miércoles, 17 de julio de 2019

EL OCASO DE LA MILITANCIA




El cara a cara fascinado del funcionario y el periodista, del que el puesto de escucha es una variante entre otras, deja fuera de juego a un antiguo papel principal: el militante. El devoto camarada de base, lector y cuestionador, crédulo y creyente, sin presencia social ni relaciones útiles, con la boca y los bolsillos siempre llenos de libracos, mociones de orden, programas del Partido, extractos de los discursos “de antes”- en síntesis, la personalidad militante clásica- se convirtió en algo negativo. El arte del dirigente: saber utilizarlo antes, saber escapársele después (de cada elección). Desde abajo, la visión está invertida. Los “no presentables” que habían “llevado a nuestro partido al poder” a través de años de puerta a puerta y reuniones…no dan crédito a sus ojos cuando ven a hábiles y notables, sus vecinos, a quienes nunca habían visto militar en los años sombríos y que no les destinaban entonces a ellos, ingenuos militantes, más que sarcasmos y pullas, ocupar después de la victoria todos los lugares, empleos, tribunas, antesalas, comedores, mientras sus propias cartas quedan sin respuesta y los Palacios nacionales se cierran ante sus narices. Exeunt los trabajadores sociales, lugar a la “sociedad civil”: aquella que, viéndose en televisión y escuchándose en la radio, tiene una voz y un rostro para todo el mundo (un millar de VIP sobre cincuenta millones de franceses). Quienes tomaron el trabajo electoral sobre el terreno, no serán honrados en París, en el Estado de las imágenes.

Regis Debray. El Estado seductor. Las revoluciones mediológicas del poder

La militancia ha sido una institución asociada al devenir de la izquierda. Los viejos partidos obreros, así como los antiguos sindicatos de clase, se fundamentaron sobre la misma. Adoptando distintas formas, la militancia ha conformado una comunidad moral que ha sustentado a la izquierda política. Los cambios sociales y políticos acaecidos en las últimas décadas, que pueden ser sintetizados en los conceptos postfordismo y postmodernidad, aceleran su decadencia, convirtiendo las comunidades militantes en colectivos cerrados y aislados. El advenimiento de la sociedad postmediática, disuelve definitivamente la militancia, conformándola como un residuo de la fenecida era industrial.

La acción política en el presente, solo puede ser entendida desde la perspectiva de la videopolítica, que modifica radicalmente sus prácticas, contenidos y significaciones. Los eventos políticos tienen lugar para las cámaras de la institución central de la televisión y sus escoltas de las redes sociales. Así, los actores de la videopolítica se definen por las coherencias de su estatuto de visibilidad. Se trata del “millar de VIP”, en las clarividentes palabras de Debray. En este contexto, los militantes adquieren la naturaleza de superfluos para las operaciones políticas esenciales. Pero su posición protagonista en los patios interiores de las campañas electorales, los sitúa en la condición fatal de sospechosos de obstaculizar las maniobras de los líderes y sus cortes de VIP. La nueva política televisada implica una drástica disminución de los actores.

En septiembre de 2013 publiqué en este blog un texto en el que sintetizaba la esencia de los partidos políticos de la izquierda y del pesoe en particular “Los espíritus de la sede”. En este analizaba la gran autopoiesis de estos en el tiempo del postfranquismo. Esta operación de cierre frente al entorno, se funda en la construcción de sus esquemas cognitivos congelados, mediante un proceso de interacción interna que se ubicaba físicamente en el espacio de las sedes. Los nombres de “Génova”, “Ferraz” y otros se encuentran inscritos en los relatos de su devenir. La sede representa el espacio íntimo, cerrado al exterior, en donde tiene lugar un conjunto de procesos de selección de contenidos, de percepciones selectivas, de categorizaciones, de valoraciones y de exclusiones, protagonizado por un grupo singular: la militancia.

La gran crisis que desembocó en el 15 M, ha reforzado considerablemente la videopolítica. Esta ha devenido en un género televisivo ascendente, realizado para un fervoroso público que simultanea su devoción por los avatares de este espectáculo seriado, con el alivio de sus incertidumbres y temores colectivos. En este tiempo, han crecido las audiencias, se ha conformado una masa crítica de espectadores y se han multiplicado y renovado los VIP que alimentan este género audiovisual. La “nueva política” o “el cambio”, se produce mediante una cháchara interminable de conversaciones e imágenes que protagonizan los VIP en los nuevos auditorios ante los magnetizados espectadores. La política deviene en un hecho audiovisual.

En este contexto, la militancia queda integralmente fuera de juego,  adquiriendo el estatuto de impresentable. El militante es un sujeto definido por sus certezas inapelables. Las reglas que constituyen este género audiovisual, privilegian las maniobras, los avances y retrocesos, las medias verdades, la gestión de lo oculto, así como otras estrategias de persuasión y seducción de los comparecientes en el nuevo circo. Los militantes quedan confinados en las tareas de organización de actos, en los que constituyen los fondos visuales en los que tiene lugar la acción de los líderes y VIP. En estos actos, a semejanza del modelo de la televisión, expresan sus emociones mediante aplausos, vítores y otras formas de expresión corporal. El miembro más activo que un militante del presente tiene que ejercitar es el cuello, con el que expresa su asentimiento pautado a las afirmaciones de los líderes o la negación de sus rivales. Así se recuperan las cabezas como factor expresivo.

Recuerdo que siendo un dirigente del partido comunista en Santander, en las primeras elecciones del 77, nuestra intención era conquistar zonas de influencia, sobre todo con los jóvenes. Para ello era esencial comunicar una imagen adecuada. En el primer mitin legal, al que concurrió mucha gente, se presentaron algunos militantes veteranos con un escapulario gigante, que en ambos lados mostraba la imagen de Dolores Ibarruri  acompañada de unos lemas que denotaban una religiosidad civil extrema. Mi intervención enérgica con ellos no tuvo resultado alguno. La imagen que trasmitían era la de una realidad a la que solo se podía acceder mediante un proceso integral de “conversión”.

El caso del pesoe es paradigmático. La militancia se hace presente en las sedes para producir un modo de conocer la realidad manifiestamente sesgado. Pero estos sesgos se hacen compatibles, en los largos años de ejercicio del poder gubernamental, autonómico y municipal, con un pragmatismo fundado en la conservación y expansión de los intereses tangibles de “la familia socialista”. Así la militancia se conforma como un grupo de interés singular, que se constituye sobre los cargos institucionales, asesorías y otras formas estatales de ejercicio del gobierno. Susana Díaz sintetiza muy bien esta situación cuando afirma con su estilo incomparable que “la gente me expresa cariño”.

El advenimiento de la dupla Pedro Sánchez- Iván Redondo ha significado una revolución. El significado de esta emergencia es la adecuación a los imperativos de la videopolítica. Así, han sabido influir en la militancia, que conserva su condición de electores de las instancias dirigentes del partido, con la renovación de los VIP en el gobierno. Estos ya no son los tecnócratas, principalmente economistas, de la época de Felipe González, sino nuevas gentes dotadas de una potencialidad mediática incuestionable. Lo del astronauta ingenuo y el divo de Ana Rosa Quintana, me parece encomiable, apelando a los misteriosos imaginarios de la sociedad postmediática.

Izquierda Unida es un partido de militantes convencionales puros y duros. Estos son los sobrevivientes a incesantes migraciones a otros territorios políticos. La drástica disminución de sus vínculos con las instituciones privilegia el doctrinarismo imaginario de la militancia, enzarzada en continuas polémicas internas carentes de cualquier nexo con las realidades. La tormentosa y cronificada relación entre los dirigentes que consiguen presencia en las instituciones y la base militante cien por cien, constituye su identidad como organización tanato-histórica. Solo conserva pequeños feudos en los que tiene presencia institucional, que reconstituyen sus lazos con el exterior. Pero, pese al proceso de autodestrucción interno, algunos dirigentes han conseguido mantener su capital mediático mediante su alianza con Podemos. De este modo, también cumple con el precepto de la preponderancia de los VIP, de los que Garzón es el emblema.

En podemos no existe tradición alguna de militancia. Se trata de un partido que define a sus miembros como “los inscritos y las inscritas”. Esta palabra tiene un rigor incuestionable. La actividad del partido tiene lugar en las instituciones políticas de todos los niveles. Así se conforma como un núcleo duro formado por los elegibles como candidatos y su escolta de asesores. Estos constituyen la base de las distintas asambleas a las que recurre periódicamente la dirección. Junto a ellos, un contingente de incondicionales que se hace visibles en los actos partidarios mediante comportamientos efusivos hacia los líderes providenciales. Los demás son electores de las consultas virtuales, que entran y salen de la situación.

Tanto el pesoe como podemos, manifiestan una convergencia en los papeles que desempeñan los afiliados. Se puede sintetizar mediante tres niveles: Las direcciones políticas; los notables elegibles que se manifiestan como un grupo de interés dependiente de los avatares electorales; los incondicionales participantes en las emociones suscitadas por los líderes, y una base difusa y desdibujada. La militancia tradicional tiende a menguar en vías de su desaparición definitiva. En la videopolítica solo cuentan los que cumplen los requerimientos de la visibilidad. Estos son los dotados para el espectáculo político que tiene lugar en los cuadriláteros mediáticos.

El ocaso de la militancia remite a la modificación de los escenarios en los que tiene lugar la deliberación política. Ahora son los platós los que asumen esta función en régimen de monopolio. La militancia deviene en un estorbo impertinente para un juego definido por los golpes de efecto y las maniobras, cuya única instancia evaluadora es lo que se denomina como “la maldita hemeroteca”. Mi pronóstico es que nadie convocará un funeral digno para esta venerable institución de la militancia.

En estas coordenadas se puede plantear el problema de la izquierda política. Se trata de preguntarse  acerca de la factibilidad de los cambios que propone en un contexto de movimientos sociales débiles y sustentados en segmentos de la opinión pública que crecen y menguan según los estados de excitación catódica. El perspicaz Bauman, mediante su brillante metáfora de lo líquido, ofrece una perspectiva sólida para comprender el estado de la izquierda. Me permito la ironía de afirmar que las imaginaciones son sólidas, las realidades líquidas y las estrategias gaseosas e ingrávidas.




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