sábado, 31 de octubre de 2020

LA EPIDEMIOLOGÍA TRAFICANTE DE DECIMALES Y LA EXPANSIÓN DEL PÁNICO MORAL

 

En cada instante de tu vida alguien modifica o borra una cifra. Todo esto sirve para un fin que nunca entenderemos.

Jorge Luis Borges

Lejos de ser autónoma, la ciencia florece o se marchita junto con la sociedad. Lo mismo pasa con la tecnología, las humanidades y las artes.

Mario Bunge

La metáfora de Wittgenstein de “descubrir las reglas del juego”, los códigos de un grupo, apunta precisamente a la necesidad de interpretar correcta  y cabalmente ese mundo particular y explicitar sus reglas, pues no es posible jugar a un juego con las reglas de otro, es decir, explicar una realidad social con los parámetros de otra, la del investigador.

Rosana Guber

Los meses transcurridos desde la emergencia de la Covid evidencian una situación paradójica: En tanto que los hechos desbordan radicalmente todas las previsiones, poniendo de manifiesto la endeblez, inconsistencia y provisionalidad de las medidas promulgadas por los dispositivos gubernamentales, los expertos ascendidos a los recintos decisionales –epidemiólogos, virólogos y otros especialistas de salud pública-  alcanzan la condición sagrada de la ubicuidad televisiva. Sus palabras son percibidas de manera semejante a las de las sagradas escrituras. En su nombre se toman las decisiones más pueriles que empujan  el proceso hacia una forma de catástrofe. Pero lo más ridículo de este espectáculo radica en que los posicionamientos de los ilustres científicos son alterados inmediatamente en las decisiones gubernamentales. En esta función se conforma un aspecto grotesco, que es, precisamente, la negación de lo empírico mismo, que es sustituido por los discursos manipuladores y vacíos de las autoridades.

Durante mi vida profesional he estado presente en contextos que pueden ser definidos por la advertencia de Rosana Guber que abre este texto. Las ciencias sociales, en su gran mayoría, explican las realidades con sus propios supuestos y reglas, privando a los investigados de sus propias representaciones sociales. Estas ciencias desvariadas se presentan pomposamente en los medios haciendo afirmaciones que significan la subalternidad de lo empírico. Así surgen continuamente acontecimientos que desbordan la capacidad de interpretación que tiene este sistema de ciencia autorreferencial, cuyos portavoces ejercen una función semejante a la de los hechiceros convencionales. Los expertos mediáticos de guardia comparecen con solemnidad de ejerciendo esta función pomposa.

En estos meses vividos bajo el paraguas de tan extraña ciencia, subordinada a un campo decisional que muestra su capacidad para corregir radicalmente las propuestas salubristas, la perplejidad va incrementándose y acumulándose. La referencia a Ulrich Beck parece inevitable. Este propone una noción de lo que denomina como sociedad de riesgo, en la que son relevantes los riesgos surgidos tanto del progreso técnico como de la complejidad de la organización social. Estos se derivan de las acciones y omisiones de los poderes sociales. Así, los riesgos son el producto del sistema de decisiones. Desde esta perspectiva, las fuentes del peligro no se encuentran en la ignorancia, sino en el saber. Su afirmación de que las sociedades del presente se encuentran confrontadas consigo mismas, se hace patente en esta catástrofe viral. El virus y el sistema de decisiones se complementan admirablemente para producir resultados fatales.

En el curso de la pandemia, la contraposición entre la apoteosis del escaparate mediático de los expertos que hablan en nombre de la ciencia y los resultados, alcanza la excelencia en lo patético. Todas las medidas comunicadas solemnemente desde la cúpula de los gobiernos fracasan inmediata y estrepitosamente. El efecto de esta cadena de fiascos es la rectificación permanente, que no suscita deliberación alguna. Esta  secuencia de errores termina por manipular los datos mismos. Escribo desde Madrid, la gran sede de la alteración de los malos guarismos, que son corregidos para amparar el gobierno catastrófico de la pandemia. El tratamiento de los datos es la (pen) última fase del mal gobierno.

El resultado de esta carnavalización del gobierno, que presume referenciarse en los expertos providenciales, es la progresiva implantación de una zona de oscuridad en torno a la gestión del virus. Nadie habla ahora de los muertos, que alcanzan el umbral de las tres cifras en este revival  viral. Cualquier información es transformada en proyectiles de alta definición contra los adversarios políticos ubicados en cualquiera de los gobiernos de la trama autonómica. La ausencia de pluralismo y deliberación siempre termina de esta fatal manera. En medio de las comunicaciones tenebrosas, los expertos salubristas siguen compareciendo en las pantallas exponiendo sus pronósticos y explicaciones, ajenos a su propia destitución en las decisiones finales, que son tomadas en un medio que representa una sima tenebrosa y acientífica.

El tratamiento de los datos remite al verdadero mal de la época, que en este blog he denominado como “los traficantes de decimales”. Esta trata consiste en considerar los datos tomados en un intervalo de tiempo breve, en función de los inmediatamente anteriores. Así se genera una serie de datos en los que cada medición adquiere un valor determinado exclusivamente por la anterior. Así, si la incidencia acumulada es de 500, y la nueva es de 450, se considera un éxito que se celebra pomposamente. El tráfico de decimales se instaura en el paro, el PIB y todas las dimensiones de la vida social. Este método tiene efectos letales, en tanto que oculta la realidad, que se muestra en procesos temporales más dilatados. Así, el desplome del PIB por efecto de la irrupción de la pandemia, genera una bajada letal de los guarismos en el intervalo temporal en que se produce, consolidándose como referencia para la siguiente. Si esta sube unas décimas, da lugar a interpretaciones triunfalistas que ocultan desmesuradamente la realidad. Estos juegos de cifras adquieren su plenitud en las noches electorales.

Pero el problema de los expertos salubristas reside en su cosmovisión, que, en general, remite a una situación del pasado que ya ha sido disuelta. Así, el orden social fordista-keynesiano reinante en las sociedades industriales de la segunda mitad del siglo XX, confería al estado una posición determinante que se extendía a todas las estructuras sociales, que detentaban la propiedad de la estabilidad y la solidez. Este orden social remitía a la centralidad de la configuración estatal. Pero en los cuarenta últimos años, esta sociedad se ha disuelto para ser reemplazada por otra en la que domina manifiestamente el mercado. En esta, la movilidad, la inestabilidad y la provisionalidad se muestran como factores determinantes. La metáfora de Bauman de lo líquido sintetiza certeramente la nueva situación.

La nostalgia de estado de los expertos salubristas colisiona con la lógica del nuevo estado subordinado drásticamente al mercado. Los problemas que se presentan sucesivamente son la expresión de la desintegración social asociada al orden social del mercado. En este, coexisten distintas configuraciones sostenidas por lazos débiles, que resultan de varias fracturas simultáneas que han tenido lugar en el nuevo capitalismo desorganizado. La fragmentación de los saberes y las ciencias ha contribuido decisivamente a que estas transformaciones no se encuentren presentes y unificadas en la conciencia colectiva. Así, el presente es, en palabras del fértil sociólogo Eduardo Terrén, “un adiós a lo que no ha podido ser, y el advenimiento de un no sé qué”. Las incertidumbres y la emergencia de lo indeterminado y lo no previsto, son las marcas de la época.

El orden social en el nuevo capitalismo desorganizado implica un alto nivel de desintegración social, que adquiere la forma de continentes escindidos y separados por océanos de grandes dimensiones. Los jóvenes conforman uno de esos continentes, en tanto que son ubicados en situación de larga espera para ingresar en la institución central del mercado del trabajo. En coherencia con esta marginación en una jaula de oro, proliferan los comportamientos anómicos resultantes de su situación estructural. También los mayores, expulsados del núcleo central del mercado del trabajo y sometidos a un encierro que adquiere varias formas. Además, los pobres y los inestables terminan por concentrarse en distintos continentes.

El resultado es un nivel de cohesión social decreciente, que se configura como el factor más importante de fracaso de los comportamientos personales requeridos por los salubristas nostálgicos del orden social fordista-keynesiano. De este modo se va tejiendo la catástrofe pandémica, que va decantando una sola respuesta eficaz frente a la expansión del virus: el confinamiento drástico. El precio de la expulsión de los pobres, inestables, jóvenes y viejos del continente en el que reina la integración es extremadamente alto. En estas condiciones, cualquier estrategia naufraga estrepitosamente y remite a la movilización del capital coercitivo del estado.

Sin comprender estas cuestiones centrales, los epidemiólogos comparecen en las televisiones exponiendo sus análisis y pronósticos, siempre referenciados en el tráfico de datos y de decimales. Sus discursos adquieren un cariz similar a las prédicas de los clérigos convencionales, con los que comparten su distanciamiento de la vida y la incomprensión de los comportamientos de los seres vivos. Los nuevos sermones epidemiológicos están caracterizados por su radical irrealidad. El distanciamiento con la realidad adquiere cada vez mayores dimensiones. Así, se ha convertido en un sermón litúrgico la necesidad de “reforzar” la salud pública y la atención primaria. Entretanto, pasan los meses y no aparece ningún signo que vaya en esa dirección, sino todo lo contrario. Esta contrariedad no suscita ninguna reflexión de calado y continúa repitiéndose la letanía del refuerzo.

Y es que el tráfico de decimales es una operación que tiene efectos letales sobre la inteligencia. Concentra toda la acción en la siguiente medición, negando de facto el concepto de estrategia, y, por consiguiente, de futuro. Así, se instituye el pánico moral, que es una reacción negativa ante la emergencia de un acontecimiento no esperado. La Covid resulta un detonante de unos altos niveles de pánico moral, que terminan por paralizar a la población, que espera pasivamente ante las pantallas las soluciones mágicas de los nuevos expertos salubristas.

 

 

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lunes, 26 de octubre de 2020

ESTADO DE ALARMA PERMANENTE, APOTEOSIS POLICIAL, AUTORITARISMO EPIDEMIOLÓGICO Y DESVARÍOS MÚLTIPLES

 

El primer confinamiento total fue la antesala de la nueva normalidad, entendida como un estado de control a distancia de la pandemia. Este experimento ha fracasado estrepitosamente, en tanto que todas las reglamentaciones de la vida han sido hechas añicos y el virus ha saltado todas las barreras establecidas. En este ensayo de somatocracia moderada y a distancia, se ha evidenciado la fractura entre la lógica sanitarista y una buena parte de la sociedad, que no renuncia voluntariamente a sus prácticas de vida.  De ahí la crisis epidemiológica vigente, que remite a un retroceso en la forma de gobierno especificado en la instauración de un estado de alarma con vocación de permanencia, que se precisa  principalmente en el toque de queda.

LA DEROGACIÓN DE LA NOCHE

Del naufragio de la nueva normalidad resulta la amputación de la vida mediante la neutralización de la noche. Este tiempo alcanza en esta sociedad un esplendor inusitado. Al caer la noche salen de sus madrigueras distintas clases de gentes amantes de la vida, así como los contingentes sociales privados de un destino próximo, sometidos a un estado de larga espera. Estos son los no inmediatamente necesarios, principalmente los jóvenes. Estos públicos han constituido una sociedad que es el reverso de la de la producción, que alcanza su magnificencia en las horas de luz. La noche alberga un conjunto de sistemas sociales dotados de prácticas sociales, sistemas de relaciones, significaciones compartidas y climas colectivos. La noche es una invención de los aristócratas de tiempos pasados, entregados al goce de los sentidos. En el final del siglo XX, ha sido democratizada, de modo que millones de personas heterogéneas se entregan con frenesí y de distintas formas a ella. No se puede comprender bien las sociedades del presente sin considerar el hecho social central de lo que se entiende como el finde, un tiempo de revancha para los treintañeros confinados en las horas de luz desde los tres años entre las paredes de las instituciones educativas, que devienen así en almacenes.

La visión predominante en el sistema es manifiestamente reduccionista con respecto a esta realidad. Se entienden las actividades realizadas al margen de lo productivo como ocio, al que se asigna una valoración minimizada. Se percibe el mismo como diversión, que remite a un conjunto de prácticas que son calificadas como pertenecientes a un orden secundario en la vida. Así, en una pandemia como la actual, se promulgan normas para reducirlo drásticamente. Pero las prácticas nocturnas no son solo diversión, sino que trascienden este concepto. En este espacio social tienen lugar distintas formas de relación social, entre las que se incluye el sexo y las variantes de un estado personal que alcanza el estatuto de lo sagrado. Estos son los estados de ebriedad, que generan efervescencias colectivas y varias formas de éxtasis de masas.

La distorsión de la visión oficial y sanitarista de la vida, es manifiestamente sesgada. Mi experiencia como profesor universitario que ha vivido en primera persona el nacimiento, infancia, adolescencia y madurez del Erasmus, es concluyente. La noche tiene una fuerza extraordinaria, de modo que en el ensayo de control a distancia de la Covid este extraño verano, ha acreditado su capacidad de reventarlo. La cancelación de la noche va a generar un estado de malestar explosivo, siendo una cuestión de orden mayor. La primera noche de toque de queda se ha producido un acontecimiento-signo de lo que representa esta cuestión. Un local en Madrid, en el que estaban cuarenta personas, cerró sus puertas a las doce y no les dejó salir hasta después de las seis. Dos clientes han interpuesto denuncias por retención ilegal, pero, por encima de sus singularidades, este es el primer acto que anuncia las resistencias múltiples que vienen, en las que los desolados seres vivos privados de una parte esencial de su ambiente total, van a reaccionar inventando distintas clases de fugas y evasiones.

EL DESCENTRAMIENTO SANITARISTA

La emergencia de la Covid ha suscitado una crisis sanitaria sin precedentes. De este modo, todas las tribus profesionales médicas y salubristas se han ubicado en el centro de los platós de televisión y en los pórticos de los oráculos de los gobiernos. Devenidos en expertos providenciales, lo que implica su capacidad de inhabilitar a la población para decir, al tiempo que convertir efectivamente a esta en dependiente de sus valoraciones y prescripciones, los sanitarios viven sus minutos de gloria mediática y estrellato en la novísima expertocracia. Esta les concede licencia de imponer controles y privaciones a la población, en alianza con el estado y los medios y prescindiendo de su colaboración consentida.

Pero el problema radica en que la inmensa mayoría de los mismos incurre en un sesgo monumental. Este es el de mirar la pandemia como si esta se encontrase aislada de su contexto. La ignorancia magnánima de este les hace caer en posiciones ingenuas que son instrumentadas por los operadores del campo político y social. La pandemia se inscribe en una estructura social, sobre la cual tiene un impacto considerable. De este modo la epidemiología termina siendo un arma política en las manos de los intereses fuertes en el campo social. El confinamiento, la vigilancia del espacio y la reglamentación de la vida otorga muchas más opciones a los poderosos y debilita a los sectores sociales definidos por sus carencias.

Así, el estado de alarma deviene en un arma política inequívocamente eficaz, en tanto que perfecciona el control de la población en desventaja, la inmoviliza y paraliza los movimientos sociales, que son las defensas que estos tienen para hacer valer sus intereses. Asimismo, instituye una severa individuación que debilita extraordinariamente los vínculos sociales que conforman el tejido social. Las posibilidades de los que tienen recursos escasos de sobrellevar el aislamiento y la restricción de movilidad, son menguadas. Así, independientemente de sus objetivos sanitarios, las medidas autoritarias de gobierno derivadas de la pandemia, penalizan selectivamente a los más débiles.  Las medidas de control tienen efectos en otras esferas diferentes a la situación epidemiológica. La salud pública actual termina siendo una epidemiología política que refuerza el orden social dual que se sostiene sobre las sólidas barreras establecidas entre los poderosos y los débilitados.

LA APOTEOSIS POLICIAL

La negación de las realidades externas a la situación epidemiológica alcanza el éxtasis en el caso de la intervención policial. La actuación de la policía es ubicua y total. Este es el aspecto más relevante de la realidad desde el advenimiento del virus. Todas las estrategias y medidas propuestas descansan sobre la sanción en el caso de incumplimiento, lo que pone a la vida bajo la supervisión de la policía. El pasado viernes por la mañana, me encontraba tomando café en una terraza en una terraza a cincuenta metros de la Puerta del Sol. En la hora larga que pasé departiendo con un amigo, pasaron furgones policiales, caballos, agentes a pie, y todo ello de varias policías. En la calle solo había policías y numerosas y variadas clases de mendigos.

La apoteosis policial tiene unas consecuencias letales en la vida social. En los barrios con carencias comparece con todo esplendor la figura clave de la sociedad securitaria: la frontera. Millones de niños y jóvenes experimentan los controles para entrar, salir, estar y desplazarse. La policía adquiere una preponderancia extraordinaria, haciéndose ubicua en la vida cotidiana. Todos somos vigilados en la inmediatez y adquirimos la naturaleza de sospechosos. La prohibición del toque de queda restringe a las personas y minimiza sus opciones.

Así se fabrica el estereotipo del ciudadano obediente que calla y acata sin límite. La policía actúa en coherencia con sus propias percepciones, en las que se encuentran involucrados algunos sesgos. El control policial sanciona a los percibidos como poblaciones peligrosas, ahora etiquetadas por la epidemiología político-social, que condena a los desobedientes a la ubicación en el imaginario policial. El castigo adquiere una centralidad inquietante, en tanto que los medios generan demandas de castigo que se constituyen como presiones a la policía.

Pero la apoteosis policial presenta su lado débil. Este radica en que es imposible atajar y sancionar todos los incumplimientos, cuyo volumen desborda a los efectivos policiales. Así se homologa con las instituciones educativas, de asistencia sanitaria y de servicios sociales. La sociedad epidemiológico-policial necesita incrementar sus recursos considerablemente para mantener el control efectivo de las clases peligrosas. Ayer el jefe de la policía municipal de Madrid explicaba en la televisión regional que iban a vigilar las calles mediante un sistema mixto de patrullas y drones.

Pero la fiesta se disemina en la noche por múltiples espacios privados. En la casa que vivo, unos cuantos chicos en estado de ebriedad montaron un escándalo monumental a las tres de la madrugada. Este afectaba a una señora de muchos años, dependiente, inmovilizada y en muy mal estado de salud. Los vecinos llamaron repetidamente, durante dos horas, a la policía y esta no compareció porque estaba saturada. Es imposible vigilar e intervenir efectivamente frente a una demanda tan poderosa. En este sentido se homologan a los servicios de salud, sociales y educativos, totalmente desbordados por los efectos de la explosión vírica. Esta situación da lugar a un conjunto de fantasías de control por parte de los profesionales. Pero la realidad se sobrepone a las mismas, teniendo como consecuencia una priorización de las tareas y una renuncia a parte de las mismas.

LOS DESVARÍOS MÚLTIPLES

 El desborde de los dispositivos del estado genera una situación de varios desvaríos complementarios. El de los profesionales sanitarios progresistas es muy ilustrativo. Ellos piensan en términos de control de la pandemia como si estuvieran en un laboratorio. Así contribuyen a reforzar el control social, ejecutado por el estado concertadamente con las grandes empresas de comunicación. Mientras que la deriva del estado de alerta y el proceso global se decanta a algo tan importante como la construcción de fronteras internas, que otorgan el protagonismo a las fuerzas de seguridad, ellos permanecen ajenos a esta cuestión y agotan el campo de su mirada en las cuestiones estrictamente sanitarias. Desde mi posicionamiento personal afirmo que es perverso gobernar a una población sin considerar siquiera obtener su consentimiento informado, o al menos de una parte de ella.

Pero más acusado aún es el sesgo de la izquierda. Anoche leí un tuit de una persona que aprecio y de la que soy lector desde hace muchos años, como es Marcelo Expósito, que decía que lo importante son las ayudas materiales a las clases subalternas. En este juicio se encuentra una gran distorsión. Esta se encuentra determinada por la posición de esta izquierda, que disfruta de su presencia en el gobierno, hecho que ha alterado su cosmovisión considerablemente. No son solo las ayudas materiales, sino su presencia como voz  autónoma en defensa de sus intereses, cuestión que es negada por las medidas del estado de alarma, que desarma letalmente a los movimientos sociales. Estos no son equivalentes a los grupos de interés, que garantizan su presencia en el campo decisional, con independencia de las fronteras instituidas por las policías. Los barrios pobres han sido sometidos a procesos de acumulación de poblaciones desintegradas, lo que ha debilitado las redes de vínculos. En una situación así, la acción policial y el confinamiento tienen un efecto multiplicador en su debilitamiento como actor político.

Esta es la ruina más estrepitosa derivada de la irrupción de la pandemia. Los actores se encuentran noqueados y extraviados,  y solo funcionan redes globales autorreferenciales salubristas, de los estados –todas las medidas que se toman tienen una procedencia en otro estado-  y de los intereses corporativos y mediáticos globales. Los demás están en una situación de shock intelectivo. Imagino la situación de un joven residente en un barrio del sur, que está experimentando en un largo año de su vida, el confinamiento obligatorio, el autoritarismo de la promulgación de límites a su acción y la presencia ubicua de la policía para asegurar fronteras. Afirmar que vive en una democracia es un exceso insólito. Sí, la respuesta a la Covid está generando las bases de un régimen autoritario duro de nuevo tipo. No puedo dejar de pensar en Giorgio Agamben y sus premoniciones desbordadas en este año fatal de la Covid.

El balance final no puede ser realizado en términos de salud, sino en los de democracia. Y esta se disipa con una intensidad y velocidad insólitas. Personalmente me niego a aceptar esta situación, en tanto que considero destructivo este posicionamiento de la gran mayoría.

 

viernes, 23 de octubre de 2020

EL AGGIORNAMENTO EPIDEMIOLÓGICO EN LA SEGUNDA OLA DE LA COVID

 


En estos días en los que avanza lo que se denomina como segunda ola de la pandemia se confirman cambios muy importantes con respecto a la primera. En aquella, la sorpresa fue un factor determinante, que contribuyó a la neutralización de los distintos actores sociales, lo que facilitó la apoteosis del estado devenido en una somatocracia bajo la codirección del dispositivo epidemiológico. El confinamiento fue un tiempo de gloria para los ingenieros de la salud de la población, en tanto que situación factible de ser administrada como si de un videojuego se tratara. Cualquier decisión o movimiento de la autoridad tenía un impacto inmediato perceptible en la realidad.

La salida del confinamiento y las distintas fases de la enigmática nueva normalidad ha desembocado en una situación completamente diferente. Ha aparecido el factor ineludible en todos los procesos sociales, que se puede especificar en la t, el tiempo. La fiesta epidemiológica, cuya debilidad se encuentra en su naturaleza manifiestamente sincrónica, ha cesado por la impetuosa reacción de lo diacrónico. Esto significa que los actores sociales han reaccionado tras los primeros meses de la pandemia. Estos movilizan sus recursos, ejercen presiones subterráneas a las autoridades, desarrollan acciones para defender sus intereses y corrigen las decisiones tomadas por las autoridades, que, tras su momento epidemiológico de los meses críticos de marzo, abril y mayo, manifiestan su propensión a la concertación con todas las fuerzas presentes.

El efecto del regreso de los actores sociales a sus posiciones reactiva dos fuerzas dotadas de una potencialidad extraordinaria: la economía y la vida, entendida como el impulso a vivir plenamente el presente. Así se configura un campo de decisión mucho más complejo que aquél que comparece en la superficie. Las presiones de los agentes económicos y de los contingentes de las gentes que vuelven a la vida ordinaria, son manifiestamente eficaces. El dispositivo médico-epidemiológico sigue pesando en las decisiones, pero se evidencia una situación en la que  las decisiones de salud van cediendo a los imperativos de las fuerzas presentes en todo el campo de decisión.

Las decisiones que se vienen tomando, muestran vacilaciones y falta de consistencia, lo cual disminuye su eficacia. El largo verano ha legado una situación epidemiológica que deviene explosiva, por acumulación de infectados, hospitalizados y fallecidos. No hace falta ser ningún experto para pronosticar un desastre en una situación de incidencia acumulada sostenida de más de 250 casos. Sin embargo, las medidas proporcionales a la gravedad de la situación epidemiológica, parecen cada vez más difíciles de tomar. Pero aún más, las decisiones son manifiestamente versátiles y ellas mismas construyen los caminos para ser eludidas. El confinamiento perimetral implica libertad de movimiento en el interior de este espacio, así como la realización de múltiples actividades. Todas las decisiones tienen esta naturaleza veleidosa. Cuando se anuncia el toque de queda de doce a seis, esta comunicación es acompañada de un comentario que alude a que la hostelería podrá estar abierta hasta esa hora.

La decadencia médico-epidemiológica es manifiesta. Conservan su preponderancia formal en los oráculos sagrados de las televisiones pero sus decisiones no se corresponden con rigor a la lógica epidemiológica. Así se forja un vínculo de las somatocracias del presente con algunas teocracias. Las castas rigoristas iniciales, muy poderosas e los comienzos, van aggiornándose en las etapas sucesivas. Estas no son desplazadas de su preeminencia simbólica, pero sus decisiones son corregidas por la acción subrepticia de las fuerzas presentes en el campo. Las prédicas epidemiológicas en las televisiones tienen un impacto cada vez menor, alcanzando la plenitud como sermones moralizantes sin consecuencias.

El aparato asistencial sanitario sigue una deriva semejante. De la condición de héroes en los meses fatales de la primavera, pasa a una situación de bloqueo y minimización en el campo. La verdad es que el sistema se encuentra gravemente colapsado, pero, al tiempo, pierde posiciones en el campo político y social. Me parece terrible escuchar a múltiples portavoces profesionales pronunciar unas palabras que devienen en una letanía litúrgica sin efectos en la realidad. Me refiero a las sagradas palabras  ”hay que reforzar la atención primaria y los servicios de salud pública”. Porque ¿qué significa esto? En la hipótesis mínima una multiplicación de sus recursos y dispositivos que solamente puede ser abordada mediante un plan que secuencialmente vaya más allá del corto plazo. Los profesionales se muestran agarrotados, repitiendo el verbo reforzar, que es vaciado de significado manifiestamente. Simultáneamente, no se producen decisiones coherentes con el refuerzo. No llega ni un euro adicional fuera de los recintos sagrados de los cuidados intensivos.

Mientras tanto, la sociedad se muestra extremadamente activa, conformándose según una lógica dual. De un lado los temerosos autoconfinados –mayores y enfermos- , así como aquellos posicionados en el temor colectivo ante la deriva de la pandemia, que asisten perplejos al espectáculo de renacimiento de la vida, protagonizado por los sectores que actúan a favor de recuperar las prácticas de la vida. Estos conquistan territorios y tiempos en los que se disuelven las distancias personales y que son regidos por las euforias del deseo de vivir.  En tanto que las calles y las actividades productivas muestran su declive atravesadas por los temores colectivos, los bares y los espacios liberados de los fantasmas víricos renacen con una vitalidad encomiable. Los actores muestran su iniciativa y su rápida respuesta a las reglamentaciones. La prohibición de servir en las barras es respondida en 24 horas con la implantación a lo largo de las barras de taburetes y mesas altas que no están vetadas. De ahí resulta una situación cómica, en la que los clientes reducen las distancias personales, dado el pequeño diámetro de tan elegantes mesas.

En este contexto se toma la decisión del toque de queda, pero este es una coartada dirigida a proporcionar una apariencia digna. La verdad es que la operación nuclear de la estrategia epidemiológica es el rastreo. Y este, en general,  ha fracasado estrepitosamente por ausencia de un dispositivo de apoyo. Su bloqueo implica un efecto dominó que desactiva todas las medidas adjuntas. Así se explica que los decisores vayan a remolque de la incertidumbre de las cifras. La consecuencia fatal es el riesgo de un nuevo confinamiento global. La debilidad del rastreo permite a cada autoridad manejar las cifras según su interés. Así, el ocio nocturno y la hostelería desempeñan el rol de malvado en esta ficción. Y nadie se infecta en el transporte, en actividades productivas ni escolares.

Las fuerzas presentes en el campo decisional, tales como los grupos de interés en la galaxia de la hostelería, los viajes, el ocio y otros, así como una gran masa crítica de jóvenes convocados por las múltiples praxis de vivir, se hacen presentes en el campo político, en el que distintas fuerzas consideran sus intereses. De este modo se rompe la unanimidad necesaria para respaldar las decisiones. Así el cierre perimetral de Madrid durante dos semanas, que apenas ha tenido efecto sobre la evolución de la pandemia. En estas condiciones se pueden inteligir las vacilaciones de las autoridades y el caos resultante. Las autoridades son devoradas por las propias fuerzas políticas.

En este cuadro se puede comprender el aggiornamento epidemiológico. La dupla Illa/Simón traga con todo y retroceden ante la oposición de los portavoces de los intereses económicos y vitales vivos en el campo social. Los epidemiólogos y portavoces claman en las televisiones a favor de medidas más drásticas, pero sus advertencias pasan desapercibidas para una gran parte de las gentes. Escribo este texto el viernes al caer la tarde, rodeado de personas que se aprestan a salir de Madrid para gozar de un finde gratificante tras las dos semanas absurdas de reclusión en la ciudad. El gobierno elude tomas decisiones que generen costes electorales y transfiere a las comunidades autónomas las mismas. Estas toman las decisiones a regañadientes. De ahí resultan situaciones antológicas. Navarra, en una situación epidemiológica explosiva, espera el cierre de la comunidad a que pase la caravana de la vuelta ciclista a España.

Estas medidas se inscriben en el universo de los hermanos Marx, cuya gracia reside en que muchas de las palabras que pronuncian son contradichas por sus gestos. Hoy ha hablado en la tele el pomposo y astuto presidente Pedro Sánchez, para pronunciar un discurso apelando místicamente a la responsabilidad individual. Pero los oyentes pueden percibir las grietas de su discurso. Está claro que quien tome medidas contundentes se quema. Así, el proceso decisional se dispersa y tiende a evadirse. El gran peligro de esta situación radica en que se van a tomar medidas duras dirigidas a los más débiles en el campo político. Madrid es una premonición. Mano dura en los barrios populares y guante de seda en Núñez de Balboa.

Las televisiones son las instituciones centrales de la época. En el tiempo de la segunda ola representan los temores colectivos imperantes en la pandemia en los informativos y géneros similares. En ellos, la casta sacerdotal epidemiológica clama por las restricciones y apela a la responsabilidad. Los presentadores reclaman castigos a los incumplidores y glorifican a la policía. Al mismo tiempo, en los realitys y géneros de ficción apuestan por las emociones de las citas ciegas y los misterios de los amores prohibidos. Firs Dates y La Isla de las Tentaciones satisfacen los deseos de una masa de espectadores deseosa de vivir en primera persona las aventuras del amor enlatado e incierto. Los programas de la televisión no son inocentes. Los programadores muestran los guiones sociales a los espectadores. La consecuencia es la multiplicación de los encuentros forjados en los portales de citas online. He querido experimentar y he probado en uno. En cuatro horas tenía ocho mujeres disponibles para una cita.  Todas ellas fuera de mi zona de salud. Me ha dado miedo pensar que alguna de ellas fuera epidemióloga y se suscitase una tensión inmanejable en el encuentro cuando descubriese que mi cuerpo es la sede de varios riesgos.

 

 

martes, 20 de octubre de 2020

VOX Y EL ESPECTRO DE LOS COLILLEROS

 


Orwell tenía razón: el verdadero totalitarismo parece exactamente una parodia de sí mismo.

  Robert Anton Wilson

El ascenso de Vox sintetiza dos elementos diferenciados. De un lado, es el resultado de la degradación de las democracias, que resulta de varios factores recombinados, entre los que la consolidación del nuevo capitalismo postfordista resulta primordial. La reindustrialización que comienza en los años ochenta fragmenta decisivamente lo que había sido la clase obrera industrial, así como las instituciones del capitalismo keynesiano. El deterioro de las instituciones y el desgarro del tejido social,  genera un espacio sobre el que se asienta la nueva extrema derecha, que se expande en la gran mayoría de los países europeos.

En España este fenómeno tiene una significación adicional. Esta es la recuperación del pasado. Vox significa la quiebra del frágil compromiso cristalizado en los años de la transición, y el retorno, por parte de algunos sectores de la derecha, a la nostalgia del franquismo. Eso sí, a la versión más posibilista del franquismo en este contexto histórico específico. En los actos partidarios se congrega una multitud que denota la supervivencia de elementos culturales y arquetipos personales dominantes en aquél tiempo. Así, se puede definir a este partido con una versión española del manido lema “otro franquismo es posible ahora”. En los discursos y las prácticas de Vox se muestra inequívocamente el núcleo básico de lo que fue este régimen político que trasciende lo estrictamente estatal.

El franquismo fue un régimen que atravesó distintas situaciones y en el que pueden distinguirse varias etapas diferenciadas. Cabe diferenciar entre dos franquismos que se retroalimentan mutuamente. El primero es la etapa que antecede a la industrialización, que puede considerarse entre el final de la guerra civil y 1959, año en el que convergen el fin definitivo de la autarquía, el acceso de una generación de tecnócratas al poder y el comienzo de una industrialización. En la primera etapa, la situación de las clases trabajadoras y campesinas es catastrófica. La pobreza, las penurias múltiples, el autoritarismo de las instituciones y de las clases poderosas, la inmovilidad social y la ausencia de perspectivas.

En este orden social agobiante el poder se ejerce en nombre de unas abstracciones que compensan la fatal vida material. En nombre de Dios, de la gloriosa España, del Movimiento Nacional providencial, del Caudillo Franco y otros espectros de gloria, se gobierna rígidamente generando una ficción que compensa las carencias de la vida. La austeridad y el autoritarismo se matrimonian para clausurar cualquier veleidad para tan felices súbditos liberados de los males de la masonería, el comunismo y otros fantasmas agitados por los medios del régimen. En este contexto se puede comprender el significado de la frase con la que Luis Buñuel sintetiza este orden político y social “Dios y el país son un equipo inmejorable; rompen todos los récords de opresión y derramamiento de sangre”.

El contexto de este primer franquismo es aterrador. Las clases subalternas viven un verdadero régimen de terror, en tanto que las instituciones lo controlan y gobiernan con mano de hierro ejerciendo la represión sobre cualquier desafección. Pero lo peor resulta de la situación económica. La gran mayoría se encuentra inmovilizada por parte de la pésima situación económica, en la que no hay alternativas de empleo. Este contexto tiene un efecto decisivo sobre el imaginario y las prácticas de ejercicio de poder de las clases medias-altas. Estas gobiernan la cotidianeidad sobre una población en la que las carencias adquieren toda su plenitud. Así, en las empresas, en los servicios, en los espacios domésticos y en todas las esferas de la vida, ejercen implacablemente su autoridad persuadidos de su superioridad sobre una población deprivada integralmente, que no tiene otra alternativa que obedecer, agradecer y renunciar a cualquier proyecto de mejora.

En la población subalterna de la época, proliferan múltiples formas cutres de ganarse la vida, que ilustran las carestías integrales experimentadas por aquellos que son incluidos imaginariamente en el eslogan de que “en España empieza a amanecer”. Una de las que más me ha impresionado, es aquella que se ubicó en numerosos pueblos andaluces, en los que la gran mayoría de la población estaba compuesta por jornaleros, que era una forma fatal de vínculo laboral, en tanto que el poder de los contratadores no tenía contrapeso alguno, obligando a los candidatos a la exteriorización de la más estricta obediencia.

Se trataba de los colilleros. El tabaco representaba una evasión cotidiana en ese contexto de privación, constituyéndose como una gratificación central en la vida cotidiana. La sociedad de consumo a la española se asienta sobre el tránsito de los Celtas cortos al Ducados y el rubio Cherterfield americano. Pues bien, una forma ingeniosa de paliar la miseria era recoger las colillas del suelo y otros ceniceros, recuperar el tabaco sobrante tras retirar el quemado, y agruparlo con otros idénticos para terminar fabricando un cigarrillo que se vendía en la calle. De ahí el nombre de colilleros, los tratantes de colillas o de deshechos de tabaco. Hasta el comienzo de los años sesenta, los colilleros seguían operativos en sus espacios sociales inmovilizados.

La verdad es que me produce una sensación de inquietud contar esto ahora,  porque más de un tecnócrata neoliberal progresista puede calificarlos con alguna palabra altisonante de la nueva jerga, como “Emprendedores de los residuos tabáquicos” u otros similares. Además podría proponerlo como actividad emprendedora transformada en reproche a los privados de trabajo. Los colilleros representan el nivel más bajo de la escala del trabajo degradado de la época. En mi infancia, recuerdo haber contemplado recoger colillas, que se llamaban piltras, de opulentos fumadores que tiraban sus cigarros a la mitad para el regocijo de los fumadores de la escala social inferior. Confieso haber fumado yo mismo alguna que otra.

Los colilleros remiten a un pueblo caracterizado por privaciones de gran envergadura, que es gobernado autoritariamente por unos señores que los desprecian, de modo que su relación se funda en este supuesto. Las clases medias y altas de la época mostraban su desconfianza y desdén hacia ellos, fundados en que su condición social se asentaba en la cuna. El clasismo y el autoritarismo conforman un matrimonio ejemplar en este tiempo. Y este espíritu de menosprecio por los inferiores en la escala social sobrevive a pesar de todas las transformaciones experimentadas hasta el presente. Así se entiende la democracia como una deformación que amenaza el gobierno eficaz de los nuevos colilleros, que son ahora los ubicados en las listas del desempleo, los sometidos a formación permanente, los que se desempeñan en trabajos de la economía informal, doméstica y de los cuidados, así como los empleados en empresas con exiguos salarios.

En el imaginario de Vox se encuentra presente el espectro de los inferiores-nuevos colilleros, pero también otro elemento axial procedente de la segunda etapa del franquismo. Esta se puede explicar mediante un desarrollo económico notable, que instaura tasas considerables de movilidad social y constituye una clase media, así como una clase obrera que mejora sustantivamente sus condiciones de vida y de trabajo. Esta transformación económica y de las condiciones de las clases sociales se acompaña con el salto de la constelación de instituciones asociadas al estado del bienestar.

Para los múltiples sectores sociales que experimentan una mejoría y viajan ascendentemente en el ascensor social, el último franquismo remite al precepto de que es posible la mejora de las condiciones de vida en un régimen político autoritario. En palabras del sociólogo español Luis Enrique Alonso, se modifica la norma de consumo en tanto que se estanca el cambio político. Así, todas las crisis económicas en el postfranquismo reactivan este inconsciente colectivo selectivo, focalizando las críticas en la clase política. Este es uno de los factores más adversos de la izquierda política y de sus pérdidas de clientelas cuando se agudizan las crisis.

La nueva democracia nace de un pacto determinado por la convergencia en evitar la perpetuación del régimen franquista. Es un equilibrio precario que se proyecta en su incapacidad de constituir símbolos colectivos que convoquen a las gentes. El 6 de diciembre es un día anodino, en el que solo la España oficial celebra la Constitución. El fracaso simbólico del régimen del 78 es manifiesto. Este factor propicia una vuelta al pasado de importantes sectores sociales, que reflotan en un contexto de bloqueo económico y político y crispación institucional. Este es el ambiente en el que se desempeña Vox, recogiendo una parte de la derecha nostálgica con el pasado esplendoroso, que se manifiesta en tres elementos: el gobierno sin trabas del entramado de clases colilleras; la añoranza del final económico feliz del franquismo, y la restauración de los viejos símbolos patrios.

Las posiciones de Vox se articulan en torno a estos tres elementos, referenciándose también en las experiencias de la nueva extrema derecha europea y americana. Desde luego, en su núcleo dirigente están sobrerrepresentadas las élites de ambos franquismos. Santiago Abascal, Espinosa de los Monteros, Ortega Smith o Hermann Tetsch conforman un verdadero joyero de la arqueología política. Justo lo contrario de las élites económicas o financieras del capitalismo global. El capitalismo en la versión retro-autárquica se concita en ellos. Me asombra contemplar cómo en sus intervenciones apenas alcanzan a comprender la significación de las estadísticas. Pero sus discursos endebles son suplidos con el excedente simbólico de la restauración del viejo espíritu nacional. En este tiempo, en el que proliferan nuevos colilleros y poblaciones desahuciadas, su propuesta es a la vuelta a la grandeza del discurso que aplasta las condiciones de vida miserables. Precisamente en eso consisten la casi totalidad de las cruzadas.

Lo peor radica en que los sistemas políticos son ecosistemas en los que proliferan las interacciones entre las especies que las habitan. Así, Vox deviene en una nueva especie depredadora que altera todos los equilibrios. En muchas ocasiones es difícil discernir quién es quién. Así se acredita el triunfo de la retórica sobre la inteligencia. Esta es precisamente una de las características del primer franquismo, y también del segundo. El espectro de la grandeur de las clases dirigentes improductivas singulares del franquismo, cabalga de nuevo, en esta ocasión asociada a las últimas actualizaciones de los viejos colilleros. Aunque represente la parodia de sí mismo, representa un riesgo añadido en un cuadro histórico tan enigmático como el del presente.

 

 

viernes, 16 de octubre de 2020

LA COVID Y LA REVANCHA DE LOS SUPERFLUOS

 

Los acontecimientos de los días del pasado puente en Granada, protagonizados por contingentes de jóvenes en estado de fiesta en un momento en el que la pandemia se recrudece, han suscitado reacciones de condena por las autoridades, los profesionales, los medios y diferentes portavoces de sectores sociales atenazados por la amenaza del virus. Este suceso se ha hecho visible mediante unas imágenes del mismo que son seleccionadas por las televisiones, pero, no se trata de un evento aislado, sino que, por el contrario, remite a una práctica festiva generalizada en la vida ordinaria, congelada durante el confinamiento y recuperada en el largo y cálido verano. Como consecuencia de la efervescencia suscitada en la videosesfera, y dada la situación epidemiológica crítica de Granada, las autoridades han decidido suspender las clases presenciales en la Universidad.

La mayor parte de las voces que se posicionan ante tal acontecimiento, se sustentan en una visión reduccionista, que se focaliza en algunos contingentes de jóvenes festivos que se liberan de la responsabilidad de la respuesta a la pandemia. De este modo, el problema es definido como un episodio de insolidaridad de unas personas desprovistas de valores. En coherencia, la solución es aislarlos del medio universitario, en el que se sospecha que puedan desencadenar cadenas de contagios. Pero esta piadosa definición elude un problema de mucha mayor envergadura. La Covid está reflotando realidades sociales que permanecían sumergidas, y  mostrando también las grietas en las instituciones de tan avanzada sociedad.  Se evidencia la endeblez de la los mecanismos de integración social, así como la licuación de los compromisos con distintos colectivos sociales. Tras varios meses disciplinarios y asociales se hace presente el deseo de vivir de los jóvenes, que son convocados a concentrarse en los  contenedores de las instituciones educativas y universidades.

Los términos en los que se suscita este problema, pueden parecer extraños desde una mirada exterior a la universidad. Pero este acontecimiento no es un accidente puntual, sino que, por el contrario, forma parte de la vida universitaria. Esta institución alterna sus actividades concentradas en los días laborables, que ceden, según avanza el jueves, el protagonismo a un repertorio inusitado de relaciones sociales y prácticas sociales en los dilatados fines de semana. Así, las imágenes capturadas este puente no son una excepción azarosa, sino la pauta habitual de la institución. Lo que ha ocurrido es que un momento de intimidad colectiva ha saltado a los medios de comunicación, desencadenando un torrente de reproches y condenas moralistas.

No existe ninguna institución en la que la distancia entre su realidad y su imagen, sea tan grande como la universidad. Esta se encuentra sumida en un largo proceso de transformación, determinado por la hegemonía abrumadora del neoliberalismo, su adaptación a la producción inmaterial y el capitalismo cognitivo y la reconversión de la vieja universidad. El resultado de este acrecienta su naturaleza poliédrica considerablemente. Se puede contemplar un plano de su realidad que priorice sus actividades de investigación vinculadas a los yacimientos tecnológicos de la industria y los servicios, concentrada en un número limitado de departamentos, centros y universidades. Estas prácticas docentes y de investigación se sostienen sobre los vínculos con las industrias tecnologizadas de alto valor añadido. En estas tiene lugar la selección de los técnicos, investigadores, cuadros y directivos del nuevo capitalismo cognitivo y de las instituciones rectoras.

Pero, también es factible obtener un plano de las universidades en el que las realidades son bien diferentes. En la gran mayoría de departamentos, centros, titulaciones e investigaciones, la situación cambia sustancialmente.  Se puede afirmar que predomina otra función, generar la masa que abastece las posiciones bajas y rotatorias del mercado laboral del trabajo cognitivo. La gran verdad oculta de la época es la compresión acumulativa del mercado del trabajo. Las posiciones comprendidas en este se reducen gradualmente, de modo que no puede albergar a una buena parte de los candidatos. Este es el factor que desencadena un reajuste, una de cuyas principales dimensiones es dilatar el tiempo de espera para entrar. Los jóvenes se encuentran ante la tesitura de desarrollar una larga etapa de formación. La universidad es la institución encargada de albergar a los contingentes de personas en espera. Esta función marca las actividades de la institución, que fija los sucesivos e interminables ciclos de los candidatos a ingresar en tan selecto mercado de trabajo.

El caso es que en las sociedades del presente, el sujeto estándar es ingresado a los tres años en una guardería, que es la antesala de una carrera escolar que se prolonga hasta llegar a los treinta años. El sujeto escolarizado se encuentra en todas sus etapas, en una situación de severa dependencia de la institución. Esta situación puede ser calificada de cualquier forma, menos de normal. Una persona puede pasar veintisiete años de su vida escolarizado y dependiente. Una situación así carece de antecedentes. Los efectos de esta situación son demoledores y pueden ser percibidos mediante tensiones inespecíficas, pero intensas, en la universidad, en la que adquieren distintas formas.

La respuesta de los programadores ha sido la reforma de las enseñanzas, reforzando la presencialidad en las clases, que son el escenario de distintas actividades. Se trata de poner a los sujetos en espera a hacer cosas. La institución carece de la capacidad de ofrecer verdaderas prácticas, así como métodos activos de aprendizaje, dado el volumen de los congregados en las listas y las aulas. Así proliferan múltiples actividades de bajo contenido, que organizan la actividad de los estudiantes. La simulación adquiere todo su esplendor. Como sociólogo, he tenido el privilegio de presenciar directamente el modo con que los estudiantes ritualizan las actividades diarias de las aulas. Es la forma específica de responder al vaciado de la universidad, que deviene en un espacio ligero y liviano, al tiempo que rigurosamente ritualizado.

En una situación de bloqueo de su inserción laboral por aplazamiento, el estudiantado responde de la misma forma que otros colectivos que se adaptan a sus condiciones adversas. El resultado es la conquista silenciosa y discreta de las noches y el tiempo creciente del fin de semana. En este se invierten radicalmente los sentidos y tienen lugar un conjunto de coherencias con su situación de temporalidad aplazada. En una situación así se realiza su voluntad de vivir el presente. Las prácticas festivas múltiples son invenciones de gentes que comparten la situación de espera. En la noche reina la suspensión del tiempo y la subjetividad, conformando una réplica del credencialismo radical que rige sus vidas en la universidad, que gestiona una cola mediante la asignación de valor a distintas actividades, de cuya suma resulta la posición del sujeto.

La fiesta significa una réplica silenciosa, un factor de integración de los que están en situación de espera y una frontera con el mundo institucional. Es un mundo constituido intersubjetivamente y, como toda fiesta, se encuentra dotada de reglas rigurosas, aunque no estén racionalizadas en discursos. Los participantes, apuran cada finde un sorbo de vida que privilegia sus sentidos, proclamando que lo que está suspendida temporalmente es su inserción laboral, pero no su vida.  Esta gran evasión, carente de un programa y una organización, es, paradójicamente, extremadamente potente, en tanto que no es abordable por el sistema. Este tiene la capacidad de reconvertir cualquier demanda y reducir a cualquier colectivo adverso, pero se encuentra impotente ante la ausencia de discurso. El poder difuso de la fiesta es apoteósico, en tanto que no puja en los campos en los que sus componentes son subalternos.

Y en estas llega la Covid, que desencadena un duro y largo encierro. Tras este, la fiesta renace instalándose en distintos escenarios y mostrando su capacidad de replegarse para comparecer de nuevo. El virus afecta fatalmente a los enfermos y a los mayores. Por consiguiente, se puede imputar a las multitudes festeras una manifiesta falta de solidaridad, anteponiendo sus prácticas sociales, las cuales multiplican los riesgos, a la protección de los débiles frente a la enfermedad. Pero en un clima de ralentización del aprendizaje y suspensión sine die de la autonomía personal, es difícil exigir la contrapartida de la responsabilidad. La verdadera realidad de un sujeto festivo es la perpetuación del horizonte de espera para acceder, no a una carrera laboral secuencial, sino a una rotación que alterna períodos de trabajo con los de vuelta a la formación. Estos ciclos sancionan la precariedad.

La licuación del futuro genera una impronta lógica en la generación de la espera sin fin. Esta instituye la fiesta como ámbito que sanciona la fuga, al tiempo que se toma una distancia abismal con las instituciones que los congelan. El resultado es la ausencia de compromiso, que en los tiempos de pandemia adquiere una naturaleza dramática. Tener a una parte de la sociedad en el congelador tiene un coste muy alto, en tanto que la integración sistémica es muy endeble. Pero esta fatalidad se refuerza en tanto que los portavoces de las instituciones marginadoras carecen de cualquier autoridad moral.

El silencio de las autoridades académicas, que han aprendido a habitar en un ecosistema gélido, es más que significativo. En su ausencia, los jóvenes son interpelados por los presentadores de la televisión, que fundamentados en la independencia que garantiza la publicidad, formulan juicios moralistas y exponen discursos que apelan a la solidaridad. El cuadro resultante es patético. Una imagen que avala el drama posmoderno de la ausencia de autoridad es la apelación del dúo rector de la conducción de la pandemia, Illa/Simón, a los influencers o a los deportistas para que pronuncien sermones que puedan reconvertir las prácticas festivas descontroladas de los contingentes del futuro congelado. Me impresionó mucho la publicidad de un banco español que utilizaba la imagen real de Pau Gasol, reproducido en cartón en la puerta de sus sucursales.

Mi perplejidad supera con mucho a la de algunos lectores de este texto que sigan manteniendo la suposición de que todo va razonablemente bien, que la universidad es la sede de la ciencia, que la televisión es un medio de información, o de que es normal que una persona esté escolarizada cerca de treinta años. La fiesta en tiempo de pandemia es la réplica y la revancha de los que han sido convertidos en superfluos e ingresados en una burbuja en la que se reproduce un mundo simulado.

 

 

sábado, 10 de octubre de 2020

LAS CALLES EN EL TIEMPO DE PANDEMIA

 


La pandemia de la Covid representa la consumación de importantes transformaciones de la vida cotidiana, las relaciones sociales y los usos del espacio público. La explosión viral acelera e intensifica simultáneamente varios procesos en curso. El resultado es el reforzamiento de un modo de individuación muy agresivo, que deslocaliza la vida social de cada cual a su red personal, así como a su mundo social virtual. Las calles quedan convertidas en territorios en los cuales predomina una socialidad cero, en las que las gentes circulan con una finalidad establecida, siendo radicalmente ajenas a los otros transeúntes. Así culmina una verdadera revolución territorial, en la que cada cual percibe como extraños a los contiguos, y es percibido como un extraño a los demás.

En mis paseos por las calles de Madrid he podido constatar la enorme profundidad de los cambios en curso. He podido visualizar situaciones que no podía siquiera imaginar hace unos meses, y eso que mis esquemas referenciales han seleccionado el vaciado de las calles como un acontecimiento sistémico que ha venido alcanzando proporciones mayúsculas en los últimos treinta años. El factor que tiene mayor impacto en esta transformación es el miedo. Ahora el otro desconocido es un posible contagiador, lo cual genera una situación de autodefensa permanente ante los demás. Así, la calle es un tránsito sobre un desierto social en el que se parte de una situación social en origen y destino, suspendiendo lo relacional en el trayecto. En este viaje, el nuevo sujeto amurallado y fortificado se encuentra permanentemente conectado a su mundo social mediante su teléfono móvil, que le libera de las miradas ajenas. En las calles nadie se mira, este es el cambio más importante operado. El sujeto silente y autoconfinado en su pantalla deviene en arquetipo personal de esta extraña experiencia de modernización mutilada.

 

CONSUMACIÓN DE LA PROFECÍA DE MCLUHAN

McLuhan fue el autor que atisbó este cambio civilizatorio, afirmando que el medio técnico podía generar una realidad artificial diferenciada al entorno físico. En los primeros años de internet, Javier Echevarría escribió tres libros muy influyentes, “Telépolis”, “Cosmopolitas domésticos” y “El tercer entorno: Los señores del aire”, en los que desarrollaba la idea de lo que denominaba como Tercer Entorno. Desde entonces este no ha hecho otra cosa que crecer sobre la restricción de los dos entornos físico-naturales.  Estos se asentaban en la proximidad corporal, la presencialidad en la relación, la materialidad, la movilidad física, la estabilidad, la localización, el dominio de lo sincrónico, el movimiento lento y la pentasensorialidad.

Por el contrario, el tercer entorno es distal, informacional, artificial, multicrónico, dotado de una alta fluencia electrónica, circulación rápida, asentamiento en el aire, inestabilidad, globalidad, bisensorialidad (solo vista y oído) y heterogeneidad. Tras la primera fase del ordenador personal, las máquinas de comunicación se han miniaturizado, de modo que devienen en una extensión de la propia persona, concitando su activismo en el mundo social de relaciones de cada cual. Así, el tránsito físico por las calles, o en los transportes, se encuentra subordinado a las exigencias de este entorno, que solicita sin descanso a cada uno, requiriendo respuestas inmediatas.

Soy paseante desde siempre y he podido constatar la velocidad y la extensión de este cambio. Se puede afirmar que este evacua de la calle a todas las personas dependientes, que devienen en víctimas de sus acompañantes polarizados a sus pequeñas pantallas. Los niños, los ancianos, los enfermos y los dependientes son conducidos como bultos ajenos a la interacción intensa y veloz de sus cuidadores concentrados disciplinadamente en sus móviles. También los perros, que son conducidos por un autómata dependiente de la pantalla. De ahí resulta un conjunto de abandonados, que se desplazan por las calles conducidos por los extraños que los acompañan, evadidos a su tercer entorno sin descanso alguno. El resultado es la degradación radical del cuidado, que se ausenta en el tiempo del paseo para los distintos damnificados, que es convertido en una experiencia asocial, siendo privados de la gratificación de la compañía. Lo peor estriba en que es verosímil la hipótesis de que, al llegar al domicilio, los cuidadores continuarán polarizados en su pantalla, desde la que son continuamente estimulados. Malos tiempos para los necesitados de cuidados, que son sometidos a la penalización en el espacio público de la calle.

EL MISTERIO DEL MÓVIL

En este tiempo de pandemia. Los expertos afirman que una de las formas más importantes de contagio es el contacto con superficies en las que puede estar presente el virus. En un desplazamiento cotidiano, un sujeto severamente digitalizado toca distintas superficies en transportes, comercios, bares u otros lugares, entre las que se encuentran las monedas sometidas a una alta circulación. Mientras tanto, sus dedos se encuentran en actividad permanente sobre la pantalla y la superficie de este objeto mágico que se reaviva constantemente. Me llama poderosamente la atención que los médicos, los epidemiólogos y los predicadores mediáticos no se refieran nunca a esta impertinente cuestión. Un adicto al móvil necesitaría la acción permanente y renovada del milagro de los geles hidroalcohólicos.

Pero la causalidad de las infecciones nunca es atribuida a ningún factor que represente un valor económico. La sincronización de los médicos y salubristas con el mercado es admirable. Nadie se infecta en el Corte Inglés ni en los centros comerciales, poniendo de manifiesto la parcialidad en el diseño de sus cuestionarios e investigaciones. En este sentido, se puede afirmar que la ciencia hace verdaderos milagros que se encuentran más allá de la razón. Como sociólogo podría escribir un tratado acerca de los sesgos de las investigaciones en su fase de definición.  Las pequeñas máquinas de comunicar devienen así en objetos privilegiados, en tanto que son eximidos de la sospecha en las cadenas de los contagios. Los medios de comunicación cierran este círculo de abolición de la sospecha.

LA PLENITUD DE LOS HOBBESIANOS

Esta es una de las nuevas especies que habita las calles tras la emergencia de la Covid. Se trata de las personas que extreman sus precauciones hasta límites insólitos, considerando a los demás como enemigos que tienden a estrechar la distancia personal. Estas son personas ubicadas en posiciones sociales medias y altas, lo que les proporciona seguridad en sus reacciones asociales. Se trata de aquellos que tienen que usar la calle por motivos imprescindibles, en tanto que la gran mayoría de las clases acomodadas ha evacuado las mismas, utilizando únicamente los espacios privados y segregados de acceso limitado.

Sus comportamientos se pueden especificar en una disposición permanente en la defensa de la distancia personal, así como un clasismo manifiesto, que se encarna en comportamientos muy agresivos con los intrusos. He visto escenas insólitas, personas provistas de un pack de limpieza, que antes de sentarse en la mesa de la terraza, la limpian minuciosamente ellos mismos, manifestando su desconfianza en el camarero. Así expresan su radical fobia a los demás, convertidos en sospechosos que habitan los lugares insalubres de la ciudad y carecen de la disciplina cotidiana necesaria para preservarse. A la sombra del Leviatán epidemiológico que regula estrictamente la vida, se constituyen en huestes de apoyo a sus reglamentaciones, recurriendo a la autoridad, que se manifiesta en la sagrada institución de la policía y el ministerio del interior. Así instituyen la última versión de la guerra de todos contra todos que definió Hobbes.

EL RETORNO DEL ESPÍRITU DEL CUARTEL

El cuartel es una institución relativamente relegada en las sociedades postdisciplinarias. Uno de los efectos de la pandemia es precisamente la resurrección de su espíritu, que vivía en el subsuelo de lo social. La reglamentación estricta de la vida y el cumplimiento de estas bajo la sanción de la autoridad ha reflotado a los múltiples sargentos y cabos que permanecían encerrados en sus cotidianeidades. Así, proliferan los tipos que hacen reproches a los demás, profieren amenazas y recurren a la denuncia a la autoridad uniformada. No veía desde mis años jóvenes unos tonos en la comunicación tan cuarteleros como en estos días. Empleados de seguridad privada que requieren que te untes con el gel mágico, trabajadores de comercios que reclaman el cumplimiento de la distancia personal en un espacio imposible, paseantes que increpan en parques a las gentes que llevan los perros sueltos o corren sin mascarilla.

A la sombra de la nueva autoridad epidemiológica y policial, se multiplican los delatores y las gentes que se toman la licencia de apercibir a los incumplidores. Los verbos reñir y regañar, que permanecían relativamente confinados al ámbito del trabajo, principalmente el coaccionado, adquieren ahora un esplendor inusitado. Los reservistas de la autoridad se hacen presentes en las calles y proliferan las conminaciones a los sospechosos. Estos son los sucesores de los policías de balcón. Algunos analistas del terrible conflicto de la descomposición de la antigua Yugoslavia señalaban lo insólito de la súbita aparición, en un país relativamente apacible, de contingentes de personas que practicaban una violencia extrema con los otros. Lo mismo ocurre en esta situación que reflota a los reservistas del orden. He tenido varios conflictos épicos con algunos de ellos, que han movilizado mi memoria del autoritarismo.

LA DESGUETIZACIÓN DE LA POBREZA

La profundidad de la crisis económica asociada a la pandemia reflota a contingentes de pobres que salen de sus guettos para hacerse presentes en las calles y los espacios públicos. Las colas de personas para recibir ayudas se extienden a distintos barrios. El colapso de la administración y del sistema sanitario penaliza a las poblaciones definidas por sus carencias. Hace una semana pude ver una escena sobrecogedora. En una terraza de la calle Ibiza, una mujer joven terminaba de comer. Eran casi las cinco de la tarde, por lo que se trataba de esas personas sometidas al horario infernal de ocho a tres, que tienen que comer a las cuatro. La mujer había dejado en un plato una parte de su ensalada, y en el otro, los recortes de su filete y unas patatas fritas. Tras pagar se levantó para marcharse. Entonces pasó una persona joven con aspecto marginal, que iba con uno de esos carros de la compra en el que portaba distintos enseres. Al ver la comida sobrante le preguntó a la mujer, que ya estaba de pie presta para marcharse, si se lo iba a comer. Cuando le dijo que no se precipitó sobre los dos platos y se comió ávidamente con las manos todas las sobras, incluido una parte del pan.

Esta escena me ha llevado a preguntar a varios propietarios de bares y camareros. Todos me confirman que en los últimos meses son muchas las personas que piden los restos de la comida y les reprochan que la tiren. Estos identifican comportamientos más exigentes de los menesterosos con respecto a la comida sobrante. También me impresionan mucho los buscadores de basura por las noches. He podido conversar con dos personas habituales en mi barrio, pero no he podido romper la barrera de autodefensa de estas, que se cierran para preservar su historia terrible. Pero he podido saber que una de ellas, que reside muy lejos del barrio, no pudo ejercer su actividad en el confinamiento. Las consecuencias para él fueron fatales.

LAS PENALIDADES DE LAS POBLACIONES DESPROVISTAS DE UN LUGAR

Una vez que los autoconfinados por el miedo, los desplazados a espacios privados confortables y los acomodados que habitan el espacio público en sus áreas restringidas del comercio y del ocio, han abandonado la calle, esta es ocupada por los que Michel de Certeau denomina como los que carecen de un lugar. Este concepto no remite a la carencia o la pobreza, sino a una forma de subalternidad generalizada que consiste en no ser propietarios de un espacio. Un ejemplo presente en mi vida son los estudiantes universitarios. Estos son ubicados en espacios arquitectónicos que no les preservan espacio alguno. Tienen que deambular por un entramado de pasillos, escaleras y aulas, en las que son acomodados provisionalmente bajo la supervisión de una autoridad. Siempre que he ejercido como profesor trataba de provocar su reflexión en los penosos días de lluvia en los que vagaban por la facultad sobrecargados de mochilas, libros, artilugios y paraguas. Estos carecían de una taquilla, que pudiera representar un elemento de localización espacial.

Como los estudiantes, todos los contingentes de empleados severamente precarizados, los rotantes por distintos trabajos, las múltiples categorías del mercado de trabajo coaccionado, los ocupados en su propia capacitación laboral y los buscadores de empleo. Esta masa de personas son los que conforman la humanidad que se asienta en la calle, definida como lugar de tránsito. Los transportes colectivos albergan a estas poblaciones sometidas a una movilidad constante, convirtiéndolos en involuntarios protagonistas del espacio público. Estos son los candidatos a contagiar y ser contagiados en la masificación de los transportes públicos.

Su forma de estar en la calle es manifiestamente regresiva, siendo portadores en sus gestos y disposiciones corporales de una desconfianza y temor que son exhibidos sin pudor. Su revancha radica en que, tras las horas del tiempo muerto del trabajo y las obligaciones, se apoderan de los huecos espaciales disponibles en los fines de semana, para celebrar su similitud en la subalternidad laboral y social. La noche modifica sustantivamente la situación de los que carecen de un lugar definido, haciendo el milagro de la metamorfosis de la vida, que los expertos y comunicadores denominan como ocio nocturno.

Las poblaciones carentes de un lugar, sufren los efectos demoledores de la restricción de la movilidad y la reglamentación minuciosa de la vida penalizando su espacio y tiempo disponible. La pandemia supone un impulso a la dualización social, lo cual se manifiesta inequívocamente en las calles. Los pobres y los sin lugar son convertidos en una nueva chusma, que se hace visible en el retorno de las colas, resultantes del colapso del sistema sanitario y la administración pública. Las aristocracias profesionales del mundo de la salud, en las que habita la izquierda sanitaria, los marcan con sus cifras y definiciones, que tienen consecuencias fatales para ellos. Así se configura una desventaja añadida, que me gusta denominar como la condena diagnóstica.

Una señora entrañable de Vallecas me contaba ayer que tuvo que acudir al hospital por un problema inaplazable, y que allí le reprocharon su presencia, en tanto que persona localizada en una zona de salud con malas cifras. Me decía con determinación y lucidez que “nos tratan como a leprosos”. Eso es exactamente. La Covid deriva en una enfermedad manifiestamente social que vacía las calles de los acomodados y las transforma en espacios de tránsito obligado para los sin lugar, que tienen que renunciar a la relación social en este páramo inhabitable.  El aspecto más negativo radica en que una vez que la calle es privada de su uso universal, se convierte en una premonición para todos los servicios públicos. La sociedad rigurosamente dual está en trance de consolidación.

Y MIENTRAS TANTO

Mientras tanto, anoche las terrazas de los barrios acomodados rebosaban actividad y vida, las zonas comerciales registran la presencia de los compradores acreditados y se producen manifestaciones contra el confinamiento universal. Los segmentos más poderosos toman la calle reclamando la movilidad selectiva, excluyendo a las poblaciones de los espacios considerados como insalubres. Los carentes de lugar son explícitamente condenados a sus movilidades restringidas por la obligación, que se hacen compatibles con su confinamiento en los espacios de ocio. Nos encontramos en el camino a la sociedad dual perfecta, avalada en esta ocasión por la nobleza epidemiológica y mediática. Esta se encarga de producir las series de cifras con las que se impone una condena social a las poblaciones subalternas. El lúcido y sugerente libro de Cathy O´Neil, “armas de destrucción matemática”, ilustra al respecto. En los tiempos de la Covid, la infección, la probabilidad de esta y el pronóstico problemático, constituyen una condena moral inapelable.