sábado, 27 de febrero de 2021

UN RELATO DISCORDANTE DEL CONFINAMIENTO

 


Tos seca sacude a la humanidad: a unos por el virus, a otros por el miedo, más lo segundo que lo primero. A la humanidad se le contajo el pecho, se agazapó en su guarida…y el planeta Tierra respiró: la hierba brotó en cada esquina. La vida siempre gana

Leopoldo Márquez

He leído recientemente un libro sobre la vivencia del confinamiento de una persona poliédrica. Es abogado, poeta y cuentacuentos, pero sobre todo, un ser vivo que atribuye el máximo valor al arte de vivir sin mayúsculas. Su nombre es Leopoldo Márquez. El texto muestra nítidamente a la persona: sus percepciones, sus reflexiones, el vínculo con su historia personal y sus prácticas de vida. Editado y distribuido por Amazon ha tenido un éxito editorial considerable. Es una excepción al silencio de la sociedad respecto a la vivencia de este acontecimiento.

El confinamiento es un suceso central, cuyas consecuencias en las vidas de los encerrados no pueden ser minimizadas. Sin embargo, se trata de un evento mudo que señala la apoteosis de los dispositivos expertos, que han suplantado a las personas en el orden del decir. En este episodio solo hablan los expertos, y las personas corrientes se encuentran marginadas de esta conversación, en tanto que solo son interpeladas para responder a las preguntas cerradas que elabora el poder experto. La Covid representa la culminación del proceso de inhabilitación radical de las personas, que son suplantadas por los expertos de modo drástico.

El silencio social afecta también a las gentes de la cultura, que se ausentan de modo manifiesto del escenario habitado por los expertos y sus representaciones. El valor del libro radica precisamente en su inequívoca autonomía respecto a las definiciones de los sistemas expertos, que ocupan en régimen de exclusividad los flujos mediáticos. El relato se inscribe estrictamente en lo vivido. Este se realiza mediante varios géneros que se entrelazan en el hilo argumental de las vivencias del autor. Los poemas, las reflexiones, los relatos y las crónicas se alternan en sus páginas. El autor lo define así: “¿Para qué escribo estas páginas? Para empezar, diré que las llamo páginas porque no sé bien de qué otra manera hacerlo. En un principio, iba a ser un poemario; después un compendio de relatos, anécdotas, crónicas…, aunque hoy estoy tentado a rendirme  y reconocer que se trata de un simple y mero diario. Yo quería que fuera otra cosa…Pero no, esto es un diario hiperrealista de una realidad surrealista.”

La definición del estado epidemiológico y sus dispositivos expertos del sujeto confinado se condensa en una homologación brutal. Se supone que cada uno es el efecto de sus datos sociodemográficos y de su historial de salud.  Por el contrario, el relato  de Márquez muestra la existencia de un ser vivo que hace sus selecciones, sus cálculos, se propone metas y genera sentimientos y emociones. El libro contradice la idea del poder, que imagina al súbdito confinado como un ser mediatizado, concentrado en la pantalla para aliviar su incertidumbre y agradecer al pastor por su deferencia por considerarle ahí, enclavado tras la pantalla. Este sujeto imaginario suspende su vida en espera de ser rescatado por el generoso poder gubernamental-experto. Su cotidianeidad alterna sus obligaciones como espectador con las pequeñas rutinas cotidianas.

Pero el protagonista del relato es justamente lo contrario. Es una persona activa que, a pesar de las limitaciones del encierro, imagina, piensa, siente y actúa decididamente. Y el centro de su vida es precisamente el amor y el sexo. El confinamiento del personaje de Leopoldo, se organiza en torno a un acontecimiento central: la relación con una mujer que trabaja en una farmacia. Esta suscita un repertorio de sentimientos intensos que lo mueven a la transgresión de las normas. Atraviesa la ciudad para verla, se arriesga en estos desplazamientos, consigue su teléfono, lo cual le permite chatear con ella y termina con varias citas en un lugar tan prosaico como un supermercado.

El relato consigue descifrar la energía interior que proporciona una relación así. La espera a la cita es un momento muy intenso que remite a la adolescencia. Los encuentros son limitados por la distancia personal y la mascarilla, guantes y el conjunto que denomina como burka. Me ha hecho reír varias veces, en tanto que a mí también la mascarilla me suscita la revalorización de los labios y de los besos. Para él es imperativo conseguir un beso, que entiende como un acto sublime que tiene lugar entre cajas, latas, precongelados y similares. Esta relación se refuerza por efecto de la activación pulsional que tiene como motor lo prohibido. “Si ambos estábamos allí, en aquel encuentro prohibido en época de coronavirus, es porque ambos somos valientes y salimos a la búsqueda de un Dios todopoderoso”. La magia que emana de lo prohibido comparece en varias ocasiones  Nos sonreímos con esa mirada de vida que brota siempre de lo prohibido”

También narra un polvo inesperado con una amante que consigue burlar las líneas establecidas por los programadores del confinamiento. El sexo es el gran problema vivido. “Yo, discípulo de Onán, que daba por asumido que la cuarentena suponía esta castidad impuesta a todos los solteros…y de repente me encuentro cerrando a toda prisa las ventanas de este despachito para recibirla aquí”. El tecleo en el ordenador y el compulsivo folleteo se funden en este episodio sobrevenido al encierro que penaliza severamente el sexo de los no emparejados establemente y ubicados bajo el mismo techo. Cuenta un tórrido e imprevisto amor entre dos compañeras de piso compartido. Una amiga suya es su confidente. Todo empieza por tímidos roces en los pasillos, que generan una situación en la que se hace factible el encuentro de los codos en el balcón de los aplausos de las ocho, el único momento social extradomiciliario del extraño evento. Todo termina con el descubrimiento mutuo de sus cuerpos y la explosión de sus pasiones amorosas.

La centralidad del amor y el sexo desplaza a su posicionamiento con respecto a la pandemia. Es llamativo que entienda esta, más como una operación que refuerza un nuevo poder que como una respuesta a un problema de salud. Sus reflexiones intercaladas acreditan que comprende lo esencial “Toda la población estaba preparada para que se declarase hoy ese estado de alarma, era un secreto a voces, pero lo que yo no esperaba y lo que se escondía detrás de ese discurso, posiblemente sin él saberlo, es que se inauguraba una nueva época: la era de un paternalismo protector frente a un pueblo que regresaría después de décadas o siglos a una minoría de edad”. En varias ocasiones insiste en la pérdida de libertades y derechos, así como al final de las democracias tal y como las hemos conocido.

Pero este posicionamiento frente a los aspectos políticos de la pandemia, se subordina a la cuestión de la vida mutilada por la prohibición que afecta a la piel, el tacto y el olfato, que conforman las relaciones fuertes en los humanos. Refiriéndose a su madre, confinada en Granada, dice “Ella, como todos los granadinos, ha pasado su vida encerrada en la calle y en los bares, en las plazas. Así semos los granaínos. Ese es el único encierro que los granaínos han conocido en su vida: encerrarse fuera de casa”. La terrible ley de la distancia personal atraviesa todo el texto como una precondición de la vida, que ha sido brutalmente extirpada.

Su canto a la vida en minúsculas se especifica en dos episodios. Uno es la constatación de las casas-contenedores, entendidas como espacios de encierro. Dice “Este agotador y falso confinamiento en todas las ciudades del mundo solo tiene un culpable: el padre de todos los padres de la arquitectura moderna: Le Corbusier. Fue él quien ideó estos edificios e incómodas celdas en las que hoy vivimos los humanos. Hemos entregado nuestras vidas al trabajo, a viajes vacuos, a tener tablets, ordenadores…y ahora nos percatamos de que vivimos en ratoneras desprovistas de terrazas, espacios flexibles, luz natural y ventilación. Angostas atalayas con ascensores (llenos de virus) que nos ascienden a las celdas. La culpa de absolutamente todo es de Le Coirbusier”.

La otra se refiere a la crítica del teletrabajo y la reafirmación del trabajo presencial. “El trabajo presencial permite mantener una rutina edificadora y una dignidad personal ya que el exponerte a un colectivo obliga a mantener una debida belleza, una ropa a punto, una atención necesaria en nuestra indumentaria y peinado. La interactuación en el trabajo presencial es una fuente indefinible e inagotable de experiencias y de conocimiento, tanto profesionales como personales. Hay un valor intangible en el camino al trabajo, en el tiempo que se estará en la oficina, en el camino de regreso…Ese valor intangible consiste en toda la información inconsciente que percibimos y que nos permite resetearnos hacia una realidad tremendamente cambiante. Quien se queda ante un ordenador en casa, se acomoda, pierde la capacidad de tolerar las diferencias cotidianas y, en esta sociedad de la tecnología, corre un alto riesgo de aislarse y perder la noción de la realidad”.

Este libro tendría que ser leído detenidamente por las huestes expertas en la medicina, epidemiología y otras experticias en el misterio de la salud. Es una oda a la vida y la libertad personal. En una de sus reflexiones, sintetiza el espíritu de vivir en el campo de concentración abierto que la Covid ha instaurado. “Confieso que, hasta hoy, ni un solo día cumplí el encarcelamiento; en secreto, sin contárselo al mejor de mis confidentes, salía a la búsqueda de esta ciudad nueva, de esta nueva era: resultaba tan estremecedor, sublime: Madrid desnuda para mí”. Esta confesión suscita en mí mismo una inevitable identificación. En los textos que escribo en este blog desde el advenimiento de la pandemia, este espíritu y estas prácticas están presentes. Estar confinado sin otorgar permiso a los confinadores para hacerlo es todo un arte menor. El arte de vivir reduciendo las constricciones impuestas en esta era. Se trata de poner una distancia de seguridad, nunca menor de dos metros, a los dispositivos persuasivos y coercitivos del poder.

 

 

 

miércoles, 24 de febrero de 2021

LA HEROÍNA VIKINGA: UNA PARÁBOLA DE LA OBEDIENCIA

 

Sucedió el pasado viernes 19 de febrero. El parque del Retiro se encontraba cerrado desde el 9 de enero por los efectos de la tormenta Filomena y la incompetencia proverbial del Ayuntamiento de Madrid. Los portavoces oficiales de este cuentan la estrafalaria historia de que una gran nevada ha deteriorado a la mayoría de los árboles. Este relato reproduce la eterna cantinela de que “España es diferente”. Porque en todo el hemisferio norte, y también en el del sur, los árboles y las nieves constituyen una pareja feliz de una solidez envidiable. El mal estado de los árboles remite a una desidia y abandono sostenido. Lo cierto es que el parque permanecía cerrado y amurallado, en tanto que sus múltiples beneficiarios paseaban tras sus rejas con la esperanza de que este fuera abierto.

En esa misma semana se habían abierto dos puertas para acceder, en un caso a una biblioteca municipal, y en otro a varios bares situados en torno al mítico Florida Retiro. Estos accesos estaban estrictamente acotados por vallas, así como por carteles que indicaban imperativamente que solo estaba permitido el uso de acceso a los edificios. Desde el mismo día que se abrieron, pasaba con mi perra para que esta olisquease la hierba y cagase en la tierra, cuestión que es muy importante, tanto para ella como para mí. Disfrutábamos efímeramente unos breves minutos en un trozo de naturaleza entre vallas, rejas, guardias y vigilantes amateurs generados por la combinación entre la España eterna y el confinamiento y la pandemia.

Me encanta observar cómo la gente crea usos de los espacios y prácticas que desbordan las previsiones de las autoridades. En los cincuenta metros entre la puerta y la biblioteca, distintas personas ensayaban diferentes actividades. En sus cuatro bancos, se sentaban a tomar el sol, a pasar un rato acompañados de sus niños o a mirar distraídamente a los viandantes. Otros caminaban hasta las vallas para mirar el interior del parque. Los perreros se aliviaban de la sobredosis de asfalto que acompaña la pandemia, que refuerza el signo de la urbanización de la ciudad de las M, la M-30 y sucesivas, que denotan la primacía de las máquinas de la movilidad sobre los caminantes a pie, así como el dominio del pavimento sobre la tierra.

El pasado viernes, después de las once de la mañana me encontraba en el lugar sagrado para cumplir con el ritual de respirar cerca de los árboles y pisar la tierra y la hierba. Entonces, ocurrió un acontecimiento milagroso. Una mujer muy joven entró por la puerta del parque con su bicicleta en las manos. Después de otear el horizonte, se dirigió a un hueco entre las vallas, que solo estaba protegido por dos cintas, y sorteó estas pasando al otro lado. Mi sorpresa fue mayúscula, pero mucho menor que mi alegría. Contemplar una persona que se salta las vallas me proporciona un regocijo indescriptible. La Covid ha multiplicado las fronteras, que se han extendido a todo el espacio y la vida. Las vallas, los controles, las prohibiciones…proliferan por todas las partes, representando el espíritu del nuevo campo de concentración abierto en el que se han convertido las ciudades gobernadas por la lógica de la vigilancia.

Recuerdo el terrible impacto que causó en mi persona la propuesta de parcelación de las playas, así como la pretensión de establecer barreras físicas en todas las partes. La reducción de la movilidad personal y la inmovilización es el principio de todos los órdenes políticos autoritarios. Todavía recuerdo los viajes en tren en mi infancia, en los que siempre pasaba un inspector de policía pidiendo la documentación a los viajeros. He sido testigo de múltiples tácticas de la gente para burlar estos lindes impuestos por la autoridad. Pero nunca había visto atravesar las líneas de forma tan decidida.

Esta heroína tenía un aspecto que denotaba inequívocamente su origen. Era de algún país de los bañados por el Báltico. Su cabello rubio intenso, sus ojos muy claros, su estatura considerable, su cuerpo delgado y atlético. Pero lo más sorprendente era la independencia que mostraba  con respecto a los que nos encontrábamos en ese espacio contenidos por las vallas. Ni siquiera nos miró, en tanto que examinó el espacio abierto situado tras las vallas y decidió atravesarlo con gesto firme y decidido. Su comportamiento se diferenciaba de los socializados en la cultura española, que se puede sintetizar en esa terrible frase que reza así “Una cosa es libertad y otra libertinaje”. El significado verdadero de esta es que la libertad es negada terminantemente, y que cada cual debe comportarse sin que la autoridad tenga que apercibirle.

La reacción de la gente fue negativa. Un señor mayor la increpó, en tanto que una mujer de avanzada edad profirió algunos insultos antológicos, a la vez que nos advirtió acerca de la cuantía de la multa que le pondría. Esta representaba un equivalente en carga emocional negativa a una pena de muerte practicada con métodos tradicionales. Terminaron lamentando que no hubiera guardias en ese momento. Por cierto, los mismos vigilantes que cuando pasaban por allí nos echaban a todos al comprobar que no íbamos a la biblioteca.

La fascinante ciclista escandinava recorrió varios caminos hasta la siguiente puerta, para regresar sobre sus pasos y salir al paseo de coches, en donde le perdimos la pista. Me quedé preocupado, puesto que en mis anteriores paseos tras las rejas, pude comprobar la paradoja de que, aún a pesar de que el parque estaba cerrado, los servicios de seguridad permanecían activos. Las patrullas de la policía, nacional, municipal y la seguridad privada del parque permanecían activas, discurriendo lentamente en el paisaje desolado. Quizás hayan sido advertidos de que algunos árboles podrían ser insumisos a su destino fatal y los estuvieran vigilando. El caso es que la guerrera escandinava tenía todas las probabilidades de encontrarse con el dispositivo de seguridad.

Salí a la calle Menéndez Pelayo, inquieto por la suerte de la admirada vikinga. Según pasaba el tiempo, me asaltó la idea luminosa de que ella fuese una descendiente del mítico Ragnar Lothbrok, que había desembarcado en el Manzanares para saquear las instituciones madrileñas y liberar los parques y los espacios públicos del yugo de los descendientes del rigorismo religioso. En mi fantasía, imaginaba a esta escudera venciendo a los distintos patrulleros, para evidenciar la caducidad de la estricta sociedad securitaria que penaliza a sus súbditos con el cierre de los espacios públicos.

Siempre me ha inquietado la obediencia en la versión española. En mis años de profesor la gente me pedía normas claras. Estas son el requisito para ensayar el arte de modificarlas convirtiéndolas en reliquias muertas. No puedo dejar de imaginar a un grupo de guerreros vikingos en el Ayuntamiento o la Asamblea de Madrid. Supongo que sentirían una extraña sensación de encontrarse en la ciudad inglesa de York muchos siglos atrás. La obediencia ciega es una fuerza destructiva que en este tiempo adquiere una dimensión turbadora. Otro día contaré aquí mi sensación en mi primer paseo por el parque parcialmente abierto. La aceptación general del embuste de que la nieve termina con los árboles ha actuado como profecía autocumplida y ha terminado por desolar los suelos de Madrid.

 

sábado, 20 de febrero de 2021

UNA INTERPRETACIÓN DEL NEGACIONISMO

 

¡Cuidado con los términos, son los déspotas más duros que la humanidad padece¡

José Ortega y Gasset

La Covid ha propiciado una mutación en la forma de gobierno. De esta nace un nuevo gobierno epidemiológico que amplia considerablemente el campo de su intervención, refuerza la coerción y recorta las libertades. Las operaciones de los dispositivos gubernamentales para controlar la pandemia, implican un dirigismo extremo, que supone una ruptura con el modo de gobernar propio del tiempo anterior a la pandemia. La población es regida imperativamente, se suspenden o debilitan los principales canales de interlocución, se instituye un sistema de decisiones aplicadas en un plazo inmediato y el cumplimiento de las reglamentaciones se respalda en las fuerzas de seguridad.  Los medios de comunicación adquieren una centralidad manifiesta como altavoces del gobierno epidemiológico.

Este nuevo gobierno Covid funda sus decisiones y acciones en un conjunto de preceptos y significaciones que han sido inventadas en los albores de la pandemia. Estas se amalgaman en nuevo esquema referencial, en el que junto con nociones tomadas de los expertos en salud pública, se encuentran ideas formuladas por distintos especialistas en el análisis de distintas crisis políticas y económicas. Esta ideología del gobierno epidemiológico es imprescindible para conducir férreamente a la población, que tiene que ser persuadida por la nueva cultura gubernamental, que para ser eficaz tiene que habitar en las personas gobernadas. Así, las reglamentaciones,  y decisiones deben ser aceptadas e internalizadas por los destinatarios para sustentar su eficacia.

La legitimación adquiere un papel decisivo en el proceso de la pandemia. Es menester que la población obedezca las prescripciones fundamentales. Los medios de comunicación adquieren un papel esencial, en tanto que constituyen un verdadero monopolio de la palabra, que comparten los expertos, los políticos y los operadores mediáticos. La audiencia es arrollada por un flujo mediático intenso en el que reina la unanimidad. Las voces discordantes son silenciadas a favor del coro experto que habla en nombre de la verdad y se presenta como una instancia salvadora. La producción industrial del miedo se acompaña de la divinización de los expertos, que adquieren su legitimidad en nombre de una ciencia, que es presentada, paradójicamente,  en formatos inversos a lo que es estrictamente científico.

Así, las decisiones zigzagueantes y contradictorias son presentadas como revelación de la ciencia, interpelando a los receptores para que acepten sin más los dictados de la misma, que es exhibida en términos de revelación cuasi divina. Se solicita al pueblo espectador una fe sin contrapartidas, al tiempo que una adhesión incondicional. El modelo en que se inspira esta clase de gobierno es el de la guerra, que exige una unidad y disciplina absoluta. En este contexto, la descalificación pública de aquellos que muestren dudas, formulen objeciones, problematicen las estrategias seguidas o propongan alternativas, es absoluta. Se resucita la etiqueta de traidor. La consecuencia es el silenciamiento drástico de las voces no encuadradas y la demonización de aquellos que manifiesten sus diferencias. En este contexto comparece un término que representa un estigma en estado puro, como es el de “negacionista”.

La pandemia ha reconfigurado los dispositivos de gobierno conservando una propiedad esencial. Esta es la de la conservación de un espacio –las instituciones- desde el que se administra a una población que reside en el exterior de las mismas. Revisitar a Michael de Certeau parece inevitable. Este definiría la situación vigente como el encuentro entre los dotados de la capacidad de hacer estrategias, con los que agotan su aptitud en inventar tácticas. El año de la pandemia ilustra acerca de la dificultad creciente de los primeros para gobernar más allá de sus murallas institucionales al pueblo, que resulta vulnerable y proclive a la infidelidad a las instituciones. La confrontación silenciosa adquiere toda una gama de ricos matices, que cuestionan la obediencia, erosionada por múltiples tácticas sin discurso.

También es imprescindible recuperar a Paulo Freire, cuya visión de las relaciones entre las instituciones gobernantes y el pueblo gobernado es particularmente problematizadora. Afirma que trabajar para el otro exterior es, más bien, trabajar sobre el otro. El gobierno totaliza, ordena, racionaliza, modifica, consensúa e interviene. Esta conceptualización remite al concepto de colonización. La nueva forma de gobierno denota una colonización epidemiológica, en la que los colonizadores trabajan a favor de administrar las voluntades de los colonizados, así como para asentarse en sus espacios localizando en ellos sus racionalizaciones y representaciones. Así, el complejo gobernante experto impone sus códigos, así como los sentidos derivados de los mismos.

Una forma de gobierno en el estado de excepción epidemiológico requiere la obediencia voluntaria de sus inquietos súbditos. Para lograrlo es menester que acepten e internalicen los sentidos del sistema, que se pueden sintetizar en el racionamiento de la vida, o su suspensión eventual en algunos casos, según los requerimientos de la evolución pandémica. Las representaciones del nuevo poder tienen que poblar los contextos y las mentes de la población. Los dispositivos gubernamentales deben instalarse como hábitus –sistemas de disposiciones- en los mismos gobernados. De este modo las leyes, disposiciones y regulaciones pueden funcionar eficazmente. Es preciso conformar a las personas obedientes a las decisiones del gobierno de la pandemia.

En esta tarea comparecen dos grandes tipos-ideales de oposiciones. La primera es el de los disidentes, es decir, de aquellas personas que tienen diferencias racionalizadas con el dispositivo gubernamental. En una situación de tensión pandémica, estas son constituidas como disidentes, en tanto que son silenciadas en función del riesgo percibido en el pluralismo y la diversidad de enfoques. El silenciamiento, la denegación de existencia, la postergación, la condena moral, el apartamiento y la etiquetación equivalente a la traición, constituyen la forma de tratamiento de los discrepantes. En este año se han intensificado las prácticas de expulsión al exterior de aquellos no adictos a las racionalizaciones del nuevo poder.

Pero los disidentes denegados y degradados ceremonialmente, arrojados al exterior de los medios, representan una crítica racionalizada, es decir, que elaboran y exponen sus racionalizaciones alternativas en distintos espacios de comunicación. Estos son rechazados en tanto que se supone que pueden contaminar a los súbditos que habitan los espacios exteriores a las instituciones. El pueblo debe ser informado por un solo canal e interlocutor, en el que los políticos y los expertos investidos por el manto de la ciencia detentan un protagonismo absoluto. Sus decisiones y conminaciones adquieren la condición de indiscutibles y no pueden ser deliberadas. Así se constituye el vínculo con las teocracias. El flujo mediático deviene en sermón moralista acompañado de la amenaza para aquellos que no lo acepten con la convicción debida.

Sin embargo, tras los primeros meses de encierro riguroso, bajo la apariencia del exterior social como un espacio liso, susceptible de ser observado por el panóptico epidemiológico, comparecen gradualmente distintas gentes que no cumplen con las prescripciones emanadas de las autoridades y proclamadas por las televisiones. Estas se presentan en términos de incumplimientos mediante la recuperación de prácticas de vivir, que en muchas ocasiones se asocian a riesgos manifiestos de infecciones. Los incumplidores proceden de distintas esferas sociales y manifiestan un repertorio de actividades que desafía el precepto central de limitar la movilidad, las relaciones y la vida.

Estas gentes, son etiquetadas como negacionistas por los altavoces mediáticos, gubernamentales y expertos. Pero la acción de estas personas las diferencia radicalmente de los disidentes. Ellos carecen de un discurso racionalizado alternativo, así como de la voluntad de conversar con el hermético poder que dictamina acerca de la restricción severa de la vida. Su táctica remite a De Certeau, en tanto que su objetivo es hacer. Son hacedores de trozos de vida prohibidos por las autoridades. Salen de las sombras y se localizan provisionalmente en un espacio que abandonan tras la fiesta o la transgresión. Sus desavenencias son mudas, carecen de portavoz y discurso alguno.

Sus prácticas y localizaciones son múltiples y cambiantes. Pueden percibirse en cualquier espacio regulado, en el que fuerzan los límites establecidos por la autoridad. Son los herederos de la cultura de las esquinas. Se instalan sobre las intersecciones para sumergirse en las sombras cuando son interceptados. Se trata de una protesta móvil, que muta incesantemente abriendo rutas y consagrando espacios, siempre provisionales, para ubicar sus microsistemas sociales móviles. En ellos se multiplican las formas de relación, así como los personajes que los componen. Los tipos dominantes pueden ser los jóvenes sin fin, en espera de un destino social estable. Junto a ellos los jóvenes que huyen de la masa postfordista desdichada, sometida a la no-vida que el sistema económico les impone. Además, frikis y distintos tipos de lo estrafalario. Lo completan distintos contingentes de personas inconformistas.

Los denominados negacionistas no pretenden que los demás aprueben sus ideas o representaciones. Su pretensión es la de negar el poder que prohíbe la vida y el espíritu que detentan es el de una desobediencia sin discurso. Se trata de una réplica silenciosa que desafía el gobierno epidemiológico mediante la liberación de espacios. Su nomadismo le protege precisamente de ser aplastado por el poder. En este sentido, es inevitable establecer un vínculo sólido con las distintas manifestaciones de lo que se ha entendido como bárbaros. Los pueblos nómadas ajenos a la cultura de los imperios que terminan por asaltarlos, penetrarlos, desorganizarlos y conquistarlos.

Los nuevos bárbaros de la era del imperio epidemiológico muestran su capacidad para desactivar los sentidos únicos del poder. Estos son reemplazados por sus representaciones arraigadas en la cotidianeidad. Esta es el referente de los mismos. Se trata de recuperar la vida tras el paréntesis del encierro y la intervención del poder medicalizado. Ahora voy a decir una verdad muy dura para los supuestamente pragmáticos participantes del poder epidemiológico. La fiesta, constituye el único acto social autónomo para los jóvenes almacenados en la eterna secuencia de la educación sin fin, así como los fugados de los sórdidos mundos cotidianos de la post-clase trabajadora después de las distintas reestructuraciones. Es el acontecimiento que celebra la existencia del grupo. Como todo evento social fuerte define estrictamente la pertenencia. Las fronteras son férreas. Se está o no se está en la fiesta.

Así, los bárbaros acreditan su capacidad de producir sentidos inequívocos y convocantes, aunque sus racionalizaciones sean muy débiles. Sus prácticas desafían a los sentidos del sistema, y su fuerza se funda en que su situación sistémica no puede ser degradada, en tanto que ya están en los márgenes. Son los protagonistas de una normalidad dislocada. Se localizan sobre el espacio rugoso y poroso exterior al poder. Conforman lo que los dispositivos del poder denominan como nueva chusma epidemiológica. Son descalificados por los portavoces mediáticos y se movilizan los dispositivos punitivos del sistema. Ellos constituyen el argumento sobre el que se justifican las medidas epidemiológicas drásticas. Son los artistas que abren grietas en lo social exterior al gobierno, y confirman que cada imperio constituye a sus bárbaros.

 

domingo, 14 de febrero de 2021

LOS MAYORES Y LA DEMOCRACIA RESTRINGIDA

 


¿Dónde está el desarrollo que hemos perdido en el crecimiento?

¿Dónde está la compasión que hemos perdido en la prosperidad?

¿Dónde está la decencia que hemos perdido en la administración?

¿Dónde está la justicia que hemos perdido en la ley?

Elías Canetti

Las sociedades del presente manifiestan una marcada tendencia a una rigurosa discriminación de grandes contingentes de la población. Uno de los más numerosos e importantes es el de los mayores. Esta es una cuestión que remite a los comportamientos mayoritarios, que descartan progresivamente a los mayores, en tanto que extraños desconectados con la vida diaria y sus imperativos. Esta discriminación termina afectando a los derechos mismos, en tanto que se trata de un segmento poblacional que termina internado en las instituciones sucesoras de los asilos. Esta marginación, culminada en encierro, tiene como consecuencia que no se pueda hablar, en rigor, de una democracia universal, sino que esta se encuentra estratificada en grados para distintas poblaciones. Los mayores se encuentran en un estado de convergencia de varias discriminaciones, una de las cuales es la institucional.

La pandemia de la Covid ha puesto de manifiesto la situación de este grupo de edad. Los recluidos en internados y aquellos que viven solos han sido objeto de una discriminación manifiesta en cuanto a la asistencia sanitaria. Tras la primera ola y las cifras terribles de fallecidos, los partidos y sus extensiones mediáticas optaron por arrojarse los muertos unos a los otros, según la titularidad del gobierno correspondiente. Esta operación evidencia el nivel intelectual y moral de las élites extractivas españolas, así como de su corte de periodistas, tertulianos y expertos de guardia. La llegada de la tercera ola instaura una paz provisional, en la que los numerosísimos fallecidos son despojados de su humanidad, mediante su acumulación en un paquete diario global, representado por una cifra que sirve de comparación con la de los días anterior y siguiente. Su evolución temporal termina configurando una curva que es convertida en una siniestra metáfora estadística. El número de fallecidos, ahora conforma un paquete estadístico en el que no tiene especificaciones. Tras el aldabonazo de la primera ola, el sistema sanitario y el sistema político se han cerrado sobre sí mismos, haciendo opacos los procesos de tratamiento de los ingresados en los hospitales y las UCI.

Desde siempre me ha preocupado la discriminación a los mayores, así como las condiciones de los centros en los que son recluidos. En este blog he publicado dos textos al respecto, que pueden leerse hoy, en tanto que la tendencia a la expulsión de la sociedad ordinaria de los mismos se asienta y se perfecciona, siendo ahora reforzada  por la pandemia. Los textos se referencian en la idea central de que hacerse mayor para la gran mayoría, significa ser desterrado y recluido en los confines de tan desarrolladas sociedades de bienestar. Estos son “Mayores en arrestodomiciliario” en mayo de 2016 y “La tercera reclusión de las personas mayores” en agosto del mismo año. Este último es de las entradas que más visitas ha recibido. También he escrito en alguna ocasión sobre los internados de ancianos.

Los mayores de las sociedades actuales son víctimas de la medicalización desbocada. Esta se articula en torno a la definición de la salud perfecta como valor supremo. Así, los mayores se encuentran en un estado de presunción de inferioridad biológica. Esta se manifiesta en los sucesivos episodios mórbidos acumulados en sus historias clínicas, así como en la erosión inevitable de algunas de sus capacidades personales. Así se configura una visión negativa, que hace énfasis en sus problemas y carencias. La asistencia médica alcanza un nivel tan formidable, que termina por definir a las personas mayores por el sumatorio de estigmas acumulados en las historias clínicas, que devienen en documentos discriminatorios, que representan verdaderas sentencias en la sociedad medicalizada y acelerada.

Pero el problema de los mayores no se ciñe solo a su definición como sujetos necesitados de vigilancia y tratamiento médico. Este factor es secundario con respecto a la cuestión esencial. Esta es que son apartados incrementalmente de sus entornos familiares, para después ser expulsados definitivamente a un confinamiento institucional fatal. Esta marginación gradual determina que ser mayor en estas sociedades, implica experimentar en su persona este apartamiento y la percepción acumulativa de sus vulnerabilidades, que son el resultado, no tanto de su situación de salud, sino de la debilitación de sus lazos sociales. Así se configura una identidad débil que permite ser avasallado por un repertorio de profesionales y especialistas, al tiempo que los suyos próximos  se alejan inexorablemente.

En este sentido se puede comprender la cuestión de la vejez como proceso de expropiación de sus vivencias y relaciones sociales,  para ser definido como un sujeto necesitado de ayuda profesional. Estos son quienes definen sus necesidades e instauran una vigilancia permanente, con exámenes, peritaciones y controles profesionales. El mayor es situado como objeto terapéutico obligado, como un paquete que transita entre distintos especialistas en una secuencia de derivaciones sin fin. Así se consuma el gran asunto, que radica en que la disipación de los lazos familiares y sociales no es compensada por las atenciones profesionales. Recuerdo una viñeta lúcida de los años ochenta, en la que en una unidad hospitalaria repleta de máquinas y pantallas, el paciente internado decía “Quién me ha mandado venir aquí, en mi pueblo estaba mejor”.

Este estado de centralidad de la historia clínica que se impone sobre la persona mayor, acompañada de la difuminación de su entorno relacional y el advenimiento biográfico del tiempo de los vínculos menguantes, implica su configuración como sujeto atendido. La atención profesional es creciente en detrimento de las relaciones cercanas. Y esta, tanto en los servicios médicos como en los sociales, implica en todos los casos la progresiva desresponsabilización del asistido, en tanto que es desplazado por los profesionales que definen sus problemas y se hacen cargo de sus necesidades. Así se refuerza su dependencia como sujeto tutelado y se disipa cualquier atisbo de autonomía personal.

La carrera biográfica de la persona mayor puede sintetizarse en dos grandes etapas. La primera es la progresiva debilitación de sus lazos personales y la disolución de su entorno, que se acompaña de la presencia profesional creciente. Esta concluye con la etapa del internamiento, en la que muere definitivamente su entorno y sus lazos, que solo se hacen presentes en conmemoraciones u ocasiones excepcionales, para instalarse en una cotidianeidad en la que todo se encuentra regulado por lo profesional, en el que desaparecen gradualmente los sanitarios, siendo reemplazados por profesiones de cuidado y custodia. El aislamiento y la restricción social se intensifican inevitablemente. Su entorno es artificial y producto del diseño institucional realizado por profesionales.

La restricción social es compensada mediante la creación de distintas prótesis sociales artificiales, que tienen la pretensión de reemplazar el mundo social del mayor en trance de extinción. Así se explican los abusos de los que son objeto y la ausencia de resistencias ante los mismos. La disipación de su entorno en los largos años de envejecimiento los hace vulnerables, condición que se maximiza en su internamiento. Así se produce un deterioro de su propia autoestima, en tanto que termina por asumir su inferioridad biológica y su condición de veterano en episodios de enfermedad acumulativa, así como de sujeto segregado de su propio mundo. Una geriatra amiga mía me sentenció en los años ochenta, afirmando que sería portador, en mis últimos años, de varias enfermedades crónicas. Supongo que en este caso podría aspirar a un premio al paciente más relevante para tan distinguida especialidad médica.

El proceso de relegación de los ancianos, en el que se suman el vaciado de su mundo relacional y la multiplicación de atenciones profesionales, es posible por la categorización como una persona inferior, tarea que ejecutan admirable y concertadamente, médicos, psicólogos, trabajadores sociales y las profesiones de cuidado y atención a los mayores. Una vez que la persona es evacuada de su mundo vivido, se convierte en un cuerpo gestionado profesionalmente. Es inevitable que termine sintiéndose culpable y asuma que él mismo es el responsable de sus problemas.

Esta línea argumental conduce a una cuestión relevante. Tal y como he definido el problema, este trasciende las realidades que designan los términos “marginación e internamiento”. Se puede hablar en rigor de que los ancianos en estas sociedades se encuentran inequívocamente en el umbral de las relaciones de exclusión. Esta se especifica en la negación de su valor como sujetos enfermos, que además no pueden ser curados,  en la denegación de sus derechos específicos y la ausencia de su voz singular. Su valor como ciudadanos es menor que aquellos que nutren el sistema productivo y el consumo.  Pero lo relevante en este caso, es su configuración como receptores de la buena voluntad de profesionales, instituciones y personas que los asisten. Así se constituyen en pacientes parsonanianos invertidos, en tanto que están obligados a colaborar con la autoridad profesional sin la contrapartida de la curación y la reinserción.

Sin embargo, es discutible que los cuidados profesionalizados puedan ser completos y adecuados  en ausencia de lazos afectivos y para personas huérfanas de su propio mundo. Vivir en prótesis relacionales representa un castigo, en tanto que el asistido termina por descubrir la ficción que se esconde tras las apariencias de cercanía. La supremacía de la asistencia médica a los mayores, en detrimento de unos servicios sociales escuálidos y la consistencia que otorga el mundo relacional de cada uno, en trance de debilitamiento o extinción en este caso, crea las condiciones de un encarnizamiento terapéutico que adquiere múltiples formas, o un abandono gradual en tanto que objeto terapéutico imposible de reparar.

Por esta razón el título de esta entrada, alude no tanto al grupo implicado, sino a todo el sistema. En estas condiciones es pertinente preguntarse si puede haber una democracia plena con un colectivo tan importante y numeroso encerrado y marginalizado. Comprendo lógica de la vida que los expulsa y la colisión de temporalidades pero no puede aceptarse la idea de que el declive pueda tratarse de este modo

La marginación de los mayores y la definición de sus problemas en términos de salud exclusivamente, representa una visión distorsionada de su situación y sus necesidades. En coherencia con la misma, estos acuden a la única instancia autorizada para su tratamiento, que es a los centros de salud. Así conforman una demanda confusa en la que subyacen dimensiones que no son estrictamente sanitarias. Desde la óptica de esta red asistencial, son definidos como hiperfrecuentadores. He podido constatar personalmente en algún allegado el sufrimiento que implica la conformación de barreras en el acceso a la consulta como resultado de la pandemia. La consulta telefónica resulta una prótesis desde la perspectiva del mayor desahuciado, que requiere el consuelo del tratamiento de sus problemas como problemas de salud, que es lo que le han enseñado. El alivio que proporciona el encuentro cara a cara es irremplazable desde la perspectiva del atendido. Pero la definición de sus problemas como problemas de salud es una falacia, en tanto que su problema esencial radica en que es desalojado progresivamente de su propio mundo vivido, lo que implica el racionamiento estricto de sus relaciones sociales.

Comprendo las razones de las personas para postergar a sus mayores, que constituyen un obstáculo para la realización de sus vidas definidas por la velocidad, por la adaptación a novedades constantes y la acumulación de experiencia subjetiva que es imprescindible exhibir ante los otros en el enjambre digital. Pero, del mismo modo, formulo una enmienda a la totalidad a una sociedad que carece la voluntad y de la capacidad de conservar los entornos inclusivos de las personas que quedan desbordadas por las maquinarias de la velocidad. Así se hacen inteligibles las palabras de Canetti que encabezan esta entrada. Esta es una sociedad de crecimiento, pero, en ningún caso es posible asignar la etiqueta de desarrollo integral.

Por eso es pertinente interrogarse acerca de la naturaleza de la esfera política en las condiciones vigentes, en las que un segmento poblacional cuantioso es aislado, encerrado y tratado como portador de déficits de salud. En mi opinión, las democracias del presente devienen en una sutil y renovada democracia censitaria, en la que unos sectores prevalecen escandalosamente sobre otros relegados y rezagados. Hoy mismo, que hay elecciones en Cataluña, se harán visibles los desplazamiento de mayores con su voto asignado por sus cuidadores-custodios, en un exhibicionismo impúdico de la manipulación y la dependencia.

Termino formulando una paradoja desconcertante. Vivo en un barrio en el que habitan numerosos perros viejos, que comparecen en las calles en sus paseos cotidianos. Algunos están en condiciones físicas pésimas. Pues bien, estos, que también son objeto de atención desbocada del dispositivo veterinario, conservan sus entornos, en los que son respetados, reconocidos y queridos. Así muestran su ventaja esencial con respecto a los mayores humanos, que son desalojados de sus mundos convivenciales. No puedo concluir sin recordar a mi padre y mis entrañables tías, que murieron en casa rodeados de todos nuestros cuidados, afectos y atenciones. Sí, esto supone un crecimiento de bienes públicos que tiene la contrapartida fatal del exilio de su propio mundo. Extraño progreso este en el que se generaliza la inversión y reversión biográfica. La imagen de las personas mayores que consumen su último tiempo de vida entre máquinas y cables, en estricta soledad, son más que elocuentes y constituyen la metáfora de este tiempo.




lunes, 8 de febrero de 2021

UN AÑO DE PANDEMIA: EL SÍNDROME DE STENDHAL INVERTIDO

 



Todo anuncio del porvenir es una infracción a la regla, y tiene el peligro de que puede variar el acontecimiento, en cuyo caso la ciencia se viene al suelo como un verdadero juego de niños

Stendhal

Se cumple el primer año de la pandemia. Es un período de tiempo extremadamente largo, en el que se han producido distintos cambios de gran envergadura. Pero la inteligencia rectora de las sociedades del presente se puede identificar como lo que en este blog he denominado “tráfico de decimales”. Se chequea la realidad para obtener datos que se comparan con los inmediatamente anteriores, sirviendo, además, de base para valorar los de la siguiente medición. Así se genera una perspectiva que constituye una visión deformada de los procesos sociales de mayor alcance. En este sentido, esta es una época ahistórica, que parece insertarse en la cosmovisión de Fukuyama del “fin de la historia”.

Otro factor que contribuye a la visión desfigurada de la realidad radica en la estricta división del conocimiento. En tanto que la pandemia afecta a la salud, se otorga licencia exclusiva para interpretar y decidir a los correspondientes expertos de salud. El resultado es la cristalización de una visión pobre, parcial y mutilada, que excluye varias dimensiones esenciales de los cambios operados. El término “sociedad del conocimiento”, termina siendo paradójico, en tanto que sumatorio de múltiples conocimientos parciales y desintegrados. Las interpretaciones de la guardia de corps experta, así como de las legiones periodísticas que la acompañan, no pueden ser más ligeras y simplificadoras de las realidades. Una considerable parte de los cambios permanece en estado de penumbra. De este modo, comparecen en la superficie mediante sucesos críticos, que constituyen la base de un nuevo pánico moral que conmueve al único sujeto colectivo efectivo: las audiencias.

La pandemia suscita dos cuestiones esenciales: la gestión de la situación de salud y el modo de gobierno de las sociedades. La conmoción inicial ha determinado una suspensión temporal de las instituciones y de la vida. La creencia de que el gran confinamiento iba a resolver irreversiblemente la misma, se fundaba en dos supuestos: la percepción de que iba a durar un tiempo corto, y, que tras él, la antigua normalidad iba a ser restablecida.  Pero, el paso de los meses, ha cancelado ambos supuestos. Ni va a ser corto, ni los cambios están marcados por su reversibilidad.  Así, las medidas restrictivas duras de los gobiernos adquieren una dimensión añadida que se encuentra fuera del campo cognitivo de los expertos en salud.

El primer año es una buena oportunidad para revisar los supuestos en los que se fundan las decisiones. Confieso que mis posicionamientos remiten a un estado personal que se asemeja a un síndrome de Stendhal invertido. Esta es la razón por la que lo he traído a la cabecera de esta entrada. Digo invertido, porque a mí, en este largo episodio, no me conmueve la belleza, tal y como se define a este síndrome, sino los déficits de inteligencia acumulados y recombinados que inspiran las decisiones de las maquinarias expertas y de gobierno. Estas entienden la pandemia en términos de un acontecimiento sanitario en exclusiva, y que tiene efectos en otros campos. En coherencia con esta definición, es tratado como un problema de salud, confiriendo las decisiones a los expertos de turno. Los efectos de la Covid en otras esferas son gestionados desde la intuición y desde la improvisación del día a día.

Pero, tan importante como el desarrollo de la pandemia es la emergencia de un nuevo modo de gobierno, que ubica en el centro de su campo decisional a la situación de salud. Cuando hablo de gobierno lo hago en sentido amplio, incluyendo a todos los gobiernos de los distintos niveles. Este modo de gobierno puede ser definido acudiendo al arsenal conceptual de Foucault, como una nueva somatocracia. Un gobierno en el que la situación de salud se constituye en la de la referencia central. El vínculo de estas nuevas instancias gubernamentales con las viejas teocracias es inapelable. El rasgo principal radica en el papel de determinante de los cuerpos especializados que fabrican las narrativas y otorgan sentido a la acción del estado. Estos  detentan el poder simbólico y se instalan en los pedestales de las sagradas televisiones.

Pero, aún a pesar de la influencia de los expertos en salud, una vez instaurado ese modo de gobierno, este tiende a distanciarse de las prescripciones fundamentalistas de los mismos, que representan un modo de inteligir la realidad que desplaza y subordina otras dimensiones a la situación de salud.  Así se puede entender el juego entre los distintos expertos salubristas, que, focalizados en exclusiva a la situación de salud, proponen medidas duras de restricción de la movilidad, de las actividades y de las relaciones sociales. Sin embargo, los gobiernos, toman sus decisiones considerando la lógica de los actores económicos, así como el de distintos actores sociales, que expresan sus desavenencias en términos de desobediencias mudas y distintas tensiones latentes, incidiendo en el sacrosanto mercado electoral. La hostelería constituye el frente primordial en el que se hacen visibles estas tensiones. La sombra de las viejas teocracias comparece inequívocamente. Los clérigos de la salud terminan por expresar su cólera frente a la laxitud de los gobiernos, generando tensiones cíclicas de distinta intensidad.

Fernando Simón representa el altar en el que se ofician todas las síntesis y tiene lugar el proceso de transfiguración de la realidad. Él personaliza la función crucial de alfabetizar en términos salubristas unas decisiones tomadas integrando las perspectivas políticas-electorales, económicas y sanitarias. Esta función le reporta  simultáneamente fervores e inquinas. Su trono se instala en el atril en el que diariamente se comunica la situación, y en el que es menester realizar milagros argumentales para presentar las decisiones de forma que sean aceptadas por todas las partes. Estas proceden de varias fuentes escasamente compatibles. Así se configura como el chamán oficial de la nueva somatocracia, cuya función es la de realizar una metamorfosis de la realidad para calmar a los inquietos súbditos, feligreses, sacerdotes y notables del reino.

La pandemia ha acrecentado la importancia del estado de salud, que ha tenido impactos muy importantes en todo el sistema. Los más sobresalientes son la cancelación provisional de distintas áreas de la vida ordinaria; la remodelación drástica de los sistemas políticos a favor del poder ejecutivo; la emergencia de una expertocracia sanitaria incompatible con varias lógicas del sistema, y la aplicación de una política sanitaria que conlleva varios elementos coercitivos.  Los gobiernos tienen que tomar decisiones diarias que coartan la libertad misma de las personas. Las tensiones son manifiestas, pero no siempre son perceptibles en su dimensión, en tanto que suscitan un excedente de malestar que permanece en estado subterráneo.

Estas tensiones se derivan de tres problemas: los efectos de la escasa cohesión social; las lógicas centrífugas derivadas del sistema político, y las incompatibilidades entre los modelos de vida imperantes en amplios sectores sociales y los requerimientos de la salud. El resultado que tienen estas tensiones afecta principalmente a la fragmentación y debilidad del relato oficial acerca de la pandemia y sus respuestas. Sin una narrativa unitaria y sólida que la respalde, la acción gubernamental y de los dispositivos especializados tiende a disminuir su eficacia, minimizando sus adhesiones y maximizando sus críticas.

La Covid arriba en una sociedad caracterizada por una cohesión social decreciente, que implica a varios procesos de desintegración social. Los contingentes definidos por su situación inestable, debido a sus precarizaciones recombinadas; los jóvenes en la larga y tediosa espera a su llegada al mercado de trabajo; los mayores incrementalmente inhabilitados y apartados, así como las distintas categorías sociales en situaciones de carencias, entre los que destacan las poblaciones empobrecidas, cristalizan en verdaderos continentes sumergidos que dificultan la viabilidad de las políticas públicas y sanitarias universales.

El sistema político, que se sustenta en el modelo de la videopolítica, representa la instauración de una lógica de guerra abierta permanente entre los partidos para la consecución del gobierno. Este sistema genera una inevitable miniaturización de la inteligencia. Cualquier actor llegado a él, es reconvertido por la estructura fatal de la confrontación frontal basada en las minucias, y las prácticas políticas y comunicativas que lo respaldan. Las sesiones de control al gobierno adquieren un perfil patético, en el que las sombras de Belén Esteban, Kiko Matamoros y demás héroes de la televisión basura se hacer realidad en una ceremonia inquietante. Me pregunto cómo hubieran reaccionado gentes de la primera generación de la democracia ante este espectáculo grotesco que es inesquivable para los presentes allí. Pienso en Gregorio Peces Barba, Tierno, Herrero de Miñón y otros políticos de su estatura. La Asamblea de Madrid pone en escena las historias de la inefable presidenta, y las controversias adquieren una condición inequívocamente berlanguiana.

Un sistema político de esta naturaleza, socava la legitimidad de cualquier gobierno. En el año de la Covid, esta lógica comunicativa de las instituciones políticas ha erosionado el relato oficial de la pandemia, presentando a los respectivos rivales como demonios, y a los médicos y los epidemiólogos como ángeles. La dispersión decisional de las autonomías y los argumentarios de los partidos alcanzan el éxtasis de la desinteligencia. Cada cual juega a debilitar al contrario y socavar su base social buscando una jugada que tiene como horizonte temporal hoy. En tanto que todos apelan a la ciencia como fuente incuestionable de las decisiones, ponen en circulación argumentos burdos, falacias, discursos infantiles, mentiras, bulos, acusaciones inquisitoriales, insultos, y otros ingredientes de un repertorio fatal. En estas condiciones, cualquier política sanitaria es inmediatamente desacreditada y negada. El resultado es el refuerzo del fanatismo y la adhesión incondicional, la expansión de los rencores, y un estado de aturdimiento general. Ningún proyecto solvente puede prosperar en este medio intoxicado.

Una tensión que se acrecienta en este tiempo de Covid es la confrontación silenciosa entre los salubristas y los profesionales sanitarios, con las poblaciones que detentan modos de vida no saludables, o que implican riesgos para la salud. Este conflicto latente se intensifica ahora, en tanto que el complejo profesional de la salud se instala en el centro del sistema. Las posiciones que subordinan drásticamente las gratificaciones y placeres propios de la buena vida al mantenimiento de un nivel óptimo de salud, son reforzadas por el tratamiento de la pandemia, en tanto que cualquier comportamiento arriesgado deviene en amenaza a la salud colectiva.

Los salubristas filtran en sus discursos nociones que hacen de la salud un fin en sí mismo. He escuchado pronunciamientos favorables al cierre de los bares que expresan un resarcimiento de un sentimiento no expresado de hostilidad a las socialidades y las prácticas cotidianas de una parte muy considerable de la población. El finde era el tiempo de la manifestación de la multiplicación de prácticas que implican riesgos a la salud. La pandemia favorece la condena moral de estas prácticas de esparcimiento. Tras las propuestas de restricciones de la movilidad y de las relaciones sociales subyace una propuesta puritana de regeneración saludable, adscrita a un modelo de vida polarizada en la salud sin riesgos.

Este conflicto se va a desplazar al centro del escenario en cuanto mejore la situación epidemiológica. La policía municipal de Madrid informa que este fin de semana ha disuelto 250 fiestas en la ciudad. Estas son solo la punta del iceberg de la fiesta. Un año de prohibiciones desembocará inexorablemente en una explosión festiva, en cuanto se alivie la situación epidemiológica. En los próximos meses el escalamiento parece inevitable, en tanto que el resarcimiento cambiará de bando. La complejidad de esta contienda excede todas las previsiones. En distintos países de Europa han sucedido eventos críticos que anuncian el nuevo conflicto. Desde los medios y la inteligencia del sistema, se construye una visión reduccionista atribuyendo la etiqueta de “negacionistas”.

La oscuridad en el campo decisional me produce una sensación de perplejidad, que a veces genera sentimientos de hostilidad, que son aliviados por las risas que suscitan las actuaciones de los expertos ciegos. En Andalucía dirían que “me tienen fritito”. Esto es el síndrome de Stendhal invertido. La ciencia epidemiológica corre el riesgo de terminar en el suelo.

 

 

viernes, 5 de febrero de 2021

EL SILENCIO Y SIGILO SACRAMENTAL DE LA UNIVERSIDAD

 

El año transcurrido de pandemia ha tenido como consecuencia la explosión de la incertidumbre. Los dispositivos expertos sanitarios y los medios de comunicación han multiplicado exponencialmente las comunicaciones ante las audiencias inquietas y atemorizadas. En esa espiral de la comunicación, llama la atención poderosamente la ausencia de la Universidad, así como la de la Iglesia. En ambos casos, el silencio absoluto es la pauta seguida. Una conmoción de esta dimensión no afecta a estos espacios sociales, que muestran sin complejos su introversión radical. La ausencia de la universidad en las deliberaciones mediáticas y sociales, es un signo de su posicionamiento inequívoco con respecto a los avatares de lo que se considera como un planeta exterior. Así se muestra abiertamente uno de sus rasgos identitarios como organización social, que es el distanciamiento de la realidad, arte en que se asemeja a las antiguas comunidades religiosas de clausura.

La universidad se ha ausentado del menguado espacio deliberativo resultante de la gestión de la pandemia. El canónico concepto de transferencia de conocimiento, no incluye posicionamientos respecto a los dilemas que presenta su desarrollo. Los académicos que comparecen en las televisiones y asesoran a los gobiernos, están inscritos en el área de conocimiento de la Medicina Preventiva, que se sitúa como territorio autónomo subsidiario de las grandes áreas de conocimiento asociadas a la medicina. Pero las demás áreas de conocimiento, incluidas las ciencias humanas, sociales, del comportamiento, de las artes y de la filosofía, respetan escrupulosamente las fronteras disciplinares establecidas. El resultado es la cristalización de una visión parcial y mutilada, que se deriva de la lógica operativa de esta institución-monasterio.

Pero la no comparecencia en el espacio público de la Academia no quiere decir que esta sea completamente ajena a las nuevas realidades. Por el contrario, la pandemia va a nutrir a las disciplinas de un valioso material con el que se elaborarán miles de productos –tesis, tesinas, TFG, TFM, proyectos de investigación-, eso sí, cada uno encuadrado en el interior de las fronteras disciplinares, es decir, sometido a la estructuración imperativa del “marco teórico” de cada una de ellas. Esta fragmentación disciplinar extrema tiene como consecuencia la ausencia de interacción entre disciplinas, así como la configuración de un diálogo, no tanto con las realidades y problemáticas, sino con los sucesivos autores disciplinarios cuyas obra ha sido reconocida y consensuada por las élites de cada área de conocimiento.

Así tiene lugar una distorsión considerable en la producción de conocimiento. Dicho en otras palabras, la universidad tiene la capacidad de invertir las realidades, tratándolas desde la perspectiva disciplinar. En mis largos años de profesor de sociología fui testigo de esta perversión. Los novicios eran impelidos a hacer sociología de un fenómeno social, cuestión que significaba insertarlo en el marco teórico disciplinar, hecho que favorecía el distanciamiento progresivo del problema en cuestión, que era un pretexto para reavivar las interpretaciones de los distintos autores reconocidos. De este método resulta un déficit supremo de responsabilidad del conocimiento obtenido con respecto a la realidad investigada.

Así se reconstituye día a día la célebre torre de marfil. Un hecho social puede ser trillado en miles y miles de trabajos, los cuales terminan por no aportar a su definición y a las condiciones para su posible solución. La realidad es el combustible de esta extraña fábrica de méritos, en la que cada uno tiene que hacer incesantemente, producir trabajos que se insertan en la cadena de las evaluaciones, en cuya cima se encuentran las agencias de la (sagrada) evaluación. Muchos estudiantes me comentaron que se decidieron por hacer los estudios de sociología en tanto que tenían inquietudes, pero que fueron disipándose en esta singular fábrica de méritos. Los sentidos últimos habían sido modificados por la burocracia universitaria, un monstruo de muchas cabezas (agencias). Cada cual trabajaba para ser acreditado por las mismas.

Ciertamente, algunos profesores utilizan sus conocimientos para publicar libros sobre distintos temas vivos, alimentando así un mercado editorial cuyos compradores no son cautivos. Pero la mayor parte de los libros publicados van dirigidos, bien a avalar méritos para las agencias, bien para nutrir a la disciplina interna, en su trance para alimentar sus títulos propios, o para públicos cautivos de estudiantes, que tienen que adquirir la competencia de acreditar que los han leído. Este funcionamiento remite a dos desastres recombinados: uno es el cataclismo moral, resultante del distanciamiento y la ausencia de compromiso externo; el otro es la hecatombe intelectual. Cada uno tiene que asumir qué es lo que le pide la institución y trabajar constreñido por esa perspectiva. Recuerdo a cientos de estudiantes que me preguntaban acerca de lo que me gustaba. En no pocas ocasiones, mis respuestas fueron más allá de lo áspero.

Este proceso de fraccionamiento disciplinar se recombina fatalmente con la reforma neoliberal de la universidad. Esta se funda en el modelo del capitalismo gerencial, uno de cuyos imperativos es la productividad, que en la Academia significa una apoteosis del hacer. Cada uno debe producir méritos para ser presentados anualmente a las autoridades auditoras, las cuales deben dictar un veredicto. Cualquier proyecto que desborde ese horizonte temporal tiene que ser sacrificado. Las agencias establecen las temporalidades estrictamente, de modo que la carrera profesional se intensifica para presentarse cada año ante el dios de la evaluación. La competencia de decidir acerca de lo que cada cual hace para ser presentado en el altar inspector, deviene en esencial.

Este modo de operar imprime un sello al trabajo universitario. Cuando comparece un acontecimiento como la pandemia, todos deben responder en el plazo temporal establecido. La multiplicación de los oportunistas y el desplazamiento de los dotados de espesor, parece inevitable. Este argumento remite a un efecto perverso monumental: no es que los universitarios ignoren la pandemia, sino que esta ha sido tratada inmediatamente para elaborar productos académicos y de investigación ante la autoridad auditora. Esta actividad intensa es definida en estos términos: no se trata de contribuir a la definición del problema y a sus eventuales soluciones, sino a ser transformada en combustible para la evaluación.

Si a este factor le sumamos el patriotismo disciplinar derivado de la lógica de la Academia, esta va a manufacturar productos académicos totalmente autónomos entre sí, resultantes de la incomunicación interdisciplinar. Este es el mundo en el que se hace verosímil el caso Cifuentes, que, a mi entender, constituye un ejemplo contundente de la degradación moral e intelectual. La CRUE y las instancias dirigentes gobiernan la institución como si de un monasterio se tratase, en el que reina la opacidad, el secreto y la oscuridad. Este funcionamiento se extiende a todos los espacios de la organización, contribuyendo a reforzar la frontera inexpugnable existente con el exterior. Este es un sigilo conventual.

Mientras tanto, paradójicamente, la institución se plantea un avance en su digitalización. En tanto que no aporta nada al exterior, sumido en una situación crítica, refuerza su orientación a sí misma y su interior, mediante los ensayos de los exámenes virtuales. Por encima de criterios técnicos, esta se supone que contribuye a la transparencia. Pero esta extravagante digitalización se hace compatible con el conjunto de secretos que constituyen la organización, en los que las decisiones de los distintos tribunales de evaluación remiten a una versión renovada de algunas prácticas imperantes en la edad media. Por eso he comenzado este texto haciendo un vínculo entre universidad e iglesia. El secreto del bajo rendimiento académico cohesiona a los universitarios frente a un exterior inquietante.

He visto gobernar departamentos y centros con métodos de propietarios agrícolas. He conocido a múltiples víctimas descartadas contundentemente por considerar que eran demasiado inteligentes o demasiado independientes. En muchos departamentos reina un modo de gobierno de señores de la tierra. Un área de conocimiento es equivalente a una granja. No es de extrañar el silencio de la universidad en vísperas de la deglución interna de la pandemia.

El efecto más pernicioso de esta introversión y apoteosis del secreto radica en la terrible imagen que dan los especialistas salidos de esta fábrica de expertos. La unanimidad atribuida a la ciencia, la ausencia de opciones, el monolitismo técnico, la subordinación obediente al mercado y al poder político, así como el orgulloso patriotismo experto. Esta es la razón por la que hago públicas mis dudas, objeciones y críticas a las legiones de virólogos, epidemiólogos y otras especies salubristas, que actúan con una coherencia encomiable con la lógica imperante en la oscura fábrica de expertos, con el monasterio de la ciencia.

 

 

 

 

 

 

 

miércoles, 3 de febrero de 2021

LA ENFERMEDAD LLAMADA TRISTEZA

 

En este texto, Franco Berardi Bifo hace una brillante interpretación acerca del presente, en la que el coexisten dos mundos entre los cuales estamos forzados a  vivir. Uno es el mundo físico y el otro es el virtual, que es producido por los medios y las tecnologías de la información. Este remite al espectáculo total producido industrialmente, que se sobrepone sobre el mundo experiencial. Las generaciones nativas digitales se instalan manifiestamente en el espacio virtual.

Este sugerente texto expone algunas de las consecuencias de este predominio del mundo del espectáculo total. Como todos los textos de este autor no tiene desperdicio. Recomiendo vivamente su lectura pausada.

                           LA ENFERMEDAD LLAMADA TRISTEZA

                                    FRANCO BERARDI BIFO

                                      REVISTA KAMCHATKA

Resulta extremadamente triste mirar al mar en estos días. Aquí, donde paso mis vacaciones de verano, en la costa del Mediterráneo, algunos chicos jóvenes nadan o toman el sol inocentemente. La gente joven no quiere saber qué está pasando, ellos únicamente saben que el infierno se está extendiendo y está engullendo su vida. A veces creo que se lomerecen. Pero sé que la ignorancia no es un defecto, la miseria moral no es su culpa, es una enfermedad.

El nazismo se está extendiendo, aunque no lo llamen así. Lo llamantristeza, lo llaman Europa, lo llaman verano, el verano más cálido hasta la fecha (pero el próximo será peor). Lo llaman elinfierno, el infierno del neoliberalismo y la explotación financiera, lo llaman desempleo, democracia en peligro, lo llaman Macron. Lo llaman calentamiento global. Yo lo llamo nazismo. Con la diferencia de que esta vez no hay salida.

Nosotros, los europeos, quienes han librado incontables guerras coloniales, quienes han explotado recursos y personas alrededor de todo el mundo, quienes han bombardeado Libia y destruido Irak y Siria, ahora están cerrando su puerta y asegurando sus fronteras. La ruta de los Balcanes fue cerrada hace dos años por los nazis húngaros y por los nazis austríacos. Los nazis franceses han bloqueado la frontera con Italia, de modo que ahora los nazis italianos están asegurando la frontera sur, lo cual significa que están presionando a los guardacostas libios para que denieguen inmigrantes, los detengan, los encarcelen, los torturen y los maten. Ellos lo llaman asegurar las fronteras. Yo lo llamo exterminio.

Hace unos meses un juez italiano ordenó confiscar el barco de una ONG alemana llamada Juventa, cuya misión es rescatar a la gente que se está ahogando. Las autoridades italianas acusan a los voluntarios alemanes de Juventa de incitar a la migración ilegal. Rescatar negros es un crimen. Pero lo más triste es el silencio. Sueño con una flota de doscientos pequeños barcos llenos de jóvenes rebeldes navegando desde Niza a Nápoles y desde Barcelona a Génova y las ciudades costeras del norte del Mediterráneo. Ellos podrían ayudar a las ONGs a hacer su trabajo, ellos podrían rescatar a la gente del agua, ellos podrían restaurar la dignidad de Europa. De ninguna manera. La gente joven está aplastada por la soledad, la depresión y la ignorancia. Miran fijamente, con impotencia, el abismo. Bienvenida al infierno es el único modo de darte la bienvenida, generación de la soledad.

LIGONES SOLITARIOS

La expresión “Generación copo de nieve” se refiere a la fragilidad psicológica de la generación que crece en la antroposfera digital: en las universidades cada vez es más probable que los estudiantes informen de que tienen problemas de salud mental y de que están seriamente angustiados por ideas que no se ajustan a su forma de ver el mundo, por eventos y noticias que cuestionan las expectativas creadas artificialmente por el entorno publicitario. Su autosuficiencia se está reduciendo y losservicios de salud mental se usan en exceso.

El verano de 2016 marcó un nuevo paso en la carrera hacia la aniquilación. Una serie de actos suicidas terroristas en Francia, en Alemania, y guerras fragmentarias en Oriente Medio. Una ola de migración desde el mar Mediterráneo y el constante rechazo de los gobiernos europeos. El Brexit y la transformación de Turquía en una dictadura de corte nacionalista con trasfondo islamista. El golpe de estado blando en Brasil y, por último, pero no menos importante, el asombroso ascenso de Trump en la escena americana.

Entonces, de repente, en el punto álgido del verano, los periódicos y la televisión centran su atención en el lanzamiento de Pokémon Go. El despliegue publicitario en torno a Pokémon puede ser visto como una anticipación de la creación de comunidades mentales cerradas: espacios cerrados de intercambio de simul-mundo, un proceso de retirada tecnológica de la escena del mundo histórico. Las tecnologías inmersivas pueden ser vistas como una herramienta para la negación en masa. Una audiencia privilegiada evita ser mentalmente invadida por las catástrofes que acechan al planeta y crea una atmósfera virtual de experiencias navegables. El usuario de Pokémon sale de su cubículo friki y persigue insectos o pájaros virtuales. Puesto que los pájaros reales están desapareciendo y no se puede perseguir una aventura real en el campo real, Nintendo está produciendo simulación de aventura y de vida.

En la inquietante película de Polanski titulada Carnage, Kate Winslett hace un comentario sobre su marido, un abogado desagradable que revisa, mira y toca incesantemente su móvil: para él lo que está lejos es siempre mucho más importante que lo que está cerca. No podía haber sido mejor expresado el efecto que la convergencia digital celular ha producido en el paisaje urbano. Distante es la información, la estimulación nerviosa que se acelera e intensifica hasta el punto de convertir en inalcanzable lo próximo. Este reformateo mental no está ocurriendo solamente en el espacio interactivo del intercambio semiótico. Va más allá, involucrando a la esfera de la cognición en sí misma: la percepción, la memoria, el lenguaje, la orientación en el espacio y en el tiempo. El flujo de la experiencia conjuntiva es interrumpido por la simultaneidad fractal de laconectividad. La esfera emocional está implicada en este proceso evolutivo de laautomatización cognitiva: losinfo-estímulos proliferan y el sistema nervioso entra en una condición de excitación y postergación permanentes.

Según las encuestas de la San Diego State University, de la Florida AtlanticUniversity y de la Widener University, los nacidos entre 1990 y 1994 tienen el índice más bajo de actividad sexual de los últimos cien años. En el libro Sex by Numbers, publicado en 2015, David Spiegelhalter, profesor en Cambridge University, argumenta que en la media de la población global la frecuencia del contacto sexual ha descendido de cinco veces al mes durante la década de los noventa a cuatro veces al mes en los dosmil, y a tres en nuestra década. Los datos ofrecidos por PornHub son notables. En 2015 se invirtieron 4 billones de horas viendo películas porno, y la plataforma recibió 21 billones de visitas. Después de tantas horas de sexo en los medios, poco tiempo queda para el sexo real. Desaparece el tiempo para hablar perezosamente, y acariciarse, y establecer juegos sensuales.

En la dimensión precaria, el tiempo tiene que ser invertido en la constante búsqueda de salario, en la incesante competición. La energía nerviosa está permanentemente invertida en la competición social, de modo que se gasta poca energía nerviosa en la amabilidad, en la lenta atención erótica, en elplacer. Una cultura post-sexual y una estética post-sexual están cobrando forma entre los millennials de todo el mundo. Un hombre joven llamado Ryan Hover escribe en su blog: Crecí con internet y ordenadores que moldeaban mi forma de ver el mundo y las relaciones. Soy considerado un “nativo digital” .La tecnología a menudo nos une, pero también ha separado a unas generaciones de otras. Intenta

llamar a un millennial por teléfono.  Pronto, las generaciones futuras habrán nacido en el mundo de la inteligencia artificial. Los niños entablarán relaciones íntimas reales con seres artificiales. Y en muchos casos, estos replicantes serán mejores que la gente real. Serán más inteligentes, más amables, más interesantes. ¿Buscarán 'los nativos de la inteligencia artificial' relaciones humanas? ¿Tendrán relaciones sexuales?

Es un texto irónico y agudo, ya que Ryan Hover ve las dos caras de la evolución en curso. La nueva generación de humanos está manteniendo relaciones íntimas con seres artificiales, y tienden a abandonar las ambiguas, angustiosas y, en ocasiones, brutales relaciones con hombres y mujeres. La sensibilidad de los humanos tiende a estrecharse en la medida en la que estos participan cada vez más de un contexto artificial. Cuanto más interactúen los humanos con los autómatas, más perderán su finura empática, su habilidad para detectar signos de ironía y de seducción, y su sensibilidad vibracional será reemplazada por la precisión conectiva.

Es un circuito que se retroalimenta. Cuantos más humanos crezcan solos y nerviosos, más humanos buscarán la compañía de unos androides menos interesantes emocionalmente. El sexo es parte del universo de la imprecisión, de la indeterminación, que no cumple con los requisitos de la perfección comunicativa. Aquellos que pasan la mayor parte de su tiempo en ambientes digitales sienten cada vez más que la carnalidad es peligrosa y embarazosa.

En junio de 2016 la revista Wired presentaba una encuesta sobre citas online: Cuando páginas web como Match.com aparecieron en escena, hacia 1995, ofrecían a los solteros una red1 de potenciales parejas2. Escogiste un rango de edad, claro, y pusiste unos requisitos de altura, de acuerdo, pero tus opciones se han expandido. Gracias al poder del “todo incluido” de Internet, estuviste deslizando el ratón de tu ordenador sobre góticos y triatletas y electricistas y trabajadores en bancos de inversiones y chefs, y de repente dejó de parecer una locura el hecho de empezar a intercambiar emails con alguien que es del equipo equivocado o incluso con alguien que vive al otro lado del país. Esta gente no fue contigo a la

Universidad, ni tampoco conocían a tus amigos (o a tu madre). Pero 20 años después, ese grupo de citas potenciales no se ha ampliado ni se ha hecho más profundo ha sido dividido en zonas estúpidamente específicas…

The League, para los no iniciados, es el club de campo cubierto de yedra de las apps de citas, diseñada para gente que es “demasiado popular”. Hay un riguroso proceso de selección “Nosotros hacemos todo el trabajo sucio por ti” que tiene en cuenta de qué centros proceden tus diplomas, el prestigio de tus títulos y, muy significativamente, tu influencia en los medios sociales. Dos meses después del lanzamiento de The League, en noviembre de 2014, la lista de espera era de 75.000 personas.

Seamos claros, esto no es bueno y no solamente porque el elitismo sea un aburrimiento. Las apps como The League van en contra de toda la promesa y la emoción de las citas online. The League es solo uno de tantos servicios que se dirigen a la multitud adinerada; también está Sparkology, Dating House y Luxury (“Tinder, pero sin gente pobre” no es broma). Lamás discriminatoria de todas, Raya, funciona únicamente por invitación básicamente, tienes que ser famoso y con un considerable número de seguidores en Instagram para ser invitado. Pero la especialización no es solamente para snobs. Existen apps para emparejar a gente basándose en la adecuación de los signos del zodíaco (Align), en la afinidad por la ciencia-ficción (Trek Passions), en hábitos alimenticios similares (Veggiemate) y en la afición por la marihuana (My420Mate). Tener intereses en común no es algo malo especialmente,

1 En el original el autor hace un juego de palabras: se refiere a la red comola weird wide web, de modo que sustituye lapalabra world (mundo), de las siglas WWW, por weird (rara).

2 Encontramos aquí, de nuevo, un juego de palabras de difícil traducción: significant (and insignificant) others. pongamos como ejemplo, si la identidad religiosa resulta importante para ti peroasegurarte de que todas tus parejas potenciales tengan barba (Bristlr) o midan al menos 1’90m (Tall People Meet) significa interactuar únicamente con el segmento de humanidad que creemos que nos va a gustar. Eso está mal y, además, no es efectivo, porque la verdad es que a la mayoría de nosotros se nos da bastante mal saber lo que o a quién , de hecho, queremos.

En lugar de buscar al otro, la gente que liga por internet busca, muy frecuentemente, un espejo. El narcisismo se encuentra con el rechazo de lo que no es familiar, de lo sorprendente. Jonathan Franzen describe el imaginario sexual de la generación online como una mezcla de hiper-sexualización y falta de erotismo: porno, hiper-estimulación y frigidez: Los chavales eran perennemente seductores y estaban perennemente insatisfechos en la misma medida en la que la cocaína era insatisfactoria: cada vez que no estaba puesto, la recordaba como algo fantástico e invencible, y tenía ansia de consumirla, pero en cuanto volvía a consumir se acordaba de que no era tan estupendo en absoluto, era algo estéril y vacío: neuromecánico, con sabor a muerte. Especialmente hoy en día, las chicas jóvenes eran hiperactivas a la hora de echar un polvo, dándose prisa en cualquier posición conocida por la especie, haciendo esto y lo otro, sus coños demasiado inoloros y bien afeitados incluso como para registrarse como partes del cuerpo humano (Freedom).

LA MUERTE ES UN DERECHO

Entre los incontables actos de violencia y de autoaniquilación leídos en la prensa, uno me ha golpeado particularmente: a finales de junio de 2016, en el área de Kyriat Arba, un joven palestino de diecisiete años, llamado Mohamed Nasser Tarayrah, apuñaló hasta la muerte a una chica judía de 13 años que estaba durmiendo en su cama, por lo que fue asesinado por un soldado israelí. Nada sorprendente: Kyriat Arba es un lugar donde las familias judías se asentaron ilegalmente tras desahuciar a las familias palestinas de sus casas, y Mohamed Tarayat creció en un entorno de humillación, miseria y rabia impotente. ¿Podríamos definir el acto de Mohamed Tarayat como un acto de terrorismo? Es más bien un acto de desesperación. En la precaria Intifada, sin un liderazgo político, que está explotando en Jerusalén, palestinos de todas las edades están cometiendo actos que no pueden ser explicados en términos políticos o militares: salen de sus casas con un cuchillo e intentan matar a un ciudadano israelí, generalmente sin éxito. Esas guerrillas armadas con cuchillos consiguen, casi siempre, un objetivo diferente: ser asesinados por soldados israelíes armados hasta los dientes. ¿Es esto una insurrección? Yo no lo diría. Una insurrección es una acción colectiva, un proceso que está basado en una solidaridad de larga duración y que, generalmente, tiene el objetivo de subvertir un régimen. En el caso de la intifada del cuchillo, tenemos acciones individuales, guerreros solitarios cuyas armas son claramente inadecuadas para cumplir cualquier objetivo militar. Está absolutamente claro que los jóvenes palestinos, estresados y angustiados por la miseria, la humillación y la violencia sistemática del Estado racista de Israel se están matando a sí mismos: suicido por policía. El joven Tarayrah, de hecho, antes de ir a matar a un niño explicó su gesto de una forma que no pudo ser más clara. Escribió en su perfil de Facebook una frase espantosa: “La muerte es un derecho, y yo pido ese derecho”. ¿Acaso necesitamos palabras más reveladoras que estas para entender el significado del llamado “terrorismo” que está desgarrando el tejido de la vida cotidiana en la sociedad contemporánea? El suicido es la única vía de escape de la humillación, del infierno de la miseria metropolitana, del infierno de la precariedad.