jueves, 31 de enero de 2013

EL DESCENTRAMIENTO

En el tiempo presente el crecimiento del producto interior bruto, que constituye un indicador del incremento de la producción de bienes y servicios, adquiere una centralidad absoluta. Las instituciones económicas y políticas, así como los medios de comunicación, entienden la situación de las sociedades nacionales, en relación dependiente de esta magnitud. La nueva economía, polarizada en torno al crecimiento del PIB, remodela todas las esferas sociales, que con anterioridad estaban dotadas de autonomía, tales como la educación o la producción de servicios sanitarios, entre otras. Estas esferas se reformulan e integran en la lógica del crecimiento. Su valor ahora resulta de su aportación a la economía global definida en los sacros términos de crecimiento.

De esta focalización por el crecimiento de la economía resulta una cosmovisión determinada, que al subordinar otros hechos y procesos sociales al crecimiento económico, construye áreas de invisibilidad de gran envergadura. En las sociedades actuales coexisten varios procesos de estructuración de signo contrario, de lo que resulta un alto grado de complejidad y desintegración. Al concentrar la mirada en la producción de bienes y servicios, en exclusiva, se construye una cosmovisión descentrada, cuya consecuencia más importante es la disminución de la capacidad cognitiva de las élites políticas y económicas, así como de sus terminales mediáticas.

La cosmovisión descentrada implica una gran distorsión en la construcción de la realidad, resultando ininteligibles numerosos fenómenos sociales, sobre los que la sombra del crecimiento del PIB hace difícilmente visibles. Una conceptualización relacionada con la cosmovisión descentrada puede ser la de la “crisis de la inteligencia” formulada por Crozier. De este modo se hace inteligible el creciente desencuentro entre la racionalidad de las élites del crecimiento del PIB y las racionalidades preponderantes en diversos sectores sociales, perplejos por la lógica incomprensible que subyace en muchas decisiones de gobierno en todos los niveles.

La cosmovisión descentrada termina constituyendo una ideología, entendida en el sentido convencional, la ideología del crecimiento, que comporta una mirada mutilada sobre la realidad social. En el exterior de su núcleo duro, se ubican no pocos procesos y acontecimientos que se producen con cierta autonomía de los procesos que configuran el PIB. Esta ideología, sobre sus áreas ciegas crecientes, constituye las bases de un nuevo autoritarismo, desde el que cada vez más sectores sociales adoptan comportamientos ininteligibles, siendo condenados al estatuto de irracionalidad. Asimismo, genera un extraño sentido común ajeno a la vida.

De la cosmovisión descentrada de las élites, y de la cultura que genera, resulta un extrañamiento creciente con respecto a las sociedades. Su elemento principal es un distanciamiento cognitivo y afectivo que se manifiesta en términos de malestares y conflictos latentes. Desde esta distancia creciente, los problemas sociales se entienden más desde la perspectiva del sistema penal. La explosión de la ideología del crecimiento del PIB implica el incremento de las áreas convertidas en conflicto, que derivan hacia procesos de penalización progresiva. Las élites políticas, económicas y mediáticas abren el camino de los jueces-estrella y comisarios de policía providenciales. Aquí se expresan nítidamente las carencias cognitivas y afectivas de las autoridades protagonistas de la transición hacia el neoliberalismo avanzado.

En este texto voy a plantear una aplicación de los efectos del descentramiento. Se trata del manido problema del alargamiento de la juventud, sobre el que se han producido varias versiones y hasta alguna controversia. Pero este asunto se entiende como un mero problema sectorial, y por consiguiente, no incorporado al núcleo de la agenda pública ni al imaginario oficial. Sin embargo, se trata de un hecho social vinculado con las estructuras sistémicas. Los factores que generan este problema resultan de la concurrencia de la emergencia de un nuevo sistema productivo fundado en un sistema tecnológico en acelerado desarrollo, con la globalización, entendida como la creación de un nuevo espacio-mundo para la producción y el consumo. El resultado de esta concurrencia es la disminución, en los países centrales del sistema-mundo, de mano de obra necesaria para la producción, en términos cuantitativos.

La sobreabundancia de mano de obra en relación a las necesidades productivas se ha acumulado en los últimos treinta años, en los que se ha expulsado del mercado del trabajo a grandes contingentes de trabajadores industriales, que no han sido compensados con la expansión de nuevos trabajadores cognitivos y de servicios. Los mercados de trabajo nacionales, en términos de contabilidad de entradas y salidas, son o tienden a ser deficitarios. En los años dorados del excedente económico se ha podido paliar este problema financiando actividades relativamente superfluas para sectores jóvenes que el mercado no podía absorber inmediatamente, tales como proliferación de becas, prácticas con distintos grados de simulación, tipos de contratos específicos y otros. Pero la verdad es que cada vez se retrasa más la entrada al mercado de trabajo.

El resultado de estos procesos es que en una sociedad que se designa a sí misma como sociedad de progreso, un niño es ingresado en la educación preescolar a los tres o cuatro años, continuando escolarizado en los terceros, o, tal y como van las cosas, en los siempre penúltimos tramos de la educación, cuando se encuentra cercano a los treinta años. Esto quiere decir que está escolarizado alrededor de veinticinco años de su vida. Sí, veinticinco años, veinticinco ¿se puede considerar normal o natural?

La segunda dimensión de la escolarización expansiva radica en la siguiente cuestión. Una sociedad de tan alta productividad y que no necesita inmediatamente el trabajo productivo de los jóvenes sobreescolarizados, se encuentra en condiciones de ofrecer una educación multidimensional. Los primeros intérpretes de la informatización de las sociedades lo sugerían así. Un autor como Yoneji Masuda, afirma el precepto de que la informática nos libera de muchas tareas, por consiguiente, de su desarrollo resultará una sociedad de “florecimiento cognoscitivo individual”, muy rica y densa en la creación literaria y artística.

En veinticinco años de escolarización un ingenuo podría pensar que el resultado sería un sujeto denso, que junto a su formación profesional conocería varios idiomas y culturas, tendría una formación musical mediante el dominio de algún instrumento, formaría parte de grupos de teatro o poesía, o sería un artista creativo en la pintura o escultura, o un creador de imágenes en la fotografía, vídeo o cine, participaría en tareas sociales de solidaridad y desarrollaría las capacidades de su cuerpo. Un sujeto multidimensional creativo que vive en una densa trama de grupos autónomos que impulsan proyectos de actividades creativas. En ese mundo, las instituciones especializadas en formación ocupacional serían sólo una parte de las actividades de los sujetos en formación y no tendrían paredes ni muros, ni los alumnos serían sentados en filas.

No. No es esto. Se trata de veinticinco años dedicados en exclusiva a la formación ocupacional con alguna excepción. Veinticinco años brutos transitando por un circuito formado por ciclos, etapas, pruebas e instituciones, destinados a conformar un sujeto ensamblado en el sistema productivo del crecimiento del PIB. La novedad más inquietante es que, después de los veinticinco años, la inserción en el mercado de trabajo se efectúa en peores condiciones. Palabrotas terribles como minijobs, precariedad, contrato de inserción y otras designan que la integración de las personas, ya treintañeras, se efectúa también por etapas y con temporalidades acumuladas a los veinticinco años básicos.

Para supervisar este proceso emergen distintas tecnocracias escrutadoras de las competencias adquiridas en los largos años de tránsitos, en este caso, casi siempre insulsos. La sombra de la evaluación permanente, de la selección en cada etapa de los que seguirán una u otra trayectoria en el camino hacia los mercados de trabajo, ya jerarquizados. En esos tránsitos insulsos se conforman distintos misterios como son, entre otros, que los profesores convencionales son desplazados en la evaluación por las tecnocracias de las agencias, o que, en el final del viaje, para la mayoría, la temporalidad biológica comienza a declinar antes del comienzo de la temporalidad laboral. Demasiadas incongruencias.

Desde la racionalidad imperante del crecimiento del PIB, el problema sería transformado a sus premisas básicas. Las distintas versiones de esta ideología, que pueden ser representadas por personas que desempeñan funciones de gobierno en altos niveles del estado-mundo, tales como Luis de Guindos o Joaquín Almunia, por poner un ejemplo, propondrían soluciones en términos de equiparar una décima del PIB con una cifra de empleo. Luego la solución sería crecer décimas de PIB, siempre crecer.

El argumento que he seguido en este texto es distinto. En síntesis, he afirmado que existen incongruencias entre varias estructuras sistémicas esenciales, de cuya incompatibilidad resulta un proceso cuyo resultado es la marginación de un alto contingente de personas. Esto es lo que he querido decir: marginación, un proceso complejo de marginación, que no es percibido desde el entramado de una mente articulada en torno al crecimiento del PIB. Mañana colgaré en el blog la segunda parte, que explora esas marginaciones y los comportamientos de los marginados, siempre congruentes con sus condiciones de existencia, pero incongruentes con las prescripciones emanadas desde las instituciones del crecimiento.

Luis y Joaquín: entiendo que, seguramente, en el caso de vuestros hijos, disponéis de recursos suficientes para salvar ese dilema de los veinticinco años insulsos y reconvertirlos en el inicio de una verdadera carrera profesional presidida por el éxito. Pero para la mayoría de las personas me temo que no es posible. He dicho.

martes, 29 de enero de 2013

HACE UN MES

Este blog cumple un mes. Ha recibido más visitas de las esperadas y ha producido pequeños acontecimientos en mi sensibilidad, tales como reencuentros con algunas personas que se ubican en mi recuerdo. En tanto que profesor, desde hace muchos años, soy testigo de los tránsitos de muchas personas que pasan por mi clase y se diseminan después por trayectos múltiples. El blog me ha ayudado a redescubrir a algunas de esas personas entrañables de mis pasados. Muchas gracias a todas las personas que se han parado aquí.

Asimismo, he sido bien recibido en la blogosfera, en particular por un grupo de médicos, varios de ellos blogueros experimentados y sólidos, que han recomendado Tránsitos Intrusos. En particular amantea de Elena Serrano. Un apoyo muy importante es el de Juan Gérvas, quien media hora después de editar la primera deriva diabética, me escribía para corregir erratas incluyendo una valoración. Asimismo, Juan ha escrito un texto, marca de la casa, en Acta Sanitaria, en el que se apoya el argumento de mi texto, desarrollándolo desde la perspectiva profesional médica. http://www.actasanitaria.com/opinion/el-mirador/articulo-ser-diabetico-o-tener-diabetes-ser-diabetico.html Más adelante escribiré sobre Juan Gérvas en tanto que representa un arquetipo personal poco frecuente.

El envés del blog es que en este tiempo apenas se han producido comentarios. Publiqué los tres primeros y he recibido después varios que hacían elogios sin aportar nada nuevo. Como he vivido y vivo en un estado de adhesiones inquebrantables, no publicaré nada en esa línea. Pienso que los comentarios tienen que aportar cosas, subrayar, matizar, enfatizar, desarrollar, formular dudas o preguntas, o suscitar objeciones o críticas. Espero que no me dejéis sólo aquí al estilo de las clases de la universidad. Pero la contrapartida es que he recibido en mi correo no pocos mensajes, algunos fantásticos, con algún comentario sustancioso.

En cualquier caso no me importa mucho el número. Recuerdo una lección soberana que hace años me dio un médico. Fui invitado a una mesa por el entonces gerente del Hospital Virgen de las Nieves de Granada. Me advirtió sobre la brillantez de uno de los ponentes, un médico del hospital Valme de Sevilla, destacado pionero de la Medicina Basada en la Evidencia, de la que, por cierto, años después pienso que es un arma de destrucción masiva de la medicina. Cuando me lo presentaron me dijo “de la universidad, entonces eres un degenerado”. Cuando le pregunté acerca del fundamento de este juicio sumarísimo me contestó diciendo que “durante mucho tiempo hablas de un tema que dominas a mucha gente que carece de interés por el tema, y así se genera una deformación”.

Por el contrario, comentó que “cuando una o dos personas se interesaban por sus temas, se generaban largas conversaciones en las que ambas partes intercambiaban y disfrutaban”. No es el número lo importante, sino la calidad del vínculo. La verdad es que me dejó, como dicen los castizos, muerto. Pero esta lección me ha proporcionado muchas energías para dignificar y llenar de sentido mi trabajo docente. Por eso disfruto con el blog, porque pienso que quien lo visita es por interés. Las recompensas en términos de papeles, certificados, créditos o bocadillos no tienen lugar aquí.

Supongo que a estas alturas ya habréis descubierto que detrás de esta pantalla se encuentra un ser analógico venido del pasado. El aspecto, a día de hoy, del blog expresa mi estado de infancia digital y de conectividad menguada. Espero que respetéis mis ritmos, pero es seguro que en un tiempo corto, este blog se vaya poblando de links, interacciones y elementos de la videosfera. No puedo dejar de citar a mis amigos Pablo y José Luis, jóvenes digitales que me ayudan con un sentimiento paternal.

Por último quiero contaros que lo estoy viviendo bien. Para mí representa una línea de fuga del mundo de las instituciones académicas, que experimentan una crisis de gran envergadura. Por eso voy a hacer hoy una analogía con una película de uno de los directores de cine influyentes en mi juventud, Françoise Truffaut. En su primera película, Los cuatrocientos golpes, presenta a un adolescente en el París de los años cincuenta, cuya trayectoria termina en transgresiones que le conducen a ser internado en una severa institución correctora. Truffaut desvela el mundo de su familia, la escuela y su entorno, que lo determinan como un ser humano desintegrado.

El vídeo es el final de la película, cuando Antoine Doinel escapa del correccional y en su fuga descubre el mar, en unas playas del norte de Francia, donde la bajamar produce un panorama asombroso, que remite en mi memoria al Cantábrico de mi infancia y de mis años de Santander. La libertad del mar en contraposición al encierro. Algo similar me ocurre a mí en mi fuga a Tránsitos Intrusos.

domingo, 27 de enero de 2013

SEGUNDAS REBAJAS EN CONGRESOS PARA UNIVERSITARIOS

En la entrada anterior “Los señores de la fábrica de méritos” del 15 de enero, mostraba un email cuyo contenido representa muy certeramente la actual realidad universitaria, en la que los profesores somos convertidos en puntos de anclaje para congregar audiencias de estudiantes para las actividades de las élites académico-mediáticas. El antiguo bocadillo ha devenido en dos papeles para añadir a la cesta de méritos que se presenta a las agencias de evaluación. Distintos colegas me han confirmado que esta práctica es habitual en el paisaje cotidiano de la universidad, ahora definida como empresa, lo que implica entender a los estudiantes como compradores de méritos para facilitar su circulación en el largo y azaroso camino de la inserción en el mercado laboral.

Pues bien, parece que mi mensaje, que es como una botella arrojada al océano, ha contribuido junto a los mensajes de otros colegas a una moderada rectificación. He recibido por varias fuentes el nuevo correo de la segunda oleada de captación de este congreso. En el mismo hay algunos cambios significativos. Por un lado se elimina el aspecto más insólito, como es la proposición de aumentar las notas a los asistentes al congreso, de otro, se ofrecen unas sustanciosas segundas rebajas en consonancia con el final del empinado mes de enero. Pero los contenidos siguen mostrando, con una precisión desgarrada, la verdadera concepción que se tiene de los profesores y los estudiantes, como base que sostiene a unas élites académico-empresariales-mediáticas, que los reclaman como público financiador, además de productor del elemento simbólico más definitorio de la nueva sociedad del espectáculo: un fuerte aplauso.

Los cambios en síntesis son los siguientes:
  • Se pide disculpas por no dirigirse de forma individual al profesor. Se dice que son miles y que por esta razón los mensajes se envían en grupos de 15-20.
  • Se reitera en la finalidad de conseguir alumnos y para ello se propone que se les informe, así como se ofrecen descuentos para todos.
  • Se enlista a los beneficiarios de esos descuentos: estudiantes / diplomados / licenciados / graduados / colegiados / profesionales / parados. Todas estas categorías se benefician de un 10% de descuento.
  • Se sugiere que el profesor escriba el link en la pizarra y dedique dos minutos a dar información verbal.
  • Se propone enviar el link a los alumnos actuales y a los de años anteriores.
  • Se hace una nueva oferta consistente en: por acreditar cuatro alumnos matriculados, inscripción gratuita en uno de los congresos; por ocho alumnos, en los dos. Las palabras textuales utilizadas son “completamente gratis”. Esto representa una ventaja con respecto a la primera oferta de gratis total por acreditar la matrícula de 15 alumnos.
Las segundas rebajas mantienen el mismo concepto de los profesores y estudiantes como receptores pasivos de contenidos, que actúan movidos por su interés en el tráfico de méritos académicos. Lo que se ofrece es un papel canjeable que no remite a ningún contenido específico en términos de conocimiento. Pero esta campaña de grandes rebajas académicas tiene el mérito de expresar nítidamente algunos supuestos de la educación en el nuevo capitalismo cognitivo.

El contenido y las formas del mensaje son característicos del caciquismo. Ni siquiera trata de convencer mediante los contenidos del congreso y los beneficios para los participantes en términos de conocimiento adquirido. Se limita a mostrar las figuras académico-mediáticas, vendiéndolo como un bien de consumo, rebajando su precio y ofreciendo ventajas a los colaboradores en la congregación de los asistentes. De este modo opera siguiendo el modelo del caciquismo tradicional de origen agrario, reconvertido en el presente en caciquismo académico, imperante en no pocos feudos disciplinares.

La petición de disculpas inicial por no dirigirse en persona y ser integrado en grupos de 15 ó 20 es antológica y refuerza la idea del caciquismo. Sin dirigirse a un profesor personalmente le pide que le lleve alumnos a cambio de dos papeles. El desprecio subyacente a los profesores, entendidos como pastores de estudiantes, remite a las plazas de los pueblos donde los caciques contratan las cuadrillas para la realización de las labores agrícolas. Ahora se trata de reclutar cuadrillas cognitivas y las plazas han devenido en las aulas de los másters o últimos cursos de las ya declinantes licenciaturas. Me ha despertado la nostalgia por la revista Triunfo, que desde los años sesenta se ocupaba con humor y rigor de cuestiones similares.

Pero la identificación de los sectores beneficiarios de los descuentos es sencillamente prodigiosa, en tanto que revela el núcleo del proyecto de las reformas educativas. Los estudiantes, los graduados, los licenciados, los colegiados, los diplomados, los profesionales y los parados constituyen la masa cognitiva necesaria para configurar la base de la nueva producción inmaterial. Es la materia humana necesaria para cimentar las actividades de las empresas innovadoras, que además emplean a los trabajadores cognitivos seleccionados en los centros acreditados en el futuro mercado de máster. Las categorías citadas, constituyen la masa crítica requerida homologada en los grados universitarios, a la que se suman los contingentes de los másters que no hayan logrado alcanzar una inserción laboral de primer nivel.

Con toda franqueza, me niego a colaborar por los papeles que se ofrecen. Pero me lo pensaría si fuese compensado con algún bocadillo, pues éste se encuentra rodeado de un encanto especial para mi generación. Pero en este caso, la recompensa es más compleja. No sólo es necesario determinar la relación entre el número de bocadillos y estudiantes registrados, sino que, además, comparece una nueva variable esencial que hace los cálculos más complicados: el contenido de los bocadillos. En el pasado más de uno me ha engañado con bocadillos de mortadela de ínfima calidad. Pero si el bocadillo es de jamón ibérico, o de un buen embutido o queso, sería para sopesarlo. No obstante, aparecería una nueva dificultad: la homologación del contenido de los bocadillos. En el caso de que todos fueran iguales se generarían rencillas. Ahora entiendo la lógica del congreso, es mejor dar papeles, que son más homologables.

martes, 22 de enero de 2013

AMALIA Y AURI

Mi infancia fue anterior a la explosión del prêt-à-porter y la aparición de Zara, H&M, Mango y tantas otras catedrales del cuerpo y sus vestimentas. En mi familia, perteneciente a la exigua clase media de la época, venían a casa a coser dos costureras, Amalia y Auri. Cada una lo hacía un día a la semana, y trabajaban toda la jornada en una máquina de coser, transformando las telas en prendas de vestir. En estos años donde todavía no había televisión, los tiempos cotidianos eran muy pausados y dilatados. Los días que venía la costurera constituían un acontecimiento para mis hermanos y para mí.

Amalia y Auri eran unas personas entrañables, llenas de cordialidad, paciencia con nuestras travesuras, cariñosas y comprensivas. Durante largos ratos nos contaban cuentos que le pedíamos que nos repitiesen a la siguiente semana. Cuando hacían alguna prenda  para mí, me encantaban las pruebas. Me tomaban medidas, para lo que manipulaban suavemente mi cuerpo requiriéndome a abrir los brazos o a girarme hacia algún lado. Todo concluía colocando agujas para seguir configurando la prenda. Toda mi vida he conservado el gusto por que me prueben ropa y manipulen mi cuerpo, aún hoy es una de mis nostalgias. Carmen lo sabía bien y hasta el final me probaba pacientemente los bajos de los pantalones que me compraba en alguna de las catedrales del consumo.

Durante toda la jornada, especialmente Amalia, nos contaba muchas cosas y nos daba noticias de su mundo, para nosotros muy lejano. Su pueblo de origen, no recuerdo si alguno de las Castillas o de Extremadura,  y el barrio en que vivía. Para nosotros, niños del barrio de Salamanca, nos sonaban muy lejanos los nombres de la periferia del Madrid de entonces: Vallecas, Tetuán, Carabanchel o Villaverde. Ellas eran muy discretas y  nunca hablaban de sus barrios, pero cuando se marchaban, mi padre nos comentaba que eran barrios llenos de miseria y de comunistas, imprimiendo un misterio que siempre despertó mi curiosidad. Años después, siendo yo mismo militante comunista, descubrí esos barrios ya en transformación por efecto del crecimiento económico del fin del franquismo. Muchas veces he tratado de imaginar el trayecto de Amalia y Auri entre sus barrios y nuestra casa. Supongo que lo harían en el metro con algún trasbordo  y un largo camino a pie en zonas urbanísticamente desoladas, pobladas por gentes de vida difícil.

Amalia y Auri eran unas personas grandes en su sencillez e insignificancia. Sus aspiraciones eran tan bajas que se conformaban con lo que la vida les proporcionaba. La situación social en que se encontraban era muy dura y con escasas alternativas. Lo importante para ellas era sobrevivir día a día y alimentar esperanzas para el futuro, más para sus hijos que para ellas mismas. Su personalidad era muy diferente a la de la sociedad de consumo del presente, en la que las aspiraciones se disparan al alza de modo que generan frustraciones. Ambas parecían extraídas de alguna película del realismo español de la época. Cuando veo Calabuch de Berlanga, tan hermosa, poblada de seres humanos ingenuos, desinteresados y convivenciales, no puedo evitar acordarme de ellas.

Al finalizar la jornada, ya muy avanzada la tarde, se despedían muy afectuosamente. Mi madre les pagaba su jornal y les daba la cena que consistía en un huevo y una patata, un trozo de pan y una pieza de fruta. Recuerdo su respuesta agradecida en tanto que iba más allá de sus expectativas. Lo esperado era el jornal, estipulado e innegociable, y la comida. La cena era un exceso de generosidad de mi madre que ellas recibían encantadas. Alguna vez pregunté a mi madre por qué les daba la cena y ella me respondía diciendo que eran muy humildes. Entonces me preguntaba qué es lo que cenarían sus familiares.

Pocos años después el movimiento obrero fue conquistando laboriosamente derechos para los que trabajaban en las fábricas y oficinas. La negociación colectiva, el derecho a la huelga, la jornada laboral, el contrato de trabajo, el salario mínimo, el derecho de sindicarse y otros. Esos derechos nunca llegaron a las trabajadoras domésticas e informales como Amalia y Auri, así como a otros sectores laborales informalizados. En mis años universitarios, cuando iba muy de mañana a la facultad en el metro, me gustaba mirar a la gente y adivinar quién sería trabajador formal y quién informal.

En el tiempo presente, la gran reestructuración neoliberal ha invertido la tendencia laminando sucesivamente a distintos sectores laborales, convirtiéndolos en informales. El tiempo actual es el del trabajo en negro. Imagino a las Amalias y Auris de hoy. Viven en un mundo que ofrece más posibilidades de desarrollo personal en tanto que el terreno laboral se encuentra bloqueado. Transformadas al tiempo en recursos humanos móviles y consumidoras expansivas, su situación es explosiva. Sus frustraciones son mayores al no alcanzar las aspiraciones y necesidades establecidas desde las maquinarias comerciales y mediáticas que sobreponen sobre ellas.

El trabajo doméstico e informal se abarata y desregula drásticamente para lo que es preciso construir mediáticamente su desvalorización y su menosprecio. Ésta es una de las cuestiones más necias de la época. Mientras se incrementa el volumen y la importancia de los cuidados personales, se desprestigia este trabajo esencial.

Cuando cojo el autobús en la ciudad donde habito prefiero el 8 que el C. En éste viajan más universitarios. En el 8 predominan los trabajadores informales en negro, desplazados de las estadísticas oficiales,  así como las trabajadoras domésticas, ahora procedentes de mundos todavía más lejanos que los de las costureras de mi infancia. Pero las personas que realizan ese viaje incierto a la fortaleza europea, bien procedan de la frontera sur, este o de América Latina, tienen la misma grandeza que las costureras y el trabajo que desempeñan es igualmente importante en todas sus dimensiones. Por eso me siento privilegiado cuando voy en el 8, a pesar de que me pregunte por la cena de mis vecinos de viaje, porque comparto ese trayecto con  gente tan grande como Amalia y Auri.

sábado, 19 de enero de 2013

LA ENFERMEDAD Y LA VIDA

DERIVAS DIABÉTICAS

Cuando tenía doce años vivía en Bilbao. La masturbación era una de mis principales líneas de fuga de la férrea disciplina familiar y escolar de la época. Los buenos momentos de la vida eran los vividos desde los resquicios en los que podía liberarme del control de los adultos. Los trayectos de ida y vuelta al colegio, las salidas los domingos por la tarde con los amigos, los partidos de fútbol en el patio del colegio y los cuerpos de las chicas que se cruzaban en las calles alimentando mi imaginación en los momentos de oscuridad en casa, donde me masturbaba en la soledad absoluta. Todavía me gusta ver las salidas de los colegios o las clases en la universidad en las que se produce un estallido de energía multiplicando las risas, bromas, conversaciones de tono y ritmo rápidos, y los movimientos vigorosos de los cuerpos liberados del control escolar.

El problema de mi masturbación eran los controles que comportaba la confesión con el capellán de mi colegio. Todavía no sabía lo que era un panóptico, pero el capellán ejercía de tal. Desde el confesionario tenía una visión demasiado real de todos nuestros pecados. Mi primera resistencia fue liberarme de la confesión con el capellán. En la iglesia de los jesuitas cercana a mi domicilio comencé a buscar un confesor adecuado. Todos los que encontré eran muy entrometidos en la cuestión de la masturbación. Por fin encontré uno que apenas conversaba y se comportaba automáticamente dictando penitencias, el padre C.

Pero cuando nos fuimos conociendo, descubrí que el padre C. tenía una pronunciada mente epidemiológica. Yo seguía la estrategia de narrar mis pecados en una lista que recitaba a ritmo rápido y, en el medio, situaba las masturbaciones, protegidas por pecadillos más tolerables. Cuando las citaba, me mandaba parar y me hacía repetir el número. Desde ahí, ratificando que las sucesivas penitencias no tenían los resultados deseados, escaló preguntando por el número de días desde la última confesión. Así calculaba la tasa y sentaba las bases de integrarla en una serie. Esto me inquietaba, pero peor era el capellán del colegio.

El siguiente escalamiento consistió en decirme “te vas a morir porque la sustancia que sale cuando te masturbas es del interior de los huesos. Cuando termines con ella, morirás”. Como no tenía con quien contrastar esta información me inquieté mucho. No tenía alternativa, lo que hice fue seguir masturbándome con gran inquietud y comenzando a hacer cálculos. Pero aprendí a disfrutar más pues pensaba que cada una era de las últimas, un producto escaso que dirían los economistas. Tenía remordimientos y calculaba cuántas me quedarían hasta vaciar mis huesos y desencadenar tan fatal desenlace. No me privé y me convertí en un solitario artista que había superado la forma mecánica de masturbarme para hacer de cada una un arte menor. El placer era irrenunciable, pero había que negociar con él y dosificarlo.

Casi idéntico proceso se repitió en mi vida muchos años después. Diagnosticado de una diabetes tipo, 2 me traté durante años con Daonil y una vida sin ninguna renuncia, negando así la enfermedad. Un frío día de enero terminé con una cetoacidosis diabética severa que me llevó a las urgencias de un hospital. Había ganado el concurso de méritos para pasar a una diabetes de tipo 1. En los años transcurridos hasta hoy he tenido que vivir con la enfermedad y transitar permanentemente por el laberinto de los servicios de salud.

El impacto psicológico de la cetoacidosis diabética y mi nueva situación fue de gran envergadura. En los primeros días se configuró una analogía con la situación de la masturbación narrada anteriormente. Yo pensaba en mi vida diaria, en mis placeres y mis capacidades, en mi futuro, y me preocupaba por las pérdidas. Pero en mi relación con los médicos fui entendiendo su distanciamiento de la vida. Se entendía ésta como una taxonomía de prohibiciones en relación al estado de un conjunto de variables clínicas y el sentido de la asistencia era superar los controles cíclicos con resultados próximos a los promedios considerados como aceptables.

Lo decisivo es acreditar un nivel de hemoglobina glucosilada razonable y unas analíticas que me ratificaran como enfermo controlado, mejorando así el numerador del resultado de la lucha por el control de la diabetes de la unidad clínica. La vida, mi vida, es entendida desde esta perspectiva biomédica, como un conjunto de elementos desagregados de nutrición, sexualidad, trabajo y otras actividades o funcionalidades que conforman lo que llaman "estilo de vida", y que es otra cosa distinta que la vida real. Los sentidos en ese estilo de vida convierten el placer de comer en una palabrota terrible, la "ingesta", que se compone de tablas de calorías, de relaciones entre hidratos de carbono, proteínas y otras palabras lejanas a las tablas de embutidos que sirven en los sitios mágicos de la ciudad que vivo.

En mi estancia en el hospital, tenía un compañero de habitación que era un muchacho de dieciocho años, diabético desde niño, por consiguiente atendido y enseñado a afrontar con rigor los problemas de la enfermedad. Después de años de un control aceptable había llegado a la adolescencia, lo que implica, como ser social, salir por las noches de los viernes y sábados con los amigos. Los chicos de esa edad viven las noches en ambientes de euforias que acompañan a distintas prácticas siempre combinadas con coaliciones entre el alcohol, humos múltiples y polvos de distinta naturaleza. Las salidas y otros acontecimientos de su transición vital habían desestabilizado su diabetes y se encontraba en una crisis.

Ésta era la razón de su hospitalización. Se sobreentendía que era un castigo a sus malos resultados y una terapia de choque para inculcarle miedo. Cuando tenía buenos resultados en las glucemias del día le recompensaban después de la cena con un yogur de frutas. En mis conversaciones con él se confirmaron mis peores presagios. Le imputaban malos resultados y le requerían a no beber alcohol y seguir estrictamente su dieta. Pero no entraban en su vida ayudándole a buscar una alternativa a tan difícil situación, pues era imposible abstenerse en esa situación social, en la que el grupo y los climas de euforia eran innegociables.

Aquí comprendí el sistema de sentidos de la asistencia biomédica y su incongruencia con las condiciones de la vida de algunos enfermos crónicos. La visión de la vida de los pacientes es trivial, formada por un conjunto de clichés con máscara modernizada, pero en el fondo el mensaje es la abstención total, absoluta, para vivir focalizado en la siguiente analítica. Se sobreentiende que el enfermo es una máquina de calcular racional y un sospechoso de transgresión. Algunos enfermos llaman a la hemoglobina glucosilada “el chivato”. Las alternativas son la abstención o el castigo ejecutado por la enfermedad.

Pero la vida no es el sumatorio de las pautas del estilo de vida construido por tan científicos expertos. La vida es un complejo conjunto de procesos en el que se suceden situaciones, experiencias, pequeños momentos fantásticos, placeres, estados personales, relaciones, sentimientos y emociones múltiples, momentos de cálculos y reflexiones, de ficciones, de sueños y proyecciones, de malestares y satisfacciones. En cada persona y cada situación, uno de los elementos de lo que denominan estilo de vida, tanto los sistemas comerciales múltiples, así como los psi y de salud, tiene un valor determinado por el conjunto de la situación y dinámica de la persona. Para la entrañable diabética de una de las películas de Almodóvar, suegra de un taxista, la merienda con magdalenas que devienen en sopas dulces celestiales, representa su mejor momento de la ajetreada jornada, porque en su vida no hay otras gratificaciones inmediatamente accesibles y posibles.

El resultado de la condición de enfermo diabético implica compatibilizar el tratamiento, tan estricto y restrictivo, con el descubrimiento y la invención de espacios minúsculos y posibles de tu vida diaria en los que puedas experimentar placeres, gratificaciones y compensaciones. Es preciso aprender a ser una persona integrada en entornos sociales difíciles, porque se resisten en reconocer y aceptar las limitaciones inherentes a tu persona inseparable de la enfermedad. Tienes que aprender a gobernar los procesos largos, las crisis, los avances y retrocesos. También a manejar tus miedos a los posibles futuros amenazadores. Tienes que saber utilizar la atención médica aún cuando descubras que el profesional se focaliza en los resultados de los controles y tú en maximizar tu vida entendida en términos de gratificaciones posibles. Además es muy importante confirmarte a partir de lo que haces y puedes hacer, aportaciones en el trabajo, en cualquier otra función social y en tus relaciones o los mundos en que vives. Es preciso construir una imagen a partir de tus potencialidades, capacidades y funcionalidades, que sea el fundamento de tu autoimagen en la que quepa tu orgullo diabético, y se sobreponga a la dominante en la biomedicina, que, a pesar de tan sofisticadas máscaras, está constituida por lo contrario, por tus discapacidades, problemas patológicos y pronósticos inciertos.

Termino afirmando que la categoría enfermo diabético es una ficción derivada de la homologación con el criterio exclusivamente biológico. Lo que nos une es que tenemos el páncreas averiado y éste es el comienzo de complicaciones que pueden ser comunes. Nada más. En lo demás cada uno vive en distintos mundos, responde a la enfermedad como sabe y puede, y se encuentra definido por su subjetividad y las prácticas que conforman sus vidas.

Seguiré con mis derivas diabéticas en este blog.

lunes, 14 de enero de 2013

LOS SEÑORES DE LA FÁBRICA DE MÉRITOS

Si a alguna persona de las que sigue este blog le parece exagerada mi definición de la fábrica de méritos y de sus leales servidores, los docentes devenidos en traficantes de méritos, voy a poner un ejemplo. Es la primera intrusión efectiva que hago en este blog. Para mí lo que sigue es muy importante porque es una pequeña grieta en la ley del silencio que rige en muchas organizaciones y representa bien el déficit democrático español.

Ayer, día 12, recibí un correo en mi dirección de la universidad. El asunto era: Estimado/a Docente: 2 congresos gratuitos para usted si. Copio partes del mensaje:
Estimados/as. Docentes:
Saludos. Me presento: Soy presidente del Comité científico y organizador de los 2 congresos internacionales que estamos organizando. Este email es para pedirles su colaboración y para informarles del 3PET 2013 (III Congreso Internacional Virtual de Inteligencia Emocional y Nuevas Herramientas en Psicología, Pedagogía, Psicopedagogía, Trabajo Social y Educación Social) que se desarrollará a través de plataforma online los días 9, 10 y 11 de mayo de 2013, además del EDU 2013 (I Congreso Internacional Virtual de Calidad Educativa y Nuevas Prácticas Docentes en “Primaria, Secundaria, Formación Profesional, Educación Especial y Universidad”) que se celebrará virtualmente los días 25, 26 y 27 de abril de 2013.
Acudirán figuras internacionales y nacionales destacadas como Amando de Miguel, Fadhila Mammar, Catalina Alonso García, Javier Urra, Demián Bucay, Fernando Sánchez Dragó, Alberto Vázquez Figueroa, Fernando Savater, Luis Cobiella, José Ballesteros, Luis Goytisolo, Santiago Álvarez de Mon, Fernando Malkún, Michel Delaere, Salvador Alemán, Pablo Población, José Guillermo Fouce, Luis Muiño y un largo etcétera de ilustres ponentes y profesionales a nivel nacional e internacional.
Todas las ponencias, comunicaciones, etc., serán a través de videoconferencia, así que solo necesitas un ordenador (fijo o portátil) e Internet para poder visualizarlas. Toda la información la puedes encontrar en www.issepi.com

Los dos congresos han sido organizados con la máxima ilusión y nos gustaría que nos ayudaran los docentes universitarios y no universitarios, así como los profesionales en las materias objeto de ambos congresos en CONSEGUIR ALUMNOS. Le escribimos para hacerle una propuesta y una sugerencia.
La PROPUESTA:
Cada profesor o profesional o investigador tendrá MATRÍCULA GRATUITA EN LOS 2 CONGRESOS si consiguen que 15 alumnos se matriculen. Quizás se pudiera positivar por parte de ustedes a los alumnos que participen, pues subiéndole un poco la nota o valorándolo en la nota final de la asignatura. Esperamos su respuesta a esta propuesta.
La SUGERENCIA:
Le agradeceríamos mucho que le envíen por email este link www.issepi.com a los compañeros docentes/profesionales, vuestros alumnos y a las personas interesadas para que se apunten en los 2 congresos.
Mi interpretación es la que sigue. Me parece insólita la audacia de la proposición que se hace en un espacio público y que representa muy bien el concepto que de los docentes y estudiantes tienen los señores de la fábrica de méritos, que tan bien expresa Esperanza Aguirre. Somos una masa humana movilizable como base pasiva para el beneficio de una élite. A los docentes nos ofrecen un pequeño beneficio, dos papeles gratis para presentar a la agencia de evaluación, a cambio de llevar a estudiantes, entendidos como rebaño cognitivo que llena la sala, para el gran espectáculo de las figuras nacionales e internacionales.

Supongo que lo de resaltar que es gratis para los docentes implica el conocimiento de nuestros sueldos menguados por los recortes, así como las perspectivas de éstos: que cuando se cumpla la profecía de salir de la crisis entrando en la senda del crecimiento, la creación de riqueza y puestos de trabajo, nuestros salarios tendrán el mismo valor que hoy porque lo que se recupera es la economía que nos exige sacrificios sin contrapartidas.

Este no es un hecho aislado. Representa el impulso de la mercantilización del conocimiento y la educación. Sus antecedentes son la utilización de los estudiantes como masa de cuerpos que llena las aulas en cursos de actividades que se encuadran en la libre configuración. Estar de cuerpo presente a cambio de créditos sin pruebas de evaluación. Sólo pasar los controles de firma y hacer un resumen requerido. Lo más fuerte que he visto es un cartel en mi facultad de uno de esos cursos que decía: “Curso de… 2 créditos por 2 euros”. Bien.

domingo, 13 de enero de 2013

DE PROFESORES A TRAFICANTES DE MÉRITOS

En las últimas décadas se han producido transformaciones de gran envergadura en las sociedades, modificando radicalmente el entorno del sistema educativo: la emergencia de un sistema productivo fundado en un nuevo sistema tecnológico y una drástica reestructuración organizativa; el auge del neoliberalismo apoyado en sus instituciones de gobierno molecular; la gestión y la evaluación; así como el vertiginoso avance de la sociedad postmediática. Todas ellas modifican las principales terminales del sistema educativo, la producción (ahora inmaterial) y el mercado de trabajo. La convergencia de estas transformaciones inicia un proceso de cambios internos en la educación, caracterizada por su opacidad y confusión.

La gran reconfiguración de la educación para adaptarla a las exigencias de su nuevo entorno representado por el capitalismo cognitivo creciente, tiene lugar mediante una secuencia de cambios puntuales que se acumulan dando lugar a sucesivos puntos de ruptura. El núcleo de estos cambios radica en la modificación de las reglas de poder que rigen en el campo organizativo interno. De esta forma los docentes e investigadores son desplazados, perdiendo una parte fundamental de sus tradicionales prerrogativas, para terminar siendo inscritos en la novísima categoría de sujetos gestionados bajo el control de los nuevos tecnócratas y gestores emergentes.

Pero la dimensión esencial del cambio estriba en la pérdida de autonomía de los docentes, que son gobernados por un dispositivo en el que se ensamblan varios niveles de gobierno: las instancias transnacionales que definen las políticas educativas, los gobiernos y parlamentos nacionales y autonómicos que legislan en apoyo de las directrices emanadas de los centros transnacionales, la red de agencias técnicas que actúan sobre este campo, las autoridades educativas de todos los niveles, transformadas en gestores del nuevo modelo y los medios de comunicación que producen el imaginario de apoyo a estas transformaciones.

El sistema educativo es desagregado en un denso entramado de titulaciones, pasarelas, equivalencias, vínculos, trayectorias, bifurcaciones y segmentos del mercado laboral. En todos estos procesos interviene, junto a los docentes, un dispositivo heterogéneo de agencias técnicas, organismos de evaluación, comisiones especializadas, empresas consultoras, leyes, normativas, informes técnicos, dictámenes y distintas empresas involucradas.

De estos procesos de cambio resulta una cuestión fundamental: la mutación del valor del producto educativo. Anteriormente, este producto era determinado por los títulos producidos mediante el consenso de la comunidad científica o académica. En el presente se modifica sustancialmente ese valor. El conjunto de nuevos agentes intervienen configurando un nuevo valor. Su principal contenido es que sea una unidad de mérito homologable en todo el sistema y válido para comparar las trayectorias de los sujetos que circulan por el mismo. Así surge el "crédito", una unidad de valor intercambiable para transitar por el laberinto de las titulaciones.

El crédito es la unidad de valor que permite contar, medir y pesar todas las actividades para la unificación de las titulaciones. Precisamente este fin de semana estoy leyendo un libro de Witold Kula, Las medidas y los hombres, en la editorial Siglo XXI, que cuenta los avatares de las mediciones antes de la aparición del sistema métrico decimal. Kula dice que quien inventó las mediciones fue Caín, lo cual me tranquiliza. Una de las cuestiones principales que plantea es que “la magnitud de la unidad no tiene importancia, lo que sí es importante es su inalterabilidad”. De este modo el crédito permite estandarizar las medidas para establecer las homologaciones de modo estable. Así sigue la estela de la macdonalización del mundo enunciada por Ritzer, iniciado por las hamburguesas de McDonald's, las cuales tienen idénticas medidas y pesos con independencia del lugar del mundo en que sean consumidas. Pero los productos educativos tienen especificidades que los diferencian de las hamburguesas.

Sobre esta gran homologación, la educación se transforma en una fábrica de méritos, en la que cada uno obtiene un producto intercambiable en el mercado de los resultados. La poderosa visión de Henry Minzberg de las organizaciones puede ayudar a comprender bien esta novísima fábrica de méritos. El ápice estratégico, las autoridades y las empresas, han constituido una tecnoestructura, compuesta por los tecnócratas de las agencias, así como un staff para desempeñar funciones específicas, que instituyen los procedimientos, los métodos, los contenidos y la valoración de los resultados. En el núcleo de operaciones se ubican los profesores. Minzberg entiende la organización como un sistema de flujos. Esta imagen ayuda a comprender la difícil posición de los docentes en un medio tan fluido y contingente.

Además del cambio del valor-producto, tiene especial relevancia otro elemento de la fábrica de méritos. Se trata de su misma función de selección del contingente de novicios necesarios para la producción inmaterial. Éste es un destino social de primer nivel. Esta función de selección conlleva el desplazamiento de los no seleccionados hacia los destinos laborales de segundo orden. Con este fin se constituye la diferenciación entre máster y grado, así como la estratificación entre los máster, a los que se les asigna un valor diferencial.

En esta función comparece la evaluación, que se extiende de las personas a los centros y titulaciones. La racionalidad del nuevo poder es producir, registrar y gestionar las diferencias entre títulos, centros, profesores y estudiantes. La pretensión es constituir un mercado que ejecute la selección y conforme los contingentes de recursos humanos requeridos por las empresas. Las agencias y organismos técnicos realizan las funciones esenciales de establecer los requisitos y realizar la inspección. Los docentes son los ejecutores de las calificaciones que después van a ser contadas, comparadas y valoradas.

Así las actividades docentes son vaciadas de su valor convencional. Los profesores son reconvertidos en ejecutores de actos docentes cuyo resultado adquiere la naturaleza de méritos homologables. Los docentes son desposeídos del producto específico que generan en términos de saber. Son agentes de tráfico en el circuito de acumulación de méritos que antecede al mercado laboral. Su saber es redefinido severamente para ser adaptado a lo que es útil a las empresas. La tecnoestructura compuesta por la red de agencias termina reconfigurando los contenidos de las guías docentes. De este modo se produce una reprofesionalización de gran alcance que reconstituye a los docentes como empleados de la fábrica de méritos, como traficantes de méritos.

sábado, 12 de enero de 2013

DE HACER CASAS A HACER COSAS

La multiplicación de los panes y los peces en la España de finales de siglo XX está representada por la explosión de viviendas e infraestructuras. Tan formidable crecimiento alimenta un imaginario compartido de progreso y abundancia. Este período percibido como esplendoroso enlaza con el pasado inmediato. En el franquismo las infraestructuras representaban un elemento fundamental de las inversiones del estado y de su imaginario político. Entonces se materializaban principalmente como pantanos. El cemento constituye el elemento que representa la invarianza en la España contemporánea.

En los años de mayor esplendor de este periodo, Jesús Gil es quien mejor representa este proyecto al constituir su misma caricatura, impulsando este modelo que van a seguir los distintos partidos que gobiernan las instituciones políticas cercanas a los ciudadanos, los ayuntamientos, así como sus extensiones espectrales, las diputaciones provinciales, tan cercanas que terminan fundiéndose con el mismo suelo. De estas políticas resulta la multiplicación de las viviendas, urbanizaciones, autopistas, edificios de moda y los trenes de alta velocidad, que constituyen el centro simbólico de la época. Su ejecución impulsa un incremento del precio del suelo por donde discurren y se asientan, lo cual representa un gran progreso para muchos.

La gran expansión de la época parece que no resulta sostenible y se detiene súbitamente generando efectos negativos. En la nueva situación es preciso generar alternativas. A la espera de esa prodigiosa creación de nuevas perspectivas, el presidente Rajoy calma a la desconcertada población y emprende un conjunto de reformas para hacer sostenibles las principales estructuras estatales, que son severamente recortadas y podadas en la convicción de que así se asegura su crecimiento, siempre en el futuro por supuesto. Se conforma así una versión renovada de las viejas teorías de la purga que regenera.

El presidente Rajoy, en un vídeo de su partido para elogiar a los catalanes, pronuncia una frase que nos suministra una pista esencial sobre el proyecto que impulsa. Dice que los catalanes “hacen cosas”. En esta frase radica el núcleo del proyecto elaborado por los programadores del sistema que impulsan la gran reestructuración en curso. Hacer cosas es la piedra angular sobre la que emerge el nuevo control social para los renovados súbditos, ahora entendidos como electores esforzados e insertados en el arquetipo del yo-emprendedor.

Un amigo me comentó hace unos meses, que en su estancia en una universidad británica había comprobado que ese proyecto se encuentra más avanzado que aquí. En el campus todo está programado de modo que cada cual tiene sus tiempos cotidianos ocupados por múltiples tareas que impiden cualquier encuentro pausado. Todos se cruzan en los espacios convertidos en intersecciones entre las trayectorias individuales de los sujetos ejecutores de cosas. En el piso donde vivían varios estudiantes, estos nunca coincidían, en tanto que sus tiempos y tareas eran distintos. Todos haciendo cosas, muchas cosas y con diferentes horarios.

Hacer cosas. Muchas pequeñas obligaciones y tareas en los estudios y trabajos, a la espera para adquirir la condición de empleables. Numerosas pequeñas cosas en el consumo material e inmaterial. Hacer cosas siempre para cumplir con el mandato de las nuevas instituciones nacidas de la gran mutación de los años ochenta. La gestión fundada sobre el precepto de hacer. Las instituciones mediáticas y de consumo que impulsan lo que Baudrillard denomina “consumatividad”. Se trata de configurar un ser humano que resulte de la suma de su productividad y su consumatividad. Siempre hacer cosas sin descanso. Incluso en ese tiempo colonizado por las industrias del imaginario, que es lo que se denomina ocio: ver un partido de fútbol por televisión implica ser requerido para pasar al estado de actividad participando en un juego de apuestas que implica enviar un sms en busca de la suerte.

En los años ochenta comencé a impartir clases en una escuela de Trabajo Social en Santander. Muchos días aprovechaba la salida de las clases para dirigirme al muelle que está muy próximo. Las tardes de luces especiales, me gustan los tonos grises del Cantábrico, me sentaba en el suelo en el edificio del embarcadero para ver la bahía y la salida y llegada de las lanchas que comunican ambos lados de la bahía. Cuando me vieron por allí varios días, algunos estudiantes me preguntaron acerca de qué es lo que estaba haciendo. Cuando les respondí afirmando que no hacía nada, se sorprendieron mucho. Siempre que te encuentras con alguien te ves obligado a decir que estás haciendo algo que se define por un verbo activo. Nada, no hacía nada que se pudiera medir y contar. Hacía algo grandioso e insignificante: estar, ver, pensar, imaginar, contemplar, canturrear, reír y soñar. Nada. Al final tomé la decisión de contestar a la pregunta de qué haces diciendo “estoy haciendo pelotillas con mis mocos”, cosa que me rehabilitaba como ser activo desarrollando las competencias de mis dedos, que es como lo definiría un tecnócrata del presente.

Hacer cosas. Siempre hacer cosas. Requeridos para hacer más cosas de las que podemos hacer. Estimulados para hacer cosas. La pregunta pertinente es: ¿qué sentido tienen muchas de esas cosas? Ninguno. Las cosas son pequeñas obligaciones sin sentido que conforman un sujeto activo conducido, que carece de tiempo para pensar, contemplar o estar. La vida cotidiana se ha amueblado por una red de actividades que destruyen los espacios y tiempos vividos en común: la comida y la cena compartidas, o los tiempos muertos sin hacer nada. Recuerdo en mi infancia las tardes calurosas del verano en las que pasábamos horas con mi padre y mis hermanos en la cama, de modo que sobre unas rendijas se proyectaban las sombras de los que pasaban por la calle y hacíamos risas.

El único sentido posible de la sobrecarga del imperativo de realizar cosas son las necesidades del sistema de consumo y de las agencias múltiples que estructuran el novísimo gobierno de lo social. Hacer muchas cosas que sean inventariadas, pesadas, medidas y empaquetadas por el entramado de instituciones de inspección y supervisión de los sujetos para realizar el gobierno a distancia efectivo.

La conversión de las personas en seres circulantes sobrecargados y saturados de acciones poco útiles genera múltiples puntos de fuga. Así se puede interpretar la explosión de relaciones sin finalidad y la expansión de espacios y tiempos en los que predomina el estar juntos sin fin alguno. Estar a gustito dicen con gran sabiduría en la tierra donde vivo, resistiendo a la modernización mutiladora que nos convierte inevitablemente en seres activos sin finalidad ni fin.

Termino haciendo una sugerencia al presidente Rajoy. Le propongo que descanse y deje de hacer cosas constantemente. Porque muchas de las cosas que hace tienen consecuencias fatales para la mayoría. Si algo funciona bien, comparativamente con lo demás y con sus lados oscuros, es la sanidad pública. No haga nada ahí porque las cosas que hace son muy feas. Tómese un año sabático de inacción y contemplación. Le sugiero que vaya a cazar y pescar, y nos narre sus hazañas cinegéticas. De ese modo, además del cemento, se reforzarán otros vínculos con el pasado.

domingo, 6 de enero de 2013

CARMEN

Una de las paradojas más insólitas de las sociedades del presente es la multiplicación de las enfermedades, las discapacidades y los malestares. De su expansión resulta una galaxia que pueblan los que viven en la adversidad. El auge de la ideología de la salud y la explosión de la medicalización ha ubicado a los enfermos en el centro económico y simbólico de la sociedad. Pero es conveniente advertir que existen muchas formas y grados de vivir en la adversidad, y la pobreza o las violencias múltiples son, sin duda, tan relevantes como la enfermedad. La humanidad doliente de los enfermos genera un crecimiento de organizaciones, profesiones, empresas y mercados que conforman un formidable sector productivo. De este conglomerado resulta lo que se ha denominado “complejo médico-industrial”.

Pero la expansión de los enfermos no conlleva el incremento de sus voces ni de su visibilidad en el sistema de comunicación, sino que, por el contrario, son interpretados desde el conglomerado técnico-económico que los atiende. En este sentido se trata de una población colonizada, en la que los colonizadores imponen sus definiciones de la realidad y sus sentidos, cooptando a ilustres colonizados para reforzar el dominio de su conocimiento. Así resulta una de las áreas sociales más opaca, invisible y malentendida. Los sufrimientos experimentados por las personas en desventaja en salud no son incluidos en los discursos predominantes. Una de las cuestiones más crueles de la época actual es la asignación del estatuto de cliente a colectivos sociales que no se encuentran en condiciones de ejercerlo. Es uno de los rasgos definitorios del capitalismo de ficción vigente.

Procedo de una familia católica convencional. Cuando en mi adolescencia planteé mis desavenencias con la religión, discutía frecuentemente con mi madre al respecto. Recuerdo que siempre me decía: “hijo mío, cuando estés en el lecho de muerte, te arrepentirás y volverás a la fe”. Esta sentencia desvelaba que la religión estaba destinada principalmente a los débiles. Con posterioridad he comprobado que los débiles son el blanco de numerosas empresas de domesticación de distinta naturaleza, bien políticas, ideológicas o comerciales, entre otras. En los años siguientes Nietzsche me confirmó mi sospecha.

Soy un enfermo crónico, un diabético convicto y confeso. En este blog me propongo contar mis tránsitos por el sistema sanitario, así como mi experiencia vivida de la enfermedad. Pretendo ser una voz de los colonizados y contribuir a restaurar la dignidad del enfermo de la condición patológico-comercial que se le ha asignado. Soy consciente de que voy a tratar un tema que tiene muchos aspectos ocultos y en el que los involucrados en la relación asistencial se encuentran en una posición en la que existen ángulos ciegos que les restan visibilidad. Mi finalidad es aportar una perspectiva no muy bien conocida sobre el tema. El aspecto más importante en la asistencia sanitaria es la tensión subyacente derivada del encuentro entre “expertos” y “profanos”, que se sobrepone al conflicto entre la perspectiva de la biomedicina y la de la vida o la praxis de vivir.

Carmen es mi compañera querida con la que he vivido una gran parte de mi vida. Siempre gozó de buena salud, pero hace catorce años enfermó, siendo diagnosticada de Granulomatosis de Wegener, una enfermedad devastadora que le dejó importantes secuelas con efectos en su vida cotidiana, le exigió control médico permanente, le impuso una medicación muy severa y corrosiva, y le reconfiguró el cuerpo. En esos catorce años he sido su cuidador y acompañante al igual que ella cuidaba de mí. Hace dos años, la persistencia de una anemia generó una indagación que concluyó con una colonoscopia que dictaminó un cáncer de colon.

Fue operada con éxito en febrero, pero el informe de Anatomía Patológica confirmó la posibilidad de metástasis. Fue tratada con quimioterapia, terminando en una terrible intoxicación que puso fin al tratamiento. Se recuperó y pasó un buen verano. En octubre, la primera prueba de imagen detectó una metástasis en el hígado. Volvió al quirófano en enero. De nuevo éxito y superoptimismo quirúrgico pero, tras recuperarse de la intervención, la primera prueba de imagen identificó una nueva metástasis en el hígado. El PET para confirmarla fue demoledor: tenía varias metástasis en distintos lugares. Para los oncólogos no había dudas: Tenía que ser tratada con quimio de nuevo.

Pero en una situación como esta, con un cáncer tan expansivo y veloz había dos alternativas. La primera era asumir el diagnóstico y vivir el tiempo restante de la mejor forma posible. La segunda, abrir un proceso fatal de recombinación entre la expansión de la enfermedad, los efectos terribles de la quimio y de los tratamientos médicos ante los distintos problemas que inevitablemente iban a aparecer acompañando al proceso principal. Se trataba en definitiva de elegir entre dos tipos de muerte.

Carmen eligió lo peor. Estaba muy débil y no asumió el diagnóstico. Se dejó arrastrar por los médicos que formulan sus pronósticos en términos de cálculo de probabilidades y en espera de que se produzca el desenlace milagroso. En un caso así se pone de manifiesto la tragedia de la fragmentación de la medicina en especialidades: Los cirujanos entienden como un éxito el resultado de la operación, pero obvian el proceso global del cuerpo en que se produce esa operación. De este modo el enfermo es confundido por informaciones fragmentadas carentes de integración y, por tanto, de veracidad, que alimentan vanas esperanzas.

Dos semanas después de comenzar la quimioterapia tuve que ingresarla con los mismos síntomas de la intoxicación del año pasado. Cada día fue a peor. El lunes 18 de junio se encontraba en urgencias y el viernes los médicos nos informaron de que no existía tratamiento oncológico posible. Sólo quedaban los cuidados paliativos. Carmen, ya muy débil, asumió su realidad y me preguntó cuántos días iba a vivir.  El domingo a mediodía fue sedada a petición nuestra y el martes de madrugada murió.

El fantasma de la sentencia de mi madre ha comparecido trágicamente en mi vida. Carmen estaba tan debilitada que renunció a un tiempo precioso de vida y eligió una mala muerte. Unos días antes de comenzar la quimio fue a Madrid para disfrutar de un puente con sus personas más queridas. Comió un arroz meloso en una arrocería valenciana cuyos sabores remitían a los mejores paraísos y devastó las barras de pintxos vascos que rememoraban nuestro pasado en Santander, desde donde nos escapábamos a San Sebastián a tomar pintxos sublimes. Paseó por el Rastro donde tanto disfrutaba y por otros lugares míticos de nuestro querido Madrid. Pero por la tarde disminuían sus menguadas fuerzas. No obstante, todavía estaba animosa, alegre y muy guapa. La enfermedad le había cambiado el cuerpo. Decía: “parece que tengo ochenta años”. Catorce años de corticoides le habían dejado huellas en la cara. Hasta el último día me ocupé de su peluquería. Llevaba un peinado muy moderno que mejoraba su aspecto. En los últimos días seguía siendo una abuelita lindísima que trascendía cualquier nomenclatura de enfermedades. Ella siempre pareció mucho menor que yo, pero el Wegener invirtió esa situación. La llamaba afectuosamente “abueloncha”. Siempre mantuvo su belleza en todos los órdenes. Lo único feo que la designaba eran las palabrotas diagnósticas que sonaban tan mal, distorsionando a su persona.

Lo que no fue posible fue escaparnos a un paraíso atlántico a vivir ese tiempo escaso final. Mi propósito era ir a La Palma, pues es la isla canaria con menos seres extraños denominados turistas,  y que conserva relativamente bien su medio físico y sus actividades tradicionales. Estas navidades todos los días recorro desolado la isla virtualmente e imagino los días en los que hubiésemos alquilado un taxi para recorrerla. Se hubiera interesado por las plantas y las actividades agrícolas, le hubiera encantado conversar con agricultores, se hubiera bañado en las piscinas naturales entre las rocas, hubiera paseado entre los acantilados y las puestas de sol. Las cervezitas, el vino, los gintonics, la comida canaria y la recuperación de las humedad y el olor del mar que nos hubieran remitido a los mejores años de nuestra vida en común en Santander, a orillas del Cantábrico.

El último tiempo de vida al norte de Cabo Verde, paraíso imaginario que con sus músicas nos ha dado los mejores momentos de nuestros últimos años. Cesaria Evora, Ildo Lobo, Bana, Tito París, Lura, Nancy Viera, Bau, Paulino Vieira, Papa Juquim París, entre otros. La soñada posibilidad de fuga a un mundo diferente al que vivimos y que no nos gustaba. Todo eso nos perdimos. Unos días vividos en guiones escritos en minúsculas, regidos por la grandeza de las pequeñas maravillas de la vida, que son momentos y actos minúsculos e intrascendentes que pertenecen al orden de lo maravilloso en nuestra subjetividad.

Pero el final fue en un hospital. Una extraña organización sobre la que se han abatido varios huracanes: el tecnológico, el de la utopía organizativa de la eficacia celestial, el de la eficiencia sacramental y el consumista-comercial de la mística satisfacción del cliente. Sobre el modelo médico convencional, estos huracanes han configurado una nueva institución donde reinan los flujos entre las máquinas; los procesos asistenciales se configuran como los procesos industriales que realizan el ensamblado de los objetos; y los pacientes son desmaterializados al ser transformados en historias clínicas que circulan por el entramado de servicios  alimentando a la verdadera divinidad, que son los sistemas de información, que convierten a las personas en casos cuyo valor siempre es relativo, un porcentaje, y a los gestores en semidioses todopoderosos. El espíritu de esta institución es combatir las enfermedades en nombre de la gloria de la tecnología. En este orden organizativo el enfermo queda desplazado y relegado.

En sus últimos días entre los cables, las máquinas y los controles sucesivos sucedieron dos acontecimientos fantásticos. Carmen sufría dolores en la columna por efecto de la osteoporosis. Conversando con una enfermera del turno de tarde se lo hizo saber. Ésta se ofreció a darle un masaje. Éste abrió una relación insólita entre ambas. Las manos maravillosas de la enfermera obraron un milagro durante los tres días en los que tuvo lugar, y en el que éstas sólo fueron una parte de la conexión mágica que se estableció entre ellas. Las miradas y las palabras que intercambiaron estaban cargadas de sentido. Lo más sorprendente es que este acto sublime de cuidado y ayuda se encontraba fuera del dios-protocolo. Alguno de los días se retrasó pues se encontraba muy atareada. Carmen esperaba ansiosa su presencia y el masaje sólo era el principio de un acontecimiento de la sensibilidad que lo trascendía. Las manos acompañaban su tono de voz y sus miradas. Terminaron riendo las dos. Carmen se quedó inquieta el viernes sabiendo que el fin de semana no podía disponer de ese alivio.

El otro gran acontecimiento fuera de protocolo eran las visitas de una entrañable enfermera y amiga. Siempre que llegaba la bañaba, le cortaba las uñas, se preocupaba por su cama y por sus cosas personales, le requería para que le dijera qué necesitaba. Los encuentros eran actos sublimes de una cuestión tan importante como son los cuidados. Es menester decir que el servicio de enfermería en la planta siempre fue bueno. El proporcionado por nuestra amiga se situaba más allá de las cifras que puedan medir una realidad.

El día que fue sedada, apareció un enfermero joven, un chico como se dice aquí “apañao”, que intentó tomarle la tensión. Cuando le dije que no lo hiciera, que ya carecía de sentido, me dijo que el protocolo lo requería así. Después su cuerpo descansó hasta la extinción más allá de los protocolos.

La gestión de las personas en situación de debilidad es una de las cuestiones fundamentales que indica el grado de cohesión y sensibilidad de una sociedad. Mi pretensión en este blog es mirar debajo de las alfombras.

He llegado a llamar a Carmen varias veces a su móvil.

miércoles, 2 de enero de 2013

EL PRESENTE

La época actual se distingue de cualquier pasado en tanto que los cambios se multiplican, se producen en todas las esferas, se acumulan y sus efectos se recombinan. El cambio se integra así en el tiempo cotidiano presente. Sin embargo, desde la perspectiva de algunos paradigmas imperantes, éstos son percibidos como aislados entre sí y ubicados estrictamente en las diferentes esferas, tales como la economía, la política, la educación o la vida cotidiana. Pero no es posible obviar el juego de interacciones existentes entre ellos. Hargreaves, uno de los sociólogos británicos más relevantes en el campo de la educación y analista de los impactos de los cambios múltiples operados en esta esfera, propone que los cambios deben de ser entendidos más bien como efectos de la nueva época global, que producidos por factores internos en cada campo. Los cambios en la educación no tienen una etiología interna, sino que deben de ser entendidos como el efecto de la nueva globalidad en esta esfera.

El tiempo actual representa el comienzo de una nueva era global, difícil de entender desde las perspectivas de los sistemas de conocimiento convencionales tan fragmentados. La estrecha relación existente entre el inicio de la nueva era fundante y la crisis del conocimiento, refuerza el desasosiego y multiplica las incertidumbres en todos los órdenes. En las ciencias sociales se incrementan las etiquetas “post” para designar y conceptualizar las transformaciones identificadas en esferas sociales específicas y que tienen impacto en la totalidad social.

Si se acepta el argumento de que los cambios se producen interrelacionados y que conforman una sociedad global nueva, es pertinente interrogarse acerca  de la ruptura, ¿se ha producido una ruptura? En caso afirmativo, cuándo, dónde y cómo ha sucedido o está sucediendo. Existen algunas propuestas teóricas que pueden suministrar buenas pistas. El punto de ruptura puede ser la mutación o revolución tecnológica de los años ochenta de la que nace un nuevo sistema tecnológico; el nuevo paradigma tecnorganizacional que impulsa la reindustrialización a partir de los años ochenta; la mutación organizativa que da lugar a una nueva generación de organizaciones postburocráticas; los cambios radicales en el sistema-mundo que se identifican con la globalización; la nueva norma de consumo postfordista; el nacimiento de la sociedad postmediática con el desarrollo de Internet; o el ascenso del neoliberalismo desde finales de los años setenta.

Pero la cuestión fundamental radica en comprender que la sociedad naciente, sea cual sea el peso de los factores de cambio apuntados, no nace en el vacío. Nace y crece en la antigua sociedad. Nace ocupando un espacio, y a partir de él se va expandiendo. La consecuencia principal es que en el largo periodo de transición, convivirán varias sociedades y varios mundos sociales coexistentes que interactúan entre sí, dando lugar a procesos de reestructuraciones y reajustes entre los mismos.

Si el núcleo duro de la sociedad naciente es el nuevo sistema productivo, las instituciones que crean las tecnologías, las empresas postfordistas, las organizaciones de la galaxia del marketing que inventan y definen las necesidades y los nuevos medios de comunicación que convergen en la nueva economía; se puede afirmar que la reindustrialización iniciada en los ochenta es el acontecimiento fundamental instituyente de la sociedad emergente. A partir de ésta se desarrolla un proceso que hace crecer esta sociedad expansiva. Junto a ella, las esferas sociales que no han estado presentes en su génesis y siguen funcionando con la lógica anterior, van a ser reformadas para adaptarse a las exigencias que impone la sociedad emergente que conquista y detenta la hegemonía en el conjunto.

La nueva sociedad emergente se fundamenta sobre un conjunto de tecnologías muy dinámicas, y transfiere al sistema productivo la tensión de la novedad permanente. La renovación continua de los objetos y servicios en intervalos temporales cada vez más cortos genera una propiedad esencial de la época: la velocidad. Paul Virilio conceptualiza la significación y los efectos de la velocidad.

De la conjunción entre novedad, renovación permanente y su singular temporalidad, resulta el concepto de presente. Éste es un tiempo instituido sobre la novedad continua y el devenir veloz del sistema productivo y de consumo. El presente es un espacio definido por la dificultad de ser pensado, sólo puede ser un espacio y una temporalidad vividos. De aquí resulta la tensión entre lo vivido y lo instituido. Sólo se puede vivir el presente porque su naturaleza es ser efímero y se reconstituye velozmente.

El presente es el espacio social constituido sobre los impactos de las tecnologías, los consumos, los sistemas de comunicación y los usuarios involucrados. En el mismo, se inventan y modifican los usos de los productos, las significaciones y los sentidos de las novedades. Estar en él implica un estado personal en el que concurren la disposición a la novedad, el estado de conexión permanente y la experimentación continua. De esta concurrencia resulta una configuración social o subsociedad específica y un arquetipo individual, en el que se conjuntan subjetividades, sociabilidades e inteligencias inéditas.

El presente crea un sistema de relaciones sociales que coexiste con los sistemas sociales convencionales. Introduce así un alto grado de complejidad, pues una persona que viva el presente, también está involucrado en otros sistemas institucionales y relacionales. Su vida está caracterizada por tránsitos entre distintos sistemas. Me viene a la memoria el título de un libro de Cortázar que puede ilustrarlo: “La vuelta al día en ochenta mundos”. De este modo, la configuración social derivada del presente se superpone a las demás creando un espacio social siempre en mutación y caracterizado por sus geometrías variables.

Pero el efecto principal de la emergencia de las configuraciones sociales del presente es que desplazan a las instituciones nacidas en el pasado. Constituidas sobre la novedad y la aceleración terminan erosionando los órdenes sociales instituidos sobre otros supuestos. Así se conforma el conjunto de instituciones que, sin estar en el presente, siguen su estela y terminan ubicándose en las categorías de rezagadas, desautorizadas y  desplazadas en la nueva sociedad por esa configuración emergente. Se constituye así una extraña sociedad de varias velocidades lógicas, donde algunas de las instituciones centrales como la política o la educación son severamente penalizadas mediante desafecciones múltiples. Así se configuran crisis institucionales permanentes que tienen su causa principal en la pérdida de validez vivida por las instituciones mismas. Me enfrento a esa crisis cotidianamente como profesor y me gusta decir que muchos estudiantes “están en el aula de cuerpo presente”, pero viven en otros mundos conectados al presente. En las ciencias humanas y sociales este orden social se designa con el término postmodernidad, aunque existen muy distintas versiones e interpretaciones de la misma.

La emergencia de una configuración social derivada del presente y su instalación y articulación con los distintos sistemas sociales es un fenómeno susceptible de distintas valoraciones e interpretaciones. En este texto he tratado de definirlo y problematizarlo, pues sus efectos son demoledores. Sustrae legitimidad a las instituciones centrales y a los proyectos de cambio, reduciendo las energías que pueden aportar sus miembros y que se diseminan en los sistemas relacionales definidos por lo vivido.  De ahí resultan sociedades altamente desintegradas y segmentadas. Los mundos sociales derivados del presente son como placas tectónicas que producen efectos demoledores sobre las estructuras sociales. Quizás ésta sea la condición necesaria para poder ser gobernadas por sistemas regidos por el principio inexorable del crecimiento, ¡de bienes y servicios, por supuesto!