domingo, 24 de enero de 2021

DIME QUIÉN SOY

 


ignoramos, según creo, el domicilio de la posteridad, escribimos mal su dirección

Chateaubriand

Me ha conmovido la serie “Dime quién soy”, en tanto que ha ocasionado una revuelta de mi memoria. La biografía de Amelia Garayoa presenta algunas similitudes con la mía. En ambos casos, hemos sido habitantes del engañoso siglo XX, que es en realidad un tiempo oscuro, en el que, tras no pocos sobreentendidos, subyacen enigmas muy relevantes que se ciernen sobre el presente.  Mi identificación con Amelia se sustenta en que ambos orientamos nuestras vidas a una posteridad que, con el paso del tiempo se ha mostrado quimérica y obstruida. Se evidencia que escribimos mal su dirección, tal y como plantea Chateaubriand. He preferido dejar pasar unos días para escribir esta entrada con mis emociones amortiguadas.

Es preciso advertir que, aún a pesar de las trayectorias biográficas, que se encuentran en varios aspectos fundamentales, existen diferencias estimables. Estas radican principalmente en el contexto histórico en el que nos encontrábamos inmersos. Amelia rompió con su medio en los años treinta, teniendo que vivir en primera persona todos los totalitarismos presentes en las mismas sedes rectoras de los mismos: Berlín, Moscú y Roma. En mi caso, mi ruptura fue en los años relativamente blandos del tardofranquismo. Este presentaba ya unas grietas de unas dimensiones considerables, anticipando lo que sería la transición política y el advenimiento de la democracia resultante de la metamorfosis del sistema autoritario.

En la historia de Garayoa, la ruptura familiar presenta unos efectos irreversibles. Sus consecuencias se extienden a toda la vida. Pero, el aspecto más terrible de la fuga de su medio social radica en que su adhesión al partido comunista, dura tan sólo tres años. La depuración de su compañero Pierre en Moscú tiene lugar en la efervescencia represiva de final de los años treinta. De este modo, en un breve intervalo de tiempo, tiene que vivir dos rupturas encadenadas y desgarradoras, la del medio conservador del que procede y la del partido. El capítulo de Moscú expresa muy bien la apoteosis estatal-policial y el ambiente de terror existente, en el que la caza de brujas se extiende a los mismos comunistas. Este elemento político-cultural que entiende que el enemigo está principalmente dentro, va a perdurar sine die como seña de identidad de los partidos comunistas, así como en aquellas organizaciones nacidas mediante distintas metamorfosis de estos.

La ruptura de Amelia con el comunismo tras su experiencia trágica, no se puede asentar ni racionalizar, en tanto que el ascenso del nazismo la reclama inmediatamente. Los años en que se desempeña en distintas misiones como agente de los servicios secretos británicos, implican una aceleración temporal inusitada. Desde el año 35 hasta el final de la guerra transcurren diez años frenéticos, en los que la acción y la velocidad impiden asentar racionalizaciones. El desenlace de estos es infausto, en tanto que queda atada a su amante alemán mediante un vínculo personal muy fuerte, pero localizada en el Berlín de la Alemania del Este. Allí vive cuarenta y cuatro años, entre el 45 y el 89, año en el que la caída del muro le permite retornar, ya muy mayor, a un Madrid en el que el mundo de su pasado se ha disipado y su estatuto personal remite a un extrañamiento completo. Este se ha esfumado en los largos años transcurridos desde su fuga con Pierre al futuro iluso.

En los largos y pausados años en los que envejece, tiene que interiorizar su tragedia personal, que se solapa con la hecatombe del régimen de socialismo real. Esta lo vive en una posición relativamente periférica, a partir de su trabajo y la rebeldía inicial de su hijastro. Las imágenes de su puesto de trabajo son elocuentes y sintetizan muy bien la dominación total del aparato comunista sobre la sociedad y la vida. Todos son estrictamente inmovilizados y vigilados por una policía de dimensiones siderales, como es la Stasi. El silencio absoluto de la población frente a las definiciones de las situaciones de las autoridades, revela un orden social hermético y sofocante, análogo del que vivió en Moscú acompañando a Pierre.

La desventura de Amelia en la segunda parte de su fuga radica en su silencio forzoso y prolongado; en la vida diaria, cuyo sentido último es sobrevivir sin ser penalizado; en una vida social reducida, en tanto que más allá de su círculo inmediato se encuentran los ojos y los oídos de la Stasi, así como en la constancia de forjarse en el arte de ocultarse a la sociedad oficial. Pero lo peor radica en cómo llevaría la catástrofe personal de haber invertido su esfuerzo en un proyecto fracasado, que desde su perspectiva, ubicada en el Berlín de la RDA, representa justamente la inversión de aquello por lo que había abandonado su medio, su hijo y se había comprometido en una secuencia de riesgos y sacrificios en los que fue perdiendo las relaciones afectivas que le acompañaron.

De ahí su desenlace. No poder responder, siendo anciana, a la pregunta de quién soy yo. Miles y miles de personas de esta época tampoco pueden responder. Son las personas que han militado en partidos comunistas y han abandonado tardíamente. En Francia o Italia son millones. Son los ex, convertidos en progresistas genéricos, de los que existen distintas categorías, pero todas unificadas por su silencio sepulcral. Los partidos comunistas del sur de Europa tenían millones de miembros en los mismos años setenta, inmediatamente antes de su deflagración final. Paradójicamente, la disolución de los mismos no supone su incorporación a otra izquierda ascendiente. También es contradictorio el contraste con el endurecimiento del capitalismo postfordista y global, que comienza precisamente con la crisis de los estados y partidos comunistas de la posguerra. La masa de militantes ha aprendido a callar y sobrevivir. De vez en cuando, cuando se produce una revuelta social, los reservistas de estos contingentes de naufragados comparecen con sus viejos símbolos movilizando su nostalgia.

Mi trayectoria biográfica registra dos terremotos iniciales análogos a los de Amelia. Mi ruptura dramática con mi familia y medio social y la militancia comunista en un tiempo de intensificación prodigiosa. Comencé mis actividades comprometidas en el 67, reduciendo mi vida a una militancia frenética. Todo terminó el año 1978, en los que abandoné el partido tras dimitir el año anterior de todos mis cargos. En este tiempo se sucedieron detenciones, cuatro estancias en la cárcel, amistades intensas, recompensas, frustraciones y amores de guerra. Pero todo se derrumbó precisamente cuando el final del franquismo propició el regreso del aparato del partido.

La organización en la que me había integrado estaba compuesta por obreros, estudiantes y profesionales venidos de los movimientos sociales del franquismo maduro. Ese partido “del interior”, que tenía una vitalidad incuestionable, en donde se producían varios flujos de energías,  fue asaltado por el aparato “exterior”, que representaba unos conocimientos, métodos y prácticas que inevitablemente mostraban las marcas del socialismo real. Este conflicto de gran intensidad tuvo lugar desde 1976 y concluyó el año 82, con la salida del partido de miles de personas que habían sustentado su actividad en los últimos años de la dictadura. Yo formé parte de los contingentes tempranos, que abandonamos el 78. Después siguió la riada de defunciones de militancia.

Mi abandono de la militancia representó una tragedia personal, en tanto que tenía que empezar a vivir de nuevo renunciando a hacerme inteligible a los demás. Me encontraba en un territorio de sombra, que la historia oficial, formada por las narrativas de ocasión que escribieron los vencedores, omitían deliberadamente. Así se forjó una identidad sombría, en la que mi libro de referencia siempre fue el del abate Dinouart, “El arte de callar”. Solo me quedaba una opción factible, que es la que siguieron miles de compañeros, como es la de arribar en alguno de los partidos vencedores, en este caso, la mayor parte en el pesoe. Mi decisión de no seguir ese camino de adopción de otra identidad me situó en un limbo permanente, en el que mi pasado tenía que permanecer oculto.

Así, mi vida tras los años fogosos de activismo, consistió en salir de la situación de marginalidad en la que me encontraba tras el abandono del partido. En España, la crisis del comunismo reviste una naturaleza singular. Los comunistas habían protagonizado la oposición al franquismo durante casi cuatro décadas de sacrificios y penalidades. De este modo habían labrado su licencia de respetabilidad democrática. Esta ocultaba los excesos en el control del partido realizados por el aparato, y también su cultura política, que Koestler define como la inexistencia de distancia entre el cero y el infinito. El célebre lema de “dentro del partido todo, fuera del partido nada” simbolizaba una realidad interna crítica, en la que el monolitismo es obligatorio.

Esta especificidad española reforzaba el silencio de los contingentes de exmilitantes, que viajaban a las fértiles tierras –en términos de posiciones estatales- del pesoe. Otros muchos se asentaron en sus sectores profesionales y esperaron a ejercer el progreso mediante la adhesión a la penúltima ideología parcial recién llegada de alguna agencia internacional. Pero todos están unificados por la ocultación de su pasado comunista. Solo el aparato, que selecciona los candidatos a las cuotas estatales derivadas de las instituciones, mantiene esa identidad. En pocos años esta misma se transformó semánticamente en “Izquierda Unida”. En las campañas electorales tenía lugar un proceso prodigioso de metamorfosis, en la que los símbolos partidarios e ideológicos eran maquillados y transformados. Así, la identidad comunista, queda relegada a los fieles que sufrieron muchos años de cárcel y postración.  Estos conforman una verdadera sociedad con modelo de iglesia que sale a flote en las grandes ocasiones electorales o cuando tienen lugar grandes crisis.

Tuve que aprender a vivir estos largos años negándome cuidadosamente. Se había borrado el pasado. Según fueron pasando los años, la imagen de los comunistas era incrementalmente patética. Así se reforzaba el silencio. Todos temíamos que, al contar que habíamos sido comunistas, la gente nos identificara con los del momento. He vivido episodios dramáticos como habitante de un espacio público tan expuesto a las miradas como es el de profesor. Así se constituye un círculo cerrado que comparte esta información que deviene en secreto. Mi amor con Carmen estuvo marcado por blindar nuestra intimidad fundada en ocultar el pasado. En una situación así, la misma identidad antifranquista no la han terminado por robar la legión de arribistas que se generó en la transición.

Durante muchos años fui en la estela del pesoe en las cuestiones que polarizaban a la opinión pública, pero tuve que guardar prudencial silencio en aquellas ignoradas, tales como el renacimiento del autoritarismo y el vaciamiento de las instituciones democráticas. Me tuve que convertir en un sujeto difícil de leer e imposible de clasificar desde el conocimiento incompleto imperante tras la  falsificación de la realidad en la oposición al franquismo. Esta condición de ser un cuerpo no alfabetizado para las miradas externas, siempre me produjo un dolor inexpresable. Por eso me ha impresionado el personaje de Amelia, en tanto que imagino el suyo.

Todo se complicó en los años noventa, cuando se incubó mi tercera disidencia, esta vez en contraposición con el nuevo capitalismo postfordista, postmediático y global. En estos años y hasta el presente, se ha incrementado mi tasa de ininteligibilidad. Me encuentro en un paisaje intelectual tan miserable que no puedo ser adscrito a las casillas de las clasificaciones vigentes. Prefiero autodefinirme tal y como lo hace Koestler es su novela “Era un disidente nato, pero no por frivolidad o narcisismo, sino por una muy respetable ineptitud a aceptar verdades absolutas y un horror a cualquier tipo de fe.” Este es el mensaje que he trasmitido como profesor en mis largos años de docencia, con resultados extremadamente modestos. También en este blog.

En esta situación el 15 M representó para mí un acontecimiento reconfortante, en tanto que pude vivir en primera persona y durante un largo mes, la multiplicación de iniciativas, la creatividad, la multiplicidad y la heterogeneidad. Con posterioridad, el nacimiento de Podemos suscitó en mí la esperanza de una izquierda no comunista. Durante dos años viví escudriñando la actualidad política y las actuaciones de los recién llegados. Este blog es testigo de mi posicionamiento al respecto. En un tiempo tan breve comparecieron el cero, el infinito, la caza de enemigos internos, la homogeneidad absoluta, la apoteosis de lo que Koestler denomina como “el número uno”. Mi entrada de Pablo Iglesias y la ruta de los salmones”,  inicia un posicionamiento crítico con el proceso fatal de Podemos. Lo peor resulta del hecho de que una parte de la energía que impulsó su ascenso radica en que fue la única opción que defendía unos intereses sociales no representados de facto en las instituciones.

Tendremos que esperar y no renunciar a la dignidad que se deriva de nuestra vida de perdedores, así como saber sobrellevar nuestra ininteligibilidad. Porque nosotros sí sabemos quiénes somos. Nuestro problema es que no cabemos en las narrativas oficiales.

Te quiero Amelia.

 

1 comentario:

  1. Debe ser usted uno de los pocos tipos que, parafraseando al rumano, no considero automáticamente mi enemigo cuando ocasionalmente utiliza el 'nosotros'. Debe ser que le quiero. Buen día Juan.

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