lunes, 8 de febrero de 2021

UN AÑO DE PANDEMIA: EL SÍNDROME DE STENDHAL INVERTIDO

 



Todo anuncio del porvenir es una infracción a la regla, y tiene el peligro de que puede variar el acontecimiento, en cuyo caso la ciencia se viene al suelo como un verdadero juego de niños

Stendhal

Se cumple el primer año de la pandemia. Es un período de tiempo extremadamente largo, en el que se han producido distintos cambios de gran envergadura. Pero la inteligencia rectora de las sociedades del presente se puede identificar como lo que en este blog he denominado “tráfico de decimales”. Se chequea la realidad para obtener datos que se comparan con los inmediatamente anteriores, sirviendo, además, de base para valorar los de la siguiente medición. Así se genera una perspectiva que constituye una visión deformada de los procesos sociales de mayor alcance. En este sentido, esta es una época ahistórica, que parece insertarse en la cosmovisión de Fukuyama del “fin de la historia”.

Otro factor que contribuye a la visión desfigurada de la realidad radica en la estricta división del conocimiento. En tanto que la pandemia afecta a la salud, se otorga licencia exclusiva para interpretar y decidir a los correspondientes expertos de salud. El resultado es la cristalización de una visión pobre, parcial y mutilada, que excluye varias dimensiones esenciales de los cambios operados. El término “sociedad del conocimiento”, termina siendo paradójico, en tanto que sumatorio de múltiples conocimientos parciales y desintegrados. Las interpretaciones de la guardia de corps experta, así como de las legiones periodísticas que la acompañan, no pueden ser más ligeras y simplificadoras de las realidades. Una considerable parte de los cambios permanece en estado de penumbra. De este modo, comparecen en la superficie mediante sucesos críticos, que constituyen la base de un nuevo pánico moral que conmueve al único sujeto colectivo efectivo: las audiencias.

La pandemia suscita dos cuestiones esenciales: la gestión de la situación de salud y el modo de gobierno de las sociedades. La conmoción inicial ha determinado una suspensión temporal de las instituciones y de la vida. La creencia de que el gran confinamiento iba a resolver irreversiblemente la misma, se fundaba en dos supuestos: la percepción de que iba a durar un tiempo corto, y, que tras él, la antigua normalidad iba a ser restablecida.  Pero, el paso de los meses, ha cancelado ambos supuestos. Ni va a ser corto, ni los cambios están marcados por su reversibilidad.  Así, las medidas restrictivas duras de los gobiernos adquieren una dimensión añadida que se encuentra fuera del campo cognitivo de los expertos en salud.

El primer año es una buena oportunidad para revisar los supuestos en los que se fundan las decisiones. Confieso que mis posicionamientos remiten a un estado personal que se asemeja a un síndrome de Stendhal invertido. Esta es la razón por la que lo he traído a la cabecera de esta entrada. Digo invertido, porque a mí, en este largo episodio, no me conmueve la belleza, tal y como se define a este síndrome, sino los déficits de inteligencia acumulados y recombinados que inspiran las decisiones de las maquinarias expertas y de gobierno. Estas entienden la pandemia en términos de un acontecimiento sanitario en exclusiva, y que tiene efectos en otros campos. En coherencia con esta definición, es tratado como un problema de salud, confiriendo las decisiones a los expertos de turno. Los efectos de la Covid en otras esferas son gestionados desde la intuición y desde la improvisación del día a día.

Pero, tan importante como el desarrollo de la pandemia es la emergencia de un nuevo modo de gobierno, que ubica en el centro de su campo decisional a la situación de salud. Cuando hablo de gobierno lo hago en sentido amplio, incluyendo a todos los gobiernos de los distintos niveles. Este modo de gobierno puede ser definido acudiendo al arsenal conceptual de Foucault, como una nueva somatocracia. Un gobierno en el que la situación de salud se constituye en la de la referencia central. El vínculo de estas nuevas instancias gubernamentales con las viejas teocracias es inapelable. El rasgo principal radica en el papel de determinante de los cuerpos especializados que fabrican las narrativas y otorgan sentido a la acción del estado. Estos  detentan el poder simbólico y se instalan en los pedestales de las sagradas televisiones.

Pero, aún a pesar de la influencia de los expertos en salud, una vez instaurado ese modo de gobierno, este tiende a distanciarse de las prescripciones fundamentalistas de los mismos, que representan un modo de inteligir la realidad que desplaza y subordina otras dimensiones a la situación de salud.  Así se puede entender el juego entre los distintos expertos salubristas, que, focalizados en exclusiva a la situación de salud, proponen medidas duras de restricción de la movilidad, de las actividades y de las relaciones sociales. Sin embargo, los gobiernos, toman sus decisiones considerando la lógica de los actores económicos, así como el de distintos actores sociales, que expresan sus desavenencias en términos de desobediencias mudas y distintas tensiones latentes, incidiendo en el sacrosanto mercado electoral. La hostelería constituye el frente primordial en el que se hacen visibles estas tensiones. La sombra de las viejas teocracias comparece inequívocamente. Los clérigos de la salud terminan por expresar su cólera frente a la laxitud de los gobiernos, generando tensiones cíclicas de distinta intensidad.

Fernando Simón representa el altar en el que se ofician todas las síntesis y tiene lugar el proceso de transfiguración de la realidad. Él personaliza la función crucial de alfabetizar en términos salubristas unas decisiones tomadas integrando las perspectivas políticas-electorales, económicas y sanitarias. Esta función le reporta  simultáneamente fervores e inquinas. Su trono se instala en el atril en el que diariamente se comunica la situación, y en el que es menester realizar milagros argumentales para presentar las decisiones de forma que sean aceptadas por todas las partes. Estas proceden de varias fuentes escasamente compatibles. Así se configura como el chamán oficial de la nueva somatocracia, cuya función es la de realizar una metamorfosis de la realidad para calmar a los inquietos súbditos, feligreses, sacerdotes y notables del reino.

La pandemia ha acrecentado la importancia del estado de salud, que ha tenido impactos muy importantes en todo el sistema. Los más sobresalientes son la cancelación provisional de distintas áreas de la vida ordinaria; la remodelación drástica de los sistemas políticos a favor del poder ejecutivo; la emergencia de una expertocracia sanitaria incompatible con varias lógicas del sistema, y la aplicación de una política sanitaria que conlleva varios elementos coercitivos.  Los gobiernos tienen que tomar decisiones diarias que coartan la libertad misma de las personas. Las tensiones son manifiestas, pero no siempre son perceptibles en su dimensión, en tanto que suscitan un excedente de malestar que permanece en estado subterráneo.

Estas tensiones se derivan de tres problemas: los efectos de la escasa cohesión social; las lógicas centrífugas derivadas del sistema político, y las incompatibilidades entre los modelos de vida imperantes en amplios sectores sociales y los requerimientos de la salud. El resultado que tienen estas tensiones afecta principalmente a la fragmentación y debilidad del relato oficial acerca de la pandemia y sus respuestas. Sin una narrativa unitaria y sólida que la respalde, la acción gubernamental y de los dispositivos especializados tiende a disminuir su eficacia, minimizando sus adhesiones y maximizando sus críticas.

La Covid arriba en una sociedad caracterizada por una cohesión social decreciente, que implica a varios procesos de desintegración social. Los contingentes definidos por su situación inestable, debido a sus precarizaciones recombinadas; los jóvenes en la larga y tediosa espera a su llegada al mercado de trabajo; los mayores incrementalmente inhabilitados y apartados, así como las distintas categorías sociales en situaciones de carencias, entre los que destacan las poblaciones empobrecidas, cristalizan en verdaderos continentes sumergidos que dificultan la viabilidad de las políticas públicas y sanitarias universales.

El sistema político, que se sustenta en el modelo de la videopolítica, representa la instauración de una lógica de guerra abierta permanente entre los partidos para la consecución del gobierno. Este sistema genera una inevitable miniaturización de la inteligencia. Cualquier actor llegado a él, es reconvertido por la estructura fatal de la confrontación frontal basada en las minucias, y las prácticas políticas y comunicativas que lo respaldan. Las sesiones de control al gobierno adquieren un perfil patético, en el que las sombras de Belén Esteban, Kiko Matamoros y demás héroes de la televisión basura se hacer realidad en una ceremonia inquietante. Me pregunto cómo hubieran reaccionado gentes de la primera generación de la democracia ante este espectáculo grotesco que es inesquivable para los presentes allí. Pienso en Gregorio Peces Barba, Tierno, Herrero de Miñón y otros políticos de su estatura. La Asamblea de Madrid pone en escena las historias de la inefable presidenta, y las controversias adquieren una condición inequívocamente berlanguiana.

Un sistema político de esta naturaleza, socava la legitimidad de cualquier gobierno. En el año de la Covid, esta lógica comunicativa de las instituciones políticas ha erosionado el relato oficial de la pandemia, presentando a los respectivos rivales como demonios, y a los médicos y los epidemiólogos como ángeles. La dispersión decisional de las autonomías y los argumentarios de los partidos alcanzan el éxtasis de la desinteligencia. Cada cual juega a debilitar al contrario y socavar su base social buscando una jugada que tiene como horizonte temporal hoy. En tanto que todos apelan a la ciencia como fuente incuestionable de las decisiones, ponen en circulación argumentos burdos, falacias, discursos infantiles, mentiras, bulos, acusaciones inquisitoriales, insultos, y otros ingredientes de un repertorio fatal. En estas condiciones, cualquier política sanitaria es inmediatamente desacreditada y negada. El resultado es el refuerzo del fanatismo y la adhesión incondicional, la expansión de los rencores, y un estado de aturdimiento general. Ningún proyecto solvente puede prosperar en este medio intoxicado.

Una tensión que se acrecienta en este tiempo de Covid es la confrontación silenciosa entre los salubristas y los profesionales sanitarios, con las poblaciones que detentan modos de vida no saludables, o que implican riesgos para la salud. Este conflicto latente se intensifica ahora, en tanto que el complejo profesional de la salud se instala en el centro del sistema. Las posiciones que subordinan drásticamente las gratificaciones y placeres propios de la buena vida al mantenimiento de un nivel óptimo de salud, son reforzadas por el tratamiento de la pandemia, en tanto que cualquier comportamiento arriesgado deviene en amenaza a la salud colectiva.

Los salubristas filtran en sus discursos nociones que hacen de la salud un fin en sí mismo. He escuchado pronunciamientos favorables al cierre de los bares que expresan un resarcimiento de un sentimiento no expresado de hostilidad a las socialidades y las prácticas cotidianas de una parte muy considerable de la población. El finde era el tiempo de la manifestación de la multiplicación de prácticas que implican riesgos a la salud. La pandemia favorece la condena moral de estas prácticas de esparcimiento. Tras las propuestas de restricciones de la movilidad y de las relaciones sociales subyace una propuesta puritana de regeneración saludable, adscrita a un modelo de vida polarizada en la salud sin riesgos.

Este conflicto se va a desplazar al centro del escenario en cuanto mejore la situación epidemiológica. La policía municipal de Madrid informa que este fin de semana ha disuelto 250 fiestas en la ciudad. Estas son solo la punta del iceberg de la fiesta. Un año de prohibiciones desembocará inexorablemente en una explosión festiva, en cuanto se alivie la situación epidemiológica. En los próximos meses el escalamiento parece inevitable, en tanto que el resarcimiento cambiará de bando. La complejidad de esta contienda excede todas las previsiones. En distintos países de Europa han sucedido eventos críticos que anuncian el nuevo conflicto. Desde los medios y la inteligencia del sistema, se construye una visión reduccionista atribuyendo la etiqueta de “negacionistas”.

La oscuridad en el campo decisional me produce una sensación de perplejidad, que a veces genera sentimientos de hostilidad, que son aliviados por las risas que suscitan las actuaciones de los expertos ciegos. En Andalucía dirían que “me tienen fritito”. Esto es el síndrome de Stendhal invertido. La ciencia epidemiológica corre el riesgo de terminar en el suelo.

 

 

2 comentarios:

  1. Muy bueno Juan. Hay otra línea de análisis en la calidad de las relaciones, así como de los bienes y servicios. De como el CÓMIC es también la excusa del mínimo posible y del fin de la cultura del reclamo de la calidad. Y la otra línea de análisis es el fin de la salud pública como institución eficaz. La saturación de los servicios ha dado lugar a un descenso de la calidad, cobertura y alcance de sus funciones, degradandolas aún más. Ello en una paralela Re-explosiòn de la publicidad de la salud privada para hacer efecto llamada de aquellos estratos sociales que "puedan" costearla.

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  2. El de Estocolmo es otro de los síndromes extendido entre los conciudadanos, tras haber sido largamente sometidos a restricciones severas de libertad. Por eso, muchos de ellos piden medidas más duras.

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