreponerse y desplazarse al campo seguro de las certezas universalizantes de las prescripciones profesionales. En este territorio encierra a su interlocutor en la posición de un receptor de información técnica. De este modo se elude la conversación, que inevitablemente es bloqueada. El resultado de esta relación de poder que formatea la menguada conversación es catastrófico en términos de eficacia. La capacidad del paciente de conducir su vida en sus condiciones reales es denegada y sustituida por el modelo de obediencia parroquial.

Así se constituye al paciente según el modelo de un “idiota cultural”. Cada relación experimenta su inferioridad y la incompetencia de sus representaciones y cualidades. En alguna ocasión he advertido a algún médico de los riesgos de tratar con idiotas, porque estoy persuadido de la validez de la transferencia y contratransferencia freudiana. Por poner un ejemplo sencillo, prescribir una dieta no es comunicar elementos, cantidades y propiedades, sino averiguar su factibilidad en las condiciones concretas de vida del destinatario. Si no se procede de este modo, se constituye una autoridad que impide crecer al paciente como persona y desarrollar sus potencialidades.

Estas nomenclaturas que se referencian en el laboratorio y la parroquia, se extienden trasversalmente por todo el sistema de atención. Sus pautas se filtran también en contextos asistenciales en los que su aplicación se presenta en formas patéticas. En mis años jóvenes tuve grandes esperanzas en una atención primaria alejada de los modelos de laboratorio. También de la enfermería, de la que esperaba que explotase el vínculo ineludible entre el cuidado y el modelo de relación personal. Mis decepciones se han confirmado y acumulado. Ciertamente, existen excepciones en esos entornos asistenciales. Pero la gran mayoría sigue al tsunami experimental del laboratorio.  Su declive tiene, precisamente, una estrecha relación con este factor. Si asumen el modelo de las especialidades “de laboratorio”, renuncian a su especificidad y son desplazados al eslabón inferior de la jerarquía. No existe tensión entre formas de ejercicio profesional en contextos tan diferentes, por la preponderancia del laboratorio-hospital.

Esta mañana me he despertado alterado por un sueño. En el mismo, uno de los pacientes del 6.2, que había renunciado integralmente a la vida y asumido alegremente una vida vegetativa, al estilo de los ratones del laboratorio, había fallecido por efecto de una grave hipoglucemia. Así perdía sus honores de héroe obediente incondicional  a las prescripciones sagradas de los operadores del sistema. No he podido evitar murmurar suscitando la atención de mi perra al escuchar “caguen en el HbA1c”. No me extraña que algunas voces de la misma profesión insistan en que ellos mismos son un peligro.

El dogma de la HbA1c, así como toda la cadena de multiplicación de furor diagnóstico y escalada terapéutica, constituye un peligro para los diabéticos. Este es un tema relevante en lo que ahora llaman prevención cuaternaria.




miércoles, 17 de julio de 2019

EL OCASO DE LA MILITANCIA




El cara a cara fascinado del funcionario y el periodista, del que el puesto de escucha es una variante entre otras, deja fuera de juego a un antiguo papel principal: el militante. El devoto camarada de base, lector y cuestionador, crédulo y creyente, sin presencia social ni relaciones útiles, con la boca y los bolsillos siempre llenos de libracos, mociones de orden, programas del Partido, extractos de los discursos “de antes”- en síntesis, la personalidad militante clásica- se convirtió en algo negativo. El arte del dirigente: saber utilizarlo antes, saber escapársele después (de cada elección). Desde abajo, la visión está invertida. Los “no presentables” que habían “llevado a nuestro partido al poder” a través de años de puerta a puerta y reuniones…no dan crédito a sus ojos cuando ven a hábiles y notables, sus vecinos, a quienes nunca habían visto militar en los años sombríos y que no les destinaban entonces a ellos, ingenuos militantes, más que sarcasmos y pullas, ocupar después de la victoria todos los lugares, empleos, tribunas, antesalas, comedores, mientras sus propias cartas quedan sin respuesta y los Palacios nacionales se cierran ante sus narices. Exeunt los trabajadores sociales, lugar a la “sociedad civil”: aquella que, viéndose en televisión y escuchándose en la radio, tiene una voz y un rostro para todo el mundo (un millar de VIP sobre cincuenta millones de franceses). Quienes tomaron el trabajo electoral sobre el terreno, no serán honrados en París, en el Estado de las imágenes.

Regis Debray. El Estado seductor. Las revoluciones mediológicas del poder

La militancia ha sido una institución asociada al devenir de la izquierda. Los viejos partidos obreros, así como los antiguos sindicatos de clase, se fundamentaron sobre la misma. Adoptando distintas formas, la militancia ha conformado una comunidad moral que ha sustentado a la izquierda política. Los cambios sociales y políticos acaecidos en las últimas décadas, que pueden ser sintetizados en los conceptos postfordismo y postmodernidad, aceleran su decadencia, convirtiendo las comunidades militantes en colectivos cerrados y aislados. El advenimiento de la sociedad postmediática, disuelve definitivamente la militancia, conformándola como un residuo de la fenecida era industrial.

La acción política en el presente, solo puede ser entendida desde la perspectiva de la videopolítica, que modifica radicalmente sus prácticas, contenidos y significaciones. Los eventos políticos tienen lugar para las cámaras de la institución central de la televisión y sus escoltas de las redes sociales. Así, los actores de la videopolítica se definen por las coherencias de su estatuto de visibilidad. Se trata del “millar de VIP”, en las clarividentes palabras de Debray. En este contexto, los militantes adquieren la naturaleza de superfluos para las operaciones políticas esenciales. Pero su posición protagonista en los patios interiores de las campañas electorales, los sitúa en la condición fatal de sospechosos de obstaculizar las maniobras de los líderes y sus cortes de VIP. La nueva política televisada implica una drástica disminución de los actores.

En septiembre de 2013 publiqué en este blog un texto en el que sintetizaba la esencia de los partidos políticos de la izquierda y del pesoe en particular “Los espíritus de la sede”. En este analizaba la gran autopoiesis de estos en el tiempo del postfranquismo. Esta operación de cierre frente al entorno, se funda en la construcción de sus esquemas cognitivos congelados, mediante un proceso de interacción interna que se ubicaba físicamente en el espacio de las sedes. Los nombres de “Génova”, “Ferraz” y otros se encuentran inscritos en los relatos de su devenir. La sede representa el espacio íntimo, cerrado al exterior, en donde tiene lugar un conjunto de procesos de selección de contenidos, de percepciones selectivas, de categorizaciones, de valoraciones y de exclusiones, protagonizado por un grupo singular: la militancia.

La gran crisis que desembocó en el 15 M, ha reforzado considerablemente la videopolítica. Esta ha devenido en un género televisivo ascendente, realizado para un fervoroso público que simultanea su devoción por los avatares de este espectáculo seriado, con el alivio de sus incertidumbres y temores colectivos. En este tiempo, han crecido las audiencias, se ha conformado una masa crítica de espectadores y se han multiplicado y renovado los VIP que alimentan este género audiovisual. La “nueva política” o “el cambio”, se produce mediante una cháchara interminable de conversaciones e imágenes que protagonizan los VIP en los nuevos auditorios ante los magnetizados espectadores. La política deviene en un hecho audiovisual.

En este contexto, la militancia queda integralmente fuera de juego,  adquiriendo el estatuto de impresentable. El militante es un sujeto definido por sus certezas inapelables. Las reglas que constituyen este género audiovisual, privilegian las maniobras, los avances y retrocesos, las medias verdades, la gestión de lo oculto, así como otras estrategias de persuasión y seducción de los comparecientes en el nuevo circo. Los militantes quedan confinados en las tareas de organización de actos, en los que constituyen los fondos visuales en los que tiene lugar la acción de los líderes y VIP. En estos actos, a semejanza del modelo de la televisión, expresan sus emociones mediante aplausos, vítores y otras formas de expresión corporal. El miembro más activo que un militante del presente tiene que ejercitar es el cuello, con el que expresa su asentimiento pautado a las afirmaciones de los líderes o la negación de sus rivales. Así se recuperan las cabezas como factor expresivo.

Recuerdo que siendo un dirigente del partido comunista en Santander, en las primeras elecciones del 77, nuestra intención era conquistar zonas de influencia, sobre todo con los jóvenes. Para ello era esencial comunicar una imagen adecuada. En el primer mitin legal, al que concurrió mucha gente, se presentaron algunos militantes veteranos con un escapulario gigante, que en ambos lados mostraba la imagen de Dolores Ibarruri  acompañada de unos lemas que denotaban una religiosidad civil extrema. Mi intervención enérgica con ellos no tuvo resultado alguno. La imagen que trasmitían era la de una realidad a la que solo se podía acceder mediante un proceso integral de “conversión”.

El caso del pesoe es paradigmático. La militancia se hace presente en las sedes para producir un modo de conocer la realidad manifiestamente sesgado. Pero estos sesgos se hacen compatibles, en los largos años de ejercicio del poder gubernamental, autonómico y municipal, con un pragmatismo fundado en la conservación y expansión de los intereses tangibles de “la familia socialista”. Así la militancia se conforma como un grupo de interés singular, que se constituye sobre los cargos institucionales, asesorías y otras formas estatales de ejercicio del gobierno. Susana Díaz sintetiza muy bien esta situación cuando afirma con su estilo incomparable que “la gente me expresa cariño”.

El advenimiento de la dupla Pedro Sánchez- Iván Redondo ha significado una revolución. El significado de esta emergencia es la adecuación a los imperativos de la videopolítica. Así, han sabido influir en la militancia, que conserva su condición de electores de las instancias dirigentes del partido, con la renovación de los VIP en el gobierno. Estos ya no son los tecnócratas, principalmente economistas, de la época de Felipe González, sino nuevas gentes dotadas de una potencialidad mediática incuestionable. Lo del astronauta ingenuo y el divo de Ana Rosa Quintana, me parece encomiable, apelando a los misteriosos imaginarios de la sociedad postmediática.

Izquierda Unida es un partido de militantes convencionales puros y duros. Estos son los sobrevivientes a incesantes migraciones a otros territorios políticos. La drástica disminución de sus vínculos con las instituciones privilegia el doctrinarismo imaginario de la militancia, enzarzada en continuas polémicas internas carentes de cualquier nexo con las realidades. La tormentosa y cronificada relación entre los dirigentes que consiguen presencia en las instituciones y la base militante cien por cien, constituye su identidad como organización tanato-histórica. Solo conserva pequeños feudos en los que tiene presencia institucional, que reconstituyen sus lazos con el exterior. Pero, pese al proceso de autodestrucción interno, algunos dirigentes han conseguido mantener su capital mediático mediante su alianza con Podemos. De este modo, también cumple con el precepto de la preponderancia de los VIP, de los que Garzón es el emblema.

En podemos no existe tradición alguna de militancia. Se trata de un partido que define a sus miembros como “los inscritos y las inscritas”. Esta palabra tiene un rigor incuestionable. La actividad del partido tiene lugar en las instituciones políticas de todos los niveles. Así se conforma como un núcleo duro formado por los elegibles como candidatos y su escolta de asesores. Estos constituyen la base de las distintas asambleas a las que recurre periódicamente la dirección. Junto a ellos, un contingente de incondicionales que se hace visibles en los actos partidarios mediante comportamientos efusivos hacia los líderes providenciales. Los demás son electores de las consultas virtuales, que entran y salen de la situación.

Tanto el pesoe como podemos, manifiestan una convergencia en los papeles que desempeñan los afiliados. Se puede sintetizar mediante tres niveles: Las direcciones políticas; los notables elegibles que se manifiestan como un grupo de interés dependiente de los avatares electorales; los incondicionales participantes en las emociones suscitadas por los líderes, y una base difusa y desdibujada. La militancia tradicional tiende a menguar en vías de su desaparición definitiva. En la videopolítica solo cuentan los que cumplen los requerimientos de la visibilidad. Estos son los dotados para el espectáculo político que tiene lugar en los cuadriláteros mediáticos.

El ocaso de la militancia remite a la modificación de los escenarios en los que tiene lugar la deliberación política. Ahora son los platós los que asumen esta función en régimen de monopolio. La militancia deviene en un estorbo impertinente para un juego definido por los golpes de efecto y las maniobras, cuya única instancia evaluadora es lo que se denomina como “la maldita hemeroteca”. Mi pronóstico es que nadie convocará un funeral digno para esta venerable institución de la militancia.

En estas coordenadas se puede plantear el problema de la izquierda política. Se trata de preguntarse  acerca de la factibilidad de los cambios que propone en un contexto de movimientos sociales débiles y sustentados en segmentos de la opinión pública que crecen y menguan según los estados de excitación catódica. El perspicaz Bauman, mediante su brillante metáfora de lo líquido, ofrece una perspectiva sólida para comprender el estado de la izquierda. Me permito la ironía de afirmar que las imaginaciones son sólidas, las realidades líquidas y las estrategias gaseosas e ingrávidas.




domingo, 14 de julio de 2019

LOS RESIDUOS HUMANOS DE LA UNIVERSIDAD


La universidad, exactamente como la empresa, está encargada de producir incompetentes sociales, presas fáciles de la dominación y de la red de autoridades…El hecho de que la formación universitaria pueda ser acortada y simplificada y que la empresa pueda <<calificar>> en unas horas o en algunos días prueba simplemente que cuanto más crece el acervo cultural y tecnológico, así como el propio saber, tanto menos se debe enseñar y tanto menos se debe aprender. Ya que de lo contrario, la universidad, y la educación, en general, ofrecerían a los sujetos sociales algunas condiciones de control de su trabajo, algún poder de decisión y de veto, alguna forma concreta de participación (sea en el proceso educativo, sea en el proceso de trabajo).

Marilena Chauí. La ideología de la competencia. De la regulación fordista a la sociedad del conocimiento.

En estos días recibo noticias de uno de los habitantes de las aulas en las que me hice presente tanto años. Se trata de una persona muy inteligente, dotado además de varias cualidades esenciales y de origen social bajo. En las clases y las pruebas demostró una capacidad muy considerable, también una identificación con las ciencias sociales mucho mayor que el común de compradores de créditos que compartían con él el aula. Tras la conclusión de los estudios con un expediente académico muy bien dotado, cursó el máster del departamento, también con un resultado brillante. Después obtuvo en la Universidad Complutense una beca de investigación bien dotada para cursar su doctorado. Su tutor fue uno de los profesores más relevantes y originales de la sociología española.

Tras obtener el título de doctor, ha habitado la jungla en la que se procede a la selección de aquellos escogidos que tienen la oportunidad de seguir desempeñando tareas de docencia e investigación en las escuálidas universidades de después de la reforma neoliberal. Este es un territorio en el que las agencias impulsan la competencia por la producción de méritos que se cuentan y se pesan según las medidas establecidas por ellas mismas, guiadas por los criterios derivados de la ideología de la competencia neoliberal imperante. En este hábitat se produce una competencia desigual que favorece manifiestamente a aquellos que disponen de recursos académicos fundados en su solvencia económica.

Así, los que pueden financiarse varios años dedicados a la producción de méritos, que incluye los desplazamientos a universidades del nuevo espacio académico global, así como un capital relacional fundado en la solvencia de sus credenciales económicas, sociales , que posibilitan “alternar” con élites profesionales y académicas, adquieren unas ventajas fundamentales sobre aquellos que, como en este caso, se encuentran en una situación de carencia de recursos, teniendo que resolver problemas de sobrevivencia. La reforma universitaria refuerza considerablemente la desigualdad.

Resulta que mi amigo ha terminado por seguir la pauta de las víctimas de los depredadores institucionales de la jungla de la aneca y agencias similares, que es el retorno al origen, cargado de saberes, titulaciones y expectativas incumplidas. Como en el caso de Superman, el retorno a su planeta desactiva sus potencialidades adquiridas durante tantos años de trabajo académico exigente.  Su situación laboral es crítica, en tanto que sus credenciales representan utilidades para un mercado de trabajo académico, del que ha sido descartado. Para cualquier otro mercado laboral, sus acreditaciones representan una pesada carga en un mundo social en el que la formación es mera instrucción. De ahí la pertinencia de la cita de Chauí que abre esta entrada.

Este caso ilustra acerca de un problema mudo que no es visibilizado. Se trata de los numerosos descartados en las selvas académicas por la acción de los nuevos poderes tecnocráticos de las agencias, que ponen en escena la última versión del precepto de “muchos son los llamados, pero pocos los escogidos”. El problema radica en que, transformada la universidad en una fábrica de méritos autorreferencial, pone en marcha procesos en los que se despilfarran múltiples recursos, resultando un contingente de descartados que adquieren la condición de verdaderos residuos humanos. Me parece que la dilapidación de inteligencia y saber que se origina en este siniestro proceso constituye una tragedia. El problema de fondo es que el sistema productivo no los necesita. Este es el argumento esencial de esta fatalidad de la inteligencia.

La reforma neoliberal de la universidad se ha consumado sin contratiempos y con unas tensiones mínimas. Ha conseguido todos sus objetivos con una facilidad pasmosa y una resistencia escasa, dispersa y menguante. El motor de esta clase de reformas es la reestructuración del espacio académico mediante una individuación severa. Cada cual asume el imperativo de cumplir con los cánones de la carrera profesional. De este modo se disgrega el tejido social, que se recompone subordinado a las reglas de maximizar su aportación individual. El nuevo social se encuentra representado por las coaliciones en la imperiosa maximización en la producción de méritos. Así se construyen las complicidades necesarias para asentar la reforma, que concita los apoyos tácitos de los sobrevivientes a la misma, sustentados en la nueva razón de la maximización en la acumulación de méritos facturados industrialmente.

La nueva universidad, resultante de esta reforma, muestra impúdicamente el éxito rotundo de su capacidad de subjetivación. Esta se sobrepone a las viejas ideologías políticas y sociales. Todos asumen integralmente el principio de competencia neoliberal, acomodándolo sin problemas a su cotidianeidad. El resultado es el desvanecimiento de cualquier oposición efectiva. El avance inapelable de la reforma en la vida académica y las cotidianeidades vividas, es simultáneo con algunos conflictos en los que los actores regresan al universo del siglo XIX, poniendo en práctica saberes, métodos y repertorios de acción radicalmente periclitados.

Recuerdo que cuando escribí una de las entradas en este blog, en la que desvelaba una de las formas del principio de competencia neoliberal, que es el currículum vitae simplificado, una de las víctimas de los depredadores que habitan estas junglas, envió un comentario afirmando que ese currículum era colaborativo y compartido. Mi desolación alcanzó el nivel máximo posible al constatar el éxito irremediable de la subjetivación neoliberal. Este amigo había sido construido como un bambi para alimentar la leyenda de los triunfadores en la producción de méritos, que alardean de su victoria en esa supuesta competencia.

El aspecto más problemático de la nueva universidad neoliberal es el de la posición en la que queda la vieja izquierda académica. El guion de la reforma exige imperativamente y sin excepción posible, participar activamente en los procesos de producción de méritos, así como en los de la selección y descarte de los residuos humanos. El cinismo de las élites de la izquierda académica es inevitable. Su acción compatibiliza el silencio con respecto a la propia realidad académica, con sus posicionamientos con respecto a factores económicos, sociales y culturales exteriores. Así su fervorosa adhesión a las movilizaciones de los mineros asturianos, sancionados como héroes de la clase trabajadora. Por el contrario, los descartados académicos, los residuos sólidos humanos de la aplicación del principio de la competencia neoliberal, carecen de cualquier discurso que los rehabilite como sujetos políticos y sociales. Se les asigna de facto la etiqueta de sospechosos de incompetencia.

Los residuos humanos de los procesos de competencia académica no tienen quien les escriba. Su destino es agregarse a los grandes contingentes de precarios que rotan para asegurar el funcionamiento de la producción inmaterial. Estas son historias sórdidas. Por eso concluyo rompiendo con la pauta que sigue este blog de no utilizar palabras chabacanas. Mierda de universidad y mierda de todos aquellos cómplices en la producción de residuos humanos sólidos. Todavía no descarto vivir alguna revuelta que dignifique al pueblo de los candidatos imposibles del impúdico proceso de selección de la nueva universidad.




jueves, 11 de julio de 2019

UNA CONVERSACIÓN IMAGINARIA CON BUKOWSKI


En la primera hora de la mañana, es inevitable ser alcanzado por los sonidos de la videopolítica, que se filtran por las grietas de mi sistema de protección. Las estrellas audiovisuales y las legiones de los comentaristas y expertos acompañantes, conforman un coro que extiende sus voces autorreferenciales por los hogares, los bares, los automóviles y los autobuses. A pesar de mis estrategias sofisticadas para distanciarme de este sórdido espectáculo, es imposible evitar que los murmullos se hagan presentes en mis castigados oídos, que lo transportan a mi saturado cerebro. Las contiendas por la adquisición y conservación de poder político se disfrazan de múltiples máscaras, pero todas remiten a una aplicación estandarizada de la teoría de los juegos.

En estos últimos días, leo a esta hora poemas de Bukowski.  Un libro publicado por Penguin Random House Grupo Editorial, cuyo título es el de uno de sus poemas “Garras del paraíso”, me permite tomar distancia con el agobiante y necio espectáculo de la actualidad política, que comparece desde el mismo amanecer en mi entorno vital. Así consigo salir de la actualidad mediatizada y prefabricada por los operadores del sistema, viajando al universo de Bukowski, que me estimula para pensar en otras cosas más relevantes.

Bukowski es un crítico implacable de la razón que preside las vidas en las sociedades industriales. En sus textos comparecen los personajes que encarnan los requerimientos de un sistema que ha sido definido por Weber como “la jaula de hierro”. Las vidas se encuentran estrictamente sometidas a los guiones requeridos por este sistema de producción y consumo. El sujeto disciplinado es su arquetipo personal. Este es subjetivado por las normas del estado sólido de la época, además de los imperativos del mercado de trabajo, la burocracia y la norma de consumo fordista. La vida sucede de un modo mecanizado y rígido, en el que las excepciones son escasas.

Paul Goodman es uno de los autores que ha conceptualizado con mayor precisión este entramado de instituciones que se sobreponen a las personas. Lo denomina como “la gran organización”. Desde esta perspectiva, explica los acontecimientos que conforman las turbulencias culturales que comienzan en los años sesenta, como una fuga de la gran organización. Esta puede ser representada como la suma del mercado y el estado. La potencialidad de estas estructuras sistémicas constriñe a las personas que realizan las vidas en el interior de lo que lúcidamente Weber denominó como los “Envases de la servidumbre”. Los sujetos solo pueden evadirse de estos moldes pétreos en escasas ocasiones, en los que la fiesta representa un desvarío efímero, tras la que el retorno a las normas y los sentidos de la gran organización son inapelables.

Bukowski vive en los márgenes de este sistema y de su racionalidad. En sus textos comparecen los fugados y expulsados que pueblan los márgenes de estas configuraciones sociales que conforman la gran organización. El contraste entre los héroes de sus historias y los sujetos disciplinados que habitan en los mundos de la normalidad, es esclarecedor. En este sentido, se puede afirmar que su obra constituye una crítica de lo que hoy se entiende como razón cuerdista. La mayoría de cuerdos-normales, confinados en la jaula de hierro de las sociedades industriales, es demolida mediante la presentación de sus miserias cotidianas.

Su obra puede ser interpretada en el contexto del fordismo maduro y el inicio del tránsito al postfordismo. Murió en 1994. Por consiguiente, no pudo vivir las transformaciones operadas desde estos años, que significan cambios de gran alcance. Por eso me gusta simular una conversación con él. Cuando le cuento el signo de las nuevas instituciones de la individuación; la clientelización derivada de la nueva norma de consumo; los efectos demoledores de las industrias del cuerpo y de la medicalización; las pautas que sigue la gran psicologización que ampara el nuevo imperio psi; los avatares del nuevo mercado de trabajo bajo la batuta de los gerentes y los gurús-brujos de la empresa; la multiplicación de la constelación que tiene como astro-rey a la televisión; la conversión de la vida cotidiana en un espacio en el que cada sujeto tiene que producir méritos en todos los órdenes…Intuyo sus risas y sus palabrotas.

Imagino su reacción ante la metamorfosis de la normalidad. Los normales son ahora seres severamente estimulados y conducidos por las nuevas autoridades expertas y de la comunicación. El sujeto disciplinado de la sociedad industrial que él vivió, es reemplazado por el nuevo sujeto que entiende como libertad sus prácticas cotidianas para cumplir con las severas conminaciones sociales programadas por los dispositivos de conducción experta. Me temo que le sería difícil comprender la dialéctica existente entre el disciplinamiento riguroso, que hoy es autodisciplinamiento, y las fugas cíclicas a territorios vitales no gobernados por la razón instrumental. Tras la fiesta se impone el retorno a la nueva versión de la gran organización.

La vida en el presente requiere la vigorosa gestión de sí mismo. De un lado, alimentar el currículum profesional mediante aportaciones continuas. De otro, cultivar lo vivido como experiencia que tiene que ser imperativamente comunicada en las redes. El sujeto autodisciplinado es un titán que hace frente a todas las programaciones expertas, que alcanzan su propia vida e intimidad. Puedo imaginar su perplejidad multiplicada en los contextos del siglo XXI, así como el vigor de su respuesta. Su célebre metáfora de que es preciso saber atravesar el fuego, parece más dificultoso en la actualidad.
Termino reproduciendo estos poemas que denotan una inteligencia y sensibilidad inquietantes, en un talento automarginado tan relevante.

¿QUÉ TAL TU CORAZÓN?

en mis peores tiempos
en los bancos de los parques
en las cárceles
o viviendo con
putas
sentía siempre una cierta
satisfacción-
no lo llamaría
felicidad-
era más bien un equilibrio
interior
que se amoldaba a
cuanto sucedía
y era de gran ayuda en las
fábricas
y cuando las relaciones
iban mal
con las
chicas
me ayudó
a pasar las
guerras y las
resacas
en las peleas de callejón
los
hospitales
despertarse en un cuartucho
en una ciudad extraña y
subir la persiana-
esa era la clase más loca de
satisfacción.
y acercarme ben el cuarto
a un viejo tocador con el
espejo roto-
mirarme, feo
riéndome de todo.
lo más importante es
saber
atravesar el
fuego.

HOLA, ¿CÓMO ESTÁS?

ese miedo a ser lo que son:
muertos.
al menos no están en la calle, tienen
que permanecer dentro atendidos, esos
pálidos locos que se sientan solos delante del televisor,
sus vidas llenas de risa enlatada, mutilada.
su vecindario ideal
de coches aparcados
de parcelitas verdes de césped
de casitas
de puertecitas que se abren y se cierran
cuando los familiares se pasan de visita
allí las vacaciones enteras
puertas que se cierran
tras los moribundos que mueren tan despacio
tras los muertos todavía vivos
en tu típico vecindario tranquilo
de calles en curva
de agonía
de confusión
de terror
de miedo
de ignorancia
un perro quieto detrás de una valla.
un hombre callado en la ventana.