jueves, 25 de abril de 2024

EL FEMINISMO Y LA DEFUNCIÓN DEL PACIFISMO EN EL GENOCIDIO DE GAZA

 

En los años sesenta se produjo una ruptura del orden social imperante en las canónicas sociedades industriales que cuestionaron varias dimensiones esenciales del capitalismo fordista. Esta fractura fue impulsada por varios movimientos sociales que actuaron concertadamente, ampliando así su impacto social. El feminismo fue uno de los movimientos estrella en ese tiempo, junto al ecologismo, el pacifismo, el movimiento por los derechos civiles y otros. La consecuencia más importante fue la aparición de los bienes inmateriales, es decir, reivindicaciones y aspiraciones que no podían ser satisfechas por el mercado y se encontraban asociadas a la vida. Esta década inició un tiempo de transformaciones sociales y culturales que han acompañado a mi propia biografía.

Como participante en este tiempo fantástico, entiendo el feminismo como un movimiento “emancipatorio”, integrado en el paquete total de movimientos que agrietan las sociedades industriales convencionales y constituyen un horizonte de transformación de la vida. Pues bien, resulta que, en tanto que el feminismo y el ecologismo son absorbidos por el nuevo capitalismo neoliberal y global, conformando lo que Adrián Zelaia denomina como posmocapitalismo, el pacifismo, sigue la fatal estela de la vieja fraternidad, denegada por el desarrollo de las sociedades modernas que incluyen en sus agendas la libertad e igualdad, aunque en no pocas ocasiones para convertirlas en una suerte de bonsáis minimizados.

El pacifismo ha sido devorado, relegado y desaparecido, en tanto que el sistema ha absorbido a la antigua izquierda, ahora integrada en los gobiernos, y detentadora de un pragmatismo integral que la hace compatible, e incluso funcional,  con las instituciones del complejo militar-industrial. En España, hemos asistido a un intenso tráfico de armas avalado por el gobierno, y favorecido por la competencia de Podemos de hacerse el distraído. Además, la posición de ese gobierno con respecto a la guerra de Ucrania, ponía de manifiesto el comportamiento de esta izquierda dispuesta a permanecer en el gobierno a cualquier precio. Ahora que han salido del gobierno claman en los videos y en las manifestaciones litúrgicas contra el genocidio y la militarización.

La deriva de sus herederos de Sumar es coherente con las prácticas políticas de esta generación de 2014, completamente neutralizada y carente de cualquier ideario político, que se manifiesta en su idea fuerte de mejorar la vida de la gente, entendiendo esta mejora en términos monetarios. Esta nueva versión de la izquierda se encuentra polarizada en torno a la idea de que el cambio solo puede ocurrir patrocinado por el gobierno. Las recientes declaraciones de Mónica García en favor del incremento del gasto militar ponen de manifiesto la ausencia de cualquier principio político, así como la deflagración del pacifismo, silenciado integralmente por tan ilustres feministas y verdes. Sumar representa un salto inquietante con respecto a Podemos. El pacifismo ha sido expulsado radicalmente del ideario de esta posmoizquierda, siendo sacrificado por la prioridad de estar afincados en las instituciones estatales.

El genocidio de Gaza pone de manifiesto varios juegos de espejos recombinados. Son muchos los que hacen declaraciones o gestos que muestran la letal capacidad de escandalizar que detenta este exterminio televisado. Pero estas lamentaciones, no son proporcionales a la magnitud de esta masacre de palestinos. Las cohortes militantes sobrevivientes a la emergencia de 2014, se encuentran ahora integradas en las instituciones estatales librando una cruenta batalla por la supervivencia en las mismas. Su experiencia en la videopolítica les ha enseñado que lo importante es administrar los gestos y las imágenes. Así, en las manifestaciones litúrgicas y rituales producen signos de diferenciación. Buena parte de ellos se encuentran destinados a acreditarse frente a sus parroquianos. Pero, la verdad, hay poco de auténtico en ese simulacro de oposición a las guerras y la militarización.

Este simulacro de falsa radicalidad y de impotencia con respecto al cambio privilegia el desplazamiento de finalidades. Si no es posible defender la integridad del sistema sanitario público y frenar su deterioro se sustituye por las medidas radicales contra el tabaco o la proclamación de que la presencia de psicólogos en los centros sanitarios resolverá los malestares sociales que generan la demanda. En este orden de simulación, la maestra de ceremonias es Yolanda Díaz. Esta apuesta por llevar el simulacro al límite promoviendo un viaje a Palestina de ella misma, acontecimiento que generaría un alud de fotos y videos para seducir a tan atribulados y solidarios públicos sensibilizados por el genocidio. Se sabe que un viaje así no tiene ninguna incidencia en la realidad, pero se supone que puede contribuir a una imagen que capture espectadores-votantes.

Forjado en el sistema de coherencias entre los grandes movimientos sociales y persuadido acerca de un indisoluble vínculo entre el pacifismo y el feminismo, asisto perplejo a la defunción y entierro del pacifismo. Este evento presenta algunas dimensiones inquietantes. Una de ellas es la exhibición narcisista “instagramera” de las mujeres sodado israelíes. Estas promueven cientos de videos e imágenes exhibiendo sus cuerpos uniformados y acompañados de sus armas. Mi interpretación es inequívoca: se trata de un acto sádico, en tanto que se supone que estas se encuentran participando en modo de igualdad en las matanzas de civiles y la destrucción del entorno de la vida de sus víctimas. Se puede afirmar que, después de grabar esos videos, se desempeñarán en las misiones de destrucción que están conmoviendo a las perplejas audiencias.

Este acontecimiento remite a la materialización misma del feminismo. ¿Cómo es posible que las mujeres, tras décadas de conquistas, eliminación de barreras e integración en las sociedades, acepten sin problematización alguna esta violencia destructiva que quiebra cualquier noción de humanidad? No quiero extenderme en este asunto, en tanto que considero que se encuentra todavía más allá de la inevitabilidad de los efectos perversos asociados a cualquier proceso de cambio social. En los miles de videos en los que estas mujeres-soldado se exhiben comunicando su satisfacción y alegría, se pone de manifiesto una perversidad insólita, que contradice las pretensiones de las generaciones feministas que iniciaron la transformación.

Pero lo peor radica en el silencio absoluto de la progresía y del feminismo oficial, que retira su mirada de este escenario cruel y patético, liberando a los contingentes de mujeres-soldado de cualquier responsabilidad o censura. Este dislate indica que los contingentes de mujeres que se han posicionado en las tierras altas de la política, la universidad, las instituciones y las profesiones actúan como un loby que prioriza la defensa de sus posiciones. No se puede encontrar ni una sola palabra de censura de esta situación. En las manifestaciones litúrgicas ni una sola alusión. Me parece escandaloso, indicando a las claras la naturaleza de la posmoizquierda en las sociedades del presente.

Presento varios videos que considero escandalosos. El narcisismo de las mujeres sodado se muestra sin ambages, sobreponiéndose a la tragedia del exterminio de los palestinos que ellas mismas ejecutan. La defunción del pacifismo implica la eliminación de cualquier empatía entre las mujeres soldado israelíes que asesinan a civiles y las mujeres palestinas, consideradas como bárbaras y despojadas de cualquier humanidad. He visto un video de Irene Montero en la reunión de la Internacional feminista en Buenos Aires. En este, muestra su euforia, propia de las mujeres que han llegado a las tierras altas en las que decrecen las desigualdades. Está claro que ahí no están las mujeres palestinas que viven en las tierras bajas en las que impera la desigualdad de género.

 








martes, 23 de abril de 2024

ESPLENDOR EN LA MARQUESINA

 

Ocurrió un sábado de este mes de abril. Tras pasear por el parque del Retiro con mi perra, transitando espacios saturados de turistas y deportistas de fin de semana, me invadió un sentimiento de rebeldía ante la modernización turistificada y sus espectros personales que interferían mi pausado tránsito, y decidí dar un paseo a la deriva por algún lugar que me hiciera evocar a la antigua ciudad que viví en mi adolescencia. Tras dejar a la perra en casa me dispuse a coger la línea de autobús 2, una de las que más frecuento, en tanto que me lleva a Cibeles, la Gran Vía y Plaza de España. En esta ocasión iba en sentido contrario, a Manuel Becerra.

La plaza de Manuel Becerra es uno de los raros espacios que conserva alguna de las propiedades de la vida anterior a la modernización en la versión consumista-mediática.  A pesar de que las aceras y los edificios han sido rehabilitados al estilo de los urbanistas que preparan los escenarios para la maximización económica de sus usos posteriores, conserva su condición de lugar, es decir, que es reinventado y consagrado por un nutrido contingente de gentes que se apodera de él para recrear su cotidianeidad. Las terrazas de las cafeterías se encuentran llenas de una multitud que se congrega para magnificar el desayuno y la merienda. No son viajeros, sino gentes arraigadas en los alrededores.

La merienda es una comida prohibida por los rigores racionalizadores de los nutricionistas del complejo médico-industrial. Las gentes que se asientan en las mesas desafían las conminaciones acerca de los límites de las calorías, así como el cerco establecido contra lo dulce, convirtiendo la merienda en un acto social supremo. Todas las mesas están llenas de un público bullicioso que mantiene una sinfonía de conversaciones carentes de finalidad. Unos a otros se cuentan sus cosas cotidianas en un medio en el que predominan las risas y un bullicio entrañable. Contemplar desde afuera este espectáculo es fantástico. Entre los que practican la merienda social se encuentran muchos de los desahuciados por la sociedad modernizada, mayores principalmente, que viven sus últimos años antes de su encierro forzoso y mujeres que no han tenido la oportunidad de desarrollar una carrera laboral.

En la plaza quedan dos grandes quioscos, además de otro entrando por la calle de Alcalá.  Me gusta curiosear los periódicos y revistas, además de comprar los residuos sólidos de la época fenecida del imperio de la letra escrita, como son El Viejo Topo, Le Monde Diplomatique y alguno que encuentro de ocasión. En la zona en que vivo, la de Ibiza, solo queda un quiosco vivo.  Estos, junto a las terrazas, confieren a la plaza una naturaleza distinta a las zonas ya gentrificadas que diseñan para sus negocios el complejo de los grandes propietarios del suelo.

En particular, uno de los barrios que más frecuenté y del que conservo recuerdos entrañables, como es el de Chamberí, ahora se encuentra rehabilitado para su nueva misión de asentar actividades económicas selectivas de alto valor añadido, así como residencia de gentes con cuantiosos recursos monetarios. La rehabilitación ha dejado Chamberí como un museo. Lo peor es que han desaparecido completamente los viejos bares freiduría, y también las gentes que los frecuentaban y sus usos cotidianos. De ahí mi propensión a desplazarme a los escasos lugares que preservan algo del esplendor convivencial cotidiano de antaño, como Manuel Becerra.

Pues bien, ese sábado, tras el paseo de rigor por El Retiro, llegado a la marquesina del 2, ocurrió un pequeño acontecimiento inesperado esplendoroso. Resulta que los sábados, como consecuencia de la programación mercantilizada de la Empresa Municipal de Transportes, disminuye drásticamente la frecuencia, demorándose los autobuses mucho tiempo. Encontrándome en la marquesina, apareció un paisano que me preguntó si sabía cuándo había pasado el último. Entonces se entabló una conversación muy viva y llena de cordialidad entre nosotros. Él venía de pasear por El Retiro y fue inevitable la aparición de una nostalgia compartida por el pasado del parque, utilizado por los residentes propios. En breves minutos nos contamos nuestra procedencia, algo de nuestras vidas y de nuestras sensaciones en tan luminosa mañana primaveral.

En estas pláticas cotidianas es ineludible la aparición de la edad. Cuando le dije que estaba cerca de los 76 me confesó que tenía 82 años. Su aspecto era fantástico para esa edad. Fue inevitable la salida a flote de un orgullo compartido de haber vivido al margen de las tablas de méritos que rigen las vidas de los súbditos de las generaciones siguientes, rigurosamente subjetivados (que no educados) por las instituciones del mercado, que les conminan a vivir para producir méritos en varios órdenes para constituir su identidad y ser clasificados en escalas de valor. Mostramos nuestro orgullo en haber vivido muchos momentos espléndidos, pero que no se inscribían en el orden del cálculo programado que impera en las instituciones del mercado.

Tras unos minutos de tan cordial conversación arribó a la marquesina otro hombre mayor, también procedente del obligado paseo primaveral matinal por El Retiro. Mi interlocutor y él se conocían. Afirmó orgullosamente que tenía 92 años. Este sí los representaba, aunque su vitalidad era manifiesta. Enseguida mostró su escepticismo acerca del futuro. Los dos ironizaron cuando les dije que había sido docente, mostrando una sutil revancha contra esa profesión prevalente en las sociedades anteriores a la imposición del mercado. En el espacio de pocos minutos reímos un par de veces y salieron a flote algunas frustraciones asociadas a nuestra condición de mayores o viejos. Es inevitable que aflore una tenue decepción de Europa, en tanto que nuestras biografías han sido interferidas por el mito europeo. Estaba presente nuestra percepción de detentar la condición de sujetos devaluados, denostados, sujetos a varias marginaciones, así como rigurosamente dirigidos y guiados por los médicos, cuyos dictámenes nos estigmatizan y preparan para nuestra expulsión gradual de la vida, terminando en una reclusión fatal, carente de cualquier sentido que no sea la de la conservación de nuestros cuerpos según el modo de las conservas de pescados.

En eso llegó el 2. Continuamos la conversación y cada cual se bajó en su parada respectiva, retornando a los espacios domésticos de los que estamos en vísperas de ser expulsados por tan modernizados ciudadanos y sus constelaciones de profesionales. Fue una conversación fantástica, en la que estaban presentes muchas cosas subyacentes, asociadas a nuestra condición de sujetos en víspera de expulsión a la siniestra reserva de la vida de las instituciones totales de las residencias-asilos. Pero fue grandiosa la vitalidad que presidió esta conversación, en la que nos liberamos momentáneamente de las tutelas, confirmándonos como sujetos vivos dotados de la capacidad de hablar, contar, ironizar, reír y gozar de pequeños acontecimientos cotidianos esplendorosos. Lástima que este acto vital que nos rehabilitó mutuamente durante unos gozosos minutos no se encuentre reconocido en ninguno de los registros de las instancias de control de la población mayor y preparación para la expulsión definitiva.

La marquesina fue un espacio en el que concurrió inesperadamente esta situación de encuentro espontáneo, rompiendo su maldición de albergue de esa situación social tan representativa de las sociedades de mercado total como es la de cola del autobús, en la que la contigüidad espacial no conlleva interacción alguna y el anonimato adquiere un perfil prodigioso. En los últimos años he descubierto laboriosamente una red de lugares que cobijan a las víctimas de la gran racionalización y modernización de la vida, que ahora adquiere la forma de desierto poblado por una nube de automatizados concentrados en sus pequeñas pantallas. Lugares en los que es posible la materialización de conversaciones cara a cara sin finalidad alguna y entre desconocidos. Apoteosis de lo que antaño se llamaba cotidianeidad, ahora destituida por las industrias culturales que gobiernan las vidas y exigen la atención total a sus comunicaciones y guiones.

 

jueves, 18 de abril de 2024

LA NUEVA IZQUIERDA Y EL NEOLIBERALISMO AGAZAPADO

 

La transición política en España, resuelta con la instauración de una Constitución e instituciones democráticas, coincide fatalmente con la crisis de los años setenta en Europa, que cancela los llamados treinta gloriosos, período de crecimiento de las economías keynesianas, los estados del bienestar y las sociedades de las clases medias. Los discursos políticos de los nuevos partidos apelan a la imagen de este tiempo de capitalismo amable del bienestar que constituye el horizonte de los proyectos de reconstitución del nuevo régimen. Esta imagen de la Europa keynesiana preside los imaginarios políticos desde la fundación del régimen del 78 hasta el presente.

El nuevo proceso que se inaugura en el sistema-mundo desde los años ochenta se encuentra presidido por un signo muy diferente. Se funda en un modelo neoliberal que impulsa una sociedad que se puede sintetizar en el concepto de dualización, es decir, reducción de la movilidad social y establecimiento de barreras sólidas entre bloques de clases sociales. El proyecto neoliberal se hace presente modificando sustantivamente el tejido productivo y las empresas, las instituciones y la cultura. El efecto perverso español radica en que, de modo progresivo, se realizan las políticas determinadas por las instituciones globales según el molde neoliberal, pero se mantienen los discursos keynesianos. El resultado es una suerte de esquizofrenia institucional y cultural que hace de la paradoja un arte mayor. Según van pasando los años, estas políticas neoliberales referenciadas en el capitalismo global, tienen efectos demoledores en la estratificación social, modificando las clases sociales de un modo sustantivo.

La izquierda mediática y política es la principal víctima de esta distorsión cronificada, de modo que una medida política, como la de las ayudas establecidas por el gobierno progresista de coalición, que son presentadas con la pomposa denominación de “escudo social”, pero que en realidad se trata de una versión post de las políticas para pobres, que no tienen efectos en la estructura social. Así se confirma el contraste entre las retóricas XXL y las parcas realidades, tan característica de la izquierda extraviada del siglo XXI. Desde esta perspectiva se pueden comprender las desafecciones municipales y autonómicas de sus electorados, así como la dinámica del gobierno más progresista de la historia. En tanto que sus bases político-sociales son penalizadas con saña por las reformas neoliberales, ellos se han especializado en generar distintas excepciones y ficciones. Porque, ¿cómo se puede explicar la derrota del ayuntamiento de Carmena en Madrid o de las huestes del PSOE en Andalucía o Extremadura?

Esta colosal distorsión político-cultural tiene como consecuencia la ausencia de realismo y la constitución de un verdadero depósito de conocimiento en el que se acumula lo no dicho, o lo que no se puede decir ni hablar. Esta espiral del silencio dificulta la comprensión de la realidad y privilegia una infantilización del relato político. Ahora se trata de resistir a una ola que propicia la instalación en las instituciones, nada menos que el mismísimo fascismo. Este relato simple se constituye en el eje argumental de la izquierda, cristalizando en un tóxico clima que obstaculiza a la inteligencia. El resultado es un ambiente irrespirable, además de la consolidación de una auténtica corte, en tanto que la titularidad del gobierno se encuentra en los misteriosos progresistas. En estas condiciones, una vez abolida la reflexión, siendo imposible pensar y decir acerca de los porqués la izquierda ha sido desalojada en Andalucía y en casi todas las partes, la izquierda deviene en una institución semejante a las vetustas órdenes religiosas o militares.

Los digitales de izquierdas o las televisiones progresistas aprenden a construir un denominador común discursivo, que no explica numerosos acontecimientos, pero que es capaz de convocar a todos y forjar una unidad enigmática. En el margen de estas narrativas, nadie puede sobrevivir. Así, cuando el gobierno proclama que ha superado la precariedad laboral o que se encuentra en la víspera de resolver la penosa situación de los inquilinos, nadie se atreve a replicar, en tanto que puede ser calificado como colaborador complaciente de la bestia maligna que ya habita los ayuntamientos o los parlamentos: el fascismo retornado tras vivir unas décadas en los oscuros sótanos de tan progresada sociedad democrática.

Esta ideología oficial, que se asienta tan concertadamente en los digitales o televisiones, adquiere la naturaleza de una nueva orden modelada según el molde de los templarios u otros semejantes, cuya razón de ser es la existencia de un enemigo macroscópico y apocalíptico. De este modo, se hace posible ocultar dimensiones esenciales de la realidad, tal y como es la de la vocación imperecedera del gobierno progresista en mantener y reforzar las políticas armamentísticas. Cuando los ministros de Podemos son desalojados de tan ínclito gobierno, Montero y Belarra nos recuerdan esas inversiones y decisiones, rompiendo un silencio denso, forjado en los años de gestión progresista. Hoy mismo he visto unas declaraciones de la ministra de Sanidad, Mónica García, una de las superdotadas en el arte dialéctico de ocultar, en las que califica de normal el incremento de los gastos militares, tal y como exigen nuestros aliados.

Ahora avivo el recuerdo de los años en que trabajé en el sistema sanitario. En tanto que se llevaba a cabo una reforma salubrista para incrementar la eficacia del sistema, simultáneamente, llegaba otra reforma impetuosa de signo contrario, propiciada abiertamente por las autoridades. Hice mi tesis doctoral sobre las dos reformas. En esos años era profesor del máster de salud pública y gestión de la Escuela Andaluza de Salud Pública, y desde esa posición podía percibir la intensidad de la reforma neoliberal, que en ese tiempo solo podía replicarse desde el rótulo de reforma gerencialista. Todas las piezas de la propuesta neoliberal se presentaban como soluciones tecnocráticas ocultando su genealogía.

En el contexto cultural español nadie sabía cuáles eran los verdaderos padres de los saberes y métodos que se presentaban. La inteligencia emocional y gestión de emociones, ya representaba entonces la eficacia probada en la tarea de reducir la cohesión de los colectivos profesionales debilitando sus vínculos laterales, siendo ensayada con éxito en el gulag empresarial avanzado. Aquí se presentaba como una propuesta inocente y progresista. Bastaba mostrar cualquier idea o método como nuevo para ser aceptado con toda la ingenuidad integral. La ausencia completa de conversación y la neutralización de la información ha facilitado la reconversión del sistema sanitario público a los moldes neoliberales.

La cristalización de esa esquizofrenia político-cultural convierte el sistema de ideas de la izquierda en un lastre para comprender las realidades sociales. El peligro de convertirse en un sistema cerrado autorreferencial se cierne sobre ella. En esta extraña anomia cognitiva no es posible clasificar a distintos actores políticos o mediáticos que se encuentran frenéticamente enfrentados. Así, la única explicación en este contexto mudo en el que impera lo no dicho de estas diferencias es la posición de cada cual. Los ubicados en la Sexta, como Maestre, junto a los privilegiados ministros de Sumar, rivalizan con los emigrados de Podemos y los expulsados malditos como Toledo y otros. Estas desafecciones tienen lugar en defensa de la posición de cada cual. Se evidencia que el conocimiento siempre justifica a posteriori una acción que se encuentra completamente disociada de cualquier proyecto político. A este paso, teniendo como referencia la vieja kremlinología, es necesario constituir un sistema de significación para clarificar las posiciones y el movimiento de las izquierdas. Y también hacerlo en un tiempo preciso, en tanto que los posicionamientos de algunos de sus componentes evolucionan tan rápido que se ubican en los confines de esta constelación política. Terminando esta entrada leo que Mónica García se ha pronunciado en favor de la articulación entre el sistema sanitario público y privado. Esta generación corre mucho más deprisa que la de Felipe González. Así que Marta Lois compareció en campaña electoral como parapentista.

viernes, 12 de abril de 2024

GUILLERMO RENDUELES: LA PANDEMIA COMO CATALIZADOR DE LA PSICOLOGIZACIÓN

 





Guillermo Rendueles es uno de los autores que ha ejercido una influencia muy importante sobre mi persona. Es un psiquiatra crítico extremadamente singular y difícilmente encuadrable en un grupo. Ha ejercido desde siempre una disidencia fecunda respecto a la psiquiatría oficial, y también con la más heterodoxa. Siempre he admirado su forma de estar en lo profesional, sus relaciones con los movimientos sociales, sus posicionamientos críticos permanentes, sus lecturas de distintos clásicos y su condición de no encuadrable en distintas modas o corrientes psiquiátricas.  Rendueles se distingue por generar sus propios conceptos, situándose en un campo que trasciende la psiquiatría misma, constituyéndose como un referente imprescindible para comprender la sociabilidad característica del neoliberalismo. Ha publicado su obra en distintos libros, entrevistas, artículos y otros textos. Fue uno de los colaboradores de la fenecida revista Archipiélago, que cobijaba a distintos autores críticos alejados de las instancias de poder de las distintas disciplinas. En sociología Fernando Álvarez Uría y Julia Varela.

En 2022 apareció un libro que integra distintos escritos suyos. El título es “Psicologización, pobreza mental y desorden neoliberal”, publicado en Irrecuperables. En su Prólogo hace historia del devenir de la sociedad y de la psiquiatría. A pesar de que el foco de interés del libro es más general, se refiere específicamente a la pandemia, definiéndola como antesala de la psicologización desbocada. A pesar de que, a mi juicio, es la parte más controvertida del Prólogo, en tanto que acepta la respuesta de las autoridades como “razonable”, me he decidido a publicarlo aquí, debido principalmente a la singularidad de su mirada y animado por la recomendación de la editorial de difundir los textos. Estos siempre aportan una rica perspectiva intelectual, además de asentada en el suelo social, en tanto que profesional que habitó tantos años una consulta.

No puedo olvidar el impacto que ejerció en mi persona el primer texto que leí de Rendueles “Los gerentes de lo íntimo”, un artículo de la revista Ábaco. Después varios textos más, para terminar en su libro “Egolatría”. La obra de este autor colisiona con el conocimiento blando y fofo que ha imperado en distintas disciplinas tras la transición. En su Prólogo, representado en la realidad que sucedió a la neutralización de las propuestas críticas de los años setenta.Recomiendo vivamente su lectura.

Este es el texto, que se corresponde con las páginas 17 a 20.

 

 

 

 

Durante cuarenta años, esta contrarrevolución psiquiátrica ha sido una pieza crucial en la construcción de la hegemonía neoliberal. Es posible que hoy empiece a mostrar sus costuras, a medida que el neoliberalismo acelera su propia descomposición orgánica. Aunque también es perfectamente posible que no sea ninguna buena noticia y lo que venga después resulte aún peor. Algo de eso, talvez, hemos podido observar durante la pandemia. Escribo estas líneas justo cuando parece que empezamos a salir de dos largos años de confinamientos, distancias sociales y medidas de contención sanitaria. Creo que un buen principio para empezar a elaborar lo que nos ha ocurrido es asumir lo imprevisible que fue y evitar falacias retrospectivas con las que intentamos adaptarnos a la adversidad. La verdad es que si un mes antes de marzo de 2020 alguien me hubiese dicho que en un parque a las afueras de Gijón se iba a convertir en un hospital de campaña vigilado por el ejército donde morirían por un virus medio centenar de personas, le hubiese descalificado como paranoide.

La epidemia nos enfrentó a la distopía del cálculo egoísta intimista. En el primer invierno de la pandemia soñamos que cuando llegase el verano todo sería maravilloso. Con el sol los niños volverían a la calle y llenarían de risas y juegos los parques, nos reuniríamos en plazas, bares y campos de fútbol. Por el contrario, la evolución de la pandemia exigió un sensato higienismo de distancia, soledad y semiencierros para que cada uno cuidara de sí y no dañara a los demás. La sospecha de contagio marcó nuestras relaciones y el estigma de las personas de riesgo se desarrolló bajo la vieja forma de <<no en mi patio de atrás>>: los sanitarios son gente a la que aplaudir….. a no ser que vivan en mi edificio. El tipo de relaciones sociales y formas de vida hacia las que el mercado nos ha empujado durante cuarenta años se instauraron por decreto de un día para otro. Todo aquello a lo que nos habíamos ido acostumbrando hasta el punto que se había vuelto invisible se volvió evidente en toda su monstruosidad. Eso no significas que haya motivos para el optimismo.

Las epidemias no tienen, por supuesto, nada de nuevo. Diversas pestes decidieron guerras, impulsaron el comercio de esclavos hacia América -extrañas teorías sobre inmunidad de africanos y asiáticos a las plagas del nuevo mundo que exterminaban a los indígenas- o condicionaron el diseño de las ciudades tal y como las conocemos.  Pero rara vez, en el pasado las pandemias han producido cambios solidarios o emancipadores. Al contrario, han sido una fuente de pánico e imaginarios milenaristas. No parece que hoy las cosas hayan cambiado tanto. Es fácil imaginar que el capitalismo del desastre no tardará en adaptarse a esta sociedad de puercoespines para convertir el miedo y la muerte en beneficio, amplificando una espiral que nos conduce hacia la catástrofe medioambiental, la degradación de las democracias y el ascenso de movimientos autoritarios y xenófobos.

Hace cuatro siglos Blaise Pascal escribió un breve y luminoso texto titulado <<Sobre el buen uso de las enfermedades>>. Según Pascal, gran parte de los males humanos tienen que ver con nuestra incapacidad para disfrutar reflexionando en una habitación propia en nuestra casa. Evitamos desesperadamente la introspección buscando diversiones que nos conducen lejos de nosotros mismos y nos someten a la servidumbre del mundo. Pascal aconseja emplear la enfermedad para construir un universo propio y construir bienes comunes frente a los estilos de vida mundanos, que hoy serían los bienes suntuarios del hiperconsumo o el intimismo robotizado de las redes sociales.

Un buen uso de la pandemia podría haber sido aprovechar el espanto por las muertes en los geriátricos para impulsar un cambio radical sobre el modo en el que afrontamos el final de la vida en nuestras sociedades, del mismo modo que el escándalo en los manicomios impulsó movimientos antiautoritarios que cuestionaban la existencia misma de las instituciones totales. Nada de esto ocurrió, por supuesto. En marzo de 2020 había cerca de 15.000 internados en los geriátricos asturianos. Cuando comenzó la pandemia las administraciones de estos centros ofrecieron a sus familiares la posibilidad de desinstitucionalizarlos: apenas un par de cientos de mayores volvieron a casa.

Pero tampoco parece que, en el extremo biográfico contrario, las cosas hayan salido mucho mejor. Durante algunos años, tras la crisis de 2008, parecía que una oleada de movilización colectiva y de rebelión contra la precariedad articulaba las reivindicaciones de las generaciones que se habían socializado en la destrucción del estado del bienestar. La pandemia ha sido el colofón del cierre de ese ciclo de luchas y, en cambio, parece haber impulsado una fuerte psicologización de los malestares juveniles. En un reportaje de El País de finales de otoño de 2021 una joven resumía muy bien este cambio: <<La pandemia está empezando a dar visibilidad a los problemas de salud mental…..Ya nos afectaba antes de la pandemia, pero ahora más. Tenemos ataques de pánico, ansiedad, depresión, trastornos alimentarios, estrés. Ir al psicólogo tendría que estar subvencionado por la sanidad pública. Muchos de mis amigos van al psicólogo y los que no van es porque no se lo pueden pagar>>. La reciente película de Jonás Trueba, Quién lo impide, reitera esta psicologización del sufrimiento juvenil. <<Nos ahogamos y no se dan cuenta de que necesitamos más cultura afectiva>>.

Es completamente cierto que el precariado produce dolor de forma universal y que el suicidio es una de las principales causas de muerte entre los jóvenes. Pero, a mi juicio, las etiquetas psicologizantes o la consigna de <<todos al psicólogo>> no ayudan mucho a abordar las causas de la vida dañada de los jóvenes precarios. Términos como <<depresión>>, <<pánico>> o <<estrés>> opacan nuestra comprensión de cómo la adversidad del mundo se cuela bajo la piel. Subjetivamos el dolor a través de relatos psicologizantes precisamente porque vivimos desde el individualismo asocial. Buscar solución profesional a esos problemas en los consultorios psicológicos es como buscar las llaves perdidas bajo la farola no porque se te hayan caído allí sino porque es donde hay luz.

Construir grupos solidarios, contarse el sufrimiento real en público descubriendo sus causas políticas subyacentes, buscar cambios de las situaciones reales -vivienda, trabajo, ocio- me parece un camino mucho más prometedor que la oferta gubernamental de -incapaces de cambiar lo real- invertir millones de euros en un plan de asistencia psicológica. Ningún dispensario psicológico puede ofrecer mucho más que la adaptación al mercado -<<es lo que hay>>- y un espacio de refugio para gestionar el dolor subjetivo con aprendizajes cognitivo-conductuales que siempre tienen como premisa principal el pseudoestoicismo: <<Lo importante no es lo que te pasa sino cómo lo interiorices>>.

>>Cuídate>> se ha convertido en una de las despedidas más habituales tras la crisis y la pandemia. Creo que una de las tareas emancipadoras de nuestro tiempo es convertir esa interpelación en un plural. Cuidémonos unos a otros, incluyendo a los desechados del mercado: viejos, solitarios, pobres….. Resistamos juntos la exhortación antipascaliana a volver a gastar para salir de casa en la que nos bombardean los medios. Ese podría ser un buen uso de la crisis y la pandemia, un paso en la dirección de una sociedad de cuidados y apoyo mutuo, que abarque desde la intimidad de la familia y los círculos de amigos a las luchas colectivas contra el desastre medioambiental y hacia una vida buena alejada del consumismo.

 

martes, 9 de abril de 2024

TIQQUN: HOMBRES-MÁQUINA: INSTRUCCIONES DE USO. DEL POSFEMINISMO

 

Me he decidido a subir aquí una parte del texto de Tiqqun de las instrucciones para los hombres-máquina. Ya publiqué la primera parte “De sujetos a pacientes” hace algunos años. Ahora la referida al posfeminismo. He suprimido varios párrafos para acortar el texto. Quien quiera leerlo en su integridad puede hacerlo aquí.

Los textos de Tiqqun representan una forma de pensamiento crítico que colisiona con el modo de producción de conocimiento del capitalismo cognitivo y digital vigente, en el que, el pensamiento mismo, ha sido mutilado al ponerlo al servicio de su utilidad productiva -la transferencia- mediante su reducción a un componente de la totalidad taylorista de áreas de conocimiento. En ese contexto puede chocar este lúcido texto a algunos lectores familiarizados con el pensamiento oficial domesticado y funcional a los poderes.

Este es el texto:

 Del posfeminismo

 

Lo que la mujer se ha tornado en su relación con el deseo masculino, es la realización terrestre de un arquetipo de belleza estéril y de autosuficiencia.

Cada mujer es ya únicamente un ser sintético, manipulado por la industria farmacéutica y cosmética cuando no por la de la cirugía estética. Su modelo no es otro que el cuerpo sintético publicitario y sus consejeros en reformateo son las revistas femeninas, sistemas de producción semiótica cerrados y autorreferenciales, paradójicamente impermeables a la injerencia masculina.

La caída del orden patriarcal y el devenir-mujer del mundo encuentran parcialmente su explicación en el proceso de autonomización del cuerpo de la mujer en relación al deseo masculino y al deseo en general: a medida que el cuerpo femenino es objeto de reformateo y de remodelación, pierde la capacidad sensible de experimentar placer y de expresar metafísicamente la sensualidad.

A la mujer actual le importa ser deseable, no ser deseada. La lógica de la Jovencita reina aquí sin precedentes.

El orden patriarcal caído no ha sido sustituido por ningún otro orden, a no ser ese contradictorio imperativo categórico hedonista que marca la carne con los estigmas del dolor y la impotencia. Su modelo no es otro que el cuerpo sintético publicitario y sus consejeros en reformateo son las revistas femeninas, sistemas de producción semiótica cerrados y autorreferenciales, paradójicamente impermeables a la injerencia.

Con el Viagra, es la relación sexual lo que se autonomiza definitivamente de los sujetos, es la industria farmacéutica la que copula consigo misma, en la forma de una mujer químicamente modificada por la píldora anticonceptiva y los sustitutos dietéticos de comidas.

El Viagra no es realmente un medicamento para el hombre, porque el problema no es tanto comprender a qué ineficiencia masculina remedia, sino a qué inquietud femenina pone fin, si es que debemos creer a Erica Jong3, en cuya opinión para la mujer “el último dilema es encontrarse frente a un pene flácido”.

En la polis griega, la diferencia entre el hogar doméstico y el ágora era implícita y fundadora, porque correspondía a la separación entre el ámbito de la ausencia de libertad, de la violencia que se ejercía sobre esclavos y criaturas no libres —mujeres y niños—, y el ámbito de la libre discusión y del uso de la persuasión que los hombres-ciudadanos aplicaban entre iguales. Pero, como escribe Hannah Arendt (La condición humana), “para nosotros esta línea divisoria ha quedado borrada por completo, ya que vemos el conjunto de pueblos y colectividades políticas a imagen de una familia cuyos asuntos cotidianos han de ser cuidados por una administración doméstica gigantesca. La reflexión científica que corresponde a este desarrollo ya no se llama ciencia política sino ‘economía nacional’, ‘economía social’ o Volkswirtschaft, todo lo cual indica una especie de ‘domesticidad colectiva’”.

Aunque la salida del hogar doméstico pudiera traducirse para la mujer en una liberación del oikou nomos, de la ley de la casa, hoy vemos esta ley, al contrario, extenderse al funcionamiento entero de la sociedad.

Puede entonces hablarse de una feminización del mundo, en la medida en que vivimos en una sociedad de esclavos sin amos.

La mujer jamás ha estado tan lejos de su liberación sexual, y por tanto corporal, como en la era del Viagra. Es en el éxodo de su propio cuerpo donde debe buscarse la razón de la caída del deseo masculino.

 

Quasi unum corpus

 

El cuerpo femenino jamás ha sido tan público y ha estado tan desierto al mismo tiempo como en los años del posfeminismo: ya es sólo un embalaje en el que cada diferencia no codificada por los lenguajes publicitarios es una imperfección que borrar, donde toda desviación respecto de los parámetros conocidos es un handicap si tenemos en cuenta la norma de lo deseable.

La amarga verdad del Espectáculo parecería revelarnos una evidencia que no ha sabido encontrar un lugar para afirmarse: no es la belleza lo que enciende el deseo; el deseo es una entidad metafísica. Platón escribía: “Eros no es ni feo ni bello, ni joven ni viejo”; en otros términos, no habita el espacio efímero de la carne.

Hoy en día, los cuerpos son tristes edificios habitados y construidos por la química. Los cuerpos de los Bloom son arquitecturas inhabitables.

El hundimiento de un orden simbólico, en lugar de anunciar un período de libertades nuevas, se ha resuelto en la descomposición del cuerpo mismo de la sociedad y en consecuencia de los cuerpos de los individuos que la componen.

Como ya nos lo explicaba Tito Livio con su Apología de los miembros y del estómago de Agripa Menenio, y como la retomó una vasta literatura tanto en la Edad Media como durante el Barroco, el vínculo entre el cuerpo político de la sociedad y el cuerpo personal de los sujetos va mucho más allá de una bella metáfora. Para Santo Tomás, los hombres formaban quasi unum corpus, un solo cuerpo por así decirlo, y toda la Antigüedad insistirá en la igual necesidad de los miembros para el bienestar del organismo. Rufo llegó a decir que si la mente se pierde en vanas imaginaciones es preciso “someter al alma y hacerla obedecer al cuerpo”.

De hecho, “lo que hace tan difícil de soportar a la sociedad de masas no es el número de personas o al menos no de manera fundamental”, sino el hecho de que los individuos estén como sumergidos en una hiancia de espiritismo en la que, por el efecto de un prodigio inexplicable, la mesa se desvanecería y en la que todos se encontrarían “sentados, unos frente a otros sin estar ya separados, pero tampoco unidos, por alguna cosa tangible” (H. Arendt, op. cit.), miembros despegados del cuerpo, órganos sin cuerpo expuestos a una inevitable descomposición.

Frente a la exigencia económica de que los cuerpos sobrevivan a la necrosis de un bios politikos que los abandona, a lo que asistimos es a una reconstitución artificial de los límites de los organismos, una delimitación de su forma física y de sus aptitudes para la praxis.

El reformateo consiste en esto: reproducir en el interior de una nueva forma domesticada, privada de memoria, pulsiones y potencialidades puramente inmanentes, casi completamente desprovistas de espesor psicológico y metafísico; hacer de los hombres unas inteligencias artificiales cada vez más previsibles y de sus cuerpos unos dispositivos cada vez más dóciles.

 

Joyas indiscretas y Shejiná

 

Los movimientos feministas de los años setenta decían que lo “personal es político”, es decir que reivindicaban para la economía individual de los deseos un sitio alejado de los reflectores del Espectáculo; evocaban un ámbito público que no fuera publicitario y que produjera un sentido diferente de la normatividad que informa toda cosa “privada” por muy singular que se creyera.

El acontecimiento que constituye el Viagra no sólo prueba el fracaso de este proyecto, sino también lo que tiene como consecuencia directa, que todo aquello que crecía a la sombra de la intimidad de los sentimientos que se profesaban las personas ha sido sacado a la luz inmisericorde de una confesión mediática general.

Lo que ha vencido el Viagra no es tanto la impotencia, sino el residuo de aquello que Foucault denominaba la “latencia esencial” de la sexualidad, es decir, aquello que toda forma de dominación tiende a desenmascarar y que no es lo que el sujeto quisiera ocultar, sino lo que le permanece oculto a él mismo.

La pretendida “liberación sexual” se ha traducido, en sus últimas consecuencias, en una liberalización del sexo y de sus secretos, en un mercado del deseo autonomizado tanto de su objeto como de su sujeto; mercado para el cual el coito, nueva forma del equivalente general abstracto, debe tener lugar, como un comercio entre tantos otros, independientemente de las personas que se encuentren implicadas en él, de los sentimientos que experimenten, de la atmósfera y del humor en el que se encuentren. La erección mecánica, pagable a la vista del portador, ha prevalecido sobre toda metafísica del Eros.

La scientia sexualis que, a partir del siglo XVlll, sustituye al ars erotica, es un saber construido y producido para desactivar el potencial inquietante que el sexo, en cuanto manifestación física de lo metafísico, porta en sí: “El punto de fragilidad por donde nos llegan las amenazas del mal; el fragmento de noche que cada uno lleva en sí.” (Foucault, Hay que defenderla sociedad)

Si antes bastaba, para volver inofensiva la sexualidad, con ahogarla en una elocuente censura, todo el problema está hoy, para la dominación, en saber cómo resucitarla, en un tiempo en el que se muere, vaciada de su sentido oculto, exiliada de la parte maldita.

Lo que debe evitarse es que su silencio suscite preguntas, y que la sombra de su ausencia aparezca en la iluminación forzada del eterno mediodía del Espectáculo. Lo que hay que ocultar a todo precio es que la “metafísica —la emergencia de un más allá de la naturaleza— no está localizada al nivel del conocimiento intelectual, sino en este conocimiento carnal, sexual, con el cual nos abrimos originariamente al otro sin dejar de ser nosotros mismos” (Merleau-Ponty, Fenomenología de la percepción).

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El objetivo de este impalpable mercado de las sensaciones —en el que entran con pleno derecho todas las mercancías culturales— está en poder hacernos consumir imágenes y palabras en todo momento y en todo lugar de nuestra vida, para romper su continuidad y sentido, para convencernos de que ésta no tiene ni fin ni forma.

Se ha vuelto evidente, ahora que el consumo de signos se ha apoderado de la totalidad del ser humano, que la mercancía y el consumo eran desde el comienzo, esencialmente, un modo de comunicación.

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Biopolítica y moneda viril

 

En estos días en los que una erección se compra, se programa, y en los que el emblema histórico de la dominación masculina se vuelve algo reproductible in vitro, separado de su aguijón y de su sentido, todos los obstáculos para la prostitución universal son alzados.

El sexo ya no tiene solamente un mercado, es un mercado; último fragmento de noche que portábamos en nosotros, cede a la pura positividad del cuerpo desnaturalizado y vuelto cualquiera de nuestro tiempo.

El “umbral de modernidad biológica” de una sociedad se sitúa en el momento en que la nuda vida se convierte en el blanco de las estrategias políticas — suponiendo, no obstante, que una vida separada de su forma sea todavía una vida.

Imaginemos, escribe Klossowski, que “nos encontramos en una época industrial donde los productores tuvieran los medios de exigir como modo de pago unos objetos de sensación por parte de los consumidores. Estos objetos son seres vivos. Según este ejemplo de trueque, productores y consumidores constituyen colecciones de ‘personas’ destinadas pretendidamente al placer, a la emoción, a la sensación. ¿Cómo puede cumplir la ‘persona’ humana la función de moneda? ¿Cómo los productores, en lugar de ‘pagarse’ mujeres, se harían pagar ‘con mujeres’? ¿Cómo pagarían entonces los empresarios o los industriales a sus ingenieros y obreros? ‘Con mujeres’. ¿Quién mantendrá esta moneda viva? Otras mujeres. Lo cual supone lo contrario: mujeres que ejercen un oficio se harán pagar ‘con chicos’. ¿Quién mantendrá, es decir, quién sustentará esta moneda viril? Aquellos que dispondrán de moneda femenina.” (La moneda viva)

 

La comunidad que viene

 

“En otras palabras, la persecución que me abre a la paciencia más amplia y que es en mí la pasión anónima, no sólo tengo que responder por ella, cargando con ella fuera de mi consentimiento, sino que también he de responderle con el rechazo, la resistencia y el combate, volviendo al saber, al yo que sabe, y que sabe que está expuesto.” (Blanchot)

La comunidad que viene es una comunidad que se liberará gracias al cuerpo y, por consiguiente, gracias a las palabras para hablarlo.

Mientras que, en el modelo de producción fordista, el cuerpo estaba condenado a la cadena de montaje por sus gestos repetitivos, y la mente permanecía “libre” para pensar sus formas de emancipación, hoy, siendo el trabajo en las sociedades capitalistas avanzadas casi enteramente intelectual, es el cuerpo quien asiste, incrédulo y olvidado, a esta nueva explotación. Olvidado durante las horas de trabajo, pero constantemente presente en el tiempo libre bajo forma de obsesión, el cuerpo es la más material de nuestras determinaciones y, al mismo tiempo, la tarjeta de negocios que permite acceder al mercado del trabajo desmaterializado. Es la persona, la máscara que debe ser cuidada al detalle, para que no pueda expresarse en su lenguaje, el lenguaje de la insumisión.

En este inmenso mercado de la “deseabilidad”, es al deseo abstracto y vacío de la sociedad mercantil a lo que debemos entregarnos si queremos “insertarnos socialmente” y trabajar. Este nuevo mercado no constituye un espacio que habitaríamos oficialmente en calidad de singularidades, sino un parámetro general al que debemos conformarnos.

Stuart Ewen cita un folleto comercial ejemplar de los años veinte que ya hacía el reclamo de productos de belleza femeninos: en la portada figuraba “un desnudo impecablemente claro, empolvado y maquillado, acompañado de la siguiente leyenda: ‘Su obra maestra. Usted misma’.” (Capitanes de la consciencia)

“La publicidad —explica Ewen— había tomado prestada de la psicología social la noción de yo social y había hecho de ella una pieza esencial de su arsenal. De ese modo se definía el sí mismo en los términos fijados por el juicio de los otros”, así “en medio de su cocina-sala de máquinas, se supone que la esposa moderna pasaba el tiempo preguntándose si su ‘yo’, su cuerpo, su personalidad, eran competitivos en el mercado socio-sexual que definía su puesto de trabajo.” (Ibid.)

Lo que le ocurría a las esposas la víspera de su salida del hogar para entrar en la fábrica, le ocurre hoy a la sociedad entera que se ha transformado en una “gigantesca administración doméstica”.

El cuerpo de la mujer es, como ya lo testimonia el mito de Pigmalión, el vehículo privilegiado del biopoder. Muñeca capaz de desear, es así cómo la sociedad la deseba y acompañaba, cómplice, a su devenir-cosa-que-siente.

Si bien es cierto que la frigidez femenina no sorprendía a Occidente, tácitamente de acuerdo sobre este triste supuesto, la impotencia masculina sorprende siempre, habla una lengua de sufrimientos hasta ahora inéditos.

La invención de un remedio para obtener un orgasmo finalmente simulado por las dos partes no detendrá el discurso del cuerpo indócil, sino que sólo lo constreñirá y reprimirá en una actividad forzada que no podrá tardar en buscar una vía propia para liberarse.

“La disciplina es una anatomía política del detalle” que “disocia el poder del cuerpo; por un lado, hace de este poder una ‘aptitud’, una ‘capacidad’ que procura aumentar, y por otro lado invierte la energía, la potencia que de ello podría resultar, y la convierte en una relación de sujeción estricta. Si la explotación económica separa la fuerza y el producto del trabajo, digamos que la coerción disciplinaria establece en el cuerpo el vínculo constriñente entre una aptitud aumentada y una dominación incrementada.” (Foucault, Vigilar y castigar)

En una sociedad en la que las clases sociales han sido reemplazadas por una “pequeña burguesía planetaria” (Agamben), se anuncia una nueva forma de consciencia. El terreno de lucha que se traza es metafísico en el sentido de su inmanencia al cuerpo, y es por ser simbólico e inmaterial que libera lo concreto y lo material. Es el cuerpo que la microfísica de la dominación mantiene en jaque a través de técnicas minuciosas, “pequeñas astucias dotadas de un gran poder de difusión, disposiciones sutiles, de apariencia inocente, pero profundamente insinuantes, dispositivos que obedecen a inconfesables economías o que persiguen coerciones sin grandeza” (Foucault). Es contra esta forma sutil de expropiación se implicarán las luchas por venir; la nueva liberación de la empresa de la microfísica será metafísica o no será.

 

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Y esto es lo que hay: hasta ahora hemos sido víctimas de una trampa. Hemos creído que, pronunciadas ciertas palabras, escritos ciertos vocablos, enunciadas ciertas teorías “radicales”, se producirían efectos más o menos directos en la realidad. Nos figurábamos que manejábamos armas, cuando se trataba solamente de conceptos, y la consciencia nos parecía una sustancia explosiva. Pero, al igual que el vínculo entre la dominación y los discursos que la legitiman ha dejado de ser perceptible desde hace tiempo, el mundo del Espectáculo se atraviesa en estos tiempos como un bosque de signos y de señales que ya no designan realidades concretas, sino que prefieren dibujar infiernos virtuales y paraísos publicitarios, mundos fabricados de los que el sentido se ha retirado definitivamente.

Las nuevas estrategias de dominación son más refinadas, menos mecánicas, más inaprensibles que las del pasado, heredadas de las sociedades de soberanía. Pero también por esta razón hieren más profundamente y casi de manera quirúrgica: una simple hoja de papel, hábilmente manipulada, puede tener el efecto de un escalpelo. Ha pasado, en nuestras zonas bajo control, el tiempo de los grandes destripamientos. La táctica consiste, por el contrario, en dejarnos vivos, pero imperceptiblemente disminuidos. Aquí, el poder se ha hecho bien pequeño, muy lindo: se ha convertido en una cabeza de Mickey; apenas lo sospechamos, deslizándose ágilmente en las fibras ópticas, calculándonos tras la sonrisa vitrificada de la Jovencita, reclamando la transparencia de todo, prometiendo el cuadriculado del mundo. Quiere mostrarlo todo y que todo sea mostrado. Es hora, dice, de que todo el mundo sepa. Cada persona debe ser consciente cada instante, desde el fondo de su soledad atómica, de cuán difícil es mantener en vida una maquinaria tan policéfala, tan perfeccionada, tan considerable y tan contradictoria como esta “democracia” que amenaza en todo momento con dejarse hundir o volar en pedazos si tratamos de modificarla en un solo detalle. Pues donde toda comunidad ha sido liquidada y, por tanto, toda praxis se ha hecho imposible, la consciencia deja de ser una amenaza para el poder: se transforma en factor de producción.

Viviríamos pues, desde el desmoronamiento del bloque soviético, “en la era de la globalización”. Comprendamos: trabaja tanta gente por hacer posible nuestro bienestar que sería indecente privarles de nuestra comprensión, discutirles nuestra solicitud. Aquí reside la cuestión: reducirnos al rango ínfimo que supuestamente sería el nuestro, el rango de una rueda minúscula en un mecanismo gigantesco y de una complejidad inalcanzable. Ciertamente, se nos ruega que juguemos con nuestros juguetes sin hacer preguntas, pero a cambio hemos ganado el derecho a “explorar el ciberespacio”, a “pasarlo genial” de mil maneras o a desplazarnos a los cuatro confines del globo en unas cuantas horas. Incluso se pretende que los “excluidos”, los “rebeldes” y otros inadaptados formarían a final de cuentas parte del “sistema”, puesto que el biopoder, caritativo con los ingratos, estaría bien dispuesto a hacerse cargo de ellos.

No hay duda, creemos en las fábulas. Más exactamente, quisiéramos creer en ellas. No es por descuido o por desgracia por lo que hemos olvidado la infinita posibilidad de sabotaje que contiene cada instante de nuestra existencia, sino por cobardía. Por esa cobardía de buena calidad que la dominación mercantil llama “libertad” y que no recubre sino una confortable ausencia del mundo. Los espacios que la mercancía se apresura a colonizar se reconocen en que en ellos se prodiga primeramente un concepto determinado de la libertad que tiene por vocación hacerla imposible. La libertad designaría, se dice, la facultad de un sujeto para elegir soberanamente entre varios objetos equivalentes, la igual posibilidad de estar aquí o allá, de hacer esto o aquello. Cualquier compromiso, cualquier vínculo la disminuiría. Es esta idea de la libertad la que susurra al oído de sus víctimas que ciertamente están con tal persona, pero que podrían igualmente estar con tal otra, que no se encuentran verdaderamente donde están, puesto que podrían igualmente encontrarse en otra parte. Así, se hace que todas las prisiones resulten tolerables procurando a cada uno la ilusión de que podría cambiar de celda. Poniendo el mundo a distancia, se nos anestesia contra sus suplicios y, como ocurre siempre con la anestesia, se nos paraliza. Porque se empezó liquidando ese otro lugar al que huir.

Así, la búsqueda de la libertad, en el mundo de la mercancía, reviste la forma de una búsqueda de la indeterminación. se flota en medio de mil solicitudes sin contenido. Todo vale para mantenerse por debajo de la cuestión de los fines, por debajo del momento en el que habrá que asumir una forma. se prefiere esperar pacientemente ese momento que no viene. A partir de ahí, se trabaja sin trabajar, se participa sin participar, se lucha sin luchar. Y mientras tanto, nuestra simple existencia le hace los honores al biopoder.

Ahora bien, es necesario un gesto. Un gesto de sabotaje. Un gesto de ruptura con aquello que en el fondo recusamos.

Ser libre no significa desarrollar todas nuestras virtualidades, sino ir hasta el final de un posible. La libertad se concibe únicamente a partir de mi situación hic et nunc, en el itinerario que hay entre mi determinación y la sustracción a esa determinación.

Sobrecogidos por una parálisis de masas, los hombres viven en el terror. Bajo la forma de angustias diversas, que cada temporada exigen cambiar de monstruo, nos tememos los unos a los otros. Y se conjura en vano la culpabilidad encerrándose en complejos residenciales privados o en un cuidado maníaco del cuerpo propio y de sus neurosis. Pues la falta es objetiva aunque sea muda, omnipresente aunque cautiva: quien es culpable sabe que tiene buenas razones para tener miedo.

También, a pesar de los “progresos de la medicina”, las enfermedades dan pruebas de una rara inventiva y, curiosamente, la muerte no deja de sobrevenir en versiones a menudo inéditas. Si las razones de vivir faltan cada vez más visiblemente, las razones de morir todavía no faltan. El único rasgo verdaderamente nuevo, entre tanto desamparo, es que el capitalismo ha renunciado a cubrir con un velo púdico su rostro criminal y caníbal.

En este punto, ya no podemos permitirnos ignorar cuál es la suerte reservada a quienes no hayan sabido adherirse al despropósito general sin haber sabido, no obstante, rechazarlo: serán liquidados por un sistema hecho para los Hombres-máquina que ellos no han conseguido ser.

Quizá no se habrán dado cuenta, hasta el final, de que el mundo se ensombrecía poco a poco, de que la luna nadaba en las “falsas brumas de la polución”, de que el agua se volvía densa y opaca, y de que nuestras comidas estaban hechas de venenos. Una debilidad comprensible puede habernos conducido a soportar una educación que se fijaba como tarea hacernos desconocer nuestros deseos. Pero si hemos cambiado toda libertad por un porvenir radiante retocado con Photoshop, o más comúnmente por la supervivencia en un mundo que se viene abajo, esto solamente significa que hemos sido demasiado cobardes y escépticos como para abrazar una rebelión en la que no teníamos nada que perder, que otra vez hemos preferido depender centralmente del Espectáculo y poder en todo momento traicionar a nuestros amigos, en lugar de establecer con ellos relaciones tales que hagan otra cosa posible. O que simplemente estábamos demasiado cansados como para recordar que teníamos fantasía.

Pero ser mediocre es un derecho que se acompaña de servidumbres. Un día, es el hígado lo que revienta, otro es la cabeza, tomamos un comprimido, después dos, está esa pequeña neuralgia, esos trastornos aquí y allá, todos esos disfuncionamientos ínfimos que no sabemos de dónde vienen. El médico, además, tampoco lo comprende: somatizamos, dice. Tenemos el mal de mundo: insensiblemente, la vida se ha vuelto tóxica. Llegados aquí, si todavía tenemos la fuerza de no querer morir, hemos de admitir que nos hemos equivocado. No habría que haberse resignado, aceptarlo todo y creer tantas pamplinas, incluso aunque lo necesitáramos. Habría que haberse opuesto, negarse a esto, a aquello… Pero la cadena de causalidades es en este punto demasiado larga para remontarla y, por añadidura, no coincide con las posiciones políticas que hemos podido tomar. Ahora bien, el “paso al noroeste” no está oculto en otra parte: llegar a concebir que lo que es verdaderamente político es la manera en que vivimos, la dosis de verdad que nuestra existencia puede soportar y, por tanto, irradiar. En este caso, nuestro cuerpo hace el efecto de una piedra de toque, pues en nuestra experiencia indescifrable y dislocada, él se mide sólo con nuestras contradicciones, que se hallaban en nuestras elecciones antes de estar en nuestra carne.

Ningún saber del presente o del pasado puede ya ayudarnos: lo que nos hace falta es un saber de lo posible que de nuevo haga existir la historia. No se trata aquí de la expresión de un anhelo, sino de una exigencia que se busca por todos lados. El famoso “fin de la Historia” es de hecho el fin de algo: de una concepción de la historia que era precisamente su glaciación. Incluso si las palabras para expresar nuestro estupor por no estar ya en el mundo nos faltan horriblemente, incluso si los sonidos que salen de nuestras bocas están más gastados que cantos rodados, no es un nuevo lenguaje lo que nos hace falta inventar, para añadirlo a la lista ya demasiado larga de malentendidos, sino una nueva práctica. La libertad por venir comienza a existir cuando nosotros existimos, cuando un gesto, un movimiento separa en forma de fractura el presente del pasado y el futuro. Se trata de hacer irrupción en el curso vaciado del tiempo.

Lejos de marginarnos de la humanidad, el acto de sabotaje es lo que permite que nuestros hermanos nos reconozcan, lo que nos une a ellos. Una constelación legible de acciones relámpago dibuja así, para quien sabe entrever aquello de lo que son su huella, el éxodo general fuera del mundo de la mercancía autoritaria. Este éxodo es el último espacio habitable, como también la condición primera de toda amistad, de toda cooperación. En él se descubre la lengua extranjera, la lengua sensible en la que estamos escritos. Pues hemos de perdernos por completo para finalmente reencontrarnos.

Por lo demás, el sabotaje que viene es silencioso, pues no es más que el otro nombre de la vida.

 

 

viernes, 5 de abril de 2024

LAS NUEVAS IGLESIAS POLÍTICAS

 

La estabilización de la realidad, tal es la angustia profunda que funda la era civilizatoria de Occidente. Occidente se erige sobre la voluntad de acaparar lo que ya no se puede sentir. La carencia es la sustancia esencial de lo civilizado, y su única realización posible es reinar sobre los cadáveres. Ya no es cuestión de aferrarse a lo que anima una vida, sino de someterse a la inclinación de una supuesta Salvación. La Iglesia es una de las realizaciones de este paradigma: retener a su rebaño en la obra de su propia salvación eterna.

 No hay sanación posible bajo el yugo de la civilización, sólo una patologización constante de la vida. Es todo lo contrario. Cada subjetividad del capital se complace entonces con su pequeña enfermedad ficticia como nuevo modo de dominación social. Se ve surgir de la nada el bando del Bien, cuyos militantes quieren salvar de su derrota a una humanidad obnubilada mediante el goce estético de su propia destrucción. Los colectivos y las comunidades de cuidados son las últimas estratagemas en las cuales los activistas pueden por fin ejercer su pequeño poder por el bien común. Lo único que se consigue con ello es aplastar a las buenas almas hasta subsumirlas totalmente.

 Uno de los métodos para lograr ocultar o aniquilar una forma consiste en instituirla. La metodología del instituir corresponde a un cisma de la forma, una separación entre su modo de ser y su modo de actuar. De ahí que toda institución sea una Iglesia menor que separa para reificar según su objetivo: persistir en gobernar por toda la eternidad. No es una fatalidad que la mayoría de nosotros seamos criaturas del Imperio cristiano. La verdadera fatalidad es la creencia en esta percepción según la cual la vida debe estar regida por un principio unificador capaz de poner orden allí donde, sin embargo, todo se desborda. De la Iglesia a las instituciones, su objetivo es producir súbditos como justificación de su necesidad de existir. La función de la institución es organizar la amputación de la autonomía de una vida singular, volverla indisociable de la economía que estructura el entramado de la civilización. Curarse de esta enfermedad que es la civilización reclama partir de un deseo propio de curarse, a fin de tomar partido por un éxodo espiritual y, además, material.

Gertrud,  Éxodo hacia las formas sensibles.

Cuadernos para el Colapso

 

 

Acabo de leer el último texto de Cuadernos para el Colapso. El autor da muestra de una lucidez que se puede calificar como devastadora. En un mundo radicalmente opaco, en el que un gigantesco dispositivo mediático emite un océano de noticias y textos cuya finalidad es ocultar los grandes procesos en curso, y ayudados por la apocalíptica dimisión de la inteligencia -en tanto que la Academia se encuentra integralmente controlada por los poderes y afectada por un extraño neotaylorismo disciplinar que fragmenta los saberes- este texto proporciona dos claves esenciales de la situación global: La conversión de las instituciones en Iglesias y la poderosa idea del éxodo. La diseminación de los saberes, afectados por una fuerza centrífuga colosal, dificulta la recomposición de la totalidad. Así se hace posible que los grupos mediáticos globales definan estas sociedades mediante el término de progreso.

Este texto tiene la virtud de sintetizar lo que es el centro de las sociedades del presente: el proyecto hegemónico de congelación del orden social en favor de los intereses de las grandes corporaciones industriales y comunicativas. La consecuencia de esta situación es la conversión de las instituciones en nuevas iglesias orientadas a la gestión y retención de sus parroquias de fieles. Se trata de administrar el orden social del mercado desbocado, que destituye a la población como sujeto político, para conceder el privilegio del decir a la corte mediatizada de expertos taylorizados según el principio de “cada uno a lo suyo”.

Las Iglesias son organizaciones creadas en períodos históricos de alta estabilidad, en la que los entornos cambian microscópicamente en largos períodos de tiempo. Este factor es determinante en su modelo institucional: jerárquico, con el protagonismo de una casta de sacerdotes y el modelo disciplinario para los fieles. Esta estabilidad desplaza sus finalidades, que son reemplazadas por la consumación de la producción y mantenimiento de una masa de fieles que tienen que conseguir su propia salvación en el interior de la institución. De este modo se consuma fatalmente su guion institucional, de modo que su historia es, inevitablemente, la de los sucesivos contingentes de élites que desafían el conocimiento dogmático, resultando de ahí las renovadas herejías, expulsiones y demonizaciones de los irredentos.

En los últimos treinta años se ha modificado profundamente la estructura de las sociedades contemporáneas. El modelo neoliberal se ha impuesto más allá de la economía, reformulando y remodelando todas las instituciones. En síntesis, se puede afirmar que el modelo institucional de las sociedades neoliberales avanzadas remite a tres cuestiones esenciales: la separación de las personas, mediante una individuación radical; la progresiva disolución de la sociedad anterior, desde las formas convivenciales, las empresas, el Estado y las instituciones; y la emergencia y consolidación de nuevas instituciones que gestionan y dirigen el conglomerado de yoes resultante de la gran reorganización.

Desde esta perspectiva se pueden comprender algunas afirmaciones del texto. En tanto que avanzan inexorablemente las tres dimensiones estructurales reseñadas, las instituciones representativas se conforman como una extraña superestructura que representa un papel secundario con respecto a los procesos de instalación de las nuevas instituciones y desinstalación de las antiguas. Lo convencionalmente político -el estado y el gobierno- se encuentran subordinados a las verdaderas instituciones rectoras globales, de modo que reducen su campo de actuación. La vivencia de esta escisión, genera un gran desasosiego en las almas pudorosas de gentes de izquierda, que viven situaciones incomprensibles desde su percepción de lo político convencional.

Una situación así crea las condiciones para la proliferación de los partidos-iglesia, que forjan su competencia en la simulación, promoviendo cambios superficiales que no afectan a la estructura social, determinada por el avance de los procesos aludidos. Se trata de hacer acciones espectaculares que contribuyan a la salvación de las almas virtuosas. Yolanda Díaz es la adalid de esta forma de hacer política. Se trata de enviar mensajes que contribuyan a fomentar la fe y la esperanza. Sus retóricas victoriosas encubren la congelación laboral en la casi totalidad de los sectores. La precariedad vive su éxtasis en la hostelería, las universidades, las empresas que emplean trabajo inmaterial, las empleadas domésticas o de cuidados.

Sus viajes para fotografiarse con el Papa, afirmando patéticamente que este se posiciona en favor de la reducción de jornada; su pretensión de viajar a Palestina para obtener una imagen que le reporte beneficios… Todas sus actuaciones son desesperadas para reforzar la fe y la esperanza de numerosos náufragos. Porque los grandes problemas de la ausencia de un control efectivo sobre el estado de Israel o en favor de las condiciones para trabajadores implican modificaciones sustantivas en el campo de fuerzas global, y la alteración de los equilibrios existentes se encuentra fuera de su proyecto político desarraigado de los suelos sociales bombardeados por las fuerzas que impulsan el neoliberalismo, que avanzan en la separación de las personas y la disgregación de las viejas sociedades, debilitando las instituciones de lo común.

Lo mismo ocurre con los grandes contingentes sociales en relación a la vivienda, que configuran una gran masa de inquilinos e hipotecados-endeudados que debilita cualquier acción colectiva. Entre estas poblaciones, la inculcación de fe y esperanza representa el centro de la actividad política. Porque creer que un gobierno tiene la facultad de modificar esta situación en una sociedad con la correlación de fuerzas existente, adquiere la naturaleza de teología sacramental. Así que creer es la clave de las comunicaciones políticas en las ínclitas sociedades del presente.

En una situación así, es natural que proliferen líderes que se asemejan a los papas, dotados de capacidades discursivas que tienen virtudes celestiales. Pero es inevitable el brusco descenso a la tierra, al suelo, en donde se multiplican realidades incompatibles con las oratorias gubernamentales. Si no se consideran los efectos letales sobre las sociedades, resultantes de la acción de las instituciones de la nueva individuación y de demolición de viejas comunidades y organizaciones, ejercidas por poderes transversales y transpolíticos, los diagnósticos son papel mojado. En estas condiciones, las instituciones políticas albergan a una casta de pastores eclesiásticos que proponen quimeras para la salvación de los fieles.

martes, 2 de abril de 2024

GUERRA DE UCRANIA, SUPREMACISMO ATLANTISTA Y Y FUNDAMENTALISMO DE MERCADO

 

El estado de guerra suspende la moral; despoja a las instituciones y a las obligaciones eternas de su eternidad, y, desde entonces, anula en lo provisorio los imperativos incondicionales. La guerra no se sitúa solamente como la mayor de las interpelaciones de la moral, ella la torna ridícula. El arte de prever y de ganar por todos los medios la guerra […] se impone entonces como ejercicio mismo de la razón

Martinus Nijhoff

Tenemos cerca del 50% de la riqueza mundial, pero solo el 6,3% de su población… Nuestra verdadera tarea en los próximos tiempos es encontrar una forma de relación que nos permita mantener esta desigualdad de riqueza sin comprometer seriamente nuestra seguridad nacional. Para lograrlo, tendremos que renunciar a todos los sentimentalismos y ensoñaciones; y en todas partes tendremos que concentrar nuestra atención en nuestros propios proyectos nacionales. No debemos engañarnos pensando que hoy podemos permitirnos el lujo del altruismo y la felicidad mundial… Deberíamos dejar de hablar de objetivos vagos -y para el Lejano Oriente- poco realistas como los derechos humanos, la mejora del nivel de vida y la democratización. No está lejos el día en que nuestras acciones deban estar guiadas por un pensamiento de poder sobrio. Cuanto menos nos obstaculicen los eslóganes idealistas, mejor”.

George F. Kennan

 

La guerra de Ucrania se presenta como un espejo de la época, en tanto que la opacidad de sus actores alcanza niveles macroscópicos. Este es un tiempo de enorme progreso del complejo militar industrial, que muestra su capacidad de producción de armas eficaces que aceleran sus tiempos de renovación en una escalada acelerada de letalidad. Pero, tal y como apuntó Günther Anders, las industrias de la conciencia, los medios de comunicación de masas, alcanzan el estatuto de la perfección en el arte de la manipulación, que hoy se especifica en la competencia de ocultar mostrando. En esta periférica provincia del imperio atlantista, se ensaya una nueva forma de preparar a las poblaciones para cumplir con las tareas asignadas por este portentoso dispositivo militar.

Ahora no se trata de inculcar el espíritu guerrero mediante movilizaciones de masas ardorosas en favor de objetivos militaristas, sino la manipulación con guante de seda de la opinión, programando secuencialmente la escalada hacia la guerra mediante la administración de la discreción. La ministra Robles advierte de la inevitabilidad de la misma, en coherencia con la dirección de la OTAN que solicita el incremento sustantivo del presupuesto militar. Al tiempo, el presidente Sánchez comparece con los empresarios productores de armas, enviando un mensaje sólido en las vísperas de su activación respondiendo al imperativo atlantista. Mientras tanto, los medios de comunicación de la derecha y de la progresía presentan un conjunto de nuevos expertos que popularizan las nuevas armas en las tertulias, preparando a la población ante la inapelable colisión con los malos del este.

El repertorio de actores en favor de la militarización, entendida como inexcusable en tanto que miembros de la sagrada coalición atlántica, actúa de forma sincronizada, presentándose como expertos en un problema técnico no susceptible de deliberación. Así, como en la pandemia, el volcán y otros acontecimientos, la pluralidad de posiciones se encuentra excluida y se sobreentiende que esta debe alinearse y obedecer. Aquellos que detentan otras posiciones son excluidos y silenciados, asignándoles la etiqueta letal de negacionistas. De ahí resulta que la conversación mediática es radicalmente monótona y simplista Todo termina en un relato infantil insólito: Lo que ocurre tiene como causa la actuación de un malote perverso que quiere destruir el mundo.

Este relato infantiloide se asemeja al de las viejas películas de James Bond, que termina por extirpar los males eliminando al malvado rival que encarna las amenazas. Siempre me acuerdo del primero, el perverso Dr No. Al igual que los guionistas de las pelis del 007, Putin encarna individualmente el mal, reduciendo la actual Rusia postsoviética al ignorar a las fuerzas presentes que la articulan. Presenciar la conversación en las televisiones progresistas es un auténtico esperpento, que apela a mi memoria en el franquismo, tiempo en el que se denunciaba que los agitadores movilizaban a las poblaciones con independencia de las condiciones políticas y sociales.

En esta comedia de gestación del espíritu guerrero, la izquierda más allá del pesoe representa el sumun de la discreción y la competencia del disfraz político. Para Podemos y Sumar, la tensión guerrera supone una inconveniencia, en tanto que pone en peligro su confortable arraigo en el gobierno. Es antológico contemplar sus sollozos ante el genocidio de Gaza en tanto han participado y participan en la suculenta compraventa de armas con el estado de Israel. Es notoria la capacidad de disimular de esta extraña izquierda, en tanto que en el caso de Ucrania se pronuncian en favor de las posiciones atlantistas, apoyando el rearme de la atribulada Ucrania. Es curioso que, siendo la guerra un acontecimiento axial, solo se pronuncien sobre ella las cúpulas: Yolanda Díaz, Iñigo Errejón (maestro de la discreción), Ione Bellarra o Irene Montero. Los demás parlamentarios o cargos permanecen en un silencio ostentoso. La perversidad de este mutismo radica en que su verdadero móvil es no molestar al presidente, atlantista proverbial, que, a su vez, muestra su virtuosa competencia de no molestar a los dirigentes atlantistas.

De este modo, esta lejana provincia del imperio se involucra en los desvaríos guerreros norteamericanos. En 2004, con la presencia de Aznar en el trío de las Azores que decide la intervención en Irak. Ahora el supergobierno progresista enviando tropas a las repúblicas bálticas y advirtiendo de la inminencia de una guerra necesaria. Esta paradoja expresa la naturaleza del régimen del 78 y su extraño devenir, que cristaliza en una polarización y crispación por cuestiones menores asociadas a la pugna por la titularidad del gobierno, en tanto que las grandes cuestiones son objeto de un consenso basado en un silencio sepulcral.

La verdadera razón de los distintos conflictos bélicos protagonizados por EEUU es la promoción y defensa de sus propios intereses. La frase antológica de Kennan que encabeza este texto desvela la naturaleza del atlantismo y su reconversión tras su inicio como alianza defensiva contra la vieja URSS y Pacto de Varsovia. La alianza ha devenido en una fuerza ofensiva que expande sus fronteras hacia el Este. El fundamento de este conglomerado militar expansivo es el de constituirse en una garantía solvente de la expansión del mercado global. Este crecimiento convierte en enemigos a los rivales económicos y geopolíticos, constituyendo el riesgo de guerras. Los últimos treinta años han demostrado que la OTAN se fundamenta en una guerra permanente contra múltiples países convertidos en enemigos.

Pero este imperio expansivo genera una racionalidad política que deben asumir íntegra e imperativamente sus aliados. Esta es sintetizada por Enrique Dussel como “la razón tautológica del imperio”. En nombre de los valores de la democracia y los derechos humanos se construyen enemigos que son integralmente descalificados como bárbaros, atrasados y malvados. La colonización incubó este supremacismo, que se especificó en la creación de múltiples formas de apartheid. El código es el mismo: las sociedades al este son integralmente descalificadas como no democracias. Así se invierte la relación entre agresor y agredido. El juicio que sanciona la inferioridad de los extraños se fundamenta sobre el principio de totalidad. Toda su cultura es denegada desde la perspectiva subjetiva, arbitraria, intracultural y dogmática de los portadores del modelo de la razón imperial.  Así se deniega cualquier alteridad o derecho efectivo a otra identidad cultural. El extraño del este es convertido en un portador de peligro, y, por tanto, en un enemigo.

Por el contrario, el mismo imperio del mercado global se presenta como benévolo. La frase de Kennan del principio está escrita en 1948. Representa el imaginario de los teóricos “realistas” del imperio norteamericano. El problema de fondo radica, desde la perspectiva de esta provincia del imperio, en que hasta el momento la guerra de Ucrania ha debilitado manifiestamente las economías europeas, en favor de unos EEUU convertidos en proveedores de energías y de armas provenientes de su robusto complejo militar industrial.  La anestesia comunicativa resultante de la manipulación de la información, concita la convergencia entre la derecha, la progresía benevolente y la izquierda distraída en la aceptación de la guerra como contrapartida de las obligaciones como honorables miembros de la OTAN.

El nivel de sumisión llega a un punto insólito, que se conjuga con la simulación de la vieja izquierda haciéndose el longuis. Así, la instalación de una nueva base militar en Menorca no suscita ninguna problematización en el ínclito sistema político y mediático. Así se forja una mala premonición para el futuro inmediato. No puedo terminar sin aludir a los rostros terribles de los encargados en la correa de transmisión de imponer la guerra como realidad fáctica: Borrell en Europa y Margarita Robles en España. Solo les falta anunciar la escalada bélica con los pies encima de una mesa y hablando en tejano.