sábado, 31 de octubre de 2020

LA EPIDEMIOLOGÍA TRAFICANTE DE DECIMALES Y LA EXPANSIÓN DEL PÁNICO MORAL

 

En cada instante de tu vida alguien modifica o borra una cifra. Todo esto sirve para un fin que nunca entenderemos.

Jorge Luis Borges

Lejos de ser autónoma, la ciencia florece o se marchita junto con la sociedad. Lo mismo pasa con la tecnología, las humanidades y las artes.

Mario Bunge

La metáfora de Wittgenstein de “descubrir las reglas del juego”, los códigos de un grupo, apunta precisamente a la necesidad de interpretar correcta  y cabalmente ese mundo particular y explicitar sus reglas, pues no es posible jugar a un juego con las reglas de otro, es decir, explicar una realidad social con los parámetros de otra, la del investigador.

Rosana Guber

Los meses transcurridos desde la emergencia de la Covid evidencian una situación paradójica: En tanto que los hechos desbordan radicalmente todas las previsiones, poniendo de manifiesto la endeblez, inconsistencia y provisionalidad de las medidas promulgadas por los dispositivos gubernamentales, los expertos ascendidos a los recintos decisionales –epidemiólogos, virólogos y otros especialistas de salud pública-  alcanzan la condición sagrada de la ubicuidad televisiva. Sus palabras son percibidas de manera semejante a las de las sagradas escrituras. En su nombre se toman las decisiones más pueriles que empujan  el proceso hacia una forma de catástrofe. Pero lo más ridículo de este espectáculo radica en que los posicionamientos de los ilustres científicos son alterados inmediatamente en las decisiones gubernamentales. En esta función se conforma un aspecto grotesco, que es, precisamente, la negación de lo empírico mismo, que es sustituido por los discursos manipuladores y vacíos de las autoridades.

Durante mi vida profesional he estado presente en contextos que pueden ser definidos por la advertencia de Rosana Guber que abre este texto. Las ciencias sociales, en su gran mayoría, explican las realidades con sus propios supuestos y reglas, privando a los investigados de sus propias representaciones sociales. Estas ciencias desvariadas se presentan pomposamente en los medios haciendo afirmaciones que significan la subalternidad de lo empírico. Así surgen continuamente acontecimientos que desbordan la capacidad de interpretación que tiene este sistema de ciencia autorreferencial, cuyos portavoces ejercen una función semejante a la de los hechiceros convencionales. Los expertos mediáticos de guardia comparecen con solemnidad de ejerciendo esta función pomposa.

En estos meses vividos bajo el paraguas de tan extraña ciencia, subordinada a un campo decisional que muestra su capacidad para corregir radicalmente las propuestas salubristas, la perplejidad va incrementándose y acumulándose. La referencia a Ulrich Beck parece inevitable. Este propone una noción de lo que denomina como sociedad de riesgo, en la que son relevantes los riesgos surgidos tanto del progreso técnico como de la complejidad de la organización social. Estos se derivan de las acciones y omisiones de los poderes sociales. Así, los riesgos son el producto del sistema de decisiones. Desde esta perspectiva, las fuentes del peligro no se encuentran en la ignorancia, sino en el saber. Su afirmación de que las sociedades del presente se encuentran confrontadas consigo mismas, se hace patente en esta catástrofe viral. El virus y el sistema de decisiones se complementan admirablemente para producir resultados fatales.

En el curso de la pandemia, la contraposición entre la apoteosis del escaparate mediático de los expertos que hablan en nombre de la ciencia y los resultados, alcanza la excelencia en lo patético. Todas las medidas comunicadas solemnemente desde la cúpula de los gobiernos fracasan inmediata y estrepitosamente. El efecto de esta cadena de fiascos es la rectificación permanente, que no suscita deliberación alguna. Esta  secuencia de errores termina por manipular los datos mismos. Escribo desde Madrid, la gran sede de la alteración de los malos guarismos, que son corregidos para amparar el gobierno catastrófico de la pandemia. El tratamiento de los datos es la (pen) última fase del mal gobierno.

El resultado de esta carnavalización del gobierno, que presume referenciarse en los expertos providenciales, es la progresiva implantación de una zona de oscuridad en torno a la gestión del virus. Nadie habla ahora de los muertos, que alcanzan el umbral de las tres cifras en este revival  viral. Cualquier información es transformada en proyectiles de alta definición contra los adversarios políticos ubicados en cualquiera de los gobiernos de la trama autonómica. La ausencia de pluralismo y deliberación siempre termina de esta fatal manera. En medio de las comunicaciones tenebrosas, los expertos salubristas siguen compareciendo en las pantallas exponiendo sus pronósticos y explicaciones, ajenos a su propia destitución en las decisiones finales, que son tomadas en un medio que representa una sima tenebrosa y acientífica.

El tratamiento de los datos remite al verdadero mal de la época, que en este blog he denominado como “los traficantes de decimales”. Esta trata consiste en considerar los datos tomados en un intervalo de tiempo breve, en función de los inmediatamente anteriores. Así se genera una serie de datos en los que cada medición adquiere un valor determinado exclusivamente por la anterior. Así, si la incidencia acumulada es de 500, y la nueva es de 450, se considera un éxito que se celebra pomposamente. El tráfico de decimales se instaura en el paro, el PIB y todas las dimensiones de la vida social. Este método tiene efectos letales, en tanto que oculta la realidad, que se muestra en procesos temporales más dilatados. Así, el desplome del PIB por efecto de la irrupción de la pandemia, genera una bajada letal de los guarismos en el intervalo temporal en que se produce, consolidándose como referencia para la siguiente. Si esta sube unas décimas, da lugar a interpretaciones triunfalistas que ocultan desmesuradamente la realidad. Estos juegos de cifras adquieren su plenitud en las noches electorales.

Pero el problema de los expertos salubristas reside en su cosmovisión, que, en general, remite a una situación del pasado que ya ha sido disuelta. Así, el orden social fordista-keynesiano reinante en las sociedades industriales de la segunda mitad del siglo XX, confería al estado una posición determinante que se extendía a todas las estructuras sociales, que detentaban la propiedad de la estabilidad y la solidez. Este orden social remitía a la centralidad de la configuración estatal. Pero en los cuarenta últimos años, esta sociedad se ha disuelto para ser reemplazada por otra en la que domina manifiestamente el mercado. En esta, la movilidad, la inestabilidad y la provisionalidad se muestran como factores determinantes. La metáfora de Bauman de lo líquido sintetiza certeramente la nueva situación.

La nostalgia de estado de los expertos salubristas colisiona con la lógica del nuevo estado subordinado drásticamente al mercado. Los problemas que se presentan sucesivamente son la expresión de la desintegración social asociada al orden social del mercado. En este, coexisten distintas configuraciones sostenidas por lazos débiles, que resultan de varias fracturas simultáneas que han tenido lugar en el nuevo capitalismo desorganizado. La fragmentación de los saberes y las ciencias ha contribuido decisivamente a que estas transformaciones no se encuentren presentes y unificadas en la conciencia colectiva. Así, el presente es, en palabras del fértil sociólogo Eduardo Terrén, “un adiós a lo que no ha podido ser, y el advenimiento de un no sé qué”. Las incertidumbres y la emergencia de lo indeterminado y lo no previsto, son las marcas de la época.

El orden social en el nuevo capitalismo desorganizado implica un alto nivel de desintegración social, que adquiere la forma de continentes escindidos y separados por océanos de grandes dimensiones. Los jóvenes conforman uno de esos continentes, en tanto que son ubicados en situación de larga espera para ingresar en la institución central del mercado del trabajo. En coherencia con esta marginación en una jaula de oro, proliferan los comportamientos anómicos resultantes de su situación estructural. También los mayores, expulsados del núcleo central del mercado del trabajo y sometidos a un encierro que adquiere varias formas. Además, los pobres y los inestables terminan por concentrarse en distintos continentes.

El resultado es un nivel de cohesión social decreciente, que se configura como el factor más importante de fracaso de los comportamientos personales requeridos por los salubristas nostálgicos del orden social fordista-keynesiano. De este modo se va tejiendo la catástrofe pandémica, que va decantando una sola respuesta eficaz frente a la expansión del virus: el confinamiento drástico. El precio de la expulsión de los pobres, inestables, jóvenes y viejos del continente en el que reina la integración es extremadamente alto. En estas condiciones, cualquier estrategia naufraga estrepitosamente y remite a la movilización del capital coercitivo del estado.

Sin comprender estas cuestiones centrales, los epidemiólogos comparecen en las televisiones exponiendo sus análisis y pronósticos, siempre referenciados en el tráfico de datos y de decimales. Sus discursos adquieren un cariz similar a las prédicas de los clérigos convencionales, con los que comparten su distanciamiento de la vida y la incomprensión de los comportamientos de los seres vivos. Los nuevos sermones epidemiológicos están caracterizados por su radical irrealidad. El distanciamiento con la realidad adquiere cada vez mayores dimensiones. Así, se ha convertido en un sermón litúrgico la necesidad de “reforzar” la salud pública y la atención primaria. Entretanto, pasan los meses y no aparece ningún signo que vaya en esa dirección, sino todo lo contrario. Esta contrariedad no suscita ninguna reflexión de calado y continúa repitiéndose la letanía del refuerzo.

Y es que el tráfico de decimales es una operación que tiene efectos letales sobre la inteligencia. Concentra toda la acción en la siguiente medición, negando de facto el concepto de estrategia, y, por consiguiente, de futuro. Así, se instituye el pánico moral, que es una reacción negativa ante la emergencia de un acontecimiento no esperado. La Covid resulta un detonante de unos altos niveles de pánico moral, que terminan por paralizar a la población, que espera pasivamente ante las pantallas las soluciones mágicas de los nuevos expertos salubristas.

 

 

.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario